Las vendedoras gitanas
Me quedo sin quere desnudita delante de dos vendedoras gitanas desconocidas para mi.
LAS VENDEDORAS GITANAS.
Hola a todos, me llamo Estrella, tengo 19 añitos, vivo en una pequeña ciudad de España, y quiero contarles una cosa que me paso hace un par de meses, de cómo, para mí que soy muy tímida y reservada, me quede completamente desnuda delante de dos mujeres desconocidas.
Me describo brevemente para que podáis haceros una idea, soy morena, tengo la piel clara, pero no pálida, no soy muy alta, mediré cerca de 160 y algo, más o menos, soy delgadita, no tengo unas tetas grandes pero tampoco estoy plana, tengo un pecho normal vamos, y un culito respingo como dice mi padre.
Lo que les quería contar sucedió hace unos cuantos días, yo había acabado los exámenes de mi primer año de carrera, he aprobado todo y comencé a disfrutar del verano. Vivo con mi padre y mi madre en un pequeño piso de una ciudad no muy grande. Mis padres trabajan los dos, por lo que me pasó casi todas las mañanas sola tirada en casa, pero muy recatadamente, vestida con una camiseta de tirantes y mi pantalón de pijama. Como me aburría mucho, decidí apuntarme con unas amigas a una especie de campamento donde pasar unos días en el campo, al aire libre. Mi madre me dijo que necesitaría algo de ropa. Como no somos ricos, compramos la mayor parte de la ropa en un mercadillo cercano que todas las ciudades y pueblos tienen. Allí fue donde mi madre conoció a una vendedora gitana muy simpática que vendía casi de todo. Estuvimos mirando cosas pero no tenía todo en su puesto y la mujer muy amablemente le dijo a mi madre que los días en que no está en el mercado vende la ropa de puerta en puerta, pero no a todo el mundo, solo a gente que parece de fiar, y mi madre se lleva bien con ella. Mi madre acordó que se pasará un día por nuestra casa para llevarnos algo de ropa, la mujer preguntó si buscamos algo concreto y le contesto que sí, pantaloncitos cortos, camisetas y algún bikini o bañador, y que si ella no estaba no se preocupara que estaría yo y me dejaba el dinero. La mujer nos dice que intentaría estar en un par de días por allí.
Dos días después, muy temprano y antes de irse a trabajar, mi madre me despierta para decirme que se va y que me deja dinero encima de la tele por si viniera la vendedora, que eligiera lo que quisiera. Vale le contesto yo todavía dormida. Poco más tarde me despierta el timbre de la puerta, no serían más de las diez de la mañana, aguanto un poco y cuando por fin comprendo que estoy sola en casa me levanto corriendo de la cama directa a la puerta. Ya voy, voy, digo mientras me acerco. Cuando abro la puerta me encuentro con dos señoras gitanas cargadas con dos grandes bolsas con ropa. Hola, saludo yo intentando parecer despierta. Hola me dice ella, la vendedora del puesto. Las invito a pasar y me dice que la otra señora es su cuñada, que le ayuda a cargar con la ropa. Me disculpo y le digo que me acaban de despertar y que voy a lavarme la cara para parecer presentable. Les ofrezco algo de beber antes de irme al lavabo pero no quieren nada. Voy a lavarme la cara y cuando vuelvo ellas están extendiendo algo de ropa sobre la mesa del comedor, han dejado las bolsas en el suelo y algo de ropa en las sillas de la mesa. El salón no es muy grande, tiene la mesa y a su lado queda el sofá enfrente de la tele donde mi madre me dejo el dinero, pero tenemos espacio para ver la ropa bien.
La situación es la siguiente, dos señoras gitanas atareadas sacando y colocando ropa que para mí son dos completas desconocidas en mi casa. Visten faldas muy amplias negras las dos, la vendedora lleva en la parte de arriba una jersey fino de color amarillo que deja ver un abultado pecho, tiene un par de tetas enormes pero caídas. Su cuñada lleva en la parte de arriba un jersey parecido pero en negro, como si fuera de luto, y también tiene las tetas caídas. Sus caras son amables, morenas de estar mucho tiempo al sol y marcadas por arrugas. Yo por mi parte me presento en el salón vistiendo mi pantalón de pijama y en la parte de arriba llevo una camiseta de tirantes blanca, es fina pero no se transparenta nada, además por los laterales no tiene mucha abertura, por lo que no se me ven ni se me escapan las tetas.
Me acerco a ellas, las miro como colocan la ropa, la vendedora me dice que cómo disfruta la juventud; yo le sonrío, no sé muy bien qué decirles ni qué hacer. Después de sacar bastante ropa, que han colocado sobre la mesa, me dice que mire a ver que me gusta, que podemos empezar si queremos por las camisetas o los pantalones cortos. Me acerco a la mesa y miro tranquilamente. La mujer que acompaña a la vendedora se sienta en una silla y me mira mientras me decido. La vendedora coge un pantalón corto vaquero de los que llegan por encima de la rodilla. Mira, tenemos de estos muy cómodos o incluso más cortitos para enseñar pierna las jóvenes que podéis. Me pasa el pantalón vaquero que yo cojo y saca otra aún más corto, estos que se quedan por encima del muslo. Los extiendo en el aire, pues son bonitos, me gustan. Anda pruébatelos niña, para verlo mejor, me dice. Bueno, es que no quiero hacerlas perder mucho tiempo, si con elegirlo me vale. No te preocupes, si hoy no tenemos que ir a ninguna casa más, ¿verdad cuñada?. Bueno, de acuerdo, me los probaré. Cojo los dos pantalones y me encamino hacía mi cuarto. Pero muchacha pruébatelo aquí así vemos como te queda y te podemos decir cómo te está. ¿eh? La miro un poco aturdida. Que si, venga, que nosotras te diremos si te están bien o no, ¿verdad cuñada? Mira a la otra señora que responde que si mientras me mira fijamente. Yo empiezo a ponerme un poco colorada. No sé, es que me da un poco de vergüenza, les digo yo; además, si no tardo nada en ir y volver a mí habitación. Pero chica que estamos entre mujeres, me dice la otra señora. La vendedora me mira sonriendo, anda niña que nosotras estamos acostumbradas, además podemos decirte si te van bien o no como lo haría tu madre. Venga, se acerca a mí y me coge del brazo para acercarme a la mesa. Me coge unos de los pantalones, lo más cortos, pruébate primero esos otros mi niña, dice. Bueno, respondo yo muerta de vergüenza.
Me termino de acercar a la mesa, dejo los pantalones vaqueros de los que llegan por la rodilla encima de la pila de ropa. Me paro unos segundos totalmente colorada y un tanto descolocada sin saber qué hacer. La vendedora me mira parada con los otros pantalones en la mano. La otra señora se ha levantado y remueve la ropa mientras me mira. Un segundo después me decido, pienso, total, solo te vas a probar unos pantalones, piensa que estas frente a tu madre o tu abuela. Me llevo las manos a la goma de mi pantalón de pijama, la camiseta que llevo no es muy larga, me llega por la cintura, con lo cual, cuando me quite el pantalón podrán verme completamente de cintura para abajo. Comienzo a bajar los pantaloncitos, debajo llevo unas braguitas rosas con puntos blancos algo viejas, tienen algún pequeño roto por la zona de la goma, pero que suelo ponerme para estar por casa. Apoyo una de mis manos sobre la ropa de la mesa y con la otra termino de quitarme el pantalón por los pies. Casi pierdo el equilibro. Cuidado niña que te nos caes, me dice la vendedora sin perder la sonrisa de la cara. Cojo mi pantalón del suelo y lo levanto, lo doblo un poco y me quedo unos segundos parada sin saber dónde ponerlo. Miro a la mesa. Déjalo por ahí niña, me dice la otra mujer señalando a mi sofá, no se te vaya a confundir. Asiento con la cara colorada, estoy en bragas delante de esas dos señoras. Me acerco al sofá y dejo el pantalón sobre él, les estoy dando la espalda, o mejor dicho, mi culete marcado por mis braguitas rosas.
Me acerco algo más decidida a la mesa de nuevo a coger los pantalones vaqueros que voy a probarme. Los cojo ante la atenta mirada de las dos señoras, ahora, la cuñada, ha dejado de rebuscar y me miran las dos. Las miro y se me escapa la risa floja de los nervios. Ay qué tímida la muchacha, me dice la otra señora. Las dos se sonríen. Me pongo el pantalón, me los subo a la cintura, me quedan algo pequeños porque noto como me cuesta entrar, sobre todo cuando alcanzo la zona del culete y las bragas. Lo subo del todo con algo de esfuerzo, pero me es imposible atármelo. Lo intento pero no. Creo que no me vale, demasiado pequeño, les digo. Vaya, me dice la vendedora mientras se me acerca para intentar darlo ella, como si de mi madre se tratara. Suelto los botones del pantalón y dejo las manos en el aire. Ahora es ella la que intenta atármelo, rozando con sus manos mi cuerpo, por encima de la camiseta y de vez en cuando por encima de mis braguitas. Lo intenta un par de veces, pero es imposible. Nada, oye, dice. Cuñada, mira a ver si hay otra talla u otros por ahí, le dice a la otra mujer que se pone a rebuscar. Es una pena, dice. Pues sí, respondo yo, sin saber qué hacer nuevamente. Aún tiene las manos en los pantalones, las retira pero acto seguido vuelva a acercarlas. Si es que con estos pantalones hay que ponerse unas bragas más finolis hija mía, me dice al tiempo que con un dedo coge la goma de la zona central de mis braguitas, su arrugado dedo roza por un segundo escaso mi piel un poco por encima de donde empieza mi vello púbico, noto un leve escalofrío. La vendedora estira un poquito y suelta, ¡slap!, suena cuando la gomita choca contra mí de nuevo. Me pongo más nerviosa, no sé cuánto de colorada tendré la cara pero yo tengo mucho calor y mucha vergüenza, y eso que solo ha sido un leve roce.
Bueno, pues nada chica, quítatelos que te buscamos otros más grandes, me dice la vendedora mientras la otra señora rebusca entre un montón de pantalones, de los cuales coge dos vaqueros como el que me acabo de probar. Ya, vaya, respondo yo intentando que no se me note lo muerta de vergüenza que estoy. Agarro los vaqueritos e intento bajármelos pero me cuesta esfuerzo y se me atascan en la cadera, a mitad de mis bragas. Ay, que no puedo, suelo espontáneamente sin pensarlo. Pero bueno nena que te quedas atascada, me dice la vendedora riendo mientras se me acerca para ayudarme. Espera, espere, intento decir yo, lo último que quiero es que baje también el pantalón. Pero no me oye y se acerca, se agacha y agarra los pantalones por la parte de abajo que ahora queda por debajo de mis rodillas. Tú tira de la parte de arriba niña, me dice. Agarro e intento quitarme el pantalón. La mujer ha quedado a la altura de los botones del pantalón, frente a mis bragas. Tiramos con fuerza, parece que sale, pero ella se interrumpe. Espera no vayamos a romperlos, me dice, anda siéntate en la silla que yo te los saco. Sin opción a contestar me conduce agarrándome del brazo a una silla vacía, la acerca y me sienta. Levanta las piernas muchacha, me dice cuando me sienta en la silla. Ella misma me agarra de los tobillos y me levanta las piernas que quedan pegadas a su cuerpo al tiempo que se acerca a la cintura del pantalón y comienza a tirar para abajo. Lo consigue y los pantalones comienzan a bajar, pero son tan apretados que mis braguitas se bajan con ellos. Me doy cuenta justo a tiempo, cuando solo han bajado un poco y se me ven algunos pelillos de mi sexo, pero agarro rápidamente las goma de las bragas y las sujeto tirando para arriba. De esta forma los pantalones terminan por bajar del todo.
Cuidado niña que te veo el morocho, me dice mientras se ríe y sostiene los pantalones, los dobla y deja sobre la mesa. Yo sonrío con la cara roja de vergüenza y más nerviosa que antes si es que puedo estarlo. A ver cuñada, dame otros que se los pruebe, le dice a la otra señora, que responde, ¿pero qué talla quieres dime?. La vendedora mira los que me acabo de quitar y le dice dame una dos. La otra mujer se los pasa pero dice que los ve pequeños. La vendedora se gira hacia mí, que sigo sentada en la silla. Muchacha que talla usas, me pregunta. Pues depende digo yo, que me encuentro sentadita y con las manos cruzadas por encima de mis bragas para que me vean lo menos posible. A ver, déjame ver, me dice mientras se pone el pantalón debajo del brazo y se acerca a mí. Me agarra de los brazo y me levanta, yo me dejo llevar por la vergüenza y los nervios. Me separa de la silla y me gira para quedar de espaldas a ellas. Vamos a ver, dice. Coge la parte de atrás de mis braguitas y las gira bajándolas un poco al mismo tiempo buscando la etiqueta. Creo que se me ve un poco la rajita del culo, pero gracias a dios la camiseta tapa bastante de la parte de arriba. Pero esto no tiene etiqueta ni ná, me dice. Yo giro el cuello, todavía tiene la goma de las bragas en la mano. No, es que está en un lateral. Ahh, paya, vale, vale, me dice. Sin soltar las bragas coge del lateral de las mismas para ver la etiqueta. Ahora mis braguitas están algo más bajadas, ante la atenta mirada de las dos mujeres. Ves, una dos, dice. Suelta mis bragas que quedan un poco por debajo de su posición normal pero yo me apresuro subírmelas del todo.
La vendedora me entrega el nuevo pantalón. Repito la operación y me lo pruebo. Este me queda muy bien. Me giro un par de veces para que me vean. Con ropa puesta parece que se me pasan los nervios y la vergüenza. Bueno, por fin damos con el bueno, dice la otra mujer. Pues sí, respondo yo algo más aliviada. Pues venga, déjalo por ahí y pruébate estos otros más cortos. De acuerdo, respondo habiendo recuperado algo la compostura. Me quito el pantalón, esta vez sin problemas, los doblo un poco y me acerco al sofá para dejarlos junto a mi pijama. Toma hija, me dice la vendedora al tiempo que me pasa otros pantalones, estos mucho más cortos, de los que llegan por encima del muslo. Me acerco a las señoras, vuelva a estar en bragas nada más y la vergüenza vuelva a mi rostro. Se los cojo de la mano y me los pongo. Estos me quedan bien a la primera. Anda un poco con ellos a ver qué tal, dice la vendedora. Yo camino unos pasos, los pocos que permite entre la mesa y el sofá. Qué bien te quedan muchacha, me dice la otra señora. La vendedora se gira a la mesa, espera, espera, que con estos puedes conjuntar unas camisetas, dice al tiempo que rebusca en la pila de ropa. Me acerco un poco a la mesa. Cómo quieres las camisetas niña, me pregunta, de tirante o con mangas. Con mangas mejor, le respondo. Vale, cuñada, busca anda, busca. La otra señora saca un par de camisetas y la vendedora otras dos. Como el pantaloncito que llevo parece vaquero, me dice la mujer que lo mejor es una camiseta azul. La otra señora me extiende una de las que tiene en la mano al tiempo que pregunta por la talla. La vendedora no espera que responda, se me acerca y me agarra la camiseta por la parte de atrás y mira la etiqueta. Esa le vendrá bien, le dice a su cuñada.
Toma, pruébatela, me la da la otra mujer. Cojo la camiseta y me quedo parada. Es que no llevo sujetador, les digo, colorada. Bueno y qué, me dice la vendedora, te crees que no hemos visto ninguna teta hija, me dice sonriendo. Vale, respondo tímidamente. Dejo la camiseta en la mesa un segundo para quitarme la mía. Agarro de la parte de abajo y tiro hacia arriba, mostrándoles mis tetas a esas dos mujeres. Me termino de quitarla y la doblo un poco, dejándola con mi pijama. Me acerco a la mesa con las tetas al aire y muerta de vergüenza, vaya rato me están haciendo pasar las señoras. Me pongo la camiseta y me queda bien. Me vale, me gusta, le digo mientras las sonrío. La vendedora se acerca a mí, no te tira de la sisa ni ná verdad niña, dice mientras me coge de la camiseta por diferentes partes y tira levemente. Cuando tira de la parte interior toquetea inocentemente mis tetas, pero muy poco como para que me preocupe. Me pruebo otras dos camisetas, que también me vale. Cuando termino las dejo en el sofá y vuelvo, todavía con mis tetas al aire a la mesa. Bueno, vamos a ver los bikinis hija, dice la vendedora mientras busca en la bolsa del suelo algo de ropa. La otra mujer que aparta un poco la pila que hay sobre la mesa me dice, quítate los pantalones y déjalos con los otros mejor ¿no?. La miro y le respondo, bueno. No sé muy bien lo que estoy haciendo, llevo un buen rato poniéndome ropa y desnudándome para estas dos mujeres que no conozco de nada salvo de vista en el mercado. Me acerco al sofá, me apoyo en él y me quito en pantaloncito corto, lo doblo, lo dejo con todo lo demás y me acerco, solo con mis braguitas rosas de puntitos blancos hasta la mesa donde las dos gitanas ya están extendiendo algunos bañadores.
Me acerco y quedo entre las dos, una mujer a cada lado. La vendedora me pregunta que quiero si de una o dos piezas. Le respondo que no lo sé, depende de cómo me queden, pero que lo más seguro uno de cada. Bueno, vamos a ver, me dice, al tiempo que me agarra del brazo y me aparta de la mesa para mirarme bien. Me da la vuelta, las dos señoras pueden contemplarme en braguitas y yo sin saber qué hacer. Se vuelve a la mesa y saca un par de bikinis, uno verde y otro negro. Vamos a probar estos a ver, dice al tiempo que saca el sujetador del verde de la percha en la que viene y deja la braguita en la mesa, a ver si son de tu talla niña. Se acerca a mí pero no me da el sujetador sino que se pega a mi cuerpo para poner sobre mis tetas el sujetador. Tiene con una mano agarrado el cordón del cuello y con la otra sujeta uno de los aros a mi pecho. Esta tocándome una teta tranquilamente, aunque por encima del sujetador. Toca y palpa un poco más, mientras dice que cree que si me valdrá. Lo aparta, desata el nudo del cuello y me lo pasa, póntelo, me dice.
Me lo pongo e intento atarlo, pero la otra señora, a mi espalda, me dice que me ayuda, me ata el nudo del cuello y yo sujeto las otras dos tiras para atarlas a mi espalda, cuando se las doy para que las coja nuestras manos se rozan y por mis nervios, los lazos se caen. La mujer adelanta sus brazos para coger las tiras y al poner bien el sujetador me roza las tetas levemente para después atar el sujetador a mi espalda. Qué bonita mi hija, me dice la vendedora, al tiempo que me agarra del brazo para girarme y que me vea su cuñada. Mira que bien le quedan y como le marcan el pecho, y pone la mano abierta sobre una de mis tetas descaradamente. Yo sonrío nerviosa, mi cara ha estado hoy en todos los tonos de rojo posibles. La cuñada le dice, con unas tetas así cualquiera ¿no?, y con su mano toca la otra teta que quedaba libre. Ahora esas dos mujeres me están sobando las tetas. Solo son un par de segundos pero las estrujan bien con sus manos. Las sueltan y la vendedora me pasa la braguita del bikini, que es de los que se atan a los lados y viene desatado para ponerlo mejor.
Lo cojo, intento por unos segundo atar un par de nudos sencillos pero mis nervios me juegan una mala pasada, mis manos tiemblan y soy muy torpe. Decido entonces ponerme la braguita y después atar los nudos. Me coloco el bikini por encima de mis bragas rosas, ato un nudo a un lado y otro a otro. Lo hago muy rápido por lo nerviosa que estoy y no queda bien. Pero muchacha, me dice la vendedora, así te pruebas tu los bikinis, oye. Quítate las bragas que se ve mejor como te queda me dice la otra señora. Yo, nerviosísima, les digo que no hace falta, que si me vale así está bien, que además como se ata, no puede quedarme pequeño, que puedo atarlo más o menos fuerte. Que no paya, que no, me dice la vendedora, tienes que ver si se te marca el morocho y te se salen los pelillos. No me deja apenas responder, se acerca a mí, y eso que las dos mujeres están a mi lado ya, dobla la espalda y se agacha para desatar el nudo más cercano. Lo hace con facilidad y estira los brazos para quitar el otro. Sus brazos, tiene arremangado el jersey fino que lleva, tocan mi vientre y noto sus arrugas cerca de mi ombligo y algo de contacto en la zona de la bragas. Antes de que termine la otra mujer se agacha también a la atura de mi cintura. La vendedora termina de sacar el bikini por la parte de delante y permanece ahí. La otra señora, sin tiempo a que yo diga nada, lanza sus manos a la goma de mis bragas y las comienza a bajar lentamente. No creo que su intención sea recrearse pero a mí me lo parece, puede que sean los nervios.
Mientras mis bragas bajan por mis muslos mi chochito queda al aire, a la altura de las caras de las dos señoras. La mujer se da maña en bajarme las braguitas y cuando están en mis tobillos tengo que sujetarme apoyándome en ellas dos con las manos para no caerme. Levanto y pie y luego el otro y me quedo sin bragas. La mujer se levanta con mis bragas en la mano, que han quedado algo enrolladas, intenta alisarlas y se acerca al sofá para dejarlas allí encima. La vendedora ha comenzado a ponerme ella misma la braga del bikini. Coloca la parte de delante y la de atrás y las sujeta con sus manos mientras me dice que aproveche y ate los nudos. Una de sus manos está apoyada sujetando el bikini contra mi culo, y lo hace con ganas y la otra se apoya en mi coño, donde siento la presión de su palma completamente. Nerviosa tardo en atarme los nudos. Ya está, le digo, y la mujer aparta sus manos y se incorpora. Ahora tengo a una mujer a cada lado de nuevo y yo abochornada por el momento que acabamos de pasar, tanto que comienzo a sudar un poco.
Bueno mi hija, ves como asina esta mejor, me dice la otra mujer. La vendedora responde, date una vuelta que te veamos un poco muchacha. Me giro un poco, camino un par de pasos hasta el sofá, me giro y vuelvo hasta ellas. Menudo cuero paya, dice la otra mujer, debes tener a los hombres burros por ahí. Bueno, alguno hay, miento yo ruborizada hasta más no poder. La vendedora se me acerca y me agarra del brazo para mirarme bien, me hace girar para darles el culete. Te marca un buen culo niña, con esto vas a triunfar, se ríe la vendedora. Dicho lo cual extiende su mano y me toca el culo. Me soba una nalga tranquilamente, mira, mira, dice, ¿verdad cuñada? La otra señora se acerca y me toca el culo también, la otra nalga. Si te lo digo yo que con veinte todos los culos apunta parriba, dice. Me siguen tocando el culo, yo no puedo volver la cara, porque la tengo roja como un tomate. Dejan de tocarme, a ver por delante, dice la vendedora mientras me gira a ellas. Las dos señoras se agachan y me miran directamente el chocho, tapado con la braguita del bikini, pero muy cerca y al antojo de ellas. No se te ve nada niña, dice la vendedora. Aunque, continúa la cuñada, se te salen algunos pelillos por aquí, dice al tiempo que acerca su mano a una de mis ingles donde es cierto que se me escapan algunos pelillos, no me he depilado desde hace tiempo. Los va a meter para adentro y con dos dedos intenta meterlos por el lateral de la braguita, pero se salen. Paya, que pelambrera más revuelta, me dice, así que decide sujetar con una mano la parte centrar del bikini y meter los pelillos con la otra, para lo cual mete la mano directamente, es decir, me está tocando el coño. Noto su mano en los pelo y en mis labios, y mi rajita está empezando a mojarse.
Lo intenta pero es imposible. Todo esto sin que la vendedora pierda un solo detalle. Bueno, eso con un buen tijeretazo, dice al tiempo que saca su mano de mi braguita, algo mojada por el reverso creo. Cuando la tela del bañador vuelve a posarse sobre mi coño se moja un poquito por el acaloramiento que estoy sufriendo. La vendedora se da cuenta, tiene mi chocho a un palmo de su cara y dice, mejor se lo quitamos no vaya a sudarlo cuñada. La otra mujer se levanta y comienza a desatarme la parte de arriba del bikini, primero el cuello, y la vendedora se ocupa de la parte de abajo. Yo no sé dónde meter mis manos que las dejo a un lado sin moverme. La otra mujer se coloca frente a mí para desatar el nudo del cuello por lo que al hacerlo, el sujetador cae y libera otra vez mis tetas. Ya casi me da igual, se han dado un festival a mi costa, porque me las vean un poco más no pasa nada. Para desatar el nudo de la espalda no se coloca detrás de mí, sino que lo hace por delante, y para ello pega su cuerpo al mío. Noto sus tetas contra las mías y su cara pegada a la mía. Parece que no puedo me dice e intenta mirar mejor por lo que pega su mejilla contra la mía, y noto su respiración en mi hombre, y su latido en mis tetas. Mientras pasa esto, la vendedora comienza a bajarme la braguita del bikini para quitármelo. Pero no me lo quita del todo, sino que se para casi en las rodillas para desatarlo. Lo gira y lo gira y lo desata del todo. Por segunda vez en pocos minutos, esas dos mujeres gitanas han vuelto a desnudarme completamente.
La vendedora entrega la parte del bikini a su cuñada para que lo deje en el sofá con el resto de la ropa. Me agarra por el brazo y me acerca a la mesa. Vamos a ver otro de una pieza muy bonitos mi hija, me dice mientras me guía. Nos acercamos a la mesa, para mirar bien, ella rebusca. La otra mujer ha dejado el bikini en el sofá y se acerca por detrás de mí. Ay, vaya culo que tiene la paya, dice mientras me da una palmadita con las dos manos, que se quedan unos segundo en mi culete. Cuando sus manos tocan mi culo, doy un respingo. Para intentar no parecer descortés, pero que estoy pensando, descortés yo cuando esa desconocida me toca el culo a placer, le respondo que sí, es que hago mucho ejercicio. Las dos nos reímos un poco, ella aparta sus manos y se pone a mi lado en la mesa. Comienzan a rebuscar las dos, sacan un par de bañadores de una pieza de estilo más o menos deportivo. Cogen uno cada una, la vendedora me agarra del brazo y me pone frente a su cuñada; ésta se adelanta y me pone el bañador pegado a mi cuerpo para ver cómo me queda. Lo hace con detenimiento, marcando con las manos la zona de las tetas. Cree que bien. La vendedora hace lo mismo, y esta vez la otra mujer por la espalda con su bañador lo pega mi cuerpo, mientras comprueba que me puede valer por la zona del trasero.
Creo que te van a venir bien los dos, me dice la vendedora. Pues el azul, digo yo con temblor en la voz. La mujer está muy cerca de mí y ve que sudo un poco. Niña, pero que calores me tienes, me dice, anda cuñada dame un pañuelo que sequemos un poco a la paya no vaya a manchar en bañador. La otra mujer se acerca a una de la bolsa y saca un par de pañuelos grandes. Le da uno a la otra mujer y se queda con uno ella. Ven niña, dice al tiempo que me agarra del brazo y comienza a secarme la frente. Pero si es igual respondo yo sin convicción. La cuñada me seca la espalda y la vendedora desciende su pañuelo hasta mis tetas. Sobetea un rato mis pechos y baja a mi coño. Por detrás, la otra mujer seca directamente mi culo. Así bien el morocho paya, lo dice mientras pasa su pañuelo arriba y abajo por mi coño. Desde detrás, la cuñada seca mis nalgas y con las manos separa un poco mis piernas para secar mejor la parte interior. Me tocan todo cuanto quieren durante un buen rato. La cuñada, la más atrevida pasea su pañuelo desde mi agujerito del culo hasta mis labios vaginales, notando toda su mano por mi sexo.
Ahora sí, dice la vendedora y me entrega el bañador. Me lo pruebo, temblando de arriba abajo, pero no mucho porque ellas parecen no darse cuenta. Termino de ponérmelo y me piden como antes que me de unos pasos y giros. Lo hago y la vendedora vuelve a agarrarme del brazo, me da la vuelta y deja mi culo para ellas. Este incluso te hace un mejor culo muchacha, dice la cuñada, que vuelve a sobarme una de mis nalgas tranquilamente. Está así unos segundos, yo de espaldas a ellas. La vendedora me da la vuelta y se agacha a la altura de mi morocho, como ella lo llama, se fija bien. Por aquí también te se salen algunos pelillos, pero no pasa nada hija, me dice. No te manca ni nada ¿no?, dice al tiempo que pasea su mano por la zona de mis ingles, a un lado y a otro; ni el morocho, ¿no hija?, pregunta ya tocando directamente mí coño por encima del bañador. Pasea su mano de arriba abajo apretando un poquito para que note su mano. Pues no respondo yo con temblor en la voz. Pues hala, quítatelo que estas sudando otra vez niña, me dice al tiempo que se acerca a la mesa.
Yo comienzo a quitarme la parte de arriba de bañador. La mujer me pregunta que si quiero mirar algo más. Con las tetas al aire, me acerco un poco a ella y le digo que no, que esto es todo lo que quería, que tal vez otra vez. Me dice que vale. Me dice el precio de todo y yo me acerco a por el dinero que mi madre me dejo encima de la tele. Todavía llevo la mitad del bañador puesto, la parte de abajo. Cuento y me acerco para entregarle el dinero a la vendedora. La cuñada se me acerca y me dice, te ayudo paya, y coge los laterales del bañador y mientras se agacha lo va bajando poco a poco. Llega a la altura de mi cintura y pasa sus manos de los laterales del bañador a la parte de atrás y cuando lo baja puede tocarme el culo otra vez. La vendedora coge el dinero y se lo guarda en el sujetador. La cuñada me baja el bañador por los muslos hasta mis tobillos y tengo que volver a apoyarme en las dos señoras cuando termina de quitarme el bañador del todo. Vuelvo a estar desnuda del todo. La mujer deja en bañador en el sofá.
Yo, aún desnuda, les digo que les ayudo a recoger, pero quizás por los nervios ni me visto ni me tapo. Y así, en mi salón, recojo ropa desnuda con otras dos mujeres gitanas para ayudarlas a meterla en sus bolsas. Terminamos, cargan sus bolsas y se giran para mí. Pues nada paya, dice la vendedora, estoy frente a ellas desnuda y moviendo las manos nerviosa. Pues gracias por todo, les digo. Me echan un último vistazo a mi cuerpo y les acompaño a la puerta. Me adelanto a ellas y abro la puerta al pasillo del edificio. Tengo suerte y no hay nadie. Les dejo pasar y me despido amablemente agradeciéndoles todo lo que han hecho. Desnuda, desde la puerta de mi casa, si alguien sale de alguna de la puerta vecinas me encontraría en pelotas, me despido. La vendedora me dice que le diga a mi madre que vendrán casa dos semanas por aquí para que no tengamos que ir al mercadillo, pero que nos acerquemos si queremos que nos traiga algo en concreto. Les digo que vale. Me echan un último vistazo y se van escaleras abajo. Yo cierro la puerta a mi espalda. Aún estoy desnuda y completamente nerviosa. No sé qué ha pasado, pero no creo que pase más vergüenza en mi vida. Vuelvo al salón, me visto, y dejo la ropa en la mesa para que mi madre la vea cuando vuelva. Me siento en el sofá, ya vestida, algo más tranquila, pongo la tele pero no me concentro en nada, solo pienso en que la próxima vez que vengan no me pillen en casa.