Las terapias de mi esposa, Capítulo I

No soporto más la culpa, me dijo mi mujer, tengo que hacerte una confesión. Aquellas palabras aun retumban en mi cabeza desde aquel sábado por la tarde, no solo por lo que me enteraría en los próximos minutos, sino por todo lo que ésto despertaría en nuestra relación a partir de ese momento.

No soporto más la culpa, me dijo mi mujer, tengo que hacerte una confesión. Aquellas palabras aun retumban en mi cabeza desde aquel sábado por la tarde, no solo por lo que me enteraría en los próximos minutos, sino por todo lo que ésto despertaría en nuestra relación a partir de ese momento.

Mi esposa es Psicóloga de profesión, terapeuta principalmente de adolescentes. Es una mujer de 41 años muy celosa de la confidencialidad de su trabajo; atractiva, más del estilo elegante que del exhuberante, tal vez por ello siempre ha atraído las miradas de hombres mayores que nosotros, y por ello, desde hacía mucho tiempo había decidido no atender a hombres solos y enfocarse a mujeres, parejas y adolescentes.

Ambos sabíamos ya por dónde se movería aquella confesión, así que sin más preámbulos me dijo: Fue un paciente. ¿Empezaste a atender hombres? le pregunté extrañado. Pues no parecía problema, me respondió, y llenando sus ojos de lágrimas me dijo que se trataba de un chico de 19 años.

Mi mente se llenó de gritos ahogados, unos querían reclamarle que era una puta desgraciada, mientras que otros me atacaban a mi mismo por haber descuidado el ejercicio y convertirme en "un señor" que seguramente ya no le era atractivo. ¿Y cómo diablos pasó?, le pregunté.

Aun entre lágrimas me dijo que era un chico problemático, de esos que sus padres no pueden controlar, un niño mimado que iba por la vida queriendo tener sexo con cuanta chica se le cruzara por enfrente. Se tiraba en el sillón, me dijo, cerraba los ojos y comenzaba a platicar sus supuestas aventuras sexuales, muy explícitamente.

Al principio me daba risa, pero luego empezó a perder el pudor y no solo se excitaba delante de mi, sino que mientras él mantenía los ojos cerrados hablando comenzaba a acomodarse su parte endurecida por encima del pantalón, y yo ahí viendo, dijo mi mujer, luego de escuchar como se había enredado a una chavita y la había llevado a la cama, me tenía que aguantar estarlo viendo tocarse.

En ese momento, entre miles de pensamientos en mi cabeza, recordé que yo mismo había instalado el circuito cerrado en el consultorio de mi mujer, y sin pensarlo dos veces la interrumpí diciendo: el video.

¿Cómo dices? respondió. Quiero ver el video, le dije, tu tienes cámaras de seguridad, no me digas que no lo grabaste e incluso te has sentado a verlo. Mi mujer rompió en llanto y fue por su computadora; abrió un folder bajo el nombre de "Papelería de archivo Junio" y me la entregó. No puedo quedarme, me dijo, me voy a ir a dar una vuelta mientras tu ves los videos, y ya cuando termines me envías un mensaje para decirme si quieres o no que regrese a casa.

Menuda sorpresa me llevé, pues no era un video, sino una serie de encuentros, todos documentados por fecha y de diversas longitudes.

VIDEO I

Lo había recortado, pues a pesar de que era el que aparecía con fecha más antigua (6 semanas antes de ese día), comenzaba abruptamente con el chico acostado boca arriba en un sillón y mi esposa escuchándolo atentamente desde una silla a un lado. Cabe mencionar que el video no tenía audio.

Me enfoqué primero en analizar al chico. Bastante "normal" diría yo. Delgado, no muy alto, rubio con corte a la moda y una barba que apenas le crecía por su edad. Hablaba y hablaba y se revoloteaba recostado en el sillón, hasta que tal como me lo contó mi mujer, su bulto comenzó a crecer debajo del pantalón deportivo azul que llevaba puesto y de vez en vez una de sus manos se dirigía al área y lo acomodaba de un lado a otro.

Supuse que aquella no era la primera sesión de la terapia, sino seguramente la primera sesión en donde hubo algo especial, pues mi mujer no pareció sorprendida en lo más mínimo. Por el contrario, dejó de lado la libreta y se dedicó a observar al chico de arriba a abajo y enfocándose más tiempo en su región pélvica.

De pronto en un movimiento suave pero predecible, el chico metió su mano por debajo del pantalón y comenzó a tocarse como si estuviera solo. Mi esposa se levantó de su silla y comenzó a decirle algo aparentemente en tono fuerte, pero el chico ni siquiera se inmutó. No solo continuó tocándose, sino que sacó por completo su cosa por el elástico del pantalón y comenzó a sobarla suavemente como ofreciéndosela a su interlocutora.

Mi mujer se quedó inmóvil mirando la descaradez de aquel chico que continuaba hablando, diciendo solo Dios qué,  y luego le dijo algo en un tono mucho más tranquilo que momentos atrás.

El chico se incorporó para sentarse en el sillón, y en el movimiento aprovechó para tumbarse los pants hasta las rodillas y quedar sentado con su culo desnudo y su verga bien parada. Mientras esto sucedía, mi mujer estaba de espaldas, pues había ido a cerrar con llave la puerta de su consultorio – la gran puta se lo estaba permitiendo, pensé- y cuando se dio la vuelta pude ver su sobresalto al darse cuenta de que el chico estaba listo para cualquier cosa.

Comenzó a masturbarse muy lentamente mientras algo le decía a mi mujer, que decidió quedarse cerca de la puerta durante algunos segundos. Luego el chico se puso de pie y terminó de sacarse los pantalones para dejarlos tirados en el piso y darse una vuelta de modelo para que mi mujer pudiera observar no solo su paquete, sino su culo, que a primera vista parecía duro y firme.

El chico tenía el control de la situación, pues con una sonrisa en la boca y sin soltarse la verga de la mano, invitaba a mi mujer a que se acercara señalando el sillón como pidiéndole que se fuera a sentar ahí, y tras un par de segundos, la muy descarada le obedeció.

Pude entonces ver la expresión de mi esposa. Era inicialmente de miedo, pero también tenía un dejo de excitación, muy parecida a la de aquella primera vez que nos metimos en un motel teniendo 3 meses de salir juntos y ambos sabíamos a lo que íbamos.

Se sentó en el sillón y el chico se le puso enfrente. Apenas y podía ver lo que sucedía, pues el chico había quedado de espaldas a la cámara y el ángulo era limitado. Mi mujer se dedicó a mirar durante algunos segundos, más no tardó mucho en estirar una de sus manos para alcanzar aquella erecta y joven verga que le había caído del cielo.

No lograba ver su rostro más que por momentos cuando el chico se movía retorciéndose con el placer que mi esposa comenzaba a darle. Ella lo sobaba, no solo el pene, sino con su mano acariciaba su torso de arriba abajo y luego continuaba con el trabajo de “chacotearle el pito” como ella misma le llamaba cuando me ofrecía hacerlo.

Debo confesar que ver aquello me tenía hecho un demonio por dentro; simplemente no podía creer que mi abnegada esposa fuera capaz de faltarle tanto a su profesión como al matrimonio de esa manera. Sin embargo lo que veían mis ojos era tan real como la expresión de desesperación que mi esposa comenzó a tener después de sobarle su cosa durante un par de minutos.

Pude ver que estaba llegando a su límite, tal como sucedía conmigo, se estaba cansando de atenderlo y quería ser atendida ella, y así lo hizo.

Se puso intempestivamente de pie y se quedó un momento mirando a su paciente, luego sin decirle nada, comenzó a desabrocharse la blusa poco a poco hasta sacársela y dejarla caer sobre el sillón, y después hizo lo mismo con el sostén.

Aquel par de tetas que yo conocí cuando aun estaban en su apogeo rebotaron en plenitud hasta donde la gravedad de los 40 y tantos las habían llevado, y acompañadas de ese abdomen ya no tan plano y con cicatrices de cesáreas, resultaron posiblemente una aventura diferente para el chico, pues la observó durante algunos segundos seguramente pensando en qué demonios se estaba metiendo cuando a su merced tenía chicas con tetas firmes y vientres trabajados.

El chico comenzó entonces a decirle algo a mi esposa sin parar de mover la boca durante muchos segundos. Pudiera haber sido algo explícitamente cachondo, pues mi esposa cerró los ojos y frunció el ceño. – Yo sabía perfectamente que a ella no le gustaban las palabras sucias sino las románticas – Sin embargo la molestia que las palabras pudieron haber generado, fue tapada de inmediato con la embestida del chico con sus manos sobre los pechos de mi mujer.

No me había dado cuenta de lo flácidos que se habían vuelto hasta que los vi siendo manoseados por otro. El chico los apretaba de abajo hacia arriba y terminaba dando un pequeño pellizco a sus pezones, mientras mi esposa cerraba con más fuerza sus ojos y apretaba sus puños en señal ya sea de un tremendo placer, o bien de que aquello la estaba lastimando.

No tardó mucho en comenzar a desabrocharse el pantalón de sastre que llevaba puesto, seguramente para desviar la atención del chico y que se enfocara al área donde más satisfacción le daría.

En pocos segundos mi mujer ya se estaba sacando el pantalón y la pantie para dejarlos tirados en el piso, y dejando a la vista de su paciente una entrepierna perfectamente depilada – De inmediato me fui al calendario para checar qué día de la semana era, pues mi mujer no se rasuraba la raja más que los fines de semana, y me di cuenta de que era miércoles, lo cual me hizo estar seguro de que se alistó para aquel encuentro –

Se dejó caer en el sillón y abrió las piernas de par en par, esperando seguramente que su nuevo amiguito se hincara para lamer su sexo como tantas veces lo he hecho yo en la sala de la casa.

Vaya sorpresa se llevó mi mujer, pues el chico no tenía la menor intención de darle placer a ella; por el contrario, se fue de inmediato a recoger su cartera del piso y sacar un preservativo que se puso más pronto de lo que mi esposa pudo decirle algo que no alcancé a leer en sus labios qué era.

El chico se dejó caer sobre mi mujer deteniéndose del respaldo del sillón, y mientras ella apenas comenzaba a acomodarse, empezó a tirarle caderazos para buscar penetrarla lo más rápido posible, y lo consiguió después de 3 o 4 intentos y movimientos de mi esposa para acomodarle su cuerpo al alcance de aquella joven verga.

Pude ver la expresión de mi mujer cuando la penetró: Una combinación de placer, culpabilidad y hasta dolor. Sus manos aferradas al sillón como pidiendo un poco de piedad ante el joven macho que la embestía sin clemencia y, que pocos – muy pocos – segundos después, se dejó caer en el piso derrotado, con un condón lleno a reventar colgando del pito, y dejando a una mujer ávida de satisfacción completamente desorientada en el sillón.

De inicio me reí a carcajadas cuando vi vestirse al joven y a mi mujer quedándose con aquella expresión de: ¿eso fue todo?, pero luego vinieron mis dudas. Si esto fue así, ¿porqué había tantos videos en la carpeta?

La respuesta me la dio un documento de Word llamado “Bitácora” que encontré mientras decidía cual video ver después.

SESIÓN 5

“Finalmente sucedió lo que desde hace algunas sesiones esperaba. Tras contarme su fracaso con Estefanía, Arturo tuvo la valentía de proponerme que tuviéramos sexo solo con la finalidad de que yo evaluara su desempeño”, decía al inicio la bitácora, y tras explicar de una manera fría e impersonal el episodio, cerraba diciendo:

“Arturo se molestó en sobremanera con la retroalimentación. Quedo en espera de agendar próxima cita aunque se ven pocas posibilidades”.

Tomé entonces mi teléfono y el envié un mensaje a mi mujer diciéndole que regresara a casa para hablar tranquilamente del asunto.