Las vacaciones

Unas vacaciones con un encuentro inesperado

Estábamos en la playa, tumbados en las hamacas, con mujer en top less, cuando se nos acercó un vecino del barrio. Estuvimos charlando un poco y demás, y luego siguió su camino. Al contrario de lo que podría ser una situación incómoda, la verdad es que el hecho de que mi mujer llevara las tetas al aire mientras hablábamos con él, me resultó bastante excitante. Y a ella también como averigüé después.

He de aclarar que mi mujer tiene un busto generoso, una 110, y que aunque a sus 36 años no tenga los pezones apuntando hacia arriba, te puedes pasar el día jugando con ellos.

Como decía, aquella noche echamos un buen polvo recordando la situación, y fantaseando con que el la tocaba las tetas y que se lo follaba allí en las playa.

Al día siguiente apareció de nuevo, y la situación se repitió. Mi mujer en tetas mientras hablábamos. Esta vez fue bastante más tiempo, y quedamos en ir a tomar algo antes de la comida.

Cuando nos encontramos para tomar esa caña, mi mujer me miró pícara y supe lo que pretendía, y la dejé hacer. Se puso el pareo que llevaba tapándose las tetas, pero sin ponerse la parte de arriba del bikini, por lo que aunque no se veían directamente no había que ser muy lumbreras para darse cuenta de que nada las sujetaba. Se movían bastante cuando andaba y prácticamente a cada movimiento que su cuerpo hacía, sus tetas respondían con su baile.

Nuestro vecino no perdió detalle de la situación, y en su bañador se apreciaba una abultada erección.

Las cañas no dieron para mucho más esa vez, pero suficiente para quedar los 3 en ir por la tarde a una cala, algo más alejada  pero mucho más tranquila.

Fuimos en su coche, yo me senté detrás de él, y mi mujer a su lado de copiloto. Había decidido ponerse solo la parte de abajo de un bikini negro, que apenas tapaba su culo, junto con el pareo, que al igual que por la mañana, llevaba puesto a modo de palabra de honor, pero que hacía poco más que taparla.

Yo iba observando, apenas prestando atención a su conversación, aunque si veía que ella reía y estaba cómoda. Le puso una mano en la pierna a ella, e iba acariciándola, cada vez más arriba. Entonces presté un poco más de atención, ya que nos empezó a hablar a los dos, más alto. Nos dijo que en realidad, la cala a la que íbamos era una pequeña playa nudista, tirando a liberal, y ya dirigiéndose a mi esposa la dijo que así podría estar mucho más cómoda si le gustaba ir sin ropa. Ella sonrió y le dijo que claro. Me miró a mí y entendí que iba a ir a por todas. Él le dijo que estábamos cerca y que se podía quitar el pareo. Ella le hizo caso, y quedó con las tetas a la vista de los pocos coches que nos cruzábamos. El empezó a decir que eran enormes y que seguro que se las miraban mucho los tíos y que se harían unas buenas pajas recordando su visión. Mi mujer le dijo que no le importaba, al contrario, la excitaba. Alargó una mano y le magreó la teta que le quedaba cerca mientras algún coche nos daba una pitada por el espectáculo que ofrecíamos.

Llegamos a la cala, los tres bastante calientes y cogimos las cosas del coche y nos buscamos un sitio. No había mucho donde elegir, así que nos instalamos y nos desnudamos del todo.

Nuestro vecino tenía un buen pollón, que tenía bien amorcillado de la calentura con la que llegamos, y mi mujer ahí en bolas con sus melones y su felpudo al aire delante de nosotros. Yo me senté rápidamente para no voy quedar mucho tempo con mi erección a la vista.

Ellos se sentaron juntos y yo a un lado aunque cerca de ellos. Veía como mi mujer no le quitaba la vista del rabo y a él sobándola las piernas con descaro. Ella reía sus gracias y aceptaba sus provocaciones y retos. La decía que si le acercaba algo, pero que se pusiera a cuatro patas para ello, dejando su culo expuesto y sus tetas colgando, o que se abriera de piernas para que le diera bien el aire en el coño, y deleitarse con su chocho abierto, y de paso el personal también a la vez que la tocaba a conciencia.

La gente de la playa debía estar acostumbrada a este tipo de situaciones, pues eran muy discretos, y salvo un par de tíos que se acercaron un poco, y no muy cerca, los que miraban lo hacían desde donde estaban. Le pregunté que si ya había estado allí antes, y me respondió que era una playa que además de nudista, era también conocida por el dogging y exhibicionismo, y que la gente que iba allí, sabían a qué iban y qué iban a ver allí. Todo esto me lo dijo mientras acariciaba el chocho de mi mujer, la cual cada vez estaba más caliente. Viendo cómo iba a acabar el tema les comenté de volver al hotel y tener más intimidad, pero ambos rehusaron, él diciendo que se veía que ella se calentaba exhibiéndose, y ella porque quería seguir y no tenía ganas de parar para ir a otro lado. Yo me empecé a poner nervioso porque no controlaba la situación, pero a la vez estaba muy excitado. Así que no protesté y les dejé hacer. Siguió masturbándola y metiéndole dedos un buen rato, y ella gemía sin cortarse. Cada vez más gente nos prestaba atención, y alguno se masturbaba.

Finalmente ella se corrió, y él le pidió devolver el favor con una mamada. Yo pensaba que ella pondría algún pero, condón o irse a algún otro lugar, pero ya estaba desatada y siguiendo instrucciones de él, se puso a comerle el nabo, de rodillas y dejando su culo y chocho de cara a los mirones que había. Yo no iba a ser menos y al igual que aluno de ellos, me empecé a pajear ante la escena. Me quedé un poco helado al ver que uno de los mirones, se acercó y la empezó a tocar, pero ella parecía estar en celo y no solo n ose apartó sino que se removía de gusto. Poco a poco avanzaba más y pasó de manosearle el culo y las teas a acariciarle el chocho y el culo, y poco después a meter algún dedo.

Finalmente la fiesta acabó con una buena corrida en la boca de mi mujer, que ella comió como una auténtica guarra. Hubo algunos aplausos, y fue entonces cuando le dio algo de vergüenza, pero tan solo se notaba en una tímida sonrisa.

Esperamos a se calmaran un poco las cosas, y recogimos y nos fuimos.

De nuevo en el coche, él la conminó a ir con las tetas al aire, y ella nuevamente aceptó el reto. La verdad, es que las situaciones de exhibicionismo nos estaban calentando a todos, y ella la hacían ir cada vez más lejos.

Al llegar al hotel nos dejó y nos despedimos de él, mi mujer con un cálido beso en la boca, y quedamos para esa noche en nuestra habitación, pues ese era su último día y nosotros nos volveríamos algunos días más tarde.

Estuvimos hablando de que se la hubiera mamado sin protección, y de que se hubiera comido su lefa. Pero ella le quitó importancia. Me dijo que no le importaba, que era una buena polla y no quería perder tacto con un condón. La verdad es que la tenía grande, como ya dije, y mi mujer no podía resistirse. Además, se veía que la dominaba, pues no le había dicho que no a nada. Se lo comenté y me dijo que ya veríamos donde estaba el límite, porque yo tampoco había protestado ante alguna situación. Y tenía razón, era super excitante, aunque perdiera el control de la situación. Veríamos si había algún límite aquella noche.

Ella estuvo cachonda perdida hasta que sonó el timbre, solo pensando en disfrutar aquel rabo, mientras yo no sabía por dónde iba a ir aquello

Cuando sonó el timbre abrí la puerta y allí estaba él. Entró en la habitación y se dio un largo morreo con lengua con ella mientras la magreaba el culo. He de decir que ella, sabiendo a qué venía, ya estaba desnuda, y sin mediar palabra se arrodilló para sacar su rabo y meterlo en su boca. Mientras estaba así, él me dijo que me acercara y sacara el mío. Obedecí y a ella no hubo que decirla nada, empezó a alternas las dos mientras sonreía y decía lo bien que lo iba a pasar con dos pollas para ella sola. Estuvo alternando pollas en su boca un buen rato, a la vez que nos pajeaba y mientras él la sujetaba del pelo. Cuando el decidió, la dirigió a la cama, sin soltarla del pelo y la puso boca a abajo, con la cabeza fuera del colchón, y me indicó que le acercara la polla a la cara mientras él la follaba. Como ya me esperaba, no se puso ningún condón y se puso a follar a mi esposa con energía, y yo notaba sus embistes en la mamada que mi mujer me hacía.  Poco a poco iba jugando con su ano e iba metiendo algún dedo, pero no pasó de ahí.

Fuimos variando posiciones, pero siempre uno en la boca y el otro en el coño hasta corrernos en su cara, e incluso él consiguió recuperar y echar otro rato más con ella a solas y correrse en su coño.

Nos despedimos y acordamos en vernos a la vuelta por el barrio.

Los días que nos quedaron echamos unos buenos polvos recordando y pensando en la nueva situación que se nos planteaba.