Las Sombras del Destino (3)

la vida de un agente secreto es siempre intrigante. con´tinua la aventura de nuestro agente por medio mundo.

Las sombras del destino (3)

Habían pasado 7 meses desde que le metí la bala que acabó con la vida de Staughton en su propio despacho. Había pasado la mayor parte de ese tiempo moviéndome por varios países de Sudamérica y algunos de África. Había visitado a mi hermana y mi cuñado y visto a mis pequeños sobrinos, pero no quise estar más tiempo del suficiente para no meterlos en problemas.

Me había hecho con dos nuevos pasaportes en casa de un amigo en Miami. Así, podría viajar tranquilo, y les costaría encontrarme en caso de buscarme, que era lo más seguro que hiciesen.

Desde Marrakech viaje a España. Con ayuda de un ordenador, conseguí meterme en la jefatura de tráfico (bastante fácil de acceder), y poder buscar a mis amigas española, las que había conocido en Bali. Me costó bastante, pues existían cientos de personas con los mismos apellidos. Desechando nombres y añadiendo datos algo inexacto de lo que recordaba que me contaron de sus vidas, conseguí dar con ellas.

Unos cuantas horas de tren desde Sevilla y llegué a mi destino. Busqué su dirección por medio de un taxi. Me llevó hasta ella. Cuando bajé del taxi, me asombré de la gran casa que indicaba la dirección. Estaba anclada en un barrio residencial bastante pudiente.

Toqué el timbre. Una señora abrió.

  • Buenas tardes. ¿es aquí esta dirección o me he equivocado? – pregunté enseñándole el papel donde la tenía anotada.
  • Sí, es esta. ¿por quién pregunta? – contestó muy amable.
  • La señorita Kathy y la señorita Melisa. ¿Se encuentran?
  • No señor, lo siento. Están en clases, en la universidad. Volverán dentro de unas horas. Si quiere puede pasar – dijo haciendo un gesto con la mano para que pasase.
  • No, gracias. Dígales que me llamen a este número – escribí el número de uno de mis teléfonos móviles que había adquirido nada más llegar a Sevilla y se lo entregué.
  • Muy bien. Les daré el recado en cuanto lleguen.

Me despedí de la amable mujer y salí de nuevo a la carretera donde me esperaba el taxista. Le pedí que me llevase a un hotel del que tenía buenas referencias y estaba cerca.

A la llegada al hotel, conseguí una buena habitación, algo cara, pero bastante bien. El botones me llevó hasta ella y dejó mi maleta al lado de la cama. Se marchó tras esperar impaciente su propina. Deshice la maleta y coloqué todo en su sitio. Luego me di un refrescante baño, para amortiguar el cansancio de tantos días de viaje hasta España.

Mientras estaba duchándome sonó el teléfono. Salí rápido de la ducha, dejando el suelo empapado de agua por donde pisaba. No llegué a cogerlo. Era un número español, pero no quise llamar por si no eran las personas que yo esperaba que llamasen. De todas formas, el número era nuevo y solo lo había dado a la mujer que abrió la puerta en casa de mis amigas. Pero sabiendo cómo eran en la agencia, me contuve y esperé a que volviesen a llamar.

5 minutos después, sonó de nuevo. Ahora sí llegué a contestar.

  • Aló.
  • John, ¿eres tú? – preguntó una voz femenina.
  • ¿Y tú quién eres? – pregunté.
  • Soy Kathy, tonto. Estoy muy enfadada contigo. – contestó.
  • Hola preciosa. ¿cómo estás? Yo también me alegro de hablar contigo, jejeje.
  • Te fuiste de allí sin despedirte y no he tenido noticias tuyas desde entonces. ¿dónde estabas?
  • Tranquila. Tuve que irme urgentemente por asuntos de trabajo. No podía desperdiciar una oportunidad como aquella y no tuve ni tiempo de despedirme.
  • Cuando fuimos a buscarte a la habitación, unos policías estaban dentro. No nos dejaron pasar. ¿ocurrió algo en el hotel?
  • No, no, tranquila. Eso sería con el siguiente inquilino de la habitación. Yo me fui al medio día.
  • Bueno, ¿dónde estás? – curioseó.
  • Estoy en el hotel Sheraton. ¿Podemos vernos?
  • Claro. Ya sabes dónde está mi casa. Te esperamos aquí. Un besito.
  • Enseguida voy. Otro para ti.
  • Chao. – se despidió.

Me vestí y salí nuevamente del hotel en busca de un taxi. Ya había uno por allí, así que no hice esfuerzo alguno en buscarlo. Me llevó a la dirección que le di y enseguida nos presentamos allí.

Toqué el timbre y de nuevo la amable señora se asomó entre la puerta.

  • Hola de nuevo. Kathy me está esperando.
  • Sí, pase por favor.

La casa era bastante grande por dentro. Muy moderna en su decoración. Llena de cuadros en las paredes, con retratos de personas. En la sala de estar, ya esperaba Kathy.

  • Hola John. – corrió hasta mí y me abrazó dándome unos besos en la mejilla.
  • ¿cómo estás, encanto?
  • Estaba muy preocupada por ti, ya que desapareciste de allí sin decir nada y luego la policía sacó un cadáver de tu habitación.
  • ¿un cadáver? – pregunté haciéndome el patidifuso.
  • Sí, un cadáver. Yo no lo vi, pero lo oí en la recepción del hotel y en la piscina.
  • No sabía nada. Yo me fui después de hablar con vosotras en la piscina. De camino a mi habitación, tuve una llamada y recogí las cosas urgentemente y salí disparado hacia el aeropuerto.
  • ¿podrías haberme dejado una nota o algo en recepción? – cantó la chica dándome un pequeño puñetazo en el hombro.
  • ¿No te la dieron? – metí – ¡Si yo te dejé una carta explicándote el motivo y pagué un ramo de flores también para que te lo entregaran! Malditos cabrones. Ya me encargaré de hacérselo saber a la dirección. – dije esto poniendo cara de enfado.
  • Pues no me dieron nada.
  • Bueno, de todas formas yo estoy aquí. Espero que por lo menos puedas perdonarme por venir a verte desde EE.UU.
  • Claro que te perdono, tonto – y me dio un beso en los labios muy breve.
  • ¿Y dónde está tu hermana? – pregunté mirando a todos lados.
  • Tenía clase hasta tarde y vendrá de noche. ¿quieres quedarte a cenar? Mis abuelos estarán encantados.
  • De acuerdo. Pero no quiero molestar.
  • No molestas, tonto. Eres bien venido en esta casa.

Seguimos conversando un rato allí sentados. Apreció su abuela y detrás de ella, su marido. Ambos me saludaron y departimos entre los 4 un rato a cerca de mi visita. Les dije que había sido una visita de cortesía que no duraría mucho, pues debía seguir con mi camino para un asunto de negocios importante. Con eso, quedaron tranquilos, y luego se marcharon.

Kathy aprovechó para enseñarme su casa. Era majestuosa. Me contó que vivían con sus abuelos por la desafortunada muerte de sus padres en accidente, y que, aunque eran mayores de edad, preferían vivir con sus abuelos a estar solas.

Llegamos a su habitación. Pasamos y cerró la puerta. Como loca, se abalanzó sobre mí, y comenzamos a besarnos. Nuestras bocas chocaban alocadamente y con gran ímpetu. Mis manos devoraron sus tetas sobre su sencilla camiseta, hasta conseguir que se la quitase. Luego el sujetador y hundí mi cara para chupar aquellos bonitos pezones. Estábamos ya acostados en la cama. Desabroché mi pantalón sin dejar de chupar un segundo sus tetas. Mi polla apareció dura de la excitación que la chica me producía. Bajé por su vientre hasta llegar a su pantalón. Lo desabroché y se lo quité. Junto con el pantalón, logré zafarle sus braguitas tanga. Ese monte de venus poco poblado aparecía nuevamente ante mis ojos y no pude contener las ganas de llevarme todo aquello a la boca. Lamí su rajita incesantemente y hundía la lengua en su agujerito vaginal, lamiendo todo lo que salía de él. Presioné varias veces con los labios su clítoris y luego volvía a subir hasta sus pechos. Buscando la entrada de su vagina, metí mi polla y comencé a bombearla muy despacio. Tapaba sus gemidos con mi propia boca. Cambiamos de postura. Ella cabalgó sobre mí, mientras yo le sobaba las tetas, apretándole sus pezones y estirándoselos. Se mordía el labio sensualmente para evitar gritar de placer y que se produjese un escándalo con sus abuelos en la casa.

Se corrió apretando sus manos contra mi pecho. Dejó las marcas de sus uñas incrustadas en él. En eso, la puerta se abrió sin haber sido avisados previamente.

Melisa entró corriendo y al ver la escena, se quedó inmovilizada. Pidió disculpas y retrocedió sin dejar de mirarnos en ningún momento. Aguantó unos segundos más de pie en la puerta, para después cerrarla desde fuera.

Su hermana no había tenido tiempo de decirle nada, pues estaba ocupada en su momento de éxtasis. El mío llegó con unos cuantos movimientos de cadera más. Inundé su cuevita con mi semen.

Cayó sobre mi pecho cuando notó que ya había terminado. Derrumbada sobre mí, me daba pequeños besitos en los labios.

Nos vestimos y salimos como si nada de la habitación. Melisa esperaba en la suya. Interrumpimos su lectura y la saludé con efusivos besos en las mejillas. Hablamos un poco y bajamos a cenar. Nos había pedido disculpas por interrumpir el momento, pero su hermana no le dio ninguna importancia y menos yo, que era el invitado.

Cenamos los 5 en un gran comedor. El cuadro de sus padres presidía la gran mesa de madera donde estábamos sentados. Al terminar, dando las gracias por el convite, Kathy me acompañó a la puerta tras pedir un taxi. Nos despedimos con un beso largo y tierno. Le dije que volvería algún día a visitarla, en cuanto tuviese la mínima oportunidad. Unas pequeñas lágrimas bajaron por su rostro y las recogí con los dedos de mi mano derecha. Otro beso y me perdí en el taxi que me llevó de vuelta al hotel.

Dormí algo antes de partir hasta mi próximo destino. En España es fácil pasar las aduanas con armas escondidas, así que no tuve problemas para pasar desapercibido.

Llegué a Moscú directamente desde Madrid. El viaje en tren desde la ciudad de las chicas hasta la capital y la suma del vuelo, hicieron mella en mí y me sentía agotado. Un taxista bastante estúpido me llevó hasta la dirección que le había dicho. Hablaba solo, y maldecía por tener que trabajar por las noches. Entendía perfectamente sus palabras, pero lo dejé que rezara en paz.

Al llegar al destino, la calle estaba muy oscura. Una tenue luz salía desde el fondo y otra desde el principio de la calle. En medio, solo el letrero de un mísero bar dejaba ver algo. Ese era mi destino: el mísero bar del medio de la calle oscura.

Entré atrayendo las miradas de los pocos hombres que había por allí. Las mujeres del local se ocupaban de servir las mesas. Me senté en la barra, y pedí una cerveza.

En un ruso casi perfecto, pregunté a la camarera por Dimitri.

  • ¿Quién pregunta por él? – contestó preguntando la bonita camarera.
  • Sergio Méndez, de Las Vegas, Estados Unidos.

La muchacha desapareció tras una puertecita roída por las ratas. Al momento, entró de nuevo y con un gesto me pidió que la siguiese.

Iba delante de mí por un pasillo iluminado. Movía su culo al compás de su andar, demostrando que las rusas son de las mujeres que mejor culo tienen en el mundo. Era ejemplar. Su andar suave ofrecía a mis ojos el espectáculo de aquellas nalgas moviéndose para mí. Además, su largo pelo rubio recogido en una larga trenza y las voluptuosas protuberancias que salían desde su pecho bajo la camisa, hacían de aquella señorita una auténtica delicia de mujer.

Me condujo hasta una puerta blanca. Abrió y me hizo pasar con una sonrisa en la boca, cerrando a mi paso la puerta.

Allí, sentado en una lujosa silla de cuero con ruedas estaba Dimitri.

Dimitri Kufnasov era un viejo amigo que perteneció al KGB durante muchos años. Alejado del servicio por la pérdida de un brazo, ahora se dedicaba a buscar información para ellos a cambio de paz y tranquilidad para sus negocios sucios. Vendía armas de gran calibre a cualquiera que le presentase una buena oferta por ella, e incluso, alguna que otra vez, había vendido personas, más bien, chicas para ejercer la prostitución en países del sur europeo. Siempre elegante en su vestir, contrastaba muchísimo en el ambiente en el que vivía, alejado de los pocos lujos que la madre Rusia podría ofrecer.

  • Hello mi querido …………., ¡Qué inmenso placer tenerte en mi casa! –saludó poniéndose de pie.
  • Gracias por recibirme, Dimitri. No sabía si podrías reconocerme con el nombre que te di.
  • Sabía que en algún momento vendrías a mi casa. Te andan buscando por muchos sitios y aquí tampoco estás seguro.
  • Sí, lo suponía. Espero que me puedas ayudar.
  • ¿Cómo se te ocurrió matar a tu propio oficial? – preguntó sentándose tras preparar unas copas en una pequeña barra.
  • Fue por salvar mi vida. Él había ordenado a una mujer que me matase, y desgraciadamente para ellos, fallaron en su plan. No tuve más remedio que matarlos a los dos.
  • Sí, lo sé. Era la mujer de Giovanni Bucci. También te lo cargaste a él, ¿no?
  • Sí. Costó pero acabé con su vida.
  • En eso debo darte las gracias. Me quitaste un poderoso enemigo y más grande competencia.
  • ¿Y cómo sabes tú todo eso, Dimitri? – pregunté tras sorber de mi copa.
  • En este país yo lo sé todo. Y de fuera, también me entero de muchas cosas.
  • Sigues metido del todo en esto, ¿no?
  • Bueno. Me llega información, y por eso sé que te están buscando. La CIA anda tras tus pasos, al igual que tu propia agencia.
  • ¿ahora trabajan juntas? – curioseé.
  • Parece que sí, porque ha muerto el jefe de una agencia secreta importante en tu país, y saben quién fue. Tienen mucha fuerza junta.
  • ¿Me ayudaras, Dimitri?
  • Sabes que sí de sobra. Nunca me gustó el gordo cabrón de Staughton. Por su culpa, casi me delatan en París, hace un par de años. Tengo una pequeña propiedad en las llanuras de Siberia. Pasaras bastante frío allí, pero estarás seguro. Mi hija te acompañará. Tiene que encargarse de asuntos cerca de allí.

Tocó un botón sobre su mesa y al minuto se presentó la camarera que me había acompañado hasta la oficina de Dimitri. Me la presentó como su hija.

Yanina tendría alrededor de 26 años. Y era preciosa, como su madre, a la que tuve el inmenso placer de conocer años antes de su muerte, tras una larga agonía con un cáncer.

Dimitri lo tenía todo preparado. Esa misma noche, saldríamos a la estación central de trenes de Moscú para enlazar en St. Petersburgo con el Transiberiano. Ese tren de lujo nos llevaría a través de las montañas y las llanuras hasta la estepa siberiana. Allí, deberíamos coger otro tren para poder llegar a la propiedad de Dimitri.

Yanina me lo explicó todo perfectamente en el primer tren hasta St. Petersburgo. Su padre había adquirido un compartimento en uno de los vagones y viajaríamos con toda la seguridad del mundo.

Así fue. No tuvimos problemas para llegar a la estepa siberiana. El frío comenzaba a sentirse en los huesos. Durante el viaje, Yanina había compartido unas grandes mantas de pieles conmigo mientras hablábamos de los negocios de su padre y como ella había llegado a meterse en ellos. También conocía muchas cosas de mí, contadas por su padre. Sabía exactamente como había matado a muchas de mis victimas. Era una biblioteca andante, pues sabía de historia mundial bastante más que yo.

El último tren que nos acercó hasta el destino final hizo su aparición bastante más tarde de lo debido. Se había retrasado y Yanina tuvo la oportunidad de telefonear a las personas que nos esperaban. Salimos con casi una hora de retraso, y por delante quedaban 2 horas más de viaje.

Por fin llegamos. Al bajar del tren, dos hombres vestidos con numerosas pieles de animales a su espalda, se presentaron frente a Yanina. Me los presentó como hombres de confianza de su padre. Nos llevaron en un ruinoso coche hasta la casa. Ésta, rodeada de frondoso bosque, era toda de madera. Bastante grande y con vallas metálicas rodeando toda la superficie de tierra perteneciente a Dimitri.

En la casa no había nadie. Solo Yanina y yo. Los dos hombres se despidieron y marcharon. Había suficiente comida para pasar un largo tiempo allí aislado. Los siberianos sabían de estas cosas, pues pasaban muchos meses cubiertos de nieve.

La joven preparó una cena con varias latas de conserva que encontró en la despensa, mientras yo me ocupé de deshacer mi equipaje y colocar su maleta en su habitación. Cenamos y luego conversamos frente a la chimenea previamente encendida por los hombres que nos habían acercado hasta allí.

El cansancio del viaje hizo estragos en nosotros, y pronto quedamos dormidos ambos en el sillón.

Cuando desperté, Yanina estaba preparando el desayuno. Esa tarde, debería ir al encuentro de un pedido para su padre y yo quedaría solo en la casa.

Después del almuerzo, la hija de Dimitri fue a tomar una ducha, para arreglarse e ir a su cita. Sin televisión ni radio, lo único que me quedaba era el portátil que arrastraba conmigo a todos sitios. La cobertura de red de internet por aquellos parajes de Dios era bastante reducida. Conseguí meterme y comprobar varios e-mails, aunque con mucho cuidado para no ser interceptado por algún pirata informático de las agencias norteamericanas o de otro país.

Cuando corté la conexión, me marché a mi habitación para coger las armas que Dimitri me había vendido y limpiarlas para tenerlas a punto por si hacía falta utilizarlas algún día. Al pasar por delante de la puerta del baño, miré por inercia. Yanina estaba secándose muy cuidadosamente. Sus grandes tetas asomaban ante mis ojos. El vapor del agua caliente inundaba la estancia pero dejaba ver su cuerpo desde mi posición privilegiada. Secaba muy despacio sus tetas mientras el resto de la toalla caía hacia abajo tapando su sexo. Pero con solo sus pechos tuve suficiente para que mi polla se levantase. Un tatuaje casi imperceptible en uno de sus pechos llamó mi atención. Eran 3 letras, pero no lograba verlas con exactitud, debido al vapor y a su tamaño.

Cuando levantó la cabeza, me percaté y seguí mi camino como si nada. Me había visto mirándola descaradamente desde la puerta. Entré en la habitación, cogí las dos pistolas y salí con dirección al comedor de nuevo. Topé con Yanina en el pasillo. Envuelta en la misma toalla con la que antes la había visto secarse su poderoso y sexy cuerpo, y con una toalla enroscada en su pelo, caminaba por el pasillo sonriendo a mi paso en dirección a su habitación. No quité la vista de su cuerpo hasta que desapareció tras la puerta de la habitación contigua a la mía.

En el comedor, sentado en una silla limpiando las armas, tuve el placer de ver de nuevo a Yanina aparecer ante mí. Ataviada con un pantalón largo vaquero, una camiseta y un abrigo de pieles, se despidió de mí y salió al encuentro de los hombres que habían ido a buscarnos a la estación de trenes.

Pasé toda la tarde montando y desmontando las armas. El aburrimiento me mataba. Internet no era muy seguro y no tenía mucho más que hacer por allí. Además, comenzaba a nevar copiosamente. Intenté preparar una cena comestible.

Anocheciendo, la joven rusa llegó a la casa. Dejó su abrigo sobre el sillón después de sacudir la nieve que quedaba en él, y se presentó en la cocina. Se sorprendió de ver la mesa preparada con unos filetes sobre los platos y puré para acompañarlos. Agradeció el gesto y cenamos. No estaba muy bien preparada la cena, pero se podía comer.

Tras fregar los platos y sentarnos de nuevo en el sofá del comedor, al momento se levantó. Caminó hasta una habitación de la que ni me había percatado, y salió de ella nuevamente con algo en la mano.

  • ¿Quieres jugar? – preguntó enseñándome lo que traía.

La caja de cartón ponían en letras grandes y de colores: TWISTER. Jamás había jugado a ese juego, pero sí había visto como mi hermana jugaba en nuestra casa de pequeños con unas amigas. En aquel momento me pareció lo mejor del mundo, pues sin televisión y sin radio, poco podíamos hacer allí.

Preparó el tablero en el suelo. La ruleta a un lado. Primero ella y luego yo. Las posiciones eran cada vez más atrevidas. Cuando se agachaba, el tanga azul superaba sus pantalones largos y quedaba a la vista. Una de las veces me tocó quedarme justo detrás de su culo, y el tanga aparecía ante mis ojos. Las ganas de morderlo eran evidentes, pero por respeto no lo hacía.

Una de las veces que me tocó a mí, coloqué los pies detrás de ella. Luego, me tocó poner las manos casi en el otro lado del tablero de plástico. Dada la postura de Yanina, quedé sobre ella, como si la estuviese enculando de cuatro patas. Tuvo que sentir mi erección sobre su culo, pues era más que evidente a esas alturas. No le importó sentir mi polla apretando su culo. Cuando ella se volvió a mover, su culo apretó más todavía mi polla. Sin quererlo, caímos al suelo, entre risas. Permanecíamos los dos en el suelo, acostados mirando el techo y riéndonos por el buen momento pasado. La miré unos instante y ella a mí. Bastaron segundos para comenzar a besarnos.

El fuego de la chimenea y el que emanaba de nuestros cuerpos sudorosos por el juego, caldearon el ambiente.

Nuestras lenguas se encontraban y jugueteaban entre ellas, intercambiando saliva. Abrazados, notábamos el sudor del otro entre las prendas todavía puestas en nuestros cuerpos. Pasaron segundos casi inapreciables para dejar nuestros cuerpos pegados piel a piel tras despojarnos de nuestras camisetas. Fuera nevaba copiosamente. Los copos de nieves estallaban contra las ventanas y el techo de madera de la casa. El fuego de la chimenea alumbraba nuestros cuerpos. Los pechos grandes de Yanina se apretujaban contra el mío. Sus aureolas sobresalían del sujetador. Una de mis manos buscaba encajar entre los dos cuerpos. Conseguido, manoseé sus tetas por encima del sujetador, para con la yema de los dedos, dejar que sus pezones saliesen al aire cargado de vicio del salón. Dejé su boca deliciosa para acercarme hasta sus pechos. Lamí los alrededores de sus pezones y luego los chupé sin más demora. Las manos de la joven rusa hurgaban en la hebilla de mi pantalón. Lo desabrochó sin problemas. ¡Qué placer daban sus cálidas manos en mi polla, acercándose ya a su máximo apogeo! Me deleitaba con suaves roces con la yema de sus dedos sobre el glande despejado de piel. Bajaba muy lentamente y subía igual para apoderarse por completo de mi sexo con la palma de su mano. Sin despegar mi boca de sus pechos, comencé a deslizar mi pantalón lo que pude, concluyendo la hazaña con la ayuda de mis pies únicamente. Yanina regresó su mano a mi polla y continuó masajeándola muy despacio, aumentando el ritmo a medida que su éxtasis particular subía.

Dejé sus pechos para deslizar mi cara por su vientre. De rodillas sobre ella, sin que ya pudiese agarrarme del aparato colgante de mi entrepierna, abrí su pantalón largo y lo saqué despacio a medida que mi boca iba deslizándose por sus piernas, besando y lamiendo sus muslos y toda la piel que se presentaba tras la desaparición de su tejano. Hecho los deberes del pantalón, inicié la marcha tras los pasos que había seguido para bajar y llegar a sus pies. Las braguitas de algodón negras se mostraron ante mis ojos. Las piernas de Yanina iban cediendo y abriéndose a medida que subía y casi llegaba a su entrepierna. Lamí su coñito por encima de la braguita. Humedecida, me aportaba el aroma a mujer que tanto me gustaba. Lamí varios segundos más, para acabar bajándole las braguitas casi con la boca. Tuve que ayudarme un poco de los dedos, pero tuve el fruto de mi persistencia. Su monte de venus, casi sin vello en él, se elevaba sobre su rajita. Unos labios muy finos aparecían para ser saboreados por los míos. Mi boca buscó su bragadura y sorbí los pocos jugos que aparecían por entonces sobre su rajita. Lamí en toda su plenitud, llegando hasta su ano. Rodeaba con la punta de mi lengua su rugoso agujerito y reanudaba mi camino hacia el clítoris, para saborearlo y darle máximo placer. Los sordos gemidos que se oyeron nada más meter mi lengua allí, se convirtieron ahora en desahogados gemidos sin un ápice de vergüenza alguna.

No quise que terminase con su primer orgasmo entre mis labios. Levantándome de sobre el tablero de plástico en el que estábamos tumbados, la ayudé para ponerse de pie. Saqué de un manotazo el bolso de mano que Yanina había dejado sobre la mesa, y la subí en ella. Abrí sus piernas con mis manos sin esfuerzo, y atrayéndola hacia mí, busqué la entrada de su agujero. Mi polla entró fácil. Suave al principio y escalonando el ritmo, casi llegamos al éxtasis entrambos. Dejé que descansaran nuestros cuerpos un poco para retardar nuestras eyaculaciones. Dada la envergadura y firmeza de la gran mesa de madera sobre la que estábamos, nos acostamos encima. Yanina me cabalgó un rato, mientras le apretujaba sus pezones. Bajaba y me besaba para luego volver a ponerse erguida y dejar que su cabeza resbalase hacia atrás, dejando que su pelo rubio y largo saliese de sus ojos. Éstos, los tenía cerrados y se dejaba llevar por el placer que estaba recibiendo. Aceleró la marcha de su cabalgada, alternando movimientos saltantes con movimientos circulares. Su orgasmo se hizo presente con unos grandes suspiros encumbrados al techo del salón. Poco después, fui yo el que estaba a punto de eyacular. Haciéndose saber, se bajó de mi cuerpo y poniéndose de pie junto a la mesa, esperó a que mis manos terminaran el trabajo de hacer que el semen saliese a la superficie. Cuando vio el primer chorro, buscó con su boca mi polla y chupó lo que de ella emanaba. No lo tragó. Lo dejó caer sobre mis partes nuevamente y jugó con sus dedos en él, recorriendo mi polla por entera.

La noche se presentaba bien.

Con sus manos puestas en las mías, me atrajo de nuevo hasta su boca y nos besamos.

Marchó sin decir nada hacia el servicio. Sonaba el agua de la ducha. La seguí al oírlo. Permanecía bajo el chorro del agua caliente frotando su cuerpo con una suave esponja. Entré con ella a la ducha y le arrebaté con sumo cuidado la esponja. Llena de jabón, la extendí por su espalda, sus piernas y por su pecho. A su sexo le dediqué mi mano, sin nada de por medio. El agua resbalaba por nuestros cuerpos desde la cabeza. Nuestras bocas se habían encontrado nuevamente.

Pero el sonido del timbre de la puerta nos fastidió el nuevo encuentro que se palpaba en el ambiente bajo el agua de la ducha.

Salí rápido del baño, me coloqué los pantalones y la camiseta y abrí la puerta. Uno de los hombres de confianza de Dimitri por aquellos lares alejados de la mano de Dios nos había interrumpido. Me entregó un mensaje que debía ser leído inmediatamente por Yanina. Cerré la puerta y me fui al baño. La chica seguía enjabonándose suavemente el cuerpo con una amplia sonrisa en su cara, y me miraba con esos ojitos verdes esmeralda tan típicos de las bellas mujeres rusas.

Cambió su cara cuando comencé a leer la carta en ruso.

"Tenéis que salir de ahí urgente. En el casillero que conoces de la estación del pueblo encontrarás un mapa con una ruta segura hasta China. En Sêng Puâ os esperaran unos amigos míos. Hija mía, tú también corres mucho peligro. Permaneced juntos hasta el final."

Dimitrî.

El papel del mensaje cayó al suelo cuando Yanina pasó a mi lado. Se dirigió a su habitación y recogió sus pertenencias metiéndolas alocadamente en su maleta gris. Al mismo tiempo, yo rehacía la mía. Salimos casi al mismo tiempo de nuestras habitaciones, ya vestidos más decentemente. El coche destartalado nos esperaba en la puerta. Subimos y nos trasladó hasta la estación del pueblo cercano. Yanina corrió hasta los casilleros y sacando una llave muy pequeña de su bolsillo, abrió el número 303. En él, como observé y decía el mensaje, un mapa arrugado señalaba con un punto rojo la ciudad se Sêng Puâ. Una dirección anotada a mano en grande nos indicaba el punto de encuentro. Yanina se despidió con los 3 besos correspondientes a cada uno de los hombres que nos habían prestado ayuda y subimos al tren que estaba a punto de salir.

Nos acomodamos entre la poco gente que a aquellas horas permanecía en el tren. Llegaríamos a la frontera con China en un par de horas, y desde allí, en autobús hasta la ciudad. El trayecto se hacía largo.

Yanina apoyaba su cabeza en mi hombro, mientras se preguntaba si su padre estaría bien. Sabía del buen hacer de ese hombre en cuanto a esconderse y huir se refería, pero hasta que no tuviese nuevamente noticias de él, no estaría tranquila.

Las luces del tren, muy tenues en los vagones, dejaban mucho que desear.

Necesité ir al servicio un instante. Dejé a Yanina con las maletas y el portátil. Me levanté y caminé turbiamente por el traqueteo del ferrocarril. Salí del vagón y entré en el siguiente, donde se encontraba el servicio.

El baño, muy pequeño, aunque cabían dos personas algo apretadas, dejaba muestras de su precaria situación. Bastante sucio y maloliente, daban ganas de vomitar en cuanto se abría la puerta.

Mientras evacuaba líquidos sin poder mantener con exactitud el equilibrio, un fuerte golpe se produjo tras de mí. La puerta se abría y me daba de lleno en la espalda. Arqueé la espalda en señal de dolor, y una pistola en mi cabeza hizo que se me aliviase. Notaba como un cuerpo masculino y fuerte se apretaba contra el mío para dejar que la puerta cerrase.

  • No te muevas o te vuelo la cabeza – decía la voz masculina.

Se cerró la puerta y noté como se separaba unos centímetros de mi cuerpo.

  • Levanta las manos. – propuso con autoridad.

Acepté sin remedios y levanté las manos. Comenzó a registrarme sin dejar de encañonarme con su pistola en la parte trasera de mi cabeza. Sacó mi arma de debajo de la chaqueta, y la dejó en el suelo tirándola contra su zapato muy suavemente.

El picaporte de la puerta giró.

  • Está ocupado – gritó en ruso el hombre tras de mí.

El picaporte seguía moviéndose como si no oyesen lo que acababa de decir. De pronto, tras un golpe seco del hombre en la puerta, dejó de moverse.

  • ¿Sabes a cuanta gente tienes detrás de ti, ……………..? – preguntó acercando su cara a mi oído.
  • Ni lo sé, ni me importa – contesté, intentando recordar esa voz.
  • Pues tu jueguecito acaba aquí, en esta mierda de tren. He tenido que caminar mucho para cogerte y de aquí no te bajas. – agregó el hombre cuya voz ya creía reconocer.
  • Y si Staughton está muerto, ¿quién te manda a matarme, Dwyan? – pregunté.

Dwyan Malone era un agente de la misma organización que yo. Era de los más respetados y de los pocos a los que conocía. Coincidimos en el Ejército, solo que él ostentaba un cargo inferior al mío. Había sido reclutado poco después que yo, y su forma de matar era impecable. No se andaba con juegos. "Liquidar y matar".

  • Eso es algo que a ti ya no te incumbe.- contestó apretando su arma contra mi cabeza más todavía.

El frío cañón de su arma penetraba en mi piel. Para mí, era el fin, pues no había demasiado espacio como para revolverse e intentar escapar o atacarle.

Pero la puerta se abrió de un fuerte golpe. Dwyan cayó contra mí. Solté el codo en su estómago y luego sobre su cabeza. Cayó al suelo entre la puerta y mi cuerpo. Al girarme, Yanina estaba fuera apuntando con un arma hacia el minúsculo habitáculo donde estábamos metidos los dos. Al verme de pie, apuntó al suelo. Dwyan estaba inconsciente sentado de forma estrambótica en el suelo. Pasé sobre su cuerpo y recogí su arma y la mía. Me las guardé mientras Yanina seguía apuntándolo desde la puerta del baño.

  • Abre la puerta lanzarlo fuera. – le comuniqué señalando la palanca correspondiente a la chica.

Yanina miró a ambos lados para ver que no había nadie por allí cerca. Mientras ella abría la puerta, me cercioré de que estaba muerto. No era así. Su corazón seguía latiendo. Saqué mi arma y arrastrándolo hacia la puerta de salida del tren, disparé en su cabeza. Lo arrojé fuera del tren, cayendo en algún lugar de aquellas congeladas tierras. Accioné la palanca y se cerró de nuevo la puerta. Agradecí con un beso en los labios la oportuna intervención a Yanina, y volvimos tranquilamente, agarrados de la mano, hasta nuestro lugar en el vagón contiguo.

Quedaba muy poco para llegar a la frontera de China. Yanina intentó dormir algo.

CONTINUARÁ…………………..