Las tribulaciones de Eugenie y Louise/9

Eugenie empieza a purgar muy duramente los pecados de su padre, y lo peor es que sigue sin saber nada de Louise

CAPÍTULO IX

EL INTERROGATORIO

Aunque por un momento el grupo entero pareció creer en las sinceras palabras de Eugénie Danglars, el procurador intentó un ultimo cartucho:

  • ¿queréis hacerme creer que vos no conocíais ni sospechabais la situación económica de vuestra familia?

Eugénie dudo un instante. sabía de la situación desesperada de su padre por la conversación de la víspera de las capitulaciones.

sí... lo sabía

  • ¿cómo lo sabíais?

  • mi padre me lo dijo. Quería casarme con el Sr. Cavalcanti para solucionar sus problemas financieros.

Oyendo esas palabras el procurador sonrió satisfecho. Con voz autoritaria y contundente increpó a Eugénie

  • entonces... ¿queréis hacerme creer que sabiéndolo, partisteis con vuestra "amiga" la misma noche de vuestro compromiso de boda, boda que, según vuestro padre iba a solucionar sus problemas de solvencia, y que vos aceptasteis al recibir en lugar de honor a los invitados?

Y añadió con gesto triunfante como si se dirigiera a un jurado...

  • la misma noche... increíble... equipajes, pasaportes falsos, coche de posta... todo dispuesto... ¿no será que lo teníais perfectamente planeado ya que vuestro padre y vos sabíais que el Sr. Andrea Cavalcanti era un impostor?

Si Eugénie hubiera sabido mentir nunca hubiera confesado el conocimiento de la situación de quiebra en que se encontraba su padre. Al hacerlo se puso la soga al cuello. Eugénie se daba cuenta de que las casualidades jugaban en su contra... y no podía hacer nada por demostrar lo contrario.

  • señoría... nosotras pensábamos escapar desde hacia mucho tiempo, pero comprended que no podía saber exactamente la fecha de las capitulaciones, puesto que mi padre acordó con urgencia mi boda con el Sr. Cavalcanti después de haber roto mi compromiso con el Sr. Morcerf.

  • ¡ mentira!- Tronó el procurador. – Vos sabíais perfectamente que la boda no se iba a producir porque vuestra fuga con la Sta. D´Armilly estaba planeada desde hacia tiempo, y que vuestro padre tenia en su poder los 5 millones de francos que le habían asignado la institución de los hospicios, y que partiríais los dos esa misma noche para reuniros después en un lugar determinado previamente. La única que desconocía este perverso plan era vuestra madre... vuestra madre... que sí que sabía que tarde o temprano seria acusada de parricidio frustrado, en la persona del Sr. Benedetto... alias Andrea Cavalcantti... y que nada más verse sola ante la desgracia no pudo soportarlo y se suicidó.

Eugénie palideció de repente. Su madre... se había suicidado... quizás por su culpa... oh Dios, cuanta desgracia.

Y se puso a llorar amargamente.

El procurador viéndola en ese estado volvió a insistir.

  • señorita Danglars... sea razonable y díganos todo lo que sabe de ese plan. Le doy mi palabra de que la justicia será benigna con vos.

Eugénie, presa de una congoja indescriptible movía la cabeza negando, y sollozando sin consuelo repetía una y otra vez:

  • no lo sé... no lo sé...

El procurador se retira hastiado y mira hacia la abadesa. Esta hace un gesto y las dos monjas que acompañaban a Eugénie la toman por los brazos y se la llevan.

AZOTADA

Eugénie que camina como sonámbula repitiendo sin parar –no lo sé... no lo sé... es conducida hacia la misma puerta por la que llevaron a Marie cuando ingresaron en el convento de Sta. Magdalena de la Redención... al sótano... a la cripta. Eugénie es presa de una terrible conmoción; ha perdido la noción del espacio y todavía no sabe donde se encuentra . Cuando le desanudan el corpiño y le quitan la camisa empieza a entrar en razón: ve raros aparatos, cruces en aspa, una gran fragua con brasas, una reja colgando... está en una cámara de tortura.

  • no... no por favor... no se nada, no se nada...

Atan sus muñecas a unas argollas en lo alto de un poste de madera de unos dos metros de altura. Después de un sopetón bajan sus faldas y el calzón a la altura de las caderas. Oye pasos y palabras pero no puede ver de quien se trata. Reconoce las voces: son el procurador, la abadesa y el resto. Más que miedo siente una desmesurada vergüenza, ya que es la primera vez en su vida que está delante de hombres con sus senos descubiertos, y no puede ocultarlos porque sus brazos atados quedan muy altos.

El procurador se acerca a su lado. Eugénie se pega al poste intentando ocultar su desnudez.

  • Srta. Danglars... sea razonable y no nos obligue a pasar por esto. Díganos el paradero de su padre y le doy mi palabra que la Justicia será benigna con Vd.

Eugénie movía la cabeza con sus ojos anegados en llanto repitiendo sin cesar:

  • no lo sé... no lo sé... por favor, no me peguen... no lo sé..

El procurador se retiró del lado de Eugénie, situándose frente a ella pero a una prudente distancia; Inmediatamente le acompañaron su ayudante, el prefecto y la abadesa, todos con gesto serio. La infortunada Eugénie ve a una monja de color, muy fornida y alta acercarse a la superiora a recibir ordenes, llevando en su mano un látigo enrollado que le pareció enormemente largo, más incluso que el terrible flagelo con que azotaron a Louise durante el viaje al convento, y que tan demoledores efectos produjo en sus blancas carnes. Presa del pánico, Eugenie niega una y otra vez en voz alta conocer el paradero de su padre. Cierra los ojos. El tremendo ruido del látigo al restallar en sus ancas desnudas la paraliza. Después el dolor a carne quemada... y un grito de lo más profundo de sus entrañas.

La monja negra, agotada por el esfuerzo, se retira a una orden de la abadesa. El cuerpo ensangrentado de Eugenie pende derrumbado e inerte de sus muñecas. Gotas de sangre manchan su vestido o caen al suelo, añadiéndose a las que el látigo a desparramado. Ha recibido 20 latigazos con un flagelo de 7 metros.