Las tribulaciones de Eugenie y Louise/4

Durante el traslado hacia su triste sino conocen a otra mujer en su misma situación.

CAPÍTULO IV

MARIE

  • Marie... ¿porqué te llevaron al convento?

Louise se ruborizó al ver la cara de tristeza de la mujer. – lo siento... no debí hacer esa pregunta.

No te preocupes. De nada sirve ocultarlo: soy hija única de una noble familia de la región de La Provence venida a menos . Cuando solo tenia 18 años y para salvar su penosa situación económica mis padres me prometieron en matrimonio con un magistrado de la Corte Suprema de Lyon, viudo, mucho mayor que yo. Opuse toda la resistencia que pude, pero fui casada a la fuerza. Desde la primera noche dormíamos en habitaciones separadas. Mi marido, hombre muy estricto y religioso, dejó de tocar a su anterior esposa al saberse estéril a causa de unas paperas. No teníamos vida social alguna; llevábamos una vida regalada pero aislada en su gran mansión al borde del Ródano. Con el tiempo yo ya me había acostumbrado a esa vida de castidad y de recogimiento, quizás porque nunca había conocido varón. Hasta que llegó el día en que cumplí 26 años.

Marie hizo una pausa recordando esa fecha con amargura. Eugenie y Louise eran todo oídos.

  • el mismo día de mi cumpleaños mi marido trajo a un joven muy apuesto a nuestra casa. Era un sobrino suyo de París, acogido por él a la muerte de su única hermana, acaecida unas semanas antes. En el funeral ya me fijé en él, era un joven muy atractivo. También era muy atrevido. Desde el mismo en que llegó empezó a galantear conmigo. Al principio me hacia gracia la cosa. No estaba acostumbrada a ser cortejada y a toda mujer le gusta serlo . Pero Dolmancé, que así se llama el galán fue mucho mas allá, e intentó seducirme descaradamente. Yo me resistí. No sabía si contárselo todo a mi marido pero temía la reacción de este. Tiene un concepto muy pecaminoso de las hembras a las que considera instrumentos de Satán. Quise escapar; intente convencerle de que me dejara visitar a mis padres y pasar una temporada con ellos. No me dejó hacerlo. Tuve que aguantar sola y en silencio los atrevimientos de Dolmancé, cada vez mas osado e insistente. Un día mi marido tuvo que viajar a París por un asunto profesional. Estaría fuera al menos diez o doce días. Tiempo suficiente para Dolmancé... no pude resistirme más a su acoso y caí en la tentación de la carne.

Marie hizo otra larga y dolorosa pausa. Eugenie y Louise la escuchaban con arrobo pero se sentían apenadas por su dolor y no se atrevían a interrumpir sus cada vez más prolongados silencios.

  • Dolmancé no solo me sedujo. también me pervirtió, haciéndome degustar los más abyectos placeres de la carne. Yo me dejaba someter gustosamente a todo tipo de extravíos por mi libertino sobrino. Nunca tenia bastante.

Las lagrimas asomaron a los ojos de Marie.

  • Esta sórdida relación se mantuvo mucho después de que mi esposo tornara de París... una noche...

Marie tuvo que parar. Lloraba ya desconsoladamente. Las chicas estaban también a punto de hacerlo.

  • Una noche mi marido nos sorprendió. Yacíamos en mi lecho practicando un acto "contra natura". Entró sin llamar, cosa que jamás había hecho en nuestros diez años de matrimonio.

Nueva interrupción de Marie a la que estaba costando rememorar su pasado.

  • mi esposo me recluyó en mi habitación. Un día entro a comunicarme que iba a ingresar en un convento. Y la verdad, me alegré. Estaba arrepentida de mi inicuo comportamiento. El aislamiento absoluto y la oración me ayudarían a encontrar la paz conmigo misma. Con ese sentimiento reparador hice todo el camino hasta mi destino, solo acompañada por la persona de confianza de mi marido, el encargado de la finca, un hombre bueno y bondadoso. Antes de bajar de la calesa y enfrentarme a la dura realidad de la verdadera naturaleza del Convento de Sta. Magdalena de la Redención, me contó toda la verdad de la historia. Por él supe que todo había sido un engaño... una trampa urdida por el sobrino de mi esposo (al que detestaba), que lo que buscaba realmente era una renta de su tío para vivir holgadamente en París, lo que consiguió a cambio de su silencio. Le di las gracias y entré a ese infierno acompañada por una monja que me esperaba con mirada torva.

Marie no pudo reprimir ese adjetivo ante las dos infortunadas muchachas que, no obstante estar apenadas por lo sucedido, no podían entender en su fuero interno que sucumbiera por los dudosos encantos de un vulgar macho, para ellas una especie ruin y despreciable. La curiosa e ingenua Louise no tardó en preguntar a Marie el porqué de su fuga del convento. Y es que todavía no eran conscientes ni ella ni Eugénie de que el triste destino de Marie seria muy probablemente el suyo propio.

Marie se había dejado llevar por la necesidad de explayarse con alguien. Ahora estaba disgustada consigo misma por haberlo hecho con dos inocentes jóvenes, apenas unas niñas, condenadas a un incierto futuro. Pero no podía contarles que a las dos semanas ya estaba en el reformatorio por haber estropeado una colada trabajando en la lavandería; y que cuando salió a los tres meses después había sido azotada 10 veces. Y que volvió a entrar otros seis solo por derramar el vaso de caldo. Salió a los siete meses, un mes mas de castigo, y que en esos siete meses fue azotada otras quince veces, tres de ellas en los pechos con un gato. Y volvió al reformatorio de nuevo solo porque una monja creyó ver que la miraba con soberbia. Tardó más de un año en salir. Ya ni se acordaba de las veces que la habían torturado. Esta vez tuvo suerte; aguantó en la sala de las comunes casi seis meses, pero fue encerrada de nuevo por dormirse. No, no podía contarles eso.

  • tuve mala suerte y entré en el reformatorio. Ya os dije que allí la disciplina era muy estricta. No lo pude aguantar... y me escapé.

A continuación volvió a mentir.

  • Si procuráis respetar las normas y ser obedientes y disciplinadas todo ira bien.

Eugenie y Louise la escuchaban muy interesadas... y siguieron preguntando.

  • ¿ como pudiste escapar con grilletes en los tobillos?

  • trabajando en el huerto un día encontré un trozo de metal en el suelo al agacharme para orinar. Lo guardé en...

Las jóvenes se ruborizaron.

  • Bueno, ya sabéis... Si por alguna razón me castigaban, al desnudarme lo encontrarían, así que lo guardé ahí.

Risas.

  • Todas las noches lo frotaba con las argollas hasta caer rendida. Al cabo de tres meses había conseguido abrir un hueco en uno de los eslabones. Solo había que doblarlo y la cadena se soltaría . Al día siguiente pedí permiso para defecar en unos matorrales junto al río argumentando tener diarrea. La guardiana me lo concedió. No sin esfuerzo abrí el eslabón y liberé mi pierna. Tiré las alpargatas y la cofia y m e lancé al río sin pensarlo. Era muy profundo y la corriente era muy fuerte. Era seguro que no me seguirían, pero soy una buena nadadora y conseguí llegar aguas arriba buscando un lugar adecuado en la otra orilla para que no me vieran salir. Al rato ya oía los gritos de las monjas buscándome, pero lo hacían aguas abajo como era de prever. Al rato dejé de oír voces. Encontrarían el tocado o alguna chinela y me darían por ahogada. Esperé hasta el anochecer... y salí. Estaba aterida pero corrí todo lo que pude hasta encontrarme lejos... muy lejos.

  • ¿y como te cogieron? Preguntó esta vez Eugénie.

  • Toda la buena suerte que tuve al principio se tornó mala al final. Estuve toda la noche corriendo entre los campos y descansé al amanecer, lejos de los caminos. Andaba durante la noche y me escondía durante el día. Comía lo que encontraba en granjas y huertas. Tropecé varias veces con gendarmes pero pude evitar ser detenida de nuevo. Cuando ya creí estar a salvo busqué un pueblo donde hubiera una herrería. Lo encontré. Esperé para colarme allí. Lo hice una noche de tormenta. Rompí los grilletes y salí corriendo. No paré en toda la noche. A la mañana siguiente encontré una granja apartada. Yo estaba rendida y hambrienta y estaba decidida a suplicar algo de comida. Junto a la entrada había una mujer mayor intentando reparar la cerca. Me pidió que la ayudara, lo que hice sin reservas. Hicimos el trabajo y me dio de comer. Sus hijos estaban en el ejercito y su marido había muerto hacía una semana y estaba sola para cuidar la granja. Me dijo si quería quedarme a trabajar, a lo que acepté encantada. Cuando le dije que mi marido me había echado de casa porque era estéril no me hizo preguntas. El trabajo era duro pero tenia comida y lecho. La anciana me dio algo de ropa y de vez en cuando unas monedas. Estuve allí casi un año. Un día se presentaron allí sus hijos. Al verme recelaron. A pesar de los ruegos de la madre decidí partir. Buscaba una ciudad grande. Caminaba por las noches y descansaba durante el sol. Mi objetivo era llegar a una ciudad grande donde pudiera pasar desapercibida y obtener dinero suficiente para embarcar hacia América para emprender una nueva vida. llegué a Reims...

La mujer hizo otra pausa. Las lagrimas volvieron a asomar en sus negros ojos. Eugenie y Louise oían a Marie absortas.

  • Con mi atractivo físico no me fue difícil conseguir hacerme prostituta. Al cabo de pocos meses alcancé el dinero suficiente para llegar a Le Havre donde era más fácil embarcar al nuevo mundo. Cuando llegué a ese gran puerto volví a ejercer el oficio de meretriz, hasta reunir una cantidad suficiente para mis fines. Conseguí un pasaporte falso y acordé con el capitán de un carguero un pasaje para Boston...

Marie tuvo que interrumpir su relato por los sollozos.

  • Me estaban esperando. Cuando iba a subir por la escalerilla dos gendarmes me detuvieron. Ni siquiera me pidieron el pasaporte. Alguno debía ser confidente de la policía... Me llevaron al cuartel y me desnudaron de cintura para arriba para buscar las señales de la cárcel. Me habían tomado por una ladrona. Al ver los números en mis antebrazos, desconocidos pasar ellos , me torturaron para hacerme confesar de donde me había escapado.

Otra vez Louise interrumpió a Marie.

  • ¿números has dicho?

Marie mintió de nuevo.

  • cuando ingresas en El Convento te identifican con unas señales numéricas . Normalmente las delincuentes llevan grabada la flor de lis, como antes de la revolución, de ahí el desconcierto de los guardias.

  • ¿y que pasó luego? – insistió Louise.

  • ya lo podéis suponer. Me trasladaron a París en un furgón policial. Y de allí hasta aquí a pie.

Se hizo un angustioso silencio. Eugenie y Louise empezaban a tomar conciencia de la situación en que se encontraban y a que tenebroso estado podían llegar. Para dos jóvenes acomodadas eso les resultaba inverosímil. Ahora, después de oír el relato de una mujer de su misma clase y estado social, su mundo se les venia abajo. Marie viendo el desconcierto en sus rostros decidió dar por finalizada la conversación.

  • vamos a dormir. Mañana puede ser un día muy duro – no hablaba por hablar. Sabía lo que le esperaba.