Las tareas de Ossimmush

Esta es la historia de mi última experiencia. Situación que se repetirá cuando mi turno de trabajo lo permita, y todo desde el regreso de las vacaciones de verano.

LAS TAREAS DE OSSIMMUSH.

Esta es la historia de mi última experiencia. Situación que se repetirá cuando mi turno de trabajo lo permita, y todo desde el regreso de las vacaciones de verano.

Hizo falta contratar a una chica que ayudase con las tareas del hogar. Mi esposa y yo siempre hemos aprovechado los fines de semana para sacar adelante la limpieza del piso. La verdad es que ella ha aprovechado mi condición de sentirme su esclavo para utilizarme como limpiador oficial del lugar, y no es que a ella le guste mucho el juego, pero así ella ha evitado estas tareas tediosas, simplemente dejándome desnudo y ordenándome cuándo hacer la limpieza, la colada y la plancha, cosas que ella odia realizar. Yo, de esta manera, he conseguido situaciones favorables para mi excitación. Limpiar ventanas o tender la ropa completamente desnudo ha exhibido mi cuerpo a más de un vecino. No me importa, casi todos son del edificio de enfrente, con los que no hay ningún contacto. Pero tendiendo llego a ser visible para una vecina del patio interior, Sonia, que casi nunca está en la casa. Ahora sé que más de una vez ha espiado mis movimientos detrás de su ventana.

Lucrecia apareció en nuestra casa la segunda semana de septiembre, a partir de unos contactos en el barrio. Lucrecia tiene cuatro años más que yo y dos más que mi mujer, es extranjera y lleva aquí unos meses compaginando varios trabajos. Ninguno de los tres llegamos a los cuarenta años. Ella llega a casa todas las mañanas de lunes a viernes. Yo la conocí la primera semana de octubre, semana que yo tenía libre en el trabajo. Yo me levantaba una hora antes de que ella llegase, para ducharme y desayunar. Mi idea era pasar toda la mañana leyendo, poniendo mi ordenador al día y saliendo a dar paseos, antes de regresar para preparar la comida. Esto sólo sucedió el primer día.

El fin de semana anterior mi mujer y yo habíamos tenido varios juegos relacionados con el sado, la verdad es que yo estaba bastante cachondo y me apetecía cualquier cosa. La casa ya no hacía falta limpiarla, aunque sí hubo que ponerse con la colada y la plancha. Pero lo que me apetecía de verdad es que mi mujer me grabase en vídeos y fotos. Me gusta luego recordar estos momentos y masturbarme mientras los veo. De ese fin de semana salieron fotos mías desnudo y atado en varias posiciones en el salón, colgado delante de la ventana de Sonia (tenemos unas cortinas que creíamos que no dejaban ver nada, pero no es así). Unas fotos que me excitaron mucho que me tuve que hacer yo mismo en el garaje por la noche desnudo delante de coches del color que mi mujer escogió. Y una foto planchando, con mis genitales encadenados a la tabla de planchar, tan sólo vestido con la camiseta que Lucrecia utiliza para realizar la limpieza.

El lunes siguiente, y mientras Lucrecia limpiaba otras partes de la casa, yo aproveché para retocar un poco las fotos en el ordenador, recortarlas, darles la luz adecuada, etc., cosa que me encanta hacer y así voy engrosando mi propia colección. De repente escuché que Lucrecia se acercaba y rápidamente apagué el monitor para que no se viese nada. Lucrecia me dijo que ya sólo le faltaba ese cuarto, así que dejé el monitor apagado, pero no puede apagar la cpu porque no veía donde pinchar. Quise apagarla a las bravas, pero ya tuve una mala experiencia cerrando así el ordenador y pensé que no habría problema con Lucrecia. Me despedí de ella porque tenía cosas que comprar para la comida, así que salí hacia el supermercado.

Cuando regresé Lucrecia ya se había marchado. Fui hacia mi cuarto y cuál fue la sorpresa cuando vi cómo el monitor estaba encendido, ¡y con la foto de la plancha en pantalla! No podía creérmelo, tenía que haber apagado la cpu, seguro que limpiando Lucrecia había tocado el botón de encendido y había descubierto... ¿todas las fotos? Yo aún no había tocado la foto de la plancha con la camiseta de Lucrecia, así que la había dejado así adrede.

No creí que Lucrecia volviese al día siguiente. Estuve toda la tarde esperando una llamada suya a la casa para decirnos que dejaba el trabajo. Pero lo que yo no pensé es que ella estaba elaborando otro plan, no tenía nada que perder. Y la llamada no llegó.

Cuando Lucrecia llamó a la puerta al día siguiente, la sensación que recorría todo mi cuerpo y luego se alojaba en el estómago era tan fuerte que yo creía que no sería capaz de abrir. Lucrecia entró con un simple "buenos días", dejó su chaqueta y un pañuelo en el perchero de la entrada y se dirigió a mí con estas palabras:

  • Estoy segura de que los dos sabemos lo que descubrí ayer. Contesta: ¿le has contado a tu mujer algo sobre el tema?

  • No, respondí. No me he atrevido.

  • ¿Entonces no es ella quien te hace las fotos? -preguntó de nuevo.

  • Sí ...bueno, otras me las hago yo solo. ¿Te molestó que utilizara tu camiseta?

  • No, me gustó ver las fotos. Ahora ya tienes poco que esconderme.

Reímos los dos. Mis nervios iban en aumento.

  • ¿A tu mujer le gusta todo esto también?, ¿le gusta tenerte así? –añadió.

  • Bueno, me sigue. No le gusta como a mí, pero accede a involucrarse en mis juegos. Y de cambiar papeles nada de nada. Ella manda, yo obedezco.

  • A mí tampoco me gustarían los papeles cambiados, pero sí me apetece manejar a un hombre de esa manera. ¿Te gustaría que probase contigo?

  • ¿Cómo dices? –respondí.

  • Pues que me encantaría jugar contigo, hacer contigo lo que yo quisiese..., tenerte como en las fotos.

Me quedé sin palabras. Tuve que empezar a temblar como cuando estoy muy excitado y ella lo notó

  • Sí te gustaría, guarro. ¡Arrodíllate de cara a la puerta! –ordenó con voz firme. ¡Y ni se te ocurra mirar hacia atrás! ¡Los brazos en cruz!

Recordé los días de colegio, cuando algún profesor ordenaba a alguno de mis compañeros esta posición. A mí nunca me tocó, yo era buen estudiante. Escuche a Lucrecia alejarse por el pasillo y al poco tiempo acercarse de nuevo hacia mí. De repente apareció ante mi vista la gasa negra que nosotros utilizamos para vendarme los ojos, y escuché el ruido de la bolsa donde guardamos todos los objetos de nuestros juegos. Después de vendarme los ojos me hizo ponerme de pie y girarme, y me ordenó que me desnudase completamente. Cuando acabé sacó una cadena de la bolsa, me hizo colocar los brazos hacia delante y me pasó la cadena alrededor de mis muñecas, cerrándola con un candado.

  • Ya veo cómo le gusta todo esto a tu pequeña polla. –Señaló. Ya veremos qué hacemos con ella.

Entonces empezó a tirar de mí por todo el pasillo hasta acabar en mi cuarto, junto a la ventana donde suelo ser colgado de la barra de las cortinas. De allí colgaría otra cadena (como solemos hacer con mi mujer, lo vería en las fotos) a la que amarró mis muñecas encadenadas con un mosquetón.

Escuché como desaparecía de nuevo y volvía. Estuvo colocando no sé que cosa durante algunos momentos y volvió junto a mí. Abofeteó varias veces mi polla que se puso más dura y entonces escuché el sonido del disparo de una cámara de fotos. Se alejaba, volvía de nuevo junto a mí, me colocaba en distintos perfiles, la notaba a ella colocándose también alrededor de mi cuerpo y escuchaba otro y otro disparo. Así estuvimos el tiempo que ella consideró necesario y después comenzó a hablarme de la siguiente manera:

  • Bueno cariño, ya tengo bastantes fotos contigo. Ahora ya estoy segura de que haré contigo lo que yo quiera. El día que te niegues, tu mujer verá estas fotos. Y por lo que me has contado no creo que le gusten mucho.

  • Oye Lucrecia... –intenté decir.

  • ¿Alguien te ha pedido que hables? ¡Prefiero que no hables!

Y entonces se fue y apareció tras unos instantes. Metió alguna tela en mi boca, que por el sabor entendí que eran mis calzoncillos y después la tapó con un poco de cinta americana, dando un par de vueltas a mi cabeza con ella. Tras esto me hizo girar de cara a la ventana y seguidamente comencé a notar cómo varias cuerdas flagelaban mi culo, acto que duró un tiempo que me pareció eterno. Cuando esos azotes empezaban a doler más de lo que yo estaba acostumbrado, las cuerdas siguieron por mi espalda alcanzando mis perfiles, y más tarde acabaron lastimando la parte alta de mis piernas.

La sesión pudo durar algo más de diez minutos y lo peor es que no hubo ningún tiempo de descanso. No podía creer lo que había cambiado mi situación en tan sólo algo más de media hora.

Lucrecia me giró ciento ochenta grados de nuevo y quedé de espaldas a la ventana. Escuché cómo abría las cortinas y luego me dijo:

  • Por ahora las persianas del piso de enfrente están bajadas. Menuda sorpresa se llevarán si las suben. ¿Sabes si viven enfrente muchas personas? ¡Contesta con la cabeza!

Negué con un movimiento.

  • ¿Quizá una sola?

Afirmé.

  • ¿No será un hombre? –insistió.

Volví a negar.

  • ¿Es una mujer?

Afirmé.

  • Me parece estupendo. Puede ser que todavía esté descansando, no parece apropiado dejar las persianas bajadas a estas horas. Ahora voy a salir durante algún tiempo, pero volveré para soltarte y realizarás las tareas que yo no voy a hacer a partir de ahora, ya he visto que a ti también te gusta hacerlas. También quiero ver todas tus fotos almacenadas en el ordenador. Y ten por seguro que llamaré a la puerta de tu vecina antes de salir para que despierte y contemple el espectáculo. ¡Cómo me gustaría!

Cuando Lucrecia desapareció, la excitación que se apoderó de mí creo que ha sido la mayor que he llegado a tener nunca. Tenía varias cosas en las que pensar, pero la idea de que Sonia despertase, subiese su persiana y me descubriese en tal situación (desnudo, colgado, con los ojos vendados, amordazado y con la parte posterior de mi cuerpo seguramente muy roja) no abandonaba mi cabeza.

Tras unos minutos después de haber escuchado cómo la puerta se cerraba, percibí el sonido de la persiana de Sonia.

Continuará...

(Si quieres escribirme puedes hacerlo a ossimmush@yours.com ).