Las tentaciones de Alicia
Cuando una joven y atractiva esposa se convierte en el objeto de deseo de un depredador, ¿queda alguna esperanza de fidelidad para ella?
Como cada verano desde hacía seis temporadas, Alicia y David, junto con sus hijos, se disponían a disfrutar de las vacaciones estivales en un pueblo de la costa. Allí se juntaban con otras cuatro familias con las que ya llevaban tiempo pasando el verano en grupo para hacer lo de siempre: ir a la playa, chismorrear, hacer algo de deporte y salir a cenar. Lo cierto es que el matrimonio no esperaba grandes emociones del veraneo, pero aun así les gustaba y lo esperaban todo el año. En especial Alicia. Para ella, poder estar dos semanas sin obligaciones laborales, compartiendo el tiempo de manera relajada con su marido y sus hijos, lo era casi todo en la vida.
Alicia era una mujer tranquila, algo tímida y sobre todo familiar. Muy querida en el colegio en el que daba clases a niños de primaria, así como por su reducido círculo de amistades, éstas se limitaban prácticamente al sexo femenino. Nunca se lo había comentado a nadie, pero desde que su cuerpo empezó a convertirse en el de una mujer, demasiadas veces se había sentido incómoda ante la mirada libidinosa de los hombres. Y es que no era para menos. A sus 32 años, Alicia era una hembra muy atractiva, con una anatomía voluptuosa que resultaba un imán para los ojos masculinos.
Pero aquel verano algo iba a cambiar en su dinámica cotidiana ante la incorporación al grupo de un elemento nuevo. El primer día que se vieron con los amigos en la playa, uno de los maridos se encontró con Germán, un viejo conocido, soltero empedernido y vividor. Estaba solo, pues hacía poco que se había comprado una casa junto al mar y todavía no conocía a nadie. Cuando llegó hasta las parejas para saludar, las mujeres se impresionaron de su envidiable físico, su mirada directa y su voz grave. Por su lado, Germán disparó su radar y analizó en segundos a las mujeres que acababa de conocer. Su elección no podía ser otra: Alicia le gustó a rabiar. Tenía que ser suya e iba a emplear todas sus armas para conseguirlo.
Durante los primeros días, las cosas fueron relativamente como siempre. La diferencia principal era la presencia de Germán, que con su actitud abierta y su simpatía encajó perfectamente en el grupo. Siempre era el más activo proponiendo planes y el más servicial si había que realizar tareas. Entre los hombres, si bien se ganó la confianza de todos, se empeñó sibilinamente en establecer una relación más estrecha con David, hasta conseguirlo. En cuanto a las mujeres, Germán les encantaba. Además de ser guapo y estar fuerte como un toro, éstas se sentían alagadas por las numerosas atenciones que recibían de él, incluso en ocasiones con una cierta actitud seductora pero sin pasar nunca del límite de lo respetable. Ellas estaban encantadas con él, pues Germán era así con todas. Bueno, con todas menos con Alicia. De forma premeditada, con ella mantuvo desde el primer día una actitud más lejana y fría, casi la ignoraba. Nada que alertase a los amigos sobre algo raro que pudiese ocurrir, pero Alicia sí que lo percibía, con lo que no pudo evitar un puntito de celos que ni ella entendía. Lo que ella ignoraba es que Germán no la perdía de vista, sobre todo en la playa. Se pasaba largos ratos, oculto tras sus gafas de sol, repasando con la vista el magnífico cuerpo de la mujer, fijándose en cómo sus pechos sobresalían del lateral de su bikini, cómo sus pezones se marcaban al salir del agua, como la braguita se escondía entre sus nalgas… Germán soñaba con poseer aquel cuerpo. La caza ya había empezado.
Finalizada la primera semana de vacaciones, David comunicó a los amigos que por una urgencia en el trabajo debería marchar a la ciudad durante unos días. La reacción de Germán fue inmediata.
-¡Pues qué menos que darle una pequeña despedida! Venga, esta noche nos vamos todos de discoteca y que el pobre David se vaya con un buen recuerdo estos días, ¿os parece? –dijo con su gancho habitual.
Todos aplaudieron la iniciativa de Germán, especialmente David, que se sentía muy halagado por su nuevo amigo. La única mustia era Alicia, a la que le sabía muy mal que su marido tuviese que marchar.
Llegada la noche y arreglados como requería la ocasión, quedaron en la entrada de la discoteca. Cuando Germán vio aparecer a Alicia estuvo a punto de lanzar su mirada lasciva hacia ella, cosa que le costó evitar. Llevaba un vestido floreado, muy juvenil y veraniego, cuyo escote permitía ver el inicio de un canalillo más que prometedor. Sus faldas, algo más cortas de lo que esperaba en ella, permitían ver al caminar gran parte de aquellos atractivos muslos con los que tanto se había deleitado en la playa.
La velada se iba desarrollando divertida, entre copas, bailes y risas. Dentro de su preconcebido plan de ataque, Germán fue sacando a bailar a cada una de las mujeres del grupo, siempre con el permiso de sus respectivos maridos. Pero una vez más, a Alicia no le estaba llegando el ofrecimiento. Como buen cazador, una de las principales virtudes de Germán era la paciencia y sabía que todavía no había llegado su momento. Debía esperar y conseguir, sin prisas, que Alicia sintiese verdadera envidia de sus amigas y que fuese ella la que acabase por desearle a él, aunque sólo fuese por un puro instinto femenino de conquista. Pero fue entonces cuando algo inesperado cambió y aceleró sus planes. Se encontraban todos bailando cuando de Repente la música dejó de sonar y por los altavoces se anunció la inminente celebración de un show en el centro de la pista. La gente se agolpó alrededor para verlo. En cuanto empezó, se quedaron todos con la boca abierta. Una pareja, enfundada en minúsculas prendas de látex negro, iniciaron un baile muy sensual. A medida que avanzaba el espectáculo, el baile se fue convirtiendo en la simulación de un acto sexual que, aunque sin desnudarse, resultaba bastante explícito. Poco a poco, la chica fue dando muestras de sumisión al hombre, mientras éste la iba tratando con mayor dureza. Al ver aquello, todo tipo de comentarios se oían entre el público. Pero Germán no estaba por aquel show, sino por otro que le interesaba mucho más. Situado al lado de Alicia, pudo observar con sorpresa la reacción de la tímida mujer. Fue advirtiendo cómo su cuerpo se tensaba, cómo cruzaba los brazos sobre sus pechos, rozándolos con leves movimientos. Su rostro se enrojecía y su respiración se aceleraba. Todo muy sutilmente, pero aquellas señales eran suficientes para Germán y su conclusión fue clara: Alicia, la esposa y madre perfecta, se estaba excitando viendo cómo sometían sexualmente a una mujer, aunque fuese de manera simulada. Un fingido pero brutal orgasmo marcó el final del espectáculo, momento en el que Alicia cerró los ojos, pareciendo que sentía en su propia carne las sensaciones simuladas por la actriz.
Después de un gran aplauso, Germán propuso salir a la terraza de la discoteca “…para airearnos y que se nos baje el calentón”. Entre risas, todos aceptaron su propuesta y ocuparon una mesa en el exterior. Antes de sentarse, Alicia se disculpó anunciando que debía ir al baño. Era el momento, Germán estaba seguro de que por el poco tiempo transcurrido la mujer todavía se sentiría excitada y debía aprovecharlo. Así, inventándose que había visto a un amigo, Germán se levantó de la mesa y entró de nuevo en la discoteca. Corrió rodeando la pista e imaginando el recorrido que haría Alicia hacia los baños para encontrársela de frente. Y lo consiguió. Al verla se quedó quieto esperando que ella se acercase. Cuando estaban a penas a dos metros, Alicia lo vio y le lanzó un típico saludo de circunstancias mientras pretendía continuar su camino. Entonces se encontró con el verdadero Germán. Éste le obstaculizó el paso y frente a excusas balbuceadas por Alicia el hombre la miró fijamente a los ojos.
-Vamos a bailar –le ordenó.
-Perdona, pero si no te importa lo dejamos para después –le pidió turbada-, es que ahora yo iba…
-Me da igual, vamos a bailar- le interrumpió con un tono dominante, mientras la tomaba del brazo y la conducía hacia una zona más oscura y alejada.
Empezaron a bailar y desde el primer momento Germán la agarró con fuerza, reduciendo cada vez más el espacio entre ellos. Alicia permanecía callada, no entendía por qué pero sentía que no se podía oponer a lo que el hombre iba decidiendo por ella.
-¿Te ha gustado el espectáculo? Yo creo que mucho –le dijo él, rebajando el tono de dureza que había mostrado hacía unos instantes.
-Uy, ha sido un poco fuerte, ¿no? –respondió fingiendo una naturalidad que en absoluto sentía.
Continuaron bailando en silencio hasta que Germán se acercó a su oído y le susurró rozándole con sus labios.
-Sé que te hubiera gustado estar en el lugar de ella.
-¡Cómo dices eso! –exclamó indignada-, ¡déjame, eres un grosero! –dijo intentando separarse de él.
La reacción de Germán no se hizo esperar. Con su brazo derecho la pegó totalmente a su cuerpo, mientras que con el izquierdo la tomaba de su cabello, haciéndole echar la cabeza hacia atrás. Entonces Alicia, todavía forcejeando con él, sintió una húmeda lengua recorrer lentamente su cuello y un tremendo espasmo la recorrió por completo. Germán supo en aquel momento que no se había equivocado. Pasó de su cuello a su oreja y de allí a la comisura de sus labios, deleitándose con el sabor de aquella hermosa mujer.
-Germán… por favor… déjame marchar… -suplicaba Alicia sin apenas voz.
Haciendo caso omiso de aquella petición, el hombre soltó el cabello de Alicia para dirigir su mano lentamente hacia la espalda de la mujer. Muy poco tardó en llegar a su nalga, que empezó acariciando para luego calvar sus dedos en ella hasta pinzarla. En aquellos momentos la resistencia de Alicia era ya inexistente. Sentía cómo la boca de Germán la recorría por dónde éste quería, mientras su cuerpo era aprisionado contra el de él y su magnífico y virgen culo sobado a placer.
-Sabía que esto es lo que necesitabas –le dijo con descaro Germán-. Y me parece que en tu casa no te lo dan, mi pequeña Alicia.
Los avances del hombre no cejaban. Su mano fue descendiendo por la falda hasta introducirse dentro de ella. Un nuevo respingo de Alicia al sentir unos dedos acariciar la parte interna de sus mulos fue el aval que esperaba Germán para continuar. Los dedos fueron subiendo lentamente hasta rozar el sexo de Alicia a través de sus braguitas, que ante aquella intromisión y con la última gota de raciocinio que le quedaba quiso poner fin a aquel descontrol.
-¡Basta, por Dios, basta! –exclamó quejosa.
-¡Que te estés quieta, coño! –le respondió él con fiereza, presionándola todavía con más fuerza hacia él.
Germán ya iba a por todas. Dirigió su boca a la de ella e inició un morreo al que Alicia ya no opuso resistencia alguna. Restregó sus labios contra los de ella casi con violencia para luego introducirle la lengua hasta lo más profundo. Germán podía notar las agitadas pulsaciones de Alicia y cómo su respiración estaba cada vez más acelerada. Todo eran señales de una clara excitación. Entonces introdujo con decisión sus dedos hasta alcanzar su vulva, iniciando con ellos una masturbación cada vez más intensa.
Resultado de todo aquel tratamiento, Alicia estaba ya totalmente entregada. Respondía a los besos que recibía con toda su pasión, abría levemente las piernas para facilitar el acceso del hombre a su sexo. Poco tardó Germán en presentir que a la mujer le faltaba poco para llegar al orgasmo. No sólo notaba a través de sus dedos la enorme humedad que ella desprendía, sino que percibía claramente sus constantes temblores. Le iba a dar el toque de gracia. Sin previo aviso, movió repentinamente su mano, introduciendo con fuerza dos dedos en su vagina, mientras con otro presionaba su dilatado clítoris. Al sentirlo, Alicia combó su espalda y un fuerte gemido de placer salió de su garganta. Germán sabía que la explosión era inminente. Presionó con más fuerza con sus dedos y con su otra mano agarró sobre la ropa un pecho de Alicia, apretándolo hasta casi provocarle dolor. El aluvión de sensaciones que estaba recibiendo la joven madre era tal que presentía la llegada de un orgasmo demoledor.
Justo entonces la canción que bailaban terminó. Ese era el momento que esperaba Germán para interrumpir de forma abrupta su asalto a Alicia, separándose un paso de ella y dejándola a las puertas de un tremendo clímax.
-Muy bien, bonita, ha sido divertido –le dijo Germán cínicamente-. Ahora vete a arreglar, que vas hecha un desastre y tu marido va a notar que te has estado portando mal. Nos vemos en la terraza –acabó despidiéndose ante el estupor de ella.
Alicia tardó un par de minutos en poder moverse, tal era el estado en el que se encontraba. En cuanto tuvo fuerzas, fue lo más rápido que pudo hacia los baños, en donde se encerró hecha un ovillo para ocultarse incluso de sí misma. A medida que se recuperaba, más increíble le parecía lo que acababa de hacer. A apenas unos metros de su marido, en un lugar público, se había dejado hacer de todo por un casi desconocido. Y no porque ella lo desease, sino porque él se lo ordenó. Así de simple, así de complejo. Y es que fue esa orden, precisamente, la que hizo que lo desease, cada vez más, sin control ninguno. Se asustó de pensar que incluso se habría dejado follar allí mismo. De hecho se moría de ganas, hasta el punto que la inesperada interrupción le generó un desasosiego terrible. Pensando en ello, poco a poco, la vergüenza y los remordimientos se adueñaron de ella.
Como pudo se arregló lo suficiente para no llamar la atención. Se dirigió a la terraza para inmediatamente decirle en privado a su marido que no se encontraba bien y que por favor se fueran a casa. De reojo miró a Germán y le irritó ver cómo éste actuaba con toda la normalidad del mundo, como si nada hubiese ocurrido. Aquella noche Alicia apenas consiguió conciliar el sueño ante el torbellino de sensaciones y recuerdos que atormentaban su mente.
A la mañana siguiente, David salía de viaje para ausentarse durante cinco días. Tenía previsto estar de vuelta el viernes a media tarde y a partir de entonces continuar las vacaciones junto a su familia. Ignorante de lo ocurrido la noche anterior entre Alicia y Germán, se interesó por la salud de su mujer antes de partir.
-¿Te encuentras bien, cariño? –le preguntó amorosamente a Alicia-. Ayer noche estabas indispuesta y la verdad es que ahora no haces muy buena cara. ¿Seguro que no quieres que me quede?
-No te preocupes, cielo –respondió ella, disimulando su estado de ansiedad-. Algo me sentaría mal de la cena, ya pasará. Anda, márchate, que cuando antes te vayas, antes volverás.
No muy convencido, David cogió su maleta, se despidió de Alicia y de los niños y marchó hacia la ciudad.
Una vez su marido se fue, Alicia envió a los niños a jugar al jardín. Necesitaba pensar y para ello quería estar sola. Mientras tomaba un café como todo desayuno, no tardó mucho en autoconvencerse de lo distintas que se veían las cosas por la mañana, a plena luz del sol y sin alcohol ni música atronadora por en medio que distorsionasen la realidad. Y la realidad para ella estaba clara: reconocía que se había portado indebidamente, pero por encima de ello se consideraba sin duda una mujer fiel, enamorada de su marido y que por nada de mundo cometería adulterio. Los flashes que puntualmente insistían en recordarle el extremo goce que llegó a sentir la noche anterior eran eliminados inmediatamente por su mente racional, achacando aquellas sublimes sensaciones al exceso de bebida que seguro llevaba, pero que en cualquier caso serían irrepetibles, bajo ninguna circunstancia. Lo mejor, en consecuencia, sería olvidarse de todo aquello y, desde luego, no decirle nada a su marido, que seguro malinterpretaría lo ocurrido. Tan sólo debería hablar un momento en privado con Germán para dejarle claro que aquello nunca se repetiría y exigirle por el bien de todos su máxima discreción.
Repitiéndose estas conclusiones estaba cuando llegaba a la playa para verse con sus amigas como cada mañana. Se encontraba de mucho mejor humor, empezaba a sentir que la tormenta había pasado.
-¡Alicia, querida, cómo te encuentras! –le saludó una de las amigas al verla.
-Es verdad, Ali, ¿cómo estás? –se interesó otra-. Ayer nos asustaste un poco, no veas cómo volviste del baño.
-Gracias, guapas –respondió Alicia, intentando mostrar normalidad-, ya me encuentro bien. Algo me sentó mal en la cena, pero ya estoy recuperada del todo.
-¿La cena? ¿Seguro? –le preguntó una amiga en broma al ver que ya estaba bien-. ¿No sería que te pusiste mala con el espectáculo que nos dieron ayer?
Aquel comentario hizo que Alicia no pudiese evitar pensar en lo ocurrido y los nubarrones empezaron a asomar de nuevo por su cabeza. Sin decir nada, se limitó a sonreír, dejando los trastos sobre la arena y yéndose a dar un chapuzón para despejarse. A su vuelta, se tendió en su toalla, quedándose adormecida. Lejanamente oía sin escuchar las conversaciones y risas de sus amigas. Sin intervenir en ellas, de repente oyó algo que la alertó. Alguien comentaba que aquella mañana estaba siendo menos divertida porque Germán no estaba. Se había ido también a la ciudad en una decisión de último momento. Y dado que David llevaba su coche, se apuntó con él. En definitiva su marido y Germán iban a estar juntos durante horas, justo el día después de lo ocurrido. Alicia no pudo evitar estremecerse al oír aquello. “¿Y si acaba saliendo algo de lo que pasó?”, empezó a temer. Todo tipo de fantasmas volaban por su mente. Acabó por bloquearse, temiendo que Germán comentase algo inadecuado o, peor aún, que David les hubiese visto y quisiese encararse con él. Aquellos pensamientos hicieron que la tranquilidad que había alcanzado hacía poco se disipase como el humo, entrando en un proceso de creciente ansiedad. Aguantó como pudo hasta que se fueron todas de la playa, momento en el que oyó a una amiga comentar que Germán volvería ese mismo día, a eso de las siete de la tarde.
Ya en casa, Alicia meditó sobre lo que tenía que hacer. No podía soportar el ignorar por qué su marido y Germán habían viajado juntos y de qué habrían hablado. Obviamente, no se lo podía preguntar a David sin saber qué había ocurrido, por lo que muy a su pesar tuvo claro que debía hablar antes con Germán. Y cuanto antes, mejor. Así que esa misma tarde le iría a ver. De esta forma, no sólo esperaba quedarse tranquila respecto al viaje, sino que aprovecharía para mantener la charla que debía tener con él sobre lo ocurrido la noche anterior. El único problema era que las amigas habían quedado para ir de compras esa tarde y lógicamente la esperaban a ella también. Debía pensar una excusa para no acudir a la cita y la mejor que se le ocurrió fue decirles que saldría a hacer footing, pues siendo muy aficionada a ello hacía días que no se ejercitaba. Y así se lo comunicó.
Cerca de las siete de la tarde se puso ropa deportiva, se recogió el pelo y se dispuso a salir correr. Su idea era hacer footing media hora y a continuación pasar por casa de Germán y hablar con él. No quiso darse cuenta de que quizá iba demasiado provocativa para la visita que debía realizar, con unas mayas de color verde claro y un top blanco que se ceñían a su piel como un guante, definiendo a la perfección su escultural cuerpo.
El correr le sentaba bien, le hacía sentirse más relajada, pero cunado consideró que ya era la hora de ir a ver a Germán, sus nervios empezaron a aflorar. Llamó a la puerta de su casa, esperó un rato pero no obtuvo respuesta. Insistió, pero sin resultado. Decepcionada, decidió que volvería en otro momento, pero justo entonces escuchó voces en el jardín. Se asomó a él a través de un seto y pudo verlo en la piscina, acompañado de una preciosa joven rubia, que intuyó bastante más joven que ella. Dudó de qué hacer, pero al final se decidió.
-¡Germán, soy yo, Alicia! –le avisó-. ¿Me puedes abrir?
Germán la oyó y fue a abrirle. En ese momento, las piernas de Alicia empezaron a flaquear ante el temor que en el fondo le producía volver a verle.
-¡Alicia, qué sorpresa, pasa, pasa, por favor! –le dijo Germán con la mejor de sus sonrisas al verla, pero sin perder de vista lo bien que le quedaba su ceñida ropa-. Sígueme, por favor, estamos en la piscina y como verás estoy empapado.
A medida que entraban en el jardín, Alicia se fue tranquilizando. El trato coloquial que en un primer momento recibió le hizo pensar que nada había ocurrido entre su marido y él, de manera que las cosas volvían a estar en su lugar. Además, el hecho de que en la casa hubiese una persona más la convencía de que nada malo iba ya a ocurrir. Se acercaron hasta la piscina, en donde se encontraba la invitada sentada en el borde y con los pies en el agua. Al verlos, ésta se levantó para saludarla.
-Ven, Alicia –le indicó el hombre-. Te presento a Bianca, una amiga que pasará unos días conmigo. Bianca, ella es Alicia, una amiga que veranea aquí.
Las dos mujeres se saludaron, quedando impactada Alicia por la belleza y el envidiable cuerpo de la joven, cuyo único vestuario era un pequeño tanga de baño, dejando sus firmes pechos al aire. Hechas las presentaciones, hubo un momento de silencio que incomodó a Alicia. No tanto por el silencio en sí, sino porque fugazmente sintió que allí estaba de sobras. Pero enseguida Germán se ocupó de ella.
-¿Te apetece tomar algo? –le ofreció como buen anfitrión-. Además, veo que vienes acalorada de hacer deporte. Anda, tómate un baño y te traigo algo de beber.
Era tanta la naturalidad y el sano comportamiento de Germán con ella que Alicia estaba alucinada. “¿Cómo puede comportarse así después de lo ocurrido anoche?”, pensaba. Incluso no pudo evitar una cierta decepción. “¿Tan poco signifiqué para él?”. Arrepentida de inmediato por aquel pensamiento, declinó la oferta del baño, pues consideraba que no llevaba la ropa adecuada para ello, pero sí aceptó la bebida.
Los tres, alrededor de la piscina, iniciaron una charla amigable. Y cuanto más bebía Alicia del combinado que le trajo Germán, más a gusto y desinhibida se sentía. Pasaba el rato y Alicia casi ni recordaba para qué había ido a aquella casa. Y Germán, desde luego, no se lo preguntó. Se limitaba a observar el estupendo cuerpo de Alicia, apenas oculto por su ropa. En un momento dado, Bianca anunció que se iba a bañar en la piscina, apuntándose él también. Se zambulleron los dos y a partir de entonces no pararon de insistir a Alicia en que les acompañase. Ésta se resistía, pero el convencimiento de que con esa actitud acabaría pareciendo una estrecha terminó por derribar su negativa. Se despojó de sus zapatillas, después del top y por último de las mallas, quedándose en tanga y sujetador deportivos, dispuesta para tirarse al agua. Sin que Alicia lo viese, Germán guiñó un ojo a Bianca y su actitud se transformó en la de un tiburón que espera ansioso a que le echen la carnaza. Una carnaza deliciosa, que empezó a catar la noche anterior y que todavía no había visto lo atractiva que era en ropa interior.
Durante unos minutos, los tres jugaron inocentemente en la piscina, entre risas y salpicones. Los roces entre ellos iban siendo cada vez menos casuales y el cuerpo de Alicia lo iba notando. Sus pezones quedaban claramente marcados sobre sus sujetadores, mientras sus pechos se bamboleaban desafiantes. En un momento dado, cuando Germán y Bianca estaban en la zona que apenas cubría hasta la cintura y Alicia distanciada de ellos unos metros, el hombre se acercó a la rubia hasta abrazarla por la cintura. En un instante, los dos se estaban besando con pasión. Las risas se habían acabado y en cuanto Alicia vio aquella escena se quedó parada, observándolos. No perdía detalle de cómo Germán sobaba las nalgas de Bianca, de cómo su pecho fuerte y cuadrado aprisionaba las mullidas tetas de la mujer. Un primer gemido de placer llegó a los oídos de Alicia y la excitación volvió a hacer presencia en ella. Recordó lo ocurrido la noche anterior, el placer que llegó a sentir y cómo deseaba con toda su alma ser follada por aquel hombre. Ahora lo tenía delante, con la misma actitud sensual, pero esta vez no era ella la que disfrutaba de él. Era otra y lo estaban haciendo delante suyo. Alicia sintió una punzada de celos. Celos, deseo y una cierta vergüenza por ser el testigo de piedra de aquella escena tenían a Alicia inmóvil, sin saber qué hacer. No se atrevía a acercarse, pero tampoco a irse, estaba como hipnotizada. Fue entonces cuando Germán se dirigió a ella.
-Ven con nosotros –le indicó con una mirada profunda.
Como una autómata, Alicia se acercó a ellos algo espantada. En cuanto Germán la tuvo a su alcance, la abrazó junto a él, de igual manera que tenía a Bianca, sintiendo intensamente los cuerpos de ambas. Mirándole a los ojos pero en silencio, Germán acercó su boca a la de Alicia con clara intención de besarla.
-No, por favor, no. Esto no está bien… -musitó Alicia en un vano intento por resistirse.
Como en la noche anterior, de nada sirvieron sus súplicas. Germán empezó a besarla con una pasión que supuso la rendición inmediata de la mujer. A partir de aquí, Germán intercalaba largos besos con las dos mujeres, que ronroneaban en cuanto volvían a sentir los labios del hombre. En un momento dado, Bianca se ocupó de bajarle el bañador a Germán. Ya desnudo, reorientó su cuerpo para colocarlo frente al de Alicia y así ceñirse todavía más al de ella. Entonces Alicia pudo sentir el miembro presionando contra su vientre. Aquella sensación la desbordó por unos instantes. Lo sintió grande, poderoso. Ahora era ella quien con fuerza se apretaba al cuerpo de Germán. Quería sentir aquel maravilloso pene sobre su piel, mientras sentía la presión de su cuerpo en sus pechos. Germán continuó alternando los besos con las dos mujeres, aproximándolas entre ellas cada vez más. Llegó un momento en que las tres caras estaban prácticamente juntas, estando sus cuerpos completamente en contacto. Germán sentía, a través de los pechos de Alicia y de su profunda respiración, cómo ésta ya era presa de un placer sin retorno. No quiso esperar más para sentir la mano de Alicia sobre su pene y la tomó de la muñeca, acercándola a su miembro.
-Acaríciala, disfruta con ella –le indicó.
Alicia no se pudo resistir y tomó con su mano el enhiesto miembro despacio, casi con miedo. Lo sintió cálido y palpitante y un pequeño temblor la sacudió. Poco a poco empezó a acariciarla, iniciando una leve masturbación. En aquel momento, Alicia estaba tan excitada que apenas podía atender los besos que recibía. Con los ojos cerrados y la boca entreabierta, sólo podía disfrutar de las intensas sensaciones que recibía. Pero un nuevo beso la alertó. Era un beso diferente, más suave pero todavía más intenso si cabe. Intrigada, abrió los ojos y se encontró con el rostro de Bianca sobre el suyo. ¡Era un beso de mujer! Intentó separarse, pero Germán se lo impidió, sujetándole del cuello. Aquello empezaba a ser demasiado para Alicia. Hizo una mueca de desagrado y soltó el pene de Germán. Pero éste no estaba dispuesto a que se acabara la fiesta. Giró a Alicia, colocándola de espaldas contra él, y le retuvo los brazos de manera que no se pudiese mover.
-Continúa, Bianca, sé que le acabará gustando –ordenó Germán mientras insertaba su miembro entre las nalgas de Alicia y se restregaba con ellas.
Bianca se acercó de nuevo a Alicia para besarla, pero ésta giraba la cara resistiéndose. En el leve forcejeo, Bianca desplazó su mano por el vientre de ella hasta alcanzar su braguita. Se introdujo por debajo hasta llegar a su sexo y empezó a acariciarlo. Como si la hubiesen desconectado, de repente Alicia se quedó quieta, casi muerta. Bianca interpretó aquello como una buena señal, sabía que a Alicia le estaba gustando. Aceleró su masaje y los gemidos tardaron poco en aparecer. En el siguiente intento, Bianca ya no encontró resistencia alguna a sus besos. Al contrario, era Alicia la que se volcaba con pasión sobre la boca de la joven, besando y chupando sus labios, jugando son su lengua con verdadero delirio. Germán le soltó entonces los brazos, pues era evidente que ya no hacía falta retenerla, y se dedicó a masajear sus pechos a través del sujetador. Alicia se estaba convirtiendo en un volcán a punto de explotar. Recibía arrolladoras sensaciones a través de su boca, sus pechos, su sexo y su culo, estallando todas en su cerebro hasta casi perder la conciencia.
Germán sabía que había llegado el momento. Arrancó de un tirón el tanga de Alicia, se cogió el pene con una mano y se preparó para penetrarla.
-Sujétala bien –ordenó Germán a su amiga.
A una señal, Bianca dejó de masturbarla, le quitó el sujetador dejando sus excitados pechos al aire y la abrazó con fuerza, colocando la cabeza de Alicia sobre su hombro. Ésta, en su locura de placer, parecía que no se enteraba de lo que estaba ocurriendo ni de lo que iba a ocurrir.
-Ayer te quedaste con ganas de esto, ¿verdad, puta? –le susurró cínicamente Germán al oído.
Con su glande presionando sobre la entrada del sexo de Alicia, Germán la cogió por las caderas y de un solo movimiento le hundió el miembro hasta el fondo de la vagina. Como un resorte, Alicia, que no se esperaba esa súbita invasión de su intimidad, tensó su cuerpo como un alambre, echando su cabeza hacia atrás, mientras de su garganta salía un quejido desgarrador. Germán, durante unos instantes, no se movió, permitiendo que la vagina se fuese adaptando al tamaño y dureza de la enorme barra de carne que la acababa de atravesar. Bianca, testigo directo de aquella acción, quiso calmar su propia excitación contra el cuerpo de Alicia, que seguía tenso e indefenso. La abrazó con fuerza, volviendo a besarla y restregando sus pechos contra los de la pobre madre infiel. Cuando Germán consideró que Alicia ya había digerido la primera sensación, inició un bombeo extremo desde el primer instante. No quería darle un sexo suave ni cariñoso. Tenía que ser duro y dominante, pues sabía que eso era lo que realmente la doblegaría. Primero de manera más espaciada y después más seguida, Germán sacaba el miembro casi por completo para metérselo de nuevo con violencia. Con cada estocada, Alicia gemía mientras su cuerpo se comprimía contra el de Bianca, quien veía cómo su rostro reflejaba un placer supremo.
-¿Quieres que pare, encanto, quieres que lo dejemos? –preguntó con sorna Germán.
Pero Alicia no podía ni responder y apenas negó con la cabeza. De hecho, necesitaba aquella polla bien adentro, sentía que se moriría si se la quitaban. Ver su estado de entrega, aprisionada entre su propio cuerpo y el de Bianca, provocaba una excitación tal en Germán que le llevaba a penetrarla cada vez con mayor fuerza y profundidad, como si se la quisiese sacar por la garganta. Por su lado, Bianca dejó de ser cariñosa con ella y quiso probar su resistencia, empezando a arañar su piel mientras retorcía casi con saña sus pezones. Pero Alicia a nada se resistía ni realizaba movimiento alguno de protesta. Ella quería abandonarse, que fueran ellos los que dispusieran de su cuerpo a placer. El sentirse sometida de aquella manera hacía que su goce creciese y creciese. Los temblores en su cuerpo ya eran evidentes ante el salvaje tratamiento del que estaba siendo objeto. Sus gemidos eran constantes, aunque amortiguados por la boca de Bianca. Pasaron los minutos hasta que Germán sintió las primeras contracciones de Alicia alrededor de su pene. Éste aceleró entonces sus embestidas, pues sabía que el orgasmo de Alicia estaba a punto de llegar. Siendo Bianca también consciente de ello, quiso aumentar las sensaciones de la pobre víctima y buscó con la mano su clítoris, empezando a masajearlo con furia. Con su vagina penetrada brutalmente y su clítoris sometido a aquella dulce tortura, Alicia ya no puedo soportarlo más y una tremenda convulsión anunció el mayor de los orgasmos que había tenido en su vida. Gritando de puro placer, con los ojos abiertos pero sin ver, Alicia explotó en un clímax incontrolable, sujetándose al cuerpo de Bianca pues se notaba desfallecer. Aquel éxtasis duró y duró. Germán no paraba de bombear con todas sus fuerzas, a lo que Alicia respondía con mayores convulsiones. Las sensaciones en su cuerpo eran tan intensas que finalmente se desmayó.
Con la respiración entrecortada y sin fuerzas, fue subida en brazos por Germán hasta el borde de la piscina. Allí, estirada y todavía con temblores, recuperó lentamente la conciencia. Entonces se dio cuenta de lo que acababa de hacer y el mundo se le cayó encima. Cuando se incorporó, vio a Germán y a Bianca haciendo el amor sobre una hamaca. Lo hacían de manera delicada, nada que ver con lo que había vivido hacía unos momentos. Se vistió como pudo, sin recibir la menor atención de los dos amantes. Con el paso lento, cruzó el jardín hacia la salida con la cabeza gacha, completamente avergonzada y con unas enormes ganas de llorar.
-¡Hasta mañana, Alicia! –se despidió en voz alta Germán cuando oyó cerrar la puerta de la casa-. Y, por cierto, no me has dicho para qué habías venido.
Al oírle, Alicia ya no pudo reprimirse más y explotó en un llanto inconsolable, cuyas lágrimas le impedían ver las numerosas llamadas perdidas que tenía en su móvil, entre otras las de su marido. Y así, empapada, mal vestida, sola y llorosa, se fue caminando hacia su casa… ¿sin esperanza?
M.