Las tres Avemarías y el Gloría.

Historía que relata como en el ambiente de un centro escolar tres profesoras y un profesor se ganan a pulso que les llamen las tres Avemarías y el Gloría.

Belén, Covadonga y Verónica ( Vero ) son tres profesoras de educación primaria en un colegio concertado mixto. Como siempre, incluso cuándo van al water, se las ve juntas las llaman “las tres Marías”. Belén, a punto de cumplir cincuenta años, es la mayor. Se trata de una mujer rubia, de complexión normal y estatura de normal a baja. Se encuentra soltera ya que, según dice, ningún hombre ha demostrado demasiado interés, más allá del sexual, por ella aunque la verdad es que, en su juventud, sufrió una importante sequedad vaginal, que tardó en tratar, lo que motivó que la realización del acto sexual la resultara doloroso hasta acabar por convertirla en una hembra bastante estrecha y que más de uno rompiera su relación al terminar más que harto de su escaso apetito sexual. Mediante un concurso y tras pasarse muchos años ocupando una plaza interina, consiguió hacerse con una en propiedad en este centro escolar en el que, desde entonces, desarrolla su labor docente. Su llegada prácticamente coincidió con la de Vero. Ambas se hicieron con rapidez muy buenas amigas y un par de meses más tarde se las unió Covadonga. A cuenta de esta amistad y del manifiesto interés que sus dos amigas demostraban por los hombres, Belén, además de volverse a mojar, pudo sentir aflorar sus deseos e inquietudes sexuales hasta el punto de llevar a cabo algunas relaciones esporádicas con dos padres de sus alumnos.

Covadonga se encuentra próxima a los cuarenta años. Es la más alta de las tres, de complexión delgada y morena. Aunque dispone de un físico muy llamativo, con unas curvas fascinantes, su prominente nariz no la ayuda mucho. Está casada y aunque, según ella, no puede decirse que “felizmente” tampoco se atreve a quejarse ya que, en vista de lo que comentan sus compañeras en la docencia, puede considerarse como una autentica privilegiada en el aspecto sexual puesto que su marido la mete vaginalmente el pene los viernes y los sábados por la noche y algunos domingos tanto por la mañana, al despertarse, como por la noche, al acostarse, mientras que durante el resto de la semana ella le suele chupar, a días alternos, la pilila que es una cosa que siempre la ha encantado hacer sobre todo cuándo el miembro viril es lo suficientemente apetecible como para permitirla alcanzar, sin necesidad de tocarse, el clímax mientras realiza la felación. A pesar de la “satisfactoria” vida sexual que llevaba a cabo con su marido, se sentía un tanto frustrada al no haber tenido hijos y reconocía que no la importaría mantener algún contacto sexual extramatrimonial especialmente si era para poder chupar una buena polla hasta recibir en su boca y en su garganta una gran ración de leche.

Vero, finalmente, es la más joven y acaba de sobrepasar la barrera de los treinta años. Es de pelo moreno, estatura normal, complexión delgada y muy atractiva, con un tipo de lo más apetecible. Está separada desde hace casi diez años. Sacando buen provecho de su “palmito”, su vida sexual siempre ha sido activa e intensa. Empezó llevando a cabo relaciones de tipo lesbico con un nutrido grupo de compañeras del instituto en el que cursó sus estudios que, viendo que no terminaba de integrarse, optaron por iniciarla en el sexo hetero consiguiendo que participara los fines de semana en ciertas orgías organizadas por estudiantes universitarios de las que, a cuenta de la presencia de Vero, ellas obtenían un beneficio económico. Con veinte años y su carrera en el aire, quedó preñada. Como no sabía a ciencia cierta quien era el padre, decidió “enjeretarle” el crío al chico con el que estaba saliendo con mayor asiduidad con el que se había acostado en tres ocasiones. Después de conseguir casarse con rapidez, Vero no tardó en lamentar su decisión ya que la misma noche de la boda el hombre, que estaba dotado de un rabo diminuto y le costaba mucho correrse para, al final, echar una mínima cantidad de leche, no funcionó como hubiera sido de esperar puesto que en cuanto bebía un par de cervezas, aparte de ser incapaz de eyacular, no había forma humana de que el pene se le pusiera tieso por lo que Vero tuvo que pasar la velada haciéndose unos dedos delante del joven cuya pilila no reaccionó ni cuando la chica, tras alcanzar varios orgasmos, se meó de gusto al más puro estilo fuente. Dos meses y medio después de su boda Vero perdió al hijo que estaba engendrando al caerse por las escaleras de la universidad. Aquello fue un duro golpe para ella mientras su marido, lejos de ayudarla a superar los difíciles momentos por los que pasaba, la dio la espalda pensando que la caída no había sido fortuita. Meses más tarde comenzó a decirla que quería tener hijos pero que, por lo que veía, solamente era capaz de engendrarlos para obligarle a casarse. Vero le contestó que para dejarla preñada era necesario que la metiera la polla hasta echarla su leche en el interior de la almeja y que él rara vez lo hacía. Aquello dio lugar a una fuerte discusión que empezó a deteriorar su relación hasta el extremo de que su marido, diciéndola que no era lo suficiente mujer como para merecer que la penetrara vaginalmente, decidiera limitar su actividad sexual a darla reiteradamente por el culo. Unos días después de cumplirse el primer aniversario de su matrimonio y sabiendo que el chico estaba manteniendo relaciones con una fémina aún joven, que había enviudado pocos meses antes y tenía dos hijos, a la que se prodigaba en comer el chocho y masturbar a cambio de que, demostrando la mujer una gran paciencia, le hiciera pajas, su vínculo se rompió tras proponerle que ambos dispusieran de plena libertad sexual para poder acostarse con quien les apeteciera. Su pareja, después de catalogarla como golfa y puta y decirla que conocía a varias hembras que eran mucho más fecundas que ella, decidió separarse. Vero, en vez de verse sumida en otra depresión, decidió viajar a Cuba en donde no tardó en conocer a dos jóvenes, que eran hermanos del mismo padre pero de distinta madre, excepcionalmente dotados y con una más que meritoria potencia sexual con los que pasó, encerrada en la habitación del hotel, la mayor parte de su estancia dejando que se la follaran, tanto vaginal como analmente, una vez tras otra y sintiendo, cada vez que la metían su enorme rabo en el coño, como la atravesaban por completo el útero dándola un gusto realmente increíble y haciéndola alcanzar unos orgasmos impresionantes, muchos de ellos consecutivos. Aquella experiencia la permitió sentirse pletórica durante varios meses y centrarse en sus estudios universitarios. Pero, en cuanto pasó tal periodo, volvió a sentir muchos deseos, inquietudes y necesidades sexuales y para intentar satisfacerse se relacionó con algunos de sus compañeros de estudios pero ninguno lograba deleitarla debidamente, especialmente porque, según Vero, no encontraba hombres dotados de un pene que, al menos, pudiera considerarse como normal ya que su destino era acostarse con jóvenes provistos de pililas enanas y con serios problemas tanto para la erección como para la eyaculación. Esta etapa de su vida hizo que se riera abiertamente cada vez que oía que algún hombre se vanagloriaba de las dimensiones de sus atributos sexuales al mismo tiempo que decía que, a la hora de la verdad, era realmente mínimo el número de integrantes del sexo masculino cuya polla llegaba a alcanzar unas dimensiones aceptables.

A las tres mujeres, siempre preocupadas por la ropa en general y los “modelitos” en particular, las gusta vestir en un plan elegante al mismo tiempo que juvenil. En esto último la que se lleva la palma es Vero a la que la agrada ponerse faldas y vestidos muy cortos. Belén también es asidua a las faldas pero, en su caso, hasta las rodillas mientras que Covadonga, a la que la gusta más lucir el escote que las piernas, suele llevar pantalones, eso sí muy ceñidos en los que se la marcan perfectamente sus formas y especialmente, su bonito culo. En cuanto a su ropa interior las tres utilizan sujetadores de la talla noventa y cinco y mientras Covadonga y Vero usan tangas, con una especial predilección por los colores claros, Belén continúa siendo fiel a la braga y a ser posible, de color blanco.

Al iniciarse el curso escolar 2.007/2.008 se encontraron con la noticia de que, interinamente, se iba a cubrir una vacante en el último ciclo de educación primaria que se había producido por la excedencia de la profesora titular tras juntarse con dos hijos en tres años escasos de matrimonio. Pocos días después se enteraron de que el puesto lo iba a ocupar un joven profesor que acababa de terminar la carrera. Se alegraron de ello puesto que, de esta forma, se acababa con esa especie de monopolio de profesoras del sexo femenino que caracterizaba al colegio. El chico, que se llama Juan María ( Juan ), es alto, delgado, moreno y sobre todo muy atractivo, es decir lo que Belén, Covadonga y Vero estaban deseando. Su interés aumentó cuándo, al conocerle, se percataron de que en la parte delantera del pantalón se le marcaba un buen paquete lo que las hizo suponer que estaba muy bien dotado y decidieron hacer todo lo posible para obtener de aquel rabo un mayor grado de placer y de satisfacción que con la relación lesbica, basada en masturbaciones y tocamientos mutuos, que las tres mujeres llevaban a cabo en aquellos momentos.

A pesar de que Juan utilizaba un vocabulario bastante grosero y soez y le escucharon algunos comentarios bastante machistas como que las mujeres eran unas “putas pedorras” y que, aunque no todas servían para el sexo, las hembras donde mejor estaban era en la cama y con las piernas bien abiertas ó permitiendo que el hombre las dominara dándolas, una y otra vez, por el culo, Belén, Covadonga y Vero no tardaron en sentarse a su lado en las reuniones de profesores; en dialogar con él y en aprovechar que, al igual que ellas, fumara para cambiar impresiones durante los recreos al mismo tiempo que echaban humo. El chico, como suponían, estaba soltero y como no se cortaba ante nada ni ante nadie, las féminas no tardaron en enterarse de que no mantenía relaciones sexuales estables aunque, claro está, cuándo se le presentaba la ocasión de acostarse con una mujer ó con otro hombre no la desaprovechaba. El joven reconocía que su actividad sexual era bastante normal aunque, como se “sacaba la leche” dos ó tres veces al día haciéndose pajas, no le importaría que fuera mucho mayor. Le molestaba haber perdido un buen número de relaciones al negarse a usar condón puesto que, según las explicó, no se adaptaba a él ya que le oprimía demasiado y además de retrasar su eyaculación, no lograba correrse con tanto gusto e intensidad como cuándo no lo utilizaba. Aquellas confidencias hicieron que Juan no tardara en convertirse en amigo inseparable de las féminas dando lugar a que se ganaran el apelativo de “Las tres Marías y el Gloría”. El chico, dándose perfecta cuenta de que tenía muchas posibilidades de tirarse con regularidad a las tres mujeres e incluso de que podía convertirlas en unas golfas muy guarras a su servicio, decidió ganárselas a base de paciencia y de ser sumamente complaciente con ellas. Belén, Vero y de una forma más esporádica Covadonga, aprovechando que Juan no tenía nada mejor que hacer, consiguieron que las acompañara cada vez que salían a comprarse ropa con la intención de contar con su opinión. El joven, que pretendía que fueran ellas las que le propusieran mantener relaciones sexuales, tuvo que aguantar estoicamente lo que le resultaba una tortura aunque no tardó en encontrar la oportuna recompensa cuándo empezó a compartir con las mujeres los probadores en donde pudo verlas en ropa interior e incluso, en dos ocasiones, a Vero completamente desnuda. La fémina se dio perfecta cuenta de que, ambas veces, el pene de Juan se marcaba aún más gordo y tieso en su pantalón por lo que aquello se convirtió en el revulsivo para que decidieran hablarle con claridad de sus pretensiones sexuales.

Para ello, comenzaron por regalarle unos calzoncillos muy ajustados con el propósito de que se le marcara mucho más el paquete y después pensaron en aprovechar que Belén y Vero tenían la costumbre de pasar juntas las fiestas navideñas en el domicilio de una de ellas para invitar a Juan a compartir con ellas aquellas fechas y aprovechar para hablarle de sus deseos e inquietudes sexuales. Pero el chico, tras agradecerlas su invitación, las indicó que iba a desplazarse hasta el domicilio de sus padres para pasarla Nochebuenay el día de Navidad con ellos y sus hermanos y que, tras ello, había apalabrado hacer turismo rural con un grupo de amigos con la intención de, como últimamente estaba sacando muy poco partido sexual de las mujeres, vaciar sus huevos hartándose durante unos días de dar por el culo a un nutrido grupo de maricones a los que, en la intimidad, les gustaba vestirse con ropa femenina.

Las mujeres, un tanto contrariadas, decidieron solucionar su situación en cuanto se iniciara el segundo trimestre y el tercer día, al acabar las clases, se reunieron con Juan en el aula de Covadonga que, por su situación, era la más discreta y la que permitía una mayor intimidad. Belén y Vero no dudaron un instante en pedirle que las enseñara la pilila. Juan, quitándose el pantalón y el calzoncillo, se apresuró a complacerlas. Las tres féminas, muy sorprendidas al ver que sus dimensiones eran superiores a lo que pensaban, se acercaron a él con la intención de tocarle repetidamente la polla y comprobar su dureza mientras comentaban que nunca habían visto un rabo tan gordo y largo y unos huevazos tan duros y grandes. El chico, complacido por tales halagos, las dijo: “Quiero que me demostréis lo putas que sois sacándome la leche” . Mientras Vero se encargaba de moverle lentamente el pene con su mano, Juan introdujo las suyas en las prendas íntimas de Belén y Covadonga para poder acariciarlas y tocarlas reiteradamente repetidamente la raja vaginal al mismo tiempo que las besaba. Vero, tras alabar las excepcionales dimensiones que estaba adquiriendo la pilila, se la chupó con esmero durante unos momentos aunque, alegando que al ser tan gorda y larga se ahogaba, no tardó en continuar haciéndole una paja. La gran humedad vaginal de Belén y Covadonga hicieron que Juan no tardara en sentir mucho gusto y acto seguido, echara, en espesos y largos chorros, una abundantísima cantidad de leche que, además de en la cara y en la ropa de Vero, fue cayendo al suelo en todas las direcciones mientras las hembras alababan la abundancia del semen y el más que evidente gusto con el que lo expulsaba. Covadonga alcanzó el orgasmo viendo el espectáculo y satisfecha, se ofreció a chuparle la polla durante un buen rato mientras Vero ocupaba su lugar para que, lo mismo que a Belén, Juan la acariciara, tocara y apretara reiteradamente la seta hasta que logró que soltara unos chorros de pis con los que mojó el tanga y sus piernas. A Covadonga, a pesar de estar acostumbrada a las felaciones, la costó hacerse a las dimensiones del rabo de Juan que no dudó en mearse en la boca de la hembra al mismo tiempo que la decía: “Se una guarra y bébete todo mi pis que está caliente y sabroso” . La mujer, bastante sorprendida, hizo lo que el joven la decía viendo que no la resultaba tan desagradable el recibir y tragarse su copiosa y larga meada y que, aunque tenía que hacerse, aquella nueva experiencia sexual la gustaba.

Cuándo Juan logró que Covadonga dejara de chuparle el pene, la dijo a Belén que le diera, como recuerdo, su braga mientras las otras dos féminas le entregaban sus tangas ambos, pero especialmente el de Vero, muy húmedos. Después de vestirse, se sentó frente a las féminas y las indicó que, como era bastante evidente que los cuatro deseaban relacionarse sexualmente, quería advertirlas de que se consideraba dominante, grosero y hasta sádico en el terreno sexual; que, al tener las tres vello, tendrían que dejar que regularmente las depilara la almeja así como quedarse con sus felpudos pélvicos y darle sus prendas íntimas usadas, a ser posible mojadas y con señales evidentes de su caca, para agregarlas a la vitrina que había instalado en su domicilio con el propósito de exponer la ropa interior de las hembras con las que se relacionaba; que le agradaba que las mujeres se convirtieran en unas autenticas putas al hacerlo con él y que fueran adictas al sexo sucio puesto que le encantaba que el pis y la mierda estuvieran presentes en sus sesiones sexuales. Las féminas se humedecían con sólo oírle mientras el chico continuó diciéndolas que era de corrida única pero que, como se recuperaba con bastante rapidez, podía echarlas cinco ó seis polvos diarios. Las féminas le propusieron hacerlo con ellas de manera individual y Juan las habló de que, a partir del día siguiente, Belén tendría que hacerle una paja lenta a primera de la mañana; que durante el recreo penetraría vaginalmente a Vero y por la tarde Covadonga se ocuparía de chuparle con esmero y ganas la pilila hasta recibir en su boca y garganta la leche. Juan, que se sentía especialmente atraído por ella, comentó que Covadonga le parecía una golfa muy cerda especializada en dar gusto a los hombres a través de sus mamadas. Finalmente, quedaron de acuerdo en que, una vez finalizada su jornada laboral en el centro escolar y en el domicilio de las mujeres, se tiraría los lunes, miércoles y viernes a Vero y los martes y jueves a Belén.

Pero, a cambio de sus favores sexuales y de satisfacerlas, Juan las pidió que intercedieran por él ante Blanca, la directora en funciones del colegio, para poder beneficiarse de un trato de favor que le permitiera continuar en el centro escolar hasta que pudiera ocupar una plaza en propiedad. Las mujeres, en cuanto acabaron su reunión con Juan y tras permitir que el joven las diera unas palmaditas en el culo, se apresuraron a entrevistarse con la directora que, viendo el gran interés que demostraban por el chico, pensó y muy acertadamente, en que había sexo por medio y poco a poco, consiguió que Belén, Covadonga y Vero reconocieran estar dispuestas a convertirse, a partir de la mañana siguiente y de lunes a viernes, en una especie de putas al servicio exclusivo de Juan. Blanca, que estaba soltera y era una hembra sumamente excitable, se interesó por conocer las dimensiones del órgano sexual del joven antes de prometerlas que las facilitaría la llave de un despacho en el que pudieran mantener sus sesiones sexuales con discreción e intimidad y que Juan contaría con el trato de favor que pedía, si accedía a pasar con ella los fines de semana en su domicilio. Aunque a Belén, Covadonga y Vero no las hizo mucha gracia tener que prescindir de Juan los sábados y domingos, vieron que no las quedaba más remedio que aceptar, por lo que a ellas se refería, la propuesta de Blanca que, en cuanto las tres féminas abandonaron su despacho, decidió ponerse en contacto con el chico al que llamó al móvil y tras decirle que acababa de informarse de la actividad sexual que iba a desarrollar con Belén, Covadonga y Vero, a las que calificó de cerdas, le hizo su oferta. Como la directora es una mujer alta, guapa, elegante, delgada y rubia, es decir el ideal para cualquier hombre, Juan, que intentó hacerse el duro, la indicó que antes de decidirse tenía que probar el genero y Blanca le propuso que, una hora más tarde, acudiera a su domicilio para poder mantener su primera relación antes de que empezara a hacerlo con, según dijo, aquellas golfas salidas que tenía como amigas.

El chico llegó puntualmente a la cita y tras dejar que Blanca le abrazara, besara y restregara su cuerpo contra el suyo, la exigió enérgicamente que se colocara en el suelo a cuatro patas y con las piernas muy abiertas. Blanca obedeció y Juan, subiéndola la falda y separando la parte textil de su diminuto tanga de la raja vaginal, la acarició, tocó y apretó el chocho antes de proceder a comérselo al mismo tiempo que la hurgaba en el culo con dos dedos mientras la fémina, entre gemidos y jadeos, se movía de acuerdo con las indicaciones que, sin dejar de insultarla, recibía del hombre. No tardó en convulsionársela el cuerpo y sintiendo un gusto increíble con la lengua de Juan bien introducida dentro de su coño, alcanzó el orgasmo lo que hizo que el chico dijera: “Realmente estaba salida la muy guarra” . El hombre continuó con su cometido para que, un par de minutos más tarde, llegara, de nuevo, al clímax. La mujer aún estaba corriéndose cuándo dijo: “Creo que estoy a punto de mearme de gusto ”. Juan la respondió: “Espera un poco, so golfa” y quitándose rápidamente el pantalón y el calzoncillo, la metió vaginalmente la polla, totalmente tiesa y bien dura. Blanca, notando que la atravesaba por completo el útero, sintió un placer muy intenso y con suma rapidez, volvió a alcanzar otro memorable orgasmo mientras Juan, obligándola a moverse, la decía: “Meáte ahora, so puta” . La hembra, incapaz de retener por más tiempo su micción, le complació de una forma inmediata echando, con ganas y muy a gusto, su pis mientras el joven seguía follándosela, expulsando una cantidad asombrosa de líquido con el que le empapó. Aún no había terminado de mear cuándo notó lo que ella denominaba “el chispeo previo a la lluvia” y le dijo: “Lléname toda la seta con tu leche que yo también me voy a correr” y así fue ya que, tras sentir caer en su interior los dos primeros y largos chorro de semen, llegó al clímax. “No pares, échame más, mucha más” le gritó. Un poco más tarde exclamó: “Dios mío, la cantidad de leche que me estás echando; como me mojas; no pensaba que hubiera hombres que soltaran tanta cantidad y dando semejante gusto a las mujeres” . En cuanto acabó y manteniendo el rabo completamente introducido en la almeja de la fémina, continuó cepillándosela con movimientos circulares lentos. Blanca pensó que, con aquello, quería extraerla más flujo y aumentar el número de sus orgasmos pero se encontró con una soberbia meada del chico en el interior de su chocho que la hizo llegar al clímax en dos ocasiones casi consecutivas. “Jamás se habían meado dentro de mi pero es una experiencia realmente deliciosa, magnifica” le dijo. En cuanto terminó de echarla el pis, la sacó de golpe el pene y abriéndola con sus dedos el ano, procedió a metérselo por el trasero. “No, por el culo no” le gritó la mujer mientras intentaba evitar que la penetrara analmente pero el chico, con bastante experiencia en aquello, la introdujo completamente la pilila con una relativa facilidad y la hizo perder su virginidad anal. A pesar del intensísimo dolor que sentía, la agradaba que, con sus movimientos, los grandes y gordos huevos del joven la golpearan con fuerza en la raja vaginal hasta ponerla al borde de un nuevo orgasmo. De repente sintió que la punta de la polla entraba en su intestino y que Juan, a base de forzarla y sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, conseguía que liberara su esfínter. “Me voy a cagar” le dijo y Juan la contestó: “Estoy deseando verte la mierda y como sale de tu culo” . El chico la pasó dos dedos por la raja vaginal hasta que, notando que la hembra se meaba, la abrió todo lo que pudo los labios vaginales consiguiendo que echara su pis a punto de alcanzar el clímax y sin estar demasiado segura de si se iba a correr ó a cagar. Blanca estaba en pleno orgasmo cuándo Juan notó que el rabo se impregnaba en la mierda de Blanca. Decidió extraérselo y abriéndola con sus manos el culo, esperó unos segundos para que, en tromba, saliera la caca totalmente líquida de la mujer que seguía moviéndose como si el joven continuara enculándola al mismo tiempo que se retorcía de placer mientras de su coño no cesaba de salir flujo y pequeños chorros de pis. “Realmente eres una puta y muy cerda ” la dijo Juan cuándo terminó de salir la mierda mientras la mantenía bien abierta la raja vaginal y la hurgaba con dos dedos en el interior del ano en busca de que expulsara más caca cosa que no tardó en producirse mientras la fémina, que reconoció ser muy meona, volvía a echar unos buenos chorros de pis. Unos minutos más tarde y a pesar de que empezaba a estar cansada, obligó a Blanca a ponerse de rodillas delante de él para que le chupara el pene hasta que, al cabo de varios minutos, empezó a perder su erección en lo que Juan llamó “el proceso previo para, en noventa minutos, estar en disposición de echar otro polvo”. El joven, agarrándola del pelo, la insultó varias veces y tras echarla un salivazo en la cara, la dijo que estaba muy claro que lo que ella necesitaba era un semental que la dominara. Haciendo que se incorporara, la obligó a darle el tanga y después de olerlo y tocarlo, dejó que Blanca le abrazara y besara apasionadamente. La hembra, subiéndose la parte delantera de la falda, aprovechó para volver a restregarse contra la aún bastante tiesa pilila de Juan hasta que se decidió a decirle: “Quiero que me conviertas en tu puta más guarra” . El joven, empleando un tono bastante despectivo, la contestó: “Estate segura de que lo haré” . Juan, separándose con brusquedad de ella, procedió a vestirse y tras tocarla y apretarla con fuerza las tetas por encima de su ropa, salió del domicilio de Blanca que, exhausta pero muy satisfecha, se desplomó con las piernas abiertas en la amplia cama de matrimonio que tenía en su habitación. El hombre, por su parte, se sentía complacido de haberse tirado a Blanca, por la que se sentía atraído desde el momento en que la conoció al llegar al colegio y comprobar que era una autentica ninfómana, llena de deseos sexuales, a la que podía dominar y tratar como la verdadera golfa que es.

A la mañana siguiente Juan inició su relación sexual con Belén, Covadonga y Vero que, al igual que Blanca, tardaron pocas semanas en comprobar que era un hombre de costumbres fijas de manera que, mientras todo se desarrollara de acuerdo a sus intereses, las sesiones sexuales siempre se llevaban a cabo de una forma muy similar. Las agradaba que nunca se sintiera cansado y que no tuviera más límite sexual que la necesidad de disponer de hora y medía de descanso entre polvo y polvo a pesar de que lamentaban que, aunque lo habían intentado muchas veces, resultara imposible conseguir que, sin ese periodo de reposo, se corriera por segunda vez. Por su parte, el hombre se mostraba especialmente complacido por estar sacando todo el partido posible a su polla, que se mantenía completamente tiesa la mayor parte del día, echando su leche de cuatro a cinco veces diarias y prácticamente, cada vez que sentía ganas de mear, alguna de las féminas era la receptora de su pis.

De acuerdo con lo que habían pactado, los días lectivos, a las nueve menos cuarto de la mañana, es decir tres cuartos de hora antes del inicio de su actividad docente, Belén se encierra con Juan en el despacho, de dimensiones un tanto reducidas, que les facilitó Blanca. En cuanto se desnudan, la realiza múltiples tocamientos antes de que, sabiendo que la gusta, la meta dos dedos en la seta para masturbarla con energía mientras la anima a correrse y a expulsar mucho flujo. Después de comprobar que, a pesar de su edad, la hembra se excita fácilmente y “rompe” con bastante rapidez, Juan continúa con su cometido al mismo tiempo que la insulta, la hurga con un par de dedos en el culo y la mama las tetas hasta que, después de alcanzar su tercer orgasmo, Belén no puede contener por más tiempo la salida de su pis y se mea abundantemente delante del joven al que, sacándola los dedos, le agrada beberse un buen trago del líquido y decirla: “Me gusta que estés siempre mojada” . Acto seguido Juan, poniéndose a cuatro patas en el suelo, la obliga a pasar sus manos a través de sus abiertas piernas para que con la derecha le mueva muy despacio el rabo mientras con la izquierda le acaricia los huevos y restriega la almeja contra su ano para mojárselo con su humedad. A pesar de la lentitud con la que se lo hace, Juan necesita pocos minutos para soltar una buena ración de leche que suele depositarse integra en el suelo. En cuanto acaba de correrse, Belén le lame el ano mientras sigue moviéndole el pene para que, cuándo comienza a perder la erección, sea él quien se ocupe del orificio anal de la fémina al mismo tiempo que la acaricia la raja vaginal. Como el tiempo no da para más, la sesión finaliza cuándo el chico recoge su leche con la parte de la braga de Belén que más va a estar en contacto con su chocho y tras ponerla la prenda íntima, se visten y salen del despacho para dirigirse a sus aulas respectivas.

Durante el recreo son Vero y Juan los que se encierran en el despacho. Después de quitarse la ropa, el joven la toca repetidamente antes de comerla el coño hasta que la chica alcanza el orgasmo un par de veces y se corre en su boca. Después la hace ponerse a cuatro patas, que según comenta es la posición más excitante para follarse a una golfa y tras colocarse de rodillas detrás de ella, la penetra vaginalmente y sin dejar de insultarla, la hace moverse al ritmo que él impone diciéndola que aquello es cosa de dos. Vero suele mearse durante el proceso, con lo que aumenta el placer de ambos y los constantes cambios de ritmo en los movimientos del folleteo de Juan, que tan pronto son lentos como rápidos, no impiden que unos cinco minutos sean suficientes para que la hembra reciba dentro de su seta una espléndida y larga cantidad de leche que, generalmente, no tarda en completarse con una abundante meada. Entre la penetración, la leche y el pis, Vero alcanza tres ó cuatro orgasmos casi consecutivos para volver a mearse de gusto mientras Juan, oprimiéndola la vejiga urinaria, se la sigue tirando. En el momento en que Vero acaba de echar su pis, el chico suele extraerla la pilila de la almeja y tras abrirla con sus manos el culo, procede a metérsela analmente. La fémina, a pesar de que había adquirido con su marido bastante experiencia en este tipo de actividad sexual, intentó, sin éxito, los primeros días oponerse a que la diera por el culo temiendo que, a cuenta de las excepcionales dimensiones de la polla, la desgarrara el ano mientras el chico, insultándola sin parar, la comentaba que enculándola reiteradamente era como mejor se lograba dominar a cualquier mujer. A pesar de que el grosor y el tamaño del rabo de Juan la producían mucho dolor, en cuanto la punta se introducía en su intestino comenzaba a sentir placer haciendo que fuera bastante normal que, además de mearse, llegara al clímax mientras el joven la obligaba a moverse al mismo tiempo que apretaba con fuerza las paredes réctales contra su miembro viril e intentaba retener todo lo posible la salida de su caca. Vero, al igual que Blanca, está fuera de si a cuenta de los golpes que, con los movimientos de penetración anal, la dan los huevos del chico en el chocho cuándo suele escuchar que la dice: “Cagona, más que cagona, ¿no te das cuenta de que se te sale la mierda?” ó cosas similares. Vero no se da cuenta de que libera por completo su esfínter y Juan, sacándola de golpe el pene, la obliga a chupárselo para que se lo limpie de la mierda que se ha depositado en la pilila mientras Vero defeca, de una manera abundante y líquida, en medio de un intenso gusto. Al acabar y antes de vestirse para abandonar el despacho, Juan suele limpiarla el ano y el coño con su lengua y el tanga que la fémina había llevado puesto que, acto seguido, introduce en una bolsa de plástico transparente y se guarda en uno de los bolsos de su pantalón.

Después de comer y antes de reanudar su actividad docente, Juan vuelve a encerrarse en el despacho y esta vez con Covadonga. Cuándo la conoció le pareció que la hembra, además de una buena puta, era tan lanzada y viciosa como Belén ó Vero pero resultó mucho más reprimida que ellas. El primer día el chico la tuvo que desnudar mientras Covadonga le comentaba que no deseaba que la penetrara ni que la depilara el felpudo pélvico ya que a su marido le gustaba que lo tuviera peludo para limpiarse la polla después de sus corridas por lo que pretendía que su relación sexual se limitara a comerla la seta a cambio de chuparle el rabo hasta echarla la leche en la boca, en las tetas ó en el exterior de su almeja ó culo. Pero con el paso de los días y ante la insistencia de Juan, que deseaba disponer libremente de su apetecible cuerpo, accedió a que los martes se la follara vaginalmente y que los jueves la diera por el culo, aunque le advirtió de que nunca la habían penetrado analmente, mientras los demás días su actividad sexual se inicia con Juan ocupándose durante un buen rato de su chocho y de hurgarla con sus dedos en el culo con lo que, más de un día, la provoca la cagada. Después el chico se coloca de pie delante de la fémina y tras abrir bien sus piernas, deja que Covadonga, de rodillas ó en cuclillas, se ocupe de chuparle el pene. A pesar de que la mujer tenía mucha experiencia, la costó varios días adaptarse a las dimensiones del órgano sexual de Juan que, según le dijo, era mucho más gordo y largo que el de su marido. Le efectúa unas mamadas esmeradas y lentas con las que el chico acaba corriéndose sumamente complacido mientras Covadonga se calienta hasta el punto de, sin necesidad de tocarse, llega al orgasmo. Juan la comentó que, siempre que se lo hagan bien y a su gusto, le agrada que le chupen la pilila ya que, además de sentir mucho placer, era la manera en que más tardaba en echar la leche aunque tampoco en esta ocasión necesita emplear mucho tiempo para, tras sentir un gusto enorme, soltar su semen. Le gusta echarla los primeros chorros en la boca pero, ante la abundancia de sus corridas, suele optar por repartir el resto entre la cara, las tetas, los pelos púbicos, la raja vaginal e incluso, el culo de la hembra para, acto seguido, hacer que se tumbe boca arriba en el suelo con intención de penetrarla vaginalmente y echarla en el interior del coño una copiosa meada con la que Covadonga alcanza, una vez más, el clímax. La fémina le aprieta contra ella con fuerza, agarrándole de la masa glútea, haciendo que se la cepille hasta que alcanza un nuevo orgasmo y ella también se mea, tras lo cual recuperaban su posición anterior para que Covadonga le chupe la polla durante unos minutos más. Con el paso del tiempo y con la ayuda de un embudo, Juan comenzó a depositar su pis en el interior del culo de la fémina provocándola unas cagadas espectaculares al igual que se ha convertido en habitual que, introduciéndola vaginalmente tres dedos, localice su vejiga urinaria para apretársela poco a poco de forma que la mujer la vacíe por completo echando unos chorros impresionantes de pis al más puro estilo fuente. Mientras se visten, Juan la suele recordar su retracción inicial y la comenta que se ha ido convirtiendo en la puta que había visto en ella desde el primer momento.

Los lunes, miércoles y viernes Juan acude, sobre las nueve y medía de la tarde, al domicilio de Vero con intención de mantener con ella la última sesión sexual del día y echar su cuarto ó quinto polvo. Les gusta cenar juntos antes de dirigirse a la habitación de la fémina donde se desnudan y procedían a mantener una nueva relación en la que Juan, obligando a la hembra a colocarse a cuatro patas, la penetra por el culo hasta que, al sentir que su corrida es eminente, la extrae el rabo del trasero y se lo introduce en la seta de manera que, con el pene totalmente introducido y atravesándola por completo el útero, la echa una de sus abundantes y largas raciones de leche en medio de un descomunal orgasmo de la mujer. Le gusta continuar follándosela sin cambiar de posición en espera de completar la corrida con una buena meada que la mayoría de los días no tarda en producirse. Después, Vero le suele cabalgar vaginalmente hasta que la hembra, bajo los efectos de la penetración anal a la que ha sido sometida, es incapaz de retener por más tiempo la salida de su mierda. Aunque muchos días se caga encima de él mientras le cabalga, suele incorporarse, sacarse la pilila de la almeja, levantarse y dirigirse, con prisas, al water para vaciar allí su intestino. Pero, como los efectos de la diarrea tardan un buen rato en disminuir, cuándo vuelve a la habitación Juan ha perdido parte de su erección y Vero, que cada día llega al clímax con más intensidad y mayor rapidez, se encuentra más pendiente por la incontinencia urinaria y el proceso diarreico que sufre que por seguir con su actividad sexual. Es habitual que, en cuanto los problemas de la hembra se reducen, la realice un fisting vaginal y que pasen juntos la noche lo que Juan aprovecha para ponerla la polla en la raja del culo y apretarla con fuerza las tetas y el chocho para, aprovechándose de la fácil salida de su meada, hacerla echar algunos chorros de pis hasta de que se duerman.

Los martes y jueves lleva a cabo su última sesión sexual con Belén, en el domicilio de esta, a partir de las ocho de la tarde. Al igual que con Vero, a Juan no le gusta perder el tiempo por lo que, tras conseguir que doble sus piernas sobre ella misma, la penetra vaginalmente y se la folla con ganas hasta que se corre mientras la fémina disfruta de un orgasmo tras otro. Belén, que suele mearse de gusto mientras se la tira, le hace continuar hasta que la llena el coño con su pis. Un poco más tarde, Juan se la saca y haciendo que se acueste boca abajo procede, a pesar de la oposición de la hembra, a darla por el culo poniéndola la punta del rabo en el orificio anal para metérselo por completo a medida que se va echando encima de ella. Belén, a pesar de que la ha costado mucho acostumbrarse al sexo anal y superar el intensísimo dolor que sentía cada vez que la penetraba, suele aguantar bien que Juan la encule intercambiando movimientos lentos con otros más rápidos sin darse demasiada cuenta de que, desde el momento en que la punta del pene se mete en su intestino, pierde por completo el control de su cuerpo y se la sale la caca. Juan sí que suele percatarse de sus cagadas pero, como quiere disfrutar del trasero de Belén lo más posible al mismo tiempo que metiendo sus manos entre el cuerpo de la mujer y la sabana de la cama la aprieta con fuerza las tetas, sigue con su cometido hasta que resulta evidente que, con el esfínter totalmente liberado, la mujer ha superado su último periodo de estreñimiento para, en su lugar, verse afectada por un proceso diarreico. Después de sacarla la pilila y sin dejar de llamarla cerda, cagona, golfa y guarra, contempla la incesante salida de la caca, líquida y maloliente, de la mujer a la que, acto seguido, hace darse la vuelta para que, colocándose en cuclillas sobre ella y meterse uno de sus pezones en el ano, le chupe la polla para limpiársela mientras la fémina continúa cagándose en la cama. Lo mismo que a Blanca y Vero, una vez al mes y con unas tijeras, la corta el felpudo pélvico para guardar los pelos en una caja pequeña de plástico. La mayoría de los días y tras tirarse a Belén echada sobre él hasta que pierde la erección, la deja sentada en el “trono” expulsando mierda pero, cuándo la diarrea es menos intensa, le gusta que la mujer le hurgue en el culo con un consolador de rosca, un vibrador ó incluso que le penetre con una braga-pene hasta que logra provocarle la cagada. Cuándo la sesión sexual se da por concluida, Juan se viste y sale de la vivienda tras darla un beso en la boca y apretarla las tetas y la seta hasta conseguir que Belén, a la que el proceso diarreico suele durarla varias horas, eche unos cortos pero intensos chorros de pis.

La relación de Juan con Blanca se inicia la mañana del sábado y se prolonga hasta la madrugada del lunes. Aunque la mujer guarda las apariencias de lunes a viernes, en cuanto llega el fin de semana se viste como la autentica golfa que es poniéndose unos vestidos, generalmente con aberturas laterales en la falda, muy ceñidos, cortos y escotados y unas prendas íntimas diminutas y con tan poca tela que dejan al descubierto mucho más de lo que tapan. Juan, que se siente especialmente motivado al hacerlo con ella ya que considera que es la más guarra y puta de todas, comenzó por echarla un polvo con una frecuencia media de cuatro horas.

A la hembra, cuándo está con Juan, no la gusta salir de casa a menos de que, cuándo el tiempo lo permite, sea para subir completamente desnudos a la terraza del edificio en el que reside donde al chico le gusta darla por el culo en plan sádico para, sumamente excitado, acabar corriéndose dentro de su almeja ó para hacerlo en el ascensor; en el water de señoras de alguna cafetería, cine ú hospital; en las cabinas de los sex shop ó en otros sitios en los que sienten un morbo muy especial. A mediados del mes de Marzo y entre polvo y polvo, comenzaron a salir de madrugada a un parque existente cerca del domicilio de Blanca donde no les era difícil “ayudar” a alguna pareja joven en las cabalgadas vaginales de la hembra y sobre todo, en las felaciones puesto que mientras Blanca se ocupaba de que la chica le chupara a conciencia el rabo al joven incrementando su placer pasándole la lengua por la abertura y metiéndose el pene entero en la boca, Juan se encargaba de que la hembra se colocara a cuatro patas para ponerse detrás de ella y después de dejarla al descubierto el chocho y el culo, masturbarla, comerla el coño y hurgarla con sus dedos en el culo haciendo que las féminas, además de correrse, se mearan copiosamente y algunas se cagaran. Además, siempre encontraban a alguna joven dispuesta a chuparle la pilila a Juan mientras su pareja se la follaba y aquello, evidentemente, le excitaba mucho hasta el extremo de que, al volver a acostarse con Blanca, “descargaba” con rapidez y mantenía su erección durante más tiempo. Pero de aquellas experiencias de la que mejor recuerdo guardan es de una que tuvo como protagonistas a un hombre de algo más de cincuenta años y a una joven mulata. Acababa de anochecer y Blanca y Juan volvían al domicilio de la fémina después de haber realizado unas compras alimenticias. Al pasar por el parque les llamó la atención ver al hombre que intentaba, una y otra vez, besar y meter mano a la chica con la que estaba compartiendo el banco que iba vestida con una camiseta de tirantes en la que, denotando que no llevaba sujetador, se la marcaban a la perfección los pezones y sus grandes y gordas tetas; una falda sumamente corta y fina y unas botas altas por encima de sus rodillas de color blanco. Les pareció que, con ellos, podían tener un buen espectáculo y tras dejar las compras en casa de Blanca y prepararse unos combinados, subieron a la terraza del edificio, provistos de prismáticos, para ver como se desarrollaban los acontecimientos. El hombre, que estaba de lo más salido, al ver que no lograba poder tocar ninguno de los encantos físicos de la fémina, decidió bajarse la cremallera del pantalón y cogerla su mano derecha para que le tocara la polla por encima del calzoncillo mientras la joven hacia todo lo posible por evitar tener que efectuarle los tocamientos. La situación se modificó radicalmente cuándo el hombre la entregó treinta Euros. La chica miró hacia un lado y hacia otro y cuándo estuvo segura de que nadie les veía, se quitó el tanga, que depositó en el banco y levantándose la parte trasera de su corta falda, se acomodó sobre el calzoncillo del hombre de forma que el rabo se mantuviera en contacto con la raja de su culo. Después de moverse en círculos durante un par de minutos mientras el hombre la apretaba las tetas por encima de la camiseta, volvió a ocupar su asiento en el banco a la izquierda de su pareja al que permitió que la besara, se quedara con el tanga y la acariciara la parte superior de las piernas. La escena, tras ocuparse la joven de sacarle al exterior el pene completamente tieso, se volvió a repetir otras dos veces antes de que la chica se colocara en cuclillas en el banco, se introdujera vaginalmente la pilila y empezara a cabalgarle con intensidad mientras el hombre, tras subirla la camiseta para que las tetas quedaran al aire, la apretaba con fuerza contra él agarrándola con sus manos de la masa glútea. Pero el varón tenía tantas ganas de echar su leche que aquello duró poco más de un minuto puesto que, cuándo la joven le estaba realizando la cabalgada en círculos, notó que su pareja se iba a correr. Sacándose rápidamente la polla de la seta, se incorporó un poco en el momento en que el hombre disfrutaba del gusto previo a la corrida y le vio echar unos buenos chorros de semen, que se fueron depositando en la parte superior de sus piernas y en la fina falda, mientras le animaba a que expulsara más. En cuanto acabó la joven, tras moverle el rabo con su mano durante unos instantes, volvió a metérsela dentro de su almeja y continuó cabalgándole. Fue entonces cuándo Blanca, acompañada por Juan, decidió salir, de nuevo, a la calle para dirigirse al parque. Cuándo llegaron la cría, aunque ya no le cabalgaba, continuaba en cuclillas y con el pene del hombre dentro de su chocho mientras su pareja la apretaba y mamaba sus excepcionales tetas. Blanca se acercó a ellos y les dijo que podía ofrecerles gratuitamente un lugar discreto e íntimo en el que echar otro polvo a cambio de permitir que Juan y ella estuvieran presentes. A la joven, que era de origen dominicano y se llamaba Dafne, no la hizo demasiada gracia que Blanca les abordara cuándo aún estaban en una posición un tanto comprometida y por ello, no se mostró entusiasmada con la idea pero el hombre, deseoso de que la hembra le volviera a “ordeñar” la pilila, aceptó que los cuatro se reunieran en el trastero que Blanca tenía en el sótano del edificio en el que residía. Dafne se limpió las piernas con un pañuelo que el hombre, llamado Fulgencio, la dejó y le indicó que, a cambio de dos nuevos polvos, tendría que compensarla con cincuenta Euros. El hombre aceptó y aprovechó el breve desplazamiento para subir a la joven la parte trasera de la falda y a la vista de la gente con la que se cruzaron, tocarla reiteradamente el culo comentando con Juan lo apetitoso y duro que lo tenía. En cuanto llegaron al trastero, Dafne se apresuró a acariciar a Fulgencio la polla por encima de su pantalón y exclamó: “Se está volviendo a poner gorda y promete más leche” . La joven, sin pensárselo, hizo que el pantalón y el calzoncillo del hombre se deslizaran hasta sus tobillos. Fulgencio, al verla con la mirada fija en su rabo, la preguntó: “¿A que tengo un pene muy apetitoso?” . La joven, sin dejar de mirárselo, le contestó afirmativamente con la cabeza y comenzó a tocárselo. Fulgencio no tardó en pedirla que le sacara por segunda vez la leche y Dafne procedió a moverle lentamente la pilila con su mano sin dejar de acariciarle los huevos. Blanca comentó con Juan que el hombre disponía de un magnifico “instrumento” mientras observaban que la polla adquiría un grosor y un tamaño más que aceptables. El hombre, después de pasársela varias veces por la raja del culo, la dijo: “Chúpamela que está muy buena” . La joven le pasó varias veces la lengua por la punta y le dijo que olía demasiado a pis pero Fulgencio, un poco enfadado, la indicó que se olvidara de su pudor y remilgos y se la metiera de una vez en la boca. Juan hizo que Dafne se doblara y Blanca se ocupó de que, sin más miramientos, aquel fenomenal rabo quedara alojado en el interior de la boca de la chica y que esta se la chupara con esmero y ganas mientras Juan quitaba a Dafne su corta y empapada falda para dejarla el coño y el culo al aire. Fulgencio aprovechó aquel instante para subirla la camiseta de manera que sus tetas también quedaran al descubierto y le dijo: “Sácala el flujo que a la muy golfa la gusta” . Juan la introdujo tres dedos en la seta y la masturbó enérgicamente mientras que metiéndola otros dos en el culo la hurgó a conciencia en todas direcciones. Dafne alcanzó el orgasmo, se meó y estaba a punto de cagarse cuándo Fulgencio la dijo: “Sigue así que me falta muy poco para correrme” . Juan comentó que la fémina acababa de llegar al clímax y se encontraba muy húmeda. Unos segundos más tarde y al mismo tiempo que Dafne, bajo la atenta mirada de Juan, expulsaba una pequeña cantidad de mierda en forma de bolas, el hombre la echó, inmerso en un gran placer, la leche primero en la boca y después en la cara, el cuello y las tetas, tras lo cual dijo: “Que a gusto me he corrido” . La chica sufrió algunas nauseas al tragarse el semen pero Fulgencio no la dio la menor opción a devolverlo puesto que, agarrándola con fuerza del pelo, la obligó a seguir con la felación diciéndola: “Continúa chupando como la autentica puta que eres y demuestra que no se desgasta” . Blanca, colocándose detrás de la chica, empezó a abrirla y cerrarla el ano haciendo que se tirara algunos pedos y a darla azotes en la masa glútea hasta que Juan, que había vuelto a hurgarla con sus dedos, se los sacó tanto de la almeja como del culo para quitarse el pantalón y el calzoncillo. Haciendo que Blanca la abriera con sus manos todo lo que pudo el culo, procedió a penetrar analmente a Dafne. La hembra hizo algunos intentos para oponerse y protestar pero Fulgencio, una vez más, la obligó a mantener su pene dentro de la boca y no la quedó más remedio que colaborar. Blanca la ayudó a moverse convenientemente al mismo tiempo que Juan, echado sobre la espalda de la joven, la apretaba con fuerza las tetas y tiraba de ellas como si la ordeñara. Dafne, aunque no se sentía demasiado a gusto, optó por apretar las paredes réctales contra la pilila de Juan logrando que este tardara muy poco en echarla dentro del trasero una de sus monumentales raciones de leche. La chica, al notarla caer en su interior, se volvió a mear y liberó su esfínter para empezar a cagarse de inmediato. Juan, bastante complacido, la obligó a retener la salida de su mierda con la intención de poder encularla durante unos minutos más y cuándo la sacó la polla, la joven expulsó en tromba la caca, completamente líquida. Blanca, Fulgencio y Juan estaban maravillados por la cantidad de mierda que la chica echaba y esta les explicó que debía de tener mucha retenida ya que llevaba casi una semana sin defecar. Mientras Blanca le chupaba el rabo a Juan para limpiárselo de la mierda de Dafne, él volvió a hurgarla en el culo con sus dedos hasta lograr que echara una mínima cantidad de caca antes de que Fulgencio, despojándose por completo del pantalón y del calzoncillo, la dijera que se tumbara en el suelo ya que quería echarla un polvazo dentro del chocho, que era lo que aún quedaba por mojarla. La joven, que todavía expulsaba algo de mierda, al ver que se negaba a usar condón, le hizo prometer que no se iba a correr dentro de ella y ayudada por Juan, se colocó boca arriba en el suelo con las piernas muy abiertas para que el hombre, echándose encima de ella, la metiera rápidamente y hasta el fondo su descomunal pene diciéndola: “Creo que voy a mojarte muy bien y a plena satisfacción de ambos” . Dafne no respondió y Fulgencio, que se la cepilló con movimientos muy rápidos, necesitó poco más de un minuto para correrse. La joven, al notar caer en su interior el primer chorro de leche, intentó sin ningún éxito que no la echara el resto y mientras le golpeaba y le gritaba: “Pedazo de cabrón, sácamela antes de que me preñes” , el hombre exclamó: “Que gustazo” . “Como me ha puesto la muy zorra” y “Me estoy corriendo como en mis mejores tiempos” . La chica, a pesar de la tensión, alcanzó el orgasmo mientras Fulgencio continuaba follándosela con su pilila metida en el coño de la joven, que ya se había cansado de recriminarle que se hubiera corrido en su interior. Al final, la fémina, completamente entregada, le agarró de la masa glútea, le apretó con fuerza contra ella y le dijo: “Aunque seas un cabronazo y puesto que el mal está hecho, jódeme más, mucho más” . Cinco minutos después el hombre, al sacarla la polla para cambiar de posición con intención de tirársela colocada a cuatro patas, se meó en el exterior de la seta de la cría mojándola los pelos púbicos y la parte superior de las piernas. Fulgencio, tras la salida de su pis, perdió la erección por lo que se incorporó para permitir que Juan se encargara de eliminar a la joven, cortándoselo con una tijera, el felpudo pélvico completamente empapado en el pis del hombre antes de que Dafne, que estaba bajo los efectos de una incontinencia urinaria que la hacía perder algunos chorros de pis y de una leve diarrea, procediera a cabalgar vaginalmente a Juan mientras Blanca movía a Fulgencio la polla con su mano intentando que se le volviera a poner tiesa. El hombre, tras reconocer la excepcional belleza de Blanca y lo bien que le estaba realizando la paja, no se perdió detalle de la cabalgada ni de todo aquello que salía del cuerpo de Dafne hasta que viendo que, a pesar de los múltiples alicientes con los que había contado, el rabo continuaba sin llegar a adquirir unas dimensiones apropiadas para poder seguir tirándose a Dafne, decidió que primero Blanca, después Juan y más tarde él se ocuparan de las tetas de la joven apretándoselas, chupándoselas y tirando de ellas como si la ordeñaran hasta que los pezones se la pusieron en orbita, a punto de explotar y la cría se empapó en su flujo vaginal. A continuación y mientras Blanca le chupaba el pene a Juan, Fulgencio la pasó a Dafne varias veces su pilila, totalmente fofa, por la raja del culo hasta que logró que la joven se la impregnara en mierda. Después de limpiarse y de realizarla varios tocamientos vaginales consiguiendo que le echara dos cortos chorros de pis en la palma de la mano, decidió vestirse mientras Blanca, con una cámara digital que llevaba en el bolso, realizaba unas cuantas fotografías a la cría completamente desnuda. Blanca obligó a Dafne, un tanto avergonzada por sus continuas pérdidas de caca y pis, a chuparle la polla a Juan hasta que le dejó completamente empalmado. Después la joven se vistió, Fulgencio la dio un billete de cincuenta Euros e intercambió con Dafne sus números de teléfono móvil quedando la joven en llamarle diez días más tarde para que, si lo deseaba, la echara en otro lugar un par de polvos a cambio de otros cincuenta Euros. El hombre, tras explicarles que era viudo y que siempre había deseado tirarse a una mulata tan guapa y sugerente como Dafne, les agradeció que le hubieran brindado aquella excepcional oportunidad antes de salir del trastero introduciendo su mano por debajo de la falda de la chica para volver a tocarla el culo. En cuanto se fueron, Juan obligó a Blanca a acomodarse en la pared para poder penetrarla vaginalmente y follársela de pie. Su corrida fue sumamente rápida y tras mearse dentro de su almeja, decidieron subir a la terraza del edificio para que, aprovechando la tremenda erección de su rabo y aunque no llegó a correrse, la diera por el culo en plan salvaje durante algo más de media hora mientras el chocho de la fémina devolvía una parte de la leche y del pis que Juan la había echado pocos minutos antes impregnándola las piernas.

Blanca le animaba a cepillársela en plan realmente sádico puesto que el dolor y la violencia la excitaban muchísimo; a darla por el culo sin importarle que se cagara y a echarla toda la leche que deseara ya que, según le explicó, aunque nunca había tomado anticonceptivos era sumamente difícil que la pudiera dejar preñada ya que su ovulación era mínima lo que, por otro lado, suponía una gran ventaja ya que sus reglas eran de corta duración y muy poco molestas. A Blanca, al igual que sucedía con Belén y Vero, no la importaba que la penetrara vaginalmente durante sus ciclos menstruales y la gustaba que, atándola de pies y manos, la provocara múltiples orgasmos usando un consolador de rosca ó pasándola reiteradamente un plumero por la raja vaginal; que, metiéndola en el coño varios de sus dedos, la presionara la vejiga urinaria hasta hacerla expulsar, al más puro estilo fuente, todo el pis; que la vaciara completamente haciéndola dilatar la seta antes de realizarla un fisting a doble mano, que en principio fue vaginal para más tarde practicar también el anal, con el que acababa extenuada; que la pusiera enemas anales hasta lograr provocarla unas descomunales cagadas ó que la filtrara inyectándola en el clítoris para, durante unos diez minutos, sin dejar de retorcerse e inmersa en un intenso placer, expulsar grandes cantidades de flujo vaginal e interminables meadas aunque esta actividad no podían llevarla a cabo con frecuencia puesto que Blanca era muy propensa a sufrir cistitis y siempre que la filtraba tenía que ser los domingos por la tarde ya que, a medida que se reducían sus efectos, a Juan le gustaba follársela por la almeja y después de echarla la leche, la mujer acababa sin fuerzas y bajo los efectos de un variado surtido de escozores y molestias vaginales. A Blanca, por su parte, la agradaba hacerle pajas mientras veían películas de alto contenido sexual sin dejar de moverle el pene durante todo el visionado; atarle para hurgarle en el ano con todo tipo de juguetes e incluso darle por el culo con una braga-pene hasta lograr aliviarle su estreñimiento crónico provocándole unas espectaculares cagadas y el chuparle y moverle con su mano la pilila para cortarle una vez tras otra la corrida presionándole la base de la polla con sus dedos en forma de tijera para conseguir que, cuándo ella quisiera, Juan “descargara” en el interior de su chocho y sintiendo un gusto excepcional, una monumental ración de leche y una copiosa meada con lo que alcanzaba el clímax dos ó tres veces seguidas.

En el mes de Mayo llegó el periodo de las Primeras Comuniones. No era demasiado habitual que los progenitores invitaran a los profesores de sus hijos a tales actos pero Ana Marta ( Marta ), la madre de Laura una de las alumnas de Juan, que pretendía relacionarse sexualmente con él y había permitido que un par de veces la efectuara todo tipo de tocamientos en un water del colegio, decidió invitarle. Belén, Blanca, Covadonga y Vero le aconsejaron que no acudiera a la celebración para no demostrar favoritismos por ningún alumno pero Juan decidió comprar una consola NINTENDO a Laura y asistir sin saber que semejante decisión iba a afectar a su vida y a la de sus cuatro íntimas amigas. Durante la ceremonia religiosa su mirada estuvo centrada en una joven acomodada tres bancos por delante del suyo. Era una chica alta, de complexión normal, rubia, maciza y muy apetecible que llevaba un vestido blanco, corto y escotado, con adornos dorados y lentejuelas, de lo más provocativo puesto que dejaba el costado izquierdo y toda la espalda al descubierto. A su lado se encontraba otra joven de estatura normal, morena y asimismo atractiva que lucía un “modelito”, ajustado y minifaldero, algo más recatado. La chica rubia no dejó de hablar con la morena mientras duró la ceremonia y Juan no pudo hacer nada para evitar que, ante semejante puta, su rabo reaccionara poniéndose y manteniéndose completamente tieso. Cuándo salió de la iglesia se sintió aliviado y no volvió a acordarse de ella hasta que la vio junto a un nutrido grupo de jóvenes. La joven, muy sonriente, le miraba fijamente y aquello hizo que sintiera interés por informarse sobre ella. No tardó en conocer que se llamaba Alicia y que era la hermana mayor de Laura, la alumna que acababa de celebrar su Primera Comunión. Según le indicaron, era hija de la misma madre pero de distinto padre ya que, tras separarse de su primer marido con el que tuvo dos hijos, Marta había vuelto a casarse con Moisés, su actual pareja, al enterarse de que estaba preñada de Laura. A Alicia, que no congeniaba demasiado bien con su padrastro, su madre la había dado mucha libertad y se había convertido, al igual que su progenitora, en una puta deseosa de disfrutar de un buen pene. En cuanto a la chica morena, supo que se llamaba Rebeca y que era la mejor amiga, además de confidente y compañera de estudios, de Alicia. El deseo sexual de Juan por la joven aumentó con aquellos comentarios aunque, viendo que siempre se encontraba al lado de Rebeca y que eran prácticamente inseparables, pensó que ambas tenían una clara tendencia sexual lesbica.

Al llegar al restaurante donde se iba a celebrar la comida se encontró con un gran revuelo de gente puesto que se juntaron varias Primeras Comuniones. No tardó en localizar a Alicia y Rebeca que estaban tomando un aperitivo en un lateral de la barra de la cafetería mientras mantenían una animada conversación. Juan se acercó a ellas hasta que logró colocarse detrás de Alicia que, en aquellos momentos, hablaba de una compañera del instituto que, al parecer, era lesbiana y estaba deseando ocuparse con asiduidad de su coño. La conversación continuó desarrollándose sobre temas sexuales hasta que Rebeca se encaminó al water para mear. Ante la sorpresa de Juan, Alicia se dio la vuelta y sonriéndole le preguntó que si se estaba poniendo cachondo con su conversación y al no recibir contestación, dijo: “Perdona pero no me daba cuenta de que te gustan mucho más las maduritas que las jóvenes” para, acto seguido, mostrarse interesada en conocer si le gustaba la seta de su madre y proponerle que, ya que se la follaba, la preñara para que tuviera un nuevo vástago. Juan intentó explicarla que su relación con Marta no había pasado de abrazos, besos y determinados tocamientos pero Alicia no le escuchó y abriendo ligeramente sus piernas, saludó a unos y otros y en cuanto Rebeca regresó, volvió a darse la vuelta para continuar con su charla sexual centrándose esta vez en otra compañera que se había llevado una gran desilusión al comprobar que el grosor y tamaño de la pilila del chico con el que estaba saliendo dejaba mucho que desear y que, tras haber roto con él, se prodigaba en efectuar mamadas y pajas. Alicia comentó que era preciso catar debidamente el “instrumento” antes de decidirse a salir ó a acostarse con un hombre. La chica había conseguido poner a Juan completamente salido, por lo que dispuesto a todo y sin pensárselo demasiado, aprovechó las risas de la joven tras unos comentarios bastante jocosos de su amiga para meter su mano por debajo de la cortísima falda del vestido de Alicia y aprovechándose de que usaba tanga, la tocó la masa glútea. Se esperaba cualquier reacción de la fémina menos que, sin hacer nada por impedir que siguiera tocándola, continuara hablando con Rebeca reflejando la más absoluta normalidad. Juan, ante ello, decidió separar la parte textil del tanga de la raja del culo para pasarla dos dedos en sentido ascendente y descendente deteniéndose unos instantes en el orificio anal mientras notaba que la joven, que había abierto más sus piernas, empezaba a jadear. Sin dudarlo, apartó el tanga de la raja vaginal, la metió los dedos en la almeja y la masturbó lentamente. La cría, que estaba muy húmeda e hizo verdaderos esfuerzos para que Rebeca no se diera cuenta, alcanzó el orgasmo en un tiempo récord. Juan, complacido, la extrajo los dedos del chocho y bien mojados en su flujo, se los metió enteros en el culo. Era evidente que a Alicia la gustaba que, después de llegar al clímax, la hurgara en el trasero pero la joven, aparte de que sentía muchas ganas de mear tras el orgasmo, empezó a notar que se iba a cagar si Juan seguía escarbándola en el culo por lo que, usando un tono de voz un poco más alto, la dijo a Rebeca: “Estoy mojadísima y a punto de mearme y cagarme” . Aquello sirvió para que Juan, dándose por aludido, la sacara los dedos del ano. Alicia, dándose la vuelta, le pidió que la acompañara. Dejando sola a Rebeca, se encerraron en el water de señoras del restaurante en donde, fuertemente abrazados, se besaron y Alicia restregó su cuerpo, tanto por delante como por detrás, contra el de Juan antes de que, doblándose, le pidiera que, mientras echaba su pis, la lamiera el ano y la volviera a hurgar en el culo con los dedos. El chico la complació de inmediato y no tardó en observar y con todo detalle, que Alicia tenía la raja vaginal sumamente abierta. La chica, meándose copiosamente, colaboró hasta el momento en que le dijo que la sacara los dedos y abandonara el water ya que había tenido ocasión de disfrutar viéndola echar su pis y tras haber logrado que su mierda estuviera a punto de salir, deseaba tener la debida intimidad para poder cagar.

Antes de iniciarse la comida Alicia se sentó al lado de Juan mientras Rebeca, que empezaba a sospechar que algo estaba sucediendo entre ellos, se situó enfrente y no les quitaba la vista de encima. Mientras comían, Alicia, que era una joven sumamente lanzada y al igual que Juan no solía cortarse ante nada, aprovechó la más mínima ocasión para tocarle la polla por encima del pantalón diciéndole al oído: “Menuda pedazo de rabo que tienes y el gusto que debe de dar” . Después de los entrantes se decidió a bajarle la cremallera y sacarle al exterior el pene con la intención de hacerle pajas hasta dejarle “a punto de caramelo”. Juan, harto de que Alicia disfrutara dejándole una y otra vez muy próximo a la corrida, deslizó su mano izquierda por debajo de la mesa y después de acariciarla la parte superior de ambas piernas, se las hizo abrir para meter la mano por debajo de su corta falda y tras apartar la parte textil del tanga de su raja vaginal, la acarició, toco y apretó el coño hasta que la hizo echar un buen chorro de pis con el que mojó la silla antes de proceder a masturbarla todo lo enérgicamente que podía en aquella situación consiguiendo que la chica llegara al clímax con rapidez.

Cuándo llegaron a los postres ambos estaban de lo más salidos y Alicia pensando que, después de haberle dejado varias veces a punto de correrse, Juan tendría unas ganas enormes de echarla un polvo decidió levantarse de la mesa y encaminarse hacía el water de mujeres. No hizo falta que le dijera nada puesto que el chico se apresuró a ir detrás de ella al igual que hizo Rebeca que se levantó de su asiento para poder unirse a ellos. Los tres se encerraron en el water. Alicia y Juan se desnudaron rápidamente mientras Rebeca se quitó toda la ropa menos el tanga. Juan se sentó en el inodoro y Rebeca, arrodillándose entre las abiertas piernas del chico, comenzó a chuparle la pilila mientras Juan tocaba una y otra vez la raja vaginal a Alicia haciendo que le echara unos chorros de pis en la cara antes de proceder a comerla la seta. Mientras la polla de Juan se encontraba a tope y con ganas, Alicia deseaba que la penetrara cuanto antes por lo que haciendo que su amiga dejara de chuparle el rabo, se colocó muy abierta de piernas sobre su “instrumento” y procedió a introducírselo, entero y de golpe, dentro de la almeja para cabalgarle con intensidad mientras Alicia le hablaba de la cantidad de mujeres apetitosas y sugerentes que habrían meado en aquel water y Rebeca le animaba a follarse a su amiga a conciencia y echarla un montón de leche. Alicia, una vez más, alcanzó el orgasmo con mucha rapidez y unos segundos más tarde Juan la mojó abundantemente el interior del chocho con una gran cantidad de semen. La joven llegó, de nuevo, al clímax para repetir en cuanto el hombre, sin dejar de cepillársela, se meó echándola un montón de pis. Un par de minutos más tarde, Rebeca empezó a decir que la tocaba disfrutar a ella. Alicia, que acababa de alcanzar un nuevo orgasmo, se incorporó y tras pasarle sus esplendidas tetas por el pene y los huevos, dejó que su amiga ocupara su lugar y se aprovechara de su completa erección para cabalgarle con intensidad. Lo mismo que Alicia, la chica resultó ser una autentica máquina llegando al clímax mientras Juan sentía muchísimo gusto y deseaba volver a correrse pero fue incapaz de echar por segunda vez su leche a pesar de los ánimos que recibía de Alicia a la que no dejaba de apretar y mamar las tetas mientras la joven se masturbaba observando fijamente la cabalgada de Rebeca, que disfrutó de un montón de orgasmos antes de que Juan perdiera la erección. Después de efectuarlas todo tipo de tocamientos, decidieron dar por concluida la sesión sexual. Mientras se vestían el chico las propuso continuar la fiesta en su domicilio al finalizar la celebración y las dos jóvenes aceptaron. Al regresar al comedor Alicia y Rebeca decidieron intercambiar sus lugares con el propósito de que Juan pudiera tocar a Rebeca de la misma forma que había hecho con Alicia.

Al acabar la comida y tras la sobremesa, pasaron un buen rato en la discoteca del local donde Juan, Alicia y Rebeca, aprovechándose de la oscuridad del rincón en el que se acomodaron, se tocaron todo lo que quisieron antes de, cuándo la mayoría de los invitados comenzó a regresar a sus hogares, volver a encerrarse en el water de mujeres donde las dos jóvenes se turnaron para chuparle la pilila al mismo tiempo que, de acuerdo con los deseos del chico, se masturbaban. Juan las agradeció el esmero y entusiasmo que demostraron durante la mamada echándolas una excepcional ración de leche en las tetas que él mismo se encargó de extenderlas antes de permitir que le siguieran chupando la polla hasta que perdió la erección. Después de salir a una hora bastante avanzada del restaurante y con el propósito de poder disponer de tiempo de cara a estar en disposición de echarlas más leche, las invitó a tomar un par de consumiciones en sendas cafeterías con lo que, unido a todo lo que habían bebido en la comida, consiguió que las dos hembras llegaran a su domicilio bastante borrachas. Juan se aprovechó de ello y tras desnudarlas y quedarse con su ropa interior, que en el caso de Alicia solamente fue el tanga ya que el vestido no la permitía llevar sujetador, hizo con ellas todo lo que quiso. En principio y poniéndolas a cuatro patas, se turnó para follárselas vaginalmente hasta que se corrió dentro del coño de Rebeca. Después y hasta que perdió su erección las dio por el culo haciéndolas perder su virginidad anal sin importarle sus gritos de dolor, especialmente de Rebeca que además era un chica de cagada fácil, para seguir realizándolas un vaciado completo de la vejiga urinaria y un largo fisting vaginal antes de hacer que Alicia le cabalgara para, acostada sobre él y con las piernas bien cerradas con la intención de que sintiera caer el semen muy próximo a sus ovarios, echarla dentro de la seta una excepcional cantidad de leche y una larga meada, tras lo cual volvió a dar por el culo a Rebeca hasta que la persistente diarrea que la joven sufría le impidió continuar con el rabo introducido en su culo. Acto seguido y viendo a Alicia totalmente entregada, la puso varios enemas, tanto vaginales como anales, con los que consiguió vaciarla por completo antes de proceder a realizarla un nuevo fisting vaginal, esta vez a dos manos, con el que la joven, además de indicarle una y otra vez que estaba teniendo orgasmos secos y era incapaz de continuar, terminó sin fuerzas, exhausta, sudorosa y llena de escozores y molestias. Estaba amaneciendo cuándo decidió acabar la sesión penetrando vaginalmente a una cansada Rebeca hasta que repitió su corrida y se meó dentro de la almeja de la hembra. En cuanto la sacó el pene, obligó a la chica a chupárselo pero, enseguida, el sueño pudo con ellos y se quedaron dormidos con Rebeca entre las abiertas piernas de Juan y su cabeza situada junto a la pilila.

Viendo el alto grado de satisfacción con el que las jóvenes habían acabado su relación sexual, Juan estaba seguro de que podía sacar un excelente provecho de ellas y llegar a convertirlas en unas obedientes y sumisas siervas entregadas a complacerle en todas sus necesidades por lo que, las siguientes semanas, se centró en Alicia y Rebeca dejando un poco de lado a Belén, Blanca, Covadonga y Vero que, viendo limitada su actividad sexual a la que desarrollaban en el colegio, no se mostraron demasiado contentas por el desarrollo de los acontecimientos aunque se daban perfecta cuenta de que, para poder seguir a su lado, no las quedaba más remedio que aceptar que Juan apenas las hiciera caso durante más de veinte días. El chico comenzó su labor informándose de la situación familiar de ambas crías, enterándose de que para Moisés, el padrastro de Alicia que pretendía acostarse con ella pero siempre se veía rechazado, sería un motivo de satisfacción que la joven dejara de vivir en su casa y más si era para entregarse, como sumisa, a un hombre mientras que Rebeca, que formaba parte de una familia numerosa, vivía en una residencia de estudiantes sin que sus padres se preocuparan mucho de ella. Las jóvenes, llenas de deseos, no tardaron en decirle que habían decidido entregarse a él sin ningún límite y Juan comenzó a probarlas obligándolas a vestir en un plan muy provocativo y a salir a la calle sin ropa interior lo que, en más de una ocasión, las hizo lucir el canalillo de sus tetas, sus muslos y “algo” más además de encontrarse en situaciones bastante comprometidas. Unos días más tarde, las hizo masturbarse, mear e incluso cagar delante de él en lugares públicos donde todo el mundo pudiera verlas. El siguiente paso consistió en que, totalmente desnudas, le hicieran mamadas y pajas al aire libre para culminar follándoselas en plan sádico a la orilla del río y bajo la atenta mirada de otras parejas jóvenes que acudían a aquel lugar con intención de mantener relaciones sexuales. Para completar su periodo de adiestramiento decidió tirarse, vaginal y analmente, a Alicia en su casa y delante de su madre que, sin dejar de masturbarse, siguió muy excitada pero impasible todo el proceso hasta que, al acabar con su hija, Juan la metió la polla en el chocho y sin dejar de insultarla, se la folló hasta que perdió la erección. Marta, a pesar de que se quedó con las ganas de que la echara la leche, “rompió” en cuanto el chico se meó dentro de ella y desde, aquel momento, llegó varias veces al clímax. Cuándo Juan la extrajo el rabo y viéndola entregada y con el coño tan dilatado obligó a Alicia a realizarla un fisting vaginal hasta que, escocida, extenuada y sin un ápice de líquido dentro de su cuerpo, acabó pidiendo a gritos que la dejaran descansar. Al día siguiente y sufriendo las consecuencias de la actividad sexual desarrollada la tarde anterior, accedió a que Alicia, a la que Juan había logrado “bajarla los humos”, se convirtiera en una puta al servicio del chico con la condición de que este se la follara vaginalmente, de manera regular y en plan sádico, cada diez ó doce días.

El curso finalizó y la nueva situación en la que se encontraba Juan hizo que, durante el verano, tuviera que tomar varias decisiones. La primera fue prescindir de los servicios de la mujer que, desde hacía varios años, se ocupaba de su vivienda y de atenderle, con la intención de emplear los cuatrocientos Euros que la abonaba mensualmente en la manutención de sus dos nuevas amigas y sumisas. Las jóvenes, a cambio de residir con él en su domicilio, se comprometieron a encargarse de los distintos quehaceres domésticos pero Belén, Blanca, Covadonga y Vero tuvieron que enseñarlas a desenvolverse y a efectuar cada una de las labores ya que ninguna de ellas estaba preparada para ello y no sabían ni freír un huevo. Belén y Vero decidieron dejar para ellas ciertos cometidos como el de lavar y planchar la ropa interior del chico junto a la suya mientras que Blanca se ocupó de clasificar y colocar, tanto en la vitrina como en un amplio armario, la variada colección de prendas íntimas femeninas y de pelos púbicos con la que Juan se había juntado. En pocas semanas, Alicia y Rebeca quedaron tan sometidas que conocían que su único derecho iba ser el de estudiar mientras que, transformadas en “obedientes criadas para todo” y llenas de obligaciones, debían de centrarse en satisfacer a Juan en todos sus deseos al mismo tiempo que se convertían en una especie de water personal en el que, tanto las hembras como Juan, depositaban todos sus excrementos líquidos y sólidos.

Juan decidió que durante el periodo vacacional veraniego pasaría la primera semana de cada mes en compañía de Belén; la segunda con Blanca; la tercera con Vero y el resto con Alicia y Rebeca. De esta forma y dependiendo del aguante físico y del poder de recuperación de cada una de las féminas, el chico se aseguraba el echarlas de tres a seis polvos diarios. Por otro lado, el chico se cepillaba en su domicilio a Covadonga de dos a tres cada semana entre las seis y las siete de la tarde.

No tardó en surgir un nuevo problema a cuenta de la incorporación de Alicia y Rebeca al darse cuenta de que con los cuatrocientos Euros que Juan pagaba a la asistenta no daba para alimentar, vestir y cubrir las necesidades más imperiosas de las dos jóvenes. Belén, Blanca, Covadonga y Vero decidieron ocuparse de todo lo referente a la ropa de las chicas para que Juan sólo tuviera que encargarse de su alimentación. Alicia y Rebeca, por su parte, se apresuraron a buscar alguna ocupación laboral con la que poder ayudar económicamente y mientras la primera encontró un trabajo, mal remunerado, como camarera en la terraza de una cafetería, Rebeca se dedicó de manera esporádica a cuidar de niños. Juan pensó que una buena manera de mejorar su economía obteniendo unos ingresos extraordinarios era comercializar con las prendas íntimas y los excrementos de las seis mujeres por lo que no tardó en ponerse en contacto con un intermediario en el tema que, aprovechándose del buen surtido de hembras que tenía a su alrededor, le animó a llevar a cabo su propósito y le informó de que lo que mejor se vendía y mejor se pagaba eran las cagadas y meadas femeninas que se producían durante e inmediatamente después del acto sexual sobre todo si en la mierda y el pis podían observarse restos de leche. No obstante, le comentó que tanto la ropa interior como los excrementos eran artículos perecederos y que, aparte de que Juan no cobraría mientras él no lograra vender el género, tendría que desechar la mierda y el pis al cabo de una semana y las prendas íntimas cagadas ó meadas transcurrido mes ó mes y medio.

Juan habló de ello con las seis mujeres y logró que se comprometieran para poder llevar a cabo su propósito. Las féminas colaboraban sin cambiarse de braga ó tanga durante toda semana hasta que en la prenda, con un penetrante olor a seta femenina, quedaban señales bastante evidentes de flujo, mierda y pis. Por otro lado, recogían la mayor parte de sus cagadas y meadas y antes de que el chico se las follara solía ponerlas sondas anales y vaginales para que durante el acto sexual no se desperdiciara una gota de pis ni un gramo de caca. Cada diez días Juan entregaba al intermediario una caja repleta de prendas intimas femeninas con un buen surtido de bragas y tangas empapados en pis; sujetadores con las copas llenas de mierda; prendas íntimas usadas por las seis hembras durante la semana anterior y varios frascos con caca y pis en los que, mediante una indicación exterior, se separaba los que contenían los excrementos obtenidos durante y después del acto sexual. A pesar del optimismo de Juan, no tardaron en darse cuenta de que, aunque había mucha demanda, la oferta era mayor y que el intermediario no era capaz de dar salida al género que periódicamente le iban entregando. Para colmo, Alicia harta de trabajar de doce a catorce horas diarias y sin descanso semanal en la terraza de la cafetería a cambio de un sueldo miserable, decidió abandonar su empleo complicando aún más su situación económica ya que sólo en la adquisición de la ropa interior para comercializarla sexualmente tenían un buen presupuesto semanal.

Blanca pensó que puesto que eran unas golfas y Juan su dueño, tanto Alicia y Rebeca como ellas podían prostituirse para ayudar económicamente. Al chico no le agradó la idea pero tuvo que claudicar al ver que las cosas empeoraban y decidió que una de ellas ejerciera como puta. Alicia, Belén, Blanca, Rebeca y Vero acordaron que la más apropiada para semejante menester era la más joven, Rebeca con la que el chico habló para hacerla entender que aquello era algo excepcional y que no debería de durar demasiado tiempo. La cría, con lágrimas en los ojos, le pidió encarecidamente que, al menos, no la hiciera relacionarse con hombres maduros provistos de acusados estómagos puesto que la causaban repugnancia y si tenía que acostarse con alguno así, se consideraba incapaz de cumplir con su misión. Rebeca, a pesar del compromiso de Juan, pasó por momentos realmente malos las primeras semanas hasta que, a punto de finalizar el periodo vacacional, pudo contar con una clientela bastante selecta que, además, pagaban espléndidamente sus servicios.

Pocos días antes de iniciarse el curso escolar 2.008/2.009 surgió el “bombazo”: Covadonga, que arrastraba un importante retraso en su regla, se encontraba preñada. La hembra estaba completamente segura de que había sido Juan el que la había dejado en estado y al enterarse sintió una gran alegría ya que, aunque hubiera deseado tener descendencia con algunos años menos, al final había logrado ser madre y demostrar que, en contra de lo que la decía su marido, no era estéril. Su pareja, sin llegar a sospechar nada, recibió la noticia con la misma alegría que Covadonga y la dijo que su embarazo era la prueba de que, a base de paciencia y mucha perseverancia, se podía conseguir todo aquello que uno se propusiera. A tan grata noticia se juntó el mismo día la llamada del intermediario que se ocupaba de comercializar con la ropa interior y los excrementos de las féminas informándoles que, después de haber tenido que deshacerse de buena parte del género que le habían facilitado, había conseguido vender integras las entregas más recientes a dos compradores que, habiendo comprobado la excelente calidad del “material”, estaban muy interesados en seguir recibiendo periódicamente sus envíos. El intermediario, además de decirles que iba a pagarles una buena cantidad de dinero, les indicó que sería conveniente incluir leotardos y pantys cagados y meados y que las prendas íntimas que utilizara Covadonga durante el embarazo se podrían vender a un precio muy alto. Pero como todo no podía ser bueno al día siguiente y después de haber abusado en la toma de los anticonceptivos para evitar que la dejaran en estado, Rebeca amaneció con un montón de pequeños granos en la parte superior de sus piernas, la zona vaginal y la parte inferior de las tetas. Después de la alarma y preocupación inicial, su situación mejoró al reducir su actividad sexual y la ingesta de anticonceptivos. Desde el momento en que comenzó el curso y para que pudiera centrarse en sus estudios, pasó de prostituirse de cuatro a cinco veces diarias a hacerlo en una sola ocasión los días lectivos que durante los fines de semana aumentan a tres ó cuatro con mayor duración y una de ellas nocturna, que son las que mejor se pagan.

Dos semanas después de comenzar el actual curso escolar Juan las indicó que como los lunes y miércoles iba a disponer de una hora libre por la tarde; los martes y jueves por la mañana y la tarde de los viernes no tenía que acudir al colegio, pretendía dedicar tales periodos al sexo y quería que se ocuparan de proveerle de un buen surtido de “yeguas” a las que tirarse indicándolas que “en la variedad está el gusto” y que, con aquello, podría excitarse aún más para satisfacerlas mejor. A las féminas las costó aceptar la nueva imposición del chico pero, una vez más, claudicaron tras asegurarse de que su calendario sexual no iba a sufrir modificaciones importantes y que a primera hora de la mañana se cepillaría a Vero. Durante el recreo lo haría con Belén pero supliendo la tradicional paja por la penetración puesto que, según dijo, quería sacar mucho más partido del cuerpo de aquella fémina. Con Covadonga mantendría su encuentro a primera hora de la tarde para, al acabar su jornada laboral, llevar a cabo su sesión sexual con penetración, a días alternos, con Belén y Vero en la vivienda de cada una de ellas para finalizar el día, asegurándose su media docena de polvos diarios, con Alicia y Rebeca. De esta forma y además de seguir siendo unas golfas muy guarras cada vez que se relacionaban con él, tuvieron que “ponerle en bandeja” a otras mujeres, mayoritariamente jóvenes, para que de una forma bastante esporádica se las tirara. Alicia y Rebeca no tuvieron ningún problema para facilitarle compañeras de su instituto deseosas de iniciarse ó perfeccionarse sexualmente mientras las profesoras se hacían con un buen contingente de madres de alumnas, bastante salidas e insatisfechas de su relación sexual con sus maridos, con muchas ganas de “echar un par de canas al aire” con un hombre muy bien dotado. Las más asiduas están resultando Sheila, una joven compañera de estudios de Alicia y Rebeca a la que al igual que a Marta, la madre de Alicia y Laura, Juan lleva echados una buena cantidad de polvos y Sofía, una buena amiga de Covadonga, que también está preñada y quiere que, durante todo el embarazo, Juan, además de penetrarla vaginalmente, se muestre especialmente pródigo en darla por el culo y si es posible delante de su amiga, para que se lo llene de leche y de pis con la intención de aliviarla el estreñimiento crónico que parece a cuenta de su estado. A Sofía la encanta mearse durante el proceso y que, después de “descargar” en el interior de su culo, Juan aproveche su erección para follársela vaginalmente. Como se encuentra actualmente en su séptimo mes de gestación, cuenta con un buen “bombo” y ya tiene leche materna en las tetas de la que, de momento, están sacando buen provecho Covadonga y Juan.

A pesar de que Juan no termina de exigirlas cosas, a ninguna de las hembras la preocupa que sus sesiones sexuales se desarrollen casi igual que el primer día ni que el chico las obligue a ser unas autenticas putas muy cerdas al relacionarse con él ya que lo que quieren es que esta situación se mantenga durante muchos años. Además, Belén, Blanca y en menor medida Vero, han comenzado a considerar beneficiosa la incorporación de Alicia y Rebeca con las que practican asiduamente el sexo lesbico gustándolas, especialmente, el comerlas y que las coman la almeja y realizarlas al mismo tiempo un fisting anal y vaginal con el que vacían a las jóvenes mientras ellas durante el proceso llegan al clímax, sin necesidad de tocarse, en varias ocasiones. Covadonga también está sacando buen provecho de ellas ya que siempre las tiene dispuestas a beberse sus cada vez más frecuentes meadas antes de que se ocupen de su chocho para que pueda correrse en la boca de una de las jóvenes.

Después de pasar las fiestas navideñas juntos, una semana en el domicilio de Belén y otra en el de Vero, continúan obteniendo unos importantes beneficios económicos, que Juan y Blanca administran para poder vivir los siete de una manera bastante desahogada, con la comercialización de la caca, el pis y las prendas íntimas usadas por las féminas ó simplemente cagadas y meadas por ellas. Juan tiene llena de ropa interior la vitrina en la que la expone y el armario en el que la guarda. A Covadonga la han dicho que espera una niña, que no debe ser la primera que Juan engendra y estas últimas semanas ha decidido compartir y de manera muy activa las sesiones sexuales que su amiga Sofía mantiene con Juan en las que el chico se turna para darlas por el culo y tras correrse, penetrarlas vaginalmente colocadas a cuatro patas. La noticia más reciente, conocida hace un par de días, es la de que Marta también está preñada y que para el próximo mes de Julio espera al que será su cuarto hijo. De momento Moisés, al que va a “enjeretar” el crío, no sabe nada mientras que Alicia se muestra alegre y satisfecha de que Juan haya dado en la diana con tanta rapidez mientras comenta que a su madre se la está de maravilla por ser una mujer tan sumamente puta.