Las Tres Marías

Fue un suceso en mi vida en el cual las tres Marías participaron activamente, escribí un breve relato sobre el mismo que he tenido guardado hasta hoy. Lo he repasado, ahora cuento lo que sucedió, sé que a ellas no les importaría que lo hiciera.

LAS TRES MARÍAS

Mayo / 08

Esta semana he recibido una carta acompañada de una foto, en la foto aparecen tres mujeres muy sonrientes y una de ellas lleva un vestido de novia, es María Emilia, Emi, como la llamábamos todos. Me he alegrado y emocionado. De pronto me han venido recuerdos que tenía casi olvidados de 6 años atrás.

Fue un suceso en mi vida en el cual las tres Marías participaron activamente, escribí un breve relato sobre el mismo que he tenido guardado hasta hoy. Lo he repasado, ahora cuento lo que sucedió, sé que a ellas no les importaría que lo hiciera.

"LAS TRES MARÍAS", el apodo se lo habían puesto sus propios compañeros de clase por varias razones: siempre estaban juntas, se ayudaban mutuamente y en sus respectivos nombres aparecía el nombre de María. Además, en cuanto a mí se refiere, fueron en un momento dado unas auténticas samaritanas.

El nombre de la primera de ellas es María Emilia (Emi), 32 años (separada desde hacía 4), alta y delgada, bonitas y estilizadas piernas, suaves curvas en sus caderas, culo redondo y duro. La líder del grupo. Lo que más nos llamaba la atención de ella eran sus enormes pechos, siempre aprisionados en un sujetador que los realzaba, quizá una talla menor, nunca lo supe.

La segunda es Carmen María (Carmenmari), de 21 años, soltera, grandes y preciosos ojos celestes que te miran y te derriten, labios carnosos y sensuales, bonitos pechos, firmes, no muy grandes. Estatura media, largas, delgadas y bien proporcionada piernas. Todo en su sitio y en su justa medida.

La tercera es María José (Marijose), 19 años, soltera, delgada, pelo largo y sedoso, amante del deporte, casi sin pechos, cuerpo atlético y flexible, mirada penetrante, piernas delgaditas pero bien formadas, trasero en consonancia con sus piernas. Lista, sincera y algo descarada.

Las tres han sido mis alumnas durante dos cursos completos a razón de 8 y 9 horas semanales respectivamente. Durante esos dos años ayudé a Emi a ponerse al día en muchas de las lagunas que poseía después de no tocar un libro en más de 12 años. Durante ese tiempo Emi vino muchas tardes, como otros alumnos, pero más ella, mientras yo trabajaba en mis obligaciones en los talleres del centro de estudios donde trabajo. Las otras marías le acompañaban con mucha frecuencia. Emi hacía las veces de madre de Carmenmari y de Marijose.

Durante esos dos años nació una agradable relación entre profesor y alumnas. Era encantadora la presencia de las tres marías, sobre todo la de Emi. Emi era conciente de ello y con frecuencia dejaba sus "atributos" allí donde yo pudiera observarlos; me creó más de una situación embarazosa.

Yo soy profesor en un Instituto de Formación Profesional en una ciudad del sur de España. Estoy delgado, hago deporte con regularidad y tengo el pelo metido en canas. Además, siempre he observado una máxima: "no meter la polla donde está la olla".

LA HISTORIA QUE AQUÍ RELATO COMIENZA después de un accidente de moto que tuve al regresar de una la cena de fin de curso, precisamente la correspondiente a la promoción donde estaban como alumnas las tres marías. El accidente me tendría en la cama de un hospital durante 12 días y después todo el verano de rehabilitación.

Me encontraba escayolado del brazo y la pierna izquierda, así cómo vendados por diversos cortes y heridas el otro brazo y la otra pierna. El resto del cuerpo tenía múltiples golpes y contusiones que me impedirían realizar las funciones más elementales en al menos esos 10 días.

Los primeros días fueron un ir y venir de compañeros y alumnos, todos interesándose por mí; pero pasada la primera semana ya no venía nadie.

Comenzada la segunda semana de mi estancia en el hospital aparecieron las tres Marías, era verano y hacía calor, era la segunda semana del mes de julio. Venían las tres muy atractivas.

Emi traía una camiseta celeste con dos finas tiritas, exponiendo bien, como casi siempre, sus atributos y mostrando un generoso escote en forma de uve. Se le notaban perfectamente sus gruesos pezones. La camiseta dejaba al descubierto el ombligo y su plano vientre. Traía un viejo y corto pantalón vaquero que permitía admirar sus perfectas, exquisitas y bonitas piernas bronceadas.

Carmenmari, llevaba una camisa roja anudada varios centímetros por encima de su ombligo, sin mangas, por lo que parte de sus hombros quedaban desnudos. Un escote amplísimo, tenía desabrochados tres botones, dejaba para el misterio la posibilidad de vislumbrar algo de sus preciosos pechos. No llevaba sujetador, la dureza de sus senos no lo hacía necesario; se le marcaban también algo sus finos pezones por debajo de la tela. Esta visión estaba acompañada de una corta y ajustada minifalda de suave y flexible tela negra, que permitía admirar sus caderas y sus delgadas y bien torneadas piernas, también algo tostadas por el sol.

Marijose, traía su largo y sedoso pelo recogido dentro de una gorra con la visera hacia atrás. Llevaba puesta una corta, fina y ceñida camiseta blanca de tirantas, sin sujetador, por lo que se le notaban los pezones de sus diminutos pechos y dejaba al descubierto gran parte de su plano vientre. Un fino y ajustado pantalón deportivo, blanco que le llegaba justo por debajo de sus rodillas, resaltaba su pubis y permitía entrever sus labios vaginales, así como adivinar un imperceptible tanga de esos que terminan por detrás en un fino hilo.

Tal espectáculo me dejó al principio boca abierto y sin habla. Emi, que lo notó al instante, bromeó sobre el particular diciendo: "¿Qué, profe, a que no has visto nunca unas alumnas tan "buenas" como nosotras, verdad?" Yo no supe que decir, se supone que nosotros debemos dominar una situación como esta, que no tiene que impresionarnos, o al menos que no se nos note.

Comenzamos a hablar de todo un poco. En un momento dado Emi se ofreció a afeitarme, no lo había hecho desde el accidente. Al principio no acepté, me daba apuro, después dada su insistencia accedí. Se puso muy cerca de mí, podía oler su perfume, a la mujer que lo llevaba puesto y sobretodo admirar sus portentosas tetas, ¡Dios santo, qué tetas!

Entretanto, Carmenmari y Marijose, comentaban la salida nocturna que habían tenido juntas la noche anterior. Hablaban de los chicos con los que habían bailado y de las peripecias que sucedieron. Carmenmari, en contestación a la reprimenda de Marijose, decía: "¡Sólo he bailado dos o tres bailes con él!" (hablaban de un chico que al parecer le había gustado a Carmenmari y que era muy guapo). Marijose insistía "¡De eso nada, te pegaste a él toda la noche y si no llega a ser por la novia del chico que llegó en el momento preciso, seguro que te lo habrías tirado, que estabas muy calentorra"! Carmenmarí protestó y le replicó, "¿Cómo puedes decir eso, si estuviste toda la noche magreándote con tu nuevo noviete, parecía un pulpo?". La conversación siguió con todo lujo de detalles de lo que hicieron y dejaron de hacer esa noche las dos marías.

Emi, de cuando en cuando, trataba de poner paz entre las dos. Por mi parte, la presencia tan cercana de Emi, la visión tan sensual de Carmen Mari y Marijose y los detalles de las correrías de la noche anterior de estas dos marías me estaban poniendo cachondo.

Carmenmari estaba situada a mi derecha; cada vez que discutía con Marijose se le movían las tetas y en más de una ocasión casi se le sale una de de ellas. Marijose estaba colocada frente a Carmenmari, junto a Emi, en continuo movimiento, y me mostraba su joven y bien formado cuerpo atlético, enfundado en esa ceñida camiseta que revelaba sus pequeños pechos y en los que se les distinguían unos prominentes pezones que ahora a mí se me antojaban deliciosos; por otra parte, su ajustado pantalón, unido a su delgadez, resaltaba su monte de Venus, dejando sus labios vaginales perfectamente marcados sobre el mismo.

Ni que decir tiene, que todo ello sucedía mientras yo no podía moverme y por tanto hacer nada para evitar que mi polla (la cual estaba a dieta desde hacía bastante tiempo) comenzara a endurecerse creándome por momentos una situación embarazosa. Solamente estaba tapado por una fina sábana y no llevaba calzoncillo puesto.

Emi, la vigilante, la que se da cuenta de todo, lo notó, y con un gesto casi imperceptible, pero que noté de inmediato, hizo una señal a las otras marías. Se callaron repentinamente y rápidamente dirigieron su mirada hacia mi entrepierna. Yo no sabía que hacer, quería que la tierra me tragase.

Mi polla se había empinado (tengo que decir que tengo una polla bastante larga y gruesa) y había levantado la sabana a una altura considerable. Esta circunstancia produjo una situación jocosa para las tres marías; empezaron a reírse mientras señalaban mi falo y hacían bromas que les provocaban aun más risas. Yo creo que jamás he pasado tanta vergüenza. Las tetas de Emi botaban literalmente, Carmenmari, mientras reía, vuelta e inclinada hacía mí, me ofreció una visión de sus divinos pechos.

Emi tomó las riendas de la situación, como siempre, y dijo algo parecido a esto: "ya que yo en muchas ocasiones les había ayudado, había llegado el momento de que ellas hicieran algo por mí". Dirigiéndose a sus compañeras les propuso con la mayor naturalidad del mundo de por qué no me hacía una de ellas una mamada. Las otras dos Marías se pusieron de nuevo a reír, pero Emi no reía en esta ocasión. Hubo un silencio durante un rato, me pareció largísimo, pasado este, asintieron con la cabeza.

Carmenmarí, señaló que podían hacerlo entre las tres, un ratito cada una, y añadió entre risas, "si el profe es capaz de aguantar", todas volvieron de nuevo a reírse. Yo no daba crédito a lo que escuchaba, pero a la vez una excitación enorme recorría mi cuerpo entero, mi polla se puso más erguida aun si cabe.

En ese instante Maríjose, la atrevida, tiró de la sábana y dejó al descubierto mi polla que estaba firme y mirando hacia el techo. Todas pusieron la cara de asombro y admiración al verla tan tiesa, larga y gruesa, al mismo tiempo que reían de nuevo por la situación.

Emi, repartió los papeles, ella me haría la mamada; Carmenmari me mostraría "sus encantos"; Marijose, "ya que tienes novio, vigilarás para que nadie entre". Marijose se rebeló, pero se marchó hacia la puerta a regañadientes y diciendo: "Ya no tengo novio, he roto anoche con él. Si creéis que no me he comido nunca una polla estáis equivocadas. Además, por mi profe preferido hago lo que sea". Añadió mirando y señalando a mi polla, "Aunque… como esa nunca", esta última frase produjo una carcajada general en las tres marías.

Emi se quitó su camiseta y su sujetador. Sus enormes pechos vibraron al verse liberados, tenía dos gruesos y rugosos pezones y unos pechos no tan caídos como en un principio eran de esperar, ¡divinos! Me los mostró primero y después tomó mi polla con la mano derecha y la introdujo poco a poco en su boca.

Carmenmari se quitó su blusa dejando al descubierto sus bonitos, suaves y duros pechos tostados por el sol. Acto seguido se despojó de su falda y de un diminuto tanga negro transparente que me lo tiró a la cara. Después se descalzó, se subió situándose a los pies de la cama y se sentó en el respaldo de la misma con las piernas bien abiertas; así me ofrecía una visión inmejorable de su depilado coño. Tenía un minúsculo triangulo de un corto vello púbico y se le notaba la señal del diminuto biquini que se ponía para tomar el sol. Mirándome fijamente con una mirada maliciosa, se separó con ambas manos sus rugosos labios vaginales mostrándome una visión maravillosa de su rosáceo coño.

Emi mamaba con maestría mi polla. Comenzó lamiéndome el glande y el frenillo, después se la metía poco a poco moviendo la boca de arriba abajo y de abajo hacia arriba. En un momento dado hizo ademán de introducirla hasta lo más profundo de su garganta y dio una arcada, pero eso no la acobardó, al contrario, siguió hasta que consiguió metérsela toda ella y tocar la base de mi pene con su boca, así permaneció unos segundos y lo repitió varias veces hasta estar segura de esta maniobra. Con su otra mano me acariciaba los huevos.

Lo mismo se la metía hasta lo más profundo de su garganta que pasaba su lengua por toda la polla lamiéndola o la friccionándola con su mano derecha o con ambas manos. Así lo repetía una y otra vez, sin prisa pero sin pausa.

Mientras, Carmenmari, se acariciaba su cocho y se había introducido un par de dedos en el mismo con lo que me dejaba entrever su maravillosa gruta. Me encontraba en el cielo.

En un momento dado comencé a suspirar, preludio del orgasmo, lo que hizo que Emi acelerara su mamada. Cuando comencé a correrme, introdujo de un solo golpe toda mi polla en lo más profundo de su garganta para recibir así mi primera descarga, seguidamente chupaba mi polla de arriba abajo mientras yo, con repetidos espasmos y entre suspiros, descargaba hacia el fondo de su garganta una y otra vez mi abundante esperma acumulado desde hacía bastante tiempo. Emi tragó gran parte de mi semen, pero no pudo evitar que otra parte del mismo se le escapara a través de la comisura de sus labios.

Quedé rendido y sin fuerza, pero Emi siguió mamando mi ahora ya flácida polla. La sostenía sobre su mano derecha y la lamía por todos lados con devoción. La limpiaba con su lengua metiéndola repetidas veces en su boca.

Esta circunstancia, unida a la visión que me ofrecía Carmenmari que seguía masturbando su clítoris sin dejar de mirarme de manera picarona y lasciva, hizo que pasados unos minutos de nuevo mí polla se pusiera hinchada y firme. Emi dijo: "¡Chicas, aquí la tenemos de nuevo pidiendo guerra"!

En ese instante, Maríjose, que en todo momento había observado desde la distancia lo sucedido, se acercó, y sacándose de su cintura lo que vino a ser un preservativo, con rapidez y destreza lo puso encima de la polla, rompió por la mitad la funda que lo contenía (como cuando partimos una galleta por la mitad) y tiró simultáneamente hacia abajo enfundándome el condón de manera magistral, en un visto y no visto. Se dirigió a Carmenmari y le dijo: "ya que estas ahí arriba, a ti te toca ahora apaciguarla".

Carmenmari asintió con la cabeza. Se incorporó y así por unos instantes pude observar extasiado su extraordinario cuerpo desnudo. Se percató de ello y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, avanzó dos pequeños pasos, puso sus pies delante de mis caderas y después pidió a sus compañeras que elevasen las barandillas metálicas que ponen en los laterales de las camas de hospital, cosa que hicieron de inmediato. Se agachó, tomó mi polla con su mano izquierda y la dirigió hacía su coño metiéndosela unos centímetros. Se agarró a la barandilla con ambas manos y con una mirada lasciva, comenzó a bajar despacio sobre ella, poco a poco, pero sin pausa, hasta que la enterró totalmente. Espero un poco haciendo algunos movimientos con sus caderas hasta que notó que se había acomodado perfectamente a ella.

Estaba totalmente mojada. Había entrado sin dificultad alguna. Fui notando cada centímetro de su vagina, como cuando metemos nuestra mano en un guante. Carmenmari comenzó a moverse rítmicamente, deslizándose sobre mi gruesa y larga polla.

Se deslizaba hacía abajo con rapidez hasta que mi capullo llegaba al fondo de su vagina y ella se golpeaba con mis piernas; seguidamente, suavemente, atrapando mi polla, la sacaba casi entera. En ocasiones la dejaba totalmente enterrada en su coño y comenzaba a girar sus caderas de manera circular, en otras ocasiones mantenía ese movimiento ondulatorio mientras se deslizaba de arriba abajo.

En un momento dado comenzó a manosear su clítoris con su mano derecha mientras continuaba cabalgando sobre mí. Pasados unos instantes empezó a emitir suaves gemidos de placer, su cuerpo se contraía y su vagina hacía lo mismo, se crispaba y relajaba ya no rítmicamente, sino de manera descontrolada. Se corrió ente sacudidas que produjeron en mí que me corriera también. Me invadió un placer indescriptible. Había follado con una mujer que se encontraba en la plenitud de su belleza, esa que sólo dura un corto período de tiempo en la mayoría de los seres humanos, me consideré un ser muy afortunado.

Sin sacar totalmente mi polla de su vagina se acercó y me besó apasionadamente metiéndome la lengua hasta lo más profundo. Después encogió sus piernas junto a mis costados, me clavó sus duros y firmes pechos y permaneció recostada sobre mí hasta que de nuevo las fuerzas le acompañaron. Me dolía todo el cuerpo, pero no me importaba.

Durante el tiempo que permanecí en el hospital me cuidaron, después también, en todos los sentidos, Emi diría más tarde: "lo más difícil ya ha pasado, lo demás es coser y cantar".

Con Marijose hice el amor en una ocasión, dos veces en una misma noche, después de que deprimida por la ruptura con uno de sus "novietes", como los llamaba Carmenmari, viniera a verme. Advertí que tenía tatuada la palabra "Amor" sobre su pubis perfectamente depilado, justo a dos o tres centímetros por encima de su clítoris. Le pregunté por su significado. Me respondió: "La persona a la que le permito leer esa palabra, es porque quiero que entre en mi interior hasta lo más profundo, quiero sentirla y que descubra la mujer que hay en mí", y añadió, "Puedes creerme, profe, se pueden contar con los dedos de una mano los que lo han conseguido, y sobran dedos". Yo le dije: "Te creo, gracias, me siento afortunado". Después me dijo: "Hazme tuya esta noche, te necesito".

Con Carmenmari, lo hice en tres ocasiones, incluida la que aquí narro. Carmenmari es una mujer diez, hacer el amor con ella es "bocatto di cardinali", es una gozada, es la exquisitez personalizada, abrazarla y follar con ella es algo sublime.

Con Emi, es diferente, qué decir de ella, es una mujer que en cada momento sabe cómo actuar y cómo satisfacerte plenamente, es guapa, sensual, inteligente y apasionada. Es la mujer que hace feliz a cualquier hombre. Con ella viví un breve pero intenso romance. Hice el amor todas las veces que ella quiso y fueron bastantes. Cuando salí del hospital cuidó de mí hasta que me recuperé totalmente. La primera vez que hicimos el amor me dijo: "Tu sabes que esto es temporal, ¿verdad?". Yo le dije: "Verdad". Ella continuó: "Por tanto, "carpe diem", vivamos el presente". Yo dije: "Carpe diem". Eso hicimos. Nunca la he olvidado. No quiero ni deseo decir nada más.

Jamás pedí hacer el amor a ninguna de ellas, ellas me hicieron ese regalo tan maravilloso. Pienso que con los regalos siempre hemos de estar agradecidos. No es algo que debamos demandar, se dan por que sí. Si un día no recibimos regalos, no se tiene derecho a protestar ni a reclamarlos, pero sí a ser agradecidos por los que hemos recibimos. En mi caso, yo me siento eternamente agradecido a las "Tres Marías".