Las tetas nuevas de Sandra
La noticia me sorprendió por completo, jamás habría sospechado que mi prima quisiera implantarse unos pechos nuevos. Tal vez, como bien dijo ella, aquel deseo suyo formaba parte de los pensamientos más íntimos de una mujer.
Hacía varios meses que no nos veíamos, concretamente desde el día de navidad, cuando mis tíos vinieron a mi casa para felicitarnos las fiestas siguiendo el pertinente protocolo de cada año. Pero ahora, como era costumbre, nos reunimos de nuevo en la tradicional comida familiar de pascua, en la que nos juntábamos buena parte de la familia para pasar el día en una zona de monte.
Tras la comida, hartos de escuchar las típicas discusiones sobre política que terminaban siempre en un insoportable vocerío del cual no se extraía conclusión alguna, Sandra y yo decidimos dar una vuelta por aquel monte que ya conocíamos mejor que la todavía tierna palma de nuestras manos.
Mi prima Sandra tenía 21 años, uno menos que yo por aquel entonces. Al ser ambos hijos únicos, siempre nos habíamos llevado muy bien puesto que desde nuestra más remota infancia habíamos compartido horas y horas de juegos y conversaciones. Esto ocurría sobretodo en los meses de verano, pues en tan calurosas fechas mis tíos abandonaban la gran ciudad para disfrutar de un clima más tolerable en su chalet del pueblo, a escasos cien metros de mi casa.
- Hay que ver cómo se pone mi padre con la dichosa política, mira que le gusta el tema. – Dijo Sandra, al tiempo que nos alejábamos de nuestros familiares.
- La verdad es que sí, aunque mi padre tampoco se queda atrás eh …
- Vaya par, menos mal que nosotros no hemos heredado esos gustos.
- Ya te digo. – Proseguí con el tema.
Sandra siempre había sido una chica bastante guapa; aunque era más bien bajita, tenía la piel muy morena, una larga melena lisa y negra, así como unos ojos oscuros bastante expresivos.
- Oye Héctor, ¿crees que estará aún en pie la casa abandonada? – Preguntó ella.
- Seguro, esa casa en inmortal. – Contesté en tono jocoso.
- ¿Vamos a comprobarlo? – Propuso.
- Venga, vamos. – Aprobé con firmeza.
La mejor característica física de Sandra era su casi perfecto trasero. Además, sabía cómo lucirlo y sacarle el mayor partido posible ya que, por el contrario, apenas tenía pecho. Tal vez por ello solía caminar unos centímetros por detrás de ella siempre que compartíamos algún paseo.
- Bueno, ¿cómo vas con la universidad? – Preguntó.
- No sé, por una parte bien porque me he quitado todas las de tercero, pero por otra parte no tan bien porque creo que me va a caer alguna de cuarto.
- Ah… bueno tampoco pasaría nada, ¿no crees? – Dijo tratando de animarme.
- No sé si mis padres opinarán lo mismo eh Sandra… - Bromeé.
La verdad es que lo pasábamos muy bien juntos y teníamos una gran complicidad. Sandra, más que una prima, era una de las mejores amigas que yo había tenido jamás.
Más allá de sus virtudes físicas, era una persona ejemplar, siempre más preocupada por los demás que por ella misma, presta y dispuesta a ayudar en lo que fuera menester. Además, siempre solía lucir una enérgica sonrisa.
- Y tú qué Sandra, tan empollona como siempre, supongo.
- Qué tonto eres eh, pues de momento muy bien, espero pasar todo tercero limpio y acabar en dos años. – Informó.
- Dentro de nada ya podrás hacerme psicoanálisis de esos raros que hacéis vosotros. – Espeté.
- Anda Héctor, hijo mío, para psicoanalizarte a ti no hace falta tener ni el graduado escolar. – Contestó entre risas.
Yo estudiaba Ingeniería Mecánica con bastante solvencia pero también con escasa brillantez. Quizá era más constante que talentoso. Mi prima, en cambio, era mucho más inteligente e intuitiva que yo y siempre había sido una estudiante excelente. Estudiaba psicología, carrera que se ajustaba perfectamente a sus capacidades.
- Ale, ahí está tu querida casa abandonada. – Indiqué.
- Sí, oscura y tenebrosa como cada año. Eso sí, cada vez queda menos en pie. – Añadió ella.
Como era ya tradición, entramos en el jardín de la casa e hicimos la inspección de rigor, tal y como llevábamos haciendo desde que teníamos unos catorce años.
Un cuarto de hora después, ni un solo palmo de aquella reliquia había escapado a nuestras curiosas miradas. En ese preciso instante decidimos emprender el camino de vuelta.
- Por cierto Héctor.
- ¿Qué? –
- Tengo que contarte una cosilla… - Anunció Sandra.
- ¿Ah sí?, déjame adivinar… ¿te vas a ir de Erasmus o algo así?
- Bueno eso lo tengo pensado pero para el año que viene. – Respondió.
- Pues no sé, tú dirás. – Afirmé yo.
- Vale, pero jura que no dirás ni una palabra a nadie. Eres el único que lo va a saber a parte de mis padres.
- Sí Sandra, cuando no he sabido yo guardar tus secretos. – Protesté.
- Tienes razón, ahí va la noticia.
- Va Sandra dilo ya de una vez. – Solicité, preso de la curiosidad.
- Pues Héctor, que mis padres me han dicho que si saco bien todo el curso me pagan unas tetas nuevas.
- ¿Qué?- Acerté a exclamar algo anonadado.
- Pues eso Héctor, que si apruebo todas me pagan una operación de aumento de pechos. – Aclaró.
- Pero… desde cuando tienes tú esa idea en la cabeza, nunca me habías dicho nada. – Dije todavía asombrado.
- No sé, la verdad es que son cosas muy privadas de las mujeres. Tú no lo sabes, pero yo siempre he tenido complejo con mis pechos.
- Ya, entiendo. Pero no sé Sandra, ¿tú crees que te hace falta eso?
- Me gustaría, llevo mucho tiempo pensándolo. – Apuntó finalmente.
La noticia me sorprendió por completo, jamás habría sospechado que mi prima quisiera implantarse unos pechos nuevos. Jamás había imaginado en ella interés alguno por ese tipo de cosas. Más que nada porque era una persona bastante naturalista y bastante reacia a la artificialidad.
Tal vez, como bien dijo ella, aquel deseo suyo formaba parte de los pensamientos más íntimos de una mujer. Esos que los hombres jamás serán capaces de conocer y de comprender.
- Joder Sandra me has dejado de piedra con tu noticia bomba.
- Bueno no es para tanto, es algo habitual que las chicas se aumenten el pecho. – Argumentó.
- Ya, ya, pero no me lo esperaba para nada. De todos modos, si eso te va hacer más feliz, adelante.
Pasados unos minutos tras recibir la noticia, mi confusión inicial desapareció para dar paso a otro tipo de pensamientos. Empecé a imaginar la situación y a comprender que uno de los principales beneficiados sería yo, ya que gozaría de unas hermosas vistas durante el verano. Además, el hecho de añadir dos buenas tetas al cuerpo de Sandra, la convertirían en un auténtico bombón.
Lo cierto es que con toda esa convulsión de pensamientos, cierta excitación se apoderó de mi mente.
- ¿Y qué talla piensas ponerte? – Pregunté, algo excitado por la situación.
- Pues no sé Héctor, eso ya lo decidiré.
- Madre mía Sandra, si así ya tienes un cuerpazo no quiero ni pensar como estarás cuando ya las tengas. – Proseguí.
- Anda no digas chorradas eh, pues como siempre. – Dijo con su habitual humildad.
- Pues nada, ya me las enseñarás este verano. – Me aventuré a decir.
- Sin comentarios Héctor, sin comentarios. – Zanjó Sandra un tanto ruborizada.
El resto del día campestre los pasamos entre risas, chistes y cotilleos junto a la familia. Yo, aunque fingía estar involucrado en todo lo que se decía, no dejaba de mirar disimuladamente a Sandra e imaginármela con un buen par de tetas añadidas a su ya de por sí hermoso cuerpo.
- Bueno Héctor, pues ya nos veremos en verano supongo.
- Sí, ya vamos hablando por el facebook mientras tanto.
- Vale. Y recuerda que lo que te he dicho es un secreto eh, no vayas a meter la pata. – Dijo a modo de recordatorio.
- No te preocupes por eso, supongo que ya me enteraré de cómo avanza el asunto.
- Sí Héctor, yo te iré informando a medida que se acerque la fecha.
- Vale Sandra, pues ya hablamos. – Dije mientras buscaba sus mejillas para despedirme.
- Ya hablamos Héctor, adiós. – Contestó haciendo lo propio.
Durante los dos siguientes meses, apenas pudimos hablar un par de veces por el facebook, ya que ambos hacíamos nuestra vida y andábamos muy ocupados con los estudios y algún que otro trabajo de estudiante.
La verdad es que aquella conversación en el monte había calado bien en mi cerebro. A menudo solía pensar en la llegada del verano e imaginaba a Sandra con su nuevo aspecto, bañándose en la piscina como cada año.
Debo confesar que, a medida que se acercaba el mes de Junio, aquel pensamiento se repetía con más y más frecuencia en mi cabeza, aunque trataba de no darle demasiada importancia.
- Hector!! – Escribió Sandra en el chat.
- Hombre Sandra, como tú por aquí en plenos exámenes. – Contesté.
- Pues mira, será que tengo una noticia que darte. – Anunció.
- Dispara!! – Escribí con intriga.
Corría la primera semana de Junio cuando mi prima Sandra se conectó al facebook para hablar conmigo. Inmediatamente después de ver su saludo, ya intuí qué es lo que me iba a decir.
- Pues … que ya tengo fecha para la operación!!
- Siiii, eso es genial, y cuándo la tienes?? – Pregunté.
- El 2 de julio, no veo la hora de que llegue ese día!!
- El 2 de julio, bueno eso será si apruebas los exámenes, que lo dudo mucho eh … - Dijo en modo irónico.
- Ja, ja, eso esta echo Héctor, está hecho. – Sentenció ella.
Sin apenas percatarme, había sufrido una leve erección sólo de pensar en lo poco que quedaba para que llegara el verano y pudiese contemplar a mi prima Sandra con sus tetas nuevas. Me sabía tener esos pensamientos hacia ella, porque siempre fue una gran amiga para mí, pero no podía evitar excitarme con ese tema.
- Pues nada, en tres semanitas, tetas nuevas eh Sandra.
- Siiii, se me van a hacer eternas. – Indicó.
- Bueno, eso bien merecerá un topless en la piscina este veranito – Me atrevía a decir, preso de la excitación del momento.
- … anda Héctor, no sueñes tanto eh, más te valdría ponerte a estudiar un poquito chaval jaja. – Bromeó.
- No te falta razón, intentaré hacerte caso.
- Así me gusta. – Sentenció.
Lo cierto es que Sandra era una tía muy formal. En ciertos aspectos era bastante liberal y abierta, pero jamás habíamos hablado de temas sexuales. Únicamente sobre algunos de los novios o novias que habíamos tenido respectivamente, pero nada más.
Prueba de ello es la forma en que solía zanjar cualquier comentario de índole picantona acerca de sus futuros pechos. Sabía que jamás contemplaría aquellas tetas nuevas, pero me gustaba fantasear con la idea.
- Por cierto Héctor.
- Dime.
- Ni se te ocurra venir a verme al hospital ni nada parecido eh, ya me verás después de la operación allí en el pueblo.
- Como quieras Sandra, pero avísame de que todo ha ido bien en cuanto te sea posible.- Solicité.
- Claro, lo haré.
- Bueno, pues muchos besitos y hasta pronto.
- Ciaooo Sandra!! – Escribí a modo de despedida.
Las siguientes dos semanas de junio las dediqué completamente al estudio, ya que los exámenes estaban a la vuelta de la esquina.
El verano y mi prima Sandra estaban cada vez más cerca, por lo que mis fantasías eran cada día más abundantes.
Con la tensión de los estudios, solía masturbarme al menos una vez al día, pues por aquel entonces no tenía novia desde hacía ya unos cuantos meses, al igual que mi prima Sandra. Los dos estábamos solteros.
El culmen de mis fantasías con Sandra llegó una calurosa tarde de jueves, víspera de mi primer examen; en uno de mis descansos, vi que Sandra había colgado algunas fotos nuevas en facebook, fotos en las que ella estaba de fiesta con sus amigas de la universidad.
Al verlas, entre la recurrente fantasía de las tetas nuevas, lo bien arreglada que salía en la foto y el calor de aquella tarde, acabé sufriendo una tremenda erección que finalizó con la primera paja de mi historia dedicada a mi prima Sandra.
Con aquella paja sentí un morbo especial que hacía tiempo que no sentía, tal vez sin darme cuenta acaba de entrar en una espiral sin salida.
- ¿Héctor?
- Qué pasa Sandra, cómo vas.
- Puf, estoy súper nerviosa tío, no puedo más. – Dijo.
- Bueno, no te preocupes que sólo te quedan 24 horas. – Intenté calmarla.
Era ya 1 de julio, por lo que decidí llamar a Sandra para desearle suerte en la operación y todas esas cosas.
- Ya, ya, pero llevo tanto esperando que ya soy un manojo de nervios.
- Entiendo. Bueno, los exámenes supongo que súper bien, ¿no?.
- Sí, terminé hace tres días, creo que me han salido todos bastante bien. – Explicó.
- Qué máquina eres Sandra. – Bromeé.
- Y tú qué, ya estarás en ello.
- Sí, ya he hecho dos, me faltan aún otros cuatro, ya veremos. – Expliqué yo.
- Pues mucha suerte y estudia, no te vaya a pasar como el verano pasado eh.
- No, este año me he centrado mucho más, ya lo verás. – Repliqué.
Sandra solía tener los exámenes unas semanas antes que yo, ya que eran campus universitarios diferentes; uno de letras y otro de ciencias.
- Bueno Sandra, pues lo dicho, mucha suerte y avísame en cuanto puedas porque yo estaré preocupado.
- Anda, anda, ya será menos eh… pero bueno, te avisaré en cuanto pueda. – Dijo.
- Vale, pues ya hablamos Sandra, ¡¡mucha suerte!!
- Adiós Héctor, muchas gracias, ya hablamos. – Se despidió.
Por aquellas fechas ya me había masturbado al menos cuatro o cinco veces pensando en Sandra, cosa que jamás había hecho hasta entonces. Me había descargado algunas de sus fotos del facebook y las solía abrir para excitarme con ellas.
A veces me sentía mal por hacer esas cosas, pero sabía que era inevitable y empecé a aceptarlo con naturalidad, como si se tratara de una más de tantas y tantas chicas que me levantaban la lívido.
Al día siguiente, además de estudiar, anduve bastante preocupado por mi prima Sandra. Esperaba ansioso su llamada para cerciorarme de que todo había salido bien. Nunca me habían gustado los hospitales y menos las operaciones con necesidad de anestesia.
Me dediqué a estudiar en la medida de lo posible mientras esperaba la llamada.
- ¿Sandra? ¿Cómo ha ido?.
- Hola Héctor, soy el tío, es que Sandra está descansando y le han recomendado reposo absoluto durante unas horas. Entonces me ha dicho que le hiciese el favor de llamarte yo mismo. – Explicó mi tío.
- Ah muy bien tío. Entonces, ¿ha ido bien? – Pregunté.
- Sí, sí, ningún problema. Todo perfecto. – Anunció.
- Qué bien, estaba ya bastante nervioso esperando la llamada. – Indiqué.
- Pues nada Héctor, no te preocupes que ha salido todo bien, dentro de nada ya ves a tu prima en el chalet luciendo sus regalos. – Bromeó el padre de Sandra.
- ¿Cuándo vendréis para el pueblo, tío?
- Seguramente la semana que viene, ya le digo a Sandra que te llame para avisarte de cuando vamos. – Dijo mi tío.
- Vale, muchas gracias tío, me alegro de que haya ido tan bien.
- Gracias Héctor, nos vemos dentro de poco.
- Adiós, dale recuerdos a la tía.
- Adiós, de tu parte. – Se despidió finalmente.
Sentí un gran alivio al comprobar que todo había salido bien y que Sandra no había sufrido ningún contratiempo en el quirófano.
Superados mis momentos de preocupación, comprendí que aquella noticia que mi prima me dio en pascua, ya era una realidad. Sus pechos nuevos ya eran parte de ella y yo podría contemplarlos (cubiertos por un bikini) en apenas una semana.
Los siguientes siete días fueron una eternidad para mí. Deseaba ver cuanto antes a Sandra, con su piel morena, su mirada penetrante y un bikini que enmarcara aquellas dos nuevas adquisiciones de su ya de por sí estupendo cuerpo.
Pasé aquellos días a caballo entre el aburrimiento y el nerviosismo; aburrimiento porque no tenía nada que hacer y nerviosismo porque algunos exámenes no me habían ido todo lo bien que esperaba y ansiaba conocer las notas. Para mi desgracia, aún debía esperar unos cuantos días más para conocerlas.
- ¡Héctor, te ha sonado el móvil! – Vociferó mi madre desde mi habitación.
- Ya voy.
- ¡Creo que es un mensaje! – Añadió.
- Sí, sí, ya voy.
Corría el 8 de julio, cuando recibí un mensaje de Sandra casi al anochecer.
“Hola! Mañana ya voy al chalet, te aviso cuando esté. Bss!”
Mi espera estaba a punto de finalizar, mi prima Sandra junto con su nuevo par de tetas estaba a tan sólo 24 horas de distancia y unos pocos kilómetros. En realidad era una bendición que viniese ya, porque todos mis amigos estaban de vacaciones en otras comunidades y no tenía absolutamente ninguna posibilidad de quedar con ellos.
En este sentido, Sandra se convertía año tras año en mi única amiga de los veraniega. Además, la casa de mis tíos solía estar llena de distracciones, ya que buena parte de la familia la consideraba una especie de centro de reunión familiar improvisado.
Por el contrario, el ambiente de mi casa era monótono y solitario debido a al carácter mucho más reservado de mis padres, reacios a las aglomeraciones familiares y a los ambientes festivos con acumulación de gente. Yo, más acostumbrado a un ritmo de vida acelerado y festivo, me sentía bastante más cómodo en casa de mis tíos que en la mía propia.
Aquella fue una noche suave, sin ese calor asfixiante típico del mediterráneo durante las noches de verano. No obstante, sufrí bastantes erecciones que me impedían conciliar el sueño. Podría haberme masturbado, pero prefería reservarme para hacerlo después de ver a Sandra en la piscina con sus nuevos pechos.
- Héctor, ¿tú sabes la hora que es? – Dijo mi madre asomándose por la ranura de mi puerta entornada.
- No. – Contesté somnoliento.
- Pues la hora de levantarse y colaborar un poquito en la casa.
- Que si, ya voy.
En ese momento me percaté de mi erección matutina y acerté a cubrirme con la sábana para resguardarme de una posible entrada de mi madre en la habitación.
- Pues date aire que hay que pasar la aspiradora y barrer un poco por fuera. – Especificó.
- Joder. – Refunfuñé por lo bajo.
Esperé un par de minutos a que la erección desapareciera y me levanté. Desayuné con denuedo e hice las tareas que mi madre me había encomendado. Eso sí, de mala gana.
- Héctor, me parece que te ha sonado el móvil. – Dijo mi madre.
Interrumpí mi sesión televisiva y subí a mi habitación para comprobarlo.
“Chaval ya estoy en el chalet, pásate cuando quieras”.
Mi prima Sandra ya estaba en el chalet, así que me puse el bañador encima de los calzoncillos para evitar sorpresas, cogí la toalla y me marché a casa de mis tíos.
Cuando llegué, me extrañó ver que Sandra no se encontraba tomando el sol en bikini, como era costumbre en ella.
- ¿Qué pasa Héctor?, cuánto tiempo eh. – Dijo mientras me daba dos besos en la mejilla.
- Ya te digo. – Contesté mientras hacía lo propio.
Tras invertir no menos de diez minutos saludando a los padres de Sandra y otra serie de familiares acoplados que no se habían hecho esperar, me senté con Sandra en el mítico sofá-columpio de madera que había junto a la piscina y que contaba con más años de vida que yo.
- Bueno, ¿qué te cuentas?
- Pues nada, aquí aburrido, llevaba días deseando que vinieras ya.
- Si es que… qué harías tú sin tu prima en verano.
- Pues morirme de asco Sandra, morirme de asco. – Contesté entre risas.
Sandra estaba tan guapa y simpática como siempre, llevaba puesta la parte de abajo del bikini y una camiseta roja de manga corta.
- Bueno y la operación qué, ¿cómo fue? – Le pregunté.
- Muy bien, ya me dijo mi padre que habló contigo. La verdad es que entré muy asustada pero me trataron muy bien. – Explicó.
A pesar de que su camiseta era bastante ancha, dos bultos considerables podían apreciarse sin dificultad alguna bajo la fina tela.
- Bueno ya veo los resultados ya – Dije en tono jocoso.
- Sí, ahí están. Pero deja de mirar ya tontorrón.
- Y qué haces que no estás en bikini. – Pregunté.
- Pues resulta que tengo que estar unos días sin que me dé el sol.
- Vaya, menudo chasco me has pegado eh, yo que venía con la esperanza de ver algo interesante… - Contesté.
- Anda cállate y cuéntame cómo te han ido los exámenes.
El resto de la tarde se perdió en conversaciones de diferente índole que no dieron lugar a nada digno de ser contado.
Los días posteriores fueron muy similares, Sandra no podía exponer sus pechos al sol, por lo que pasábamos el tiempo hablando, paseando, yendo a algún centro comercial con el coche, etc.
Por mi parte, llevaba ya casi unas semana sin masturbarme, por lo que las erecciones matutinas eran descomunales, acompañadas de un molesto dolor testicular que intentaba suavizar masajeándome la zona con delicadeza. Aún con todo, había tomado la firme decisión de aguantar hasta poder contemplar a mi prima Sandra en bikini, en todo su esplendor.
Al día siguiente, después de la hora de la siesta, mis padres se habían ido a la playa y yo decidí darme un baño en mi piscina, ya que en casa de mis tíos no podría hacerlo debido al problema de Sandra. En la piscina solía pasármelo en grande con la pelota y la canasta que yo mismo instalaba cada verano para pasar el rato.
- ¡Héctor! – Exclamó alguien desde la calle.
Me asomé desde la piscina y vi a Sandra tras la puerta, esperando una respuesta.
- ¡Ya voy, que estoy en la piscina! – Respondí.
Salí un momento del agua para abrir la puerta a Sandra que, para mi sorpresa, traía una toalla sobre su hombro.
- Qué pasa contigo, las horas que son y sin pasarte por mi casa… ya te vale.
- Lo siento Sandra, es que me he puesto a bañarme y ya sabes que me distraigo con la pelotita. Se me ha ido el tiempo. – Justifiqué.
- Bueno no pasa nada, por eso he venido yo.
- ¿Y esa toalla? – Pregunté, al mismo tiempo que me introducía de nuevo en el agua.
- Pues tu qué crees, voy a bañarme. – Anunció para mi sorpresa.
- ¿Y eso? – Pregunté sin salir de mi asombro.
- He ido esta mañana a la revisión médica y me han dicho que ya me puede dar el sol y todo eso. – Explicó ella.
- Pues nada, ya te puedes meter en la piscina. – Sentencié.
En ese preciso instante, tuvo lugar ante mis propios ojos la escena que llevaba meses esperando; Sandra se despojó de su ajustada camiseta azul, dejando ver en todo su esplendor dos enormes tetas aprisionadas en un minúsculo bikini de color rosa.
Yo admiré la escena con el poco disimulo que mi cordura me permitió, quedando completamente satisfecho por tan maravillosa estampa y grabando aquella imagen en lo más profundo de mi memoria, para el resto de mis días.
- Joder Sandra… - Acerté a pronunciar.
- ¿Qué? – Contestó ajena a mi revolución hormonal.
- Pues que menudo par …
- Ay Héctor por favor no me digas nada de eso que me muero de vergüenza. – Dijo ruborizada.
- Vale, vale, me limitaré a mirar y ya está.
- Ya te vale, ésta me la pagas. – Anunció.
Dos minutos me bastaron para percatarme de un tremendo error; no contaba con la visita de Sandra, por lo que no me había puesto calzoncillos debajo del bañador. Lo peor de todo es que una tremenda erección estaba ya en camino, por lo que no podía hacer nada para evitarla.
Mientras todo esto sucedía dentro de mí, Sandra se metía en el agua con delicadeza.
- Dios, cuánto tiempo sin sentir el agua de la piscina. – Dijo.
- Sí, yo ya llevo dos semanas bañándome. – Apunté.
Estuvimos hablando y pasándonos la pelota durante un buen rato, mientras yo contemplaba cómo las tetas de Sandra oscilaban de arriba abajo cada vez que me pasaba la pelota. Mi erección ella ya total, por lo que me fui al fondo de la piscina para que no pudiera notarse nada.
- Oye Héctor.
- Dime.
- Podríamos salirnos ya que tengo un poco de frío. – Dijo Sandra.
- Bueno, salte tú si quieres. – Traté de disimular.
- No, salte tu también que me estoy meando y la puerta de tu casa yo nunca consigo abrirla.
- Anda, ya será menos, aguántate un poquito y meas en tu casa. – Dije.
- Héctor por favor, que no aguanto. – Insistió.
La situación era dramática; con el frío, los pezones de Sandra se adivinaban duros tras la tela rosa, por lo que mi erección difícilmente cesaría. No sabía qué hacer, nunca me había sucedido nada igual.
- Héctor tío, por favor, sal ya.
- Intenta abrir, que la llave está puesta. – Dije como último recurso.
Sandra intentó abrir la puerta, pero ésta se atascaba de tal modo que sólo los que la conocíamos éramos capaces de abrirla.
- ¡No puedo! – Gritó desde la puerta.
Pensé en aprovechar el momento para salir y cubrirme con la toalla, pero para mi total infortunio, había olvidado bajarme una toalla y la más cercana estaba en el tendedero, al otro lado de la casa.
- ¡Héctor, ya vienen tus padres, ya me abren ellos!
Mi infortunio cambió milagrosamente, pues mis padres llegaron justo en ese momento de la playa y Sandra pudo entrar al baño sin necesidad de que yo le abriese la puerta. De este modo, tuve tiempo de sobra para pedirle a mi padre una toalla y poder salir airoso de la situación.
Aquella noche me hice una de las mejores pajas de toda mi vida, patrocinada por la maravillosa estampa que mi prima Sandra me había proporcionado con aquel bikini rosa de escasas dimensiones.
Me tomé mi tiempo para ello, abriendo una de sus fotos del facebook y meneándomela despacio tratando de degustar cada uno de los detalles que mi memoria había conseguido almacenar. Para finalizar, aumenté la imagen de la cara de Sandra y eyaculé abundantemente sobre la papelera de mi habitación, que solía servir como blanco improvisado. Después caí exhausto en un sueño bastante profundo.
Durante los siguientes días, fuimos a la playa en un par de ocasiones con mis tíos, a pasar todo el día. Yo seguí admirando las formidables tetas de Sandra tostándose al sol (tras el bikini) y acumulando imágenes para mi archivo mental.
Por las noches me recreaba en ellas mientras veía vídeos porno de pajas cubanas. Me la meneaba un poco pero sin llegar a correrme, ya que me había gustado tanto la paja anterior que decidí aguantar unos días para repetir la experiencia.
Una de esas tardes, al no tener ni pizca de sueño, me encontraba viendo mi recopilación de videos, totalmente empalmado. Como hacía mucho calor en la habitación y mis padres descansaban en el jardín, me aventuré a quitarme los calzoncillos y el bañador para poder manosearme más cómodamente.
Me gustaba contemplar mi pene erguido, descubrir mi glande, masajearme los testículos… pero sin llegar a eyacular. Cuando veía vídeos de pajas cubanas, solía escupirme en la polla y extender mi saliva sobre ella, imaginando que era Sandra la que me lubricaba para frotar después mi miembro con sus dos nuevos melones.
De repente escuché cómo la puerta de casa se abría.
- Sí, creo que está en su habitación, sube si quieres. – Dijo la voz de mi madre.
- Vale, gracias tía. – Contestó la voz de Sandra.
Como pude me apresuré a cerrar las ventanas de los vídeos y ponerme el bañador, ya que si me entretenía en ponerme los calzoncillos no me daría tiempo a más.
- ¡Héctor! – Gritó Sandra a modo de saludo, mientras subía los últimos peldaños de la escalera.
- Sí, estoy aquí. – Contesté algo azorado, mientras me sentaba en la silla con una erección superlativa y la única protección de mi bañador de flores.
- Ey, hola – Saludó entrando a mi habitación.
Llevaba un mini-pantalón vaquero y el bikini rosa en la parte de arriba. A decir verdad, estaba tremendamente sexi con ese atuendo.
- Qué pasa Sandra, ¿no has podido esperar a que fuera yo a tu casa?
- No, es que vamos a ir al cine y he venido a ver si te venías. – Expuso.
- Ah, pues no sé …
- ¿Qué estabas haciendo?- Preguntó.
- Nada, mirar el facebook y todo eso. – Mentí.
- ¿Me dejas mirar mi facebook un momento?- Preguntó Sandra.
- Sí, míralo si quieres.
Sandra se situó a mi lado izquierdo y apoyó los codos en mi escritorio para poder escribir con el teclado del ordenador. Sin percatarse, me estaba poniendo sus tetas en las narices, incrementando si cabe el tamaño de mi endurecido pene.
- Anda mira, justo me habla mi amiga Susana. – Dijo.
- Ah, qué bien, pues no te enrolles mucho. – Le advertí.
Susana era una de las mejores amigas de Sandra, se conocían desde la infancia y habían estudiado juntas hasta el bachillerato. Además vivían por la misma zona de la ciudad.
- Anda Héctor, déjame sentarme dos minutitos, que así no puedo escribir bien. – Me pidió.
En ese momento se me cayó el mundo encima; la única forma de disimular mi erección era estando sentado de esa manera y mi prima me estaba pidiendo que me levantara.
Si lo hacía, ella se daría cuenta con total seguridad.
- Sandra por favor, ya hablaréis en otro momento, que ya me veo que vais a estar ahí media hora. – Dije intentando disuadirla.
- Héctor tío que está en Malta de vacaciones y no he podido hablar con ella desde la operación. – Insistió.
Me sentía encerrado, sin escapatoria alguna. No me quedaba más remedio que acceder a su petición y no se me ocurría nada para evitarlo.
- No puedo levantarme Sandra. – Dije ya desesperado.
- ¿Pero qué chorrada estás diciendo?
- Pues eso Sandra, que no puedo, escribe de pie. – Insistí.
- Joder Héctor te lo estoy pidiendo por favor porque no sé nada de mi amiga Susana desde hace casi un mes y tú me haces esto. No lo entiendo. – Replicó con un tono serio.
- Bueno, pero que conste que te lo he advertido. – Dije armándome de valor.
- Vale sí, pero déjame sentarme ya de una vez. – Contestó, desconociendo por completo la realidad.
En ese momento, sin encontrar solución alguna, me armé de valor y me levanté.
- ¡¡Joder Héctor!! – Dijo Sandra anonadada tras ver el tremendo bulto de mi bañador.
- Joder Sandra perdona, he intentado evitarlo pero tú insistías… - Expliqué casi infartado por la situación.
Mi prima se quedó unos segundos sin saber qué decir, mientras su mirada no lograba apartarse de aquella abultada tienda de campaña a escasos centímetros de su cara.
- Bu, bueno, no, no pasa nada… - Dijo sin apenas articular palabra.
Justo en ese preciso momento su amiga Susana se despidió argumentando que estaba en un lugar de pago y se le había terminado el tiempo de conexión.
- Pues… se, se acabó la charla… - Comentó Sandra aún ostensiblemente nerviosa.
Yo no sabía qué decir ni qué hacer y seguía ahí de pie con el bulto en mi bañador, al lado de la silla que ahora mismo ocupaba Sandra.
- Héctor tío, pero qué diablos te pasa…
- Joder Sandra, pues que llevo un montón de días sin … ya sabes …
- ¿Sin qué? – Preguntó con su típica inocencia.
- Joder Sandra pues sin hacerme una paja. Y encima entras así y me pones las tetas en la cara… - Me atreví a decir, víctima de mi total nerviosismo y excitación.
Sandra no salía de su asombro y respiraba de manera agitada, alternando su mirada hacia mis ojos y hacia el ya descrito bulto del bañador.
- Entonces, ¿ha sido culpa mía? – Preguntó Sandra sorprendiéndome.
- Bueno, en gran parte sí. – Contesté.
- Mira Héctor, yo no soy tonta y ya me he dado cuenta de cómo te pones cada vez que me ves en bikini, y esto no puede seguir así. – Expuso.
Yo escuchaba atentamente lo que decía, sin apartar mi mirada de ese bendito par de tetas.
- Y… qué quieres que haga Sandra, no puedo evitarlo.
- Nada, no quiero que hagas nada, ya lo voy a hacer yo. – Concluyó.
Dicho esto, giró la silla hacia donde yo estaba y mirándome a los ojos, puso su mano sobre el bulto de mi pantalón.
- Qué, qué… qué haces Sandra… - Dije completamente extasiado.
Sandra no contestó y siguió pasando su mano derecha por mi bañador.
- Bueno Héctor, vamos a acabar ya con esto. – Sentenció.
Acto seguido, dejó de frotar mi paquete y, ayudándose de ambas manos, bajó mi bañador hasta contemplar cómo mi polla totalmente tiesa apuntaba directamente a su cara.
Todavía sentada, acarició mis testículos con la mano derecha y con la izquierda recorrió mi pene de arriba abajo, en repetidas ocasiones.
Tras casi un minuto, se levantó sin soltar su mano derecha de mis testículos, situándose enfrente de mí, a unos escasos 20 centímetros.
Bajo su bikini rosa, dos pequeños montículos puntiagudos dejaban entrever la excitación de mi prima, a la que también se le había tornado una mirada diferente, tal vez producto de una intensa combinación de morbo y lujuria bajo el siempre interesante marco de lo prohibido.
- Así que te ponen mis tetas eh… - Dijo entre suspiros, casi sin poder articular palabra.
Yo permanecí inmóvil, dejando inconscientemente que llevara ella las riendas de tal desenfreno.
- Quieres tocarlas, ¿verdad?, te gustaría chuparlas, ¿eh? … - Prosiguió.
No parecía importarle mi prolongado silencio. Es más, Sandra parecía disfrutar manejando la situación.
Tras decir aquello, desató hábilmente el lazo de su bikini y, sin dejar de mirarme a los ojos, dejó que se deslizara lentamente hacia el suelo.
- Pues aquí las tienes. – Sentenció.
Al tiempo que pronunciaba esas benditas palabras, Sandra tomó mi mano derecha y la llevó hasta una de sus dos tetas, sin dejar en ningún momento de frotar mis testículos.
Yo tenía ante mí el mejor par de tetas que jamás había podido palpar, era consciente de que estaba viviendo un momento irrepetible, que jamás olvidaría.
- ¿Te gustan?, dime Héctor, ¿te gustan mis melones nuevos? – Preguntó ella, completamente excitada.
Mientras tanto, soltó mis testículos y subió su mano hasta mi prepucio, para empezar a menear mi polla con ritmo suave, como si quisiera saborear cada instante de lo que allí estaba aconteciendo.
Con su otra mano, apretaba la mía contra sus pechos.
- Sí, Sandra, me encantan. – Conseguí susurrar.
Estas palabras debieron excitarla hasta la extenuación, ya que sin apenas terminar de pronunciarlas, soltó mi pene y con sus dos manos llevó mi cabeza hasta sus pezones.
Sin pensarlo dos veces, comencé a recorrer con mi lengua aquellas fabulosas prótesis te tez morena. Los suspiros de placer de Sandra aumentaron considerablemente, llegando casi a la categoría de gemidos.
Después de permanecer así un tiempo, mi lengua se deslizó hasta su cuello para lamerlo de arriba abajo, aventurándome además a posar mis manos sobre sus duras nalgas.
- Uff, Héctor, me estás matando. – Susurraba Sandra.
Sus comentarios aumentaban si cabe mi excitación y me armaban de valor para intentar dar nuevos pasos. De ese modo, mientras ella volvía a masturbarme con su mano derecha, deslicé con cuidado una de mis manos desde sus nalgas hasta su zona más íntima.
Antes de llegar hasta ahí me detuve en uno de sus muslos, acariciándolo con la palma de mi mano, amagando con seguir hacia delante o retroceder, lo cual la estaba volviendo loca.
- Madre mía Héctor… - Susurraba.
Finalmente introduje mi mano entre sus piernas y palpé la tela empapada del bikini rosa. Comencé a frotar la zona mientras mi lengua se deleitaba de nuevo con los endurecidos pezones de Sandra.
Al notar mi mano en su zona más erógena, mi prima cayó en la lujuria máxima; levantó mi cara de sus pezones y buscó enérgicamente mi lengua con la suya, hasta encontrarla y fundir ambas en una apasionada simbiosis de placer.
- Voy a darte lo que querías. – Me susurró al oído, interrumpiendo por fin aquel largo beso.
Acto seguido, se puso de rodillas frente a mí, quedando sus tetas a la altura de mi erecto miembro. Después, escupió sobre él tal y como yo siempre había soñado, lubricándolo con esmero.
El aroma de mis feromonas mezcladas con su saliva invadía la habitación, apresándonos a ambos en una especie de celda prohibida de la que ya era imposible escapar.
Una vez embadurnada de saliva, se acercó un poco más a mí y colocó mi polla entre sus tetas para iniciar, mirándome fijamente, la primera paja cubana de mi corta historia.
- ¿Te gusta Héctor?, ¿te gusta tu polla entre mis melones? – Decía.
Yo estaba en la mayor gloria que pueda alcanzarse en vida, degustando aquel impensable premio que le destino me había tenido a bien proporcionarme.
Sandra, por su parte, parecía tan excitada que yo mismo me preguntaba si tal vez habría tenido ya algún orgasmo durante la escena. En ocasiones, cuando mi glande aparecía por encima de sus tetas, bajaba su cabeza para darle algún que otro lametón con la punta de su afilada lengua.
Me miraba a mí para después mirar mi glande aparecer y desaparecer entre aquellas montañas de carne, a la par que se mordía el labio inferior.
De repente, tras contemplar por última vez cómo mi prima escupía sobre sus propias tetas, noté como el semen retenido durante días estaba a punto de ver la luz.
- Me corro Sandra, me corro… - Anuncié con voz entrecortada.
- Sí, córrete Héctor, córrete en mis melones por favor.
Ella aceleró el vaivén de sus tetas a la vez que yo aumenté la fuerza de mis embestidas sin apartar mi mirada de aquella fenomenal paja cubana que estaba a punto de concluir.
- Vamos Héctor, vamos. – Decía.
Justo en ese momento, un potente chorro blanquecino se alzó hasta su cuello, por el cual comenzó a resbalar de inmediato hacia su canalillo mientras Sandra miraba hacia arriba con los ojos entornados.
Otros chorros, ya menos potentes, inundaron la parte superior de sus tetas, que seguían apresando mi ya palpitante miembro.
Completamente extenuada, Sandra me miraba fijamente con los párpados entornados y la boca medio abierta, con una expresión de extrema lujuria y satisfacción.
Tras la ya descrita corrida, mi prima apartó su mirada de la mía para dirigirla hacia sus propios pechos. Acto seguido, puso sus manos sobre ellos y comenzó a extender los restos de semen, hasta que aquel tono blanquecino fue totalmente absorbido por su piel.
Por último, se puso en pie delante de mí, cara a cara.
- Bueno Héctor, espero que lo hayas disfrutado.- Dijo.
Y sin dar apenas lugar a una respuesta por mi parte, su lengua buscó por última vez la mía, tal vez a modo de despedida, como un finiquito de aquella gloriosa escena vespertina.
- Qué me dices Héctor, ¿te vienes al cine o no?
- Eh, sí, sí, claro, voy con vosotros. – Contesté todavía aturdido.
Tras decir aquello, como si nada hubiese sucedido, se vistió raudamente y caminó hacia el baño. Yo, por mi parte, miré el reloj e intenté vestirme también.
- ¡Héctor, te espero abajo! – Gritó al tiempo que salía del baño.
- Vale, ahora voy.
Me impresionó comprobar que, lo que para mí había sido toda una eternidad de placer, sólo había durado unos escasos quince minutos. Será pues verdad eso de que el tiempo es relativo.