Las tres nietas de don Sebastián (2)

Segunda parte de esa historia de un verano bastante lejano.

Las tres nietas de don Sebastián 2

Supongo que habré aburrido a la gente con la primera parte y les habrá sabido a poco el final pero, desde mi perspectiva, la introducción es demasiado corta y el final demasiado largo. Supongo que conforme avance en la historia lo primero quedará claro y lo segundo, bueno, lo segundo se deduce. Cuando Luisa entró en mi cuarto, yo estaba dormido y lo que pasó fue similar a lo que había estado soñando la noche anterior. Esa fue la principal razón que me llevó a pensar que había sido un sueño cuando me levanté aquella mañana y no la vi junto a mí. Pero continuaré relatando

Eran las diez de la mañana y el sol me despertó al proyectarse sobre mi cara a través de la ventana. Tardé en reaccionar y giré mi cara para buscar a la protagonista de mi noche anterior pero sólo encontré una almohada. Comencé a darle vueltas a la cosa y me levanté despacio con dudas en mi cabeza para ducharme. En la ducha, las dudas no desaparecían puesto que la noche anterior había sido muy real por un lado, pero también era el argumento de mis sueños por otro lado. Dudas, dudas, dudas…En mi cabeza revivía una vez y otra más, cada vez más convencido de que había sido real.

“Vamos a ver, yo estaba acostado y dormido. No, estaba despierto porque oí cómo se abrió lentamente la puerta de mi dormitorio y unas ligeras pisadas”, me dije a mi mismo. “Luego, noté esas manos deslizarse por mi cara, unas manos suaves y con un olor agradable, que me tranquilizaron pues que entrasen de noche a mi cuarto me sobresaltó. No sabía quien era pues el cuarto estaba oscuro y la tenue luz que entraba por la ventana ocultaba la cara del invasor, o más bien invasora pues, si bien la luz ensombrecía el rostro, sus rotundas formas femeninas quedaron bien patentes bajo unas prendas muy ligeras. Sus besos fueron reales, sin duda, pues jamás podría olvidar ese tacto suave y húmedo que sus labios me impregnaron. Unos labios que me distrajeron mientras sus manos entraban en acción desvistiéndome. Sí, recuerdo sus manos en mi cuerpo. Aunque también, el tacto de su piel, esa piel húmeda, cálida y suave. No estaba claro que jamás podría haber soñado algo tan real. Pero, si incluso recuerdo cómo, tras esa tormenta de besos y caricias, sus piernas se abrieron y me albergaron. Recuerdo que un calor emanaba de ella y cómo suavemente se me permitió insertar mi erecto ariete en su húmeda herida. Mi cuerpo jamás olvidará ese movimiento que comenzó estando abrazados y que terminó con el acelerado vaivén que me llevó al éxtasis. No todo eso, no puede ser fruto de mi mente. Pero…, qué prueba tengo de que todo eso es real”.

Por mucho que pensé y repetí para mí mismo este monólogo. Siempre llegaba a la misma conclusión: No tenía ninguna certeza.

En la cocina, estaba Laura. Ah… ¡qué bello rostro! Y cómo alegraba el día cuando te miraba con esa sonrisa y esos ojos azules. Ella me preparó el desayuno y me dio una nota de don Sebastián con las tareas para ese día. Aquel viejo era amable conmigo, pero me hacía trabajar de lo lindo aunque la verdad es que el trabajo físico es lo mejor para el espíritu. Estas palabras eran del viejo.

La mañana transcurrió entre las faenas típicas del campo que la verdad me hicieron olvidar lo que me atormentaba hasta que la vi. Luisa quien venía de la tienda se acercaba con la compra por la calle de detrás de la casa. Venía con un linda falda azul y una blusa blanca que ajustaba esos pechos que tenía. Yo la abordé con la intención de decirle algo que me revelase si la noche anterior había sido real, pero no tuve ocasión. Cuando me acerqué, me cayó otra ostia. Estaba cogiendo técnica, la condenada y la marca de su mano quedaba grabada cada vez con mayor precisión en mi cara pues, en mis siguientes acercamientos a lo largo del día, el resultado fue el mismo.

La verdad es que, cuando acabé con las tareas y me fui a mi cuarto a descansar, estaba muy desanimado pues mi alma se encontraba inquieta al no saber qué pasaba entre Luisa y yo, o si había pasado algo de verdad, o si eran sueños míos y estaba loco. No lo sabía. Supongo que Laura me vio triste y se apiadó de mí puesto que vino a mi cuarto a hacerme compañía.

  • Sabes,- comenzó- cuando era pequeña, el bruto del Manolo me pegaba a mí y a todos los niños mis amigos. Has sido muy valiente al enfrentarte a él. Es el más bruto del pueblo.

Yo la miré, sonreí y volví a mis cosas. No era lo que más me preocupaba, el Manolo. Sólo podía pensar en Luisa y el porqué de su comportamiento.

  • Cuando era pequeña,- continuó Laura al ver que no me animaba- prometí que, si un principe azul vencía al malvado Manolo, me casaría con él.- Y comenzó a reír tímidamente con esa risa tan dulce que emanaba de su sonrisa. Entonces, me besó en los labios. Yo me quedé paralizado al sentir nuestros labios pugnando y su lengua introduciéndose en mi boca. Su mano acariciando mi cara y su cuerpo junto al mío.

Supongo que diréis que un beso no debería ser nada tras haber tenido sexo la noche anterior, pero ni los besos de Laura son normales, ni tenía mucha experiencia con las chicas, ni estaba claro que hubiese estado realmente con Luisa la noche anterior.

Creo que no he descrito suficientemente y es algo que debería subsanar ahora que puedo relatar cómo lentamente desabrochó uno a uno los botones de su blusa frente a mí. Y es que su cara miraba tímida hacia la cama mientras se quitaba lentamente la blusa mostrando unos pechos de tamaño mediano, ni grandes como los de Luisa ni pequeños. Alguno diría que eran del tamaño justo, yo digo que eran simplemente unos pechos bonitos que merecerían toda mi atención cuando los liberó de su encierro. Porque no fui capaz de resistirme a lanzarme sobre ella y abrazarla con fuerza. Porque todos mis quebraderos de cabeza desaparecieron por arte de magia, bueno, no, gracias a la magia del cuerpo de Laura. Sus besos despertaron mi furia y mi miembro se levantó como un gran Átlas capaz de cargar con el peso del firmamento. Sin embargo, disfruté un poco más del sabor y la textura de Laura pues mi lengua exploró sus pechos, sus brazos, los lóbulos de sus orejas hasta atreverme a explorar con mis dedos y mi nariz su intimidad. Esa herida que poseen las hembras donde a nosotros tenemos un mástil el que más y una ramita el que menos. Pero que parecen hechos a medida siempre. Mis dedos exploraron con curiosidad esa grieta y la hicieron poco a poco retorcerse de ardor hasta que me instó a poseerla y así lo hice. Me abalancé sobre ella y entré una y mil veces allí con mi llave pues como si llegase borracho de madrugada no conseguí hasta la n-ésima vez que se abriera la puerta del placer en aquella maravilla de la naturaleza.

Caí rendido cuando mi simiente se derramó y nos besamos. Su cuerpo se pegaba al mío, menudo y frágil, buscando protección. Yo estaba agotado, sudoroso y feliz. Simplemente feliz, yo le hubiese preguntado por Luisa en aquel instante, pero no quise estropear el momento contándole que me había tirado a su hermana la noche anterior. O eso creía yo. La verdad es que nunca llegué a preguntarle nada porque temía tener que contarle lo que había pasado con Luisa. Por ello, sólo supe lo que me contaba ella.

Nuestra relación se estableció y sin ser novios, aprovechábamos cualquier oportunidad para meternos en una cama o cualquier sitio a jugar. Yo estaba enamorado de ella, o eso creía en aquellos instantes, por eso, aunque en pocos días volví a quedarme a dormir en casa de mis abuelos con mi familia, pasaba todo el día en casa de don Sebastián, “trabajando”.

Nadie sabía de lo que sucedía entre Laura y yo. Don Sebastián era muy mayor y Elenita, muy chica. En cuanto a Luisa no supo nada puesto que descubrí que, pese a ser hermanas, su relación era muy distante. Así que pasábamos juntos todo el tiempo posible, intervalos que no sólo eran dedicados a saciar el hambre que nuestros cuerpos sentían sino que ella me contaba todo lo que se le pasaba por la cabeza y yo la escuchaba en silencio. Laura era ese tipo de chica que cualquiera desearía como su futura esposa: dulce, cariñosa, femenina, bonita, generosa, amable, buena cocinera, limpia. La esposa ideal.

Fue en una de esas tardes en las que estábamos tumbados sobre una manta en lo alto del pajar cuando supe porqué el comportamiento de Luisa era tan raro con los hombres.

  • Tomás, ella era muy dulce antes y siempre era cariñosa con todo el mundo pero hace dos años, ella…- Laura se detuvo y comenzó a llorar.

Continuará.

Bueno, este es el final de la segunda parte. He leído los primeros comentarios de la primera parte y me confirmaron lo que pensaba. Que se iba a hacer muy larga, la introducción, pero bueno. Espero que esta segunda parte, sea del agrado de los lectores y compense a aquellos que se tragaron el rollo de la primera. Si no, este será la última oportunidad para esta historia a la que me hubiese gustado darle una forma un poco más atractiva para que fuese interesante, pero que no parece que lo haya conseguido.

Finalmente, lo de siempre, el que quiera hacer comentarios personales o hacerme llegar cualquier cosa puede hacerlo a: martius_ares@yahoo.es