Las tetas, de la vieja marroquí
Me llamo Roberto, tengo 30 años. Vivía en el norte de España hasta hace tres años. Por motivos laborales, me mudé a un pueblo de Andalucía, en el sur, Antequera. Un pueblo muy bonito, con muchas casitas bajas y muy acogedor. El problema, era estar lejos de mi familia y amigos, sin conocer a nadie.
Me llamo Roberto, tengo 30 años. Vivía en el norte de España hasta hace tres años. Por motivos laborales, me mudé a un pueblo de Andalucía, en el sur, Antequera. Un pueblo muy bonito, con muchas casitas bajas y muy acogedor. El problema, era estar lejos de mi familia y amigos, sin conocer a nadie.
Entre mi nuevo trabajo en un almacén, por las tardes hasta bien entrada la noche, las tareas de casa y algo de deporte; me mantenía entretenido.
Poco a poco, fui haciendo amistad con los vecinos. Todos me saludaban y me preguntaban qué tal me iba, por aquí. En especial, trabé amistad con la vecina que vivía en la casa de enfrente. Era una mujer marroquí, llamada Fátima. Ahora tiene sesenta y dos años, por aquel entonces, cincuenta y nueve. Esta casada. Su marido, es un tipo muy serio; de los de hola y adiós. Tiene tres hijos. Dos chavales de treinta y tantos; y una hija que ahora tiene veintinueve. Además, tiene dos nietos de nueve y seis años. Su marido trabaja en una carpintería propia y su hija atiende la oficina. A pesar de ser marroquíes, no son musulmanes estrictos. Nada de pañuelo en la cabeza, ellas; de hecho su hija viste muy provocativa. Las mujeres de sus hijos, también marroquíes, también son muy modernas.
Fátima y su marido, llevan cuarenta años en el pueblo. Ella es una mujer muy sociable y habladora.
Físicamente, es bajita, en torno al metro sesenta. De cara no es muy agraciada. Ojos un poco hundidos, dentadura un poco prominente; pelo castaño con algunas canas. De cuerpo es algo chaparreta y rellena. Sus piernas son delgaditas; trasero un poco ancho y algo plano; algo de barriga. Lo que más llama la atención de ella, son sus pechos. Tiene unas tetas enormes. Siempre va vestida con pantalones tipo chándal o de tela finitos y camisetas de manga larga o jerseys, que marcan su gran delantera. Además, se ve que no es la típica mujer de tetas grandes, pero flácidas. Se notan llenas, macizas. A veces, hablando con ella, se me iban los ojos a sus tetas y podía ver como se le marcaba el sujetador que parecía no poder contenerlas.
Poco a poco, a medida que pasaba el tiempo, fuimos cogiendo mucha confianza y hablando cada vez más. Yo la invitaba por las mañanas a tomar un café a mi casa.
Ella, me contaba cosas de su marido y ella, en Marruecos, de joven; cosas de sus hijos; de su vida en el pueblo. Y yo, mientras charlábamos, siempre se me iba la vista a sus enormes tetas… Eran como una obsesión para mí.
Yo por ese entonces, llevaba tres años sin sexo. Había roto con mi ex y desde entonces, no había vuelto a follar. No porque no tuviera éxito con las mujeres, pero sí por pereza, quizás. No me apetecía salir a ligar. Uno se acostumbra a tener pareja y se olvida de ligar. Así que la masturbación era mi alivio diario; y cómo no, las tetazas de mi vecina mora, se convirtieron en mi objeto de deseo. Solo pensaba en amasarlas, chuparlas, meter mi polla entre ellas hasta correrme. Me daba igual que fuese vieja y feilla. Aquellos melones me traían loco.
Fátima me sacaba el tema de la novia a menudo, a medida que pasaba el tiempo. Me decía que tenía que echarme una novieta jovencita en el pueblo; que había algunas solteras.
Un día, hablando de eso, le pregunté si ella había tenido algún novio antes de su marido.
– ¡Uy, qué va hijo! Yo llevo con Mohamed desde los dieciséis años – me dijo.
Aquello me puso cachondo. Pensé, seguro que esta mujer no habrá experimentado mucho sexo con su marido.
Mis masturbaciones pensando en la vieja mora, aumentaban. ¡Dios!, no podía parar de pensar en aquellas enormes tetas.
A medida que pasábamos tiempo juntos por la mañanas hablando en mi casa, tomando café; mis ojos se posaban sobre sus melones menos disimuladamente.
Un día, Fátima, llevaba un jersey rojo muy fino. Sus tetonas se marcaban muchísimo. Podía notar el sujetador y sus grandes pezones. No podía dejar de mirarlas, mientras hablábamos sentados en el salón.
Mi polla palpitaba bajo mi pantalón de chándal azul. No es por presumir, pero tengo un buen miembro. Muy largo, veinte centímetros; y grueso. Mi erección empezaba a levantarse.
Fátima, en un momento de la conversación, me comentó algo de que estaba muy vieja y que ya no tenía la energía que de joven, para andar cuidando a sus nietos por las tardes.
Entonces, vi la oportunidad de coquetear.
– Anda Fátima, si estás muy bien conservada, mujer – le dije.
– Qué va hijo; si cada día me veo más arrugada y gorda – respondió riendo.
– Quita, quita; que vas a estar gorda. Rellena más bien. Además a los hombres, nos gustan las mujeres con algún kilo de más – le contesté sonriendo.
– Hombre hijo, pero yo tengo mucho peso y encima vieja – dijo riendo con picardía.
– ¿Pues sabes, qué? Tienes algo que nos gusta mucho a los hombres – le dije, mientras la excitación del momento hacia que mi polla se entumeciera aún más bajo mi pantalón.
– ¡Ay hijo!, ¿el qué? – preguntó riéndose sorprendida – Sí soy una vieja – prosiguió.
– Pues me da vergüenza decírtelo. No te ofendas, Fátima, pero la delantera que gastas, es tremenda. Tienes los pechos más grandes que he visto en mi vida – le dije excitado.
La vieja mora explotó a reír. La piel cetrina de su rostro se enrojeció.
– ¡Ay hijo!, pues de eso sí que tengo. Otra cosa no, pero pecho, tengo para repartir – dijo riéndose, mientras con una mano se tocaba una de sus enormes tetazas.
– Yo desde que te conozco, me fijo mucho. ¡Madre mía, Fátima!, es que son muy grandes. Eres muy pechugona, muy tetona… – dije mirándoselas directamente, mientras ella reía.
– Siempre he sido de pecho grande, hijo. Y después de tres hijos, más aún – dijo riendo.
– Pues seguro no les faltó alimento; porque vaya biberones se comían – le dije guiñando un ojo.
Fátima se rio, mientras me cogió del brazo.
– Sí hijo, sí. Hambre no pasaban. Tenían bastante que comer aquí – dijo la vieja, señalando sus tetazas.
– Tienes buenas… buenas ubres, vamos – respondí volviendo a guiñar el ojo, mientras ella sonreía.
– Pero no veas los problemas de espalda que tengo. Me pesan mucho. Y para encontrar sostén, me vuelvo loca – dijo.
– ¿Qué talla usas? – pregunté.
– Uso una 110, copa K. No encuentro en muchas tiendas esa talla – dijo.
– ¡Wow! Vaya, son enormes. Menudas domingas – dije riendo.
– Pero el dolor de espalda es lo peor – dijo la mujer, haciendo una mueca de disgusto.
– Supongo que sí; pero es algo muy atractivo en una mujer. Yo nunca he visto unas así de grandes. He tenido tres novias y ninguna era de pecho grande. A mi me encantan las mujeres tetonas, con mucha delantera, mucho tetamen. Te alegran el día – dije a la vieja mora, que no paraba de reír al escucharme.
– Hijo, ¿yo te alegro el día? – preguntó riendo.
– Pues sí, Fátima. ¿Y sabes lo que me alegraría más? – le pregunté excitado.
La mora me miró sonriente y curiosa. Yo, con mi polla erecta bajo el pantalón, no podía desaprovechar el momento.
– ¿El qué, hijo? – preguntó.
– Verlas. ¿Me las enseñas? Nunca he visto unas así – dije.
– ¡Hijo!, que soy muy vieja y estoy casada – respondió riendo y sonrojada. – Además como se entere alguien, menuda vergüenza – continuó.
– Venga Fátima, te prometo que no se lo digo a nadie – dije.
Tras unos minutos para convencerla y haciéndome jurar mil veces el no decir nada a nadie; accedió muerta de vergüenza.
– Bueno, de esto ni palabra, eh – dijo.
Fátima, me miró sentada en el sofá y sonriendo con su dentadura saltona y su cara sonrojada; cogió la cintura de su jersey rojo y la levantó. Sus enormes tetonas enfundadas en un sujetador blanco, rebotaron al caer. Yo le dije que se quitara el jersey del todo. Así lo hizo. Después, sonrojada y con una risa nerviosa, en silencio; con aquellas ubres que parecían no caber en el sostén; primero se sacó una tetaza y luego la otra. Eran descomunales… Enormes, algo caídas por el peso, pero llenas, macizas. Unas ligeras venas azules surcaban aquellas grandes tetonas morenas. Las areolas eran del tamaño de una galleta y los pezones carnosos. Marrón oscuro.
Mi polla estaba completamente erecta y descapullada. Se notaba. Y no pude evitar tocármela, sobre el pantalón. Fátima me miró y río nerviosa y avergonzada.
– ¡Madre hijo!, ¿tanto te gustan mis tetas? – preguntó la vieja.
– Mucho. No paro de pensar en ellas. Son unas tetonas enormes – le dije.
Sin pensarlo, alargué mis manos y las toqué. No podía abarcarlas. Las amasé y amasé, sintiendo su tacto caliente y pesado. Las juntaba, levantaba y dejaba caer rebotando.
– ¡Dios, Fátima! ¡Qué domingas! Tienes unos cántaros enormes – dije mientras amasaba aquellas tetas descomunales y llenas.
– Qué gusto tiene que dar follarte y ver cómo se bambolean – dije excitado.
– ¡Hijo!, que tú y yo no podemos… Ya sabes. Yo soy mujer casada y soy muy vieja – dijo nerviosa.
Fátima no decía nada. Solo me miraba riendo nerviosa y sonrojada. La vieja mora se dejaba sobar y aquello me ponía mucho más.
Sin preguntar, junté con mis manos aquellas ubres inmensas y acerqué mi boca a ellas. La vieja temblaba nerviosa.
Pase mi lengua por sus enormes pezones y los chupe suavemente y luego volví a pasar la lengua y a chuparlos con más fuerza. Metí mi cara entre sus tetas. Olía a sudor fresco y a colonia suave.
– ¡Bufff! Parecen dos biberones gigantes. Son como globos a punto de explotar – dije, mientras amasaba y chupaba las enormes ubres de la vieja.
Entonces, viendo que ella se dejaba hacer; me puse de pie ante la vieja mora que estaba sentada frente a mí, que me miraba vergonzosa y con una ligera sonrisa nerviosa. Me bajé el pantalón de chándal y los calzoncillos y mi enorme y gruesa polla saltó disparada hacia arriba. Fátima miro sorprendida y bajó la mirada; mientras yo me la tocaba.
– ¡Ay hijo!, que yo te tengo mucho cariño, pero yo no puedo hacer. Que yo estoy casada – dijo nerviosa.
– Solo quiero meterla entre tus tetonas, Fátima. Es mi fantasía. Quiero follarte esas domingas enormes – dije excitado, mientras ella se ruborizaba aún más.
– Pero hijo… – respondió ella.
– Solo ponértela entre esas tetazas. Frotarla entre tus melones – dije.
Acerqué mi polla y la puse entre las tetazas de la vieja.
– ¡Dios, Fátima!, son tan grandes. Me vuelven loco tus enormes perolas desde el primer día en que te vi. Junta tus tetas. Vamos – le ordené.
La mora, muerta de vergüenza y con los ojos cerrados sentada ante mí; aprisionó mi polla entre ellas. Agarré a la vieja por los hombros y empecé a follarme sus descomunales tetas con vigor. Mis caderas embestian hacia adelante y atrás, haciendo que mis muslos golpearan sus enormes pechos; haciendo un ruido de palmeo rítmico. ¡Plof, plof, plof, plof, plof!, se oía por toda la casa.
Miraba hacia abajo y veía la fea cara de la vieja mora. Sonrojada, con los ojos cerrados y un gesto nervioso, sujetando sus tetonas, que enterraban mi polla; mientras yo embestía deslizándola entre ellas y mi líquido preseminal inundaba el canal estrecho que formaban las descomunales ubres de la mora. Las oleadas de placer en cada vaivén y aquel ruido rítmico al chocar contra sus tetonas; me volvían loco.
– ¡Joder Fátima, qué perolas, qué cántaros! ¡Qué ganas de follarte estos melones tenía! – grité excitado, aumentando el ritmo del vaivén y agarrando fuerte los hombros de Fátima.
Mi polla chorreaba entre las tetazas de la vieja.
– ¡Ay cielo, tengo que ir a por mis nietos al colegio – dijo Fátima, nerviosa.
– Me voy a correr… Quiero correrme en tus tetorras… Espera… ¡Dios qué melones! – le dije con la voz entrecortada, mientras seguía follándole las inmensas domingas con fuerza y apretando sus hombros.
Aumenté el ritmo. Mis muslos golpeaban con más fuerza sus tetonas. ¡Plof, plof, plof, plof, plof, plof, plof! Retumbaba el sonido por toda la casa. Mi polla empapada y a punto de explotar, se deslizaba rápidamente por entre los melones de la vieja; que con los ojos cerrados y con gesto avergonzado, apretaba las tetonas dándome más placer.
– Cielo, tengo que irme. No puedo esperar. Termina ya si quieres – dijo avergonzada.
– ¡Aaaah… voy a correrme! ¡Joder qué biberones! ¡Es como meterla entre dos globos enormes llenos de agua! ¡Buff! ¡Fátima! ¡Dios estoy a punto! ¡Qué perolas! – jadeaba mientras seguía y seguía follándole las enormes tetas arriba y abajo, con fuerza.
– ¡Voy a correrme, voy a correrme! ¡Así entre tus melones! ¡Aaah… Dios qué domingas, que tetonas tienes! ¡Me corro, Fátima! ¡Quiero follarte estas ubres de vaca lechera, joder! – grité embistiendo entre sus tetonas con mi polla; justo cuando una sacudida violenta recorrió mi cuerpo, haciéndome dejar de respirar. Me corría.
Saqué mi polla de entre las descomunales tetas de la vieja y sujetándomela con la mano, la dirigí a la cara de Fátima. Ella, sorprendida, intentó apartar la cara, pero yo la agarré por la cabeza con mi otra mano, mientras ella con las suyas apoyadas en mis muslos, empujaba para intentar apartarse. Una nueva sacudida me hizo ponerme de puntillas y mi enorme polla soltó un primer chorro de semen blanco y espeso a la cara de la vieja. Le golpeó como una bofetada en la frente. La vieja se sorprendió y abrió la boca de reflejo; y justo otro enorme chorro, entró en ella. Le dio una arcada e intento quitar la cara mientras el semen blanco y espeso le chorreaba de la boca. Yo le cogí la cabeza y otros dos chorros salieron disparados a su cara. Luego, otros dos más. Cada chorro, era un inmenso placer. Nunca había eyaculado tanto. Hasta diez chorros de semen salieron a borbotones, bañando la cara de la vieja. A Fátima le daban asco, fruncía el ceño.
La vieja mora, tenía la cara cubierta de mi semen blanco y espeso. Su gesto avergonzado, denotaba un poco de grima. El semen se deslizaba por su cuello y sus tetonas.
– ¡Dios Fátima, qué gustazo! ¡Cómo deseaba esto! Tienes unas tetas como melones. ¡Buff, que ubres! – dije suspirando.
Fátima fue al baño a asearse. Me hizo jurar que nunca diría nada.
Desde entonces, hace un año ya, seguimos siendo íntimos amigos. Sigue viniendo todos los días a tomar café por las mañanas. Y aunque no me deja follármela, porque me dice que no quiere ser infiel a su marido; a veces cuando insisto, me deja follarme sus enormes tetonas. Siempre me pide que no me corra sobre su cara, pero yo no puedo evitarlo y se lo echo en el rostro.
Hace tres meses, conseguí que me hiciera una mamada. Pero mi experiencia con Fátima y el sexo oral; os la contaré otro día.