Las vacaciones me ponen.

Susana viaja con su marido a un hotel en el Caribe en el que está todo incluido

LAS VACACIONES ME PONEN.

Capítulo 1 de la serie. Todo incluido

Me gustaría haber cogido como Enmanuelle en el vuelo hacia el resort donde íbamos a pasar una semana, pero pese a estar yo dispuesta  y seguro que mi marido también, la turista del avión iba llena. Cuando apagaron las luces,  muchos viajeros siguieron con la ventanilla abierta para ver el paisaje,  la cosa era imposible.

Pero una tiene sus principios, y nuestras vacaciones de mar, sol y sexo y tenían viaje como aliciente. Así que como decían en la “Novicia rebelde”: “si Dios te cierra una puerta te abre una ventana”. Y yo me abrí el short bajo la manta, y mi mano buscó el camino de mi clítoris ansioso. Cuando alcancé el objetivo, di un beso a mi marido, que estaba leyendo su ebook, para que me prestara atención y taca, taca, me hice  un dedito de lo más rico. Me di cuenta que el show le ponía, pero él no podía hacer lo mismo ya que ¿a donde iba a echar su semen?. Se quedó caliente, cosa siempre buena, si se quiere disfrutar mas tarde, pues se multiplican los ratones.

Íbamos ligeros de equipaje, una maleta de mano cada uno, en cuanto pasamos el trámite de los pasaportes, pudimos salir para el hotel, al que llegamos tras 15  minutos  y 8 dólares de tiempo y pago del taxi.

Nos inscribimos y subimos a la habitación.

Sabía lo que mi chico deseaba, y yo también, sin encender la luz, me quité el short y la bombachita, me apoyé en el ventanal, incliné el cuerpo para dejar mi concha al alcance de su arma. No se hizo esperar, me penetró sin miramientos, sentí que su verga me llenaba moviéndose como un animal en celo. Pensé que no iba a durar mucho, mis dedos buscaron mi botoncito para ayudarme a irme con él.

Me inundó con su leche, sus últimas explosiones coincidieron con el principio de mi orgasmo, siguió dentro de mí hasta que acabé. Después, cariñoso, me beso el cuello.

Me encantan de vez en cuando los polvos rápidos y salvajes, y el que nos habíamos echado era uno de ellos.

Usé mi braguita para limpiarme, luego me arrodillé y le lamí los restos del semen.

Más tranquilos comenzamos a estudiar la habitación.

La cama enorme, una king size, con dosel y mosquitero, para evitar las picaduras si se quería dormir con el ventanal abierto. Este daba a un balcón, salimos, ante nuestros ojos se extendía el Paraíso. El edificio, de cinco plantas, tenía forma de media luna, enmarcando las tres piletas. En los extremos los dos restaurantes, uno cerrado y el otro abierto, pero con un techo de paja para evitar las lluvias tropicales. Y delante el mar y la arena, con sus tumbonas y sombrillas.

“Mira, allí está el embarcadero.”- me dijo entusiasmado.

Pensábamos alquilar una lancha para salir a pescar y bucear y los barcos tenían una pinta deliciosa.

Era hora de deshacer las maletas y colgar la ropa. Yo había llevado 4 remeras y cuatro musculosas en blanco, negro, rojo y beige de modo que hicieran juego con los dos pantalones de lino, uno blanco y otro negro. Junto a un María Vázquez rosa semitransparente, un saco negro, siete colaless, tres bikinis, dos sandalias de taco alto y tres corpiños color carne y pushup eran toda mi ropa. Aparte el cepillo de dientes, el peine, y poco de rimel para los ojos, la barra labial y siempre mi compañero fiel: el vibrador pequeño. Tardé poco en colocar la ropa en el placard. La cómoda sobraba pues mi marido tampoco llevaba mucha ropa.

Metimos en la caja fuerte los dólares, los pasaportes y las tarjetas.

Me estaba volviendo a poner caliente, andar por la habitación con los bajos al aire, teniendo a la vista la poronga de mi chico, que oscilaba como badajo al moverse, me excitaba.

“Nos damos una ducha y bajamos a tomar una copa y cenar.”

Eran las siete y media y su propuesta parecía buena. El baño grande, con una ducha de cine, con alcachofa y barra, con un espejo enorme, pero sin bidet. Eso es algo que me molesta en muchos hoteles americanos, la ausencia de bidet, maravilloso invento que te ayuda a tener la concha y el ano siempre limpios, pensé que tendría que usar la ducha, o sea que habría que estar desnuda para orinar y defecar.

Abrimos todos los grifos, el agua nos envolvía y nos fuimos enjabonando, buscando la caricia más dulce, más íntima. Las manos recorrieron la piel, hasta que acabaron una en el valle entre las nalgas y la otra , la suya en mi sexo y la mía en su verga. Muy despacito, fuimos excitándonos, yo empapándome y él poniéndose duro.

Me tumbé en el suelo, levanté las piernas dejando abierto el camino entre mis muslos.  Entró en mí, empezó con el vaivén maravilloso de la danza del amor. Lo bueno de haberlo hecho antes , es que le iba a costar más correrse y yo me iba a ir sin autoayuda. Esa delicia de dejar que te lleven hacia el más allá.

No sé el tiempo que estuvimos bajo la fina lluvia templada templando. Yo había acabado, cuando sus sacudidas se hicieron más rápidas, profundas, apremiantes  y soltó su carga en mis entrañas.

Nos levantamos, dejamos que el agua nos limpiara y salimos de la ducha. Él se secó antes, yo me entretuve en usar el secador. Me había cortado el pelo en una melena muy corta, para poder bañarme tranquila y quitarme la sal sin problemas.

Me miré en el espejo. El pelo castaño, la nariz respingona, quizás un poco grande, los ojos castaños que se averdaban con el sol, la boca con labios bien dibujados. Delgada, de lo mejor que tenía era las piernas y la cola, pequeña, parada. Las tetas , con sus pezones erectos, que no necesitaban corpiño para estar erguidos, como dos cabezas de obús. No muy grandes, talla 85, así no se caían, aunque a mi marido se le volvían los ojos cuando veía a una mujer con pecho grande. Creo que es lo único de mi físico que cambiaría.

Me esperaba vestido y con la notebook enchufada. Yo tardé segundos en ponerme una musculosa beige, una colaless y el pantalón negro. Me calcé las sandalias y sin pintarme, le di un beso ligero mientras le decía:

“Tu chica está lista”

Estábamos en el cuarto piso, en el ascensor bajamos a la planta baja. Por dentro del hotel fuimos caminando hacia el restaurante. Había todo tipo de tiendas, no hacía falta salir del lugar para cubrir cualquier necesidad, y los precios eran baratos. Pensé que era una buena oferta comercial, pues seguro que la gente compraba en las horas muertas. Le recordé a mi chico que no teníamos cremas pre y post solares, me dio un besito y prometió comprarlas al volver de cenar o antes de salir la mañana siguiente.

Echamos una mirada al gimnasio que se veía lleno de aparatos, al lado estaba la sauna. Por fin llegamos al restaurante, habíamos elegido el que estaba al aire libre. Nos apetecía sentir la brisa del mar.

Fue apenas entrar cuando oí una voz familiar:

“Susi, Susi, ¡ qué alegría verte aquí!”

Me volví y vi a mi compañera de colegio saludándome con la mano.