Las vecinas de mamá. despedida de doña Alicanta
Es hora e ir despidiéndome de las vecinas, que me educan en el sexo y me llevan al séptimo cielo
El trajín con las vecinas empezó bien, pero se iba torciendo, aparecí de Domingo tal como me habían ordenado por la casa de Doña Alicanta, sus hijos se habían ido de vacaciones con una tía al pueblo, y su marido macarrón se había dio al futbol, por lo cual la muy inmensa señora lo tenía todo previsto, pues su vecina Doña Nélida se había ido a la playa con su maromo y la criatura, por lo tanto, teníamos todo el edificio para nosotros.
Me recibió Doña Alicanta, medio desnuda, digamos que con una de esas enaguas transparentes que dejaban ver aquellas lorzas, lo que hoy llamaríamos gordura mórbida, embutidas en un inmenso sostén y una talla de bragas que, aunque grandes quedaban por debajo de su barriga.
Apenas si había visto señoras desnudad o en aquellas trazas y eso me ponía más que verraco.
Nada más verme, me dijo que me quedara en pelota picada, y que tomara un caldito especial que me pondría a tono.
Mientras eso sucedía me amorró entre sus grandes ubres, tamaño superlativo, cuyos pezones eran de tamaño considerable, mientras le mamaba uno con fruición le retorcía el otro, para que estuviera caliente y tieso como una vela, pues así me lo indicó la buena madama.
Esta guiaba una de mis manos hacia su chocho, exprimiendo y tirando de su garbancito. Digamos que me faltaban manos y boca, mi poronga ya estaba tiesa, y empezaba a dolerme de lo tersa que estaba, lo que Doña Alicanta aplacaba metiéndome unos lengüetazos de polla muy sonoros, a lo cual me decía: «así mi niño enciende el fuego que te pongo el leño duro», y sí que me lo ponía, salía la tranca de aquella bocaza lleno de babas. Hasta los cojones se comía la muy vestía a la vez que engullía el capullo.
Cuando ya me tuvo donde ella quería y estando ella misma soltando amarras de calentura, me ordenó ponerme debajo de su transparente tienda de campaña y haciendo la braga a un lado empecé a sorber, y morder aquellas carnes que le colgaban del chocho y chupando a su garbancito , que debía de gustarle la dios, porque soltaba babillas a troche y moche, mientras la chupaba metía dedos y casi que el puño en el chochamen, para arrancarle un buen jadeo a la condenada que pedía más y más, a grito pelado, sabiendo que en la casa no había nadie.
Alguna vez que deslicé, por aquello de las babas, mis dedos hacia su ojete, le daba un respingo que me indicaba que aquello le gustaba a la muy condenada pero nada decía de usar la puerta trasera..
Cuando lo estimó conveniente quedé en el suelo con el estacón mirando al cielo, y allá la cabrona se arrodilló poniendo cojines en sus rodillas y se la ensartó hasta los pelos, ella si que quedó mirando al cielo y boqueando por haber metido tal poronga de un solo salto, tan acostumbrada que estaba sí, a la larga polla de su marido que le debía llegar todos lo sitios, pero era como un macarrón.
Recuperada de la sorpresa, el cabalgamiento al que fui sometido fue de órdago la grande, ver aquella mole de señora dando saltos sobre mi polla, con riesgo de partirla, era de esos placeres dolorosos, pero ricos, ricos a placer. Cuando me di cuenta dijo eso de: «Cabrón, dame más que me corro como las putas», no se lo que es que se corran las señoras, pero aquella parecía una meada gelatinosa, al momento quedé embadurnado, y en medio de una charco de barrbas y meados, pues la muy cabrona se había dejado ir del gusto.
Yo tenía la mosca detrás de la oreja pues no me corría ni pa dios, cuando parecía que me iba, otra vez a empezar.
Se quito la señora de la cabalgadura, se echó en el suelo y me ordenó ponerme encima y refocilarme tanto como pudiera, hasta besar aquellos bigotes y metérsela toda, pero toda en el túnel que tenia por boca. Estuvimos un tiempo largo descansando, y sobándonos a placer.
Luego me ordenó que me la follara como a las putas, o sea según ello a lo perrito, que era como se lo hacía su marido, pero sin ese cañamón que te gastas, «pero cuidado no te equivoques de agujero, pardillo»
Aquello de rodillas, o sea cuatro patas no alcanzaba el clímax que ella y yo esperábamos, pues el mondongo no le entraba hasta donde ella quería, por lo cual se me ocurrió ponerla echada en un estrecho banco, pero al trasviés, y con la cabeza colgando por el otro lado, y de aquella guisa se la metí, pero digamos que estaba tensa, pero viendo sus grandes zapatillas al lado de la follada, aproveché para chuparte toda el chomanen y de paso subir por toda la rabadilla, se abría la muy cabrona, pero estaba dura y tensa, por lo cual unos buenos zapatillazos en aquellas inmensas nalgas con aproximación a las partes sensibles me hicieron descubrir su guardado secreto, le gustaba de madre la tunda que le fui dando
Entonces sí que se quitó el bragamen, y en un santiamén le puse el culo rojo, y las carnes blanditas y listas para cabalgarla, medio improvisé como un medio cabezal con un foulard que por allí había y cruzándolo por la bocaza, la ensarté desde encima del banco, aquello si que eran bríos, tiraba del roncel, le daba con la zapatilla como si fuera una fusta, y me corrí como nunca en aquel gran chocho lleno de pelos, más bien nos corrimos a más no poder, vaya charcal, y como boqueaba y tiraba de sus nalgas para que le entrase todo, ahora sí que estaba toda abierta y expuesta.
Estábamos en la cama descansando cuando sonó el teléfono y el marido macarrón, le comunicaba a su señora esposa que no iría a dormir, tras colgar dijo eso de, «se irá de putas el muy cabrón, bueno mejor mi niño, hoy duermes conmigo». Le propuse cortarle las melenas bajeras pues entre tanto pelo, era difícil chupar algo, y la mata estorbaba para metérsela a base de bien, medio la pelé como a las ovejas, y pude admirar sus rubicundos labios, y su buen clítoris, o sea su garbancito que tenía unas trazas guapas, y pude admirar aquella inmensa rabadilla, nunca había follado por la puerta trasera, y mi padrino que era un enamorado de ello, me dijo que aquello era el quinto cielo.
Y así fue, tras asearla y bañarla, la gordi preparó una excelente cena, yo me acerqué a casa a sacar al gran danés, a Diablo, par que meara y esas cosas, y lo dejé a las puertas de Doña Alicanta por si venía alguien.
Otro caldito de los de la Doña, y el priapón se me puso tieso y rojo como un pimiento y del tamaño de un buen calabacín, a lo que Doña Alicanta viendo que la postura del banco era la ideal se puso se nuevo en el él dejando ahora toda la pelada nalgada en pompa, rocié un poco de aceite por la polla por el chocho y la fui haciendo que el pepino corriera por la rabadilla, ella se retorcía de placer con el roce, y cuando más intenso era más le tiraba del roncel, y más fuerte le daba con aquellas rosas zapatillas, cuando la estaba cabalgando si querer se me fue la polla rabadilla arriba y cuando me di cuenta estaba en plena diana del ojete, un buen zapatillazo en todo el felpudo y otro en la espalda y se la ensarté en aquel culo tan grande y gordo como lo tenía, casi que salgo volando con aquellos vaivenes como si fuera un toro mecánico.
«Que bien me lo haces gañan, mete y dale fuerte gañan» me gritaba una vez le entró todo en una de esas volantas. La follaba a placer y sin compasión, pero yo daba lo que daba, cuando miro para atrás veo a Diablo babeando y con la enorme churra medio fuera, y ¿Cómo diciendo… y yo…?
Me alumbró dios, volví a jinetear a Doña Alicanta, a la vez que le daba zapatillazos por doquier, e invitaba a Diablo, a participar del festín.
Me eché un poco para adelante hice del foulard un roncel, pero tapándole los ojos para la sorpresa a la vez que le mordía las orejas y le metía la lengua hasta el tímpano, estaba en pleno éxtasis, cuando invité Diablo a encalomarle el pepino de príapo que se gasta, pues sé de buena tinta que en casa lo doman y le entrenan, y que se lo reparten por algunas casa del pueblo, pues cuando vuelve después de desaparecer unos días, viene echo unos zorros, hasta algunas veces viene con el pollón inflamado de la caña que le dan.
Estaba doña Alicanta soberbia con la cabalgada, y quedó un poco para allá cuando algo no le cuadraba, y eso que mientras le hacía más grande el ojete a base de pollonazos le pasaba la mano por el chochazo, en eso Diablo sacó su inmensa lengua y lamió desde el chochazo hasta mi propio culo, le entusiasmó la mezcla de sabores y olores y se aplicó a la tarea como el sabe hacerlo, pues espié algunos de sus escarceos con las vecinas, e incluso con algún que otro vecino nalgón y los llevaba a todas y todos al séptimo cielo.
«Dios que me estás haciendo, no puedo más me corro y me muero cabrón»
Cuando ya la tenía desfallecida, di una orden a Diablo que la ensartó en un pispas, mientras yo me iba saliendo, y me ponía encima de su espalda para ponerle las nalgas de color morado con la zapatilla y los babeos a la vez que animaba a Diablo a meterle el nabo, y que supiese su víctima lo que era tener una bola perruna de un buen Gran Danés en el chocho, ahora sí que Alicanta boqueaba y bizqueaba, no por el pollonazo, sino cuando sintió la bola crecer « que me hacéis cabrones, me vais a partir», no se dio cuenta de que era Diablo, hasta que este se clavó las uñas delanteras en sus lorzas para irse todo dentro, alguna vez sí que Diablo se había metido bajo sus faldas en pos de sus manjares, que ella rehusaba y que nunca probó,
Cuando sintió el pollón y la bola creer y chorrearle el semen perruno, y sabiendo que no podía moverse y que ya estaba en ese punto medio ida, me fui a la delantera del banco para meterle la polla en la boca, mientras le tiraba del pelo y jalaba a Diablo para que el polvo, y el bolazo durase, en esas estábamos cuando llegó el Sr. Taguda con una melopea de aquí te espero y con la polla en ristre.
Diablo al sentirlo se salió de Doña Alicanta, esta al verse si su preciado y nuevo juguete se dio vuelta al velocidad del rayo se lanzó a por el Sr. Aguda, al que hostió en un momento, indicándole que recogiera sus bártulos y que se fuera con viento fresco que ella tenía mucho que hacer, aunque antes se vengó poniéndole a cuatro patas para que Diablo le hiciese un guiñapo, y me chupaba el pollón que le enseñaba como trofeo.
Berreaba el cabrón del Tagua, pero debía gustarle pues no le vi correr mucho. También era cierto que mientras Alicanta me la chupaba le tiraba del nabo de su marido cual badajo para dolor y escarmiento.
No volví a ver al señor Taguda ni la señora Alicanta me pedía citas, y vi para mi descanso que Diablo andaba ahora camino de la casa de Doña Alicanta cada dos por tres.
Así que me despedí de Doña Alicanta a la cual pese a su activa dureza de carácter le iba cogiendo cariño y medida a sus enorme cuerpo del cual me había medio enamorado.
Gervasio de Silos