Las tres vidas de Mary Donovan - 6

Mary y Jimmy afrontan su futuro como fugitivos en una cabaña solitaria. Algunas malas noticias, otras aún peores. Una nueva misión: el más difícil todavía.

Las tres vidas de Mary Donovan -6: El Diablo cuida de los suyos

(Disclaimer: esta historia tiene lugar en el siglo XIX y sus personajes tienen ideas, prejuicios y puntos de vista propios de la época. Todos ellos hablan en inglés, salvo en aquellas palabras o frases que aparecen en cursiva.)

No pregunté, no me dijo nada. Solo nos dedicamos a registrar los bolsillos de los caídos y tomar la escasa munición que aún les quedaba. Una vez hecho, Jimmy y yo nos sentamos sobre sus cuerpos y con la vista aún puesta en el camino les pelamos los dedos a cuchillo como quien despelleja a un animal, fibra a fibra hasta que salieron los anillos; unas alianzas baratas que realmente no merecían tanto esfuerzo. Apenas sí podrían proporcionarnos veinte dólares entre ambas y la mediocre satisfacción del desquite.

Mientras me encaminaba al interior vi al muchacho arrancar una cadena del cuello de uno de los hombres; el crucifijo que se balanceaba en un extremo era tan pequeño que no costaría mucho más que el resto. Dejé que se lo quedara sin discutir. No había nada que rascar. Apenas llegarían a cuarenta pavos en total, cincuenta siendo optimistas; un balance penoso en lo económico, sin contar pérdidas peores.

Pasamos el resto de la madrugada apostados tras las ventanas desvencijadas de la cabaña, callados y esperando a que vinieran más rangers siguiendo las huellas hasta que fue imposible seguir manteniendo los ojos abiertos, a medio camino entre el sueño y la alucinación.

Para cuando desperté el sol ya estaba en lo alto y la cigarra llevaba cantando varias horas. La boca me sabía a sangre y tras un reconocimiento rápido con la lengua advertí que tenía un hueco nuevo en la dentadura. Seguramente me había tragado el colmillo mientras dormía.

Mi cuello estaba dolorido y agarrotado por la mala posición en la que había descansado. Lo hice crujir. Jimmy se encontraba allí, levantado pero sin poder abrir los ojos del todo, las pestañas amarillas pegadas por las legañas, apelmazadas por las lágrimas de la noche anterior. A pesar de la impaciencia con la que se paseaba por el recinto -de nuevo con un par de botas propiamente dicho- había tenido tacto suficiente como para no forzarme a despertar antes de tiempo. En cuanto vio que comenzaba a menearme acudió presto.

El chaval se sentó en el suelo junto a mí, las piernas cruzadas a la manera india y todo el agotamiento de la semana patente en la cara pese a sus movimientos inquietos. Varias veces intentó hablar y otras tantas volvió a callarse, sin encontrar las palabras. Gesticulaba, tomaba aire... y luego desistía. Lo que tenía que decir tampoco yo quería escucharlo. Cuando hinchó el pecho y parecía haber encontrado el valor, moví la mano y le corté el discurso antes de iniciarlo siquiera.

—¿Has conseguido aparejar los caballos que trajeron?

—No.- Respondió, visiblemente desconcertado. - No sabía que hubiera que hacer nada de eso. Ni siquiera estaban ya aquí cuando me levanté.

— Tal vez sea lo mejor, que vayan dejando huellas por algún otro lado y se lleven lejos a esos bastardos...-Me desperecé.- Aunque también es una lástima, nos habrían venido bien. El que he traído tiene los costados destrozado por las espuelas.

—Lo he visto antes, posiblemente acabarán infectándose... Debiste tener más cuidado.

—¡¿Te parece que fuese un buen momento para andarse con zarandajas?! -Le vi clavar la mirada en el suelo y moderé mi tono. Ese crío ya tenía suficiente.- Tú solo has traído otro, ¿verdad?

Asintió con la cabeza.

Menuda ruina. En el peor de los casos supongo que podríamos comernos el mío. Al menos así tendríamos algo fresco, porque a saber en qué estado se encontrará la comida que dejamos en invierno... Y eso contando que al menos fue Séamus el que organizó la despensa y puso algunas legumbres entre tanta carne seca la última vez.

—Séamus está muerto.-Respondió de sopetón.

Su cuerpo apoyado en la pared pareció deshincharse y menguar en tamaño tras decirlo, como si solo retener el aire para pronunciar esa oración lo hubiera mantenido en pie hasta el momento.

—Lo sé.

Me incorporé trabajosamente, haciendo caso omiso a sus amagos de protesta. Si lo que pretendía era llorar juntos o alguna especie de reconocimiento solemne por mi parte, estaba claro que no me conocía. Pésames o enhorabuenas, nunca se me han dado bien esas cosas.

Vamos a ver esos frijoles.

Apenas podía caminar bien y me tambaleé hasta donde estaban los bultos. Estaba tan mareada como si alguien me hubiera agitado la cabeza, las agujetas impedían que incluso los miembros que sí me respondían lo hicieran del todo bien.

Algunos de los sacos amontonados en una esquina hedían a podrido y presentaban un aspecto verdoso. De entre las fibras de arpillera salían raíces y tallos. No merecía la pena siquiera abrirlos para saber que el contenido se había echado a perder por completo. Ahora solo servían para dar mal olor en una cabaña que nunca había destacado por lo contrario. Hasta los cazos y tenedores se habían enroñecido y carcomido en nuestra ausencia.

Los paquetes más pequeños en cambio habían aguantado mejor el embite del clima. Los conté, los sopesé en la mano y fui clasificando. Teniendo en cuenta que las provisiones habían sido planificadas para bastantes más personas, durarían un par de semanas si las racionábamos. Para entonces posiblemente nos hubieran rastreado hasta allí. Antes, tal vez. No podíamos quedarnos.

—Lo mató el puto telegrafista.-Masculló a mis espaldas- ¿Eso lo sabías también?

—Eso creía. Te vi correr tras él, pero ahora no estoy tan segura. Pudo ser cualquiera de los otros. Quiero decir, ¿de dónde coño salió de pronto tantísima gente?

—A mí no me mires: me los encontré de frente y casi no lo cuento. Yo ya no entiendo nada de lo que ocurrió ayer.

—Podría decirte lo mismo, pero no tiene caso pensar demasiado en ello. -Chasqueé la lengua y repasé una vez más el espacio del diente roto. - Pasó y ahora estamos aquí.

—Ajá...

Pero Jimmy sí que quería seguir dándole vueltas a lo sucedido. No podía hacer otra cosa. Se dejó caer sobre uno de los colchones, levantando una nube de polvo y moho.

... Bien pensado, que lo matase uno de esos tipos es un poco mejor que morir por culpa de un chupatintas.

—Sí, supongo que sí.

—Tenía los brazos como alambres, María. Séamus podría haberlo hecho trizas sin despeinarse...

Era un consuelo muy pobre pero si al muchacho le bastaba, bienvenido fuera. Por mi parte y como había hecho en el pueblo pretendía aplazar lo más posible cualquier duelo. No quería saber demasiado pero tampoco tenía presencia de ánimo para pedirle que lo dejara y se callase de una maldita vez.

En lugar de eso me dediqué a buscar la caja de cigarros donde guardábamos la plata de emergencia. Eso me ayudaría a centrarme y decidir qué hacer.

A Colin le...

—¿Sabes dónde pusieron los chicos el dinero?

Jimmy se removió a regañadientes en el lecho, haciéndose a un lado para extraer algo rectangular de debajo. El papel carcomido que lo cubría se desmenuzaba y se pegaba a sus dedos, arrancando el nombre del fabricante. En cuanto me entregó la caja se frotó las manos contra la pechera para desprenderse de los fragmentos.

—Espero que no hubiera notas de pago dentro o estarán tan podridas como todo lo demás.

—Debe ser el rocío. Humedad por la noche, calor por el día... así es como las plantas crecen mejor. Lo raro es que no les hayan salido ramas a las sillas.

—A ti te han salido espinas.- Señaló con el mentón los fragmentos de cristal que aún permanecían clavados en mi piel. La camisa estaba muy sucia pero la carne apenas sangraba ya. Tampoco dolía. Me había olvidado totalmente de ellos.- ¿Te ayudo con eso?

Entre los arbustos, el roce con el suelo y las propias esquirlas la renda había quedado ya para el arrastre, así que no me molestó demasiado cuando me desgarró la manga para poner al descubierto las pequeñas heridas. Algunos pedazos eran lo suficientemente grandes para extraerlos con los dedos, pero la mayoría hubo que sacarlos apretando como si fueran granos hasta que asomaban lo necesario.

El resto era cosa de dientes.

Su boca subía por mi brazo a picotazos, besos de niño pequeño, uno antes de sacar cada vidrio y escupirlo sobre la madera. Había bastantes más de los que pensaba, unas cuántas decenas. La mayoría nunca hubiera podido quitarlos por mí misma. El pellizco de sus incisivos, dolorosísimo pese al cuidado que ponía, era prueba suficiente.

Su mirada me interrogaba pidiendo permiso para seguir, permanecía clavada en mí mientras lo hacía, cada vez que mordía mi piel y el cristal. Asentí siempre, apretando las muelas hasta que ya no fue necesario seguir haciéndolo. No importaba, no era nada, había tenido padecimientos mayores.

Podría con ello.

Me giré y desabotoné el collar de la prenda, estirándolo hacia los hombros para ofrecerle también la espalda. Hice amago de improvisar una coleta pero fue apartando mi pelo suelto por sí mismo a medida que avanzaba, barriéndolo hacia mis hombros con más habilidad de la esperada. Su nariz fría me erizaba todo el vello de la columna al ascender, en contraste con su aliento. Ya no sabía si la tiritona que tenía era de frío, de incomodidad o de enfermedad. Era imposible saber a cuántas millas estaba del frasco más cercano de medicina...

En cuanto llegó al cuello me pareció que el chico empezaba a recrearse demasiado. Había pasado de limitarse a arrancar y extraer a limpiarme la piel como los perros, sellándome las heridas con saliva. Apoyaba su frente en mi nuca, me besaba por zonas que estaban sanas, se entretenía... Su respiración acelerada, su peso cada vez más firmado sobre mí me incomodaban. Sus manos vagaban por doquier, apretando mi carne con una intensidad impaciente. Varias veces noté algo duro contra mi espalda que no debía estar ahí. Intenté tolerarlo hasta que se hizo tan frecuente que me resultó imposible de ignorar. Era lo que menos necesitaba, un criajo asustado y amoroso frotándose contra mí como si estuviera en celo. La pena hacía de él una especie de imitación corrupta de bebé: si me descuidaba, pronto lo tendría llorando y colgado de una teta. Aún con mis fuerzas disminuídas me lo acabé sacando de encima sin miramientos, casi a patadas. Desde el suelo me devolvió una mirada angustiada, sin comprender.

No había nada que pensar. Yo todavía era de Jack y él aún no estaba siquiera frío.

Pese a todo me negaba a creer que la última conversación con mi difunto hubiera tratado sobre los dudosos hábitos amatorios de su hermano, cuando además era evidente que la pobre criatura no había tenido ocasión de tener ninguno. Puede que se excitara con excesiva facilidad pero era sin malicia, como todos los hombres a su edad. Solo alguien sumamente joven podría estar desolado y caliente al mismo tiempo.

No dejaba de ser triste que las dos únicas veces que Jimmy hubiera puesto los labios sobre una mujer fuese para acabar lamiendo su sangre.

Rebuscando por la cabaña no tardé en encontrar algo de alcohol que echarme sobre los cortes.  Me hizo oler aún peor y dar algún salto, aunque mayor era el escozor de saber que había dejado a mi familia por nada. Un par de años de jolgorio y pecado, de sumisión a un hombre que seguramente había acabado metiéndose un tiro en el cielo de la boca sin preocuparse de mi suerte, y vuelta a la miseria.

La persona por la que existía no habría tenido siquiera el detalle de enterarse de si estaba viva o muerta antes de decidir quitarse de en medio.

Me bebí el resto.

Eso ayudó a que dejara de tiritar y la nueva realidad empezara a asentarse gradualmente en mi cerebro. No sabía ni cuántas veces había estado apunto de morir en unas pocas horas y de pronto tenía toda la libertad del mundo, toda la vida por delante si la quería. Por primera vez no tenía a nadie que me mandara ni condicionara mi existencia, que me dijera lo que debía hacer a cada momento. Lo que me unía a Jimmy no era lo bastante fuerte para eso. Podía meterle una bala en la mollera y ya no quedaría nadie para recordar mi breve tiempo como bandida. Ni Dios me delataría.

Lo pensé. Vaya que si lo pensé. Varias veces a lo largo de esa tarde y la noche sucesiva me llevé la mano al cinto y otras tantas la retiré. Porque, total ¿para qué?¿Qué sentido tenía?¿Qué podría hacer ese muchacho contra mí? ¿Merecía la pena matarlo, cobrar su poca recompensa y gastármela en morfina?

El dinero de la cabaña no duraría demasiado. Era relativamente poco porque había sido planificado para emergencias: reemplazar uno o dos caballos, pistolas, comida. Quizás una carreta. No resultaba ni por asomo lo bastante como para montar un negocio y empezar de nuevo. Carecía de casa o familia, nombre o herencia. Sin el Chacal, también de un hombre que me protegiera. No sabía hacer nada legal, casi como una recién desembarcada en el continente. Me esperaba a todas luces una existencia de mierda, de mano de obra esclava en servidumbre o de prostitución barata por mi edad... y si volvía a casa con los Donovan sería aún peor. Me tocaría cargar con el trabajo de varios hombres y proveer para Dios sabe cuantísima gente, seguir priorizando a una familia a la que no me ataba la sangre, un papel de madre postiza. De padre, en realidad: mantener a todos los críos del hombre al que había querido sin que me correspondiera ni me hiciera el niño sano que a todas luces me debía; ver nacer al último que había sembrado en otra mujer. Inclinar la cabeza ante alguno de los que se habían quedado en casa o darme a respetar por la fuerza cuando intentasen tomarme; sufrir la losa del liderazgo durante décadas, privada del beneficio de tener a mi tirano en la cama ni volver a catar más vergas.

Ser más Jack que el propio Jack.

Seguramente los acabase matando a todos por la frustración y heredase sus jaquecas. Eso también sería muy propio de él. Intenté sonreír, pero pensar en el Chacal me dolía demasiado hondo, hasta lo físico.

Hubiera sido agradable contar con algo suyo a lo que aferrarme, alguna prenda con la que hacerme un ovillo y sentir su olor, su presencia una última vez aportándome seguridad, pero lo más cercano que tenía a una pertenencia suya era su hermano pequeño y por Dios que no iba a permitir que se acurrucase de nuevo junto a mí.

Cuando no estaba de guardia, tirándole piedras a los buitres o pateando inútilmente los cadáveres medio comidos, Jimmy me seguía como un patito recién nacido, tan dócil y solícito que resultaba agobiante. Ahora podía entender como los más calmados de entre sus hermanos acababan perdiendo de tanto en tanto la paciencia: los ahogaba bajo el peso de la responsabilidad, especialmente en aquellos momentos en los que no deseaban tener ninguna. A veces me escabullía y lo dejaba hablando solo, esperando que se cansase y volviera a dormirse. No sabía existir por sí mismo, estaba acostumbrado a eso. Pedía permiso para todo y se encontraba siempre en movimiento; hacía preguntas, muchas preguntas. Era de pura lógica que tras cuatrocientas, alguna de ellas terminara arrojando algo útil.

Una vez mientras me encontraba limpiando el arma entre subida y subida de fiebre lo vi acercarse hacia mí con paso resuelto.

—¿Cuándo vamos a volver a por Henry y los demás?

Levanté la vista y lo miré seriamente antes de responder, a sabiendas de que estaba a punto de causarle más dolor .

—¿A casa, quieres decir?

—Sí. -Pareció pensárselo mejor- ¡No! A por ellos, para...

—Tus hermanos están muertos, chico.-No tenía sentido seguir evadiendo la cuestión- Todos ellos, incluso Frank. Su juicio estaba cercano, y aún en el caso de lo hubieran retrasado, habrán nombrado ya algún juez sustituto en los días que llevamos aquí parados.

—¡Pero no pueden...!

—Sí pueden, Jimmy. Es lo que hacen por allí, están bien cubiertos ante imprevistos. Si aún había alguna esperanza, que lo dudo, lo que hemos hecho solo habrá servido para asustarlos y que  recrudezcan su pena aún más. Ya sabes, crear un ejemplo.

Es para lo que sirven tus impuestos. -Añadí.

—Me alegro de no pagarlos.

Me hizo reír y le bajé de un golpe el ala del sombrero hasta a nariz, lo que solo pareció aumentar su indignación. Se la volvió a levantar.

¿Habrán sustituido también a los rangers que matamos?

Me encogí de hombros.

—Es un país grande y cada día llega más gente. Que no te extrañe si en unos años acabas tú también de ganapán.

—¡Nunca!

—Hey, ya lo veremos cuando el hambre apriete. Creo que no viven mal. Comida, camas limpias. Ningún agujero de mierda como este en el que esconderse...-señalé a mi alrededor- ¡Diablos, yo firmaría si pudiese!

—¿Es una broma?

—En absoluto. Es más o menos lo mismo pero con una paga regular y un dogal en la garganta. Ve haciéndote a la idea, porque de una u otra manera vas a acabar con un adorno alrededor del gaznate. Solo te toca decidir si prefieres una correa o una soga.

—Colgar a la gente es indigno, María. Fuera como fuese un hombre a lo largo de su vida, lo duro, lo amable... Da igual. Llega allí y se mea. Se le sueltan las tripas y se caga como un viejo senil delante de todos.

—Ya, bueno...

—Delante del cura... -continuó- Con lo sencillo que sería meterle un tiro en la nuca y dejar su dignidad en paz.

Dentro de lo malo al menos no había mencionado nada de la eyaculación post-mortem. Mejor seguir sin comentarlo.

—No sé qué quieres que te diga, Jimmy. Solo nos queda desear que lo de Frank haya sido un fusilamiento. No podemos hacer mucho más.

—Pero ¿y Colin?¡¿Y Jack?!

— No puedo asegurarte nada de Col, pero lo que es Jack... ¡Ja! Sabiendo que Frank no habría de sobrevivirle por mucho, te aseguro que palmó feliz.

—¿Qué quieres decir?

— Exactamente eso. Ese par nunca se quisieron demasiado.

No era así de serena como me imaginaba su partida, desde luego. Él siempre dijo que se comería su propia pistola antes que permitir que lo juzgaran, como un escorpión rodeado por el fuego. Mismo resultado, la mitad de aburrimiento. Se había disparado en el paladar, eso seguro, pero dudaba mucho que hubiese habido sensación alguna de triunfo al final. Nadie puede sentirse muy alegre mientras se suicida. Confiaba en que hubiera gastado antes todas las demás balas y habría dejado a esos cerdos malheridos para que se retorciesen durante una semana, con las vísceras negras y podridas antes de morir. Se encontrarían conscientes y chillando todo ese tiempo para que sufrieran también sus madres...

Eso estaría bien.

En mi mente él también habría estado muy herido, lo bastante como para que dispararse y evitar la agonía fuese una decisión inteligente en lugar de un ramalazo de rabia. Fiambre y todo, ese hombre conseguía que siguiera disculpándolo.

—¡Te digo que no están muertos! ¡Si tenéis algún otro refugio podrían estar allí!

—Jimmy, a Colin le cayó una casa encima. No hay manera de que pudiera sobrevivir a eso. Si no lo mató el golpe, lo haría el fuego, el humo, el peso al cabo de un rato... Sé realista, joder. ¿Viste a alguien que lo sacara?

—No, pero pudo...

—No, hijo, no pudo. Vi cómo quedó. Ni siquiera le asomaba la cabeza.

El muchacho dejó caer la suya sobre el pecho. En cierto modo, pensé, aquello era lo mejor que le podía pasar, aceptar todas lás pérdidas seguidas en lugar de tener que ir racionando el dolor con cada nueva noticia, solo para volver a hundirse cada vez que atisbase indicios de recuperación.

—Pero no viste morir a Jack, ¿verdad?-Preguntó, con un hilo de voz.

—No me hace falta. Cuando me marché llevaban un rato intentando cortándonos la retirada, estrechando el cerco. La gente estaba exaltada... Solo pude escapar de pura casualidad y aún así ya has comprobado que vinieron tras de mí.

—Entonces no puedes estar segura de si te fuiste antes o después que yo.

—Tú solo viste a dos, pero eran seis o siete al principio. No me hubieran perseguido de quedar muchos de vosotros en pie. No les habría merecido la pena.

Las palabras del ranger de la pistola dorada seguían retumbando en mi cabeza. Su seguridad, el modo en que se había jactado me habían parecido auténticos desde el principio; ver la casa vacía solo había supuesto una confirmación. Jimmy podía permitirse el lujo de aferrarse a esperanzas vanas porque en el fondo aún era un chiquillo, yo no. Tenía que desechar las dudas al precio que fuera.

¿Cuántos salieron en tu busca?

Para mi sorpresa, que esperaba verle extender los dedos para contar como de costumbre, ni siquiera parpadeó.

—Ninguno.

—Ahí lo tienes. Si no pudieron prescindir de nadie para ir a cazarte es que todavía tenían las manos llenas de problemas.

En realidad no estaba tan claro. Había visto derrumbarse la vivienda sobre Colin, lo que significaba que al menos durante el tiempo que yo estuve en la barbería Jimmy seguía allí. ¿Cuántos minutos habían pasado desde entonces? ¿Diez, veinte? ¿media hora antes de que me marchara...? Ni él ni yo teníamos reloj que usar como referencia, y el tiempo parece estirarse infinitamente cuando se tiene miedo.

—No me siguieron porque Jack los mantuvo entretenidos cuando se cayó.

Alcé la vista hacia él. Jim debió notar que había captado mi atención y se extendió, atropellándose con las palabras.

Del caballo, digo. Del caballo que habíamos conseguido. -Puntualizó- Es lo que habíamos estado intentando todo ese tiempo, o al menos desde que perdimos los nuestros: sorprenderlos por un extremo y llevarnos un par de los suyos. En principio no resultaba un mal plan, ¿a que no?. Había suficientes hasta para poder elegir.

El único problema es que aunque fueran muchos tendríamos que acercarnos, así que decidimos conformarnos aunque fuera uno e intentar salir en él los dos... Rodearíamos el pueblo por la otra entrada y sacaríamos a Col de donde estaba. No se lo esperarían.

Por supuesto que no. Nadie en sus cabales imaginaría que hiciesen algo así de estúpido en lugar de salir corriendo. Me contuve de mala gana y le permití continuar.

Los otros habían logrado que se replegaran un poco y pudimos colarnos por un lateral para atacarlos desde detrás, pero salvo los que operaban la ametralladora todos se dieron la vuelta. Todos, María. ¿Te he dicho que eran muchísimos ya? No conseguimos derribar más que a uno solo de los jinetes. Jack me ordenó que mirara al frente y siguiera disparando mientras él intentaba calmar al caballo, pero cuando llegó el momento me puse nervioso. Me asusté. Ese montón de hijos de puta de frente y el camino tras nosotros más o menos despejado... No creí que tuviera otra ocasión. Fue demasiada tentación. En cuanto el animal dejó de encabritarse, me subí de un salto a él y Jack... bueno... Jack se molestó.

Dejó lo que estaba haciendo y se agarró a mí para trepar. Pesa lo suyo, ya lo sabes -se tapó la boca por reflejo al darse cuenta de lo que acababa de decir.- En fin, hacía mucha fuerza hacia abajo. Tiraba de mí con tanta saña que estuve a punto de caerme unas cuántas veces. Así perdí la bota. Incluso cuando ya estaba prácticamente encima no dejaba de zarandearme y estirar de mis brazos para agarrar él las riendas.

Jim se sentó a mis pies, tan exhausto y nervioso por haberlo contado como seguramente lo había estado al vivirlo.

Supongo que ahora es cuando te enfadas conmigo... -Suspiró.- No volví a por Colin, no me atreví.

—No hubiese servido de nada, créeme.

—...Pero así es como Jack se cayó, intentando hacerlo. Forcejeamos por el control del caballo y yo... bueno, estaba sentado mejor que él.

Retiró sus grandes ojos azules hacia el suelo, la voz llena de autocompasión. Sin duda estaba esperando algún tipo de castigo.

Negué con la cabeza. Jimmy era una criatura ingenua y adorable. No importaba lo que Jack le hubiera dicho para convencerlo de cubrirlo, lo que le hubiera prometido. Mi hombre nunca fue el más brillante de la familia, pero incluso él se habría dado cuenta de sobra de que salvar a Colin estaba más allá de sus posibilidades. Cualquiera sabe que dos personas en un caballo disminuyen considerablemente su velocidad y en una huída eso lo es todo. Tres era una locura, un despropósito.

El Chacal había tirado de Jimmy para librarse del lastre. Había querido deshacerse de él, echárselo a los perros para que se entretuvieran con el chico, pero le salió mal. Podía sentirlo en el tuétano de mis huesos. El amor es consentidor, no ciego. Puede que cediera algunas parcelas de su espacio o su tiempo a cambio de algo más, pero al final del día a Jack solo le importaba Jack.

Fuera por la guerra o de nacimiento como decía su madre, su cabeza tenía demasiado de dañado o de muerto como para poder ofrecer alguna otra cosa. Igual que la serpiente de hacía varias noches, se movía por mero instinto animal y el más fuerte de todos es la autopreservación.

Claro que en esos momentos ya daba igual. Explicarle la realidad a mi cuñado no tenía sentido salvo que quisiera torturarlo más, y manchar la imagen que tenía de su hermano no nos ayudaría a ninguno. Con medio estado buscándonos necesitaríamos estar concentrados en los días siguientes, no rumiando más penas. Habíamos sobrepasado con creces el periodo prudencial de estancia en la cabaña, por no contar que los cuerpos sin enterrar seguían atrayendo a las alimañas. Tarde o temprano alguien prestaría atención al círculo de carroñeros que nos sobrevolaba de tanto en tanto y se acercaría a comprobar sus sospechas. Era hora de moverse hacia alguno de los territorios contiguos y aguardar allí a que las cosas se calmaran.

Quedarse un día más en ese lugar era cortejar a la mala suerte.

Lo primero que teníamos que hacer era conseguirme ropa de mujer porque salvo que alguno de los que había dejado malheridos hubiese sido rescatado vivo, los rangers estarían buscando a dos hombres de aspecto patibulario, juntos o por separado, no una inocente parejita.

Recogimos cuanto pudimos y nos pusimos en marcha, cubriendo con una de las mantas los costados cuajados de postillas de mi caballo. Un animal que ha recibido un trato semejante siempre llama la atención, incita a pensar en las posibles razones para haberlo castigado de ese modo. No tardarían en relacionarlo con una huída.

Casi por casualidad dimos con uno de los caminos. Un día entero estuvimos siguiéndolo a cierta distancia, sin transitarlo pero lo bastante cerca como para poder ver si alguien lo estaba utilizando. No hubo fortuna. Antes de lo esperado nos encontramos a las puertas de una pequeña población. No podría entrar a comprar una falda ni tela para hacerla sin que alguien reparara en que llevaba pantalones, y enviar al muchacho a por ella también haría sospechar: los pueblos chicos detectan enseguida a un forastero y sienten curiosidad. ¿Qué clase de viajero para a medio trayecto en una mercería para comprar ropa para su mujer? ¿Y si estaban avisados de algo, si había venido un correo a dar la alerta en cada aldea de la zona? Enviarlo dentro sin saberlo equivalía a matarlo. Por pocos que fueran, Jimmy y yo no estábamos en condiciones de volver a enfrentarnos a un grupo de hombres armados. Era mejor esperar a que alguien saliera de allí y atacarlos en el camino.

Los tres desgraciados a los que les tocó no tuvieron siquiera una oportunidad; dos hombres y una mujer con una carreta a los que acechamos durante millas y que claramente no temían una amenaza. En cuanto estuvieron lo bastante lejos de casa como para que el sonido de las balas no llegase hasta el pueblo les cortamos el paso.

El primero en caer fue uno de los hombres, al que maté como advertencia. A los otros les pedimos que se quitaran la ropa. La chica, una mujer más joven que yo, tiritaba como una hoja ante la perspectiva de una violación; nos miraba incesantemente al borde del llanto con cada prenda de la que se desprendía, a la espera de que le dijéramos que ya era suficiente y podía volver a vestirse. El miedo aumentaba su sudoración, haciendo que el perfume que llevaba puesto me llegara en vaharadas; un aroma inocente, como de flores secas escondidas al fondo de un cajón. Es posible que un varón se hubiera enternecido y abandonado, pero yo no.

Sin ningún deseo por su cuerpo, me despertó en cambio mucho más interés un periódico arrugado que traía su compañero en las alforjas. Mientras Jimmy supervisaba incómodo cómo se desnudaban decidí echarle un vistazo. Nunca pasé de la primera página. Me bastó ojear un par de frases bajo los titulares para que me diera un vuelco el corazón.

No quería alarmar al chaval. Aún no. Todavía teníamos cosas que hacer. No obstante mantenerme calmada iba a costarme un triunfo. Di vueltas y más vueltas a su alrededor, intentando consumir el rapto de impaciencia y energía que me poseía hasta que ya no pude esperar más.

Me adelanté y con mucho cuidado le quité el tocado de la cabeza a la mujer, que me miraba sin entender. Era mejor que ninguno de los que yo hubiese tenido y no quería estropearlo. Olía tan bien... Mis dedos de mantequilla hicieron que terminara cayendo al suelo de todas formas. Lo leído en el diario hacía que me temblase el cuerpo entero, no solo la mano. Me conocía lo bastante bien como para saber que el nerviosismo solo aumentaría y pronto no podría ni sostener la pistola. Con las mayoría de prendas ya a salvo apiladas en un rincón, les disparé en la cara a bocajarro antes de que pudieran darse cuenta de lo que le había pasado al otro. Jimmy no lloró ni se quejó esta vez. Apenas titubeó cuando mi bala reventó la cara blancucha de la jovencita y esta se desplomó como un fardo. No es que pudiera haberlo impedido, pero el hecho de que su respingo se debiera más al sonido inesperado que a la acción me llevaba a pensar que estábamos haciendo progresos.

El zagal estaba sentimentalmente agotado. Toda la pena, el coraje y la compasión los habría gastado llorando a su propia familia y solo le quedaba apatía para con los demás... o quizás fuera me vio lo bastante alterada como para saber que no era buena idea tratar de razonar conmigo. No me preguntó sobre la necesidad de apiolarlos, no se quejó ni me puso en entredicho cuando le señalé las ropas limpias de los muertos y le conminé a vestirnos. Ni siquiera se cubrió por pudor. Las prendas aún conservaban la tibieza y el sudor de sus anteriores propietarios y el contacto con una humedad ajena se le haría tan desagradable como a mí. Aún así no hubo ni media protesta.

Además de la indumentaria cambiamos también los caballos; la marca de propiedad gubernamental nos habría acabado dando problemas si alguien los hubiera visto. Seguramente estarían reportados como robados. Las nuevas no eran monturas de calidad y la mayor parte de la vestimenta de la güera me venía tan estrecha y larga como sus propios zapatos, pero tampoco estábamos en situación de elegir. Ya cogería aguja e hilo y lo arreglaría cuando pudiera. Un fallo lo bastante obvio en el aspecto, un cabo sin atar podían ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Me empolvé la cara con arcilla clara y luego la humedecí, esparciéndola para cubrir en lo posible las contusiones. El efecto no era muy bueno, pero si me echaba el tocado y parte del cabello sobre esa zona del rostro tal vez podría disimular lo bastante una vez se secara... Y si no lo conseguía tampoco sería terrible, porque la mayor parte de la gente decide mirar hacia otro lado cuando se trata de cuestiones conyugales ajenas.

Un par de pueblos después nadie le rechistó a mi cuñado cuando pidió una habitación "para él y su querida esposa", tanto menos cuando yo miraba al suelo constantemente y me mantenía callada, tratando de no inmutarme ante su mano posesiva en mi hombro ni las tiernas palabras que me dedicaba de continuo, hasta la sobreactuación. Si la responsable de la posada tuvo alguna duda desde luego no las expresó. No sería ni el primer ni el último chico de carita dulce que de puertas para adentro le partía la boca a su señora para hacerse respetar. Recordaba de sobra los consejos de mi padre hacia Antonio: debían hacerlo desde el principio o acabarían siendo una especie de mujer de su mujer, un hazmerreír sin voluntad para nada.

A saber quién habría adiestrado a Jack...

Tan pronto cerramos la puerta del cuarto me deshice a tirones del vestido, quedando solo en camisa y enaguas. Tanto tiempo usando pantalones hacía que llevando ropas femeninas me sintiera como dentro de un disfraz. No tenía el porte ni la gracia necesarios para lucirlas, tampoco la paciencia como para dedicar horas a mejorar mi aspecto. El del maquillaje y la moda siempre me parecieron talentos propios de gente inútil. Hacía años que ni siquiera poseía un bolso propiamente dicho.

Rebusqué en el zurrón.

—No vayas a gritar o gimotear ahora,-le advertí- porque no tiene remedio.

La mirada inicialmente ilusionada de Jimmy no sobrevivió al impacto del periódico contra su regazo. De verme en paños menores pasó a la observar imagen de la portada: casi una decena de cuerpos alineados sobre las escaleras de un edificio, la mayoría con un cartel a los pies o sobre el pecho, rodeados de los hombres que los habían abatido. Según constaba al pie, ("Cae la banda de los Donovan") alguien había atribuído la pertenencia de los mercenarios a nuestro grupo, lo que -insisto- siempre fue rigurosamente falso.

Con un número semejante de personas el resultado habría sido muy distinto. ¡Carajo, los robos mismos lo habrían sido, y usted y yo no estaríamos hablando!

De entre todos los cadáveres el de Séamus fue el más fácil de encontrar por motivos obvios. Estaba tal y como lo había dejado, con el mismo gesto de jabalí furioso, lo que en cierto modo resultaba un alivio. No habían profanado sus restos más de la cuenta. Colin era harina de otro costal. Incluso con la cara lavada por el embalsamador y el granulado del impreso que lo deformaba todo, las lesiones eran más que evidentes. No solo había agujeros de bala y miembros torcidos por el aplastamiento sino heridas de cuchillo. Había realizado suficientes como para reconocer el tipo de sangrado, de desgarros que dejaban en las ropas sin problemas. Tuvieron que acercarse mucho para matarlo.

Pese al aplastamiento, las fracturas y el disparo en la cadera Col había seguido vivo como un tozudo hijo de puta, esperando nuestra ayuda hasta el final; una cosa más que deseaba que el chico no advirtiera o terminaría por destrozarlo por completo. Se hundiría por la culpabilidad. Bastante malo resultaba ya que en el estado en que habían quedado las caras de sus hermanos nadie pudiera tomarlos por vivos o dormidos al estilo de una fotografía profesional. Aunque empequeñecidos, los rostros estaban aún lo bastante nítidos para distinguirse amoratados, con los párpados entreabiertos y los labios contraídos sobre las encías hasta mostrar los dientes, como lobos que mueren gruñendo. Iba a ser muy desagradable de ver para sus otros deudos. Transmitía de todo menos sensación de paz.

Esperaba lágrimas, pero solo ví a Jimmy reproducir su rictus con una exactitud escalofriante. Una mueca fija y hostil de rabia pura, tal vez la única prueba de su parentesco. Durante un buen rato estuvo acercándose el papel a la nariz una y otra vez como buscando algo, hasta que se decidió a preguntar.

—¿Dónde dices que está Jack?

Le quité el periódico de la mano para desdoblarlo y enseñarle entera la primera hoja. Mucho más abajo de la imagen, junto a la necrológica del juez y sus ayudantes estaba su respuesta, en un cuadro a cuatro columnas que ocupaba casi todo el lateral de la portada.

—Lo lamento mucho, chico.

Pasaron un par de minutos y al ver que no reaccionaba de ninguna manera en especial, asumí que estaba aturdido ante tanta letra junta y decidí leerlo en voz alta para ambos.

"Cae la banda de los Donovan.

Muchos dijeron que tras la polémica por la muerte del salteador conocido como Dollface Frank hace poco más de una semana, las represalias..."

Levanté la vista del papel brevemente y lo vi estremecerse, un temblor mínimo, como de frío mal disimulado. Un castañeo de muelas de hombre imberbe. Tuve el impulso de acercarme y pasarle un brazo por encima pero me contuve a tiempo. Ya no me atrevía a tocarlo por temor a darle la impresión equivocada. Habíamos pasado antes por ahí.

"...las represalias no se harían esperar, y así ha sido. La pequeña localidad de Gregsonville se vio brutalmente sacudida este domingo...Bla bla bla... -seguí la línea con el dedo hasta encontrar la parte relevante- ... que se saldó con la detención y puesta en custodia del hermano y lugarteniente del finado, John Jeremiah Donovan alias "Jack el Chacal", reclamado en Louisiana, Arkansas y Colorado y otros tres de sus hombres, bajo los cargos de asesinato de un servidor público y varios oficiales de la ley, incendio, robo ..."

No hizo falta comentar nada, tan escueta había sido la información al respecto que ninguno de los dos dudó en ese momento que lo de Francis había sido una ejecución... pero si lo que contaban en el papel era cierto Jack había faltado a su propia palabra. Seguía vivo a pesar de haberle afeado eso mismo a su hermano. Se había dejado capturar. Más que darme esperanzas en cierto modo resultaba decepcionante: en mi cabeza le había otorgado un final mucho más épico, casi de leyenda. La información abría de nuevo el capítulo, me obligaba a rehacer mis ideas una vez más. Dejar atrás a un muerto era una cosa, volver a hacerlo con un vivo tenía un grado de dificultad bien distinto... Y eso sin contar siquiera con las trabas añadidas: a él no se lo llevarían a Rusk como habían hecho con el mayor sino a Tulsa, Oklahoma. Matar funcionarios tiene esas consecuencias; trascendía los estados, se convertía en un crimen federal.

No hacía falta ser una eminencia para saber que tras lo ocurrido no se atreverían a realizar el trayecto a caballo. Si habían subestimado nuestro número anteriormente había motivos de sobra para seguir extremando la prudencia. Demasiado territorio, demasiados rincones potencialmente traicioneros... Esperarían algunas jornadas hasta tener un pequeño convoy para trasladarlo a una de las estaciones de tren que operaban ya en el condado, desde donde conectarían en varios tramos con el siguiente trasbordo hasta llegar a la frontera del estado.

Las líneas eran aún escasas y la falta de coordinación entre segmentos construidos por diferentes compañías los mantendrían algún tiempo allí. Incluso si el diario tenía ya un par de días todavía podíamos adelantarnos y esperar en la última estación. Bastaría cabalgar día y noche a un ritmo constante para no desgastar a las bestias, pero ¿merecía realmente la pena? ¿Podríamos hacer algo una vez llegásemos?

Y lo más importante, ¿todavía nos quedaban ánimos para intentarlo a alguno de los dos?

La cruda realidad es que estábamos como al principio solo que peor: heridos, cansados, con la moral hecha trizas y dos miembros en lugar de cinco (uno de ellos novato), sin ninguna idea concreta acerca de cómo proceder a partir de ahí. Había resultado mal entonces y nada indicaba que eso fuera a cambiar, pero pese a todo fuimos incapaces de quedarnos sentados. Ya habría ocasiones para planificar. Si permanecíamos parados un minuto de más perderíamos la oportunidad de hacer algo cuando de verdad se nos ocurriese.

Al final la habitación solo sirvió para que nos aseásemos un poco con una jofaina antes de volver a partir. Permití que Jimmy lo hiciera primero, a fin de que pudiera bajar después a beber algo y asimilar las nuevas tranquilo mientras me esperaba. Cuando llegó mi turno de limpiarme en la palangana pude ver que algunas de mis heridas se habían infectado y supuraban bajo la postilla blanda. Tendría que comprar algo pronto y tratarlas en condiciones; no era un buen momento para perder un brazo por tonterías.

Me hubiera gustado lavar también las ropas y acabar con ese perfume floral de la muerta que no casaba conmigo en absoluto, pero apenas hubo ocasión de dar una corta cabezada y fabricarle unos bolsillos rudimentarios a la falda para ocultar el arma antes de volver con él.

Jimmy no me esperaba en la barra sino a la entrada del local, bien separado del resto, con el semblante fúnebre y un mutismo poco característico que decidí respetar. Había una enorme diferencia entre hacerse simplemente a la idea de una muerte y confirmarla. No podía darme el lujo de dejarlo solo en una tesitura como la nuestra, pero el espacio y el silencio nos vendrían bien a los dos. Él se calmaría y yo... Yo podría intentar encontrar alguna razón sensata para seguir con aquella empresa absurda, cuando todos los elementos estaban en contra.

Pude escuchar algunos murmullos cuando me prendí de su brazo, y eso solo solo me hizo ponerme más tensa aún. Acerqué mi otra mano a la pistola y la dejé allí hasta marcharnos. Tan ansiosos estábamos ambos de cubrir nuestras huellas y eliminar las sospechas por haber decidido no pernoctar que sin saberlo debimos haber pagado dos veces por el mismo cuarto.

Jim seguiría taciturno hasta algunas horas después, cuando con muchas millas recorridas a nuestras espaldas abrió por fin la boca para hablar. Su tono era el más serio que nunca le había oído.

—No podemos irnos a Tulsa todavía.- Dijo, deteniendo su caballo- Hay que pasar por Rusk.

—Olvídalo, no nos van a dar los cuerpos. En el momento mismo en que se nos ocurra asomar por ahí estamos muertos.

—He dicho Rusk, no Gregsonville.-Insistió, haciendo girar a su montura.

—Es igual, tampoco vas a conseguir a Frank. Cuando se cansen de enseñarlo lo echarán a una fosa común y le darán dos paletadas de cal. -Reculé y me acerqué para tirar de sus riendas y reconducirlo. Si era necesario tiraría hasta de su propio cinturón- No puedes hacer nada. Ahora se trata de intentar que no hagan lo mismo contigo.

—O contigo.-Respondió con resquemor.

—Nah, no lo creo. Yo solo soy una pobre mujer a la que has obligado a viajar a punta de pistola. Ni siquiera hablo tu idioma, muchacho.

Mi cuñado -el único que aún tenía a estas alturas- no me rió la broma.

—Tenemos que ir, porque a ese sí que no lo van a ahorcar...

—¿A quién?¿A Jack? Ya te digo yo que...

—A Clayton. Hay que matarlo en cuanto lo liberen. Tenemos que vengar a Frank.

Aquel nombre salido de la nada me pareció otra de sus chaladuras y se lo dije. Hacía muchos meses que no sabíamos nada del terrateniente y con la cantidad de obstáculos que nos esperaban no podíamos darnos el lujo de inventarnos otro más.

Tardó un buen rato en explicármelo. El modo en que había pedido que la posadera le leyera entera la noticia, cómo había intentado averiguar cualquier dato sobre el final de su hermano sin llegar a ningún dato concreto más allá de la autoría. Nadie conservaba un periódico de hacía una semana. Había oído varias especulaciones, medias verdades, delirios de mentes calenturientas a cada cual más cruel que le habían revuelto el estómago y embotado la cabeza. No se atrevía a descartar ninguna de ellas. Llevaba toda la noche recordando y dándole vueltas hasta que no había podido más.

Por mi parte y con mi capacidad de sorpresa muy menguada, solo sentí aprensión por el modo tan estúpido en que nos había puesto a ambos en peligro. Nunca debí haberme confiado. James no sabía ser sutil: el juicio llegaría mucho antes a sus muelas que a su cerebro. Sus preguntas habrían sido burdas, su interés evidente para cualquiera. Podía cerrar los ojos y verlo presionando a la casera y otros huéspedes para hablar, poniéndose tan insistente como lo era habitualmente conmigo hasta que a nadie le cupiese una duda de que aquel era un asunto que le atañía de manera personal...

Que nos hubiéramos marchado acto seguido sin siquiera quedarnos a dormir solo era la guinda del pastel. Habíamos tenido una suerte loca de que nadie decidiese plantarnos cara. Continué tirando de las riendas, obligándolo a avanzar. No gasté energías en reprenderlo, porque seguía necesitando a alguien con buen sentido de la orientación... y en el fondo daba igual. Era muy dudoso que fuesen a formar una partida solo para cazar a unos desconocidos que en el mejor de los casos no tendrían ni medio dólar de recompensa por su pellejo y en el peor, serían dos bestias acorraladas que los iban a acribillar.

Ni siquiera yo estaba segura de en cuál de los dos nos hallábamos.

—Siempre habrá tiempo de encontrarlo. Basta seguir el rastro del dinero, pero primero, James, tenemos que dejarnos de tonterías y llegar a la estación. Jack nos necesita, Frank ya no.

—Clayton nunca volverá a estar tan indefenso...

—¿Tras las rejas y custodiado? No seas memo. Está más seguro que en el salón de su casa. Además, en cuanto ponga un pie fuera del talego estarán sus hombres preparados para escoltarlo.

Volvió a ralentizar la marcha. Otra vez no.

Sería mejor no insultarlo de nuevo si pretendía que me ayudara.

Has estado en un par de tiroteos así que ya deberías saber lo que te espera. ¿Con cuántos crees que podrías tú solo, matador ?¿Uno, dos?- Le dejé intencionadamente unos segundos  para reflexionar- Haz lo que quieras, pero yo tengo que estar en la frontera para aguardar a tu hermano.

El que te queda vivo.-Añadí, tajante, antes de reanudar el camino sin esperarlo.

Me causaba cargo de conciencia tener que persuadirlo mediante tretas y darle falsas esperanzas cuando aún no había encontrado ningún escenario que no acabara trágicamente, pero sin él cualquier acción pasaría a ser un imposible. Ya no era solo un tema de mapas y dirección -que también- había pasado a ser sobre todo un problema de moral: no podría hacer sola todas esas millas sin desesperar, saturarme y acabar colocándome el cañón en la sien. Mientras Jimmy estuviera conmigo contaría con algo, alguien con quien distraerme y mantener a raya las dudas (o cualquier otro peligro).

Escuchar el sonido de cascos a mis espaldas me calmó. Que viniera de mala gana era lo de menos. Tendría unos días más para afrontar a solas lo inevitable.

No podría darle ninguna explicación concreta de por qué escogí finalmente hacer las cosas como las hice. Podría repetirle muchos motivos a medias, eso sí, frivolidades que no dejarían de ser ciertas, pero si quiere algo simple y claro creo que fue sobre todo una cuestión de pereza. Huir hacia delante costaba menos que reconstruir una vida desde los cimientos, volver a crearme otra nueva identidad.

La del salteador es una carrera corta pero relativamente fácil, como antes le he dicho. No tiene horarios, carece de salarios establecidos. La actividad en sí son unos pocos días al año. Poco trabajo y bien pagado. Uno gana lo que vale, lo que se arriesga. Nadie te escatima un céntimo en función de si gastaste una bala más o una de menos a la hora del reparto. A los rácanos los matan, Brad. Alguien que comienza quitándote un dólar intentará quitarte quinientos cuando los tengas. No es de fiar.

Dígame en qué otro lugar le aseguran a una eso.

Usted intenta de buena fe domesticarme, pero una perra vieja no aprende trucos nuevos. Lo soy ahora y lo era entonces: en dos años de pillaje había crecido más que en tres décadas. Se me habían hecho los huesos al oficio y las caderas a la silla de montar. No podría volver a sentarme cerrando las piernas como una de sus santurronas pálidas aunque quisiera, ni tampoco dar el callo de sol a sol por un par de pavos, dicha sea la verdad. La honradez sale muy cara para lo poco que da.

Que conste que me resistí a mi destino hasta el último momento. Hubo otras muchas ideas que sopesé entre conversación y conversación y acabé desechando:  envenenar los pozos o la comida de la cantina (aunque posiblemente muriese alguien antes que los guardias y se dieran cuenta), una botella con ácido para los barrotes (de la que podrían hacerme beber un trago), dinamitar alguna de las paredes de la comisaría (y que acabase cayéndose entera), o las de algún otro edificio para crear una distracción y que saliesen a mirar (no sabía cómo obtener explosivos, a decir verdad y tampoco me sobraba el tiempo para averiguarlo). Estuve incluso meditando sobre nuestras posibilidades reales de entrar allí por las bravas, tirando de hierro y pólvora. Todo medidas desesperadas e inútiles en la práctica. Acabaríamos huyendo con las manos vacías o moriríamos antes de llegar a ver siquiera a mi hombre. Incluso intentar sobornar a un par no bastaría para eludir al resto, y acabaríamos nosotros en prisión.

La otra alternativa seguía siendo olvidarlo y marcharnos... pero aquella nunca fue realmente una opción.

La soledad es cruel con una mujer, Brad, mucho peor que un tipo que te levanta la mano casi a diario. Es algo de lo que acabé de convencerme en los días sucesivos. Para cuando el tren a Vernon nos sobrepasó mientras seguíamos las vías, alborotándonos el cabello y aportando una breve brisa fresca a ese clima abrasador, ya tenía grabado en la mente que no cabía otra solución.

Jimmy comenzó a galopar tras la máquina con entusiasmo, intuyendo que pronto llegaríamos al emplazamiento. A pesar de todo lo ocurrido conservaba la arrogancia de la juventud ante el peligro. Mantenía la fe en los finales felices: así es como se distingue a un idiota.

...Por eso y por la cara que puso al día siguiente, cuando pasado Fort Worth le dije que había llegado la hora de separarnos. Habían sido nueve días haciéndome de escolta contra su voluntad y ahora me despedía de él sin otra explicación.

Recuerdo que le puse un par de monedas en la mano y se la apreté entre las mías, en un intento de tranquilizarlo.

—Toma, cincuenta centavos para los periódicos de esta semana y cincuenta para— intenté mantenerme firme y que no me flaqueara la voz— los de dentro de un par de días. En las alforjas te metí anoche otros quinientos dólares: entrégaselos a tu madre tal y como están. No son para beber ni para balas, y desde luego no para... ninguna otra cosa, James. Ojalá pudiera darte también para que comieras en condiciones o te hospedaras en algún sitio a pasar el trago, pero no conviene que te vean más de lo necesario. El resto lo necesito.

—¿Y para qué quiero yo otro periódico, si sabes de sobra que apenas sé leer de corrido?

—No seas simple. No es para ti, sino para tu madre y tus cuñadas. Van a querer tenerlo.

—Ellas tampoco...—comenzó a decir.

—Házlo y no repliques.

—Pero no entiendo por qué...

—Es por los fotograbados, ¿de acuerdo?

—Foto—...

—Por los fotograbados de tus hermanos. -Señalé la portada- Ve a varios pueblos estos días e intenta comprar diarios distintos. El que tenemos es una enanez y sería una pena que fuera la única imagen de verdad que les vaya a quedar de ellos a sus mujeres y a sus hijos.

Su mueca de desconcierto dio paso a una expresión sombría y se soltó de un tirón. Las monedas rodaron por el suelo.

—Me niego a darle una mierda a los que pretenden sacar dinero de exponerlos como pieles de coyote. Deberíamos quemarlos vivos solo por atreverse a eso, María. Entrar en esa imprenta con el tambor lleno ¡y mandarlos a todos al diablo!

—Y yo estoy de acuerdo contigo, pero es un sitio mucho más grande que los otros, está muy vigilado y no hay tiempo. Tengo que ir a por Jack.

—Esa gente no respeta nada. Me merecen menos piedad que los que los despacharon de veras. Esos al menos se jugaron el pellejo.

—...Y también sus nombres van a aparecer en el artículo, ya lo verás. Enséñaselo a la mujer de Séamus y que te lo lea. Cuando hablen de "la heroicidad" de este o aquel, vas a saber a quiénes tienes que atacar. No vas a olvidarte de sus nombres. Promételo.

—No hace falta. Tampoco creo que pudiera. Tengo tatuadas sus putas caras en el ojo.

—¿A la distancia a la que estabas?

Una gravedad tremendamente adulta en su mirada me hizo desistir.

Muy bien, como quieras, pero dentro de algunos meses... o de un par de años incluso, si ahora no te ves con fuerzas, cuando tus sobrinos estén algo más criados y estos cerdos confiados y tranquilos, vas a averiguar dónde viven. No solo eso, vas a tomar a los chicos mayores de Séamus y Jack y a presentaros de noche en sus guaridas...

—Y los vamos a matar como a conejos.

Asentí con la cabeza.

—Uno tras otro, de una casa a la siguiente. A ser posible en pocos días, para que nadie pueda ponerlos sobreaviso, y así hasta tumbarlos a todos. Tienes que hacerlo, chico. Ahora eres el cabeza de la familia.

—El cabeza de la familia... —repitió, como sonámbulo.

—Ni Jesús, ni Proinsias, ni Henry. ¡Tú!. A ti, James Donovan, te toca ser el jefe. No les permitas ni un segundo de dudas, ¡ni media burla!. Dispárale a uno de ellos si te desafía. Mátalo si resulta necesario para poner orden. Piensa en qué habrían hecho tus hermanos.

En qué habría hecho yo, en realidad.

—¿Y qué hay de Jack? No va a dejarme h...

—Jack es asunto mío. Limítate a hacer lo que te he dicho y escucha a tu madre en adelante.

—No creo que sea buena idea. Quiero decir, estará rota por el dolor y con ganas de culpar a alguien...

—Y más que lo va a estar, muchacho, —lo vi enarcar una ceja, pensativo— pero no dejes que eso le impida seguir adelante, por los críos. Trabaja duro e intenta que ninguno pase hambre.

—No va a ser fácil. Cuando volváis...

Corté cualquier alusión al respecto, para evitar hablar de más.

—Nadie dijo que lo fuera. Vas a tener que labrar la tierra y ejecutar solo los golpes más sencillos. Procura que las mujeres te ayuden a cultivar, para que los niños queden libres y puedan ir a la escuela.

—¿Y eso de qué coño les va a servir?

—Francamente no lo sé. Yo fui y aquí me ves... -Me encogí de hombros-Tal vez sea distinto en los hombres, pero al menos los mantendrá entretenidos y lejos de problemas durante algún tiempo.

—Hasta que tengan edad para enfrentarlos.

—Eso es. Y solo por eso ya merece la pena. Una cosa más...— Lo aferré de nuevo por el antebrazo, antes de que tuviera la oportunidad de marcharse.

—Tú dirás.

—Manda a las hijas de Frank con su abuelo.

—¡Ni muerto!. —Se revolvió.—Ese cabrón lo mató, María.

—Él le quitó a su niña.

—Pero no por la fuerza. Ella es la que se fue.

—No lo sabes. No estabas allí.

—La he tratado durante mucho tiempo y si ella hubiera querido irse...

—Vas a tener suficientes bocas que alimentar como para agradecer librarte de dos, créeme. No es como si las fueras a abandonar en el desierto o entregar en matrimonio a cualquier paleto.

—No, es mucho peor. Se las dará a un carcamal o las mantendrá vírgenes y en alcanfor hasta que se marchiten. Las convertirá en muñecas. Las pegará hasta que sean lo que su madre no quiso...

—Las mantendrá bien vestidas y alimentadas. Serán dos señoritas.

—Se van a morir de lástima en esa puta jaula. Tú sabes que nunca se han puesto un corset.

—Están en la edad de aprender. Créeme, cuando empiecen a comprarles vestidos y sombreros, terciopelos y seditas, van a preferir colgarse de una viga que volver a vuestra granja.

—No lo digas como si fuera algo bueno.

—Es la única solución posible. Mándalas con él o el viejo acabará viniendo a por vosotros otra vez. No tienes idea de cuántas veces ha estado a punto de encontraros, la cantidad de sicarios a los que ha tenido que despachar Frank en este tiempo. Házme caso, mételas en un tren y quítate al menos ese problema de encima .

El recuerdo de las dos niñas despeinadas me vino brevemente a la cabeza. La verdad es que Clayton iba a tener un buen trabajo con ellas si de verdad pretendía educarlas. No solo se habían criado como salvajes, acostumbradas a bañarse desnudas en el río con sus primos, las plantas de los pies llenas de callos, sino que de verdad parecían dos golfillos. Habían heredado algo de la apostura de su padre, pero también la dentadura de sus tíos. Serían bonitas mientras no les diera por sonreír, aunque ¿para eso estaban los abanicos, no?

Ni siquiera estaba segura de si se seguían utilizando.

—Mi madre no lo va a permitir. Son lo único que le queda de Frank.

—No subestimes a Molly. Será su abuela, pero si le das mis razones es muy probable que las acepte. Ya ha habido suficientes muertes en la familia.

—¿Y por qué no se las das tú? A ti te escuchará antes que a mí.

—Jack y yo no vamos a estar.

—Cuando volváis.

—Jimmy, eso no va a suceder.

—No podéis desaparecer y dejar a Jill... dejarme A MÍ con todos los niños.

Lo vi patear el suelo, una débil protesta. Tener que estar mareando el asunto y evitar dar una contestación directa me estaba irritando a mí también por momentos.

Entonces ¿para qué demonios le vas a pagar un abogado?

—¿Abogado...?-Tardé unos segundos en comprender. Jim había encontrado una explicación plausible para mi necesidad de dólares y me ahorraba la molestia de tener que hacerlo yo.-Ah, eso... Una razón más para que te despreocupes y te vayas. Ya has arriesgado más que suficiente viniendo. Te recuerdo que tú estás bajo sospecha, yo no. Nadie va a fijarse en lo que contrato.

—¿Y si ese hombre te estafa el dinero?

—Jim, no le des más vueltas y vete. Puedo hacerlo sola, decir que soy su mujer, su hermana, lo que sea. Cualquier cosa no incriminatoria. Si el leguleyo me la juega, lo mato. Sabes que lo haré.

—Sí...-el chico removió la cabeza, inseguro. No se atrevía a contradecirme.

—Pues dáme un abrazo y márchate ya.

No hizo falta decírselo dos veces.

Empezó siendo apenas un estrujón viril de palmadas en la espalda como los que le habrían dado sus hermanos; el quinto que me hubiera gustado ser. Jimmy intentaba mantenerse erguido, pero con cada golpecito parecía encorvarse más y más hasta quedar encogido, hundido bajo el peso súbito de la vida adulta. Acabé estrechándolo como a una criatura, tratando de ignorar la erección que le abultaba los pantalones. No era una virgen ruborizada ni tenía sentido seguir fingiendo serlo, tampoco él resultaba una amenaza. En el camino que me esperaba muy probablemente tendría que aguantar situaciones peores con buena cara, al menos en un primer momento.

Estaba yéndome cuando recordé algo importante. Rebusqué entre los bultos y le lancé unas cuántas monedas más.

—Toma, para las misas.

Agarró el dinero al vuelo y levantó el puño a modo de despedida.

No volvería a verlo nunca más.

Esa misma tarde llegaría a Drumond y compraría una maleta, polvos para el rostro, medias y dos vestidos. También una lima de carpitero y una botella de brandy de doce años a la que el dueño del economato dedicó una larga mirada nostálgica antes de envolverla. Al precio al que me la vendió hizo un negocio más que bueno, pero supongo que deshacerse de ella tras tenerla tanto tiempo guardando polvo acaba por generar cierta incomodidad, como matar a un perro viejo o un gorrino que uno haya criado.

Abandoné en los establos el caballo con el que había llegado: el resto del camino lo haría con ropa nueva y en diligencia, como cualquier mujer convencional que buscase un transporte hasta el ferrocarril. Ni siquiera intenté recogerme el pelo como una blanca para no tener que mantener conversaciones con el resto de pasajeros. No quería llamar la atención más de lo necesario.

La treta funcionó mejor de lo que había imaginado: no solo no me dirigieron la palabra más allá del saludo que les devolví con torpeza, sino que una vez hubieron comprobado equivocadamente que no hablaba inglés los tres hombres que me acompañaban se relajaron y además del tiempo, política y sus respectivos empleos empezaron a charlar animadamente de todos esos temas que ustedes nunca discutirían delante de una señora.

Pocas cosas hay más aburridas de escuchar que un grupo de fanfarrones hablando de las mujeres a las que pagan por fingir que no sienten asco cuando los tocan. Cómo intentan convencerse de que ellas realizan por gusto ese trabajo, que disfrutan de su compañía. ¡ja! Como si una mula gozara arando el campo. Las comparaban como podrían haberlo hecho con rifles o jabones para el afeitado, hablando de categorías y servicios. Así fue como me enteré de la existencia del Golden Empire, del carácter de su dueño (un engendro del Averno llamado Richard Lane), sus normas y sus tarifas, así como los nombres de algunas de las chicas que trabajaban allí. Siendo Vernon una población en crecimiento, había dado por hecho que habría uno o varios burdeles, pero no tenía ningún dato real al respecto.

No podía haber previsto que casi todas empleadas fueran chinas que habían venido cuando sus compatriotas construyeron esa línea de ferrocarril, vendidas por sus familias a un blanco.

Eso trastocaba algo mis planes pero no los destruía por completo. Si la mayoría eran orientales eso significaba que otras no. Si había alguna mujer blanca, negra o india todavía podía llevarlo a cabo. No tendría ni que enrolarme en el establecimiento, lo que era un alivio.

Por lo demás, Vernon me pareció una anodina estación de paso, animada únicamente por el hecho de estar asi al borde del Estado, a medio camino entre Texas y Oklahoma y recibir  semanalmente aventureros de todo tipo. Nada especial. Con el número de detenciones ascendiendo desde que se decidió pacificar nuestras tierras por la fuerza, era lógico que se hubieran creado dependencias policiales lo bastante grandes y seguras como para albergar a un número decente de prisioneros hasta la llegada de los trenes correspondientes. De hecho, y a juzgar por el número de pendencias que escuché en aquella primera noche allí, tuve la impresión de que había bastantes personas que llegaban como viajeros y abandonaban el pueblo como reclusos: el lugar contaba -como sabe- con una nutrida policía local.

Encontrar el burdel del que habían hablado fue fácil. Era sensato pensar que no estaría cerca de la estación o cualquier otro lugar donde hubiera gente blanca respetable. Ni siquiera en la misma zona de prostíbulos para ídem. No les gustaban esas mezclas. Tendría que buscar los edificios más viejos, convertidos en salones de juego, casas de baños y alojamientos para los viajeros más pobres. Por suerte para mí nadie hizo mucho caso de una mexicana arrastrando una maleta por un callejón: solo era otra de tantas personas hartas de Texas que buscaba probar suerte en la nueva tierra ganada a los indios. Uno de los últimos lugares sin ley.

La mañana siguiente comprobé que las vistas desde la ventana del motel de mala muerte en el que estaba alojada eran fantásticas. En la otra acera, con las ventanas abiertas de par en par y sin cortinas que impidiesen observar en interior las chicas del Empire actuaban como reclamo para quienes pasasen cerca. Sus sonrisas gastadas apenas duraban lo que tardaban en cruzar un hombre delante de ellas. Después volvían al aburrimiento y a espantar las moscas de sus cuerpos pequeños, lánguidos y despatarrados.

Había visto rameras antes, por supuesto, e incluso las había tratado brevemente en algún saloon, pero ellas y las ratas que meaban por las esquinas solo formaban parte del paisaje. Nunca me parecieron más interesantes que la decoración. Esta vez observé su trabajo durante horas para familiarizarme con él.

La mayor parte del tiempo no hacían nada, solo esperaban. De vez en cuándo algún putero se acercaba a las amarillas a preguntar su coste y ya no se iba. Los pasajeros de la diligencia habían coincidio en que era de los más competitivos de ambos Estados. “Una excelente relación calidad-precio”.

En una de las ocasiones advertí una pequeña discusión entre una de ellas y un posible cliente, seguramente un regateo. La mujer negaba con la cabeza y el hombre insistía, y tras cinco minutos de tiras y aflojas se acabó marchando. Otro tipo salió del local tras él casi corriendo y le dio alcance, riendo, pasándole amigablemente el brazo por encima y llevándolo de vuelta al local para ofrecerle otra prostituta. Tan pronto como hubieron cerrado el trato ese hombre aparentemente amable y jovial agarró del pelo a la regateadora y la arrastró escaleras arriba. La tenía bien enganchada y desde las ventanas podían verse sus pataleos y forcejeos inútiles de un piso al siguiente, con los escalones golpeándole las espaldas.

Seguir los movimientos de Lane y su empleada también me permitió ver que el tejado del segundo piso del Golden Empire estaba en un estado lamentable. No haría falta un tornado para arrancarlo de cuajo, con un soplo de viento bastaría. Estaba claro que el propietario tenía una idea muy particular de lo que constituía el lujo asiático. Con sus faroles y sus divanes cubiertos de seda mugrienta tenía todo el aspecto de un fumadero de opio. De uno barato, además.

Me senté a horcajadas sobre el marco de la ventana para poder observar mejor. Las golpizas del chulo, los coitos con hombres débiles y mugrientos, incapaces de conseguir sexo sin pagarlo,  la limpieza de ingentes cantidades de ropa en los otros cuartos... Esa era la clase de futuro que me esperaba si no le echaba redaños y hacía lo que debía. Me daba asco, pero sobre todo me provocaba vértigo.

No era la primera vez que me asomaba a una cornisa y miraba hacia el suelo, balanceándome en un extremo y considerando la posibilidad de acabar en el fondo, pero sí la primera en que de forma consciente pensaba en dejarme caer. Me extrañaba que en el antro de enfrente no hubiera más chicas haciendo lo mismo, visto el trato que les daban. Creía que la vida que me quedaba se me iba a hacer insoportablemente larga, y es verdad. Toda esta rutina, este existir a secas un día tras otro me agobia, me aburre. Me está destruyendo.

Mientras el sol se hundía por última vez en el horizonte dejé de darme golpecitos con la lima de acero en los nudillos y me la llevé a la boca.

CONTINUARÁ.

**Está previsto que

los nuevos capítulos salgan aproximadamente cada 4 o 5 días

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