Las vacaciones de la amiga de mi novia. Parte 1.
Introducción. Ana intenta convencerme a polvos de que pase algo que yo, en el fondo, estoy deseando que pase «Ana sacó mi polla de su boca sin dejar de hacerse un dedo. -Deja que invite a Sonia a pasar aquí sus vacaciones y me lo trago.»
Han pasado ya unos cuantos años. Y unas cuantas cosas más. Ana y yo acabamos juntos. Reconozcámoslo, era de esperar. Aquel fin de semana que una vez os conté tuvo mucho que ver en eso. Fue mi primer relato en esta web, podéis leerlo si queréis, pero no es imprescindible para comprender esta historia. Solo tenéis que saber que Ana y yo, Otto, éramos dos amigos que follaban a menudo. Entre nosotros, y también cada uno por su lado. Y luego nos contábamos nuestros polvos. Porque, por encima de todo, somos muy morbosos. Las mejores confidencias eran cuando estábamos juntos. A veces se daban por teléfono, también, pero nada como contarle a Ana la vez que me tiré a aquella chica en los baños de un tren mientras ella me hace una mamada. En fin, esa es otra historia. Y también fantaseábamos. Casi siempre con alguna chica. A Ana le van los tíos, de eso no tengo duda, pero no hace ascos a nada, y compartir conmigo un par de tetas la pone muy cachonda.
Lo cierto es que maduramos, pasó nuestra época universitaria, y acabamos juntos. Se acabaron, con aquello, nuestras noches locas y aventuras con terceros, aunque, tengo que decirlo, nosotros dos nos bastábamos para hacer de nuestras aventuras las más morbosas de todas. Nos satisfacemos plenamente el uno al otro, seguimos siendo unos salidos y, por qué no decirlo, un poco guarros. Pero nos convertimos en una pareja fiel, eso sí. Hasta lo que os voy a contar. A ver, no ha sido exactamente una infidelidad, más bien… Bueno, es mejor que lo juzguéis vosotros mismos…
No voy a perder mucho el tiempo en describirnos. Tampoco lo hice demasiado en el relato anterior. Prefiero que cada uno nos imagine como más le plazca. Los dos estamos de buen ver, modestia aparte, pero sí os repetiré una verdad sobre Ana: lo que más me pone de ella no es su cuerpo, sino su morbosa cabecita. Creo que tiene el punto g en algún lugar de su cerebro.
En fin, a lo que íbamos. Esta historia comienza hace no mucho, contando nosotros treinta y pocos años, varios después de haber acabado nuestros estudios en la universidad. Ana trabajaba como freelance desde casa para varias empresas, y yo era profesor en un instituto. Vivíamos en un pueblo bastante pequeño de la sierra de Madrid, a unos 15 minutos en coche del pueblo donde yo daba clase y a algo más de media hora de la capital (ya sabéis, según el tráfico), donde Ana tenía que ir de vez en cuando a alguna que otra reunión. Era una casa no muy grande, pero comparada con los pisos de estudiantes en los que viví en el centro de Madrid, era todo un palacio. Tenía un diminuto jardín en la parte delantera, nada excepcional, cabían dos rosales y cuatro florecitas más, y un porche no mucho más grande. Lo bastante para sentarnos en un banco de madera al sol, algunas tardes. Pero no penséis mal, no era el lugar para dar rienda suelta a nuestra mente calenturienta, solo nos separaba de la acera una cancela que no nos daba nada de intimidad. Y que nos vea el cartero, o la vecina cotilla, no nos ponía precisamente. Ya veis, nos hacemos viejos… El interior era otra historia. Un pequeño recibidor, desde el que acceder al salón-comedor, la cocina, un pequeño aseo, y una escalera. Desde el salón y la cocina, se salía a un patio trasero. Este sí, estaba completamente cercado por un muro y ningún vecino podía vernos cuando estábamos ahí. En la planta de arriba, nuestro dormitorio con baño, un dormitorio más, otra habitación que hacía las veces de zona de trabajo de Ana y otro baño. Y la escalera, que seguía subiendo hasta un solárium que ocupaba toda la azotea y, el cual, también quedaba lejos de miradas indiscretas. Y adosado a nuestra casita de ensueño, un garaje, comunicado con el patio trasero, y donde entraba un coche, y una pequeña despensa.
Todo comenzó una tarde. Yo estaba en el salón, que es donde solía ponerme a corregir y preparar mis clases, si el tiempo no me permitía hacerlo en el patio, y Ana en su estudio, trabajando. Cuando la vi bajar en braguitas y camiseta de algodón, sin nada más, se me encendió la alarma. No penséis que siempre va así por casa, y menos trabajando, pues tiene muchas videoconferencias con los clientes. No, qué va, ese arma se lo guardaba para cuando quería ponerme a mil en un segundo.
-Uy, uy , uy… ¿dónde vas así?, ¿qué te propones?
-Nada…- sonrió. ¡Qué demonio de mujer! -Que ya he terminado de trabajar y me he puesto cómoda…
No la creí. Ella sabía que no la creía, pero siguió con el teatro. Entró en la cocina y volvió al salón con una cerveza. Yo estaba en la mesa del comedor, ella se sentó en la butaca del salón, a apenas 5 metros de mí, de frente. Me miraba, yo intentaba concentrarme en mi trabajo. Bueno, lo intentaba.
-¡Qué fría! Mira Otto, mira qué fría está la cerveza…
Se puso la lata de cerveza sobre una de sus tetas. Luego la apartó. El pezón se le notaba durísimo debajo de la camiseta, pero las gotas de agua que bañaban la cerveza fruto de la condensación empaparon la vieja camiseta blanca de algodón, ya de por sí fina, y no solo podía ver el pezón duro como un diamante, sino intuir toda la areola que tan bien conocía y que tantas veces había devorado. Y que en ese momento me estaba llamando. ¡Joder!, cómo me llamaba…
-A ver si la caliento un poco- dijo subiendo una de sus piernas al brazo de la butaca, enseñándome la zona de su coño, tapado por unas braguitas negras que se intuían empapadas. Colocó ahí mismo la cerveza, donde yo deseaba que estuviese mi lengua en esos instantes, y añadió -¡Dios! ¡Voy a hacer que hierva!
A esas alturas, los trabajos que estaba corrigiendo no podían interesarme menos. Notaba ya mi bragueta a reventar, y me moría de ganas de saber qué había hecho que Ana se pusiese así. Pero yo también tenía mis armas, y en esos momentos tenía que saber cómo usarlas.
-Déjame ver- dije mientras me levantaba. Ana se fijó en mi paquete. Lo sé porque yo hice todo lo posible para que se fijara: me levanté, me desabroché el botón del vaquero, metí mi mano para colocarme bien la polla, porque realmente estaba empezando a dolerme de lo dura que se me había puesto, y me dirigí a ella. Me quedé de pie justo delante. Mi paquete estaba a la altura de su cara. Lo miró, luego me miró a mí con esa expresión de «vamos, a qué esperas, fóllame», y yo la miré pensando, «no sabes lo que te queda aún».
En ese momento quería saber algo que Ana no me diría si yo le daba lo que ella quería cuando ella lo quería. Así que cogí la cerveza, y bebí. Me recreé. Eché la cabeza hacia atrás y el paquete hacia delante.
-Joder, sí que has hecho que se caliente.- Le volví a dar la cerveza. -Yo ahora quiero algo más frío. -Así que me puse de rodillas y pasé mi lengua por su coño.
Lo hice despacio. Aplastando toda mi lengua contra sus bragas. Sí que estaban fresquitas por haber tenido ahí la cerveza, pero entre su coño y mi lengua, no duraría mucho. Ana gimió. Yo puse sus piernas sobre mis hombros y volví al ataque. Esta vez, intenté penetrarle con mi lengua, todo lo que me permitían sus bragas. Y luego presioné donde más o menos calculaba que estaría su clítoris. Me encantaba comerle el coño con las bragas puestas, sobre todo si las traía empapadas de sus flujos, me parecía más morboso, más sucio, pero reconozcámoslo, al final nadie se come un caramelo sin quitarle el envoltorio. Así que aparté sus bragas y empecé a pasar mi lengua por los labios del coño de Ana. Primero uno, luego otro. Luego me ayudo con los dedos para abrirlo y le doy un lametón a su interior, que llena mi lengua de ambrosía. Y empiezo a trabajarle el clítoris. Primero se lo chupo, lo lleno de babas, hasta que baila con mi lengua sin apenas fricción. Luego pongo mi boca sobre él y hago ventosa, dejándolo seco, y vuelvo a empezar. Me vuelve loco, pero mucho más a ella. La miro. Aún tiene la cerveza en la mano. Con la otra, se pellizca los pezones. No es la primera vez que estamos en esa situación. Si hubiésemos estado en el patio, habría derramado la cerveza sobre sus tetas. Sus pezones se habrían transparentado, la cerveza habría recorrido su cuerpo hasta llegar a su coño, habría empapado su clítoris, refrescándolo, y habría terminado en mi boca, devorando su coño una vez más. Joder, por qué no estaríamos en el patio… ¿tanto frío hacía como para ponerme a corregir en el comedor? A veces soy un capullo…
Seguí así unos minutos más. Cuando sentí que Ana se iba a correr, paré, me levanté, y empecé a desnudarme.
-¿Qué te pasa?, ¿por qué has bajado así?- me quité la camiseta.
-¿Así cómo? He bajado normal. Has sido tú que has venido a comerme el coño…
-¿Normal?- me desabroché los pantalones y los bajé. Mis bóxer apenas podían contener mi erección. -Solo te has puesto cómoda, ¿no? Vale, yo también voy a ponerme cómodo…
-Me parece genial, pero ahora no me dejes así…
-¿Así cómo? Si has bajado normal…
-Sí, pero tú me has puesto así al chuparme.
-¿Y la cerveza? ¿No la has calentado al pegártela al coño?
-Es que estaba muy fría…- sonrisa pícara.
-¿Y ahora? ¿Sigues queriendo algo calentito?
-Mmm, ¿qué tienes por ahí?
Sin decir nada me saqué la polla y se la metí en la boca. Me agarró del culo y se la metió hasta la garganta. Empezó a hacerme una mamada de campeonato. Desde luego Ana estaba muy caliente. Había cruzado su línea. Esa tras la que abandona su papel de novia cariñosa y se convierte en una puta salida. Y cuando pasa esa línea, le encanta que se lo diga.
-La chupas como una zorra.
-MMMgggggg- el gemido salió de lo más profundo de su garganta, más o menos donde estaba mi capullo.
-No sé qué habrás hecho ahí arriba, pero has bajado y venías chorreando como una puta, ¿sabes por qué lo sé?- se sacó mi polla de la boca, cogió una bocanada de aire y preguntó:
-¿Por qué?
-Porque me la estás comiendo como una puta.- Y volví a metérsela en la boca, ahogando un gemido que empezaba a ser constante.
Ana empezó a babear, cayendo sus babas sobre su camiseta, y sobre sus tetas, que con la fiestecita estaban prácticamente fuera de su escote. Ella seguía con las manos en mi culo, si las hubiese tenido en su coño se habría corrido ya un par de veces, pero eso es algo que aún no quería que pasara. Y si seguía con esa mamada, yo también me correría, y tampoco quería que eso pasara aún.
Así que se la saqué de la boca, tiré de ella, y la levanté. La di la vuelta y la puse de rodillas en la butaca. Ana entendió lo que pretendía y se fue a bajar las bragas, pero se lo impedí.
-Ni se te ocurra.- Solo las aparté un poco y le clavé la polla de un solo empujón. -Son tus bragas de estar cómoda, ¿no?, y los dos queremos que estés cómoda.
-Uf, estoy comodísima, no pares…
Notaba que se iba a correr, y a mí no me quedaba nada tampoco, tenía que aprovechar este momento.
-¿Eres mi putita?
-Sííí…
-¿Quieres que te llene el coño de lefa?
-Dios, sí.
-Pues dime quién, que no he sido yo, te ha puesto así de cachonda. ¿Quién ha calentado a mi puta así, que me ha obligado a apagarle el calentón a pollazos?
-Sí, y qué pollazos… Mmmm…
-¿Quién ha sido, zorra? No te voy a dar mi lefa hasta que me lo digas…
Mi boca estaba pronunciando palabras que mi polla no podía mantener, y en poco más de diez segundos empecé a correrme en el interior del coño de Ana. Ella hizo lo propio y le vino un orgasmo que hizo que le temblaran las piernas mientras gritaba:
-Soniaaaaaaaggggggghhhmmmm
Sonia. Dejadme que os hable de Sonia. Sonia era una chica que estudió en la universidad con Ana. Sonia le volvía loca. Ha sido la fantasía más recurrente de Ana desde que nos conocemos. Nunca pasó nada, pues fueron compañeras, colegas, pero nunca amigas, en realidad. Se llevaban bien, tenían cierta confianza, pero ni mucho menos tanta… Su trato era muy cordial, Sonia no tenía ni idea de lo golfa que podía llegar a ser Ana, era muy formalita de puertas hacia afuera. Y Ana no sabía cómo era Sonia en la intimidad. A qué habría estado dispuesta llegado el caso. Pero la imaginación es libre… Y a Ana le encantaba imaginar.
Yo había visto a Sonia solo un par de veces. Carita guapa, coqueta, castaña, tirando a pelirroja. Poco pecho, pero bien proporcionada, y unas piernas torneadas dignas de sostener aquel culo. Su mejor arma, desde luego. Ella lo sabía, y lo explotaba. Al principio, Ana me hablaba de ella en nuestras conversaciones calenturientas. Lo que le haría, lo que le haríamos si la tuviésemos a mano. Luego, era yo el que se la mencionaba cuando quería calentarla. Funcionaba como un reloj. Era nombrar a Sonia y Ana se mojaba en cuestión de segundos.
-¿Sonia?- le dije, aún recobrando el aliento. -¿Pero qué has hecho?
-Yo nada, ella se ha puesto en contacto conmigo. Nos teníamos en Facebook, así que supongo que sabe a lo que me dedico. Yo sabía que ella había montado una pequeña empresa hace unos años, y me ha escrito por Facebook diciéndome que quería darle una vuelta al diseño de toda su identidad corporativa, y que si me interesaba, le pasara presupuesto. Hemos estado hablando un rato. Nada raro, no pienses mal. Recordando anécdotas de los viejos tiempos. Hemos quedado en hablar mañana por teléfono para hablar de trabajo, saber exactamente lo que quiere y poder darla un presupuesto más ajustado. Y ya que estaba, he estado viendo sus fotos en Facebook… Tenía muchas en la playa. Con sus bikinis, y… Bueno, creo que ya sabes el resto.
Durante las semanas siguientes, Sonia y Ana hablaron mucho por teléfono, Skype, Facebook… Bueno, muchas reuniones de trabajo. Se entendieron, y Ana rediseñó toda la parte gráfica de la empresa de Sonia. El trabajo de Ana es sagrado para ella, y yo sabía que en sus conversaciones con Sonia era estrictamente profesional. Pero cuando terminaba de trabajar… a mí me tenía seco. Estaba más salida que nunca.
Cuando su acuerdo profesional terminó, mantuvieron la relación que habían recuperado, y estoy seguro de que en esos días cogieron más confianza de la que nunca llegaron a tener en la universidad. Si hubieran sido así de amigas en nuestra época más loca… uf, quién sabe lo que podría haber pasado.
Un día, cuando llegué a casa, me encontré a Ana hablando por teléfono. Enseguida supe que hablaba con Sonia. Cuando colgó, se acercó a mí, melosa.
-He estado hablando con Sonia…- me acariciaba.
-¿Y qué te ha contado?- preguntaba yo dejándome querer.
-Hemos hablado sobre las vacaciones. Que nosotros estamos pensando en ir a Roma. Ella dice que con la remodelación de su empresa no va muy sobrada este año, y que quería mirar con su chico una casa rural en la sierra…
No lo vi venir.
-Pues parece una buena idea, ¿no?
¿Cómo no pude verlo venir?
-Sí, eso la he dicho, que parecía una buena idea…
Cualquiera lo habría visto venir.
-¿Y saben a qué sierra quieren ir?
Cualquiera menos yo.
-Les daba igual. Por el norte, por el sur… Una sierra de Madrid…
Y entonces lo vi.
-¿Qué has hecho?
-¡Nada! Aún nada. No les iba a invitar sin hablarlo contigo. Pero… Venga, están cortos de dinero, quieren una casa rural en la sierra, para desconectar, nosotros tenemos una habitación libre… Hace mil años que no nos vemos y ahora que hemos recuperado la amistad… estaría bien, ¿no?
-¿Bien? Sería como meter al lobo en el gallinero… O peor, estas metiendo a una gallina en la guarida de la loba…
-No te vengas arriba. Una cosa son nuestras fantasías y otra una simple amistad en la que nunca ha pasado nada… Y además, viene con su novio.
-Sí, y además eso, ¿no has pensado que lo de irse de casa rural para desconectar podría suponer que tú y yo estaríamos de más en sus planes de vacaciones?
-Bueno, eso que lo decidan ellos… Nosotros les invitamos, quedamos bien con ellos, y si prefieren gastarse la pasta para estar solos, pues les decimos que nos parece genial, y que esperamos que lo pasen muy bien.
La conversación quedó ahí. Hasta la noche. Estábamos ya en la cama y Ana se abrazó a mí. La tenía a mi espalda, y su mano empezó acariciándome el pecho, pero no duró mucho ahí. Empezó a bajar, yo ya estaba casi dormido, pero cuando metió su mano por dentro de mis pantalones, una parte de mi despertó.
-¿Qué buscas?- le dije aún medio dormido.
-Nada, ya he encontrado lo que quería.- Empezó a hacerme una paja, despacio.
-¿Crees que siempre vas a conseguir lo que quieres?
-No sé, voy a ver.
Cada vez movía su mano más rápido. Yo no hacía nada, permanecía impasible, tratando de hacerme el dormido. Pero cada vez me costaba más. Ana sabe exactamente cómo usar sus manos para tenerme en las mismas. Me giré de frente a ella, que siguió pajeándome. Yo empecé a acariciar sus pechos. Donde esperaba encontrarme su camiseta del pijama me encontré unos pezones duros y erguidos.
-Parece que tenías calor.- Le dije. Ella con su mano libre cogió la mía que estaba en su pecho y la bajó hasta su coño. Tampoco tenía pantalón ni bragas. Estaba completamente desnuda.
-Mucho calor.
Acaricié su perfilado y recortado vello y seguí bajando hasta encontrar su clítoris. Unas caricias y bajé un poco más. Introduje mi dedo. Estaba empapada. Llevé el dedo a mi boca y lo chupé ruidosamente para que ella supiera qué hacía. Luego la besé.
-Qué rico,- me dijo -quiero más.
Metí esta vez dos dedos en su coño y los llevé a su boca. Ana gimió.
-¿Quieres más?
-Síííí.
La puse boca arriba. Me coloqué encima y le metí la polla hasta dentro de su coño de un solo golpe. Entró sorprendentemente fácil. La mantuve ahí unos segundos, bien dentro. La saqué despacio, sintiendo cada milímetro de su coño. Y subí hasta poner mis rodillas a ambos lados de su cabeza.
-Abre la boca.
Antes de que terminase de decirlo ya estaba comiéndome la polla. Le encanta saborear su coño. Le vuelve loca hacerlo en mi polla. Pero nada comparado con lo loco que me vuelve a mí que lo haga. Se esmeró como nunca en chupármela. Empezó una de esas mamadas lentas y profundas. Solo sus sonidos guturales se oían por encima de mi agitada respiración. Eso, y el chapoteo de su coño castigado por sus dedos.
-Estoy a punto de correrme.- Le dije.
Ana sacó mi polla de su boca sin dejar de hacerse un dedo.
-Deja que invite a Sonia a pasar aquí sus vacaciones y me lo trago.
Eres una zorra, pensé.
-Eres una zorra.- Le dije.
Y entonces me pregunté en qué momento habíamos llegado a esa situación en la que yo me estaba oponiendo a que una tía buenísima que pone cachondísima a mi novia viniese a mi casa… Empecé a soltar chorros de lefa en su boca mientras le decía:
-Traga, puta, pero no seas avariciosa, no querrás que no quede nada para cuando Sonia quiera probar mi lefa también…- y Ana se corrió como una fuente. No sé por qué dije eso. Sonia vendría, si venía, como una amiga, con su novio, ni sabía de nuestras fantasías ni tenía por qué compartirlas. Pero imaginé que esas palabras serían una descarga de excitación para Ana. Y vaya si lo fueron. Tuvimos que cambiar las sábanas antes de poder dormir.
Continuará…