Las Vengadoras III

Continuación de mis otros dos relatos. No apto para personas sensibles.

Nuestro refugio está protegido al mismo tiempo por su situación geográfica y por la superstición de la gente, en una antigua instalación de procesar café, abandonada hace muchos años. Uno más de los elefantes blancos hechos durante el sexenio portillista, que nunca funcionó pero sirvió para la foto oficial.

Como ese hay varios, muchos más, en toda esta zona. Sepultados en las cañadas y las estribaciones de la agreste sierra, solo son visitados muy de vez en cuando por algunos excursionistas más atrevidos que buscan un poco de intimidad. Pero de noche nadie se acerca. Hace muchos años un líder criminal utilizó estos lugares para llevar a cabo sangrientas ejecuciones, asesinando de paso a cualquier lugareño curioso que llegara, y desde entonces son una zona maldita. Y nos aprovechamo0s bien de ello.

Una larga brecha de terracería casi oculta por la hierba conecta el lugar con la carretera más cercana. Y un rio sin nombre estrella sus aguas sobre afiladas rocas en una caída que produce un ruido ensordecedor.

A pesar de que la maleza inunda todo aún hay espacios cerrados, con puertas funcionales, cuartos en donde según los planos originales se almacenarían los sacos de grano procesado.

En uno de ellos tenemos nuestro sitio de operaciones. El auto queda escondido detrás de una de las semiderruidas murallas, y alumbradas por una lámpara recargable salimos y arrastramos a nuestra víctima. Se resiste pero María C le mantiene la afilada hoja de la navaja en el cuello mientras la amenaza, y yo del otro lado la hago de la “buena” y le digo que lo mejor para ella es obedecer.

Seguramente piensa que se trata de un secuestro porque finalmente camina a tropezones, con la cabeza gacha y entra a la amplía área en dónde ya Marina colocó otras lámparas.

Pero tan pronto entra algo la hace sospechar la terrible realidad, y parece enloquecer. Pero es imposible que haga algo, así con las manos amarradas. Una la sujeta del cabello y otra le traba las piernas con una zancadilla haciéndola caer pesadamente de espaldas en el duro piso cubierto por una lona. El prominente trasero golpea duramente pero no azota la cabeza porque la detenemos y la obligamos a tenderse de espaldas.

Con la rapidez que da la práctica Diana de un lado y yo del otro atamos fuertemente sus tobillos con cuerdas de tendedero, delgadas pero resistentes, y las atamos a salientes de la pared que en su momento estaban destinadas a sujetar en su lugar la nunca instalada maquinaria.

Jalamos y las piernas se levantan y se abren a fuerza. Y aseguramos con fuertes nudos. Ahora ya está imposibilitada de hacer algo, aunque se retuerce y se sacude desesperadamente. Y para controlar un poco más sus movimientos Diana le pone la rodilla en el pecho aplastando sin lástima uno de los senos y corta la cinta que sujeta sus muñecas y entre las cuatro amarramos y tensamos a los lados dejándola con los brazos en cruz. Así finalmente queda quieta.

Descansamos un rato del esfuerzo de amarrarla mientras comentamos nuestras impresiones. Ese es el momento en que por fin podemos respirar tranquilas. Ya en la seguridad de nuestro refugio, sin preocuparnos de que puedan descubrirnos, nos preparamos para iniciar una larga sesión de tortura. Nos sabemos seguras. Si algún lugareño llegara a ver luz o escuchara algún ruido pensaría, o que son las almas en pena de los múltiples ejecutados en la zona, o que son narcos entregados a realizar algún ajuste de cuentas.

Es momento de desnudarla. Desde hace un buen tiempo descubrimos que era mucho mejor inmovilizarla primero y después cortarles la ropa con tijeras. Lo hacemos entre dos, cada una con su tijera correspondiente. Con toda calma abrimos el suéter y la blusa por los costados y los hombros y se lo sacamos en dos trozos, y después abrimos las piernas del pantalón hasta que queda en ropa interior.

No tiene un cuerpo de modelo. Está un poco pasada de peso y su cintura es gruesa y con estrías y algunas lonjas apenas contenidas por la pantaleta. Piernas gruesas y vientre levemente abultado indican que es una mujer que se ha dado una buena vida, y que no ha sido una fanática de los gimnasios ni de la alimentación saludable.

María C no espera más, y con movimientos rápidos corta los tirantes y la parte media del brasier, y los costados de la pantaleta, y la mujer queda completamente desnuda, con todo a la vista.

Sus senos son grandes, pesados. Uno de ellos muestra ya un oscuro moretón en la zona en que se enterró la rodilla de Diana. Entre las piernas se ve una panocha prominente medio oculta en una espesa mata de vello negro rizado.

  • ¿Empezamos como siempre? – La que pregunta es Diana

  • Pues yo opino que sí. Para irla calentando poco a poco.

  • Entonces primero las chichotas y después lo más interesante.

  • Por mí no hay problema. Eso ha funcionado bien. – Yo estoy de acuerdo en mantener el mismo orden en los castigos que nos ha dado buenos resultados anteriormente.

Y es que siempre hay que tener en cuenta esos detalles, sobre todo porque lo que menos queremos es que todo termine demasiado pronto. Un ataque que provoque una hemorragia incontrolable o daños internos graves puede acortar incluso en horas lo que debería ser una larga sesión. Por eso primero vamos sobre aquellas partes que sabemos que no pondrán en riesgo su existencia, principalmente los senos.

Son sensibles, son delicados, y están por fuera. Podemos hacerles muchas cosas, lastimarlos de maneras diferentes, y no hay ningún riesgo de dañar órganos internos. Pero el sufrimiento es inmenso. Después podremos pasar a lo demás.

Y preparamos nuestras herramientas: Un encendedor y una vela grande, agujas de costura de las largas, unas pinzas de electricista…