Las violaciones de mi mamá en casa (2)
Regreso con mi madre de misa, pero antes de entrar en casa unos hombres nos asaltan, entrando con nosotros en casa, y todos disfrutamos a placer de mi mami. Ahora en el salón.
El jefe eligió dentro del armario unos zapatos de tacón y la dijo que se los pusiera.
Eran los que tenían más tacón y por ese motivo nunca, hasta ese día, la había visto con ellos puestos, quizá nunca se los puso hasta ese día.
Ella se sentó en la cama y, desnuda, se los calzó.
Era curioso pero, a pesar de estar totalmente desnuda, con un cuerpo espléndido, me fui en ese momento a fijar en sus torneados y fuertes muslos que lucían espléndidos, hermosos, brillando por la luz que entraba por la ventana, y como los movía al cruzar las piernas.
¿Cómo era posible que debajo de ese disfraz de integrismo religioso hubiera un cuerpo tan hermoso y deseable?
Una vez se puso los zapatos, bajo la atenta mirada de los cuatro, el jefe la dijo que les pusiera unas bebidas en el salón, hacia donde se encaminaron.
Ella iba delante y los cuatro detrás, mirando embobados como movía su culito, tambaleándose en cada paso que daba sobre sus tacones.
Dando un paso estuvo a punto de caerse de culo, pero las manos del jefe se posaron sobre sus nalgas, sujetándola y volviendo a colocarla de pies.
Se sentó el jefe en el sofá que estaba en mitad de la habitación y el más joven en la butaca enfrente, mientras que a mí me obligaron a sentarme en una silla algo retirada, todavía con las bragas en la cara y los tapones en los oídos.
El rubio, más inquieto, no era capaz de permanecer sentado en el salón, y se fue a buscar algo de valor que pudiera robar.
Era un espectáculo ver a mi madre totalmente desnuda, paseando torpemente por el salón sobre sus tacones, llevando una bandeja con bebidas a los hombres que la acababan de violar.
Sus glúteos macizos se bamboleaban en cada movimiento que hacía llevando con cuidado la bandeja con los vasos, las botellas de licor y el cubilete con los cubitos de hielo.
Primero se inclinó para servir su bebida al más joven, poniendo, supongo que de forma involuntaria, su culito en pompa, y recibió un sonoro azote del jefe que se levantó lo suficiente del sofá como para dárselo.
Debido al azote, mi madre se desplazó hacia adelante, pegando con sus tetas en la cara del más joven y vertiendo un poco de su bebida sobre la bragueta de su pantalón.
El jefe la avisó en ese momento:
- Eso se limpia, eh, pero antes me das mi bebida que estoy sediento.
Girándose hacia el sofá, se acercó con las bebidas.
La mano del jefe se posó en el culo de mi madre y de ahí no se apartó durante el tiempo que tardó ella en servirle la bebida, manoseándolo y sobándoselo a placer.
Una vez servido, el jefe la dijo que limpiara el pantalón del más joven, pero con la boca.
El mensaje estaba claro.
Ella se acercó al más joven que permanecía sentado en la butaca con las piernas abiertas.
Se agachó, colocando la bandeja en el suelo ante la mirada del jefe que, sonriendo, no dejaba de mirarla el culito.
Después de dejar la bandeja en el suelo, se puso de rodillas entre las piernas del más joven.
Le bajó la cremallera de la bragueta y le soltó el botón del pantalón, sacándole a continuación el cipote tieso, erguido y duro como una piedra.
Unas caricias con las manos, sobre todo con la derecha, subiendo y bajando por la verga, fueron el preámbulo de lo que vendría después.
Acercó su cara a la polla, y empezó el juego de besarlo, recorrerlo con su lengua lentamente de arriba a abajo y de abajo a arriba, lamerle la punta del cipote y metérselo en la boca, chupándolo golosamente como si fuera un sabroso helado.
Estaba claro que no era la primera vez que hacía una felación. Era una auténtica experta. ¿Cuántas veces lo había hecho antes? y ¿a quién?
Todo esto hizo que el joven estuviera cada vez más y más excitado, tanto que acabó eyaculando explosivamente sobre la boca, la cara e incluso el escote y las tetas de mi madre.
Se estaba limpiando, todavía de rodillas, cuando entró el rubio en el salón.
Llevaba en una mano un pañuelo con cosas que había robado, posiblemente relojes de mis padres, gemelos y alguna que otra joya.
En la otra mano llevaba algo con forma de pene gigante, que se lo dio al jefe.
Todas las miradas se dirigieron a mi madre, que se puso roja como un tomate, y bajó su mirada al suelo, sin atreverse a mirar a nadie.
El jefe, mirando el pene que tenía en la mano, tocó un botón, y el artefacto empezó a vibrar ruidosamente.
Entonces, apagando el aparato, miró sonriendo a mi madre y la dijo que se acercara.
La hizo sentarse sobre sus rodillas, donde, sobándola el culo con una mano y enseñándola el vibrador con la otra, la preguntó:
- ¿Es tuyo?
Mi madre sin mirarle, asintió con la cabeza avergonzada.
El jefe volvió a preguntarla:
- ¿Lo compraste tú?
Mi madre, con la vista fija en el suelo, negó con la cabeza.
- ¿Quién te lo compró?
- Mi marido.
Fue lo que respondió con voz baja y tímida, pero el jefe volvió a la carga.
- ¿Por qué te lo compró?
- Para que lo usara.
- ¿No te folla él?
- Si, sí que lo hace.
- ¿Muchas veces? ¿Cuántas por semana?
- Antes unas dos o tres, ahora solo los sábados por la noche, pero él siempre quiere más.
- ¿No tendrá tu marido una polla tan grande como ésta?
- No, es más pequeña.
- ¿Es como la mía?
- No, es más pequeña.
- ¿Cómo la de estos?
Mi madre respondió con un gesto ambiguo.
- ¿Nunca has puesto los cuernos a tu marido?
- Nunca.
- Entonces, además de nosotros tres, ¿nadie te ha follado?
Ante mi sorpresa, mi madre no dijo que no, sino que movió la cabeza como diciendo que sí.
- Explícate.
- Antes de casarme.
Se paró un momento, pensando y todos, atentos, esperamos que continuara.
- Y después de casarme, pero fue porque me violaron.
¡No me lo podía creer! ¡Lo que había dicho!
El jefe volvió a preguntarla, entusiasmado.
- ¡Coño! Danos más detalles. Pero primero, antes de casarte, ¿quién fue? ¿cómo?
- Antes de conocer a mi marido, tuve dos novios y los dos lo hicieron conmigo. Yo les decía que mejor esperar a casarnos, pero me engañaron, y al fin lo consiguieron.
- Dime como lo lograron, al menos, la primera vez.
- Uno de ellos, el más insistente, se encerraba en su casa conmigo, cerrando con llave la puerta de la calle y allí, sin poder salir, me obligaba a jugar al ajedrez con él. Sabía lo mucho que me aburría el juego y, así para dejar la partida y poder salir, me tenía que acostar con él. Y así me acosté con él muchas veces. Fuera de su casa parecía normal hasta que llegaba a su casa y se transformaba. Yo nunca aprendía, siempre me engañaba.
El jefe comenzó a reírse y los otros dos con él, pero fue un momento ya que enseguida dejó de reír y la volvió a decir:
- No entiendo por qué no te violaba directamente.
- Porque sabía que si me violaba nunca volvería con él. Y de esta forma podía follarme siempre que entrara en su casa.
- Muy ingenioso. ¿Y tu otro novio? ¿cómo lo logró?
- Era muy buena persona y muy religioso. Siempre me acompañaba a misa, pero un día estaba muy deprimido por las discusiones que tenían sus padres, y tuve que animarle por lo que me acosté con él. Desde entonces cada vez que lo veía estaba muy deprimido y cogí la costumbre de acostarme con él. Estuve meses acostándome con él varias veces por semana, hasta que un día me enteré que sus padres hacía años que se habían separado y que no se veían. Lo dejé.
Volvieron otra vez a reírse, pero el jefe quería más por lo que continuó interrogándola.
- ¿Qué edad tenías cuando perdiste la virginidad?
Mi madre iba lanzada, había comenzado y no había forma de pararla.
- Debía tener unos quince años, iba todavía con uniforme al colegio. Fui a ver a un profesor que me había suspendido un examen. Me obligó a hacerle una felación y luego … hicimos el amor encima de su mesa de despacho. Cambió la nota y me puso un sobresaliente.
- Y sobre las violaciones ¿qué? ¿quién te violó? ¿cómo fue?
- Antes de casarme, fui con unas amigas a una discoteca. Allí conocí a un chico muy simpático con el que estuve hablando animadamente y bailando toda la noche. A las 5 de la mañana se ofreció a llevarme en coche a casa, pero, en el trayecto con la excusa de ir por un atajo, me llevó a un descampado y me violó.
- Y de casada, ¿te habrán echado algún polvo?
- Una vez encontré una araña en la cocina, y, asustada, salí corriendo de la casa para pedir ayuda. Un vecino que encontré en las escaleras, entró en casa para matarla. Pero en lugar de matarla me la metió por el escote del vestido. Me puse histérica y, en un ataque de pánico, me arranqué toda la ropa. Él, al verme desnuda e indefensa, me tumbó sobre la mesa de la cocina y me violó.
De ese polvo que la echaron si me acuerdo, estaba yo presente, aunque luego hice como si no supiera nada. El vecino que se la tiró todavía vive en el edificio, y ha intentado varias veces repetir su experiencia, aunque desconozco si lo ha vuelto a conseguir.
El jefe la preguntó de nuevo:
- Tú que eres tan religiosa, supongo que confesarías todo esto al cura en confesión, ¿no?
Mi madre, muy recatada, respondió tímidamente.
- Fui obligada a hacerlo, contra mi voluntad. Fui violada por la fuerza o engañada, por lo que no cometí ningún pecado.
Curiosa respuesta. Aunque disfrutó, como fue en teoría contra su voluntad, no cayó en pecado.
- Pero entonces, ¿nunca has confesado ningún acto sexual al cura?
Mi madre, sonriendo, le respondió.
- Si lo he hecho alguna vez, y siempre el padre me ha pedido que le diera detalles, muchos detalles.
En ese momento, el rubio, que había estado escuchando lo que contaba mi madre, trajo el taburete del baño, lo puso frente al sofá a pocos centímetros, y, girando su asiento, lo subió al máximo.
Luego asió el brazo de mi madre e hizo que se levantara de las rodillas del jefe y se sentara en el taburete, no sin antes haberla sobado el culo.
Se agachó, quitándola los zapatos y, dándola dos besos, uno en el medio de cada uno de sus muslos, y otro en su vulva.
Con los zapatos en la mano se sentó en el sofá, dejándolos en el suelo a sus pies, y miró directamente a mi madre.
Ahora eran dos los que estaban sentados en el sofá, el jefe y el rubio.
El jefe, algo molesto porque habían levantado a mi madre de sus rodillas, abrevió el interrogatorio.
- Entonces, volviendo al vibrador, ¿tu marido lo utiliza contigo? ¿te lo mete por el coño?
- Alguna vez, pero hace bastante tiempo que no.
- ¿Lo utilizas tú? ¿Te masturbas con esto?
- Alguna vez lo he hecho.
- Demuéstranos como lo haces. Ahora mismo.
Y extendió el brazo con el vibrador hacia mi madre, que, tras mirarlo asustada durante un instante, lo cogió.
El joven se levantó de la butaca donde estaba sentado, y se acercó al sofá, poniéndose detrás del mismo, donde apoyó los brazos para ver mejor a mi madre.
El jefe, viendo como mi madre estaba mirando pasmada a los tres hombres, la apremió.
- Venga, ¿a qué esperas?
Mi madre se puso muy colorada, y, mirando el vibrador como si le hubiera caído del suelo, lo encendió.
El pene gigante empezó a vibrar, y se lo acercó a la vulva, acariciándola. Un gemido escapó de sus labios.
Se lo restregó con cuidado de arriba a abajo y de abajo a arriba por la vulva, gimiendo.
Incidió en el clítoris y sus gemidos crecieron, donde estuvo un buen rato, pero antes de alcanzar el orgasmo, lo movió a la entrada a la vagina y, mediante movimientos circulares, se lo fue poco a poco introduciendo, sin dejar de gemir, hasta que lo metió hasta el fondo. Luego fue poco a poco, con cuidado, sacándolo, hasta casi dejarlo fuera, para volver, con menos cuidado, a introducirlo nuevamente. Repitiendo el proceso cada vez más rápido, con menos cuidado, mientras sus gemidos crecían y crecían.
El más joven se acercó a ella, y poniéndose de rodillas entre sus piernas, la quitó el vibrador de las manos, apagándolo.
La sujetó por las caderas, y comenzó a lamerla la vagina con lametones largos y pausados que la recorrían en toda su extensión, haciendo que mi madre, que había dejado de gemir, volviera otra vez a hacerlo.
Mi madre con la cara encendida, apoyo sus manos sobre la cabeza del hombre, agarrando su pelo.
La mano del hombre que sujetaba el vibrador abandonó la cadera de mi madre, acercándose a su vulva y, encendiendo el aparato, se lo fue introduciendo poco a poco por la entrada a la vagina, comenzando nuevamente a lamerla, concentrándose especialmente en el clítoris.
Los gemidos de mi madre se convirtieron en auténticos aullidos de placer, mientras la sacaban y la volvían a introducir una y otra vez el vibrador en la vagina.
Se agitaba de forma convulsiva, tirando del cabello del joven que la estaba masturbando, amenazando con arrancarle todo el pelo.
Si no se caía del taburete fue por los brazos del hombre que a duras penas la sujetaban.
Un chillido desgarrador de placer supuso que había alcanzado el clímax.
El joven se levantó, limpiándose la boca con la mano, y se retiró, dejando que mi madre pudiera cerrarse de piernas, protegiendo su sexo con las manos, sonriendo alelada por el placer que la acababan de dar.
El jefe también se levantó del sofá y dirigiéndose a mi madre, la dijo visiblemente complacido:
- Ya es hora que vayamos terminando, y que mejor forma de hacerlo que en tu cama. ¡Venga vamos!
Esta vez también sin zapatos, totalmente desnuda, se encaminó hacia el dormitorio, seguido por todos nosotros.
El más joven tampoco en esta ocasión se olvidó de mí, me cogió del brazo y me obligó a acompañarles.
Llegamos al dormitorio, y el jefe retuvo por el brazo a mi madre para que no se tumbara en la cama.
Fue él el que, quitándose el calzón que llevaba, se tumbó desnudo bocarriba en medio de la cama, obligando a mi madre a ponerse a horcajadas sobre él.
Mi madre cogió con su mano el cipote tieso y se lo metió en la vagina, empezando a cabalgar sobre él.
Las manos del hombre iban de las caderas de mi madre a sus muslos y culo, y de ahí a las tetas, que se las sobó a placer, insistiendo en sus pezones puntiagudos.
Su cabalgada era cada vez más rápida, y el jefe solamente ya podía cogerla por las caderas y el culo.
Los glúteos macizos de mi madre subían y bajaban por los brincos que pegaba, y sus tetas se balanceaban de forma descontrolada, sin perder su forma.
Los jadeos del hombre se acompasaban por los grititos de placer que daba mi madre.
Al fin el hombre la sujetó por las caderas para que no se moviera más, y eyaculó otra vez dentro de ella, quedándose quieto con la mirada apagada.
Mi madre desmontó y se tumbó también bocarriba al lado del hombre que acababa de follarse, cerrando los ojos, despatarrada, con el coño abierto y goteando después del polvazo que acababa de echar.
El rubio se acercó a ella y levantándola los brazos, ató una de sus muñecas a la cabecera de la cama con uno de los pañuelos de mi madre. Luego hizo lo mismo con la otra, repitiendo la operación con cada uno de sus tobillos pero ahora a los pies de la cama.
Ahora estaba desnuda en posición en “X” totalmente desnuda y exponiendo sus genitales a la vista de todos.
Iba el rubio a follársela otra vez, pero el jefe le retuvo.
- Nos vamos. Ya hemos estado mucho tiempo aquí y puede llegar el marido.
El rubio le miró irritado, pero le hizo caso, vistiéndose otra vez.
Estaban todos vestidos e iban a marcharse cuando el jefe se dirigió a mi madre que le miraba con gesto suplicante.
- Tú te quedas así. Pero no te preocupes que dejamos abierta la puerta de la calle para que cualquiera que pase pueda entrar y echarte unos buenos polvos.
Se acercó a ella con otro de los pañuelos de mi madre y se lo puso tapándola los ojos, comentándola.
- Esto es para que no sepas quién te echa el polvo y así no se corte al hacerlo. Y además te voy a poner unos tapones en los oídos para que no oigas cuando venga, que te pille por sorpresa y así disfrutes más.
Y le puso unos tapones en los oídos, sujetándolos con cinta aislante para que no se salieran.
Luego me cogió del brazo y me llevó al salón, sentándome en una silla, y susurrándome al oído.
- Sabemos que has visto y oído todo, y, viendo el bulto tan grande que todo el tiempo has tenido en el pantalón, te ha encantado. Ahora tu madre no se puede mover, ni ver ni oír. Es el momento que disfrutes de ella.
Puso el vibrador sobre mis rodillas, y noté como cortaba y me quitaba la cinta que sujetaba mis muñecas, marchándose a continuación a paso ligero con los otros dos que le esperaban en la salida, cerrando la puerta a sus espaldas.
Me quedé varios minutos quieto sin saber qué hacer, y al final tomé la determinación: ¡A follar!
Me quité los restos de cinta y, cogiendo el pene mecánico, fui primero a la puerta de la casa y la cerré con llave, echando la cadena. Luego, quitándome los zapatos, me encaminé hacia el dormitorio de mi madre.
Allí estaba sobre la cama, completamente desnuda, con las tetas enormes descansando sin perder su redondez sobre su torso y bien abierta de piernas.
Tenía su cara mirando al techo, con la boca semiabierta.
Me puse a los pies de la cama, sin tocar la cama, entre las piernas de mi madre y me recree mirando detenidamente su vulva, todavía abierta de par en par. Luego caminando despacio en torno a la cama observé sus melones desde todas las posiciones. Ella no deba muestras de saber que había alguien más en la habitación.
Me coloqué otra vez a los pies de la cama, y me quité toda la ropa sin dejar de mirarla entre las piernas.
Luego ya desnudo, con el vibrador en la mano, salté a la cama.
¡Cómo se agitó despavorida! ¡La cara de susto que puso mi mami todavía me excitó más!
De pies sobre la cama, me deleité mirándola desde arriba, la cara de miedo que tenía, sus tetas bamboleantes y su conejito jugoso.
Me tumbé encima de ella, chupándola y magreándola las tetas, duras como piedras. Tenían un sabor como a solomillo crudo y ¡con lo que me gustaba la carne poco hecha!, se las chupetee, lamí, mordí y amasé durante más de quince minutos, metiéndola mano entre las piernas, sobándola la vulva, los labios, el clítoris y metiéndola los dedos en su vagina, acariciándola y sobándosela a placer.
La oí chillar de terror y dolor al principio pero luego de placer.
La pasé el vibrador por los pezones y por la vulva, masajeándola el clítoris y metiéndoselo en la vagina hasta que ella también explotó de placer, poniendo toda la cama chorreando un líquido que expulsó.
Pero no había terminado, quedaba lo mejor. Tumbado como estaba sobre ella, con mi boca a la altura de sus pezones, la metí mi verga dura, tiesa y erguida en su vagina, antes de que explotara de júbilo, pero me bastaron unos pocos movimientos para que tuviera un gigantesco orgasmo. Uno de los más fuertes que he tenido en mi vida.
Después de descargar me quedé inmóvil, descansando mi cara sobre sus tetas durante varios minutos, viendo como el pecho de mi madre iba poco a poco recobrando la normalidad.
Me levanté empapado de sudor, de esperma y de otros fluidos y me fui a duchar tranquilamente.
Al salir de la ducha, mi madre seguía tumbada sin moverse, respirando ya con tranquilidad, pero yo ya había finalizado, así que la dejé como estaba y salí a la calle, eso sí, sin cerrar la puerta de casa para que pudiera follársela quien quisiera.
En el portal me encontré en el portal al vecino que años atrás se había follado a mi madre con la excusa de que había una araña en casa.
Iba solo y me preguntó muy animado, por mi madre. Era evidente que quería volver a follársela. Hoy era el día. Estaba de suerte, estaba en el lugar y en el momento adecuado.
Le dije que acababa de hablar con mi madre sobre él, sobre la maravillosa persona que era, siempre tan atento y educado.
Sonrío animado ante mis comentarios.
Le comenté que estaba arriba, sola y aburrida, y que la vendría muy bien que fuera a verla ya que mi padre no llegaría hasta la noche y yo me iba al cine.
Le vi subir corriendo por la escalera, subiendo de dos en dos los escalones, ansioso por encontrar a mi mamá.
Y yo me marché silbando alegremente pensando en qué iba a gastarme las 5.000 pesetas que había cobrado porque se follaran a mi mami.