Las Sombras del Destino (2)

La vida de un agente secreto es siempre intrigante. Sigue la aventura.

Las sombras del destino (2).

Llegué a mi destino vacacional después de una escala para cambiar de avión en el aeropuerto de Los Ángeles, California. Utilicé uno de mis pasaportes falsos para llegar a mi nuevo destino de vacaciones: Bali.

El ajetreo de esa ciudad es constante. Me recordó a México. Sin tener ni reservas de hotel ni nada por el estilo, en un local de información turística, una amable señorita me indicó un placentero lugar donde poder reposar mi cansado cuerpo. Estaba situado a 3 horas en coche desde la capital. Se anclaba en un pequeño paraíso terrenal recubierto de agua por casi todas partes. Era una especie de península. Y en ella, un complejo hotelero. En él, podías alquilar una casa típica indonesia con todo tipo de lujos: piscina, jacuzzi, cama de agua, y hasta te permitían tener un chofer y un sirviente.

Al cambio de moneda no era excesivamente cara. Por poco menos de 100 dólares, unos 160 euros, tenía todos esos lujos al alcance de mi mano durante los 15 días que permanecería allí, antes de reencontrarme con mi trabajo.

Había entrado en el país como John Acroy. Un empresario norteamericano de la rama de los automóviles no despertaría ninguna sospecha en aquellas tierras llenas de turistas.

El taxi que me llevó hasta el lugar elegido tardó menos de 3 horas, pues al parecer, para los taxistas, en Bali no hay límite de velocidad. Se lo agradecí con una buena propina.

Me concedieron una casita de aquellas que me habían enseñado y de la que yo presente en el folleto que le mostré al recepcionista. La temporada era baja todavía, y había bastantes habitaciones libres en el complejo.

Lo primero que hice fue tomar una refrescante ducha y echar una siesta. Estaba cansado del largo viaje y necesitaba reponer fuerzas. Me desperté al día siguiente. Había dormido alrededor de 14 horas seguidas, lo que jamás en mi vida había pensado que pudiese hacer.

El hambre me mataba y mi estómago rugía pidiéndola. Salí en dirección al comedor, para desayunar. Prácticamente vacío, solo una pareja de ancianos españoles desayunaban a mi lado. Mientras me servía un café en el buffet, las risas de unas señoritas hicieron que girase la cabeza en su búsqueda. Dos chicas, de apenas 22 años hablaban con la pareja mayor que estaba en la mesa de al lado a la mía. Cuando ya me acercaba, las chicas sonrieron ante mi presencia y con un "buenos días" me saludaron. Respondí amablemente y me senté a tomarme mi café. Las chicas seguían de pie hablando con sus abuelos, pues así los llamaban. Tuve tiempo para fijarme en ambas antes de que desaparecieran.

La más alta, algo pelirroja de cabello y con unos ojos marrones muy profundos, vestía un corpiño color azul cielo y una falda muy corta que dejaba ver su bikini cuando se agachaba sobre la mesa de sus abuelos. Tenía unas tetas normalitas, y unas largas piernas tostadas al sol. La otra chica, más bajita y más rellenita, con unos ojos marrones como los de la pelirroja y un pelo largo castaño, presumía de sus grandes pechos debajo de un bikini rosa. La parte inferior de su tronco la traía ataviada con una especie de pareo multicolor algo transparente, que permitía que se notase su culo tapado con una braga de bikini del mismo color que la parte superior.

Luego, desaparecieron corriendo como si fuesen niñas pequeñas, alegres y risueñas, saltando y dándoles mil veces las gracias a sus abuelos por dejarlas ir a una excursión.

Pasé la mañana jugando al golf. Comí en el restaurante del centro golfista y seguí por la tarde dedicándome a uno de los deportes más relajantes que existe sobre la faz de la Tierra. Por la noche, tras acicalarme un poco en mi habitación, me fui a cenar al buffet del hotel y luego a tomar algo al bar piscina, donde se realizaba espectáculos en las noches.

Cuando me disponía casi a irme, terminando mi segunda copa, divisé a lo lejos a las dos chicas de por la mañana. Se veían algo turbias, más bien, algo borrachas. Sentadas las dos solas en una mesa mientras los camareros no paraban de traerles bebidas, ambas parecían estar pasándolo muy bien.

Una de ellas desapareció en un descuido de mi vista. En lo que giré la cabeza para coger mi copa, la más bajita había dejado sola a su hermana.

Estaba agotado de las horas que pasé en el campo de golf. Me levanté y tras firmar en la comanda que trajo un camarero para que me lo cargasen a mi cuenta, me encaminé hacia mi habitación. Paseaba pensando en Aitana. ¿Qué sería de ella? ¿Dónde estaría en este momento?

Y pensando en lo mío, tropecé con alguien. Pedí mil disculpas y cuando levanté la cabeza, vi que era la chica que había desaparecido en el bar.

  • Perdóname, lo siento. Iba distraído.
  • No, perdóname tú a mí, que yo venía corriendo.

Sus palabras sonaban a ebrias. Le costaba mantenerse en pie, y a pesar de ello, venía corriendo de no sé dónde.

  • Insisto, perdóname porque iba pensando en mis cosas y no te vi.
  • Que no pasa nada. si la culpa fue mía. – repitió la muchachita.
  • Te invito a una copa y así me perdonas – me salió del alma, sin pensarlo.
  • De acuerdo, pero luego yo te invito a otra para disculparme yo también.

Le costaba hablar y mantenerse en pie, y en una ocasión, tuve que hacer un gesto para aguantarla, aunque no hizo falta sujetarla.

Fuimos ambos caminando despacio hacia el bar nuevamente.

  • Me llamo John Acroy. Encantado.
  • Yo soy Melisa Santos. Igualmente. Vente, te voy a presentar a mi hermana.

Llegamos a la mesa donde estaba sentada la pelirroja. Se inquietó un poco porque su hermana se había retrasado mucho en ir al servicio.

  • Tranquila, mujer. Es que tuve un pequeño accidente con este chico.- Dijo señalándome.

La pelirroja se levantó, algo tambaleante también.

  • John, te presento a mi hermana. Kathy, él es John.

Las muestras de embriaguez de Melisa se hacían evidentes con cada palabra que decía.

  • Encantado. – y le di dos besos a Kathy en las mejillas.
  • Lo mismo digo. – respondió la pelirroja.

Nos sentamos y pedimos unos cubatas de aquellos que ellas estaban bebiendo. Hablamos sobre mi vida y supe algunas cosas de ellas.

Al cabo de unas horas allí sentados y hablando de todo un poco, Melisa se sentía muy mal. Me ofrecí a acompañarlas a su habitación. Agarrando a Melisa, seguía de cerca a Kathy que iba delante, indicándome el camino. Pero ese camino llevaba a mi habitación también. Le dije a la pelirroja que yo estaba alojado en aquella habitación cuando pasamos por delante. Ella me confirmó que la suya era la siguiente. Llegamos y con la tarjeta magnética abrió la puerta después de unos segundos buscándola en su bolso. Estaba algo tomada, aunque su hermana estaba mucho peor, pues de la embriaguez, se me desplomaba más a cada minuto que pasaba. Entramos y dejé a la chica sobre una de las camas. Kathy me agradeció la ayuda invitándome a sentarme un rato en el jardín y fumarnos un cigarro.

Nos fuimos los dos para allí. Se sentía algo mareada, pues había tomado bastante. Entendí que era el momento idóneo para irme a mi habitación. Me despedí con unos sonoros besos en la mejilla de la pelirroja ebria y me fui a mi habitación, separada de aquella por unos 15 pasos cortos.

Me desnudé para acostarme. Mi polla permanecía morcillona pues había estado tocando el pecho grande de la menudita de las hermanas de camino a su habitación. Me acosté pero no podía dormir. Me levanté y encendí un cigarro tras ponerme un pantalón corto. Me asomé sobre los arbustos que separaban mi jardín del de mis vecinas españolas, y se veía una tenue luz que salía desde la casita. Ayudado por una mesita, salté los arbustos. Intenté hacer el menor ruido posible, y me acerqué a la puerta de la habitación de las chicas. Estaban acostadas, dormidas y semi desnudas.

Me acerqué dejando muy lentamente y me coloqué en medio de las dos camas. Ambas estaban semi desnudas, tapándose solo sus coñitos con un tanga Kathy y unas braguitas brasileiras su hermana. Supuse que Kathy había desnudado a su hermana. Y la polla se me puso muy dura viendo en mi cabeza la imagen de una quitándole la ropa a la otra, y a parte, por la desnudez de las chicas allí presentes. Me comencé a tocar una paja y me corrí en el suelo de la habitación, dejando mi huella en el suelo y algunas gotas en las sábanas de la cama de Kathy.

Regresé a dormir saltando los arbustos y concilié el sueño.

Por la mañana, al despertarme, oí voces desde fuera del jardín. Me asomé medio extrañado. Me acerqué a los arbustos y oí como Melisa le gritaba a su hermana que qué coño había hecho conmigo esa noche que había dejado el suelo lleno de mierda.

La hermana mayor no decía nada. Solo intentaba recordar. Y por fin habló:

  • Yo no hice nada. Nos fumamos un cigarro y se fue.
  • ¿entonces cómo coño está esto aquí? – preguntaba la más rellenita.
  • Yo que sé. Alomejor es crema solar que se derramo.

Parece que la conversación se terminó cuando tocaron a su puerta. Sus abuelos venían para ir a desayunar juntos.

En el desayuno me las tropecé. Kathy fue a saludarme y en eso me preguntó:

  • Mira, una cosa que no me acuerdo muy bien. ¿hicimos algo juntos anoche cuando llegamos a mi habitación?
  • ¿Tan borracha estabas que no te acuerdas de que nos fumamos un cigarro y luego yo me fui? – le contesté con una pregunta.
  • Joder, es que no me acuerdo de casi nada. de eso sí, pero de más nada.
  • Pues te aseguro que fue así. ¿por qué, te pasó algo? – pregunté haciendo el desentendido.
  • No, no. Mi hermana que es una colérica.

En eso llegó Melisa. Me dio dos besos y se sentó en mi mesa. Hablamos un rato entre los tres. Me invitaron a hacer unas actividades con ellas y las acompañé.

Por la tarde, después de almorzar en uno de los restaurantes del complejo, me invitaron a acompañarlas a su habitación y darnos un baño en la piscina.

Caminamos entre risas y bromas por el laberinto de senderos que llevaban a nuestra ala del complejo turístico. Por un instante, creí ver a una persona que se me pareció a alguien que no podía quitarme de la cabeza: Aitana. Volví a mirar en todas direcciones, pero no vi a nadie. ¿Serían alucinaciones? Lo más probable fuese que sí, ya que no me la conseguía quitar de la cabeza.

Justo al pasar por delante de mi bungalow, Kathy, girándose, pues iba la primera, sugirió que mejor fuésemos al mío, porque así tendríamos más privacidad y podrían hacer topless sin que sus abuelos dijesen nada cuando se asomaran por encima de los arbustos.

Encantado abrí la puerta y nos fuimos a la piscina, en el jardín. Las chicas deshicieron los lazos de sus respectivos bikinis y los dejaron caer. Solo permanecían con la parte de abajo del bikini. Yo solo me quité la camiseta, y me quedé con las bermudas que llevaba puestas. Es evidente, que aunque ya les hubiese visto los pechos a ambas la noche anterior colándome en su dormitorio, no pude evitar la erección.

Se tendieron en las hamacas y se pusieron a coger sol. Ni bronceador ni nada. Directamente a los rayos de sol que apretaba con su calor.

Para intentar apaciguarme la erección, me levanté aprovechando que ambas tenían los ojos cerrados y me metí en la refrescante agua. Nadaba un poco y volvía a mirarlas a la espera de que se levantase y vinieran hasta donde yo me encontraba.

Al rato de estar metido en el agua, casi cuando iba a salir porque las manos se me arrugaban, Kathy se levantó, y aludiendo al fuerte sol que caía sobre nosotros, se metió en la piscina. Mantuvimos una alegre y distraída conversación. Mis ojos hacían un fuerte esfuerzo para evitar mirarla directamente a las tetas, pero no lo lograba. Cada vez que emergía su cuerpo del agua, mis sentidos se distraían con el deleite de aquellas tetas pequeñas, pero más que suficientes para pasar un grato tiempo pegado a ellas.

Pasaron las horas y Melisa se había dormido. Nosotros seguíamos hablando sentados en el borde la piscina. Ya casi oscureciendo, Melisa despertó de su letargo. Estaba completamente abrasada por el sol. Su piel, muy roja, pedía un baño de agua fría, más bien congelada, y algo de crema que le aliviase el sufrimiento de las quemaduras del sol en su piel. Se metió en el agua cerca de nosotros, y estuvo remojándose un largo tiempo bajo la atenta mirada de nuestros ojos. Sus grandes tetas, al contrario que las de su hermana, bailaban al son de los movimientos que hacía su pequeño cuerpo.

Acabamos la sesión de baño y ambas marcharon a su bungalow para irnos los 3 a cenar.

Cuando ya estuvieron preparadas, sonó el timbre de mi habitación. Estaban preciosas. Kathy con una falda azul celeste bastante pequeña y una camiseta de tirantes del mismo color. Melisa, con un pequeño pantalón vaquero y una camiseta idéntica a la de su hermana, pero color marrón.

Cenamos y pasamos una velada muy agradable en el bar piscina viendo un espectáculo de danzas indonesias, con fuego y malabares. Luego estuvimos bailando un buen rato, nunca pegados, eso sí, pero bastante juntitos, sobre todo cuando me tocaba la hora de bailar con la pelirroja.

Sobre las 4 de la madrugada, nos marchamos a nuestras habitaciones. Melisa, más cansada y algo aturdida por el alcohol ingerido se marchó directamente a la cama. Kathy y yo nos quedamos sentados en el porche de mi bungalow, riéndonos de escenas que habíamos vivido esa misma noche bailando.

De pronto, sin saber cómo, pasamos de las risas a los besos. Nos abrazamos y nos besamos muy vehemente, chocando nuestras bocas fuertemente como si fuesen a desaparecer o nos las quisiesen quitar de repente.

Sin que ninguno de los dos dijese nada, nos levantamos y abrazados por la cintura, nos metimos en mi aposento. Allí dentro seguimos besándonos, y magreándonos los cuerpos. Mis manos se perdían bajo la diminuto falda azul celeste que llevaba puesta, agarrando fuerte su trasero para que no se alejase de mí. Ella, desabrochando los botones de mi camiseta, paseaba las dulces palmas de su mano por mi pecho, regocijándose con el poquísimo vello que encontraba en él.

Cayó mi camiseta. Luego saqué la suya. Bajo aquel sujetador de encajes apretado, estaban sus pequeñas tetas. Las liberé apartando el sujetador hacia los lados. Pero ella misma terminó de desengancharlo y quitárselo del todo, dejándolas a mi merced. Sus manos ya habían llegado a mi pantalón blanco de fina tela. Desabrochó el único botón de éste y bajó la cremallera. Cayeron al suelo sin interrupción alguna. Mi polla apareció entre sus manos, masajeándola muy despacio, mientras seguíamos besándonos. Cuando ambos supimos de que había llegado a su máximo esplendor, Kathy pasó de besar mi boca a ir bajando muy despacio por el cuello, por el pecho, lamiendo mis pezones durante unos segundos cada uno, y siguió por el estómago, el abdomen y llegó hasta mi polla, que no soltaba desde que la capturó al instante de desaparecer mis pantalones. De cuclillas, lamía muy suave el tronco de mi polla. Llegaba a mis huevos y jugueteaba con ellos, lamiéndolos casi al unísono y metiendo uno de ellos en su boca para chuparlo con delicadeza. Se aferró de nuevo al tronco de mi miembro viril y lamiendo de nuevo hasta arriba, se introdujo primero el glande, donde mantuvo un esplendido juego con su lengua, y segundo, introdujo todo el resto en su boca y subía y bajaba, algo inexperta, pero suficientemente bien como para hacer que sintiese un enorme placer.

Su mamada apenas duró unos minutos. Se colocó nuevamente de pie, y bajó su faldita azul celeste, terminándosela de quitar con los pies. Su tanguita negro llevaba unas letras en blanco que ponían "chica mala". Sin lugar a dudas, era una frase que por el momento le venía ni que pintada. Mi mano palpó sobre su entrepierna y manoseó el exterior de su tanga, mientras los besos seguían estando a la orden del día. Nos derrumbamos en la cama. Bajé hasta sus pechos y juntándolos para que fuese menos el recorrido que tendría que hacer entre ellos, lamí sus aureolas y luego sus pezones, poniéndoselos duros. Los chupaba y rechupaba con gusto.

Seguí mi camino, lamiendo cada centímetro de su suave y tersa piel hasta llegar sobre el tanga negro. Pasé mi lengua sobre él, mientras los primeros suspiros serios de la chica salían a escena. Lamí por encima del tanga unos segundos, y luego lo aparté con las manos. Hundí mi boca en su coñito y me deleité un rato con su vano pelaje. Muy escaso, la verdad. Algo pelirrojo también. Mi lengua se deslizó por su rajita, y Kathy comenzaba a moverse al compás de los lametones que le propinaba en su coñito. Sumí la lengua a modo de follármela y ella gozaba con la experiencia. Luego volví a su clítoris, al que le apliqué un rápido juego con la punta de la lengua.

Era la hora de metérsela. Subiendo de nuevo por su cuerpo, y llegando hasta su boca, comenzamos a besarnos. Con suaves movimientos, mi polla se introdujo en su vagina sin ayuda y sin esfuerzo por la lubricación de la chica. La penetré varias veces y sin dejar de besarnos en ningún momento. Convulsionó y mordió uno de mis labios mientras se corría con mi polla dentro de su coño. Apreté el ritmo y siguió corriéndose más y más, como si no quisiese pararse. Fue mi turno. Dejé su coñito lleno de ferviente leche de hombre sin dejar de moverme ni una sola vez hasta que mi cuerpo dijo basta.

No pude reaccionar más. Estaba muy cansado y ella más aún, pues su multiorgasmo la había dejado KO estirada en la cama, con grandes suspiros de cansancio y bienestar a la vez.

Mirando la hora, decidió vestirse y marcharse. Nos despedimos con un beso bastante entusiasta en la puerta y marchó a la habitación de al lado. Hasta que no entró y se despidió con la mano de mí, no cerré mi puerta.

Por la mañana, en el desayuno solo estaban los abuelos de las chicas. Muy amablemente, me acerqué a ellos y tras darles los buenos días, pregunté por los dos angelitos. Según me dijeron, estaban dormidas y no quisieron despertarlas para desayunar.

Después de allí, me marché a la piscina del hotel. Con un periódico en español, pasé una larga hora sentado tomándome un refrigerio.

  • Buenos días – dijo una voz femenina con un acento muy peculiar al pasar a mi lado.

Levanté la cabeza y a mi lado se sentaba una mujer impresionante. Pechos grandes, cuerpo de infarto, largas piernas bronceadas. Unas gafas de sol tapaban sus ojos y una pamela de color blanco le hacía sombra en su cara.

  • Pero…. ¿qué haces aquí? – le pregunté asombrado dejando el periódico caer al suelo.
  • Ya ves. Tenemos los mismos gustos en elegir destino – respondió quitándose las gafas grandes y oscuras que tapaban sus ojos. Mi cara de asombro ante la llegada de aquella mujer a mi mesa lo decía todo: Aitana

¿Cuántas veces había soñado con ella durmiendo o despierto? ¿Cuántas veces había pensado en ella? Y allí estaba. Sentada a mi lado. Se quitó la pamela acto seguido. Se había cortado el pelo pero seguía teniendo la misma carita angelical de la que me había enamorado con solo ver sus fotos en el dossier de la organización.

  • Te preguntarás como te he encontrado, ¿no?
  • Pues la verdad es que sí. – respondí ante su pregunta.
  • Camarero, por favor, tráigame lo mismo que está tomando el señor. – le dijo a un camarero que por allí pasaba y giró nuevamente la cabeza hacia mí y continuó – pues ya ves. Yo también tengo contactos para encontrar a personas por el mundo. Aunque fue difícil la verdad. Encontrar a John Acroy no fue nada fácil.
  • ¿Y cómo diste entonces conmigo? – pregunté de nuevo asombrado al saber mi falsa identidad.
  • Ya te he dicho que tengo contactos.

Tomó un sorbo de su copa y siguió hablándome.

  • Te he echado de menos. No te imaginas cuanto. Debo darte las gracias por eliminar a mi marido, me has quitado una gran carga de encima y además, me he quedado con todo su dinero.
  • Las gracias debería dártelas yo a ti. Salí vivo de allí gracias a tu arma y a que me indicaste por donde salir rápidamente.
  • Dejémonos de gratificaciones. ¿En qué habitación te hospedas?
  • En el bungalow 1062, ¿y tú? – pregunté para tener más información.
  • En una suite del hotel principal.
  • Ahh, eso está muy bien.
  • ¿me invitas a almorzar hoy? – preguntó levantándose.
  • Claro. ¿dónde quieres almorzar?
  • En tu habitación. Iré sobre la una de la tarde. Chao.

Sin decir mucho más, se despidió y se fue por donde había venido. Por mi espalda aparecieron las hermanas que había conocido allí.

  • ¿quién es esa señora? – preguntó Melisa
  • Es una vieja compañera de trabajo. Hemos coincidido aquí y quería saludarme. – respondí ante su pregunta.
  • ¿te vienes a comer con nosotras? – preguntó desde el otro lado Kathy.
  • No puedo, preciosa. He quedado con ella para almorzar y hablar de negocios. Nos veremos a la noche. Pasaré a buscaros por vuestra habitación y os invito a cenar, ¿de a cuerdo?

No parecieron muy contentas con la respuesta, pero no podía permitirme dejar a Aitana ahora que la había vuelto a encontrar.

Me retiré a mi habitación y pedí un almuerzo especial de la casa para dos. Una botella del mejor vino para acompañarla. Y sobre la una del medio día, apareció Aitana con el mismo vestido que traía por la mañana. Un gran escote en su vestido amarillo y blanco, con sus gafas oscuras y su inmensa pamela.

  • Entra por favor.

Le ofrecí asiento pero antes me regaló un fabuloso beso en los labios.

  • Tenía muchas ganas de verte. Y desde que supe dónde estabas, no he tardado nada en llegar.
  • ¿Cuánto tiempo llevas aquí? – pregunté.
  • Llegué ayer por la mañana, pero me fue difícil encontrarte, ya que en recepción son muy dados a dar poco información de sus clientes
  • Entonces, ¿eras tú?
  • ¿Cómo? No te entiendo. – preguntó algo aturdida.
  • Sí. Ayer, caminando sobre el medio día, después del almuerzo, me pareció verte, pero luego, al mirar de nuevo, ya no estabas. Pensé que eran alucinaciones mías, pero ya veo que no, que me equivocaba.
  • Pues sí. Seguramente me viste paseando en tu búsqueda.

Se levantó nuevamente y se arrojó a mis brazos. Nos fundimos en un beso tan apasionado como los que habíamos tenido en su pueblo. La ropa comenzó a desaparecer de nuestros cuerpos y su desnudez avivaba el fuego de mi ser cada vez que la tenía entre mis brazos. Apretujé su cuerpo contra el mío, agarrándola de sus nalgas. Mi polla quedó atrapada entre nuestros cuerpos, hasta que una de sus manos la liberó y comenzó a masturbarla. Con un pequeño empujón, me sentó en la cama. Arrodillada delante, se comió mi polla con un fervor elocuente. Cerraba mis ojos sintiendo un gran placer, inmenso al lado de la joven de la noche anterior. Recorría con su lengua y sus labios la total extensión de mi miembro para luego chuparla casi por completo en el interior de su boca y repetir de nuevo la misma operación, sacándola y lamiendo con su lengua y sus labios.

El éxtasis me llegaba. Me puse de pie y cogiéndola por una mano, la levanté. Con todas mis fuerza, la alcé y rodeó mi cintura con sus piernas. Sobre la pared al lado de la puerta de entrada, la empotré y dejándola caer muy despacio sobre mí, encajé mi polla en su huequito. Nos besábamos con avidez, ajenos al ruido que hacían nuestros cuerpos contra las tablas de madera que confeccionaban las paredes del bungalow.

Un rato largo mantuvimos esa posición, hasta que mis brazos cedieron. Con apenas fuerzas en ellos, llegué cargándola hasta la cama. Allí, ella sobre mí, cabalgó intentando domarme. Lo consiguió sin oposición alguna, pues estaba a su merced.

Metía y sacaba enteramente mi polla de su coñito dejándose caer bruscamente sobre mí. La mezcla de placer y algo de dolor me excitaba mucho más. Sonaba el timbre de la puerta, pero ni caso le hicimos. Apretaba sus tetas entre mis manos, y tiraba de sus pezones, mientras sus suspiros y gemidos aumentaban en intensidad.

Se bajó sobre mí, y colocó su culo en alto para que la penetrara como a una perrita en celo. Enterré mi polla suavemente en su ano hasta que cupiese del todo. Casi casi lo consigo. Faltó solo un poco para metérsela del todo. El sonido de mis testículos chocando entre sus nalgas y su coñito satisfizo mis oídos. Cada vez se oía más y más rápido el choque. Era brutal la enculada a la que la estaba sometiendo.

Y por fin, tras varios largos minutos, llegamos ambos a un increíble orgasmo que nos terminó por derrumbar a ambos en la cama. Seguía con la polla dentro de su culo, hasta que por el efecto natural, salió por sí sola de él. Ella debajo de mí, ambos estirados en la cama. Me aparté de encima de ella, y quedé acostado a su vera. Nos regalamos unos besos.

Me coloqué una toalla alrededor de la cintura y salí a buscar la comida que habían dejado en el porche y entré el carrito. Almorzamos hablando de su nueva vida.

Después de almorzar, nos acostamos acariciándonos el uno al otro, hablando de planes de futuro entre ambos. Nos dejamos dormir.

Un pequeño ruido a modo de "click" hizo que mis sentidos se pusieran en marcha. Sabía perfectamente a qué pertenecía ese sonido. Sin abrir los ojos, rodé por la cama y cogiendo la pistola que tenía escondida bajo la gran almohada, caí al suelo. Un disparo con silenciador hundió la bala en la almohada blanca, sin rozarme. Nada más caer en el suelo, apunté sobre la cama, y disparé. Mi bala se alojó en el hombro de Aitana. Por el dolor, la mujer dejó caer su arma sobre la cama y cayó de espaldas al suelo. Me levanté y capturé el arma suelta sobre las sabanas. Apuntando en todo momento hacia Aitana, que yacía en el suelo agarrándose su hombro, ya vestido, me acerqué.

  • ¿Pero qué coño estás haciendo, Aitana? – pregunté sobrecogido.
  • Chingado de mierda, me has dado en el hombro. – gritaba desde su posición fetal en el suelo.
  • Te podría haber matado, ¿sabes? Dime, ¿por qué me disparaste?
  • Me lo ordenaron. Yo era una infiltrada en la casa de Bucci. Llevo muchos años metida en esa puta casa, y ahora, después de su muerte, me han ordenado que te matase.
  • ¿Quién te ha ordenado eso? – pregunté acercándome más a ella.
  • ¿Crees que te lo voy a decir? – respondió.

Se apretaba su hombro muy fuerte con una de sus manos, pero la sangre emanaba con bastante fuerza.

  • Si quieres vivir, dímelo. O de lo contrario, no servirás para nada viva. – respondí apuntándole a su bello rostro.

Se repente, si darme cuenta, me rasgó la pierna con una navaja. Entre su mano malherida tenía una navaja muy pequeña, pero bastante cortante, que casi secciona mi talón de Aquiles.

Salté de dolor, y entonces le disparé a la mano. La navajita roja cayó al suelo. Gritaba más de dolor que antes, pues tenía dos agujeros en el cuerpo.

  • Si no quieres tener otro agujero entre ceja y ceja, dime quién te envió.

No contestaba, apreté el gatillo y mientras el seguro iba hacia atrás, contestó llorando.

  • Staughton, fue Staughton. Dice que ya no le sirves de nada. Necesita liquidarte.

Sus palabras me dejaron muy impactado. No esperaba que me quisiese liquidar mi propia agencia. Y menos que Aitana estuviese trabajando para ella también. Algo no cuadraba bien, pero no podía fiarme de nadie, solo de las palabras de la moribunda.

  • De acuerdo, pero tú no lo volverás a ver más.

Disparé una bala entre sus ojos y dejó de respirar al instante. Me dolió en el alma pero no podía permitir que informase que estaba vivo, pues mandarían a algún otro agente a matarme.

Recogí mis cosas, me vestí y salí de la habitación a toda prisa. Dejé el cadáver de Aitana en la ducha. Abrí el agua y quité el tapón para que no se inundara la estancia. Limpié como pude el suelo y puse una alfombra sobre las manchas que quedaban sobre la madera. Fui a recepción, pagué lo que debía y salí en dirección al aeropuerto. Pagué por adelantado al chófer del taxi que me traslado, para que lo hiciese a toda velocidad. Necesitaba coger el último vuelo con destino a América. Lo logré por los pelos.

Llegué a mi casa de las afueras de Las Vegas y estaba toda revuelta. Habían estado allí. Recogí unas armas que tenía guardadas en el trastero del garaje, bastante escondidas, y salí hacia las Vegas a coger un tren que me llevase a Nueva York. Hice más de 10 transbordos para poder llegar al que me llevase a la gran ciudad. El piso que tenía en la ciudad permanecía intacto, pues era algo que nunca le había contado a nadie y que compré por medio de mi hermana, aunque ésta vivía en Sudamérica.

Me presenté en la sede de la organización. El gordo de Staughton se sorprendió al verme en su despacho, así como su joven secretaria, aunque ésta seguramente no estaría al corriente de los planes de la agencia.

Solo bastaron 4 palabras:

  • ¡Maldito hijo de puta!

Disparé con mi arma a la cabeza de Staughton y luego salí cerrándola puerta. Me despedí de la secretaria con un "hasta pronto" y desaparecí del mapa por unos meses.

CONTINUARÁ