Las tres nietas de don Sebastián (8)

Continúa la historia. Esto tiene algo de infidelidad, de Interracial y de No consentido. Pero la pongo en Jovencitos, a pesar de que debería hacerlo en Otros relatos. Bahh, lo que sea.

Las tres nietas de don Sebastián: octava parte.

Supongo que Raquel me quería de verdad aunque no fuese capaz de reconocer esos sentimientos en aquellos momentos. Pues una bestia crecía en mi interior, un ser que se alimentaba de un odio hacia las mujeres. Hoy, creo que esa es la explicación por la que el niño que había en mí moría para dar paso a ese animal misógino. Sinceramente, no reconozco los recuerdos que en mi mente quedan de aquella época.

Desde aquella noche, Raquel se convirtió a los ojos de los demás y de ella misma en mi novia; para mí, era sólo mi putita. La chica con la que me acostaba cuando no había otra chica de por medio pues no dudaba en ligar con otras chicas que conocía incluso delante de ella. Todavía recuerdo la primera vez que me enrollé con otra delante de ella

Habían pasado dos semanas desde nuestra primera noche juntos en aquel hotel, era una noche de viernes y, como de costumbre, fuimos a una discoteca. Allí, estaban todos los “nuevos amigos” que tenía pues poco a poco, todos aquellos matones a los que había pegado en el instituto se habían convertido en “amigos”.

Jamás entenderé el porqué de la atracción que ejerce la fuerza en los demás. No sólo las chicas eran más accesibles ahora sino que todos los tíos se comportaban de forma servicial hacia mí, más incluso tras haberles zurrado. Un ejemplo, el Yimi. Este tío era un chaval senegalés que había llegado a mi instituto y que se cruzó en mi camino. Supongo que algo de racista había en mí aunque creo que todo estaba relacionado pues esa bestia que crecía en mí se alimentaba de eso. El recuerdo de la mujer engañando al marido, leía todas las historias de adulterio casi flagelando mi alma para que esa bestia creciese. Y quién no sabe cómo comienzan las mil y una noches sino con mujeres engañando a sus esposos con esclavos negros. Sólo sentía odio hacia todos por ese mundo impuro en donde vivía. Ahora sé que no era racista, pues no odiaba a las personas de otras razas sino a todo el mundo.

Yimi estaba ligando con una chica de clase y yo le provoqué. No hice nada del otro mundo, sólo me acerqué a la pareja y empecé a tontear con esa chica que no me atraía para nada. La provocación no tardó en surtir efecto y, de inmediato, Yimi se enfrentó a mí. Yimi era tan alto como yo pero, aunque era muy atlético, era bastante más delgado que yo. Ese cabrón pegaba buenos golpes y los esquivaba mejor, sin embargo, yo ya estaba harto de pelear y, además, mis golpes eran más potentes, así que, cuando uno le alcanzó de lleno, quedó aturdido y no pudo evitar el resto de los golpes. Lo dejé tirado y me fui a casa de Raquel para que me mirase los golpes antes de ir a la mía.

Lo normal sería que ese tío me hubiese odiado para siempre y hubiese intentado vengarse en la primera oportunidad pero, poco a poco, se me acercaba en el instituto y me invitaba a desayunar. Yo, la verdad, estaba estupefacto cuando lo veía y me hablaba en plan “colega”. El caso es que Yimi se convirtió en uno más de ese grupo que me rodeaba y me presentaba las tías que se ligaba por si me apetecía alguna de ellas.

Como contaba aquella noche, como todos los viernes, estaban todos en la discoteca cuando llegamos Raquel y yo. Fuimos a la barra y pedí unos tragos para los dos, entonces, llegó Yimi y dijo que él invitaba. Tras él, venían dos rubias de bote que, como de costumbre, me presentó para luego decirme al oído que, si me apetecía alguna de las dos, se lo dijese. Yo sonreí y le dije a Raquel que iba a hablar con unos colegas. Ella me dijo que esa gente no le gustaba y que prefería quedarse en la barra con una amiga que se había encontrado. Yo me encogí de hombros y fui con Yimi hasta donde estaba el grupo. Un montón de matones de instituto que sólo perdían el tiempo de sus tristes vidas en robar y hacer el vándalo pero que me trataban como si fuese su mejor amigo.

Todos se acercaron a chocarnos las manos y me estaban contando sus últimas historias cuando me giro y veo a Raquel saludando a un tipo. Nada del otro mundo pues en España es normal saludar a la gente que te presentan con un par de besos pero yo sólo podía ver la imagen de Laura en el callejón. No quise mostrar enojo pues, la verdad es que Raquel no valía nada para mí. Sólo me acerqué a una de las rubias que me había presentado Yimi y le guiñé el ojo a mi oscuro amigo. La rubia que había escogido era más delgada que la otra y más linda de cara; aunque jamás me sentí atraído por las tías con piercings, un top negro que acentuaba sus tetas dejaba ver el aro de su ombligo que hacía juego con el que colgaba de una de las aletas de su nariz. Rubia de bote sin duda pues sus cejas eran oscuras tenía un cuerpo con buenas curvas y una cintura estrecha. Vestida con una faldita de cuero negro.

  • Hola, rubia.- le dije con la potente música de fondo mientras me acercaba y la envolvía con mi cuerpo y mis brazos sin tocarla aún, pero arrinconándola contra una columna.

  • Hola- dijo con mirada asustada intentando parecer fría, supongo que habría oído rumores sobre mí. Pues los chorizos hablaban de mí como si fuese un matón peor que ellos.

  • Sabes que tienes unos ojos bonitos- le dije para atraer su atención con palabras bonitas- pero me muero por saber si tienes el chochito afeitado-su cara pasó del orgullo por mis primeras palabras al enfado por las últimas.

  • Eres un guarro, ¿quién te crees que soy?- dijo con una mezcla de miedo y enfado.

  • Linda, no te pongas así. Sólo quería decirte que me gustas.- dije mirándola a los ojos sin mostrar ningún sentimiento y, lentamente, recorté la distancia entre nuestras bocas provocada por la diferencia de estatura agachándome ligeramente y provocando que se pusiera de puntillas al agarrarla con ambas manos de los cachetes de ese culito duro y prieto. Nuestras bocas se juntaron y, aunque sus manos intentaron separarnos, mis brazos lo evitaron hasta que su resistencia fue vencida entre las risas de todos mis colegas.

La verdad es que no hablamos más sólo nos sentamos, bueno, me senté yo en la silla y ella a horcajadas sobre mí, para besarnos mientras mis manos palpaban las curvas de esa hembra. No muy alta pero con una cara linda y unas buenas tetas, sonreía complacida con mis juegos de manos entre beso y beso.

Un empujón separó a la rubia de mí y un tortazo me sacó de esos momentos de placer para ver que delante de mí estaba Raquel con su cara, roja de ira y sus ojos, húmedos.

  • Eres un gilipollas, ¿quién te crees que eres para tratarme así?

Supongo que debería haber dicho algo para calmarla pero, quien haya seguido la evolución que tomó mi personalidad, deducirá con facilidad que eso no fue lo que hice sino que me reí con una carcajada que incitó a la plebe que me acompañaba a imitarme aumentando con ello el enfado de Raquel quien se marchó empujando a la multitud a su paso.

Sinceramente, creo que no se lo merecía pero, como he dicho en incontables ocasiones, ese tío no puedo ser yo aunque esos recuerdos están en mi memoria.

La verdad es que esa noche acabamos en el piso de Yimi, quien vivía solo pues trabajaba después del instituto que tampoco pisaba con frecuencia. Yo me tiré a mi rubia en uno de los cuartos y Yimi, a la otra.

Llegué bastante bebido como de costumbre y sólo jugué durante varias horas con el cuerpo de aquella rubita que demostró ahora sí fehacientemente su naturaleza artificial. Tirados en el sofá de aquel piso bastante limpio, para lo que solían ser los antros de mis “colegas”, acariciaba y besaba sus pechos cuyo volumen se acoplaba perfectamente a la forma de mis manos para sentir ese tibio tacto que emanaba de ellos y que aumentaba cada vez que mis dedos aplicaban suaves giros y presiones a sus pezones. Supongo que no me hubiese gustado el sabor de su boca de fumadora si hubiese estado sobrio pero, puesto que estaba como una cuba, sólo notaba la humedad de esa lengua que limpiaba la sequedad de mi boca como si le encantase ese sabor amargo que la inundaba. Y entonces la senté sobre mí, ambos desnudos, ella se retorcía con mis caricias que cuando alcanzaron su entrepierna produjeron grandes espasmos en su cuerpo mientras mi polla daba señales de vida después de la muerte que el alcohol había provocado. Como si fuese un nuevo Lázaro, se levantó pero mucho más tieso que el bíblico.

La rubia, cuyo nombre jamás supe pues no me molesté en preguntar, se levantó cuando sus espasmos terminaron y bajó lentamente mirándome con esos ojos verdes tan intensos que me recordaban a una serpiente. Se acercó a mi rabo y le dio un lametón al frenillo y luego otro, siempre mirándome a los ojos. Comenzó una mamada de campeonato. Su cabeza subía y bajaba con buen ritmo, mientras sus labios apretaban con fuerza el tronco de mi ariete que ganaba en rigidez con dicho presión hasta que le agarré la cabeza para meterle el rabo hasta el esófago… donde manaron mis jugos robando mi energía interior.

Ahí caí rendido y me quedé dormido sobre el sofá hasta que desperté con la rubia desnuda sobre mí. Era Yimi que decía que las iba a llevar a su casa en media hora.

La desperté y cuando Yimi volvió a su cuarto, tras jugar un rato con su cuerpo, la tiré sobre la mesa totalmente desnuda, introduje la cabeza en su raja y se la metí de un golpe duro en su cueva que aceptó con algo de resistencia mi erección matutina. Ella sólo se dejaba hacer aunque, claro está, también es cierto que la sujetaba del cuello contra la mesa del comedor. Sólo pensé en mi propio placer cuando la penetraba pero supongo que, debido a que estaba un poco anestesiado por el alcohol, tardé lo suficiente como para complacerla y que rebuznase de gozo. Sus gemidos eran broncos y sólo resoplaba cuando entraba en ella. Su cuerpo se estremecía como si de verdad lo disfrutase. Pero lo más probable es que fingiese para que me quedase satisfecho. Eso nunca se sabe. Lo que sí se es que me volvía a derramar dentro de una goma, como es lógico, y la dejé sobre la mesa mientras me iba a duchar.

Supongo que debería relatar lo que pasó aquella noche pero, ni lo recuerdo muy bien, ni es lo que realmente quería contar.

Pues lo que realmente quería contar es lo que pasó aquella noche cuando fui a casa de Raquel y la encontré con Yimi en la cama quien me miraba riéndose junto a una Raquel cuyos ojos mostraban el orgullo y la amarga felicidad de la venganza. Pero sus caras se quedaron blancas cuando comencé a reírme a carcajada limpia.

Mi mano derecha se introdujo en mi pantalón y sacó tres bragas. Una grande y blanca, otra pequeña y con dibujos infantiles y otra tanga roja.

La cara de Yimi se quedó seria pues comenzó a entender el motivo de mi risa aunque tardó en atar todos los cabos que provocarían que esa bestia negra se abalanzase sobre mí. De hecho, no pude esquivar sus golpes haciéndome caer. Estaba en el suelo y se lanzó a rematarme pero ese fue su error. Golpeé su entrepierna acertando en sus testículos debido a que podía ver perfectamente su ubicación a causa de su desnudez. Esto lo dejó retorciéndose de dolor y me permitió dejarlo ahí junto a una Raquel, que no volvería a ver en varios meses y con quien jamás volví a hablar.

Supongo que os preguntaréis qué significaban las bragas y por qué se enojó Yimi cuando el ofendido debía ser yo.

Continuará.

He tardado mucho en enviar esta parte de la historia, pero no había sacado tiempo para enviarla por Internet. Supongo que la próxima también tardará en salir a causa del poco tiempo que dispongo últimamente, pero espero que sea lo menor posible.

Y como siempre, pido que me contéis lo que se os vaya pasando por la cabeza con el relato. O cualquier cosa que queráis contarme pues la idea cuando escribo los relatos es que la gente me escriba y me cuente sus experiencias para tener información. Ya sean comentarios y críticas a los relatos como experiencias personales que quiera compartir.

Hasta pronto.