Las tribulaciones de Leonor

Primer episodio de las desventuras de esta notable muchacha y descripción detallada de los abusos que en ella cometió el miserable Cosme, su esposo, hasta que su lascivia le llevó a la catástrofe.

Apreciadosamigos y amigas: Después de más de tres años de ostracismo, me he decidido a recuperar mis claves y volver a publicar en TodoRelatos. Durante este tiempo he completado mi primera novela, que espero poder ver editada algún día; También he salido airoso de una “pulmonía doble”, que decían los castizos, regalo del popular Covid, gracias a la actuación de nuestros super-héroes particulares, los sanitarios. Gracias, gracias y mil gracias a esta gente, que constituyen ya una especie de secta de fanáticos, que se están jugando la vida por salvar a sus semejantes, a cambio de recibir cada mes lo que se gasta en copas cualquier famosillo al uso en una noche de farra.

Sin más, ahí tenéis mi nueva serie. Os presento a Leonor, toda una señora, amante de los placeres de la carne pero que quizás no imaginaba que, tras soportar los oprobios a los que la sometió su marido,aún habría de sersometida a las más abyectas perversiones por una colección de sujetos que iréis conociendo capítulo a capítulo.

No os pido calificaciones del relato, pues no aspiro a la gloria de ser aclamado por decenas de miles de lectores. Lo que si os requiero fervientemente es que comentéis los episodios y todavía más os encarezco que escribáis a mi mail todo lo que os parezca oportuno comentar conmigo. Pues es hacer amistades y comunicarme lo que busco, no la fama ni el favor de la multitud.

Existía hace treinta lustros, año arriba, año abajo,  en un lugar de la península ibérica de cuyo nombre no voy a acordarme, una fértil y próspera comarca. Vivía en ella una mujer de nombre Leonor, quizás no la más bella de la contornada, pero sí sin duda la más exuberante y lúbrica, la más deseable y ardiente de las hembras.

Casó muy joven con Don Cosme, un rico hacendado, veinte años mayor que ella y su más ferviente admirador.

Vivió la pareja más de quince  años en la mayor felicidad, gozando de todas las formas del sexo marital y disfrutando de una vida de placeres, al menos por lo que a Don Cosme se refiere. Pero el tiempo mermó las fuerzas del caballero y los avatares de la economía hicieron resentirse igualmente su fortuna.

Así que, pasados los cuarenta, con las energías y las ansias eróticas de una veinteañera intactas, la señora Leonor se encontró ligada a un marchito y arruinado caballero.

Don Cosme había sido hombre ardoroso y sibarita del sexo. A su joven esposa, muy inclinada a la religión desde sus mocedades, le costó bastante aceptar estas prácticas cuanto menos poco virtuosas que su esposo la obligaba a realizar. Fuerte fue su rechazo al sexo oral, tanto por activa, como por pasiva. Tardó meses en habituarse a que su marido alojara en su boca su gordo y palpitante pito, y años en aprender a engullir los jugos que vertía sin derramar una gota, como era el gusto de su esposo. Sin embargo, ya era una experta mamadora cuando la enfermedad de su marido puso fin a su vida sexual en común.

También fue dolorosamente adiestrada a ofrecer su ano a las embestidas del hacendado, que encontraba en ello particular placer.  Esto llegó a ser un hábito semanal para desesperación de la mujer, a quien ya le venían temblores cuando se acercaba el sábado.

Sin embargo, Leonor disfrutaba, en silencio, pero intensamente, del sexo convencional, que su marido también practicaba asiduamente. Contribuía a su placer el conocimiento de que aquella postura del misionero merecía la aprobación de su confesor, de hecho, él había sido un experto en practicarla la temporada que pasó predicando en la isla de Cuba.

Otro aspecto peculiar de la relación entre Don Cosme y la bella Leonor había sido la forma cruel y sádica que el buen señor gastaba para corregir a su esposa y obligarla a plegarse a sus libidinosidades. La sorpresa y el disgusto de ella fueron mayúsculos la primera vez que Don Cosme la obligó a tenderse boca abajo sobre sus rodillas para administrarle hasta doce fuertes manotazos en las nalgas. El buen tamaño de las mismas hizo más llevadero el castigo, ya que apenas se superpusieron las doce marcas, a pesar de las grandes proporciones de la mano del caballero. Igualmente, el pobre culo de Leonor permaneció rojo e inflamado cuatro días. Aquel tratamiento se repitió diversas ocasiones, hasta que ella aceptó recibir el nardo de su esposo por la puerta de atrás, lo que resultaba mucho más doloroso que las palizas, pero no dejaba secuelas de larga duración permitiéndole al menos a la pobre sentarse con normalidad.

Para obtener el placer oral que tanto le agradaba, el individuo castigó a Leonor a recibir un dildo en su coño y llevarlo puesto todo el día, habitualmente domingo, lo que la obligaba a asistir a los oficios de forma tan indecente. Cuando se arrodillaba, sentía Leonor cómo se hincaba en lo más profundo el aparato, provocándole un estado de éxtasis que nada tenía que ver con el sermón, pero que le resultaba tan violento que, al tercer domingo de penitencia, aceptó comerle el rabo a su esposo muy gustosa a cambio de ser dispensada de portar el molesto consolador.

Don Cosme no era un académico, pero tampoco le faltaba toda instrucción, lo que le permitía leer con cierta fluidez en francés. Con paciencia había reunido una pequeña colección de doce o trece volúmenes en esta lengua. Estos escritos le habían proporcionado una gran satisfacción personal y también le habían abierto la mente a probar nuevas experiencias en el terreno de lo erótico.

Algunas de las exquisiteces que proponían los autores eran adecuadas, aunque extravagantes, para ser ejecutadas por su Leonor.

Tal era el caso de la masturbación realizada con los pies por la solícita esposa. Los pies de la muchacha eran adecuados para este fin, ya que eran flexibles y de ágiles dedos, razonablemente limpios y carentes de callos y de focos de infección por hongos y otros microbios oportunistas.

De los pies,  siguiendo las orientaciones de los manuales, pasó el buen hombre a las pantorrillas, redondeadas y firmes, la zona entre los muslos, que ella sabía comprimir deliciosamente, utilizando ese músculo que los clásicos denominan castizamente "protector virginitatis".

Vinieron luego las nalgas, poderosas y duras, muy apropiadas para dar placer bien embadurnadas en aceite de oliva virgen extra, por el procedimiento casto de enterrar la polla de su marido en el fondo de ese valle profundo, pero evitando que se perdiera por el conducto del dolor, que estaba reservado para los sábados.

No se descuidó de probar las delicias de correrse violentamente entre los senos de Leonor, no tan grandes, pero igual de firmes que las nalgas, ni de probar la suavidad de sus sobacos, poblados de un vello fino y abundante, que le dio la sensación de estar frotando su capullo con un pañuelo de fina seda oriental.

Sin embargo, otras delicias amatorias le parecieron inapropiadas para experimentarlas con su mujer. Tal fue el caso del trío con dos muchachas y él mismo, en el que ellas debían realizar actos amatorios entre sí para excitarlo y darle luego diversas formas de orgasmo actuando al alimón, es decir, toreándolo a la vez, a cuatro manos y con las dos anatomías ofrecidas a su lascivia.

También le hacía cierta ilusión presenciar una cópula violenta ejecutada por otro macho. Reconocía que se le ponía durísima al imaginar a su mujer penetrada, no por uno, sino por toda una horda de salvajes, que la violentaban bárbaramente en su presencia.

SIn embargo, las buenas costumbres y el decoro le aconsejaron evitar estas prácticas en la persona de Leonor, sabiendo que no se lo tomaría muy a bien que digamos y podía esto colmar el vaso de la paciencia de la sumisa esposa, que igual acababa yendo con el cuento a su confesor, quien podía tomar severas medidas contra él.

Para evitarse estos perjuicios, Cosme frecuentaba algunos prostíbulos de tronío para dar salida  a sus inquietudes eróticas. Además se podía jugar apostando sin limitaciones. En estas andanzas se empezó a gestar su ruina económica y, quién sabe si también, la física.

Allí encontraba mujeres no tan bellas y esculturales como Leonor, pero mucho mejor entrenadas a satisfacer todo tipo de vicios.

Leonor no podía tener hijos. Esto quedó patente a los pocos años de casados. A pesar de los intensos y apasionados asaltos de su marido, no llegó la esperada preñez. Sabía él, aunque no lo dijo, que no estaba incapacitado para fecundar, ya que había preñado a tres o cuatro mozas antes de su boda, aunque pudo resolver el entuerto con unos dineros y algunas vagas promesas de reconocimiento, que nunca se cumplieron.

Habían pasado los años y la fortuna y la salud menguaron, como ya señalamos al principio. Se perdieron tierras y ganados, reclamaron deudas los bancos y las alcahuetas, los proveedores y los proxenetas. Finalmente, Cosme padeció un ataque de apoplejía mientras se refocilaba en un lupanar con una supuesta mujer alemana, que resultó ser en efecto de Alemania, más no mujer como aparentaba, hasta que Cosme palpó con sorpresa mayúscula un grueso badajo mientras la sodomizaba ardoroso. Fue sentir entre sus manos aquella polla y aquellos rubios cojones y comprender que había sido estafado y traicionada su hombría ( con gran placer por otra parte, ya que aquel joven tenía un culo de vicio ) que Cosme cayó fulminado. "Era tan hombre, que no pudo soportar saber que se había convertido en invertido" aseguró uno de los compañeros de farra del pobre hacendado.