Las Sorpresas de tía Ana (2) (P.V.e.I.)
Un joven e inexperto muchacho empieza a descubrir las sorpresas que tiene la hermosa y viciosa esposa de su tío.
Las Sorpresas de tía Ana (2): La recompensa de un héroe.
Era un sueño. En él, Julieta, mi novia, le daba una mamada a un desconocido y yo la observaba atado a la pared. Yo le suplicaba que no lo hiciera, pero ella me decía que era la única manera de conseguir un departamento donde pudiéramos vivir juntos. Desperté agitado, cubierto de sudor.
Alguien tocó la puerta, era mi madre. Tenía que levantarme rápido, iríamos con tía Ana a la playa. Me levanté aún con el cuerpo cansado, me había despertado varias veces durante la noche y cuando trababa volver a dormir no podía, recordaba la escena de mi tía haciéndole una mamada a Pancho, un chico universitario que habíamos conocido ese mismo día. Aquel no era un sueño, y yo no sabía qué hacer con toda esa información. Una parte parecía excitarse con el recuerdo, pero mi parte racional sabía que no estaba bien. Tal vez debía contarle a mi madre o incluso a mi tío.
Salimos esa mañana en el auto de mi tío Tommy, tía Ana manejaba y me observaba por el espejo retrovisor. El viaje me pareció una tortura, me hice el dormido y pasé el resto del viaje evitando los ojos verdeazulados de la conductora. Cuando llegamos a la casa de playa de tío Tommy, un sol radiante elevó la temperatura sobre los veinticinco grados. Ni una nube asomaba en el horizonte, pensé. Nos servimos un bocado y las mujeres se fueron a dar un chapuzón en la piscina. Yo las observé desde la orilla, mi madre usaba un traje de baño anticuado, a diferencia de tía Ana, que parecía haber elegido el bikini que dejaba más piel al sol. Sin duda, había pocos cuerpos como el de tía Ana. Por lo menos, no recordaba haber estado tan cerca de una mujer tan hermosa en un traje de baño como ese. Las curvas de tía Ana podían observarse en plenitud. Me era casi imposible no mirar su cola, su abdomen plano, sus senos perfectos o sus piernas largas.
Para distraerme, llamé a Julieta y estuve hablando un buen rato con ella. Evadiendo esos pensamientos que venían, y en que tía Ana parecía adueñarse de mi mente. Sin embargo, mi madre me pidió que acompañara a tía Ana mientras ella iba a caminar por la playa antes de ir al supermercado a comprar algo para la cena. Asentí, algo nervioso.
Bajé hasta la piscina donde tía parecía dormir en una reposera, boca abajo. Se había sacado la parte de arriba del corpiño y su espalda recibía el sol sin impedimentos. Su culito carnoso parecía invitar a ser tocado, irresistible. No pude aguantarme, se veía espectacular. Saqué mi teléfono móvil y le hice una rápida foto de su cuerpo.
El maldito teléfono hizo un ruidito y tía Ana notó mi presencia. Rápidamente guarde el teléfono.
Hola, Germán –saludo mi tía. Yo aún nervioso no sabía qué hacer-. Está fuerte el sol ¿no?
Creo que si –conseguí decir.
Entonces me harías un favor, amor –me pidió la tía, mirándome con los ojos medio cegados por la luz. Yo asentí mientras trataba de apartar mis ojos de su trasero-. Se buenito y búscame una botella de champaña y una copa en la cocina.
Fui por la botella y la copa. Me parecía temprano para empezar a beber alcohol, pero empezaba a sospechar que últimamente tía Ana tomaba una o dos copitas de alcohol antes de llegar a casa. Me hizo servirle la copa de champaña y bebió un largo sorbo antes de volver a acomodarse en la reposera. Para capear el calor y la calentura por la visión del cuerpo de Ana, me di un buen chapuzón en la piscina. Estuve un rato nadando y cuando decidí salir me encontré con que tía Ana me miraba como un gato a un ratón. Mientras salía sus ojos turquesas quedaron prendados de mi entrepierna, aquello me avergonzó y acomodé el pantalón de baño para que no se notara mi pene.
¿Sabes si llegará pronto tu madre? –preguntó. Se había colocado la parte superior del bikini, noté.
Fue a la playa a caminar y luego a comprar la cena –respondí.
Ah –fue toda su respuesta.
Se acomodó en la reposera, boca arriba. Me hizo servirle otra copa y siguió bajo el sol. Planeaba ir a ver algo de televisión, pero cuando me iba tía Ana me llamó.
- Germán, hazme otro favor –sirvió su tercera copa de champaña antes de buscar algo en un pequeño bolso de playa-. ¿Puedes echarme bloqueador?
Recibí el frasco, indeciso. Ana había tomado mi silencio como respuesta. Se acomodó en la reposera, boca arriba y me indicó que debía echarle la crema en todo el cuerpo.
Nervioso y con el corazón saltando en mi pecho, comencé a aplicar la crema y desparramarla con cuidado en los hombros de tía Ana. Mis manos temblaban y estaba sudando, sin embargo, tía Anita parecía no notar mi nerviosismo. Apliqué luego el bloqueador solar al abdomen, plano y femenino. Nervioso seguí por sus piernas, desparramando el líquido espeso por sus muslos hasta sus pies. Había evitado acercarme a la entrepierna o aplicar la crema a sus senos. Tía Ana se dio vuelta y comencé de nuevo, primero sus hombros y espaldas, luego sus piernas. Me pidió, mientras se servía una nueva copa, y ante mi asombro que continuara con sus caderas y su cola.
- Vamos, Germán, o esperas que me queme la cola –dijo muy seria, dándole sorbos a su copa.
Temblaba al recorrer sus caderas, mi frente estaba sudorosa y cada cuanto observaba hacia la casa, con el temor de que mi madre llegara. Cuando mis manos tocaron su cola, sentí mi pene reaccionar finalmente. Yo no era una piedra y tía Ana era la mujer más hermosa y sensual que conocía. Mis manos empezaron a recorrer sus glúteos, desparramando poco a poco la crema, ese blanco líquido que alimentaba mi imaginación con pecaminosos pensamientos. Cuando terminé, me sentí tentado a continuar acariciando aquel hermoso trasero. Me resistí a hacerlo, sin embargo, tía Ana dijo que otra capa de crema podía ayudar cuidar su cola. Repetí el proceso, sólo que esta vez me demoré más y desparrame el blanquecino líquido incluso entre los glúteos.
Tía Ana me sonrió satisfecha, se dio la vuelta y me recordó que sus senos no habían sido protegidos. Yo la miré temeroso de que fuera una broma, pero ella me miró muy seria. Se acomodó en la reposera y esperó que yo continuara mi trabajo. Llené mis manos de la crema y, sin respirar, las posé sobre los senos de tía Ana, aun cubiertos por el bikini. Eran grandes y suaves al tacto, mientras desparramaba el líquido por la piel descubierta, me pareció escuchar un suspiro de tía Ana. Continué mi trabajo, concentrado, los pezones de tía Ana parecieron despertar y se notaban como pequeñas pelotas contra la tela del bikini. Tía Ana se removió incómoda.
- Sabes –dijo de pronto, sobresaltándome con su voz-. Es mejor que me saque esto. Así me quedará mejor el bronceado ¿no?
Se sacó la parte superior del sensual traje de baño y sus senos perfectos quedaron frente a mi rostro. Ella se recostó de nuevo y yo sin esperarla, comencé a echarme crema protectora en mis manos y a aplicarla a los senos de tía Ana. Mis manos acariciaban sus pezones y las aureolas rosadas, cubriéndolas de líquido. Estaba tan concentrado en la sensación de mis manos que no me di cuenta de la mirada de tía Ana sobre mí.
¿Te gusto? –preguntó, tenía una sonrisa traviesa en su rostro.
Lo siento –me disculpé, retirando mis manos. Estaba seguro que estaba con el rostro enrojecido.
No importa, nene –dijo, no dándole importancia al asunto-. Sin embargo, debes terminar tu trabajo. Creo que aún falta bloqueador cerca de mi entrepierna.
Así era. Había evitado su entrepierna y ahora ella me pedía que terminara de aplicar crema en aquella zona. La miré esperando alguna señal, pero tía Ana se tiró sobre la reposera y se colocó unos lentes de sol.
Me moví hasta acercarme a su cintura, observé el lugar con temor, nervioso. Empecé a colocar la loción sobre los muslos, me sentía demasiado inseguro para comenzar a aplicarla de inmediato a la sección bajo la entrepierna. Mis manos subían y bajaban, me sentía acalorado y avergonzado. Cuando finalmente empecé a desparramar la crema en la parte interior de los muslos, acercándome peligrosamente al triángulo inferior de su bikini, sentí una mano apoderarse de mi entrepierna.
Miré a tía Ana, que parecía divertido. Su sonrisa era pérfida, desvergonzada. Sentí que se burlaba de mi timidez, sin embargo, estaba excitado y mi pene empezó a crecer en su mano.
- Veo que si te gusto –afirmó.
Su mano empezó a tocar mi pene que me dolía de la excitación, atrapado en el pantalón de baño. Mi mano en tanto seguía desparramando la crema, sólo que ahora, el lugar que había elegido era el sexo de tía Ana. Estábamos en eso, cuando sentimos un ruido en la casa.
- ¡Hola! – gritó mi madre desde la puerta, al otro lado de la casa.
Me retiré rápidamente de tía Ana y me lancé a la piscina. Tía Ana se acomodó boca abajo, lanzó la botella de champaña tras unos arbustos y se hizo la dormida. Mi madre llegó poco después, hablando en silencio al ver que Ana estaba “dormida”. Yo en tanto, permanecí en el agua un rato.
Volvimos a casa de tía Ana esa misma tarde, permanecimos en silencio, escuchando a mi madre, tan parlanchina como siempre (salvo cuando dormía, que era seguido). Tía Ana y yo nos mirábamos en silencio a través del espejo retrovisor, como queriendo trasmitir nuestras dudas y pensamientos.
Ya en casa, mi madre me preguntó si deseaba volver a casa al día siguiente, estuve a punto de decirle que sí, pero tía Ana le dijo que había quedado para ir a una fiesta universitaria. Mi madre pareció sorprendida y esperó que yo hablara. Le dije que era verdad, además, podía quedarme unos días más, tal vez podía hacer algo “interesante”. Mamá había decidido marcharse al día siguiente, le pidió a Ana que la fuera a dejar al aeropuerto. Cenamos y luego nos fuimos a acostar, hablé con Julieta y me dormí. Aquella noche, soñé nuevamente, pero esta vez la protagonista de mi sueño era tía Ana.
Al día siguiente, tía Ana se vistió con un pantalón de pitillo y se calzó un minivestido turquesa como si fuera una camiseta ajustada. Se calzó unas elegantes sandalias de plataforma y salió a comprar regalos junto a mi madre. Me quedé solo hasta el almuerzo. En la tarde, vimos una película en Netflix y tras una cena frugal tía Ana fue a dejar a mi madre al aeropuerto.
- Ve a la fiesta, Germán –me aconsejó tía Ana-. Tal vez vuelva tarde y te alcance allá. Deja la tarjeta con la dirección de la fiesta sobre la mesita de centro. Nos vemos más tarde.
Se marchó y yo quedé ahí no sabiendo mucho que hacer. No quería encontrarme con Pancho de nuevo, pero era la única forma que tía Ana no me viera como un chico cobarde y tímido. Me vestí con mi mejor pinta y me marché a la fiesta. En el caminó llamé a Julieta, le comenté que iba a dar un paseo con la tía Ana, que estaría unos días, pero pronto nos veríamos. Mentirle me pareció que me convertía en un hombre perverso, pero en ese minuto sólo pensaba en tía Ana y la promesa de su cuerpo. Estaba loco.
Llegué a la fiesta luego de andar perdido por varios locales del dentro de la ciudad. El ambiente era eufórico y las personas trataban de hacerse espacio, había tanta gente que me sentí sofocado. Caminé a la barra y pedí una cerveza, lo que me robó casi media hora de mi vida. Me sentía algo incómodo, sin amigos ni conocidos, sólo esperando que tía Ana llegara. Me pregunté cómo nos encontraríamos en medio de tantas personas. Estaba pensando en lo ocurrido en la piscina mientras miraba mis manos, las que habían acariciado la espectacular cola y los firmes senos de tía Ana, cuando sentí que alguien me abrazaba por el cuello. Sonreí, pensando que era Ana, pero cuando giré para verla sólo me encontré con un desgarbado muchacho de pelo negro, Pancho.
- Hola ¿Cómo estás, mi perro? –dijo con petulancia-. ¿Y dónde está “tu novia”?
Había remarcado “tu novia” en tono burlón. Le conté que estaba sólo y que Ana llegaría más tarde porque tenía asuntos que tratar. Creo que no me creyó, me miró como midiendo algo en mí y luego me invitó a acompañarlo. Sin conocidos ni amigos, salí tras Pancho. Me presentó a tres tipos que me saludaron con sonrisas burlonas y miradas disimuladas entre ellos, fuimos a tomar un trago y me ofrecieron cigarrillos y algún porro. Acepté todo con mesura, sólo probando lo que ellos probaban antes.
Así pasaron un par de horas, en a que en la fiesta se volvía más alocado. Habíamos salido a bailar con algunas chicas y la cosa estaba divertida, sin embargo, a medida que nuestros cuerpos estaban más cargados de alcohol las cosas se fueron poniendo extrañas. Pancho empezó a estar más irritado y molesto con la ausencia de Ana, me preguntaba seguido por qué no llegaba, me pedía que la llamara y que le dijera que yo estaba con él. Yo llamaba una y otra vez a tía Ana, pero ella no contestaba. La imposibilidad de contactar a tía Ana empezó a molestar a Pancho, que ya muy borracho empezó a sacarse la frustración conmigo. Empezó a decir cosas de mi a sus amigos, que yo era un pendejo desagradecido, que mejor no me hubiera invitado al grupo o que parecía que Ana seguramente se había ido con uno más hombre. Cuando empezó a decir que tía Ana gozaba de su verga, yo me alejé, dejando a Pancho hablando sólo.
Caminé a la salida, pensando que tía Ana me había dejado tirado en medio de esa fiesta y que aquellas fantasías jamás podrían ser cumplidas.
¡Hijo de puta! –su mano me apuntaba y su cuerpo hacía movimientos exagerados-. Vas a llamar a tu novia y le vas a decir que venga. Y cuando llegue te irás. Me dejarás solo con Ana ¿entendiste?
Estás loco –le contesté. Aquella valentía provenía del excesivo alcohol en mi sangre.
¡Hijo de puta! –gritó, acercándose amenazadoramente-. ¡O la llamas o te mato aquí mismo, marica!
Miré alrededor, los amigos de Pancho no se veían, pero nada indicaba que seguirían a su líder. Me alejé corriendo hacia otra calle, así evitaría que nos vieran desde la puerta del local al menos. Pancho me siguió, gritando. La gente lo veía asustado al pasar, pero no hacía nada. Menos ayudar a un chico asustado como yo.
- Hijo de puta –seguía llamándome Pancho, que se detuvo cuando yo lo hice, a unos metros-. ¡Sabes! ¡Eres un cornudo, maricón! Tu novia da unas mamadas de puta madre. Hoy pensaba cogérmela también, pero en cambio tendré que darle una paliza a un crío cornudo y cobarde. ¡Ya verás! ¡Verás como me cojo a tu novia frente a tus ojos! ¡Verás como me cojo a esa puta!
Aquellas frases no sólo lastimaron mi orgullo sino habían ofendido a tía Ana. Aquel borracho se lanzó contra mí, pero ya no tenía miedo. Una rabia se había apoderado de mí. Vi su puño acercase con violencia, moví la cara lo justo para que el golpe rozara mi pómulo. Respondí con un golpe en el estómago que no causó gran efecto en mi oponente, pues, Pancho contraatacó con un golpe de la misma mano que alcanzó a golpear mi nariz de refilón, haciéndome lagrimar los ojos. En mi mente se encendió una alarma, o daba un buen golpe o todo terminaría muy mal. Entonces, empuñé mi mano con fuerza y lancé un golpe a la cabeza. El puño asestó de lleno en la mandíbula, produciéndome un buen dolor en los nudillos, pero haciendo tambalear a Pancho. Aquella fue mi oportunidad de lanzarle otro golpe, esta vez mi puño se incrustó en la mejilla haciéndolo caer al suelo. Deseaba seguir golpeándolo, Pancho estaba en el piso y era mi oportunidad de vengarme, pero en mi cabeza reinó la frialdad y salí corriendo. Mientras doblaba la esquina pude ver a varias personas corriendo al lugar de la pelea. Quizás eran los amigos de Pancho, pensé.
Corrí varias cuadras antes de detenerme a tomar un respiro. Caminé por mucho tiempo, alejándome hasta encontrar un taxi. Me subí al vehículo y enfilé a casa. Sólo quería dormir y olvidar esa noche. Entre a casa adolorido, el silencio y la oscuridad sumían todo el lugar. Busqué un espejo y noté la mejilla inflamada, sangre coagulada en mi nariz y un labio inflamado y rojo. Fui a la cocina, moviendo en silencio para no despertar a tía Ana. Tal vez estaba cansada y decidió volver a casa a dormir en lugar de ir a la fiesta, pensé. Saqué toallas de papel y limpié con cuidado la sangre en la nariz, luego busqué hielo en el refrigerador. Dejaba el hielo sobre la mesa de la cocina cuando escuché un ruido en la entrada, como un vehículo frenando de improviso. Momentos después la puerta de entrada de la casa se abrió con violencia, produciendo un gran estruendo al cerrarse con igual violencia. Me acerqué lentamente al umbral de la cocina.
Tía Ana entró haciendo eses del pasillo a la sala de estar, tenía el mismo minivestido turquesa, pero el pantalón de pitillo había desaparecido, mostrando sus largas piernas. En su mano llevaba una botella de licor y la cartera colgando, sin duda, estaba bastante borracha. La sensual mujer, haciendo equilibrio en medio de los muebles, logró sentarse en el sofá y tras beber un largo sorbo de la botella empezó a trajinar la pequeña cartera mientras balbuceaba algo que no conseguí entender. Finalmente, tía Ana sacó un tubo metálico y un pequeño paquete papel, cuyo contenido desparramó sobre la pequeña mesa. Cocaína, pensé alarmado. Tía Ana se inclinó sobre la mesa y sin dudarlo empezó a aspirar el polvo blanco. De inmediato, retrocedí, espantado, pero de manera tan torpe que choqué con la mesa e hice caer la bolsa de hielo.
No sabía dónde esconderme, sólo atiné a recoger el hielo y hacerme el desentendido. Tía Ana entró en la cocina, observándome con suspicacia. Una sonrisa se acomodó en su rostro, pero sus pupilas estaban muy dilatadas y su rostro parecía perverso de algún modo. De rodillas, recogiendo el hielo, pude observar las largas piernas de tía Ana mientras se acercaba, mirándome a la cara.
- ¿Cómo estuvo la fiesta, sobrinito? ¿Te diver… -preguntaba con voz distorsionada por el alcohol, pero algo la hizo callar.
Tomó mi rostro y lo examinó con detenimiento, su rostro mostraba desde la incomprensión hasta el reconocimiento que algo no había andado bien. Desde mi posición, sentía el olor del alcohol y otro aroma picante en sus ropas.
¿Qué es esto, Germán? –preguntó al fin, su mirada era exagerada. Sus gestos parecían ensalzados y torpes-. ¿Te has peleado?
No es nada, tía –dije mientras me ponía de pie. Pero ella me tomó del brazo y me condujo a una silla.
Dime ¿Qué pasó? –ordenó, muy seria. Se afirmaba en la mesa, inclinándose sobre mi rostro y mostrándome buena parte de su escote. El olor a alcohol penetró por mi nariz.
Traté de negarme, pero ella estaba decidida a averiguar que me había pasado. Su estado de ebriedad la hacía mucho más terca, molestándose por mi silencio. Finalmente, y para evitar un escándalo, pues, tía Ana empezaba a elevar mucho la voz, le conté lo que había pasado en la fiesta. Como Pancho me había insultado y había hablado mal de ella, como me siguió a la calle cuando había decidido marcharme, los insultos que gritó a todo pulmón y como aquello había terminado en una pelea y mi huida.
- Dijo cosas malas de mi –preguntó tía Ana, tomándome del mentón y observando mi rostro.
No quería decirle lo que había dicho Pancho de ella, pero nuevamente tía Ana me obligó a decírselos.
Dijo que eras una mujerzuela, que le habías echo una mamada y que te iba a follar –resumí, algo cansado a esa hora.
¿Me llamó puta? –preguntó, mirándome al rostro. Asentí, ella luego de un rato largo sonrió-. Y tú me defendiste, amor.
Yo no respondí. Ella había hecho una afirmación, no una pregunta. Tía Ana se sentó en mis piernas y me abrazó, sentí sus senos sobre mi tórax y su perfume mezclado con el olor a alcohol de su cuerpo.
- Eres mi héroe, Germán –dijo con aquella voz distorsionada. Luego tomó hielo y empezó a aplicarlo sobre mi rostro-. Pobrecito, mi amor. Mi héroe. Recibiste unos feos golpes por mi, pero ¡venciste!.
Su voz había tomado un tono exaltado, empezó a adularme diciendo que siempre había sabido que yo era todo un hombre, que en mi veía lo mejor de mi familia y del género masculino. El hielo era aplicado con suavidad en mi pómulo y en mi labio. Tía Ana parecía concentrada en eso y no reparaba que mi mirada iba de sus labios, a su escote. Podía sentirla sentada en mis piernas, sin poder evitarlo mis manos se cerraron alrededor de la cintura. Los ojos de tía Ana se posaron en mi ojos, muy seria. Continuó con lo que hacía, pero de un instante a otro se detuvo, el hielo que sostenía en una mano se lo llevó lentamente a los labios y mirándome a los ojos empezó a pasar el cristalino y frío trozo alrededor de su boca. Sus labios carnosos se cubrieron de agua. Luego, llevó el trozo a mis labios y recorrió mi boca, metiendo el trozo y parte de sus dedos al interior. Mi lengua chupó el helado trozo y los dedos de mi tía.
- Creo que tengo algo que te ayudará a sanar –dijo Ana.
Dejó el trozo de hielo en la bolsa y mirándome mientras acariciaba mi rostro, sonrió. Se acercó a mi oído, pegando su cuerpo al mío.
- Tu tía Ana recompensará a su héroe –susurró en mi oído. Sentí la lengua de tía Ana lamer mi oreja.
Luego retrocedió, su rostro era una máscara de misterio. Yo no sabía qué hacer, estaba paralizado por la vergüenza y la excitación. Tía Ana besó mi mejilla, acariciando mi cabello, desordenándolo. Me miró con esa sonrisa traviesa que iluminaba su hermoso rostro de labios carnosos, pómulos altos y ojos verdeazulados. Esta vez los siguientes besos se trasladaron por mi frente, mi sien y mi nariz. Beso mis ojos, antes de tomarme del mentón y acariciar mis labios con un dedo.
- ¿Te duele el golpe? –preguntó. Yo asentí aunque sentía que el dolor era mínimo.
Ella me besó, sus labios presionaron contra mi boca y yo me abandoné a la lujuria. Mis brazos estrecharon con fuerza la cintura de tía Ana y la atraje contra mi cuerpo, quería sentirla como jamás había sentido a otra mujer. Mi boca se abrió y su lengua entró, mis manos bajaron a su cola y acariciaron la musculatura de sus glúteos. Nuestras lenguas se encontraban una y otra vez, la mujer de tío Tommy era una mujer desvergonzada, pero era todo lo que los hombre soñamos de una mujer, hermosa, libertina y lujuriosa. Cuando quise lamer sus senos, tía Ana me detuvo con aquella sonrisa traviesa en el rostro, tomó unos trozos de hielo y los pasó por el escote. Luego, descubrió sus senos a través del escote del vestido y aplicó el frío hielo por los pezones, que reaccionaron irguiéndose aún más. No esperé más, el espectáculo me había excitado y me lance a besarlos y lamerlos. Mis manos acariciaban los firmes y magnos senos, mientras mi boca sostenía un pezón. Tía Ana estaba caliente, su mano jugueteaba con mi pene y procuraba que nuestros cuerpos estuvieran en completo contacto.
Finalmente, ya completamente dominado por la lujuria, me dirigí a su entrepierna. Separé sus piernas y con mi mano levanté el vestido. El pequeño calzón era lo único que me separaba del tesoro entre las piernas de tía Ana, ella sonreía mientras me desabrochaba el pantalón y sacaba mi pene erecto a la vista. No quería quedar atrás y aparté a un lado la prenda que protegía su entrepierna, el coño de la esposa de tío Tommy estaba depilado y era bien delineado, con labios vaginales simétricos, perfectos, que brillaban por la humedad. Tía Ana estaba caliente y mojada. Empecé a acaricia el coño con cuidado, mientras a mi lado los dedos de tía Ana se paseaban por mi pene. Nos miramos excitados y nos besamos sin control, las manos se paseaban por el sexo de otro y luego acariciábamos nuestros propios sexos, saltando de un lugar a otro. Tía Ana me ponía sus pezones en la boca y yo le metía mi mano en la suya antes de besarla de manera salvaje.
Llevábamos un buen rato masturbándonos y acariciando nuestros cuerpos, mi tía sentada en mis piernas, cuando ella se levantó. Me dio la espalda, despejó la mesa, botando el hielo y un vaso al suelo. La mujer de mi ti se inclinó sobre la mesa, boca abajo, con su cola paradita en mi dirección. Se bajó el pequeño calzón, que quedó en el piso, enrollado en un tobillo y luego me miró, desesperada y caliente.
- ¡Fóllame, amor! –pidió caliente, dos femeninos dedos repasaban los labios vaginales.
Me levanté. Tenía la respiración agitada, pero en el mundo no existía nada más que el coño de tía Ana. Sin embargo, vino a mi mente la imagen de la mujer de mi tío chupándosela a Pancho, aquello produjo una morbosa decisión en mi mente.
- Primero quiero que me la chupes, Ana –ordené. Mi voz sonaba diferente, como si fuera otro quien decía esas palabras. Tal vez, ya no era un niño, pensé.
Ella me miró, sorprendida. Pero supongo que estaba caliente y comprendió que todo se sucedería como ella deseaba si primero hacía lo que yo decía. Sonrió y se colocó de rodillas frente a mi pene. Primero, repasó mi miembro con la lengua. Recorría de la base de la verga hasta el glande. Se nota que era experimentada y que le gustaba. Bañaba mi verga con saliva y luego su lengua recorría mis testículos también. Cuando atrapó mi glande con los labios, creí morirme de excitación. Mis manos acariciaron sus senos y jugaron con sus pezones. Sin embargo, noté que no necesitaba excitarla, pues, una de sus manos se escapaba a su sexo para darse placer.
─ Eso puta, chúpamela... demuéstrame como se lo chupaste a Pancho –le dije, fuera de mis casillas.
Chupó mi verga de forma hambrienta, le había excitado mi comentario. Se metió adentro el pene, sus labios recorrían de arriba hasta donde alcanzara a entrar en su carnosa boca, su mano me apretaba el pene, masturbando lo que quedaba fuera. Luego, sacaba la verga y su lengua acariciaba el glande sin descanso. Podía sentir los sonidos que salían de su boca, gemidos atrapados en su garganta.
─ Vamos un poco más, putita ─le dije, probando si tía Ana se calentaba al hablarle-. Quiero ver los labios que besan a tío Tommy todas las mañanas alrededor de mi verga. Más rápido, Ana.
Ella estaba excitada, parecía fuera de sí chupando mi verga que sostenía con una mano, mientras con la otra acariciaba su coño. Decidí que era suficiente, había llegado la hora de follar a tía Ana.
- Levántate, puta –ordené-. Ha llegado la hora. ¡Vamos! ¡A la mesa!
Tía Ana se levantó, pero en lugar de seguir de inmediato mi orden se pegó a mi cuerpo con las manos enlazadas en mi nuca y me beso. Fue un beso lascivo, donde nuestras lenguas pasaban de una boca a otra. Tía Ana se movía inquieta, haciendo rosar sus senos y su pelvis contra mi cuerpo. Cuando finalmente se dio vuelta para caminar a la mesa, mi mano le dio una palmada en su trasero, produciendo un sonido que hizo eco en la cocina.
- Chico malo –dijo Ana, con una sonrisa en sus labios. Luego se inclinó en la mesa, con la cola parada en mi dirección. Se levantó el vestido, mostrando su coño, con sus labios vaginales brillantes tentándome.
Me paré detrás de tía Ana. Ella me miraba, estaba mirándome mientras bajaba mi pantalón, mientras veía su sobrino observar su entrepierna totalmente expuesta. Puse mi mano sobre su húmeda vagina y la acaricié, impregnando mis dedos con sus propios flujos.
─ Estás mojada, Ana... como una puta en celo─ dije mientras ponía la punta de la verga sobre los labios vaginales.
Estuve un rato acariciando su hermosa cola, repasando sus labios vaginales con mi verga, quería calentarla aún más. La lujuria me dominaba, estaba con mi tía sumisa y expuesta, ya no aguantaba las ganas de metérselo. Pero deseaba jugar con ella, como ella había jugado conmigo. Nuestras miradas se encontraron, mi sonrisa malévola la hizo saber que ella no recibiría nada a menos que lo pidiera.
─ Germán, amor... fóllame... quiero sentir tu gruesa verga dentro de mí...., seré tuya para siempre..... por favor, Germán… hazme tuya… ─dijo, sus dedos acariciaban su vagina y me miraba con ojos suplicantes mientras yo acariciaba su culo.
¿Qué pasará con tío Tommy –me atreví a preguntar mientras mi pene jugueteaba por los labios vaginales, haciendo amagos de entrar en ella.
¡Tío Tommy que se vaya al mierda! –dijo resuelta, una de sus manos jugueteaba con un pezón, mientras los dedos de su otra mano se estiraban en busca de alcanzar mi pene-. Tío Tommy es un cabrón cornudo, incapaz de satisfacer a su mujer. Sólo tú puedes hacerlo, amor. ¡Fóllame! ¡hazme tuya, cabrón!
Me agasajé morbosamente con sus palabras, mirando su excitado rostro mientras pedía que le clavara mi verga. La tomé de las caderas, puse la punta de mi miembro en la entrepierna de tía Ana y de una sola embestida se la clavé. Mi verga se abrió paso en el interior, arrancándole un grito desgarrador. El placer se mezclaba de forma exquisita con el dolor entre mis piernas. Seguí con mi verga adentro un momento y luego comencé a moverla dentro de ella, la tenía agarrada de las caderas y la empujaba con fuerza. Ella comenzó a gemir como si el mundo se acabara, yo me inclinaba para agarrarle las tetas o le agarraba de los glúteos con bravura. Estaba follando salvajemente a tía Ana, cogiéndola como a una puta.
- Ah ah ah… fóllame… ah… Mmmmmmmmmmhhhhhgggg… -gemía Ana. Mi joven y sensual tía parecía no tener límites-. Más… ah… dame más… ¡Aah!... mmmmnnnnhhh…. más rápido… fóllame duro… ah ah ah… fuerte… Así… -pidió con voz ronca, ronroneando con la cola parada mientras mi pene entraba y salía.
Así lo hice. La follada se hizo más rápida y violenta, arrancando gritos de mi hermosa tía. La mujer de mi tío no tenía voluntad para negarse a nada. Ana seguía susurrando palabras calientes ya fuera de sí.
- Ah… mmmmmás… oh! Dios!... Así… sigue así… ah ah ah… nnnnnnggghhhhhh…. Mmmmmmmmmmnnnnhhh…. Cógeme… fóllame duro, cabrón… -decía excitada, dispuesta llegar a las últimas consecuencias.
Me empujó, sorprendiéndome. Me tiró al suelo de la cocina, estirado, boca arriba. Luego se acomodó alrededor de mi cintura, envolviéndome con su cuerpo. Sin esperar, tía Ana bajó, montándome. Mi verga entró lentamente en su coño mientras bajaba. La hembra infiel de tío Tommy empezó a follarme, montándome de manera desesperada.
- Ahhhh! Ah! Así, cariño… Así… agarra bien mis caderas –decía tía Ana, llena de lujuria-. Mueve esa verga…. más profundo… aahhh! Asiiiii! Ah! Ay! Mmmmm…
Mis manos agarraban sus glúteos o sus senos, acariciándolos y apretándolos, arrancando gemidos de mi tía. La follada se hizo intensa, tía Ana prácticamente saltaba sobre mí. Sentía que no podía aguantar más.
Tía… no aguanto más… me voy a correr –susurré.
Sí… Córrete, amor… Dame tu semen… córrete dentro – empezó a pedir tía Ana en medio de espasmos de placer.
Si… –fue todo lo que logré decir mientras atraía a tía Ana para penetrarla una última vez.
Si… dame tu semen, amor… mmnn … dios… así… –tía Ana se corrió y yo también. Quedamos abrazados sobre el suelo, incapaces de hacer nada.
Quedamos ahí un largo rato, estábamos cansados. Me puse de pie y ayude a tía Ana a pararse, en los ojos había lágrimas, sin embargo, no protestó cuando la llevé a su cama o cuando me acosté a su lado. Dormimos abrazados e hicimos el amor otras dos veces durante la noche. Aquel día se quedaría en mi mente, así como todas las sorpresas de la hermosa y sensual tía Ana.
Sin embargo, todo terminó de improviso. Ni tía Ana ni yo sabíamos lo que haría tío Tommy sólo unas semanas después.