Las vacaciones de la amiga de mi novia. Parte 2.
Les enseñamos a Sonia y a su novio el pueblo y el río. «-Si me haces un dedo Sonia va a saber que me lo estás haciendo. -¿Eso es una advertencia para que no lo haga o estás deseando que tu amiga vea la cara que pones cuando te corres?»
Sonia y su novio llegaron un jueves de finales de julio, con intención de quedarse 10 días con nosotros. Ana y yo teníamos nuestras vacaciones organizadas a Roma la segunda quincena de agosto, pero a esas alturas de julio yo ya estaba de vacaciones y Ana había decidido no trabajar hasta, al menos, el lunes. Una de las pocas ventajas de los freelance. Dejaron su coche a la puerta, nosotros habíamos salido a recibirlos. Sonia y Ana se fundieron en un abrazo. Supuse que ni siquiera cuando estudiaban juntas se habrían abrazado así. Habían cogido mucha confianza con aquellas reuniones virtuales de trabajo. Sonia y yo, sin embargo, nos dimos dos besos con cierta timidez. Es cierto que nos habíamos visto un par de veces, pero estoy seguro de que si nos hubiésemos cruzado en cualquier lugar fuera de aquella situación no nos habríamos reconocido. Al menos viéndonos las caras. Si la hubiese visto el culo… Es un culo difícil de olvidar. Nos presentó a Luis, su novio. Era un tipo normalito. Alto, bien parecido. Guapo, no puedo decir otra cosa, lo era. Pero demasiado soso, muy callado y retraído. Supuse que debido a llegar a una casa extraña en la que no conoce a nadie. No iba a crucificarle tras la primera impresión…
Les enseñamos la casa, su habitación, el baño, y les dejamos un rato solos.
-Estaremos en el porche, sentados en el banco, por si necesitáis cualquier cosa. Acomodaos. Deshaced la maleta, duchaos si os apetece, inspeccionad la casa… Sentíos cómodos. Con toda confianza: estáis en vuestra casa. Cuando terminéis salid con nosotros y os enseñamos el pueblo.
-Va a ser incómodo- le dije a Ana cuando estuvimos solos en el banco.- Si les proponemos planes para hacer con nosotros se van a ver comprometidos a aceptar, cuando a lo mejor no les apetece. Si les dejamos a su aire pueden pensar que para qué les invitamos y luego pasamos de ellos… No tenemos tanta confianza como para llevar esta situación a buen puerto…
-No seas cenizo. Tenemos que hacer que se sientan cómodos, y ya está. Les hemos ofrecido nuestra casa para que vengan a la sierra a desconectar. Que hagan lo que quieran. Ni somos sus padres, ni guías turísticos. Somos sus amigos. Vamos a hacer las cosas que haríamos si estuviésemos solos. Si se quieren apuntar, que se apunten, y si no les apetece, que no lo hagan.
-Pero se van a ver obligados en cierta manera…
-Tengo una técnica infalible para que eso no pase.
-¿Ah, sí? ¿Cuál?
-Les diremos, chicos, si no os apetece, no lo hagáis.
Me reí. Me tranquilizó la seguridad que tenía Ana. Ella no solía ser así. Normalmente se preocuparía mucho más de preparar unas vacaciones minuciosamente organizadas con infinidad de actividades. Me pregunté hasta qué punto el hecho de tener a Sonia bajo nuestro techo le suponía a Ana actividad suficiente para todas las vacaciones.
-Oye, y…- le dije de repente con cierta malicia- ¿realmente vamos a hacer todo lo que haríamos si estuviésemos solos?
Ana me miró y me sonrió.
-Claro. ¿Quieres que vayamos al patio de atrás y me follas como me gusta?
-¿Y si se quieren apuntar, que se apunten?- dije repitiendo palabra por palabra lo que ella había dicho unos minutos antes.
Ana me miró, se mordió el labio inferior y soltó un pequeño gemido, asintiendo con la cabeza. Luego se echó a reír. Yo sabía que Ana lo decía de broma. Sabía que lo decía de broma al 90%. Bueno, al 70.
Estuvimos allí un buen rato hasta que salió Luis.
-¿Qué tal? ¿Ya estáis listos?- le dijimos.
-Sí, yo sí, a ver esta…- dijo con un hilo de voz.
Y se sentó en el banco con nosotros.
-Entonces, ¿eres periodista?- le pregunté.
-Sí, no, bueno, trabajo en un periódico.
Hablaba como con el volumen al mínimo, como si le costara.
-¿Y qué haces?
-Pues un poco de todo, ya sabes, lo que puedo.
No, no lo sabía, pero o era muy tímido, o no le apetecía hablar de trabajo… En fin, ya cogerá confianza, pensé. Enseguida salió Sonia. Me fue imposible no fijarme en ella: llevaba unos pantaloncitos vaqueros cortos que no medían más que un palmo, y una camiseta de tirantes ajustada que dejaba claro que Sonia no pensaba usar mucho el sujetador estas vacaciones…
-Chicos, tenéis una casa preciosa. Me encanta. Me mudaría aquí.
-Cuando quieras.- dijo Ana. De broma, está claro. Está claro… al 70%.
Dimos un paseo por el pueblo. Se lo enseñamos más o menos todo. La plaza, algún sitio (pocos) de interés, un camino que te llevaba a una ruta de montaña preciosa, el camino para bajar al río, que había una zona en la que poder bañarte a poco más de diez minutos andando… Los sitios que les interesaría conocer si decidiesen hacer su vida sin nosotros en esas vacaciones.
A Sonia se la veía radiante. Relajada, confiada, feliz. A su novio yo siempre le veía cohibido. Empezaba a pensar que no es que fuese tímido o le diese vergüenza estar con desconocidos, sino que simplemente era un sinsangre. Sonia reía, conversaba con nosotros, intentaba meter a Luis en las conversaciones. Le daba la mano, tiraba de él, le empujaba, jugaba… pero él era como un muñeco. Iba a donde le llevaban, contestaba escuetamente a lo que le preguntaban, y nunca entraba en el juego. Ana y yo también intentábamos hacer que se integrase. Pero no había manera. Nos sentamos en un banco de la plaza un rato, antes de volver a casa.
-Luis, no te gusta mucho el pueblo, ¿no?- le pregunté.
-Sí, es muy bonito…
-¿Pero eres más de ciudad?- le preguntó Ana.
-No le hagáis ni caso- se anticipó Sonia- a este es que no le gusta nada. Pero nunca se queja de los sitios a los que le llevo, ¿a que no?
No sé si Luis habría contestado, pero Sonia no le dio opción, lanzándose a comerle los morros mientras Luis enrojecía por segundos. Creo que ni siquiera le gustaba que le besaran en público. Desde luego estaba claro quién llevaba los pantalones en esa relación. Os daré una pista: eran unos pantaloncitos vaqueros que le hacían un culito de infarto.
Volvimos a casa y preparamos una cena rápida que tomamos en el patio de atrás. En verano era rara la comida que hacíamos dentro de casa. En la sobremesa, decidí averiguar qué tipo de vacaciones tenían en mente Sonia y Luis.
-Chicos, si queréis que organicemos algún plan o alguna excursión, decidnos, que a lo mejor el sitio os ha parecido muy aburrido al verlo hoy… Y también vamos a daros una llave de casa, por si queréis entrar y salir a vuestro aire…
-La verdad es que no lo hemos pensado,- me dijo Sonia- yo con levantarme tarde, vaguear, y algún baño en el río o algún paseo, ya me conformo. Eso es lo que espero de estas vacaciones.
Lo dijo echándose hacia atrás en la silla, con los brazos estirados como si se estuviese relajando en una tumbona. No me pasó desapercibida la mirada que Ana le echó a su pecho, y a los dos bultitos que se marcaban en su camiseta. Luis, como siempre, no tenía nada que decir.
-Lo que no queremos- añadió- es molestar, que Ana sigue trabajando…
-No te preocupes por eso,- dijo Ana- de momento estoy libre hasta el lunes, y el lunes ya veré cómo me organizo. Pero es que Otto está muy preocupado porque no os sintáis incómodos ni que os agobien nuestras atenciones y mimitos.
Y Ana empezó a acariciar el brazo y la cara de Sonia mientras decía eso.
-Ay, que majo…- dijo Sonia ya con cierta guasa, mientras me abrazaba pegando sus tetas en mi hombro. Uf, cuidado con dónde clavas esos pezones, niña, pensaba yo, que no sabes dónde te estás metiendo.
-Pues si queréis mañana vamos al río,- propuso Ana- el agua baja helada, pero con el calor que hace, se agradece.
-Vale, podemos ir a hacer compra a primera hora, y llevamos comida para pasar allí el día.- Dijo Sonia.
-No te preocupes por eso,- intervine yo- ahora mismo tenemos de todo, cuando tengamos que ir al super ya veremos cómo repartimos los gastos. De momento estáis invitados.
Y surgió la típica e inocente discusión entre amigos por ver quién pagaba. Que si «bastante hacéis con dejar que nos quedemos aquí», que si «sois nuestros invitados», que si «qué menos que nosotros paguemos la comida», que si «ya iremos nosotros a vuestra casa»… Discusión que llevamos a cabo entre Ana, Sonia y yo. Luis, como siempre, no dijo ni esta boca es mía. Discusión que terminó con una enigmática frase de Sonia que se quedó en el aire y a la que ninguno supimos qué contestar:
-De algún modo os tendremos que pagar esto…
¿Qué había querido decir? Empecé a pensar que aunque Sonia no supiese de nuestras fantasías con ella, no era descabellado creer que ella pudiese tener las suyas propias con Ana…
La noche se alargó maridada con unas cuantas cervezas. La temperatura era agradable, la conversación con Sonia era amena y divertida, y Luis, bueno, al menos era guapo. Pensé que como mínimo sería como una bonita estatua que las chicas podrían mirar. Yo no podía quejarme, Ana y Sonia eran dos bellezones, vestidas con ropita de verano ligera, Sonia sin sujetador marcando pezones, Ana con una camisa a la que había desabrochado demasiados botones con la tranquilidad que le daba llevar el biquini, y no un sujetador, debajo. Sorprendí más de una vez a Sonia mirándole las tetas. Una vez vio que la cacé mirándoselas. Sonrió, apartó la mirada y vi cómo se revolvía en su silla, como si una descarga le hubiese sacudido en lo más profundo de su coño. La cerveza se me está subiendo más de la cuenta, pensé.
Poco después dimos la noche por acabada y cada pareja se fue a su habitación. Ana se quedó en bragas para dormir, y yo en calzoncillos. Me di cuenta de que las bragas de Ana estaban bastante mojadas en la zona de su coño, y empecé a empalmarme. No podía decir que me sorprendiese. Sabía que el alcohol siempre le pone cachonda. Sabía que Sonia le pone aún más. Nos tumbamos en la cama y pasé el dedo por sus braguitas mojadas.
-¿Te ha puesto caliente Sonia?- le pregunté.
-Un poco.- Me acarició la polla por encima del calzoncillo- ¿Y a ti su novio?- Me reí.
-Ya sabes que no. No me van los tíos. Y los muertos menos.- Y entonces me dio por preguntarle:- ¿y a ti su novio?
-No está mal.
-Pero prefieres a Sonia.
-Sonia es una cuenta pendiente. Su novio, en otro momento de mi vida, habría sido solo un tío más. Ahora es terreno vedado.
En cierto modo me tranquilizó, pero también me hizo pensar que Sonia, llegado el caso, también sería terreno vedado para mí. ¿Por qué Ana había hablado como si Sonia no fuese terreno vedado para ella?, ¿qué significa cuenta pendiente? Iba a decir algo, pero sus caricias se intensificaron. Metió la mano dentro de mi calzoncillo y me agarró la polla. Empezó a acariciármela y a besarme la boca mientras oía cómo su respiración se aceleraba. Estaba caliente.
-¿Me vas a follar como a una puta?
Estaba muy caliente.
-Depende.- Le dije- ¿Eres una puta?
-Sííí. Soy tu putita.
-¿Solo mía?
-Sí.
-¿De nadie más? ¿Ni de Sonia?
-No. Yo soy tu putita. Y Sonia es la mía.
-Eso te gustaría, ¿eh? Ponte a cuatro patas.
Ana se incorporó, se quitó las bragas y se puso a cuatro patas mirando a la pared que estaba a los pies de la cama. Una de las primeras cosas que compramos cuando nos mudamos a vivir allí fue un gran espejo para esa pared. A Ana le encantaba follar en esa postura. Ella desnuda, de rodillas, con los codos apoyados en la cama y yo tras ella. Le volvía loca mirarse en el espejo. Su cara, su boca abierta, sus tetas colgando… Y yo detrás. Le metía la polla hasta dentro, le agarraba de la cintura y le daba todo lo fuerte que podía. Le encantaba mirarme a través del espejo, mi torso, mis brazos… Mis ojos clavados en el hipnotizante vaivén de sus tetas. A veces agachaba la cabeza y pegaba su cara al colchón. Entonces le agarraba del pelo y tiraba hacia atrás, le daba un azote y le decía:
-Quiero verte las tetas, puta. Juega con ellas.
Entonces se incorporaba todo lo que podía y se miraba de frente al espejo. Acariciaba sus pezones, se apretaba las tetas y gemía.
-¿Te pone que te oiga gemir Sonia?- le susurré al oído.- ¿Quieres que se entere de que te estás corriendo como una guarra porque te has puesto cachonda viendo sus pezones marcados en su camiseta? ¿O te gustaba más su culito ajustado en esos vaqueros?
Ana no paraba de gemir. Intentaba taparse la boca con la mano, realmente le daba vergüenza que Sonia la oyese. Pero entonces empezamos a oír gemidos que venían de la otra habitación.
-¿Lo oyes? Sonia está follando mientras piensa en ti. Esta noche la he cazado mirándote las tetas.
Y Ana se corrió. No solo se corrió. Casi se deshizo. Quitó su mano de la boca y gimió con todas sus ganas, sin reparos ya. Empezó a soltar fluidos. Yo seguía bombeando, aunque había bajado el ritmo. Aún no me había corrido y quería que Ana recuperase un poco el aliento para poder seguir follándola. Sonia había dejado de gemir. Pensamos que quizá se había cortado al oír a Ana y estaban siendo más silenciosos, pero entonces empezamos a oírles hablar. Como si estuvieran discutiendo. Dejamos de hacerles caso y seguimos a lo nuestro. Estuvimos un buen rato más follando. Cambiando el ritmo y la posición para no correrme aún.
Puse a Ana boca arriba, y yo me senté a horcajadas sobre su tronco, por debajo de las tetas. Me encantaba sentarme ahí, porque si Ana levantaba un poco la cabeza, llegaba a chuparme la polla, y yo tenía sus tetas a mi disposición. No solo para acariciárselas y jugar con sus pezones, sino para golpearlas con mi polla, cosa que le encantaba. Además, si quería volverla loca solo tenía que llevar mi mano hacia atrás y acariciarla el coño mientras ella me chupaba la polla.
-Pellízcate los pezones.- Le decía mientras le daba pollazos en sus tetas.- ¿Te gustaría que viniese Sonia y te comiese el coño mientras te lleno las tetas de lefa?
-Si. Y luego vendría a limpiarme las tetas con su lengua…
Con una mano empecé a pajearme mientras llevaba la otra hasta su coño. Ana volvió a gemir. Ya no tapaba su boca, aunque sus gemidos no eran tan fuertes como cuando se corrió mientras la follaba. Pero estaba seguro de que, si Sonia y Luis estaban despiertos, nos estaban oyendo. Seguí trabajando su clítoris hasta que noté que me iba a correr.
-Voy a llenarte las tetas de lefa.
Ana metió una mano por debajo de mis piernas y empezó a masturbarse ella misma. Yo me incorporé un poco y empecé a disparar chorros de semen sobre las tetas de Ana, su cuello y su cara. Ella se corrió por segunda vez con un orgasmo menos intenso que el primero, pero más prolongado. Me pareció oír un gemido por encima del de Ana. ¿Sonia?, pensé. Pero algo me decía que no venía de su habitación. Ana no se dio cuenta, y se fue al baño a limpiarse. Estábamos en la habitación con la luz encendida y la ventana abierta, pero estábamos en el primer piso y nuestra ventana daba al patio trasero, nadie podía vernos. Tuve una intuición. Apagué la luz y me acerqué a la ventana, escondido entre las cortinas. Y allí estaba. Sonia, sentada en una tumbona, con una mano dentro de su camiseta del pijama y la otra dentro de sus bragas. No pudo vernos, pero sí oírnos. Ya no hacía nada, estaba relajada, pero estaba seguro de que el gemido que oí fue ella haciéndose un dedo mientras nos oía. Solo esperaba que, aunque nos hubiese oído gemir, no hubiese escuchado las cosas que nos decíamos… No parece de buenos anfitriones que nos oiga decirnos que nuestra huésped se iba a comer mi lefa de las tetas de mi novia…
Entonces Sonia entró en la casa, y yo decidí no decirle a Ana nada cuando volvió del baño. Lo dejé estar por el momento, y nos dormimos.
Al día siguiente preparamos un par de mochilas con algo de comida y unas toallas y nos fuimos al río a pasar el día. Había una zona bastante bien preparada para bañarse, con una explanada y unas mesas de merendero a una orilla, y unos árboles en la otra. Pero si subías un poco río arriba, había zonas más recónditas, con grandes piedras y una especie de charcas que formaba el río entre ellas, de un acceso no demasiado fácil, pero donde casi nunca había nadie. Nos animamos y subimos hasta llegar a una charca no demasiado grande, pero sí profunda, a la que accedimos entre árboles y piedras. Nos asentamos en una piedra enorme que lindaba con el curso del río, donde cabían holgadas las cuatro toallas, y nos sentamos a descansar de la caminata. Luis y yo nos quitamos la camiseta y nos quedamos con el bañador, tipo bermudas. Y las chicas se quitaron la camiseta y se quedaron con la parte de arriba del bikini. En la parte de abajo Ana llevaba unos pantalones cortos, y Sonia un pareo. Estuvimos un rato sentados, hablando. Cuando ya empezaba a calentar de verdad, me tiré al agua.
-¿Qué tal está?- me dijo Ana.
-Buenísima.- Mentí. Estaba helada.
-Ya, seguro, dilo sin tiritar y te creo.
Sonia decidió probar. Se levantó, se quitó el pareo, y se tiró. Ana fue más cauta. Bajó por un lateral de la piedra y se metió poco a poco.
-Joder, está helada.
-Venga Luis, métete.- Le dije yo.
Tardó, pero acabó por meterse. No había mucho espacio para nadar, pero estuvimos jugando un rato. Salpicándonos, haciéndonos aguadillas… lo que fuera para no congelarnos.
Cuando salimos, el agua helada había hecho su trabajo, y tanto los pezones de Sonia como los de Ana se notaban a la legua. Intentaban taparse y disimular, sin éxito. Tenía que concentrarme para no empalmarme, o yo tampoco podría disimular. Luis, o no era capaz de controlarse, o no sabía cómo, porque una enorme tienda de campaña se formó en su bañador. Todos nos dimos cuenta. Aquello me acomplejaba un poco, pero qué coño, acomplejaría a cualquiera. Joder con Luis. A Ana se le pusieron los ojos como platos. Sonia, que se dio cuenta, le dijo:
-No te fíes, no es oro todo lo que reluce.
Ana y yo no entendimos muy bien a qué vino aquello, y nos quedamos callados y un poco cortados. Luis debía de saber a qué se refería, porque se puso rojo y se tumbó boca abajo con ganas, supongo, de que se le tragase la tierra.
Dejamos pasar el incómodo momento tumbándonos un rato al sol. La mañana pasó tranquila. La verdad es que era una gozada estar allí relajados disfrutando de dos bellezones en bikini. Después de comer, Ana se tumbó boca abajo a leer un rato, y yo me senté a su lado. Al otro lado de Ana, Sonia estaba tumbada boca arriba con los brazos sobre su cara para taparse el sol. Y Luis a continuación, también tumbado boca arriba.
Empecé a masajear la espalda de Ana mientras leía. Ana se puso a ronronear como si fuera un gato. Vi por el rabillo del ojo que Sonia separaba un poco los brazos y nos miraba con disimulo. Eso me hizo recordar la noche anterior, cuando Sonia se tumbó en el patio bajo nuestra ventana a escuchar cómo follábamos. Me envalentoné, y continué mi masaje por las piernas y el culo de Ana. Le acariciaba por encima de la braguita de su bikini, bajaba por sus muslos, y volvía a subir por la cara interior de las piernas, hasta casi rozar la zona del bikini que tapaba su coño, y volvía a subir a su culo, que apretaba con cariño. Ana casi involuntariamente abría las piernas, y en cada subida llegaba más cerca de su coño. Sabía que Sonia miraba porque su respiración se iba acelerando, y no dejaba de mover las piernas, nerviosa, como si le picara ahí algo… Separó un brazo de su cara y empezó a acariciar la pierna de Luis. Este de repente se tensó, pero no se atrevió a hacer nada. Permanecía impasible. Sonia cogió la mano de Luis y la llevó hasta su vientre. Empezó a manejarla, como si fuera una marioneta, subiendo arriba y abajo. Bajaba, hasta rozar la braguita de su bikini con la mano de su novio. Y luego la subía, cada vez más cerca de su pecho. En un momento en el que Sonia llevó la mano de Luis hasta tocar su teta, este reaccionó apartándola bruscamente.
-¡Joder!- gritó Sonia enfadada.- Eres un muermo.
Ana, que hasta entonces y pese a mis caricias seguía enfrascada en su lectura, se incorporó, asustada.
-¿Qué pasa?
-Este,- respondió Sonia- que ni a meterme mano se atreve…
Ana se incorporó.
-Ven tonta, que yo te doy cariño.
Y giró a Sonia hasta ponerla boca abajo y le dio un azote, agarrando su culo con ganas. Ana había dado un primer paso, uno que ninguno pensó que daría nunca. Creo que durante una fracción de segundo Ana se arrepintió de lo que acababa de hacer, solo hasta que oímos como Sonia gemía levemente y dijo:
-Me gusta.
Ana me miró, yo la miré, sonrió, y bajando su cabeza, la dio un tierno y bastante sensual mordisco en ese culo que la naturaleza le había dado a Sonia. Luego se acercó a su cuello, repitió el mordisco y le dijo:
-Si quieres más pídemelo.
Entonces Ana se tiró al agua. Por un lado supuse que para bajar su calentura, y por otro para no permitir que aquello se nos fuese demasiado pronto de las manos. Sonia se quedó donde estaba, como procesando lo que acababa de pasar. Habría apostado que en ese momento tenía el coño empapado. Yo seguía sentado, con las piernas dobladas y agarrándome las rodillas. No quería que viesen lo dura que me la habían puesto… Sonia por fin reaccionó. Miró a Luis, que se había puesto en la misma posición que yo, supongo que por el mismo problema, y le dijo:
-A ver si aprendes…
Y se levantó y se fue al agua con Ana. Luis estaba rojo, para variar, con los ojos como platos. No sabía muy bien lo que acababa de pasar. Y callado como una tumba, pero eso ya era algo normal… Yo no pensaba decirle nada, y nos quedamos mirando los dos cómo se bañaban nuestras novias. Fue un baño inocente. A veces se juntaban y veía como hablaban y cuchicheaban al oído. Pero no más azotes, ni más mordiscos.
Cuando Sonia salió del agua, empapada, otra vez empitonada, con la braguita del bikini marcando sus labios y ese culo… uf, que me pongo malo, en fin, que cuando salió, Ana se quedó en el agua, me miró, y me hizo un gesto para que fuera. Yo me lancé al agua y nadé hasta ella. Me abrazó, y me dio un beso largo y húmedo. Ver a Sonia salir del agua me había puesto caliente, pero a Ana le bastaba con un beso para ponérmela tan dura que a mi bañador le costaba mantenerla dentro.
-¿Estas cachondo?- me preguntó Ana al oído.
Como toda respuesta la agarré del culo y la apreté contra mí, para que sintiera en su vientre lo dura que tenía la polla.
-Tócame para que veas como estoy yo.
La di la vuelta y la abracé por la espalda. Encajé mi polla entre su culo y llevé mi mano por el interior de su braguita hasta meter un dedo en su coño. Estaba encharcado. Estábamos de lado a la piedra donde estaban Sonia y Luis. Lo bastante lejos para susurrar sin que nos escucharan. Lo bastante profundo para que no vieran, o al menos no con claridad, lo que pasaba debajo del agua, pero no tanto como para que no supieran que ahí estaba pasando algo. Miré un segundo a la piedra y Sonia estaba sentada, tapada por completo con su toalla, mirándonos. Luis se había tumbado bocabajo, mirando en dirección opuesta al río. Era evidente que algo pasaba entre esos dos.
-Si me haces un dedo Sonia va a saber que me lo estás haciendo.
-¿Eso es una advertencia para que no lo haga o estás deseando que tu amiga vea la cara que pones cuando te corres?
-Cuando nos hemos estado bañando le he preguntado que qué le pasaba con Luis. Dice que es muy tímido, que nunca han hecho nada que se salga de lo normal, ni que se salga del dormitorio. «¿Nunca lo habéis hecho en un sitio público?» le he dicho yo. «¿Vosotros sí?» me dice. «Uff, si tú supieras».- Ana me iba narrando su conversación con Sonia al oído mientras yo seguía con mi dedo en su coño. Empecé a moverlo, y a alternar mis acometidas a su interior con caricias en su clítoris. De vez en cuando la veía mirar hacia la piedra, y sentía los ojos de Sonia clavados en nosotros.- No la he dado muchos detalles, porque me daba un poco de corte, aún no tenemos mucha confianza para estos temas, pero sí le he dicho que una vez me masturbaste en los asientos de un tren, solo tapados por un abrigo, con el vagón lleno de gente. Veía cómo le brillaban los ojos y estoy segura de que se ha puesto cachondísima hablando conmigo.
-¿Y tú no?- le pregunté.
-Pues claro que sí. ¿Por qué te crees que te he llamado? Me ha dicho que a ella le gustaría probar algo así, que siempre se lo pide a Luis, pero que no hay manera. «Pero no te quejarás» le he dicho, «parece que está bien dotado, y es muy guapo», y me dice «sí, es un puto Adonis, y sabe satisfacer a una mujer… durante tres minutos», y se ha echado a reír.- Eso explicaba lo poco que duraron los gemidos de la noche anterior de Sonia, y la discusión posterior… Yo seguía con mi dedo trabajándome el coño de Ana, y ella empezaba a agitarse. Cada vez miraba más a Sonia y disimulaba menos su cara de excitación.- Me ha preguntado que si alguna vez lo habíamos hecho en este río, y le he dicho que no, pero que era una buena idea… «No os atreveríais» me ha dicho, y me he echado a reír. Le he dicho, de broma, que si nos quedábamos a solas tú y yo en la charca que sospechase, pero creo que no ha entendido que era una broma. Me ha mirado muy seria, luego me ha sonreído, y se ha salido del agua. Ha sido entonces cuando te he llamado. Y por cierto, no mires ahora, pero creo que se está haciendo un dedo…
No miré, en ese momento me dio igual Sonia, que se estuviese haciendo un dedo, que estuviese en pelotas, o que se estuviese follando a Luis allí mismo, me daba igual. Yo solo quería follarme a Ana. Le bajé la braga del bikini, me bajé el bañador y se la metí. Disimulábamos todo lo que podíamos, era evidente que algo pasaba, pero podríamos mantener con cierta dignidad, llegado el caso, que solo nos estábamos bañando.
Sonia seguía tapada con su toalla. Es verdad que se intuían movimientos que podían indicar que se estuviese masturbando, pero también disimulaba haciendo ver que no pasaba nada. Entonces Luis se levantó, ajeno a todo. Yo creo que ni siquiera nos miró, y se fue a meter en el agua.
-¿Dónde vas?- le gritó Sonia- No molestes ahora, joder. Vuelve a tumbarte donde estabas.
Y Luis obedeció, sin decir ni pío. Volvió a tumbarse, otra vez rojo como un tomate, pero esta vez sin saber tan siquiera por qué. Cuando vimos que Sonia se tensaba, llevé mi dedo al clítoris de Ana, mientras seguía clavándole la polla. Ana y Sonia se miraban intensamente a los ojos. Creo que nos corrimos los tres a la vez, pero pese a todo, yo me sentía el tercero en discordia en aquel polvo. Nos colocamos los bañadores y salimos del agua, adecentándonos como pudimos y haciendo ver que no había pasado nada más que un inocente baño, aunque todos sabíamos que no había sido así. Bueno, todos menos Luis. El pobre ni siquiera estaba enfadado por cómo le había tratado Sonia. Su timidez le había llevado a asumir el rol de sumiso en la pareja. Hacía lo que le decía Sonia, sin rechistar. Pero cuando le proponía algo un poco atrevido o excitante, se ponía rojo y era incapaz de reaccionar. Y por si eso fuera poco, la facilidad que parecía tener para empalmarse era proporcional a lo rápido que se le pasaba su fogosidad. Vamos, que no daba la talla… pese a su talla.
Ana Y Sonia se cruzaron alguna sonrisa cómplices, pero nada más. La tarde no dio para más, y el río tampoco. Antes de que empezase a anochecer, volvimos a casa.
Continuará…