Las virtudes del aceite de coco

Rosita debe enderezar el entuerto causado en el último episodio. Por favor, querida, que no estamos en la sección ballbusting! El aceite de coco la ayudará con sus propiedades afrodisíacas. Entre tanto, Leonor viaja con Javier hacia un convento muy especial.

A las nueve de la mañana, Leonor se sentaba sola a la mesa del amplio comedor de la mansión de Javier. Felipe la había despertado sin reparar en la desnudez de la huésped y le había servido un opíparo desayuno que incluía frutas estivales, café, tostadas de pan blanco y manteca y mermelada de tres clases. Así, nuestra amiga estaba combatiendo su despecho por la poca atención de Javier llenando un poco incontroladamente su estómago.

A eso de las diez, la invitada continuaba aún removiendo en los platos, ya casi vacíos, cuando se abrió la puerta y compareció el dueño de la casa, sudado, despeinado y con unas manchas oscuras de dudosa procedencia en la camisa. Además, se sostenía el brazo izquierdo con la mano, como si le doliera a la altura del codo.

  • ¡Javier! Dios mío, ¿qué le ha ocurrido?

  • Nada de particular, querida. He tenido una noche agitada, eso es todo.

  • Yo... esperaba que anoche... - murmuró ella

  • ¿Sí?

  • Que no me dejaría sola...

  • ¡Ah! Eso tiene remedio, Leonor. Ahora he llegado a tiempo de aocmpañarla a desayunar... si es que queda algo de comer.

  • ¡Ay, me temo que me he excedido! Notaba un vació aquí...- Leonor se llevó las manos al vientre, aunque luego se deslizaron más abajo, señalando el lugar exacto del hueco que estaba percibiendo dentro de ella desde que conoció al apuesto caballero.

  • ¡Ja, ja, ja! Eres la mujer más sensual y morbosa del mundo, Leonor. Vamos a comer algo y luego miraré si puedo asearme un poco.

Dos horas más tarde, Javier se estaba lavando en una gran tina de agua caliente. Había consentido que Leonor se encargara de bañarlo, con gran disgusto de Felipe, que quería ocuparse personalmente de su amo e intentaba evitar que cometiera esfuerzos innecesarios, dado su quebrantado estado.

Leonor se había quedado en camisa y estaba realmente arrebatadora, marcando bajo la fina tela sus curvas generosas y rotundas. El líquido y jabonoso elemento hacía que la prenda se adhiriera a la piel, destacando el relieve de los pezones e insinuando la oscuridad provocadora entre sus muslos.

Sin embargo, Javier se mantenía imperturbable, sentado dentro del agua caliente y observando el profundo corte de su brazo izquierdo.

  • Tendré que volver a visitar a mi amigo el doctor. Pásame la toalla, Leonor.

  • Déjeme que le seque yo. Usted tiene el brazo dolorido.

La mujer empezó a frotar la cabeza del herido, siguió por el torso y tiró de sus manos para hacer que se levantara. Cubierto de espuma, el pene del caballero presentaba ya una media erección, que no pasaba desapercibida para su ayuda de cámara.

  • Deja que te acabe de secar,... a mi manera.

Leonor se quitó la camisa con presteza y entró en la tina de baño. Sus manos buscaron aquel trozo de carne en crecimiento y los labios se unieron a los de Javier, que la atrajo hacia sí con su brazo sano e introdujo su lengua bien profundamente en la boca de la mujer. Ella respondió a la invasión con ardor, pero pronto abandonó la deliciosa postura para deslizar su piel sobre la humedad del cuerpo del hombre y quedar arrodillada, delante del pene, ahora ya en su pleno desarrollo.

Lo besó, lo lamió a pesar de los restos de jabón y, finalmente, lo introdujo entre sus pechos, que oscilaron provocativos haciendo pendular el miembro de lado a lado. Luego los reunió con firmeza sujetándolos con las manos y empezó a friccionar arriba y abajo el trozo de carne hasta arrancar los primeros gemidos de placer de la garganta del afortunado propietario.

Ricardo abrió los ojos cuando el sol hizo acto de presencia en el ventanuco de la habitación. Sintió una mano en la suya y se encontró con la rizada cabellera de Rosita compartiendo su almohada, sentada en una silla al lado del lecho.

La muchacha se enderezó de pronto y miró con ojos perdidos a su atormentada víctima.

  • Ricardo. Me he quedado dormida. ¿Te duele mucho?

  • Un poco. ¿Qué haces aquí? - preguntó en tono algo áspero.

  • Estaba preocupada. No sé qué me pasó. Me volví loca. Y me dio miedo, miedo de mí misma, Ricardo.

  • No puedes contener tus pasiones, Rosita. Eres una fiera salvaje - dictaminó el maltrecho Ricardo, pero lo hizo en un tono más amigable y acarició la cabeza de su torturadora.

  • Sin Leonor, soy como una bestia, un monstruo,... Ricardo, me volveré loca si ese hijo de puta me la arrebata. Tienes que ayudarme.

  • Javier no te va a arrebatar a Leonor, puedes estar tranquila. Sólo quiere divertirse un poco con ella. Pero nunca se ligará a mujer alguna. Le gustan demasiado para tener que elegir, aunque fuera la mujer más atractiva del mundo. Leonor se acerca bastante a ese título, la verdad.

  • ¿Me ayudarás? ¿A pesar de lo que te hice ayer? - dijo ella esperanzada

  • No va a hacer falta. Verás como Leonor vuelve a ti. Ella te adora, Rosita. Además, necesita que la domines, que seas su dueña. Javier tiene toda una cuadra de yeguas a su disposición; Leonor es una más. Pero para ti, Leonor es la vida entera, lo único que de verdad te importa en el mundo.

  • ¡Ay! ¿Cómo he podido hacerte daño? Si eres un libro que habla y lo sabe todo.

Rosita estampó un beso en la boca de Ricardo y se ocupó de cambiar los paños. Los testículos de su amigo seguían tumefactos y violáceos.

Vestidos, limpios y perfumados, Javier y Leonor debatían con Felipe cuál era el mejor partido a tomar. En un rincón, cabizbaja y silenciosa, Jazmín se removía en el asiento. Motivos tenía, ya que Felipe no se había quedado con las ganas de darle el castigo merecido por sus engaños y le administró durante la noche una buena zurra, eso sí, utilizando su callosa mano en lugar de la caña.

Las voluminosas nalgas se habían vuelto dos rosados globos, que atormentaban a la chica cuando los apoyaba en el asiento. Felipe, con toda su mala baba, le había ordenado sentarse a escuchar la conversación en lugar de permanecer de pie como ella pretendía.

  • Vendrán otros secuaces de ese individuo y finalmente la encontrarán. Entonces estaremos todos en peligro - Comentaba Javier con gesto preocupado.

  • Entonces ¿Se han ido los dos que me buscaban?

  • Habla cuando se te pregunte, granuja - rugió en voz baja Felipe. - Ya has dado bastantes problemas.

  • Se han ido muy lejos, Jazmín - respondió conciliador Javier - Creo que tardarán en volver.

  • Señor, la herida ¿cómo se la hicieron? - preguntó Felipe.

  • Uno de ellos se defendió bien. Sacó una navaja de no sé dónde, pero ya tenía yo el machete levantado y acabó con el cuello rajado como su compañero, aunque antes me pilló de refilón.

Leonor miraba con arrobo a su nuevo héroe. ¿Sería tan bravo y arrojado como Rosita? Quizás no, pero había quedado prendada de su “machete” y no iba a renunciar a probarlo de nuevo.

  • Y tenemos el otro problema. Rosita y las chicas y Leonor, por supuesto - dijo acariciando la mano de la escultural señora, que se estremeció de gusto.

  • ¿Ha pensado en partir con ellas a América, Señor? - preguntó Felipe

  • Sí. Sería la mejor solución. Pero hace falta disponer de documentos falsos, pasajes y un transporte discreto hasta  el puerto más cercano... - respondió Javier.

  • No necesariamente - terció Leonor - Yo tengo una idea.

  • ¿Qué? - exclamó Javier que parecía tan asombrado de la intervención de la bella señora como lo hubiera estado de que la cafetera se hubiera puesto a cantar un aria de Rossini, muy popular en aquellas fechas.

  • Yo tengo una pequeña fortuna y tú, Javier, eres un hombre rico también.

No pasó desapercibido el paso al tuteo de la señora, pero Javier la escuchaba con gran atención y no mostro disgusto por las confianzas.

  • Podemos comprar un barco, ¿no te parece?

Javier guardó silencio. Aquello era descabellado, pero le había traído a la cabeza una posibilidad que sí era plausible.

  • Felipe ¿Has tenido noticias de mi amigo don Roberto?

  • No, señor. No hay mensajes suyos desde hace semanas.

  • Leonor, me has dado una idea. Comprar un barco es complicado. No están en el mercado de los viernes, esperando que elijas uno, como si fueran ristras de ajos. Pero tengo un amigo que tiene un precioso yate. Es un hombre mucho más rico que tú y que yo. De hecho es el hombre más rico de la Cuba occidental.

  • ¿Un indiano? - se extrañó Leonor.

  • SI, preciosa. Allí se están forjando unas fortunas increíbles. Mi amigo apostó por el tabaco y sus cigarros puros ya están en medio mundo. Es un hombre muy emprendedor. Y me debe algunos favores - dijo con una sonrisa torcida que hacía pensar que los favores prestados no debían ser muy honestos y legales - Felipe, vas a enviar un mensaje urgente a Don Roberto. Y prepara el carruaje para mañana. Voy a hacer una visita a mi prima, la abadesa de las Esclavas de Cristo.

A la hora de comer, Ricardo pudo sentarse con grandes dificultades a la mesa con Rosita y las chicas. Con la marcha de Javier, las dos hermanas habían recuperado algunos hábitos democráticos, como era comer en la mesa de los señores. Rosita insistió en ello y las muchachas obedecieron sin rechistar. Rosita era más liberal, pero le tenían mucho más miedo que al dueño de la hacienda.

De mejor humor, gracias al buen vino que se sirvió en el almuerzo, Rosita decidió continuar con el menage a trois lésbico a la hora de la siesta, así que, después de dejar a Ricardo en su cama leyendo un libro, las tres mujeres se encaminaron hacia la azotea, donde daba un sol magnífico y se tumbaron sobre unos jergones que habían subido hasta allí para ventilarlos.

Rosita esperaba con ansia el regreso de su amor, pero no encontró inconveniente en pasar un buen rato con sus sumisas amigas.

  • A ver si hoy os portáis un poco mejor que anoche. Parecíais dos monas de circo. Cambiad los papeles ahora - fue ordenando mientras las tres se desnudaban - Mejor, vamos a probar otra cosa. De rodillas las dos, vamos... Tú Mercedes, ocúpate de mi vulva. Beatriz, tú ponte aquí detrás. Me vas a comer el culo como has visto hacer a Leonor. Mete la lengua bien dentro. Así... Ah! Moved la lengua las dos. ¡Venga!...

Mientras recibía aquellas atenciones, Rosita apretaba con sus acerados dedos las cabezas de las chicas, estirando con fuerza de los rubios cabellos y balanceando sus propias caderas para aumentar la fricción. Esta vez sí que consiguió concentrarse lo suficiente como para correrse intensamente, con las bocas de las hermanas succionando sus agujeros del placer. El sol las calentaba aún más de lo que estaban y las tres se dejaron caer sobre los jergones. Rosita las besó a las dos con gran pasión, lo que las desconcertó un poquito. Aquellas efusiones estaban normalmente reservadas para Leonor.

Rosita empezaba a aprender a controlar sus sentimientos y a utilizar su cerebro además de su cuchillo para conseguir sus propósitos.

  • Tumbaros las dos aquí, con las piernas abiertas - ordenó

Las dos hermanitas se miraron con susto en la cara. A saber qué les quería hacer ahora. Pero se equivocaban. Rosita deslizó sus ágiles dedos por las dos fraternales rajas y empezó a excitar a las chicas con gran pericia y morbosidad. Procuraba ir cambiando el ritmo y la profundidad de las caricias y hacía que cada una le chupara los dedos de vez en cuando. Para excitarlas más, las hacía lamer la mano que masturbaba a la otra.

  • Pellizcaros los pezones - ordenó de nuevo - tirad de ellos. ¿Os acordáis de las anillas?

Por supuesto que recordaban los siniestros adornos con que les habían perforados los senos los bandidos de la gruta de los suplicios. En su momento había sido un humillante tormento, pero ahora, con los dedos de su dueña en el coño, el recuerdo las encendía de pasión.

El sol pegaba muy fuerte sobre los viejos sacos de borra y el calor de las muchachas era un elemento más de excitación.

Mercedes se empezó a correr primero, cerrando instintivamente las piernas por las intensas sensaciones. Esto le valió dos fuertes azotes en los muslos.

  • ¡Abre las piernas, pequeña zorra! Te vas a correr mientras yo lo desee - anunció Rosita en tono severo.

Aquello excitó a Beatriz hasta el paroxismo y también ella tuvo un violento orgasmo, dando pequeños saltitos sobre su jergón, pero sin hacer intento de escapar a las rudas caricias que le prodigaba Rosita.

Cuando se cansó de presenciar el agónico baile de las hermanas, Rosita se levantó y las dejó allí tumbadas, sudorosas y exhaustas.

  • Ya podéis cerrar las piernas cuando queráis - autorizó mientras se alejaba hacia la escalera de la azotea.

  • No sé porqué has insistido tanto en que te acompañara a visitar ese convento - se quejó Leonor, aunque su tono de voz y su postura dentro del carruaje denotaban el gran placer que le producía disfrutar de la compañía de Javier.

  • Mi prima, la abadesa, es una mujer especial, de gran carácter y con gustos algo particulares en materia de sexo.

  • ¿De sexo, dices? Pero ¿no vamos a un convento?

  • ¿Piensas que las gentes de Dios no tienen sus necesidades carnales como cualquier ciudadano o ciudadana? - contestó Javier en tono irónico.

  • De los curas, doy fe de que sí, pero de las monjas...

  • A ver, Leonor. Tú eres mujer y no hay duda de tus fuertes compulsiones eróticas. Lo mismo rige para las hembras de las congregaciones religiosas. Y mi prima es una mujer de armas tomar. Además, lo que vengo a pedirle no es moco de pavo, así que prefiero asegurar el tiro ofreciéndole a cambio algo que sé que no va a poder rechazar.

  • ¿Y qué regalo es ese? - se interesó inocentemente Leonor.

  • Pronto lo verás. Duerme un poco, querida, que faltan dos horas de viaje todavía.

  • No tengo sueño. Y este traqueteo me está enervando - aseguró la bella mujer - ¿No se te ocurre otra forma de pasar el rato? - dijo mientras se recostaba en su asiento y abría las piernas debajo de su falda.

  • Me temo que debo reservar fuerzas, cariño - contestó JAvier acariciando desmañadamente los muslos de su acompañante - Mi prima siempre aprovecha mi visita para dar satisfacción a algunas de sus acólitas. Entre ellas hay mujeres de la nobleza y de las mejores familias. Estas jovencitas tienen derecho a disfrutar de algunos placeres muy especiales. - aseguró acaricándose el paquete de forma muy sugerente.

  • Bueno pues cuéntame la historia de ese don Roberto y su yate.

  • Roberto es un buen amigo. Le he ayudado a poner en marcha sus plantaciones en la isla de Cuba. Él está ahora en España por unos asuntos políticos que no vienen al caso. Pero su barco regresará a las Antillas en unos días. Algunos familiares y personas de su confianza viajarán en él.

  • ¿Y tú crees que podemos marchar en ese barco sin llamar la atención de la policía?

  • Para eso necesitamos la colaboración de sor Inés, mi querida prima. Roberto no ayudaría a huir de la justicia a unas mujeres de dudosa reputación, implicadas en diversos asesinatos, pero estará muy satisfecho de trasladar a la misión claretiana de Santiago a cinco abnegadas monjas.

  • ¿Cinco? Que yo sepa somos cuatro.

  • Ha habido una incorporación de última hora. Se trata de una buena amiga, la joven Obdulia, más conocida por Jazmín. Ella nos acompañará en este viaje.

  • ¿Quieres decir que tú también vendrás? - se ilusionó Leonor.

  • Sólo para asegurarme de que todo salga bien. Tengo algunos proyectos en la isla que merecen atención, pero en unas semanas pienso volver a la península.

  • Y el barco ¿Es de confianza?

  • Por supuesto. Roberto se lo compró a cierto noble escocés después de una difícil singladura. El pobre lord aseguró que no volvería a pisar la cubierta de un bajel y vendió el suyo a mi amigo por una buena suma.

  • ¿Quién viajará en él? - preguntó la mujer, curiosa.

  • Creo que unos familiares de Roberto y algunos empleados que van a trabajar a sus plantaciones.

  • Pensaba que sólo trabajaban allí los esclavos negros.

  • Así es en la parte oriental de la isla, pero el tabaco requiere manos expertas y mi amigo no admitiría jamás dejar esos trabajos a cargo de aquellos pobres desgraciados.

  • No he entendido lo que decías sobre la política. Tu amigo está en la capital, pero ¿qué es esa política que hace?

  • Roberto, y yo mismo, pertenecemos a un grupo  que demanda la autonomía de Cuba. Los ánimos están muy encendidos y se espera que acabe estallando una revuelta, aunque Roberto está intentando negociar para evitar el derramamiento de sangre.

  • No entiendo de política, pero seguro que conseguirás lo que te propones - dijo ella, zalamera.

  • ¡Ay, Leonor! Lo que me propongo es la independencia de esa isla y no sé si viviré lo bastante para vivir ese día, pero no pararé de luchar por conseguirla.

  • No te entiendo, Javier. Tú no eres cubano y ¿ te jugarás tu libertad y tu fortuna por separar de España a su colonia más preciada?

  • La Madre Patria habría de dejar volar libres a sus hijas y no ser tan posesiva - fue la respuesta de Javier, que Leonor no acabó de entender.

Rosita entró silenciosamente a la alcoba y despertó a Ricardo, que dormía una siesta reparadora.

  • Ricardo ¿estás bien?

  • Eh?.... Sí, estoy mejor.

  • Déjame ver esos huevecillos - pidió ella, extrañamente cariñosa.

  • Rosita, por tu madre. ¡No toques mis cojones! Exclamó el maestro espantado.

  • No tengas apuro. Sólo quiero ayudarte. Mira, me han dado en la hacienda una pomada de aceite de coco. Los traen de Guinea y la mayordoma prepara esta medicina para los magullados. Creo que lleva un ingrediente secreto...

  • Pues mejor no vayamos haciendo pruebas - se resistió Ricardo.

  • ¡Bájate los pantalones, leche! - ordenó Rosita con su poderoso timbre de contralto.

Él obedeció prestamente. Se había acostumbrado a seguir al instante los mandatos de su antigua discípula.

  • Esto tiene mejor aspecto. Aún están hinchados, pero ya no se ven amoratados como ayer.

Rosita sujetó el pene de Ricardo con delicadeza y empezó a aplicar la olorosa crema por todo el territorio del escroto, removiendo suavemente uno a uno los testículos entre sus dedos. La verga de Ricardo era alargada, con un glande rosado y pequeño, que empezaba a crecer en aquel momento. Pronto ganó consistencia y se hinchó levemente entre los dedos de la jovencita.

  • ¿Ves como estás mejor? - preguntó ella sonriendo.

  • Sí, pero para, que me estás poniendo...

  • Ya lo veo, pero eso es bueno, Ricardo. Relájate y disfruta; es mi forma de pedirte perdón por lo que te hice.

Ricardo se relajó, como se le ordenaba. Los dedos pringosos amasaban suavemente su bolsa y friccionaban más enérgicamente el mango. Rosita paró un momento para verter un chorrito de aceite directamente en la punta del miembro; luego lo distribuyó con dos dedos por toda la superficie rosada.

  • Rosita, me da miedo correrme - advirtió él - Hace muy poco que estaba todo morado.

  • Has de ser valiente, cielo - contestó ella con una sonrisa beatífica - Si tienes sangre retenida, es mejor que la expulses...

  • Ay, para, para ... - suplicó él.

Pero Rosita hizo caso omiso e incrementó la velocidad y la presión, amasando ahora con energía el escroto y subiendo y bajando la mano sobre la verga a un ritmo acelerado. El aceite limitaba la violencia de los movimientos, pero Ricardo entró en éxtasis sin poder evitarlo. El grito de placer se oyó por toda la casa, aunque Beatriz y Mercedes lo percibieron como un gemido de dolor y acudieron a la alcoba alarmadas.

Rosita babeaba de gusto viendo manar un chorro de esperma rosado de la polla de su maestro. La eyaculación se alargaba más de lo conveniente, pero la chica se sentía poseída por aquella pasión sádica que la dominaba a menudo.

  • ¡Rosita, Rosita!- Gritó Mercedes - ¡para, para, que lo matas!

  • ¡Nooo, nooo! ....¡Que no pare! - gimoteó Ricardo.

Pero Rosita ya había reaccionado, saliendo de su trance y soltando los genitales de su amigo. Se miró las manos pringadas de aceite de coco y de semen, que se confundían por su color y consistencia. Algunas manchas oscuras delataban la presencia de pequeños coágulos entre el material expulsado.

  • Lavadlo - ordenó la muchacha apartando las manos pringadas - voy a limpiarme. ¿Estás bien?

  • En la gloria, Rosita. Gracias, gracias. Ha sido muy.... curativo.