Las tribulaciones de Eugenie y Louise/8
Desesperada, Eugenie toma una grave decisión, pero un hecho inesperado va a modificar su estancia en el Convento.
CAPÍTULO VIII
LA DECISIÓN DE EUGÉNIE
Al día siguiente Eugénie está al borde de la desesperación. Hace las cosas mecánicamente y no se quita de la cabeza el infortunio que se cierne sobre la frágil Louise. Además está rabiosa con la farsante de Corinne a la que espera ver con ansiedad; pero esta no acude al comedor lo que causa una mayor desazón en Eugénie que se pregunta donde estará y qué estará tramando. Tampoco acude a cenar por lo que ha desaparecido, a pesar de los pesares, su único contacto posible con Louise. Eugenie ya en su celda no puede atormentarse más pensando en el sino que puede correr su amada y ha decidido lo que va a hacer; sabe que es una acción desesperada y le horrorizan los latigazos que va a recibir pero llegara tarde a propósito para ir al refectorio y así provocara su tercera falta. Repetirá la acción dos veces más , lo que, además de los correspondientes castigos, la llevará directa al correccional. Louise la necesita allí para sobrevivir y si no está ella a su lado está segura que morirá sin remedio. Pasa la noche casi en vela dándole vueltas a su cabeza sobre qué futuro las espera. A la mañana siguiente se retrasa a propósito en vestirse. Como era de esperar la gobernanta al darle la fregona y el pozal le comunica que ha cometido su tercera falta y que ya sabe lo que le espera. Aunque lo ha hecho conscientemente a Eugénie se le hace un nudo en el estomago al pensarlo. Cuando acaba la jornada Eugénie se dispone soportar lo que sea... no se arrepiente en absoluto de su decisión. Durante la cena no prueba bocado y procura prepararse para los azotes que va a recibir al retirarse a su sala. Pero algo inesperado ocurre: es llamada para que acuda inmediatamente ante la presencia de la abadesa. Mientras camina hacia la salas de la Abadía acompañada de dos monjas sospecha que algo azaroso ha ocurrido pues es muy raro que la superiora hable con las reclusas salvo en la presentación en el convento. no sin razón Eugénie se teme lo peor.
LA VISITA
Cuando Eugenie se presenta en el despacho de la abadesa la encuentra sentada en su mesa y detrás de ella hay tres hombres de gesto áspero, elegantemente vestidos de negro. La abadesa se los presenta amablemente a Eugenie como el prefecto de policía y dos señores del gobierno. El prefecto se dirige a ella y le pregunta directamente si conoce el paradero de su padre, el Barón Danglars. Eugenie le contesta que no sabe nada de su padre, y que se enteró de su fuga cuando fue detenida. Uno de los señores se acerca a la muchacha y le pregunta si sabe realmente lo que ha hecho su padre. Eugénie le replica algo airadamente que ya le ha contestado en el sentido de que se enteró de lo sucedido a su padre y a la quiebra de su banco cuando la detuvieron. Con una calma fría y cortante, ese hombre se presenta como el procurador del Rey y le dice sin ambages que se la considera oficialmente sospechosa de ser cómplice de su padre y conocer su paradero. La temperamental Eugénie lo niega rotundamente y manifiesta que no solo no sabía nada de la quiebra y posterior huida de su padre, sino que su detención ha sido tan injusta como vejatoria, puesto que jamás ha tenido ninguna relación licenciosa ni escandalosa ni de ningún otro tipo que no sea el pedagógico y amistoso con la señorita D´Armilly, y que el motivo de su huida fue por ser ambas artistas e intentar impedirlo sus familias, cuestión esta que no se les permitió manifestar en el juicio. Que no han hecho nada malo y que no creen que el escaparse de casa sea un delito tan grave como para ser encerradas en un lugar como este. El procurador que ha escuchado la airada contestación sin pestañear se acerca todavía más a la cara de Eugénie y con voz muy baja, casi susurrante vuelve a preguntarle si sabe que su padre ha huido llevándose los fondos de los Hospicios de París, que se le considera el criminal más peligroso y odiado de Francia, y que el gobierno no escatimará medios para conseguir atraparle, y que más vale que diga lo que sabe cuanto antes para evitar males mayores. Eugénie, mas calmada pero firme le repite que no sabe nada de su padre, ni lo que ha hecho ni donde está, y que no le quepa la menor duda al Sr. Procurador del Rey que si lo supiera se lo diría inmediatamente, puesto que a su padre no le guarda ninguna consideración, y que solo le entristece la desdichada suerte de su madre
El hombre del gobierno levanta los hombros mirando a la abadesa con gesto de cansancio, y vuelve junto a los otros dos, que mueven las cabezas insatisfactoriamente.
La abadesa se levanta y se acerca a Eugénie, y le pide muy amigablemente que sea consciente de lo que ocurre y que colabore para que ese dinero vuelva para cumplir sus nobles fines, y que no la obligue a tomar medidas desagradables.
Eugénie, esta vez con lagrimas en los ojos dice a la superiora:
- Madre, me criaron para decir siempre la verdad. No sé mentir. Os suplico que me creáis. No se nada sobre el paradero de mi padre. Su felonía lo hace merecedor del mayor de los castigos, y con gusto colaboraría en que se hiciera justicia, pero no puedo ayudar a esta noble causa porque ni conocía sus intenciones ni sé donde puede haberse escondido.
Por un momento, el procurador real y el resto del grupo creyeron a Eugénie. Sin embargo...