Las tres nietas de don Sebastián (10)

Aquí Tomás vuelve al pueblo tras jugar con sus hermanas.

Las tres nietas de don Sebastián: 10

El aire rozaba mi cara y mi mano que permitía deslizarse el aire entre sus dedos volaba como un avión o una cometa, quizás. Supongo que mataba el tiempo que duraba aquel trayecto en coche a través de la tortuosa carretera pues no había ni música ni conversación. Viajábamos, mi padre y yo, rumbo al pueblo casi tres años después de mi última visita. El motivo: mi madre, pero es mejor que comience a explicar lo que pasó desde el principio.

Todo comenzó un domingo de marzo en la que mis padres habían ido a la boda de la hija de unos conocidos. Evento del que nos escaqueamos mis hermanas y yo. Sin embargo, todo comenzó, cuando llegué a las once a casa después de andar haciendo el ganso por ahí con la chusma con la que me juntaba.

Al llegar, me llamó la atención que hubiese música y olor a incienso en el salón. Sin duda, mis hermanas se habían cogido la casa para su uso y disfrute. Ellas tenían esas ideas tontas de neo hippies usando incienso, con banderas con el arco iris, músicas progres y demás. Demasiado liberal, para mi gusto.

Pero encontrarme con un fulano tirado sobre mi hermana Inés morreándola, no entraba en mis expectativas y me cabreé bastante. No me entretuve en observar los lindos pechos que le estaban saliendo a mi hermanita. Unos tiernos pechitos que aparecían a mí vista a través de la blusa abierta que vestía y que ese cabrón le había desabrochado. –Sin duda con los años y a sus casi 19, se había convertido en una linda muchacha de pelo negro y ojos castaños, sus pechos habían despuntado en aquel pecho que hacía poco era plano como una tabla de planchar y que ahora amenazaba con desbordarse en poco tiempo de sus sostenes. Aunque sabía que se estaba volviendo linda, no le había echado cuenta de que ese cuerpo delgado con caderas cada vez más carnosas provocaba a todos los cabrones del barrio. No fueron pocas las veces que la vi medio desnuda en el baño mientras me iba a afeitar y que no aprecié apenas las voluptuosas formas que se perfilaban día tras día en mi hermanita. Era todavía una niña a mis ojos.

Cuando mi hermana me vio mirándola a los ojos, lo apartó de encima suyo y se tapó los pechos. Él sólo atinó a levantarse envalentonado al verme solo y sabiendo que tenía unos diecisiete recién cumplidos frente a sus dieciocho o diecinueve, me pareció entonces. Un directo en plena cara lo dejó sangrando por la nariz y tirado en el suelo. Luego, intuí que si una estaba en el salón era porque

  • ¿Dónde está María, Inés?- pregunté con furia. Aunque estaba en lo cierto y María se encontraba con un tipo en su cuarto, no llegué a sonsacárselo a Inés puesto que antes de que hablara unos brazos como troncos de aizcolari me sujetaron con una llave por detrás.

  • Ahora no estás tan gallito, Tomás.- la voz de María me dejó frío y una risa grave en mi oído me preocupó. Ahora estaba rodeado por las caras sonrientes de mis dos hermanas y del mamón que unos minutos antes yacía en el suelo. Y María continuó diciendo,- Luis es mucho más fuerte que tú y hace kickboxing. Te va a dar tu merecido por habernos tratado así de mal.

Me sentía traicionado por mis hermanas y me sentí humillado al no poder hacer nada cuando aquel mierda me lanzó su primer golpe en la boca del estómago. Entonces, comenzó el problema de verdad pues perdí la razón. La llave del novio de María me sujetaba el cuello y el brazo izquierdo. Unos dirán que le podía agarrar de los huevos, o golpearle, si tenía libre la derecha pero la llave estaba lo suficientemente bien ejecutada como para que toda zona vital quedase lejos del alcance de mi brazo. Sin embargo, su estrategia tenía una debilidad y es que desconocía que yo venía de hacer una chapuza en el piso de unas lobas. Un destornillador fino del tipo que usas en tornillos de ordenador y demás chismes eléctricos se alojaba en mi bolsillo derecho, no era grande, más bien parecía un punzón. Lo saqué de un movimiento y se lo clavé en el muslo. Luis era grande y fuerte, pero no era un tipo duro por lo que me soltó de inmediato. Le lancé una patada a la entrepierna al mamón que intentaba golpearme con todas sus fuerzas por segunda vez. Mis hermanas chillaban y más aún cuando le lancé un puntapié en la boca al fortachón que estaba agachado tapándose la herida del muslo. El sonido de unos dientes al chocar con el suelo y un borbotón de sangre contra la pared fueron el resultado de combinar mi patada con las pesadas botas militares de punta metálica que me consiguió una colega a buen precio. Luis cayó inconsciente en el suelo y si no lo estaba cuando le lancé, furioso, dos patadas a la entrepierna debió dolerle. El otro me miraba asustado mientras mis hermanas continuaban chillando. “Menudas histéricas”, pensé. Yo le empecé a dar puntapiés en el estómago mientras él gemía tapándose como podía en el suelo.

Finalmente, fueron mis hermanas las que atrajeron mi atención cuando el mierdecilla no se movía más. Me dirigí hacia ellas y les arranqué la ropa. Estaba fuera de mí y no sabía literalmente lo que hacía. Las sujeté de sus cabelleras y las arrastré hasta su dormitorio. Todo ello era irreal, como uno de esos sueños en que no sabes porqué haces lo que haces cuando despiertas pero que te parece totalmente congruente cuando estás soñando.

Eso era lo que me pasaba y con esas llevaba a mis hermanas a su cuarto desnudas. Los enormes pechos de María se bamboleaban mientras se retorcía resistiéndose mostrando cómo sería de generosa la naturaleza con su hermana un par de años más tarde y veía sus oscuras entrepiernas llena de ese vello ensortijado y negro. Sus pieles blancas y sus cabellos negros; sus ojos pardos y sus dientes blancos. Quizá estaba ebrio de sangre y excitación y, al igual que los guerreros en el pasado, volvía de la batalla para reclamar mis ganancias en carne. Una euforia y una excitación vibraban por mi cuerpo.

Una vez llegamos a su dormitorio y las lancé sobre una cama. No era consciente de la sangre que había en mi camisa, en mis manos y en las suelas de mis botas dejando huellas rojas a mi paso

Agarré a María por el cuello y apreté lo justo para que sólo tuviese miedo pero dejándola respirar mientras mi mano izquierda se deslizaba por esa suave alfombra que decoraba la entrada a su húmedo coñito, un coñito que probablemente el cachas tenía pensado visitar esta noche pero, probablemente, no podría visitar ningún otro en un buen tiempo. Un coño que noté húmedo cuando uno de mis dedos se introdujo en su interior para visitarlo calmando así los gritos y sustituyéndolos por gemidos que aunque mostraran más su desagrado que placer no por ello eran menos atractivos.

Inés no hacía nada sólo nos miraba y me pedía que parase con lágrimas en los ojos. Yo sólo me excitaba más con esas lágrimas y la sensación de poder mezclada con la de venganza. Entonces, me tiré sobre Inés y mis manos acariciaron ahora su cuerpo menos femenino que el de su hermana pero igual de bonita. Mis manos agarraban con firmeza esos pechos que si no eran del tamaño del de su hermana eran más firmes y mis dedos buscaron esos pezones mientras ella gemía ahora pidiéndome que la dejase en paz con las mismas lágrimas en sus ojos.

Cuando rogó María que dejase a Inés en paz, se me ocurrió la idea les dije que quería ver como se besaban sus rajitas entre ellas. “¿Estás loco, bastardo degenerado?”, me dijo María, pero un tortazo la hizo callar. Ambas se pusieron a la labor temiendo que no me limitase a un simple tortazo la próxima vez que dijesen algo. Ver aquellos cuerpos hermosos en contacto y sus pieles aterciopeladas rozándose me produjo una erección descomunal que apenas se aguantaba en mi pantalón.

Sin embargo, cuando ví que las caras llenas de lágrimas se acercaban a la entrepierna de la otra, casi eyaculé de la excitación. Era terriblemente excitante el morbo de ver a mis dos hermanas jugando de aquella manera. Era obvio que no era de su agrado y menos en mi presencia sus caras bañadas de lágrimas lo demostraban pero poco a poco se iban arrancando gemidos la una a la otra que provocaron que me sacase el miembro y me empezase a masturbar junto a ellas observando el espectáculo. Cuando veía que la cosa se enfriaba, les amenazaba con darles una paliza y sus bocas buscaban los labios de la otra con más “entusiasmo”. Unas bocas dulces con esos labios de fresa y esas lenguas rojas que se internaban en el sexo de su hermana para enaltecer mi ánimo hasta que derramé mi naturaleza sobre ellas y caí agotado.

Sólo me quedé tirado en la otra cama mientras ellas buscaban algo con lo que taparse. En esos instantes llegaron los gritos de mis padres al ver a los dos sujetos tirados en el suelo del salón. Mi padre los llevó al hospital y, según supe más tarde, los amenazó para que no pusiesen una denuncia diciéndoles que en tal caso haría que mis hermanas los denunciasen por intento de violación. Cuando volvió, mi padre estaba hecho una furia y tuvimos una agria discusión en la que me dejó claro que me iba a ir al pueblo hasta que cambiase que lo que les había hecho a mis hermanas no tenía nombre.

Aquella noche, pude oír otra discusión que provenía del cuarto de mis padres en la que mi madre le decía a mi padre que no iba a permitir que me echase de casa y que si me iba yo, también él lo haría. Mi padre aceptó lo que dijo mi madre y, como no podía dar marcha atrás con lo que había dicho sobre mí, unos días más tarde partimos rumbo al pueblo. No hablamos una palabra desde la discusión de aquella noche y durante el viaje no cruzamos ninguna otra.

Poco a poco, fui recordando los lugares del pueblo hasta que llegamos a la casa de mis abuelos. Yo me marché a dar una vuelta después de almorzar mientras mi padre hablaba con mis tíos y mis abuelos. Iba por el pueblo hasta que me encontré con el viejo don Sebastián que volvía del campo con una mula y que me saludaba.

Charlamos un rato mientras le ayudaba a descargar la mula y me invitó a subir a su casa a tomar algo. Yo iba a declinar su oferta, pero algo me hizo aceptarla y, cuando entré a la casa me encontré a una Laura, con su novio, y a una Luisa que en unos meses se casaría según me dijeron.

Cuando entré, me saludaron las dos un poco frías diciéndome que estaba mucho más grande y alto, pero no me daban mucha bola. El novio de Laura no era muy hablador tampoco así que prácticamente sólo hablaba con don Sebastián mientras me tomaba un refresco de cola. Ellas discutían cosas de la boda mientras el novio de Laura le decía que iban a llegar tarde a no sé dónde. Eso sí creyendo que nadie le veía, bajo las enaguas percibí que el cabrón buscaba con su mano los muslos de Laura y su convergencia.

Yo estaba conmocionado por la situación o más bien incómodo hasta que logré escabullirme con la excusa de haber quedado con alguien, mentira para salir de aquella casa y olvidarme de los recuerdos que tenía. Sin embargo, cuando salí de la casa y anduve pocos metros me crucé con una linda jovencita de cabellos dorados que mostraba su linda figura en un vestido blanco: unos pechitos aún despuntando y un cuerpo delgado de piernas largas y cinturita finísima. Una sonrisa blanca y pura junto con una mirada seductora y virginal. Tardé unos segundos en suponer la razón por la que me resultaba tan familiar y me giré para ver como entraba a casa de don Sebastián. Era, sin duda mi linda, Elenita.

Continuará.

Bueno, aquí comienzan de nuevo las aventuras de Tomás en el pueblo y supongo que se cierra con esto la historia. Sigo pidiendo que me comenten un poco más sus impresiones diciéndome el porqué de sus comentarios. Comentarios que agradezco más que las valoraciones porque el objetivo de escribir es ver qué reacciones siente la gente a leer los textos que escribo. Ya saben pueden contestarme a: martius_ares@yahoo.es