Las terapias de mi esposa, Capítulo V (final)

Como en cada video anterior ella no lo sabía, pero yo había leído previamente su bitácora y, éste prometía ser el que terminaría de volverme más loco por ella, o terminaría por crear un gran problema en nuestra relación.

Eran las 12 de la noche cuando mi mujer tomó su computadora y se dispuso a abrir el último video de la serie de encuentros con Arturo, su paciente de 19 años, a quien había tomado como su aprendiz de sexo para ayudarlo con sus problemas existenciales.

Como en cada video anterior ella no lo sabía, pero yo había leído previamente su bitácora y, éste prometía ser el que terminaría de volverme más loco por ella, o terminaría por crear un gran problema en nuestra relación.

BITÁCORA SESIÓN 9

“Esta sesión ha sido la más completa, incluso se ha extendido al doble del tiempo normal y no le he hecho cargos adicionales, pues me ha pagado con el caso más excepcional de mi vida.

Lo dejé que hiciera conmigo lo que quisiera, le di carta abierta, y he quedado altamente satisfecha tanto en mi papel de maestra como en el de mujer

Me ha tratado mal de una forma tan excitante que no se lo reprocho, sin embargo debo comentarlo con él la próxima sesión para que no haga lo mismo con otras mujeres”.

VIDEO 6, SESIÓN 9

Comienza desde que Aida le abre la puerta a Arturo y la cierra con seguro apenas entra. Se había tomado la molestia de “disfrazarse”, o al menos de ponerse un traje de super puta que jamás lo vi por la casa.

Arturo la miró de pies a cabeza cuando entró en el consultorio. Se topó con una Aida enfundada en un traje sastre que al menos era una talla menor a la suya, con una minifalda ajustada que apenas le cubría las nalgas, una blusa blanca desabotonada hasta medio pecho, un saquito abrochado solo del primer botón y que claramente dejaba de fuera sus atributos, unos lentes de secretaria y una cola de caballo en el cabello agarrada por una pluma.

Lo invitó a sentarse y cuando estuvo cómodo, se agachó a conectar su celular en la toma del piso, de espaldas a él, y dejó ver que debajo de la ajustada falda llevaba esas panties tipo short a media nalga, de encaje color negro, que tan loco me vuelven a mi.

El autocontrol que Arturito mostraba era espectacular. Yo mismo ya hubiera estado quitándome la ropa en ese momento, pero él permanecía sentado conversando tranquilamente mientras mi mujer se ponía en diversas poses sugerentes para sacarlo de concentración.

El paciente se puso de pie y fue hasta el frigobar para tomar una botella de agua. Su pantalón estaba intacto, sin signos de erección, mientras mi mujer se sentaba en el borde del escritorio con sus piernas bien cerradas mostrando solo lo necesario, y se acomodaba constantemente el saco haciendo que sus tetas rebotaran suavemente cuando lo soltaba.

Cuando parecía que regresaría a su sillón, Arturo cortó abruptamente camino y se dirigió lentamente hacia mi mujer. Se posó frente a ella teniendo cuidado de no acercarse tanto que sus partes se juntaran, y comenzó a jugar con el cabello de Aida, causando que ella lo mirara con cierta ternura.

Tomó entonces suavemente su cara con ambas manos en el video, mientras en la cama mi mujer se incorporó un poco en señal de que algo estaba a punto de suceder, y sin que ella opusiera ningún tipo de resistencia, el chico le plantó un beso que, si bien no debe haber sido tan largo, para mi fue eterno mientras lo observaba.

No entendía lo que me pasaba en ese momento. Había visto como a mi mujer la penetraban, como ella le practicaba orales a otro hombre, como ese hombre le insertaba todos sus dedos por cualquier orificio; pero el hecho de verla besarlo con tanta pasión, de ver sus manos acariciando su espalda con ternura en vez de apretarle las nalgas con locura, me estaba matando, y ella se dio cuenta.

Por fin el beso terminó, y mientras Arturo se limitó a irse a sentar al sillón como si nada hubiera ocurrido, mi mujer siguió cada uno de sus pasos con una expresión pasmada, como gritándole a los cuatro vientos que no había tenido suficiente ternura en medio de tanta pasión.

Aida estaba completamente bajo su control. Cambiaba de posiciones, se levantaba la falda cuando Arturo se distraía, e incluso terminó por quitarse el saco sastre y quedar enfundada solo en la blusa blanca desabrochada hasta medio pecho, y sin llevar nada debajo. – sus pezones lucían impresionantes en el video –

Caminó entonces muy lentamente hacia el sillón donde estaba sentado él, y sin perder el contacto visual para no distraerlo, se fue hincando lentamente en el piso hasta meter su cuerpo entre las dos piernas de Arturo.

Le desabrochó el cinturón, luego los pantalones, y luego comenzó a bajárselos suavemente hasta que le quedaron a media pierna. – Felicidades nuevamente Arturito, felicidades, pensé – El chico quedó sentado con el culo desnudo sobre el sillón, y mi esposa mirando atentamente, muy de cerca, una verga que no había visto así antes: flácida.

En los 20 años que llevo de conocerla, jamás me ha conocido la verga flácida cuando estamos en una situación sexual, pero Arturo, logró mantenerla así, incluso hasta el momento en que mi mujer comenzó a acariciar sus piernas de abajo hacia arriba dirigiéndose a ella.

No fue hasta que ella la tomó entre sus manos y comenzó a retirarle el prepucio, que aquella aguadencia comenzó a adquirir tamaño y dureza, todo ello ante la sonrisa de mi mujer que admiraba el momento de la erección como si estuviera festejando un logro personal.

Arturo recargó la cabeza hacia atrás en el respaldo del sillón para no ver el espectáculo que yo estaba viendo. Nunca Aida me dio una mamada como esa. Acercando su rostro primero para verla de cerca, para olerla, para darle un suave beso y luego una tierna lamida.

Acarició sus bolas, las besó, las lamió. Se metió solo la cabeza del pene en la boca y lo succionó suavemente mientras con su mano lo acariciaba, y luego se enderezó para meterlo de un bocado hasta la garganta, cosa que conmigo hacía solamente cuando estaba muy borracha.

Su paciente se exaltó cuando sintió que su verga topaba en la campanilla de mi mujer, pero lo que siguió le hizo tomar nuevamente su posición y disfrutar del momento.

Mientras Aida lo masturbaba usando manos y boca, yo comencé a tener una erección, y caí en la cuenta de que mientras veía el video, mi mujer había estado jugando con mi verga flácida, así que esta habría sido la primera vez que alguien que no fuera un médico me tocaba sin que yo tuviera una erección.

Cuando aquel espectáculo oral terminó. Mi mujer se puso de pie y fue hasta el perchero que tiene a un lado de su escritorio. Comenzó muy lentamente a quitarse cada una de sus prendas y las colgó cuidadosamente hasta quedar completamente desnuda.

Sin dejar de platicar, comenzó a pasearse de un lado a otro del consultorio como Dios la trajo al mundo, acomodando uno o dos libros, y luego regresando para abrir el frigobar y tomar una botella de agua.

¿Había acaso una manera más extrema de ofrecerle su cuerpo al chico? Y aun asi, a pesar de que Arturo no perdía la erección, permanecía sentado observándola caminar de un lado a otro, con sus carnes de cuarentona rebotando a placer, sus extraños pezones apuntando al cielo y su cabello aun amarrado con una pluma de papelería de barrio.

Se puso entonces de pie y comenzó a sacarse la ropa lentamente. Mi mujer se quedó viendo cada movimiento con una sonrisa en la boca, disfrutando cada centímetro de piel joven restirada por una ligera musculatura, y esperando lo que aquel chico le tuviera preparado.

Se acercó lentamente y se quedó a unos centímetros de distancia, con su erecto pene como la parte del cuerpo que más se aproximaba a mi mujer y con la mirada de ella hacia abajo esperando que la salchicha hiciera contacto con su abdomen.

Te va a besar, le dije a mi mujer, te tiene enculada desde el beso que te dio al principio. Aida, con una risa nerviosa, me respondió que no, que con él todo estaba calculado, que el único que la ha enculado siempre he sido yo.

Aun no terminaba de decírmelo, cuando en el video el chico terminó de pegar su cuerpo contra el de mi mujer y comenzó a besarla con mucha más pasión que al principio. Ya perdiste, le dije. Y ella no me respondió nada.

Aida quedó completamente a merced del chico. Sus ojos permanecían cerrados mientras él la acariciaba y apretujaba por todos lados. Le soltó el cabello y tiró la pluma, le apretó las tetas de una forma que debió haber sido dolorosa, se inclinó para pellizcarle las nalgas y luego se escupió la mano para meterla entre sus piernas y embarrarle su saliva.

La giró de espaldas a él, la hizo recargar en el escritorio y le dio un par de nalgadas bien dadas. – Nunca había yo nalgueado a mi mujer sin recibir un regaño después – Se acercó por detrás de ella y tomando su pene con la mano derecha, comenzó a golpeárselo entre las nalgas como vil puta de video pornográfico. Y ella… ella lo disfrutó.

No se de donde sacó un preservativo, pero comenzó a ponérselo con una mano mientras con la otra jugaba entre las nalgas de Aida a placer, luego sin avisarle se las abrió de par en par, y de un caderazo le metió la verga sin el más mínimo cuidado, no al primer intento, sino al segundo, causando que mi esposa tumbara un par de adornos que tiene en su escritorio, tal vez de dolor, tal vez de placer.

Ahí mismo la bombeó durante al menos dos minutos, con gran fuerza, empujando fuertemente su cuerpo contra el escritorio. – Recordé entonces que unos días atrás mi mujer se quejaba de un dolor abdominal y  se lo achacaba a que había vuelto a hacer ejercicio –

Ella ya no era la que mandaba, así que permitió que su chico le diera hasta que se cansara, y cuando la soltó, ella se giró de frente a él para esperar el siguiente movimiento. La expresión de mi mujer no era normal, estaba extasiada, más de lo común, sus ojos parecían perdidos en el horizonte.

Arturo la tomó de la cintura y la sentó en el escritorio a manera que su entrepierna quedara justo en el borde, y luego la embistió.

Contrario a las sesiones pasadas, Aida no se recargó en el escritorio, sino que buscaba la manera de abrazar al chico, de afianzarse de su cuerpo sin perder la penetración, pero nunca logró acomodarse, así que Arturo salió de ella y se tiró en el piso boca arriba.

De un salto mi esposa bajó del escritorio y se acomodó en reversa, dando la espalda a Arturo y el frente a la cámara, hizo una sentadilla mientras con su mano buscó la verga del chico y se la metió en ella.

Mientras brincaba sobre él hizo algo que no había hecho antes, miró directamente a la cámara.

No pude ver el espectáculo por estar viendo sus ojos. Parecía que me estuviera dedicando tanta satisfacción. Se mordía los labios, abría la boca, cerraba los ojos y luego los volteaba hacia arriba, gritaba de placer seguramente, no había manera de que no lo hiciera.

¿A qué hora era eso?, le pregunté, ¿Cómo hacías para que los vecinos no escucharan los gemidos? Me respondió que por la mañana, y que trataban de no hacer demasiado ruido, aunque no sabía si alguien los había escuchado.

Aquí cambiaba todo, pues una cosa era que yo supiera que mi mujer había tenido tremendo desliz, y una muy diferente que el otorrino de un lado anduviera por ahí diciendo que a la Psicóloga venían y se la cogían de lo lindo en su consultorio.

Mientras todo aquello pasaba por mi mente, mi mujer tuvo un claro orgasmo en el video, dejando caer el peso de su cuerpo sobre Arturo y luego dejándose caer boca arriba a un lado de él.

Le había fallado a su alumno, pues él tuvo que ayudarse a si mismo unos segundos más para terminar aun boca arriba dentro del condón, contorsionarse y luego salir disparado al baño a deshacerse de la evidencia.

Cerré la computadora y mientras mi esposa permanecía recostada en mi pecho sobando mi pene para mantener mi atención en otra cosa, le pregunté: ¿Y qué ha pasado después de eso?

Ella levantó su rostro, me miró, y me respondió que Arturo no volvió a agendar una cita. Fui el juguetito de un adolescente Carlos, me dijo, tuvo todo lo que quiso hasta que se aburrió.

Se levantó de la cama y caminó hasta el closet, sacó una bolsa del Best Buy y puso sobre la cama un tripié y una cámara de video.

Si no te mostraba los videos no me ibas a entender, me dijo. ¿Quieres que sea tu juguetito de aquí en adelante?