Las tres cuñadas 1
Unos maridos descuidados, les hace cuidarse entre ellas.
Las tres cuñadas
Como cada viernes, habían cenado los tres hermanos en casa de Alfonso, el hermano mayor. Pese a las diferencias de edad los Cienfuegos se llevaban muy bien y procuraban no fallar a esas cenas a las que asistían con sus esposas.
Después de cenar, ellos, como siempre, se retiraron al salón para beberse tranquilamente un güisqui mientras ellas, como siempre, se ocupaban de recoger todo y arreglar la cocina para ayudar a la anfitriona. Estaban tan acostumbradas a ser ‘chachas’ de sus maridos que ya no se molestaban en protestar.
Antonia, casada con Alfonso, desde la experiencia de sus cuarenta años les animaba a no quejarse ‘porque no sirve de nada’. Virginia, de treinta y cinco años y Marta de veintisiete, hacía tiempo que no necesitaban de consejos porque ya eran conscientes del hecho. También se habían acostumbrado a la otra costumbre, en la que sus hombres, cuando ellas acababan sus 'tareas' y se reunían con ellos en el salón, decidían ir al Pub de abajo a tomar la "última". Nunca se dejaron acompañar por ellas y la costumbre se hizo hábito. La "última" suponía que sus maridos volverían a casa de madrugada con una borrachera inaguantable y, a veces, con tufillo a puta barata. Lo malo es que esa costumbre de los hermanos Cienfuegos, que comenzó solo con la cena de los viernes, se había ido extendiendo al resto de la semana.
Y en ésta ocasión no fue diferente, cuando se reunieron con ellos en el salón estos decidieron que era el momento de "ir a tomar la última al Pub de abajo".
Marta, la pequeña del grupo, miró con ‘mala cara’ a su marido, pero éste ni se molestó en devolverle la mirada y desapareció junto a sus hermanos. Marta, casi no pudo esperar a que se cerrara la puerta para increpar a sus cuñadas.
— ¡Parecemos bobas!, les hacemos la cena, les servimos copas, les recogemos la mesa y cuando lo único que tienen que hacer es hablar con nosotras... los señoritos se levantan y se van.
La veterana Antonia intentó calmar a la joven:
— Marta, pasa de ellos, no les cambiarás. Venga, vamos a tomarnos unas copas que nosotras también nos las merecemos —añadió sonriente.
Habían terminado las tres por ser buenas amigas y era frecuente verlas juntas por el barrio de compras o en una cafetería. Todo el mundo sabía que estaban casadas con los Cienfuegos y se las conocía por las Tres Cuñadas como si de las Tres Gracias se tratara. La diferencia es que las mujeres de Rubens estaban gordas y celulíticas y ellas tres eran una delicia de mujer en sus respectivas edades.
— ¡Joder, Antonia!, es que me saca de mis casillas. Pero tienes razón, tomemos unas copas. Siempre será mejor que nos pillen borrachas a tener que aguantarles borrachos —y muy enfadada, añadió—, y para colmo, con tanta copa y tanta hostia el muy imbécil cada vez me hace menos caso... ya ni me toca.
— ¿Caso?, ¿te refieres a... –preguntó tímidamente Virginia que estaba sirviendo tres generosos gintonics — … que tú y Pedro no hacéis nada, ¿te refieres a eso?
— Sí, a eso, a follar, ¿a qué coño quieres que me refiera? —gritó Marta que le sacaba de quicio lo inocencia de su cuñada.
Antonia terció para calmar los ánimos.
— Tranquilas chicas, venga, tomemos las copas que la noche es joven —y sentenció—. Marta en el fondo tiene razón, ayer sin ir más lejos, mi maridito llegó a casa con un pedal de mil pares de cojones y yo, que estaba viendo en la tele una peli algo guarrilla pues... bueno, que estaba cachonda y tenía ganas de guerra, pero claro, con la trompa que traía el tarugo este pues poco había que hacer; así que me quedé con las ganas.
No le pareció oportuno comentar que en realidad se estaba haciendo una paja cuando llegó su marido y, tras comprobar que ni viéndola despatarrada en el sofá viendo una película porno, le puso en situación y se encerró en la alcoba, ella siguió manipulando su coño como si tal cosa.
Sus cuñadas más jóvenes la miraron sorprendidas y divertidas por la confesión tan íntima de la cuñada veterana.
— Pero, no creáis, que ya me tiene acostumbrada, hace meses que a mí tampoco me toca y eso que una está todavía de buen ver —añadió sonriendo mientras hacía como que resaltaba con sus manos su aún espectacular cuerpo.
— Eso es verdad —dijo Marta soltando una carcajada—, aún tienes un buen polvo —. Viendo que todas habían apurado la copa propuso— Venga, emborrachémonos... yo pongo la próxima copa.
Virginia que, gracias al alcohol, estaba venciendo su timidez, se atrevió también a dar su opinión.
— Pues ya puestos a contar, os confieso que también mi Raúl últimamente abusa un poco del alcohol y borracho es verdad que no hay forma de ponerle en condiciones —afirmó entre grandes risas—. Antes de ayer sin ir más lejos, me ocurrió lo mismo, vino con unas copas de más, entró y sin decirme nada se metió directamente en la alcoba, se desnudó y a la cama. Yo, como si no existiera, ni un hola, ni un buenas noches. Y a mí, para que os voy a contar, también me pica lo mío, así que, ni corta ni perezosa, me metí en la cama e intenté para ponerle a tono... hacerle una... bueno ya sabéis... una...
— ¿Una qué? —rugieron las cuñadas impacientes incapaces de imaginar a la inocente Virginia haciéndole al marido algo prohibido.
— Pues eso... con la boca... —Virginia no podía dejar de reír para ocultar su ofuscación. Ella misma está asombrada de lo que se estaba atreviendo a contar.
— ¡Joder!, ¿quieres decir que se la chupaste? —ayudó Marta.
— Si... eso... se la chupé un poco... pero chica, que si quieres arroz, me tiré diez minutos y el cabrón roncando como un bendito.
— ¿Bendito?, ¡valiente hijo de puta es tu marido! —sentenció Marta.
— Claro —dice Antonia que tiene más experiencia—, ya se sabe que con alcohol los tíos solo se ‘tiran’... a la cama —culminó desternillándose de risa.
— Es verdad, ya te puedes tirar media hora haciéndole una mamada a un tío que, si está borracho, poco vas a lograr —apuntó Marta también entre carcajadas— y con la polla de un borracho más te vale ir pensando en hacerte una paja.
Las otras le miraron sorprendidas: parecía como si ninguna de las tres quisiera reconocer que la masturbación entraba dentro de su rutina para aplacar sus ardores.
Rieron divertidas las cuñadas sin apenas darse cuenta de que ya están empezando el tercer gintonics y poco a poco se empezaban a sentir distendidas y relajadas. El ambiente cambia y es ahora más placentero pero lo que no cambia es el tema de conversación. En un momento dado, Marta se queja amargamente:
— ¡Joder!, pues antes me llevaba de vez en cuando a bailar... ahora, no me lleva ni a sacar la basura.
Antonia se levanta rápidamente y se dirige al aparato de música. Pone en el tocadiscos un compac de baladas lentas y se vuelve a su cuñada. Hace una graciosa inclinación ante ella y le ofrece su mano abierta:
— ¿Señorita, me concede usted este baile?
Marta, hace que se pone muy seria, y se levanta dispuesta.
— Será un placer... "caballero".
Las dos cuñadas se abrazan en medio del salón y bailan al compás suave de la música. Es un abrazo ligero, "dejando pasar el aire" como decían los curas de antes. Antonia, que para algo es la mayor, hace de hombre y toma a Marta por la cintura que enrosca sus brazos en torno a la cabeza de Antonia. Virginia las mira divertida sorbiendo distraídamente de su copa. Se le ocurre una idea: apaga algunas luces dejando la habitación en penumbra. Sobre la única lámpara que ha quedado encendida pone un pañuelo de seda de color rojo, la habitación transforma su penumbra a una tenue luz rojiza.
Antonia, mira con picardía a Marta, que continua en sus brazos.
— Esto es otra cosa, señorita. Ahora nadie nos ve —y suavemente pero con firmeza atrae a su cuñada hasta quedar pegadas—. Como si bailáramos una Lambada suave —susurra sensualmente al oído de su cuñada pequeña.
Marta le sigue la broma:
— Usted se equivoca, "caballero"... yo no soy de esas.
Ambas están sintiendo el excitante contacto de sus pechos. Sus muslos se rozan descuidadamente. Su baile es ahora lento, casi están detenidas. Juntan sus mejillas y aspiran el aroma que desprende el cuerpo de la otra. Las manos de Antonia aprisionan fuertemente la cadera de Marta. Separa su cara hasta quedar ambas enfrentadas, a centímetros:
— Usted no será de esas pero con este cuerpo y este culo... usted debiera ser lo que le de la gana. Tiene usted una bella figura, señorita... —bromea mientras sus manos acarician suavemente las caderas y lentamente las desliza hacia su trasero— ... y un culo estupendo —añade sonriendo abiertamente mientras le aprieta el trasero con descaro.
— Se está pasando, "señor" —dice Marta enérgicamente pero sin detener a Antonia. Mira la cercana y apetitosa boca de su cuñada. Ella misma abre ligeramente los labios y se los humedece sacando provocativamente la lengua. Antonia la observa divertida y la imita en el gesto. Solo el vínculo familiar que le une les impide besarse. Una mínima barrera de pudor coarta su deseo de rozar esos labios. La caricia sobre el trasero de su cuñada pequeña deja de ser una broma y no puede evitar sentir placer por sobar ese culo prieto y delicado a la vez. Sus manos no paran y se dedican a inspeccionar el trasero de Marta que sigue sin oponerse.
De repente, se deciden, ¡a tomar por culo las convenciones sociales! Sus bocas se buscan tímidamente... apenas se acarician... una lengua sale tímidamente de su escondite... la otra hace lo mismo... abren la boca y las lenguas se introducen.
Virginia las mira atónita, "joder con mis cuñaditas... ¿quién iba a pensar que eran tortilleras?". Más asombrada aún ve como Antonia, flexionando ligeramente el cuerpo, llega con su mano al pliegue de la falda de Marta y se la levanta hasta la cintura.
Antonia observa a Marta para comprobar su reacción pero ésta no se opone y deja que muestre su culo cubierto solo con unas excitantes bragas de encaje. La cuñada mayor acaricia ahora el culo de su cuñada por encima del suave tacto de la braga, pero solo un momento, porque introduce las manos en la prenda y acaricia directamente sobre la piel. A Virginia no le cabe ya la menor duda "¡joder con mis cuñadas!... tortilleras totales" pero el caso es que a ella desde la entrepierna le están llegando calientes mensajes. Pero no se atreve, "¡que podrían pensar!, ¡joder!, ¿qué van a pensar?, si son ellas las que se están metiendo mano delante mío...". Se levanta decidida y se dirige donde sus cuñadas, ignorantes de lo que no sean sus caricias, siguen abrazadas ahora ya paradas del todo, intercambiando un beso profundo y húmedo mientras acarician sus nalgas carnosas. Se coloca detrás de Marta y pega su cuerpo al de ella.
— ¿Me estáis dejando sola? ¡Cabronas! —dice en tono cariñoso pero enérgico—. ¿Ninguna va a ser mi caballero?
Ninguna dice nada y siguen besándose pero Antonia, sin deshacer el abrazo con Marta, busca con su mano el cuerpo de Virginia y le aproxima a Marta que queda en medio como el jamón en el sandwich. Sin decoro alguno busca el culo de Virginia que, decidida a no perder tiempo, ella misma se ha levantado las faldas dejando que la mano de su cuñada mayor entré directamente en sus bragas.
Marta, aprisionada entre las dos cuñadas, siente como la mano de Virginia, desde detrás suyo, repta entre los cuerpo abrazados para acariciarle el pecho. Es una caricia frugal por encima de la camisa que se concentra intentando adivinar la dureza de sus pezones. Nota como le están desabrochando los botones de la blusa y la caricia a sus pechos retorna pero ahora por encima del sostén. Entonces, ella misma, se levanta la prenda para dejar sus tetas libres. Inmediatamente las manos se apoderan de sus pechos y acarician y estrujan la sensibilidad de sus botones. Alguien, no sabe quien, le ha metido la mano en las bragas y le está acariciando el coño, ¡dios, cómo esto siga así, me voy a correr! Una simple caricia le está haciendo llegar al orgasmo que le estalla desde lo más hondo de su vagina. Se corre rígida por el placer. Aprieta sus muslos con fuerza; no quiere que las otras sepan que se ha corrido aunque a la que le está tocando el coño va a ser difícil ocultárselo porque hay humedades que la delatan. Nunca le había ocurrido que, apenas tocándola el coño, llegase al orgasmo. Un orgasmo que nunca podrá olvidar, tan intenso que la vacía por completo y le deja apenas con fuerzas para sostenerse en pie. No recuerda haber sentido jamás un placer similar.
Marta se siente avergonzada... ¡es increíble!, ¡está con sus cuñadas metiéndose mano en el salón de Antonia! Ya no es posible dar marcha atrás... y lo más preocupante es que su Pedro, el cabrón de su Pedro, jamás le había hecho correrse como lo han hecho estas dos putonas. Se siente en deuda con ellas, las debe devolver el favor. Se deja caer entre los cuerpos que la oprimen hasta quedar de rodillas. Con decisión le levanta la falda a su cuñada mayor y se encuentra con unas bragas negras que de pequeñas apenas tapan una enorme y espesa mata de pelo que cubre completamente su vagina. "Madre de Dios — pensó Marta — esto es un coño bien peludo". Le desliza las bragas hasta dejarlas a medio muslo.
Frente a Marta queda aquella ‘selva Amazónica’ apenas a un palmo de su cara. Puede sentir el olor ácido y excitante que desprende su coño palpitante. Con dedos nerviosos le va separando la pelambrera buscando el clítoris. Aparece éste, rojo, brillante por las humedades. Aplicó Marta con fruición la punta de la lengua y lamió con cuidado el excitado miembro. Era enorme y estaba duro como el pene de un chaval. Nunca se hubiera imaginado que un clítoris pudiera llegar a tomar ese tamaño. Desde arriba le llegaban sonidos de lametones y besos apasionados y algún que otro gemido de sus viciosas cuñadas que siguen besándose con pasión mientras se desnudaban las tetas la una a la otra.
Antonia, sintiendo como su cuñada le lame en la vagina, nota que tampoco a ella las piernas le sostienen y, deshaciéndose del abrazo de Virginia, se deja caer sobre el suelo. Se abre de piernas todo lo que le permite la falda para que su cuñada pueda continuar con la estupenda faena que la había puesto al borde del orgasmo.
— ¡Venga, mamona!, sigue chupando... vas a conseguir que me corra.
Marta no se hace de rogar y continúa jugando con el clítoris de Antonia. Virginia, olvidada por las otras dos, se arremangó la falda y se deshizo de la braga, se arrodilló sobre la cabeza de Antonia y obligó a ésta a lamer su coño. En pocos segundos, Virginia se puso a gritar como una loca.
— ¡La hostia, esto es maravilloso!, estoy a punto de correrme... somos unas pedazo de putas —dice perdiendo bien a las claras su timidez habitual.
Las otras dos no le contestaron porque estaban ocupadas en mamar sendos coños.
— ¡Me cago en la leche! —siguió gritando Virginia— me voy a correr como una cerda.
Y dicho y hecho, se corrió con grandes temblores de su cuerpo mientras ella misma se martirizaba sus propios pechos con grandes apretones principalmente a los erectos pezones. Ramalazos de placer le llegaron desde lo más hondo de su ser. Tal fue su corrida que creyó que se estaba orinando. Sus flujos se mezclaron con la saliva de Antonia y embadurnó la cara de ésta. Se dejó caer junto a ella y agradecida le lamió las huellas de su corrida pasando su lengua por el rostro de su cuñada mientras le musitaba en voz queda:
— Cabrona, nunca me había corrido como hoy. Te quiero — el ramalazo cariñoso le salió del alma, sincero. Buscó la boca de su cuñada y la besó con pasión.
Antonia, no estaba para muchos cariños, las oleadas de placer que le llegaban del chocho, le impedían dedicarse a declaraciones de amor con Virginia. Para quitársela de encima le dijo entre susurros:
— ¡Déjate de hostias y ocúpate del coño de Marta! ¡Cómela el coño y el culo a la puta!
Virginia, obediente, corrió para arrodillarse tras el culo en pompa de Marta. Primero le buscó el ano y se lo acarició con la lengua. Intentó meterle ésta en el orificio pero no pudo, así que con el dedo medio la fue penetrando con cuidado. Marta emitió unos gemidos de placer. Por un momento, dejó el coño de Antonia para poder decir:
— La madre que te parió, Virginia, como me gusta eso. Méteme el dedo más adentro, por favor, ¡como me gusta! Fóllame fuerte el culo.
Antonia, intrigada por la charla de sus cuñadas menores, le preguntó a Marta:
— ¿Qué te está haciendo esa tortillera?
Marta apenas podía hablar.
— Me está metiendo un dedo en el culo y me estoy cagando de gusto.
— Házmelo a mí, méteme un dedo en el culo. — pidió Antonia descontrolada
Marta buscó con su lengua el culo de su cuñada y lo ensalivó a conciencia, luego penetró con su dedo en el ano. Forzó y presionó hasta que consiguió que entrara por completo. Volvió a retomar la lamida del coño y se ocupó con alegría de los dos orificios de Antonia, que ya gritaba sin ningún tipo de disimulo.
Virginia se levantó con brusquedad dejando a Marta al borde del orgasmo. Esta gritó protestando:
— ¿Dónde vas, hija de la gran puta? No me dejes así, estoy a punto de correrme.
— Esperar, que se me ha ocurrido una idea.
Corrió a la cocina, con sus enormes tetas bamboleando a cada zancada y de la nevera sacó una enorme zanahoria algo manchada de arena. La limpió bajo el chorro de agua del grifo y volvió al salón. Sus cuñadas seguían tumbadas en el suelo pero ahora en un democrático sesenta y nueve, mamando la una el coño de la otra.
Virginia se volvió a colocar tras de Marta que era quién estaba arriba y le separó los cachetes de sus nalgas. Lamió con avidez el ano de ésta hasta lubricarlo a conciencia. Luego le fue metiendo con cuidado la zanahoria humedecida.
Marta notó como la fría y mojada hortaliza se iba introduciendo en su cuerpo y pegó su coño a la cara de su cuñada mayor para que le mamara el excitado clítoris excitado. No tardó mucho en correrse.
— Hija de puta, estás haciendo correrme... —gritaba descontrolada.
Con fuertes golpes de sus caderas buscaba meterse más, si es que eso era posible, la zanahoria en el culo.
Virginia apenas podía sujetar la zanahoria que casi se le escapaba de las manos por las arremetidas de su cuñada. Marta explotó en un orgasmo increíble, largo, ardiente. Luego cayó exhausta sobre la selva amazónica de Antonia. Su culo en pompa mostraba, indecoroso, la zanahoria que de él sobresalía. Fue por poco tiempo ya que Virginia cuando vio que Marta estaba derrotada sacó la zanahoria de su culo y la limpió lamiendo de arriba a abajo con alegría los efluvios anales de su cuñada pequeña. El caso es que sabía algo a mierda pero en aquel momento no le importaba nada. Una vez que tuvo la zanahoria bien limpia y lubricada, reptó hasta donde Antonia seguía perniabierta masturbándose como loca ya que sus cuñadas parecían haberse olvidado de ella, y retirando con delicadeza la mano de Antonia buscó el orificio del culo, donde le fue introduciendo con firmeza la sufrida zanahoria. La masturbó por el culo mientras le lamía la almeja peluda. El clítoris era ahora una especie de pene enorme, duro y brillante.
Antonia agradeció la intromisión de su cuñada y no tardó mucho en correrse, lo hizo apretando con fuerza la cabeza de su cuñada entre las piernas y la zanahoria con el culo.
Cayeron las tres vencidas. Ahítas de placer y de alegría. Se abrazaron con ternura y cariño y se miraron algo avergonzadas por los acontecimientos de los que habían sido protagonistas. Ninguna se atrevió a decir nada, simplemente se miraron y sonrieron con dulzura y picardía.