Las Vengadoras II
Segunda parte de mi historia. Somos un grupo de mujeres que castigamos a quienes se lo merecen. No apto para personas sensibles.
Soy María G. Como ya mencioné en mi anterior relato, formo parte de un grupo de 4 mujeres que nos dedicamos a castigar a las personas que se lo merecen. No me considero ni buena ni mala. No pierdo tiempo en disquisiciones morales. Solo sé que la vida es injusta, y que tratamos de equilibrarla un poco.
No somos novatas. Tenemos ya casi tres años de estar haciéndolo, y aunque al principio se nos complicaba, ahora ya hemos desarrollado varias técnicas que nos han dado muy buenos resultados.
Mi amiga María C tiene un cochecito, un vocho modelo 93 pero siempre bien afinado y con la máquina al cien. Lo que menos queremos es quedarnos paradas a media autopista con una vieja bien amarrada y amordazada en el asiento trasero.
Aún tenemos contactos y amistades en nuestra tierra natal, y ahí con dinero puedes comprar lo que quieras. Así conseguimos dos juegos de placas falsas, de quitar y poner, obvio de diferentes estados. Y también conseguimos varias calcomanías de vinil removible y reusable, de esas que se usan para tunear a los autos solo por un rato. De ese modo no hay riesgo de que nos descubran a través del auto, en el supuesto de que alguna persona nos vea en el momento de levantar a la víctima en turno. Una vez quitadas las calcomanías y las placas el auto vuelve a ser un inofensivo vochito gris. Porque en este trabajo los detalles más pequeños te hunden.
Nosotras también utilizamos pelucas y nos ponemos tatuajes falsos. Cuando nos describen en sus declaraciones mencionan a una pelirroja o a una castaña, de pelo largo, con tatuajes de serpientes en los brazos y el cuello, y yo soy morenita pelo corto y negro, y no tengo tatuado ni siquiera un corazoncito. Por eso hemos podido pasar todo este tiempo sin despertar la menor sospecha.
Utilizamos las redes sociales y el boca a boca para recibir posibles trabajos. Pero nunca actuamos a ciegas y rápidamente. Es un proceso largo en el que platicamos mucho con la persona que nos contacta hasta asegurarnos de que no cae en contradicciones o se desespera y nos presiona. Las que lo quieren hacer por pura maldad, por vengarse de un inocente o algo parecido, pronto se delatan solas. Quieren hacer todo a las prisas, se molestan con las preguntas que les hacemos, y finalmente terminan bloqueándonos o bien empiezan a fantasear y a equivocarse en su versión de los hechos. Las que son sinceras, por el contrario, repiten siempre la misma versión, y aceptan todas nuestras condiciones. Mientras tanto investigamos discretamente a las personas en cuestión, la que acusa y la acusada. Por eso sabemos bien que nunca hemos castigado a alguien inocente.
Cuando llega el momento de actuar ya conocemos a la perfección a la víctima, sus horarios, sus costumbres, sus rutinas, sus gustos y aficiones, sus negocios, sus intereses…
Si es vanidosa le ofrecemos una promoción de uñas postizas o un remate de cosméticos, si se dedica a las ventas le hacemos un pedido muy grande para que por el mismo interés se confíe. Lo importante aquí es aparecer muy convincente, para no despertar sospechas, y para eso María C se pinta sola. Yo siempre le digo que es mejor que las actrices de telenovela. Hasta por hombre se ha hecho pasar cuando se trata de una de esas mujeres que buscan sexo a toda hora o prometen sexo por dinero.
Pero esta vez se trata de una mujer que solo piensa en signos de pesos, capaz de vender a su misma madre por unos dólares. Usurera, ambiciosa, con el corazón de piedra y el cerebro devorado por la obsesión enfermiza de acumular riquezas.
Tiene una casa de empeño y se aprovecha sin piedad de los infelices que por pura necesidad caen en sus manos, renta varios cuartos paupérrimos y deteriorados y cobra rentas altísimas a fuerza de amenazas y desalojos, y no se ha detenido ante enfermedades y fallecimientos para exigir esas últimas monedas ganadas con sudor y lágrimas.
Hace unas semanas desalojó a una pobre señora que vendía gorditas y otros antojitos para tratar de salir adelante con su madre enferma, y cuando su inocente hija de 15 años intentó reclamarle llevada por el coraje y la desesperación, fue abofeteada y golpeada sin compasión. No tuvo la menor oportunidad, menuda y delgadita ante aquella mujer alta, rolliza y bien alimentada, y terminó su heroico esfuerzo con la nariz quebrada, los labios reventados y algunos dientes desprendidos.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Esa fue su última fechoría. Una vecina a la que ya habíamos ayudado hace poco más de un año nos platicó la situación. No necesitamos investigar mucho. Esa tipa tenía una fama negra y nadie hablaba bien de ella. Así que no quedaba mucho por pensar.
Y tampoco fue difícil pensar en la mejor manera de agarrarla. Siendo una persona que vivía solo para el dinero qué mejor que ofrecerle un buen negocio. Mi amiga María C la contactó haciéndose pasar por una desesperada mujer con su esposo enfermo e internado en el seguro social, obligada a mal vender las alhajas que había heredado de su abuela. Necesita el dinero con urgencia y parece que ni siquiera sabe lo que tiene, pero entre su atropellada verborrea entiende que hay anillos y una cadena y otras cosas más. De momento algo no le pareció muy conveniente pero a fin de cuentas como puedes sospechar de una mujer que te suplica entre llantos y suspiros, y terminó casi pidiendo ella misma ir a su casa para hacer el trato directamente en vez de arriesgarse a que aquella desesperada y un poco despistada mujer terminara dejando las alhajas olvidadas en el taxi.
Tras algunos alegatos y propuestas terminó aceptando acompañarla cuando fuera a su casa en compañía de unos familiares, porque fue tan enredada y llena de contradicciones la explicación del lugar donde vivía que era más fácil que llegara primero a la luna que a esa casa perdida en esas colonias nuevas con calles sin nombre y vueltas y callejones.
Y así quedó el trato. Las esperaría en un crucero, un poco adelante de la clínica del seguro, e iría con ellas a la casa a cerrar el negocio. De todas formas tenían que regresar para comprar medicamentos y pasar la noche en la clínica. Y es que todo el secreto consiste en parecer convincente e inofensiva. Las personas nos confiamos muy rápidamente cuando nos sentimos superiores. Simple psicología, y de ahí nos aprovechamos.
Una vez determinado el día, en este caso el siguiente, es momento de poner a punto el coche y arreglar el equipo. Pero tenemos la costumbre de mantener nuestros útiles al día, porque siempre puede haber imprevistos. Ahí están las cuerdas, la cinta canela, las pinzas, las navajas y cuchillos, alambres, trozos de varilla y todo el resto de nuestra caja de herramientas.
Al principio improvisamos, pero a fuerza de ensayo y error fuimos encontrando cuales eran los instrumentos más adecuados para llevarlas al sufrimiento más extremo. Hoy ya tenemos nuestra lista completa, aunque de vez en cuando nos sentimos creativas y nos ideamos algunas cosas nuevas.
Desde que aceptamos un trabajo empezamos a planear que le haremos, para no tener indecisiones en el momento de las acciones. En ocasiones son las mismas personas que nos hacen el encargo quienes solicitan algún tratamiento en especial, pero si no es así lo decidimos nosotras de acuerdo a nuestros impulsos del momento. Y desde el primer momento supimos que esta tipa merecía un tratamiento especial.
Hay ya mucha práctica en estas cosas. No hay necesidad de apresurarse porque todo está ya en el lugar correspondiente. Solo es cuestión de colocar las placas falsas (utilizan imanes), de aplicar las calcomanías, y en punto de las cinco treinta de la tarde nos ponemos las pelucas, los tatuajes, los lentes y los cubrebocas, y salimos a la carretera. Antes ya confirmamos con un mensaje que no hay ningún inconveniente por parte de nuestra víctima.
Parece mentira, pero a pesar de estar haciéndolo cada 15 o 20 días aun sentimos ese delicioso cosquilleo de la adrenalina corriendo en las venas, cada vez que nos ponemos el “uniforme” y salimos rumbo a una nueva misión. Nunca termina uno de acostumbrarse.
A eso de las seis llegamos a la cita, y con gran placer vemos que ahí está ya la desgraciada vieja esperándonos. Ya se le informó de que se trata de un auto bastante llamativo y solita se acerca y nos saluda amablemente.
Es una mujer como de 40 años, tal vez uno o dos más. Es alta y un poco gorda, no blanca ni morena si no eso que han dado en llamar apiñonada, de pelo oscuro a media espalda. A pesar de que trata de parecer amable no puede esconder el gesto de superioridad y desdén que ya tiene marcado en el rostro desde siempre. Viste de colores serios, pantalones ceñidos y un suéter largo. Hace un poco de frio y sopla viento esta tarde de otoño.
Habla con Marina que es quien conduce, trata de subir pero atrás voy yo con María C. Yo me bajo y la invito a subir, ella duda un poco, pero finalmente acepta y termina aprisionada entre yo y mi amiga. Diana ocupa el asiento del copiloto. Y mientras María C habla como una tarabilla dando pelos y señales a cual más gráfico de la penosa enfermedad de su esposo Diana arranca el auto.
Lo demás lo tenemos perfectamente sincronizado. Diana enciende el equipo de sonido y las notas de una alegre canción de banda inundan el reducido espacio. María C sin dejar de hablar hurga en su bolso para sacar un pañuelo porque amenaza con romper en llanto, pero en vez del pañuelo lo que saca es una navaja de resorte que apoya en el cuello de la mujerona que no tiene ningún tiempo de reaccionar. Al mismo tiempo Marina acelera en la autopista y yo me subo sobre sus gruesas piernas para inmovilizarla y le pongo varias vueltas de cinta canela en la boca porque ya empieza a proferir palabrotas, pasando apretadamente por detrás de la cabeza. Y después sujeto sus muñecas con varias vueltas de la misma cinta. Bajo la presión constante de la navaja que ya le hizo un leve rasguño en el cuello del que brotan una o dos gotas de sangre, es obligada a tenderse en el piso y cubierta con una cobija. Nosotras ponemos los pies encima, y el viaje continúa en absoluta tranquilidad.
Ese es el momento de mayor peligro, por eso tratamos de hacerlo siempre sin equivocaciones. Pero la sorpresa siempre juega a nuestro favor. Además en lo primero que piensan es en un secuestro exprés o algo similar, y prefieren no arriesgarse a recibir una herida. Porque mi amiga les susurra al oído todo tipo de insultos y amenazas. Si supieran todo lo que les espera se defenderían con uñas y dientes.
En este trabajo todo el secreto es despojarse de la piedad y la compasión. No verla como una mujer si no como una cosa. Por eso la cinta apenas y la deja respirar, y liga sus manos tan apretadamente que se le ponen heladas. Por eso entierro la rodilla en su vientre sin importar los daños que cause.
Lo hacemos rápido. Cada una sabe perfectamente su papel. Cruz la amenaza y le dice que si se opone se la carga el diablo, yo me subo a sus piernas y presiono su vientre con la rodilla para inmovilizarla, y aseguro su boca y manos. Una vez atada y amordazada se la cargó su madre.
Ahora hay que manejar con calma, respetando todos los señalamientos, sin prisas ni nada sospechoso. Nos cruzamos con varias patrullas, hacemos altos, dejamos pasar un tren, y finalmente llegamos a nuestro refugio.
Continuará.......