Las Sombras del Destino (1)

La vida de un agente secreto es siempre intrigante.

Las sombras del destino (1).

Desde hace varios años trabajo para una organización secreta en EE.UU. Los agentes de la organización hemos sido reclutado desde otros puestos de menor importancia, dado nuestro carácter, nuestra ficha personal y sobre todo, nuestro temperamento. Apenas conozco a 2 o 3 de ellos, pues entre nosotros mismos intentamos que se sepa lo menos posible de nuestra persona. La identidad de todos nosotros solo la conoce un hombre, gordo y muy sudoroso, al que normalmente hacemos caso, pues él nos asigna los casos.

Por mi parte, os puedo decir que yo fue reclutado desde el Ejército, con el grado de Teniente, y varias medallas de honor en mi solapa, pues las gané con el sufrimiento y cumplimiento de mi deber. Mi nombre no importa, pues todavía sigo en activo, y prefiero dejarlo para el anonimato. Lo que sí puedo decir es que tengo 29 años, mido 1,80 cm. y soy bastante corpulento. No soy gordo ni flaco, pero el ejército te obliga a superarte y necesitas estar en forma para acudir en cualquier momento a donde seas reclamado. Además, soy de origen latino, puertorriqueño, para más exactitud. Hablo perfectamente 6 idiomas (inglés, español, francés, italiano, ruso, alemán y estoy aprendiendo chino-japonés).

Un buen día se presentaron ante mí, el hombre gordo y una joven, que decía ser su secretaria. Me ofrecieron un puesto en esta organización que no pertenece a la CIA, como muchos en este país mío creen. Somos más bien, algo más liberal, y sinceramente, no tengo ni idea de donde vienen las órdenes que luego Staughton, el hombre gordo, nos da para ejecutarlas. Un breve acoplamiento a la disciplina y las tácticas de la organización y a trabajar.

Recuerdo mi primer encargo como si fuese ayer mismo. Sobrevolé el pacífico y aterricé en Manila para liquidar a un prófugo de la justicia norteamericana que tenía información valiosa para nuestra organización. Con ella, podría haber sacado a la luz muchos trapos sucios, y sobre todo, los nombres de las personas que pertenecíamos a ella. ¡Dios, matar así, por matar, me resultó tan difícil, que hasta que no me vi en situación de hacerlo forzosamente, no pude realizar mi cometido! Recuerdo que cuando salí de la habitación de hotel donde ocurrió, vomité en la acera, ante la mirada de cientos de personas que transitaban por allí en ese momento. Recuperé los papeles que me habían solicitado, pero me reconcomía la imagen del muerto allí, con el tiro en la cabeza y esparramando sus sesos por el parquet de la habitación.

Las siguientes misiones fueron más de lo mismo. Liquidar, liquidar y nunca dejar huellas. Incluso la agencia dispone de un eficiente equipo de limpieza que es capaz de estar en cualquier parte del globo terráqueo en cuestión de horas y dejarlo todo perfectamente limpio, deshaciéndose hasta del cadáver.

Mi trabajo es como el de esos agentes secretos, estilo James Bond. Aunque menos fantasioso, pues no disponemos de coches con misiles y relojes con bombas ni cosas así. Simplemente, debes meterte en tu papel y acabar lo más rápido posible con tu víctima, recoger algo de valía, si lo hubiese o encontrarlo en su defecto, y desaparecer un tiempo prudente, hasta que te vuelvan a llamar para otra misión.

Pero lo más sorprendente de mi carrera como agente secreto sucedió en la última de mis aventuras.

En el dossier que aparecía en la mesa del gordo de mi jefe, una foto me llamó la atención. Se trataba de una mujer preciosa. Sus ojos delataban en ellas que era una diosa. Su expresión indicaba fuego. Sus labios carnosos y muy sensuales se prestaban a ser besados por cualquier boca considerada apta para ello. En las siguientes fotos, aparecía su cuerpo. Me detuve en una en la que se la veía en bikini. Unas curvas impresionantes, un cuerpo de amante perfecta, de estas que solo había visto cuando paseaba por alguna concurrida playa de Los Ángeles o incluso en Miami, donde todas las mujeres parecen radiantes a la vista de un hombre. Pechos grandes, 95 de talla según la ficha, que detallaba cualquier irrelevante información. Su cadera era perfecta, de esas de gimnasio permanente, bien cuidadas, y unas largas piernas bronceadas al sol de las playas de México. De allí provenían las fotos. Su estatura era de 175 cm. Impresionante mujer.

  • Espero que no tenga que liquidar a esta señorita – comenté enseñando las fotos en mi mano al jefe.
  • Si leyesen antes de hablar, no preguntaría estupideces – contestó con la boca llena del sándwich de pollo que comía.
  • Ahh, perdone jefe – respondí irónicamente con una sonrisa.

Seguí leyendo bajo las fotos. Al final del dossier, fotos de su marido. Él era la víctima. Se trataba de un antiguo sicario de la mafia italiana, afincado en México y metido a traficante del tres al cuarto. Había metido sus narices en asuntos que no le pertenecían y sabía demasiado. Las órdenes, esta vez, si supe de donde provenían. Directamente desde el Despacho Oval.

"Joder, el presidente quiere que nos carguemos a éste tío", pensé para mí.

Según el dossier, el tal Giovanni Bucci, pretendía meterse en la política de su país, manteniendo alianzas con Cuba, y a pesar de que ahora era Raúl Castro el que regía el régimen castrense, todos sabíamos que Fidel estaba detrás. Para los intereses norteamericanos, no era conveniente tener a otro espécimen de dictador justo al lado de sus fronteras. Por lo tanto, debíamos aniquilarlo. Las fotos de su mujer eran para que pudiese entrar y llegar más cerca gracias a ella, amante de las buenas relaciones con los hombres y conocida cornuda.

Tas la información del dossier, la joven secretaria del gordo de mi jefe me entregó un portátil y unas cuantas notas más, de donde estaban localizados, y como llegar allí. De ahí en adelante, todo lo demás, sería responsabilidad mía.

Salí de la oficina y en mi Ford Mustang del 64, muy bien cuidado y preparado para pisar el acelerador sin que sufriese daño alguno, me fui a casa. Había comprado un apartamento, pequeño, bastante modesto, para poder hacer noches en donde la agencia tenía su central. De todas formas, seguía teniendo la casa que mis padres le legaron en un pueblito a las afueras de Las Vegas, donde residía normalmente y me escondía tras acabar un trabajo.

Por la mañana me presenté en el aeropuerto. Control de equipajes y de pasaportes como siempre, la rutina en estos viajes fuera del país. Para los demás ciudadanos del país seguía siendo un Teniente del Ejército de EE.UU.

Pasados esos trámites, y esperando el embarque del avión con destino a México D.F. encendí el portátil que me había entregado Sarah. Apartado de las miradas indiscretas, mis ojos se clavaban en las fotografías de Aitana, la mujer de Bucci. Era hermosa. Su sensualidad despertaba mis instintos masculinos como nunca lo había sentido, y eso que solo eran fotos.

La llamada a embarque me sacó del sueño de poseer a esa mujer, y apagué el portátil. Noté como el bulto de la entrepierna de mi pantalón había crecido inconscientemente. Disimulándolo colocando la bolsa del ordenador delante de mis piernas, entré y tomé asiento en mi butuca de primera clase. Todavía me quedaban 3 horas de vuelo hasta alcanzar una de las ciudades más pobladas del planeta. Disfruté del desayuno gratis que ofrecen en el business class y varios periódicos americanos y mexicanos para apaciguar las horas de vuelo. Pronto me dejé dormir, pues había pasado mala noche, con algo de fiebre.

La azafata me despertó de mi dulce sueño. Soñaba con Aitana Bucci, y la tenía entre mis brazos, rodeada y justo cuando la iba a besar……… me despertaron. Ni hice testigo a nadie de mi mal despertar, aunque ganas no me faltaron.

Desembarqué por la puerta principal. Mi equipaje iba conmigo, pues no suelo llevar bulto en estas misiones. Simplemente dos mudas de ropa acordes con el país que visito. Solía comprar algo más si la estancia era más larga de lo debido, aunque fueron pocas las veces que esto sucedió.

De nuevo el trámite de la aduana mexicana. ¡Qué pesados con el pasaporte, el visado y las preguntitas! Un malhumorado agente aduanero se encontraba en la cabina recubierta con la mampara plástica.

  • ¿visita de cortesía o por trabajo? – preguntó sin mirarme, manteniendo los ojos clavados en el pasaporte.
  • Cortesía. Unos días de relax. – contesté.

El aduanero me miró y sonreí. Observó nuevamente la foto y repitió la operación que tantas veces había visto en los aeropuertos. El sello del país se estampaba contra la hoja de mi pasaporte, justo al lado del sello de España, lugar de mi último trabajo.

Me pasé por un rent-a-car y alquilé un descapotable color gris, naturalmente, americano, como casi todo el transporte que se utiliza en ese país centroamericano.

M e costó salir del aeropuerto por las largas colas que se presentaban a la salida de éste. Cuando por fin pude llegar a la autovía que unía el aeropuerto con la gran urbe mexicana, me concentré en buscar la salida más próxima hacia Teguaco, una pequeña localidad próxima a la costa de Acapulco, donde residía el Sr. Bucci.

Ya me había encargado en el aeropuerto de partida de conectarme a la red de internet y buscar alojamiento. Unos pequeños bungalows a pie de playa se alquilaban y eran bastante acogedores, según las fotos de su página web.

Me presenté en recepción y pagando por adelantado, siempre con dólares americanos y en mano, para no dejar constancia de nada, me acompañaron hasta mi habitación. Una pequeña terraza daba directamente a la playa y al mar, evidentemente. El sol apretaba en ese instante. Era medio día, pues había dejado atrás un par de horas con el cambio horario. Consulté el portátil y me encaminé al lugar que me señalaban las instrucciones. El hambre me estaba matando, pero pronto lo saciaría.

Parece que en México, sea la ciudad que sea o el pueblo que sea, siempre hay gente por las carreteras, a todas horas. ¡Qué desesperante! ¡Ni Nueva York era tan caótica como estos pueblos!

Llegué a mi destino con la hora en el cuello, pues allí esperaba encontrar lo que buscaba, y tenía que ya no estuviese. No había rastro. Me senté en una mesa y una amable camarera me deleitó con sus dulces palabras. Se presentó como Aurora, creo recordar, mi camarera para esa noche. Me leía la carta, aunque no le prestaba la mínima atención pues tenía los ojos recorriendo el local en busca de mi presa.

  • Entonces, señor, ¿qué gusta de comer? – preguntó la camarera.

Estaba perdido en mis pensamientos.

  • "Aparece, por Dios, aparece" – pensaba mientras la camarera seguía allí de pie.
  • Señor, disculpe – interrumpió la camarera. – ¿se encuentra bien?
  • Sí, lo siento. Estaba distraído. Tráigame el plato de la casa, y una botella de vino, por favor.

La camarera recogió la carta y se fue. Mi vista seguía recorriendo todos los rincones del restaurante, bastante lujoso, la verdad. No me extrañaba, perteneciendo a Giovanni Bucci.

Y en eso apareció ante mis ojos. Con un vestido muy corto, de color beis a juego con un pañuelo alrededor de su cuello, y un bolso color marrón muy suave. Su prominente escote delataba sus grandes tetas, juntas y alzadas, aprisionadas, bajo el vestido, dejando a la vista un canalillo muy justo: Aitana Bucci. ¡Qué hermosura de mujer! Ahora que la veía en persona, me transmitía todos los detalles que había imaginado de ella. Sus ojos, escondidos bajo unas grandes gafas oscuras, salieron a la luz cuando se sentó, muy cerca de mí. Podía sentir el fuego que desparramaba su cuerpo por todos lados. ¡Era impresionante!

Mientras sorbía de mi copa de vino, la miraba atentamente. A lo lejos, dos fuertes y corpulentos hombres aguardaban junto a la barra. Sus guardaespaldas, ya que entraron al restaurante siguiéndola y solo se separaron con un gesto de la mano de la mujer.

Sola, sin más compañía que la de la botella de vino que la aguardaba ya enfriándose junto a su silla, no hizo ni falta que ningún camarero se le acercara. El maître del lugar sabía perfectamente lo que la señora quería para comer, pues incluso antes que mi comida, llegó la suya. Comí a toda prisa, pues tardaron bastante con la mía. Cuando salió del restaurante, me dispuse a seguirla. Caminó unos pasos desde la puerta al coche donde otro fornido guardaespaldas la esperaba. Todos subieron al coche y se marcharon. El aparcacoches tardó un poco en venir con el mío. Pero no lo suficiente como para perderlos de vista, pues la calle era amplia y recta. A lo lejos divisé como cambiaban de sentido en una rotonda, y un poco antes de toparnos casi de frente, giraron en un cruce. Sin llegar a la rotonda, asiendo acopio de mis buenas maneras de conducción, giré bruscamente, ante la pitada de varios automóviles que circulaban por allí. Entré en la calle por donde se habían metido, y continué hasta llegar a las puertas de su mansión. Estaba en una colina. Fuertemente custodiada por guardias en los portones de entrada y un gran muro de unos 3 metros con alambres en lo alto, que rodeaba la hacienda. Unas decenas de cámaras de vigilancia y letreros avisando de los perros.

Seguí de largo sin mirar siquiera a los guardias y aparqué fuera de su alcance. Haciendo que tenía problemas en el motor, abrí el capó delantero y comencé a estudiar el paisaje. Podría entrar por unos árboles que terminaban con sus ramas dentro de la propiedad, pero había una cámara, que apuntaba a ellos. Pero lo intentaría. Cerré el coche y cogiendo mi arma semiautomática con el silenciador incorporado, me dispuse a subir por el árbol más alto en el instante que la cámara giraba hacia el otro lado. Una rápida escalada y enseguida fuera del alcance de las pantallas.

La verdad es que para ser un traficante del tres al cuarto como decía el dossier que me entregó mi jefe, parecía tener mucha pasta y sobre todo, estar obsesionado con la seguridad, pues enseguida que puse los pies en el jardín, dos perros de gran envergadura corrieron detrás de mí. Me metí en la primera puerta que encontré sin pensar en las consecuencias.

  • Pero, ¿quién coño eres tú? – sonó desde el agua una dulce voz con acento mexicano.

Allí estaba Aitana nadando, desnuda, en una piscina cubierta, alejada de miradas indiscretas.

  • Guardias, guardias – gritó.
  • Tranquila mujer, no vengo a hacerte daño. – le respondí alzando las manos en señal de paz.
  • ¿quién eres? Responde. Te lo ordeno. – gritó sin taparse ni un ápice de su cuerpo.
  • ¿me lo ordenas? – reía mientras lo decía – Ahh, está bien. Soy ….. y vengo a matar a tu marido.

Pensé que volvería a gritar o por lo menos, cambiaría el rostro de su cara, pero ni se inmutó.

  • ¿vienes a matar a mi marido? Jajajaja. ¿crees que podrás matarlo aquí, sin más, y salir vivo de la plantación? Eres un insensato.

Mientras hablaba, salía del agua tranquilamente. Mis ojos se clavaban en la piel morena de la mujer más bella de cuantas había visto por el momento. Su cuerpo, desnudo, brillaba ante el reflejo de las luces en las gotas de agua que lo adornaban. Quedó delante de mí, separada a tan solo unos 5 metros, y esperó a que le contestase.

  • Veo que no tienes contesta a mis preguntas. Eres un loco más, como tantos otros que han venido e intentado matar a Giovanni. Pero creo que por el momento, nadie lo ha conseguido. – argumentó tras la falta de palabras de mi boca.
  • Bueno, mi padre decía que si no intentas las cosas, nunca salen. –contesté al fin.
  • Sabio tu padre, pero creo que no es un refrán apto para este momento. En cualquier momento pueden venir los guardias de seguridad de mi marido y acabar contigo.
  • Tienes razón, o yo con ellos. Todo es posible.

Reía a carcajada limpia. Sin temor ni vergüenza alguna ante mí, seguía paseándose ante mis ojos totalmente desnuda. Sus grandes senos rebotaban en el aire con cada paso que ejecutaba. Su entrepierna, libre de vello, era la gran responsable de mi momento de calentón, aunque ese no fuese el mejor momento para ello.

  • Siento decirte que Giovanni no está en la casa. Volverá pasado mañana. Si quieres, le dejo un recado. - contestó esgrimiendo un sonrisa burlona acercándose a mí.
  • No, gracias. Prefiero darle el recado yo mismo. Otro día volveré. –giré y me encaminé hacia la puerta por donde había entrado, sin acordarme de los perros.

Desde la puerta principal de entrada a la piscina cubierta, algún seguridad gritaba el nombre de la mujer desnuda que estaba junto a mí. Ella, como si no lo escuchase, no le daba la más mínima importancia.

  • Ha sido un placer, señora Bucci. Encantado de conocerla – dije saliendo por la puerta y metiéndome tras unos arbustos.

No se oyó nada desde detrás. Enseguida aparecieron los perros y haciendo gala de mi buen forma física, logré llegar hasta el árbol por el cual había entrado, y trepando, conseguí salir de aquella magnífica mansión de Giovanni Bucci.

Volví a mi bungalow y mandé el correspondiente informe a mi superior. La contesta no se hizo esperar. Tendría que esperar a que volviese y ejecutar el plan antes del fin de semana. Pero quedaban todavía 5 días para el sábado, por lo que tenía suficiente tiempo para hacerlo.

La noche comenzó a caer sobre el cielo azul. Mi estómago pedía comida, y pronto lo sacié con unas ricas fajitas con guacamole y un plato de chili. Me encantaba la comida mexicana, sobre todo, porque es parecida a la comida de mi país natal.

Al regresar al bungalow, por el camino, me encontré con la camarera que muy atentamente me había atendido a la hora de almorzar, en el restaurante de Bucci. La saludé y departí con ella unos minutos, justos para convencerla de que tomase una copa conmigo.

Guiado por ella, llegué a un pequeño antro. Casi no había ni luz en su interior, lo que lo hacía especial. Nos sentamos en una mesita, muy al fondo de la sala, y mientras nos servían las copas, hablamos un poco más y nos fuimos conociendo. Su novio trabajaba para el señor Bucci, como casi todo el pueblo en el que estábamos. Era uno de los guardias personales. En ese momento supe que pronto se enteraría de que su amada novia estaba hablando con un extranjero en un bar de copas muy oscuro.

La conversación giraba en torno a Bucci y su poder en el pueblo y en las altas esferas del país. En efecto, se llamaba Aurora. Vivía muy cerca del bungalow donde yo me hospedaba, aunque en ningún momento le dije que estaba allí. Poco tardamos en empezar a besarnos. Las manos se repartían por nuestros cuerpos y un susurro leve en mi oído me indicó que tenía que acompañarla.

Nos dirigimos a la trastienda del bar. Unas 12 puertas se abrían ante mis ojos. Entramos en una de ellas. Como si de un puticlub se tratase, estaban preparadas con un plato de ducha, un bidé y una cama grande. Nada más entrar, Aurora cerró la puerta bruscamente, puso el pestillo y le lanzó sobre mis brazos, besándonos con fuerza, más que pasión. La ropa iba desapareciendo de nuestros cuerpos con rapidez. Sus tetas, bastantes normales de tamaño, fueron lo primero que mi boca alcanzó desde el cuello para abajo en su cuerpo. Relamí sus pezones puntiagudos, agarrando con ambas manos las tetas en forma de pera que tenía delante de mi cara. Aurora deseaba que la follase con urgencia, y sin más, se tiró sobre mí cuando me empujó en la cama, y sentándose cómodamente, introdujo mi polla en su coñito, algo velloso, pero muy ardiente. La rapidez de sus movimientos la llevó a un orgasmo muy cargado de sensaciones y tembleques, para luego continuar muy despacio cabalgándome, mientras me daba sus pechos para lamerlos y chuparlos. Una de las veces que salió mi polla de su coño húmedo, acertó a agarrarla y comenzar a metérsela por el agujero del ano. Noté la presión inicial, que desapareció a medida que iba entrando más y más mi polla en su culo. Ella solo gemía sin indicios de dolor. Estaba acostumbrada a ser enculada, pues su ano era bastante ancho, aunque al principio no me lo pareciera. Al poco tiempo de estar enculándola sentado sobre el borde de la cama, mi eyaculación se produjo en su interior, sin que Aurora dejase de saltar sobre mí en ningún momento.

Con la corrida en su culo, Aurora seguía brincando, cada vez más hasta que su nuevo orgasmo hizo acto de presencia y sus gritos placenteros se esparcieron por toda la minúscula habitación, traspasando las paredes sin lugar a duda.

Como si ya lo estuviese pensando, nada más acabar, sacó mi polla de su culo, y las gotas de semen comenzaban a verse saliendo de él también. Se limpió y se vistió con una rapidez inusual, y dejándome allí, se marchó. Salí al cabo de un rato, pero ya no se encontraba en el local, muy a mi pesar, pues quería volver a repetir.

Caminando hasta el hotel, vislumbre una sombra que me perseguía. En una esquina, esperé a que llegase y lo atrapé. Con un golpe certero entre ceja y ceja, su pistola cayó al suelo, y le di una patada para alejarla. Sacando la mía, apunté a su sien y lo puse de rodillas.

  • ¿quién eres? – pregunté y seguí hablando - ¿Qué haces persiguiéndome?
  • ¡Suéltame maldito hijo de puta, chingado! – contestó
  • Te hice una pregunta, así que contéstame.

Quité el seguro de la pistola y casi con lágrimas en los ojos, contestó.

  • Soy el novio de esa puta que te acabas de follar. Maldito cabrón, me acabas de partir la nariz.
  • ¿y por qué me persigues?
  • Quería matarte, cabrón.
  • O sea, que tú eres uno de los guardias de Giovanni Bucci, ¿no?

El silencio se hizo. No contestaba. Solo lloriqueaba mientras salía sangre de su nariz.

  • Dime dónde está y podrás irte.
  • ¡que te den por el culo, chingado de mierda!

Sin más, accioné el revólver y el silenciador del cañón se ocupó de que nadie se enterase que en aquel callejón con olor a pescado podrido se había acabado la vida de uno de los hombres de Bucci.

Me quedé con el arma que traía el individuo para mí, y regresé a mi aparta-hotel.

Dormí tranquilo, aunque como siempre, con la pistola bajo la almohada.

Por la mañana, tras el pertinente desayuno, paseé por el pueblo. Era bastante bonito después de todo, aunque seguía siendo un pueblo de mala muerte gobernado por un mafioso traficante de drogas.

A la hora de almorzar, volví al restaurante del día anterior. De nuevo, Aurora se presentó ante mí, aunque sin ningún asomo por su parte de lo ocurrido la noche anterior. Tampoco parecía que se hubiese enterado de la muerte de su novio.

Al momento llegó Aitana Bucci. Rodeada de sus escoltas a los que apartó al entrar, como siempre, se sentó en su mesa sin levantar la cabeza para mirar a su alrededor.

Cuando parecía que ya había terminado y se iba a ir, cambió el rumbo y se dirigió a mi mesa.

  • Parece que es usted muy paciente. Mi marido llegará mañana. Si quiere le doy el aviso de que un sicario está aquí para enviarlo al infierno, de donde nunca debió salir.
  • Es usted muy amable, señora Bucci, pero prefiero ser yo mismo el que le dé el mensaje.
  • ¿tiene que darle un mensaje? – preguntó extrañada.
  • Es una forma de hablar, ya me entiende. – contesté poniéndome de pie a su lado. - ¿quiere una copa?
  • No, gracias. Pero si quiere, le invito yo a una en mi casa. Ya sabe dónde está. Pero esta vez entre por la puerta principal. Le estaré esperando a media tarde. Con su permiso, me despido. Hasta la tarde.

Hice ademán de saludo con la cabeza mientras una sonrisa permanecía en mis labios. Había conseguido que mi "enlace" para llegar a Giovanni Bucci me hiciese caso.

Pasaron las horas. Me di un confortable baño en el bungalow y me dirigí a la mansión "Mexican Liberty", propiedad de los Bucci. Allí, a la entrada, los guardias de seguridad tomaron huellas de mis dedos y tras unos minutos, me dejaron pasar. A parte, había revisado el coche y por supuesto, me había cacheado de arriba abajo. Me enseñaron dónde debería estacionar mi vehículo y luego me dejaron en una sala llena de obras de arte con antiquísimos retablos y esculturas.

Estuve mirando las obras durante un rato, hasta que una voz femenina hizo que dejara de hacerlo. Una sirvienta vestida como las de las películas, con un minivestido corto en blanco y negro, me pidió que la siguiese por el pasillo.

Me llevó hasta la piscina cubierta, donde el día anterior había visto a la mujer de Bucci desnuda frente a mis ojos.

  • Entre por favor. La señora Bucci le está esperando.
  • Gracias.

Apliqué una mínima fuerza al picaporte y entré a la gran habitación, cerrando de nuevo. Aitana Bucci estaba recostada en una tumbona al final de la estancia. Esta vez sí llevaba algo de ropa, aunque no mucha la verdad. Un diminuto bikini compuesto de dos piezas. La de arriba apenas tapaba sus grandilocuentes pechos y la parte de abajo se perdía en un fino hilo hacia detrás, dejando a la imaginación como sería ese insignificante tanga que casi ni tapaba sus labios vaginales.

  • Siéntese a mi lado, por favor. – rogó estirando la mano y señalando un asiento.

Caminé hasta alcanzar su posición y, después de deshacerme de la chaqueta, me senté frente a la mujer.

  • Pensé que ya no vendría. Tenía muchas ganas de conversar con usted.
  • Yo siempre acudo a la invitación de mujeres preciosas. – contesté cogiendo la copa que me ofrecía.
  • Sí, lo suponía. ¿le parezco preciosa, entonces? – preguntó sobresaliéndose de la hamaca.
  • Claro. Es usted una mujer muy bella, señora Bucci.
  • Por favor, llámame Aitana. Sobre todo cuando estemos a solas.
  • Así lo haré.

La conversación discurrió un largo tiempo en torno a sus preguntas a cerca de porqué debía matar a su marido. Me contó como una larga lista de sicarios habían intentado acabar con él, pero nunca lo habían conseguido, pues la seguridad de Bucci rozaba la perfección en cuanto a defenderle se trataba.

Justo cuando dio fin a la conversación, se levanto. Mis sospechas sobre a dónde iba a parar la fina cuerda de su bikini se disipó cuando sus hermosas nalgas dejaron que fuesen admiradas por mis ojos lascivos en ese momento.

Apoyó una de sus piernas entre las mías, en mi hamaca y muy cerca de mí, seguía hablando de su vida. Las tetas de la mujer caían en frete de mi cara, dejando ver como los pezones apuntaban en mi dirección, marcados bajo la minúscula tela que los cubría. Solo con mover los ojos un poco hacia abajo, su entrepierna aparecía dejando que sus labios vaginales afloraran por los vértices del tanga. No tapaba nada, y sobre todo, en aquella postura, dejaba que todo saliese a la luz.

  • ¿le apetece un baño en la piscina, señor ………..? – preguntó.
  • No gracias, no he traído bañador. Mejor veo como nada usted mientras yo la espero aquí.
  • Por eso no se preocupe.

Diciendo estas palabras, se despojó de la parte de arriba del bikini. Los pezones, duros y punzantes, de color amarronados, se dejaron ver ante mi semblante. Luego bajó la pierna de la hamaca y continuó hasta bajarse el tanga. Todo limpio, como el coñito de una niña que todavía no sabe lo que es tener vello púbico.

  • Le espero en la piscina.- comentó acudiendo a su encuentro con el agua.

La mirada se me perdía entre sus nalgas macizas. Desapareció bajo el agua. En ese instante, no sabía si meterme con ella o esperarla, pues si entraba iba a ir a comérmela entera, sin pensar en nada ni en nadie.

  • ¿le da vergüenza entrar desnudo en la piscina?
  • No, para nada.
  • Pues entonces, ¿a qué espera?

Desabroché los botones blancos de mi camisa y me la saqué. Me descalcé y terminé de quitarme los pantalones, previamente quitada la hebilla del cinturón, y mi polla, poniéndose ya en estado de erección, se dejó ver ante la mirada crítica a la que estaba siendo sometido.

  • Así me gusta. Que no tenga usted vergüenza – se oyó desde el agua.
  • Por favor, trátame de tú. No soy tan mayor como para que me traten de usted.

La sonrisa de Aitana decía que efectivamente no estaba tan mayor como su marido, unos 15 años mayor que ella. Mientras caminaba hacia el agua, palpándome la polla en estado erecto ya, notaba la mirada de la mujer de Bucci sobre mí. Me dejé caer en el agua y salí muy cerca de donde ella se encontraba. Mantuvimos una corta conversación sobre el estado próspero del agua. Con cada palabra, Aitana se acercaba más y más a mí. Hasta que finalmente se acercó tanto, que sentía en mi cuello su aliento.

Giré la cabeza buscando mirar sus ojos, y encontré su boca. Nos besamos apasionadamente como si nos conociésemos de toda la vida, y fuésemos una pareja de hecho. Pero nada más lejos de la realidad.

Comenzamos a manosearnos muy lentamente, descubriendo el cuerpo el uno del otro muy despacio, acariciándonos con suavidad, bajo el agua templada de la fabuloso piscina de la mansión. Nuestras lenguas chocaban dentro de alguna de las dos bocas, y en más de una ocasión, sentí el placentero mordisqueo de mi lengua.

Mientras seguíamos besándonos, caminábamos acompasados hasta llegar a unas largas escalinatas en empezaban en el borde opuesto por donde habíamos entrado y terminaban perdidas en el fondo de la piscina. Allí, más tranquilo y pudiendo sentarnos más cómodamente, conseguí rozarle el coño que tanto había admirado, al igual que sus nalgas duras, bien puestas. Las caricias empezaban a hacer mella en la mujer del narcotraficante, y pronto se me abrió de piernas, con una clara intensión. Mi boca comenzó a hacer su recorrido lametazo a lametazo desde el cuello hasta alcanzar sus pechos, donde me detuve y los chupé y mordisqueé varios segundos, antes de proseguir con mi objetivo. Su abdomen, el monte de venus, y por fin, llegué a mi meta. Sus grandes labios vaginales se abrían ante mi boca mediante mi hábil lengua. Recorría su rajita rosada de arriba abajo y volvía a empezar para detenerme algunos instantes en su clítoris, dándole muestras de mi saber hacer. Su coñito sabía a manjar de dioses, y más cuando un delicioso rio de jugos desembocó en mi boca. Su primer orgasmo había llegado con la habilidad de mis labios y mi lengua. Agarrándome del pelo, consiguió enderezarme y sacarme de su cueva. De rodillas, comenzó a moverme la polla con sus manos, a la vez que jugueteaba muy despacio con su lengua en mi glande. Sin apresurarse a que mi placer llegase, lamía el tronco de mi polla con una lengua muy dulce y suave, al compás de sus manos. Luego de dos o tres veces recorrida mi polla, obtuve el deseado premio que tanto anhelaba. Metió mi polla en su boca y apretó fuerte sus labios mientras subía y bajada con el ritmo alto, ayudándose de sus manos a pajearme y darme placer. Casi logra su objetivo, si no fuese que logré pararla a tiempo para no escupir leche, sino aguantarme un poco más y descargarme de otra manera.

Dándose la vuelta y poniéndose como de cuatro patas, se manoseaba el coño, a la espera de que fuese penetrado por mi polla. Introduje muy despacio mi glande, después de darme unas friegas con él a su coñito por fuera. Apreté cuando supe que estaba casi todo dentro. Sus gemidos eran exuberantes, bastantes fuertes y no le importaba que alguien la oyese, pues seguramente, ya estarían acostumbrados a oírla follando con más de una persona, según decía su ficha en mi ordenador.

Mientras le agarraba uno de sus pechos hasta donde alcanzaba, la penetraba suavemente, dejando que se deleitase con mi polla en sus adentros.

Y justo cuando estaba a punto de correrme, sonó un pequeño teléfono que estaba en una silla muy cerca de nuestra posición.

  • Mierda. Detente. Tengo que cogerlo. Es mi teléfono particular y seguro que pasa algo importante, sino, no me llamarían.

Mientras decía eso, se inclinaba y mi polla se salí de ella. Salió del agua y cogió el teléfono.

  • Espero que sea importante, Lucia, porque estoy ocupada – gritó al aparato.

Su cara cambió al recibir noticias desde el otro lado del auricular.

  • De acuerdo. Entretenlo un poco. Y luego dile que estoy aquí con un señor que quiere conocerlo.

Dejó de nuevo el teléfono y corrió hasta las hamacas donde habíamos estado sentados, y comenzó a vestirse a toda prisa.

  • Sal del agua y vístete, pronto, que mi marido acaba de llegar y me está buscando.

Salí a toda prisa del agua, y me sequé con la toalla que Aitana me había ofrecido. Me vestí lo más rápido que pude y me senté a unos metros de la mujer. Para entonces, ella ya estaba vestida con un pantalón largo negro y una camiseta gris, sentada, con la copa en la mano, haciendo que dialogábamos.

La puerta se abrió de repente. Me asusté al ver la cara de aquel hombre al que debía matar lo antes posible, pero evidentemente, quería seguir vivo para darle el OK a la central. Entonces, no podría hacerlo en ese instante, aunque ganas no me faltaron.

Se acercó a nosotros, mientras su mujer se levantaba e iba en su búsqueda. Me puse de pie y esperé a que llegase a mi lado.

  • Cariño, te presento a Jesús Quintero. Viene de España y trae información para ti que no ha querido contarme.

"se nota que está acostumbrada a mentirle a su marido", pensé.

  • Mucho gusto, señor Bucci. – le dije estirando la mano para dársela.
  • Es un placer. – contestó con su carismático acento mexicano.

Me pidió que tomase asiento mientras su mujer pedía una copa para su marido.

  • Y bien, ¿en qué puedo ayudarlo, señor Quintero? – preguntó el hombre de traje blanco.
  • Pertenezco a una organización de España y queríamos tener tratos con usted.
  • ¿y de que tratos se supone que hablamos? – preguntó acomodándose en su sillón.
  • Pues de armas y drogas, efectivamente – respondí algo aturdido, pues no tenía nada pensado al llegar allí esa tarde.
  • ¿y quién le dice a usted que yo vendo drogas y armas, señor Quintero?

En eso entró un hombre vestido de negro riguroso con unos papeles en la mano. Se los entregó a Bucci y desapareció al instante. Giovanni los miraba detenidamente.

  • Al parecer, es usted una persona muy buscada por todas partes. Aquí pone que ha estado tres años en la cárcel y se fugó de una de máxima seguridad. ¿por qué lo detuvieron? – preguntó apartando la vista de los papeles y fijándola en mí.
  • Pues…. – me quedé algo en blanco, sobre todo porque no esperaba que la agencia se hubiese tomado tantas molestias para crearme un personaje, pero pronto seguí hablando.- Pues estuve metido en la cárcel de máxima seguridad porque le di una paliza a dos guardias de la primera cárcel a la que entré, por intentar abusar de mí. Me trasladaron y luego conseguí huir con la ayuda de Dios.
  • Me parece muy bien, pero no ha contestado a mi pregunta.
  • Pues me detuvieron en mi piso de Benidorm por un chivatazo, pero ese chivato ya no podrá hablar más, se lo aseguro.
  • ¿y como está tan seguro de eso?¿lo mató? – preguntó con un tono de intriga el narco.
  • Digamos que primero se mordió la lengua y se la tragó, y luego se cayó a un pozo muy hondo.
  • Entiendo, entiendo.

Giovanni Bucci había presenciado mis palabras con intriga. Ahora reía por mi última contesta, mientras su mujer permanecía en un segundo plano.

  • ¿y se puede saber a qué organización pertenece usted? – preguntó el viejo de nuevo.
  • ¿cómo? Perdón, pero no le he entendido.
  • Sí, vamos, que con quién trabaja usted en España.
  • Ahh, de acuerdo. Es una organización con bastante poder en el país, y parte de Francia, así como en países del Este europeo.
  • Ya entiendo. Su "organización" – marcó esta palabra con los dedos – de dedica a la trata de blancas, drogas, armas y personas, ¿no es así?.
  • Podríamos decir que sí – contesté ya más sereno y con semblante tranquilo y relajado en la silla.
  • ¿y qué le hace pensar que colaboraré con ustedes? Siempre y cuando, sea usted quien dice ser.
  • Tiene delante de usted los papeles que supongo habrá conseguido infiltrándose en la Interpol, así que no creo que ellos mientan. – contesté.
  • Ahora he de irme. Tengo asuntos del pueblo que resolver. Lo esperaré mañana para almorzar, si no está ocupado.
  • Claro, aquí estaré.

Me despedí de Giovanni Bucci pensando en su cara cuando estuviese muerto. Su mujer sonreía en segundo plano, detrás de su marido cuando un escolta de éste me conducía hasta mi coche. Dejé la mansión y regresé a mi bungalow. Pagué al gerente unos días más, pues no sabría con exactitud cuándo terminaría mi trabajo.

Tomé una ducha y pedí algo de comer a un local cercano de reparto a domicilio. Mientras cenaba, tocaron a la puerta. Con la pistola en la espalda, abrí.

Aitana se presentó en mi bungalow vestida con un elegante traje de noche. Según me contó, había salido de su casa para ir a bailar un rato mientras su marido permanecía reunido con unos importantes hombres de negocios de la ciudad de México. Nada más entrar, cerró la puerta y tiró de la cremallera del traje y quedó completamente desnuda ante mí.

  • Quiero terminar lo que no pudimos antes.

Sin nada más que decir, comenzamos a besarnos. Sustrajo mis pantalones y de rodillas, comenzaba a mamarme la polla sin tanta sutileza como había hecho por la tarde en su casa. Esta vez fue directa al grano y agarrándola fuerte con sus manos, la metió en su boca y chupó hasta hacerme correr. No separaba su boca de mi polla en ningún momento, ni siquiera, cuando empecé a escupir la leche en su boquita, tragándose todo lo que a hecha llegaba.

Terminada la eyaculación, se recostó en la cama. Abrió sus piernas, y manoseó su coñito, algo mojado ya, a la espera de que hundiese mi cabeza en él. Jugué con su clítoris mientras introducía unos dedos en su agujerito. Luego se los daba a chupar que gustosamente aceptaba. Casi cuando se iba a correr, paré. Montado sobre ella, la penetré y bailé con mi polla en su coñito haciendo que en unos cuantos mete-saca se corriese, apretando fuerte sus uñas en mi espalda. Seguí penetrándola después de las sacudidas de su cuerpo, pues sin palabras pedía más y más.

Pudo más que yo, y rotando sobre nosotros mismos, ella se colocó sobre mí, sin dejar que mi polla saliese de su coñito. Me cabalgó como una experta jinete. Un nuevo orgasmo sobresalió de sus adentros y dejó el ambiente cargado de sus gemidos lascivos.

Ahora sí que permitió que mi polla saliese de su coño, pero para colocarse de cuatro patas sobre la cama, y que yo la penetrase desde atrás. Atendiendo a sus suplicas con los ojos, la penetré sin más, aplicándole una regularidad constante en los envites que le propinaba. Escupí sobre su ano y pasé uno de mis dedos por él. Arrugado, sin nada de vello, su ano se presentaba bastante cerrado, al contrario que había pasado con el culo de la camarera que me había beneficiado un día antes. Introduje un dedo mientras seguía fornicándomela y luego metí otro. Sus gemidos aumentaban bastante de calor y placer. Me proyecté un poco hacia adelante, y casi susurrándole, le dije que la iba a encular. No dio respuesta alguna. Seguía agarrándose sus tetas y gimiendo.

Saqué mi polla lubricada de su coñito y la froté por el ano. A parte, con una de mis manos, recogía sus juguitos del coño y los repartía por el culito. Acerté a empujar muy despacio mi polla en la entrada de su culo. no se quejaba por el momento, aunque a medida que iba introduciéndose más, unos quejidos de dolor aparecieron en el ambiente, procedentes de su boca.

  • Joder, chingado, cuidado que solo mi marido me ha metido la polla por el culo y solo fue una vez.

No dijo más. Muy suavemente, y haciendo breves paradas para la adaptación de mi miembro en su recto anal, conseguí llegar hasta lo más que pude, quedándoseme solo un poco del tronco fuera de su ano. Aguardé unos segundo y comencé un suave vaivén de mete-saca. Comenzó a gustarle tras unos segundos de agonía. Y cuando sus gemidos volvieron a aparecer, endurecí el ritmo, penetrándola con normalidad.

Mi orgasmo se presentó. Y el de ella, su tercero, unos instante antes que el mío. Mientras se estaba corriendo por tercera vez, saqué mi polla de su culo, y girándola bruscamente, hundí mi polla entre sus tetas, mientras ella las apretaba y dejaba mi polla en medio, haciéndome una espectacular cubana que acabo en una tremenda corrida sobre su pecho y su boca.

Me desplomé en la cama. Llevábamos unos 45 minutos allí sin descansar. Nos interrumpió de nuevo su teléfono.

  • Dime cariño. – contestó

El interlocutor habló durante unos segundos y ella volvió a responder muy secamente.

  • Enseguida voy. Estoy tomándome algo con unas amigas.

Se levantó y se vistió. Antes de salir, me dijo:

  • Espero volver a verte pronto y repetir todo esto.

Me dio un beso muy cariñoso en la boca y se marchó del bungalow.

Me duché para evaporar el sudor de mi cuerpo y me tomé una copa del minibar sentado en la terraza. Me estaba enamorando de esa mujer, y no podía permitirme, pues seguramente, me distraería de mi trabajo.

Llevaba ya 3 días en aquel pueblo. La llegada de un email a mi ordenador me despertó del largo sueño que me permití tomar. En él, se me preguntaba por noticias y contesté con lo que tenía.

Sobre la 1 y algo del medio día, me desplacé hasta mi cita con Giovanni Bucci. Me esperaba en la entrada de su casa. Como siempre, me registraron de arriba abajo. Era evidente que, sopesado el plan que iba a ejecutar con un rifle desde larga distancia, no hacía falta que llevase armas al encuentro, aunque me la podría jugar.

Tomamos un aperitivo, sin la presencia de Aitana en ningún momento. Luego pasamos al comedor. Tampoco nos acompañó. Pedí disculpas y fui al servicio. Una puerta antes de llegar, una mano me agarró y me metió en una pequeña biblioteca.

Aitana estaba marcada de golpes por toda la cara. Su belleza no se encontraba en ese instante presente, pues los graves golpes que su marido le había propinado la noche anterior, casi la dejaron sin esa belleza que le acompañaba en su vida diaria.

  • Tienes que salir de aquí. Después del almuerzo, te va a llevar a su despacho y allí te mataran.
  • ¿Cómo sabes tú eso? – le pregunté sujetándola por los dos brazos.
  • Lo escuché esta mañana antes de que llegases. Entrarás solo con él y luego vendrán dos de sus hombres y acabaran contigo. Alguien los ha informado de que venías a matarlo.

¿Y cómo sabía él eso?¿Quién podría habérselo dicho?¿Tendríamos un topo dentro de la organización?

  • Tranquila, todo irá bien.
  • Toma esta pistola – me entregó un arma bastante rudimentaria en comparación con las mismas que no había traído. – y ahora márchate antes de que nos encuentren hablando.

Me dio un beso en los labios y abrió la puerta. Salí escondiendo el arma que me había entregado en la parte de atrás del pantalón, bajo la chaqueta.

  • ¿no encuentra el servicio, señor? – preguntó una voz.
  • No, me equivoqué de puerta. Es ésta, ¿verdad? – le dije al guardia.

Asintió con la cabeza y entré en el servicio. Me mojé la cara y miré fijamente al espejo. Tenía que pensar algo para eliminar a aquel hombre allí mismo, y luego salir vivo de la mansión.

Regresé al comedor. Bucci ya tomaba una copa de coñac y un puro habano muy largo. Me convidó uno y luego me invitó a seguirlo hasta su despacho con la sana intensión de discutir asuntos de trabajo. Lo perseguí pasando por la puerta de la biblioteca donde había estado hablando con Aitana y me alertó de las intenciones de su marido.

Giovanni Bucci, a sus 42 años, se encontraba muy bien de forma. Su planta era muy generosa, pues unas amplias espaldas le adornaban por detrás, mientras que se notaba que su pecho estaba bastante musculado.

Entramos en su despacho. Me brindó un asiento frente al suyo, y hablamos sobre el supuesto motivo que me llevaba allí y entablar las negociaciones para un futuro trabajo juntos. Respondía a sus preguntas con toda normalidad. Y en medio de esas preguntas, se levantó y poniéndose de espaldas a mí, se preparaba una copa.

Aproveché el momento para acercarme a él, y estrangularlo por detrás con mis propias manos. Intentó resistirse dándome codazos en el estómago, pero pude aguantarlos con el pensamiento de la cara de Aitana marcada por los fuertes golpes que el hijo de puta que tenía entre mis manos le había propinado.

Cejó en su intento y cayó desplomado al suelo. Buscando sus constantes vitales para asegurarme de que no permanecía vivo, tuve el placer de encontrar una pistola semiautomática en su chaqueta. Muerto, y hecho mi trabajo, me dispuse a esperar a los supuestos matones que debían entrar a liquidarme. Me senté en la silla del escritorio de Bucci. Y casi un minuto después, entraron de sopetón dos de sus guardias. No esperé ni a que viesen a su jefe en el suelo, muerto, para disparar contra ellos. A uno le disparé en la frente y al otro, el que me había comunicado dónde estaba el verdadero servicio antes en el pasillo, le atravesé el corazón con un certero disparo. Ambos cayeron al suelo, casi el uno sobre el otro. Salí corriendo del despacho, y me metí en la biblioteca. Desde allí, con Aitana derrumbada sobre el sillón llorando, oí tras la puerta como varios hombres corrían en dirección al despacho tras oír los disparos.

Intenté tranquilizar a Aitana, y que me indicara por donde escapar. Señaló a la ventana que daba hacia el jardín y le di un beso en la boca.

  • Algún día vendré a buscarte. – le dije desde la ventana.

Salté el metro que separaba la ventana del suelo verde del jardín y corrí hasta el coche. Salí disparado hasta la puerta principal, y desde mi asiento, encañoné a los dos guardias que había en ella. Bajé enseguida y abrí las puertas manualmente. Subí al coche de nuevo y huí perdiéndome en las calles del pueblo. Dejé el coche en el callejón en el que había matado al novio de la camarera 2 días antes y desde allí, regresé al bungalow, recogí mis cosas rápidamente y me marché en busca del coche nuevamente para viajar hasta la ciudad del México y coger el primer avión rumbo a EE.UU.

Había terminado mi misión y necesitaba descansar, aunque no me quitaba de la cabeza a Aitana Bucci. Ya en Nueva York, en la sede central de la agencia, tuve tiempo de reflexionar y hablar con mi superior sobre la amenaza de un topo, aunque él le dio la mínima importancia.

El gordo mandón me obsequió con unas semanas de relax.

Me dirigí a mi casa en las afueras de las Vegas. Cogí el avión que me llevó hasta allí y luego un taxi me alcanzó hasta la puerta de mi casa. Preparé unas maletas y en el mismo taxi, salí nuevamente hacia el aeropuerto internacional de Las Vegas para buscar un destino en el que pasar mis semanas de descanso, bastantes merecidas, aunque siempre con el recuerdo de Aitana en mi cabeza.

CONTINUARA