Las sorpresas de tía Ana (P.V.e.I.)
Un joven e inexperto muchacho empieza a descubrir las sorpresas que tiene la hermosa y sensual esposa de su tío.
Las Sorpresas de tía Ana.
Mi nombre es Germán y con casi dieciocho años me toca contar una historia que no imaginé vivir ni en mi más morbosa fantasía. Uno de los protagonistas de esta historia soy yo, un muchacho de provincia como toda mi familia, deportista de constitución recia y metro ochenta de altura, pero bastante normal, un chico como la mayoría. Mis cabellos son castaños oscuros y mis ojos color miel. Tengo una novia un año menor que yo, su nombre es Julieta. Ella es una chica preciosa con la que llevo casi un año saliendo. Ha sido un buen noviazgo, aunque en términos de sexo nuestra relación no es todo lo que yo quisiera (debido al miedo y tradicionalismo de Julieta, que quiere llegar virgen al matrimonio). Sin embargo, me consideraba un tipo con suerte, con una buena familia, a punto de comenzar sus estudios en la universidad y con una novia hermosa.
Era una época de cambios y nuevas experiencias, la primera de ellas era trasladarse a la capital a estudiar en una prestigiosa institución. Me sentía contento, además experimentaría la oportunidad de vivir sólo, ya sea en un pequeño departamento o pensión. Aquello era el primer desafío que deseaba enfrentar por mi cuenta, pero mi deseo fue frustrado cuando mi madre –Marion- decidió acompañarme a la capital a buscar un lugar donde vivir. Aprovecharíamos que mi tío Tommy, su hermano menor, vivía hace varios años en la capital para alojarnos en su hogar y buscar un lugar para instalarme con tranquilidad.
Mi tío Tommy me simpatizaba, había sido rugbista, un deporte que disfruto mucho, y teníamos muchos temas en común. Además era un hombre exitoso y en nuestra provinciana familia todos hablaban de lo bien que le había ido en la su vida, tanto en lo profesional como la parte personal. Tío Tommy no tenía hijos, pero estaba casado con una mujer muy hermosa, Tía Ana. O tía Anita como le suelo decir desde mis catorce o quince años. Ella es de esas mujeres que sólo ves rara vez en la tele o en el cine, una mezcla de modelo de victoria secret y conejita de playboy. Alta, de porte elegante, de curvas que acompañan armónicamente aquel voluptuoso cuerpo, con senos grandes y levantados y trasero carnoso y paradito. Mis padres dicen que tiene un aire a actriz italiana, como Sofía Loren o Mónica Bellucci. Sin embargo, yo no estoy tan de acuerdo. Quizás peque de exagerado, pero a tía Anita la imagino en playboy o en un desfile de victoria secret. Tía Anita es una composición perfecta, con una genética privilegiada que recuerda a varias mujeres hermosas y exuberantes. Una mezcla de la belleza de Rosie Huntington-Whiteley, Irina Shayk o Madalina Ghenea y la desbordante sensualidad de Alice Goodwin, Angelina Jolie o Jillian Beyor. Quizás sólo sea cosa mía, una exageración de un muchacho que no alcanza los veinte años, pero lo que sí puedo decir con soltura y certeza es que tía Ana es un “bellezón” que a sus veinticinco parece una chica “buenorra” de veinte.
Recuerdo perfectamente el día en que pasé de un muchacho inocente a un “peligroso” adolescente. Fue un sábado por la noche cuando mis hormonas terminaron de revolucionar mi cuerpo y el instinto me llevó a mi primera masturbación. Tío Tommy aquel día presentó a su novia a la familia. Recuerdo un silencio breve e incómodo, además de la mirada boba de los hombres al ver a la muchacha que vestía un vestidito entallado y corto junto a unas sandalias bajas. Su nombre era Ana. Fue esa belleza (su rostro de ojos claros, pómulos altos y labios pulposos) y el recuerdo de sus femeninas piernas lo que revolucionó mis hormonas. Era un crío imberbe que no sabía lo que hacía, mi vida era jugar y pasarme el día frente a la tele, pero aquel día cambió mi visión de la mujer y despertó el hombre dormido en mi cambiante cuerpo juvenil. Mis primeras erecciones (y masturbaciones) se las debo a ese verano caluroso y a los cortos vestidos de la nueva novia de tío Tommy.
Habían pasado los años, mi tío Tommy se había casado con tía Anita y eran aparentemente muy felices. Ambos eran abogados y trabajaban mucho, pero pasaban una buena vida (con una casa enorme que incluso tenía un pequeño gimnasio y un piano en un rincón de la sala de estar). En mi caso, seguí en mi hogar, estudiando y dedicándome a las cosas del colegio, había descubierto a otras mujeres e, incluso, había tenido sexo con una chica que fue mi novia un verano, pero mi experiencia era limitada en aquel campo.
Nos veíamos muy poco con los tíos, pero manteníamos el contacto y había esa amistad que sólo se logra al ser familia. Así que el alojarnos en casa de tío Tommy pareció lo correcto. Nos recibieron con los brazos abiertos, mamá estaba contenta y la verdad es que yo también. Aunque no puedo negar que cruzaron pensamientos lujuriosos al repasar el rostro y el cuerpo de tía Anita. Como dice un amigo: “Ella estaba como quería”.
Pasó más o menos una semana y tuvimos que despedirnos de tío Tommy que viajaba a Uruguay a un curso que le retendría tres semanas fuera. Mi madre y yo salimos a buscar un departamento para vivir durante mis años en la universidad, mientras tía Anita salió a trabajar. Los primeros días pasaron rápido entre las visitas a los departamentos y las conversaciones acerca del arriendo. Por las noches, mi madre cocinaba algo y luego se iba a acostar, yo hablaba con Julieta y me entretenía un rato viendo televisión. Tía Anita llegaba más tarde, comía algo mientras veíamos tele. Se veía hermosa y mucho menos seria. Mucho más accesible que antes, pero también más cansada. Luego de compartir un rato frente al televisor se iba a acostar. Yo subía poco después a dormir, tenía que partir con mi madre a buscar un lugar donde alojarme cuando empezara la universidad.
La rutina continuó hasta el lunes de la semana siguiente, aquel día algo pasó. Mamá hizo la cena, conversamos un rato y luego se fue a dormir. Hablé brevemente con Julieta y luego me puse a ver un partido de rugby en uno de los numerosos canales de deporte. Había pasado un buen rato cuando llegó tía Anita, me saludó algo apurada y luego pasó directamente al baño. Luego, cenó a mi lado, silenciosa mientras veíamos el final del partido.
¿Juegas rugby? –preguntó tía Anita, rompiendo el silencio.
Un poco –respondí. Tenía las piernas recogidas sobre el sofá y el vestido de dos piezas se le había subido algo, mostrando sus bonitas piernas. Retiré mi vista de ellas rápidamente, esperando que no hubiera notado mi indiscreción.
Tu tío era muy buen jugando en la universidad. Salió campeón universitario dos o tres veces –comentó con una sonrisa extraña. Parecía algo melancólica.
Algo me dijo mi madre –mencioné-. Ella siempre nos habla de su pequeño “Brad Pitt”.
¿Brad Pitt? –preguntó confundida tía Anita.
Mi madre siempre anda alardeando que su hermano es muy parecido a Brad Pitt –respondí. Mi madre adoraba a su hermano, decía que era casi tan hermoso como yo. Pero la verdad es que el tío Tommy es de esos hombres que llaman la atención de las mujeres. No por nada una mujer como tía Ana estaba casada con él. Yo era una sombra a su lado.
Que gracioso –dijo tía Anita, una hermosa sonrisa iluminaba su rostro-. Pero ese pequeño “Brad Pitt” es ahora mío. Sin embargo, yo diría que Tomás Matías es más un “David Beckam” que un “Brad Pitt”… Brad Pitt está últimamente algo “dejadito” de la mano de dios.
Me cerró un ojo de manera cómplice y luego se levantó. Su movimiento apresurado hizo que pudiera, sin intención, echar un rápido vistazo a su ropa interior blanca. Me subieron los colores al rostro. Creo que ella lo notó, pero lejos de mostrar vergüenza se sonrió y me dio un beso en la mejilla con esos labios carnosos. Sentí junto al aroma de su perfume el olor de algún licor en su aliento.
- Vete a dormir –me dijo mientras se alejaba-. Mañana será un día largo.
Asentí mientras la observaba alejarse y subir las escaleras. De pronto, sentí que su caminar era muy sensual y que su trasero se marcaba de manera “maravillosa” en su falda. Apagué la televisión y las luces, y subí las escaleras.
Tía Anita había apagado las luces del pasillo y avancé silencioso y a tientas. Entonces reparé en la luz encendida del cuarto de los tíos y en la puerta medio abierta. Al pasar, todo lo silencioso que pude para no despertar a mi tía y mi madre, me detuve impactado. Tía Anita daba la espalda a la puerta, desvistiéndose. Estaba sólo con el brasier y el vestido puestos, esta última prenda cayó poco después, dejándome ver su trasero hermoso y sus largas piernas. Mi boca estaba seca cuando se giró y retiró el brasier de media copa, sus senos eran grandes y firmes, preciosos. Los pezones paraditos estaban rodeados de una aureola pequeña y rosada. Tía Ana se perdió en el baño y yo escapé a mi habitación antes de ser descubierto. Aquella noche mi mente olvidó a mi hermosa novia y me masturbé pensando en tía Ana, como muchas veces lo había hecho en mi adolescencia temprana.
El siguiente día fue terrible, mi madre andaba muy quisquillosa con lo del departamento y discutimos varias veces. Salí a correr esa noche en lugar de ver televisión. Necesitaba descargar tensiones. La fallida búsqueda de departamento y mi exasperada madre me estaban poniendo algo tenso, especialmente mientras se acercaba la fecha de inicios de clases en la universidad. A mi mente también venían las imágenes del cuerpo de la esposa de tío Tommy. me repetía. Pero tía Ana parecía rondar en mi cabeza. Mientras regresaba a casa y escuchaba a Bob Dylan por mis audífonos me encontré a tía Anita. Llegaba más temprano de lo habitual. Sonrió al verme, me dio un beso en la mejilla y me abrazó, cariñosa.
¿Ya terminas o seguirás corriendo? –preguntó mientras su brazo se aferraba a mi cintura. Su aliento nuevamente tenía aquel aroma a alcohol de la noche anterior. Sin embargo, no le presté atención. Se veía hermosa con un vestido marrón y un calzado de taco alto, aquello me recordó el fugaz descuido de tía Ana el día anterior. El recuerdo de sus senos desnudos hizo que me sonrojara.
Ya iba a la ducha –respondí, tratando de apartar mi rostro para que no descubriera mi vergüenza.
¿Y tu madre? –preguntó mientras entrábamos a la casa.
Durmiendo –conteste-. No ha sido un buen día.
Que mal, pero el día no termina todavía –tía Ana tratando de ser positiva, su rostro mostraba una sonrisa risueña que me pareció encantadora-. Aún puede tener un buen final ¿no?
Supongo –le dije, estaba nervioso por estar ante una mujer adulta y tan hermosa como mi tía.
Claro, así es –continuó tía Anita-. Sabes, me siento tentada a ir a tomar un trago por ahí antes de ir a la cama. Pero necesito un chaperón. Cuando voy sola por un bar se me acercan muchos hombres, a veces son muy insistentes. Parecen animales en celo. Pero si voy contigo me dejarán tranquila. Me acompañas ¿no?
Tía Ana hizo un puchero y de pronto me pareció una chica de mi edad tratando de hacer que un hombre hiciera lo que ella quería. Esa actitud, mezcla de coquetería e inocencia la había visto en mi novia y otras chicas. Era una actitud irresistible. No podía decirle que no.
Por supuesto, tía –respondí algo nervioso.
Perfecto, Germán –el brillo de sus ojos me hizo notar el color turquesa de estos-. Te duchas rápido que yo paso al baño, me cambio y estoy lista. ¡Ah! Y otra cosa, por hoy llámame Ana.
Claro, tía… -empecé a decir-. Quiero decir, Ana…
Bien –dijo mientras alejaba. Su trasero parecía más carnoso y deseable que nunca.
Me duche rápidamente y vestí con mi mejor atuendo, un pantalón y camiseta ajustada que me quedaba muy bien. Salí de mi habitación creyendo que tía Anita me esperaba en la planta inferior, pero cuando pasé por su habitación me detuve, otra vez sin aliento. Tía Anita estaba subiendo un vestido blanco perla por sus caderas, una pequeña tanga blanca, que mostraba mucho más que lo que ocultaba, se perdió mientras el vestido seguía subiendo por la cintura hasta cubrir parte del tronco femenino, ocultando unos senos voluptuosos de pezones erectos. Tía Ana no pensaba usar brasier esa noche al parecer. Colocó los tirantes sobre sus delicados hombros y acomodó el vestido en sus increíbles curvas, el vestido llegaba hasta las rodillas y se notaba liviano, ajustándose al nivel de sus caderas su abdomen y sus senos, envolviéndolos y dejando gran parte de la espalda al aire. En ese momento tía Anita descubrió mi presencia.
Tía Anita… yo… -empecé a recitar alguna excusa, pero mi mente estaba apagada.
Ana… dime Ana… -me regañó mi tía, indiferente a mi repentina presencia detrás de la puerta-. Ven aquí Germán, ayúdame con los broches en mi espalda.
Claro, tía… –ella me miró con reprobación y entonces recordé que debía decirle Ana-. Está bien, Ana.
Me acerqué a ella. Tía Anita me dio la espalda y me dijo lo que tenía que hacer. Nervioso y con las manos temblorosas, tomé uno de los dos broches en la parte baja de su espalda y con cuidado llevé un extremo al otro. Mi mano temblaba y me era imposible no rozar su espalda de piel suave. Tampoco me era posible no notar su trasero respingón resaltar en la tela blanca o recordar la pequeña y blanca prenda oculta en aquel lugar que había alcanzado a vislumbrar desde la puerta. Finalmente, logré cerrar el primer broche, luego seguí con el otro bajo la atenta mirada de la mujer de tío Tommy. El vestido quedó ajustado maravillosamente al cuerpo femenino de tía Ana, que giró para verse ante un espejo enorme que había en una esquina. A continuación, se puso unas sandalias con plataforma de corcho que se ataban al tobillo, un collar de perlas que enrollo en su cuello y una pulsera que hacía juego. Los ojos turquesas de tía Anita observaron su cuerpo enfundado en aquel sensual vestido blanco, sus manos alisaron la tela y revisó atenta el maquillaje en su rostro. Finalmente, acomodó el escote delantero, en una manipulación de su anatomía que personalmente encontré erótica.
¿Me veo bien? –preguntó tía Ana, mirándome por el espejo.
Si, Ana –recordé decir. No sé cómo logré sacar la voz con semejante mujer en frente -. Te ves muy bien.
Gracias, Germán. Eres un galán –el beso de mi tío llegó de improviso y me sorprendió sentir el breve contacto de sus labios sobre los míos-. Vamos entonces.
Vamos, tía… Ana, quiero decir –rectifiqué, aún sorprendido por aquel beso.
Salimos en el auto del tío Tommy, un Lexus híbrido. Tía Ana me dejó conducir y enfilamos hacia un área de bonitos restoranes enclavados en un exclusivo sector de la ciudad. Entramos a un lugar pequeño, pero que contaba con una pista de baile. Había bastante gente, se notaba un lugar bastante de moda. La música daba vida la ambiente, las personas parecían ajenas a cualquier otra cosa que no fuera disfrutar. Tía Ana me tomó de la mano al entrar al lugar.
¡Guau! Es un gran lugar, Ana –dije, agarrando algo de confianza.
¿Te gusta? –preguntó mientras buscaba algún conocido con la mirada.
Claro… ¿Cómo diste con él? –pregunté. Tía Ana se detuvo pensativa, antes de responder con una sonrisa pícara en el rostro.
Me lo enseñó mi jefe –respondió. Y luego tiró de mi mano para conducirme a una mesa.
Nos sentamos uno frente al otro, nuestra mesa quedaba justo frente a la pequeña pista de baile. Pedimos algo de beber y luego estuvimos conversando de la universidad. Yo notaba las miradas sobre nosotros, especialmente sobre mi tía. Algunos tipos se acercaban para sacarla a bailar, pero ella se negaba. Luego de un rato, tía Ana me pidió que nos sentáramos juntos para evitar que otros tipos pensaran que éramos una pareja. Yo nervioso acepté su petición y me acomodé junto a ella. Tía Ana comenzó a hablar alegremente de su vida universitaria mientras bebía su tercera copa de champaña. Luego, propuso que saliéramos a bailar. Yo no soy un gran bailarín, pero acepté. Notaba una actitud rara en ella, mucho más desvergonzada, y sentía despertar cierta lujuria en mi cuerpo. Tía Anita bailaba alocadamente en la pista, atrayendo muchas miradas. Me sentía afortunado porque era la envidia de muchos hombres e incluso notaba la mirada de deseo de otras mujeres, el vestido blanco de tía Ana se pegaba a su cuerpo, aún más, por el sudor y el calor y ella bailaba cada vez más cerca de mi cuerpo. Sin duda, estaba en las nubes.
La esposa de tío Tommy jugaba conmigo, yo notaba que ella me coqueteaba, aprovechándose de mi timidez y mi inexperiencia. Se tomaba de mi cuello y bajaba con las manos pegadas a mi pecho, para luego agitar su cabello, pegándose a mi cuerpo, haciéndome sentir sus senos en mi tórax y sus caderas en mi pelvis. Yo no sabía qué hacer, era mi tía, pero también era una mujer muy hermosa y deseable. Cuando se dio vuelta y sentí su espalda pegada a mi cuerpo, sus glúteos en perfecto contacto contra mi pelvis, no pude evitar tomarla por la cintura. Ella giró, mirándome con esos enormes ojos turquesas, sus manos apoyadas en mi pecho y su rostro a centímetros del mío. Mis manos acariciaron su espalda y su cintura, posándose un momento en sus caderas antes de acomodar mis dedos otra vez en su cintura, con mis yemas acariciando la parte superior de sus glúteos. Parecía un sueño, donde un ángel y yo girábamos por una pista de baile. Repentinamente, perdí el contacto de la mirada de tía Ana, ella observó a su alrededor y se separó, alejándose de la pista a nuestra mesa. Me sentí avergonzado de lo que había pasado, humillado tras haber intentado seducir a tía Ana. Volví a su lado callado.
Ella pidió un último trago y pagó la cuenta. Poco después marchábamos a casa en silencio. Se había hecho tarde, dijo ella.
El miércoles fue un día de locos, pero finalmente logramos llegar a un acuerdo y arrendar un pequeño departamento cerca de la universidad. Estaba algo descompuesto por lo ocurrido en día anterior, pero al menos tenía un lugar donde vivir. Llegamos a casa tarde, pero contentos. Mi madre se fue a acostar y tía Anita llegó poco después, se veía algo extraña, pero con lo que había pasado el día anterior no quise llamar su atención. Justo cuando apagaba la televisión y me iba a acostar se sentó a mi lado con un plato de ensaladas y un pequeño trozo de pescado.
Hola, chiquito –saludó. Su voz sonaba extraña, pero no me llamó tanto la atención como el escote. De pie, podía observar una gran porción de sus senos.
Hola, tía –saludé, respetuoso. Tratando de reunir voluntad para apartar mis ojos de aquel par de preciosos senos.
Oye, chiquito –repitió, como queriendo aclarar sus ideas-. Quiero que me perdones por lo de ayer. Estaba cansada y tal vez tomé un poco de más. Lo siento.
No te preocupes, tía. Está todo bien. –respondí, algo nervioso luego de unos segundos en que me quedó callado mirando ahora las rodillas de mi tía. Había notado que estaban sucias, como si hubiera estado arrodillada en el suelo.
Si está todo bien me darás un beso de buenas noches –pidió tía Anita, con aquella entonación extraña de su voz.
Claro –dije.
Me incliné para darle un beso en la mejilla, pero ella giró su rostro. Yo me paré, podía sentir en su aliento el olor a licor. Seguía inmóvil, a centímetros del rostro de tía Ana, así que fue ella quien se acercó y me dio el beso en los labios. Pude sentir la presión y un breve movimiento de sus labios sobre los míos y luego se separó. Retrocedí, sorprendido nuevamente por mi tía.
Buenas noches, amor –me despidió.
Buenas noches –respondí.
Empezó a comer en silencio y yo me retiré a mi habitación. Mientras hablaba con Julieta esa noche ella me encontró distraído, le dije que no era nada. Algo que no era normal ocurría en esa casa, pensé. Esa noche me dormí pensando en tía Ana.
A la mañana siguiente, cuando bajé a tomar desayuno, encontré a tía Ana y mi madre hablando animadamente. Tía Ana había pedido dos días de vacaciones para estar con nosotros, mi madre aprovecharía para ir a firmar el contrato con el administrador (tía Anita lo había revisado esa mañana y estaba todo normal) y tía Ana se ofreció para enseñarme la universidad a la que iría.
Salimos a media mañana, tía Ana parecía muy alegre. Me enseñó la biblioteca, las diversas oficinas universitarias y la facultad donde el tío Tommy y ella estudiaron. Era un día de nubes, tía Ana vestía una “maglieta” (camiseta) escotada de color gris, con cuello alto y manga larga, un chaleco de alpaca blanco y desabrochado, además de un pantalón negro, ajustado y que en mi humilde opinión resaltaba demasiado su carnoso y firme trasero. Su calzado era bajo, pero aquello supongo que no importa tanto cuando eres una mujer alta, de alrededor de metro setenta y cinco. Yo por mi parte había salido con lo primero que encontré, una camiseta, un jean marrón y unas zapatillas deportivas. Tía Ana me mostraba la que sería mi facultad, cuando notamos las miradas de varios alumnos que colocaban letreros en los ficheros del lugar. Uno de ellos, un chico de cabellos negros y barba de tres días, vestido de manera similar a la mía, se acercó a nosotros.
¿Son nuevos? –preguntó, confundiendo a mi tía con una estudiante. Yo iba a sacarlo de su error, pero tía Ana se adelantó.
Si, estábamos viendo la universidad –dijo mi tía, tomándole el pelo al tipo que no se cortó en repasarla con la vista. Sus amigos, un par de tipos vestidos con camisetas negras y gorros, también repasaban a mi tía con la mirada, susurrándose cosas y riendo a lo lejos.
¿Quieren ir a la fiesta de ingeniería del sábado? Habrá buena música, cerveza y buena compañía –dijo dirigiéndose siempre a tía Anita, ignorándome, como queriendo hacerse el galán con ella, que observaba divertida al muchacho de unos veintiuno o veintidós años-. Mi nombre es Francisco, pero me llaman Pancho.
Hola Francisco –saludó tía Ana, me miró como indicándome que me preparara para un travesura-. Soy Ana y él es Germán, mi…
Dejó la frase en el aire… como queriendo decir más de lo que quería.
- La verdad es que estamos empezando y recién nos estamos conociendo –aseguró mi tía, tomándome sorpresivamente de la mano.
Tía Ana estaba sugiriendo que éramos una pareja de recién enamorados. Yo me quedé callado, paralizado ante la historia de mi tía. Era verdad que tía Ana tenía un aspecto juvenil, pero me pareció que ella tenía esa impronta que tienen los adultos en su forma de actuar y hablar.
Hola, Germán –me saludó Pancho, con una mirada extraña-. ¿Qué están haciendo por aquí?
Bueno, nosotros… -traté de decir, pero estaba nervioso. Menos mal que salió tía Ana en mi rescate.
Paseábamos por la universidad, buscando un lugar tranquilo para estar solos –recitó la tía como si nada, con una mirada picara, pero aparentemente avergonzada también. Incluso me pareció que sus mejillas se sonrojaron. La verdad es que tía Ana era una actriz de primera, estaba asombrado.
Así que en eso andaban –dijo Pancho, algo morboso a mi parecer.
Si, pero ahora que nos hemos encontrado con ustedes. Tal vez puedas hacernos un recorrido de la facultad de ingeniería y nos cuentas de la fiesta que estás organizando –pidió inocente la esposa de tío Tommy, mi tía.
Claro. Me encargaré personalmente de hacerles un fabuloso tour por la facultad –respondió Pancho, sin creer lo que le pedía esa hermosa mujer que tenía al frente.
Con autoridad, Pancho ordenó a sus dos compañeros que siguieran pegando los letreros de la fiesta y se unió a nosotros en nuestro recorrido por la universidad.
Pancho de inmediato se centró en tía Ana, a pesar que íbamos de la mano como dos enamorados. Le hablaba tuteándola, tratándola de hacerla reír y apartándola de mi lado cuando podía. Pronto, el parlanchín universitario se dio cuenta de mi pasividad y timidez, lo que aprovechaba para coquetear con Ana, como la llamaba. Yo, callado, observaba como tía Ana le sonreía coqueta, se reía de sus bromas y juegos. Lo que hacía que Pancho tomara más y más confianza. A la hora del almuerzo, el desvergonzado estudiante conducía a tía Ana de la cintura a un local que había recomendado, ubicado a unas cuadras de la universidad. Yo los seguía algo molesto, unos metros atrás.
El dichoso restorán no era más de un pequeño lugar donde vendían abundante cerveza y comida rápida, la verdad es que yo deseaba comer y marcharme, pero tía parecía bastante interesada en la conversación de Pancho y reían ambos mientras bebía de su enorme vaso de cerveza. Pancho había pedido un enorme jarro de dos litros para cada uno y una bandeja para picar compuesta por papas fritas, verduras salteadas, quesos y aceitunas. Cuando quise reclamar, fue mi tía quien me calló (o más bien mi falsa enamorada).
Vamos, Germán –dijo tía con el ceño fruncido mientras Pancho me miraba divertido a su lado-. Divirtámonos un rato. La comida se ve deliciosa y estoy algo sedienta de tanto caminar.
Escucha a Ana, Germán –metió el dedo en la herida Pancho a su lado-. ¡Salud! Por nosotros.
Mi tía levantó su copón con dificultad y bebió con avidez, mientras Germán la miraba con ojos de lobo. Estuvimos conversando un rato, la verdad es que Pancho era bastante simpático y ocurrente, si no hubiera sido porque se notaba que quería seducir a mi tía (mi falsa enamorada) en mi cara hubiera podido considerarlo tal vez un buen amigo. Yo estaba algo molesto con mi tía, que había inventado todo ese cuento. Ella parecía divertida, me guiñaba un ojo cada vez que Pancho no la miraba y a veces jugaba a intentar darme un beso, cosa que yo rechazaba. Por muy hermosa y sexy que era mi tía, seguía siendo eso, mi tía. Cuando yo la rechazaba ella bromeaba con que tal vez debería ser novia de Pancho. El universitario entonces, aprovechaba de abrazarla o ella se sentaba en sus piernas y simulaban darse un beso, sólo que era mi tía la que desviaba el rostro en último minuto. Seguramente Pancho le hubiera dado el beso si mi tía lo permitiera. Las bromas continuaron y yo estaba algo harto de la cerveza. Estaba concentrado en la televisión, con el vaso medio lleno, cuando sentí un grito a mi espalda.
- ¡Lo lograste! –gritó Pancho, aplaudiendo y abrazando a la mujer de tío Tommy.
Tía Anita, sentada en las piernas del universitario, dejó el copón vacío en la mesa y sonreía con orgullo. Se veía graciosa, porque parte de la espuma de la cerveza se encontraba sobre sus carnosos labios. Pancho y yo nos reímos de Ana, que no le encontraba gracia al asunto. Ella, algo mosqueada, me agarró de la camiseta y me atrajo a su cuerpo.
- Esto lo soluciono así –dijo, sorprendiéndome otra vez.
El beso que me dio tenía poco o nada de inocente, sus labios presionaron los mío, pero fue el contacto de su lengua adentrarse en mi boca lo que me espantó. Me eché para atrás y me caí de la silla, ante las risas de tía Ana y Pancho, que se abrazaban divertidos. Su boca carnosa casi no tenía rastro de la espuma.
Tía Ana terminó de limpiarse con una servilleta y anunció que iba al baño.
- Ha hecho efecto la cerveza –dijo con una sonrisa tonta, justo en el momento en que empezó a sonar mi celular.
Pancho me miró, como felicitándome por mi suerte. Luego, observó a tía Ana, alejándose al baño. Sin duda, tenía un cuerpo de ángel… o diablesa, pensé. Contesté el teléfono, era Julieta. Me alejé del lugar y traté de centrarme en mi novia, fueron largos minutos en que apenas podía mantener la conversación. De pronto, noté que Pancho no estaba y tía Ana no había regresado del baño.
¿Dónde están? –dije en voz alta.
¿Dónde está quién? –preguntó Julieta al otro lado del teléfono.
Le respondí que tenía que irme. Que mi madre, me llamaba y corté. Habían pasado cinco o diez minutos, no más. Recorrí el lugar y salí a la calle. No había rastro de ellos. Volvía al restorán, me dirigí a los baño. A los pasillos les faltaba pintura y había poca luz, había un montón de cajas de botellas llenas y vacías en el camino, apilándose unas arribas de otras. En el baño de hombre parecía no haber nadie, pero desde el baño de mujeres se escuchaban voces que hablaban en susurros. Me acerqué, sigiloso. Cuando reconocí la voz de tía Anita mi corazón latió fuerte y me faltó la respiración.
Déjame salir, Pancho –decía mi tía. Pancho estaba en la puerta, impidiéndole el paso.
Vamos, preciosa –se escuchó la voz de Pancho-. Sólo quiero un besito como el que le diste a Germán. Nada más.
Estás loco –respondió mi tía-. Germán es mi novio y debe estar por venir a buscarme.
Lo dudo –el tono de Pancho era seguro. El universitario se adentró al baño de mujeres y yo me acerqué detrás de unas cajas, cerca de la puerta-. Estaba hablando animadamente. Me pareció que era otra mujer.
Vamos, Pancho –dijo mi tía-. Déjame salir. No quiero problemas.
Yo tampoco, nena –continuó Pancho. Desde mi escondite podía observar que arrinconaba a mi tía contra un lavamanos-. Sólo quiero un besito.
Pancho, por favor… -suplicó mi tía.
Vamos, preciosa –rogó Pancho, tomándole sus manos-. Ese chico de afuera es mucho para ti, parece dos o tres años menor que tú. Le faltan huevos para defender lo que es suyo. En cambio yo, voy a tomar lo que me pertenece. Dame ese beso, amor.
Pancho… -dijo tía Anita, algo azorada.
Ana, sabes que puedo darte más placer que aquel chico de afuera –dijo con seguridad Pancho, que acarició la mejilla y tomó el mentón de tía Ana para que ella le mirara.
Mi tía se mordió el carnoso labio, aquel gesto de duda sólo consiguió animar más a Pancho que se atrevió a tomarla por la cintura.
- Vamos –repitió el muchacho.
Tía Ana miró la puerta. Yo me arrimé más a las cajas, escondiéndome. Ella observó un momento, como comprobando que nadie apareciera de improviso. Observó el vacío largamente y luego fijó sus ojos en Pancho.
Está bien –cedió finalmente mi tía-. Pero sólo un beso.
Perfecto, nena –la sonrisa en los labios de Pancho era triunfal.
Pancho se apresuró, pero tía Ana lo detuvo. Ella era de la misma altura que él. Se situó frente al atolondrado universitario y con calma dejó que sus miradas se encontraran. Yo no sabía qué hacer, pero ya era demasiado tarde, Ana dejó que Pancho la besara. Fue un beso largo que pronto subió de tono cuando ella entreabrió los labios, dejando que la lengua viril entrara. La intensidad aumento, las manos de Pancho bajaron de la cintura y acarició el trasero carnoso y firme de tía Anita. Ella parecía haber olvidado que sólo era un beso y que su sobrino la esperaba afuera. El beso continuó, ella parecía haber perdido el control y la noción del lugar, porque le empezó a besar y lamer el cuello. Pancho tenía las manos ahora en los senos de tía Ana, que acariciaba sobre la camiseta de manga larga. Ella lo volvió a besar y una de sus manos acarició la entrepierna del muchacho. Pancho y Ana se separaron con una sonrisa cómplice en los labios. Sin esperar, tía Ana se arrodilló, y ante la sorpresa de Pancho y la mía, le sacó la verga media erecta del pantalón. La sacudió un par de veces, masturbándolo mientras miraba de manera lasciva a Pancho.
Te gusta esto –le dijo con una sonrisa pérfida. Pancho asintió. La cara de tía Ana era la de una mujer caliente y vulgar. La belleza estaba ahí, pero había perdido elegancia de rodillas en aquel inmundo baño.
Vamos a ver si te gusta esto también –luego se metió la verga de Pancho en la boca, que tuvo que afirmarse del lavamanos para no caer de espalda.
Yo estaba impactado. El rostro de tía Ana iba y venía entre la mata de pelo negro del pubis de Pancho. Parecía concentrada, las manos apretando el trasero esquelético del muchacho. Él en tanto, manoseaba las tetas por sobre la “maglieta” de tía Ana, tratando de apartar la camiseta, cosa que no podía hacer desde su posición. Tía Ana apresuró la mamada, voraz. Los sonidos, gemidos y otros ruidos vocales, subían de volumen en el estrecho baño. Yo miraba a mi espalda con la esperanza que nadie nos encontrara, porque ni mi tía ni Pancho parecían conscientes del lugar donde se encontraban. De pronto, Pancho lanzó un pequeño grito y se dejó caer, quedando sentado contra el lavamanos. Tía Ana se acercó a él, y tomándolo de la camiseta lo besó. Fue un beso salvaje, pérfido. Yo estaba atontado, inmóvil, no pudiendo creer lo que veía. Tía Ana parecía haber reunido la corrida de Pancho en la boca y ahora le compartía el semen acumulado. El líquido blanco pasaba de una lengua a otro.
Finalmente, tía Ana se levantó y escupió el resto del semen sobre el rostro de Pancho.
- Espero que haya sido de tu agrado el beso –dijo, sonriente. Entonces, buscó su cartera apoyada sobre el otro lavamanos.
Salí de ahí antes de ser descubierto. Cuando llegué a la mesa, el dueño me miró con suspicacia. Pedí la cuenta. Necesitaba salir de ahí. Tía Ana apareció poco después.
- ¿Me das de tu cerveza? –me preguntó, pero ya había tomado la jarra y se llevaba el líquido a la boca.
Pancho salió poco después, se había lavado la cara y lucía una sonrisa estúpida en el rostro.
Entonces, ¿Nos vemos el sábado en la fiesta? –dijo, mirando con complicidad a Ana-. Será un gran evento que terminará a las cinco o seis de la mañana. Luego, nos vamos a mi casa. Hay que aprovechar de festejar antes que empiecen las clases ¿no?
Claro, iremos –dijo tía Ana, cogiendo la tarjeta con la dirección de la fiesta, además del número y la dirección de Pancho-. ¿No es cierto, amor?
Me quedé en silencio, pero la sonrisa divertida de mi tía no me daba elección. Ella se arrimó a mi cuerpo, melosa, terminó mi jarra de cerveza. Luego nos fuimos del lugar tomados de la mano. Pancho trataba de convencernos de visitar un nuevo lugar donde vendían los mejores tragos, pero Tía Ana Arrimada a mi cuerpo se negaba a acompañarlo.
- Lo siento –dijo-. Nos tenemos que ir ahora. Debemos buscar un lugar tranquilo y solitario.
Me dio un largo beso, que trate de evitar en la medida de lo posible. Su boca olía a alcohol y tal vez a algo más. Recordé el semen de Pancho y sentí asco. El universitario protestó, dijo que conocía lugares donde las parejas podían estar tranquilas, que él nos llevaría al lugar. Que podíamos divertirnos juntos, los tres. Pero mi “novia” se negó.
- Lo siento. Quiero estar a solas con mi novio –dijo, guiñándome un ojo.
Nos despedimos finalmente de Pancho, que me estrechó la mano con una mirada enigmática en sus ojos. Luego, por supuesto, no fuimos a ningún lugar solitario. Sólo fuimos a casa. Tía Ana sólo me estaba tomando el pelo, a mi y a Pancho.
Había descubierto que aquella mujer seria e de sonrisa tímida había desaparecido. La esposa de tío Tommy era una mujer completamente diferencte a la que recordaba. Aquellos eran los días más extraños en mi vida.
Días llenos de sorpresas para un chico inexperto como yo, que no no estaba preparado para las sorpresas de tía Ana.