Las sombras de Lena (4)
Kara Zor-El y Lena Luthor
¡Bésame, maldita sea!, le suplico, pero no puedo moverme. Un extraño y desconocido deseo me paraliza. Estoy totalmente cautivada. Observo fascinada la boca de Lena Luthor, y ella me observa a mí con una mirada velada, con ojos cada vez más impenetrables. Respira más deprisa de lo normal, y yo he dejado de respirar. Estoy entre tus brazos. Bésame, por favor. Cierra los ojos, respira muy hondo y mueve ligeramente la cabeza, como si respondiera a mi silenciosa petición. Cuando vuelve a abrirlos, ha recuperado la determinación, ha tomado una férrea decisión.
—Kara, deberías mantenerte alejada de mí. No soy una mujer para ti —suspira.
¿Qué? ¿A qué viene esto? Se supone que soy yo la que debería decidirlo. Frunzo el ceño y muevo la cabeza en señal de negación.
—Respira, Kara, respira. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar —me dice en voz baja.
Y me aparta suavemente.
Me ha subido la adrenalina por todo el cuerpo, por el ciclista que casi me atropella o por la embriagadora proximidad de Lena, y me siento paralizada y débil. ¡NO!, grita mi mente mientras se aparta dejándome desamparada. Apoya las manos en mis hombros, a cierta distancia, y observa atentamente mi reacción. Y lo único que puedo pensar es que quería que me besara, que era obvio, pero no lo ha hecho. No me desea. La verdad es que no me desea. Me ha fastidiado soberanamente la cita.
—Quiero decirte una cosa —le digo tras recuperar la voz— Gracias —musité hundida en la humillación.
¿Cómo he podido malinterpretar hasta tal punto la situación entre nosotros? Tengo que apartarme de ella.
—¿Por qué?—
Frunce el ceño. No ha retirado las manos de mis hombros.
—Por salvarme —susurro.
—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haberte pasado. ¿Quieres venir a sentarte un momento en el hotel?—
Me suelta y baja las manos. Estoy frente a ella y me siento como una tonta.
Intento aclararme las ideas. Solo quiero marcharme. Todas mis vagas e incoherentes esperanzas se han frustrado. No me desea. ¿En qué estaba pensando?, me riño a mí misma. ¿Qué le iba a interesar Lena Kieran Luthor de ti?, se burla mi subconsciente. Me rodeo con los brazos, me giro hacia la carretera y veo aliviada que en el semáforo ha aparecido el hombrecillo verde. Cruzo rápidamente, consciente de que Lena me sigue. Frente al hotel, vuelvo un instante la cara hacia ella, pero no puedo mirarla a los ojos.
—Gracias por el té y por la sesión de fotos —murmuro.
—Kara... Yo...—
Se calla. Su tono angustiado me llama la atención, de modo que la miro involuntariamente. Se pasa la mano por el pelo con mirada desolada. Parece destrozada, frustrada y con expresión alterada. Su prudente control ha desaparecido.
—¿Qué, Lena? —le pregunto bruscamente al ver que no dice nada.
Quiero marcharme. Necesito llevarme mi frágil orgullo herido y mimarlo para que se cure.
—Buena suerte en los exámenes —murmura.
¿Cómo? ¿Por eso parece tan desolada? ¿Es esta su fantástica despedida? ¿Desearme suerte en los exámenes?
—Gracias —le contesto sin disimular el sarcasmo—. Adiós, señora Luthor.
Doy media vuelta, me sorprende un poco no tropezar y, sin volver a dirigirle la mirada, desaparezco por la acera en dirección al parking subterráneo.
Ya en el oscuro y frío cemento del parking, bajo su débil luz fluorescente, me apoyo en la pared y me cubro la cara con las manos. ¿En qué estaba pensando? No puedo evitar que se me llenen los ojos de lágrimas. ¿Por qué lloro? Me dejo caer al suelo, enfadada conmigo misma por esta absurda reacción. Levanto las rodillas y las rodeo con los brazos. Quiero hacerme lo más pequeña posible. Quizá este disparatado dolor sea menor cuanto más pequeña me haga. Apoyo la cabeza en las rodillas y dejo que las irracionales lágrimas fluyan sin freno. Estoy llorando la pérdida de algo que nunca he tenido. Qué ridículo. Lamentando la pérdida de algo que nunca ha existido... mis esperanzas frustradas, mis sueños frustrados y mis expectativas destrozadas.
Nunca me habían rechazado. Bueno, siempre era una de las últimas a las que elegían para jugar al baloncesto o al voleibol, pero eso lo entendía. Correr y hacer algo más a la vez, como botar o lanzar una pelota, no es lo mío. Soy una auténtica negada para cualquier deporte.
Pero en el plano sentimental, nunca me he expuesto. Toda mi vida he sido muy insegura. Soy demasiado pálida, demasiado delgada, demasiado desaliñada, torpe y tantos otros defectos más, así que siempre he sido yo la que ha rechazado a cualquier posible admirador. En mi clase de química hubo una chica a la que le gustaba, pero nadie había despertado mi interés... Nadie excepto la maldita diosa griega, Lena Luthor. Quizá debería ser más agradable con gente como Diana Queen y Nia Nall, aunque estoy segura de que ninguna de ellas ha acabado llorando solo en la oscuridad. Quizá solo necesite pegarme una buena llantera.
¡Basta! ¡Basta ya!, me grita metafóricamente mi subconsciente con los brazos cruzados, apoyada en una pierna y dando golpecitos en el suelo con la otra. Métete en el coche, vete a casa y ponte a estudiar. Olvídala... ¡Ahora mismo! Y deja ya de autocompadecerte, de castigarte y toda esta mierda.
Respiro hondo varias veces y me levanto. Ánimo, Kara. Me dirijo al coche de Alex, secándome las lágrimas. No volveré a pensar en ella. Anotaré este incidente en la lista de las experiencias de la vida y me centraré en los exámenes.
Cuando llego, Alex está sentada en la mesa del comedor con el portátil. La sonrisa con la que me recibe se desvanece en cuanto me ve.
—Kara, ¿qué pasa?—
Oh, no... La santa inquisidora Alex Danvers. Muevo la cabeza como hace ella cuando quiere dar a entender que no está para historias, pero no sirve de nada.
—Has llorado—
A veces tiene un don especial para decir lo que es obvio.
—¿Qué te ha hecho esa hija de puta? —gruñe con una cara que da miedo. —
—Nada, Alex—
En realidad, ese es el problema. Al pensarlo, sonrío con ironía.
—¿Y por qué has llorado? Tú nunca lloras —me dice en tono más suave.
Se levanta. Sus ojos negros me miran preocupados. Me abraza. Tengo que decir lo que sea para quitármela de encima.
—Casi me atropella un ciclista—
Es lo mejor que se me ocurre decirle para que por un momento se olvide de Lena millones Luthor.
—Dios mío, Kara... ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?—
Se aparta un poco y me echa un rápido vistazo para comprobar si todo está bien.
—No. Lena me ha salvado —susurro—. Pero me he pegado un susto de muerte—
—No me extraña. ¿Qué tal el café? Sé que odias el café—
—He tomado un té. Ha ido bien. Nada que comentar, la verdad. No sé por qué me lo ha pedido—
—Le gustas, Kara —me dice soltándome.—
—Ya no. No voy a volver a verla—
Sí, consigo sonar como si no me importara.
—¿Cómo?—
Maldita sea. Está intrigada. Me meto en la cocina para que no pueda verme la cara.
—Sí... No tiene demasiado que ver conmigo, Alex —le digo lo más fríamente que puedo.
—¿Qué quieres decir?—
—Alex, es obvio—
Me vuelvo y me coloco frente a ella, que está de pie en la puerta de la cocina.
—Para mí no —me dice—. Vale, tiene más dinero que tú, pero tiene más dinero que casi todo el mundo en este país—
—Alex, ella es...
Me encojo de hombros.
—¡Kara, por favor! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Eres una cría —me interrumpe.
Oh, no. Ya estamos otra vez con ese rollo.
—Alex, por favor, tengo que estudiar —la corto. Pone mala cara.
—¿Quieres ver el artículo? Está acabado. Nia ha hecho algunas fotos buenísimas.
¿Tengo ahora que ver a la imponente Lena Luthor, quien no siente el menor interés por mí?
—Claro—
Me saco una sonrisa de la manga y me acerco al portátil. Y ahí está, mirándome en blanco y negro, mirándome y encontrándome indigna de su interés.
Finjo leer el artículo, pero no aparto los ojos de su firme mirada esmeralda. Busco en la foto alguna pista de por qué no es una mujer para mí, como me ha dicho. Y de repente me parece obvio. Es demasiado guapa. Somos polos opuestos, y de dos mundos muy diferentes. Me veo a mí misma como a Ícaro cuando se acerca demasiado al sol, se quema y se estrella. Tiene razón. No es una mujer para mí. Es lo que ha querido decirme, y eso hace más fácil aceptar su rechazo... Bueno, casi. Podré soportarlo. Lo entiendo.
—Muy bueno, Alex —logro decirle—. Me voy a estudiar—
Me propongo no volver a pensar en ella de momento. Abro los apuntes y empiezo a leer.
Solo cuando estoy en la cama, intentando dormir, permito que mis pensamientos se trasladen a mi extraña mañana. No dejo de pensar en lo que me ha dicho de que no tiene novias, y me enfado por no haber tenido en cuenta esa información antes de estar entre sus brazos, suplicándole mentalmente con todos los poros de mi piel que me besara. Lo había dicho. No me quería como novia. Me tumbo de lado. Me pregunto si quizá no tiene relaciones sexuales. Cierro los ojos y empiezo a quedarme dormida. Quizá esté reservándose. Bueno, no para ti. Mi adormilada subconsciente me da un último golpe antes de sumergirme en mis sueños.
Y esa noche sueño con ojos verdes y dibujos de hojas en la espuma de la leche, y corro por lugares apenas iluminados por una luz fantasmagórica, y no sé si corro en dirección a algo o huyendo de algo... No queda claro.
Suelto el bolígrafo. Se acabó. He terminado mi último examen. Sonrío de oreja a oreja. Probablemente sea la primera vez que sonrío en toda la semana. Es viernes, y esta noche lo celebraremos. Lo celebraremos por todo lo alto. Seguramente hasta me emborracharé. Nunca me he emborrachado. Miro a Alex, que está en el otro extremo de la clase, todavía escribiendo como una loca. Faltan cinco minutos para que se acabe el examen. Esto es todo. Se acabó mi carrera académica. Ya no tendré que volver a sentarme en filas de alumnos nerviosos. En mi mente doy graciosas volteretas, aunque sé de sobra que mis volteretas solo pueden ser graciosas en mi mente. Alex deja de escribir y suelta el bolígrafo. Me mira también con una sonrisa de oreja a oreja.
De camino a casa, en su Mercedes, nos negamos a hablar del examen. Alex está mucho más preocupada por lo que va a ponerse esta noche. Yo intento encontrar las llaves en el bolso.
—Kara, hay un paquete para ti—
Alex está en la escalera, frente a la puerta de la calle, con un paquete envuelto en papel de embalar. Qué raro. No recuerdo haber encargado nada en Amazon. Alex me da el paquete y coge mis llaves para abrir la puerta. El paquete está dirigido a la señorita Kara Zor-El. No lleva remitente. Quizá sea de mi madre o de James.
—Seguramente será de mis padres—
—¡Ábrelo! —exclama Alex nerviosa.
Se mete en la cocina para ir a buscar el champán con el que vamos a celebrar que hemos terminado los exámenes.
Abro el paquete y encuentro un estuche de piel que contiene tres viejos libros, aparentemente idénticos, con cubiertas de tela, en perfecto estado, y una tarjeta de color blanco. En una cara, en tinta negra y una bonita caligrafía, se lee:
“¿Por qué no me dijiste que era peligroso? ¿por qué no me lo advertiste?
Las mujeres saben de lo que tiene que protegerse porque leen novelas que les cuentan cómo hacerlo”
Reconozco la cita de Tess. Me sorprende la casualidad de que hace un momento haya pasado tres horas escribiendo sobre las novelas de Thomas Hardy en mi examen final. Quizá no sea casualidad... quizá sea deliberado. Miro los libros con atención. Tres volúmenes de Tess, la de los d’Urberville. Abro la cubierta de uno. En la primera página, en una tipografía antigua, leo:
“LONDON: JACK R. OLGOOD, MCALVAINE AND CO., 1891”
¡Son primeras ediciones! Deben de valer una fortuna. E inmediatamente sé quién me las ha mandado. Alez observa los libros por encima de mi hombro. Coge la tarjeta.
—Primeras ediciones —susurro.
—No... —dice abriendo los ojos incrédula—. ¿Luthor?— Asiento.
—No se me ocurre nadie más—
—¿Qué quiere decir la tarjeta?—
—No tengo ni idea. Creo que es una advertencia... La verdad es que sigue previniéndome. No tengo ni idea de por qué. No es que me haya dedicado a tirarle la puerta abajo precisamente —digo frunciendo el ceño.
—Sé que no quieres hablar de ella, Kara, pero no hay duda de que le interesas, te advierta o no—
No me he permitido pensar demasiado en Lena Kieran Luthor en la última semana. Bueno... sus ojos verde esmeralda siguen invadiendo mis sueños, y sé que tardaré una eternidad en eliminar de mi cerebro la sensación de sus brazos rodeándome y su maravilloso olor. ¿Por qué me ha mandado estos libros? Me dijo que yo no era para ella.
—He encontrado una primera edición de Tess en venta, en Nueva York, por catorce mil dólares, pero los tuyos están en mucho mejor estado. Deben de haber costado más —me dice Alex consultando a su buen amigo Google.
—La cita... Tess se lo dice a su madre después de lo que le hace Alec d’Urberville—
—Lo sé —me contesta Alex, pensativa—. ¿Qué intenta decir?—
—Ni lo sé ni me importa. No puedo aceptarlos. Se los devolveré con otra cita tan desconcertante como esta de alguna parte confusa del libro—
—¿El pasaje en el que Angel Clare le manda a la mierda? —me pregunta Alex muy seria.
—Sí, ese —le contesto riéndome.
Quiero a Alex. Es leal y me apoya. Envuelvo los libros y los dejo en la mesa del comedor. Alex me ofrece una copa de champán.
—Por el final de los exámenes y nuestra nueva vida en Ciudad Nacional —dice con una sonrisa.
—Por el final de los exámenes, nuestra nueva vida en Ciudad Nacional y porque todo nos vaya bien—
Chocamos las copas y bebemos.
El bar es ruidoso y está lleno de gente, de futuros licenciados que han salido a pillar una buena cogorza. Nia ha venido con nosotras. No se graduará hasta el año que viene, pero le apetecía salir. Nos trae una jarra de margaritas para ponernos en la onda de nuestra recién estrenada libertad. Mientras me bebo la quinta copa, pienso que no es buena idea beber tantos margaritas después del champán.
—¿Y ahora qué, Kara? —me grita Nia
—Alex y yo nos vamos a vivir a Ciudad Nacional. Los padres de Alex le han comprado un piso—
—Dios mío, cómo viven algunos... Pero volveréis para mi exposición, ¿no?
—Por supuesto, Nia. No me la perdería por nada del mundo —le contesto sonriendo.
Me pasa el brazo por la cintura y me acerca a ella
—Es muy importante para mí que vengas, Kara —me susurra al oído—. ¿Otra margarita?
—Nia Nall... ¿estás intentando emborracharme? Porque creo que lo estás consiguiendo —le digo riéndome—. Creo que mejor me tomo una cerveza. Voy a buscar una jarra para todos.—
—¡Más bebida, Kara! —grita Alex
Alex es fuerte como un toro. Ha pasado el brazo por los hombros de Levi, un compañero de la clase de inglés y su fotógrafo habitual en la revista de la facultad, que ha dejado de hacer fotos de los borrachos que lo rodean. Solo tiene ojos para Alex, que se ha puesto un top minúsculo, vaqueros ajustados y tacones altos. Lleva el pelo recogido, con unos mechones rizados que le caen con gracia alrededor de la cara. Está despampanante, como siempre. Yo soy más bien de Converse y camisetas, pero me he puesto los vaqueros que más me favorecen. Me aparto de Nia y me levanto de nuestra mesa.
Uf, me da vueltas la cabeza.
Tengo que agarrarme al respaldo de la silla. Los cócteles con tequila no son una buena idea.
Me dirijo a la barra y decido que debería ir al baño ahora que todavía me mantengo en pie. Bien pensado, Kara. Me abro camino entre el gentío tambaleándome. Por supuesto hay cola, pero al menos el pasillo está tranquilo y fresco. Saco el móvil para pasar el rato mientras espero. A ver... ¿Cuál ha sido mi última llamada? ¿A Nia? Antes hay un número que no sé de quién es. Ah, sí. Lena Luthor. Creo que es su número. Me río. No tengo ni idea de la hora que es. Quizá la despierte. Quizá pueda explicarme por qué me ha mandado esos libros y el críptico mensaje. Si quiere que me mantenga alejada de ella, debería dejarme en paz. Reprimo una sonrisa borracha y pulso el botón de llamar. Contesta a la segunda señal.
—¿Kara?
Le ha sorprendido que lo llamara. Bueno, la verdad es que a mí me sorprende estar llamándola. A continuación mi ofuscado cerebro se pregunta cómo sabe que soy yo.
—¿Por qué me has mandado esos libros? —le pregunto arrastrando las palabras.
—Kara, ¿estás bien? Tienes una voz rara —me dice en tono muy preocupado.
—La rara no soy yo, sino tú —le digo animada por el alcohol. —Kara, ¿has bebido? ¿A ti qué te importa?—
—Tengo... curiosidad. ¿Dónde estás?
—En un bar—
—¿En qué bar? —me pregunta nerviosa.
—Un bar de Metrópolis—
—¿Cómo vas a volver a casa?—
—Ya me las apañaré—
La conversación no está yendo como esperaba.
—¿En qué bar estás?
—¿Por qué me has mandado esos libros, Lena? —
—Kara, ¿dónde estás? Dímelo ahora mismo—
Su tono es tan... tan dictatorial. La controladora obsesiva de siempre. La imagino como a un directora de cine de los viejos tiempos, con pantalones de montar, un megáfono pasado de moda y una fusta. La imagen me provoca una carcajada.
—Eres tan... dominante —le digo riéndome.
—Kara, contéstame: ¿dónde cojones estás?—
Lena Kieran Luthor diciendo palabrotas. Vuelvo a reírme. —
—En Metrópolis... Bastante lejos de Ciudad Nacional—
—¿Dónde exactamente? —
—Buenas noches, Lena—
—Kara—
Cuelgo. Vaya, no me ha dicho nada de los libros. Frunzo el ceño. Misión no cumplida. Estoy bastante borracha, la verdad. La cabeza me da vueltas mientras avanzo en la cola. Bueno, el objetivo era emborracharme, y lo he conseguido. Ya veo lo que es... Me temo que no merece la pena repetirlo. La cola ha avanzado y ya me toca. Observo embobada el póster de la puerta del cuarto de baño, que ensalza las virtudes del sexo seguro. Maldita sea, ¿acabo de llamar a Lena Luthor? Mierda. Me suena el teléfono, pego un salto y grito del susto.
—Hola —digo en voz baja.
No había previsto que me llamara.
—Voy a buscarte —me dice.
Y cuelga. Solo Lena Luthor podía hablar con tanta tranquilidad y parecer tan amenazadora a la vez.
Maldita sea. Me subo los vaqueros. El corazón me late a toda prisa. ¿Viene a buscarme? Oh, no. Voy a vomitar... no... Estoy bien. Espera. Estoy montando una película. No le he dicho dónde estaba. No puede encontrarme. Además, tardaría horas en llegar desde Ciudad Nacional, y para entonces haría mucho que nos habríamos marchado. Me lavo las manos y me miro en el espejo. Estoy roja y ligeramente desenfocada. Uf... tequila.
Espero una eternidad en la barra, hasta que me dan una jarra grande de cerveza, y por fin vuelvo a la mesa.
—Has tardado un siglo —me riñe Alex—. ¿Dónde estabas?—
—Haciendo cola para el baño—
Nia y Levi discuten acaloradamente sobre el equipo de béisbol de nuestra ciudad. José interrumpe su diatriba para servirnos cerveza, y doy un trago largo.
—Alex, creo que saldré un momento a tomar el aire—
—Kara, no aguantas nada—
—Solo cinco minutos—
Vuelvo a abrirme camino entre el gentío. Empiezo a sentir náuseas, la cabeza me da vueltas y me siento inestable. Más inestable de lo habitual.
Mientras bebo al aire libre, en la zona de aparcamiento, soy consciente de lo borracha que estoy. No veo bien. La verdad es que lo veo todo doble, como en las viejas reposiciones de los dibujos animados de Tom y Jerry. Creo que voy a vomitar. ¿Cómo he podido acabar así?
—Kara, ¿estás bien?—
Nia ha salido del bar y se ha acercado a mí.
—Creo que he bebido un poco más de la cuenta —le contesto sonriendo.
—Yo también —murmura. Sus ojos oscuros me miran fijamente—. ¿Te echo una mano? —me pregunta avanzando hasta mí y rodeándome con sus brazos.
—Nia, estoy bien. No pasa nada—
Intento apartarla sin demasiada energía.
—Kara, por favor —me susurra.
Me agarra y me acerca a ella.
—Nia, ¿qué estás haciendo?
—Sabes que me gustas, Kara. Por favor—
Con una mano me mantiene pegada a elal, y con la otra me agarra de la barbilla y me levanta la cara. ¡Va a besarme...!
—No, Nia, para... No—
La empujo, pero es todo músculos, así que no consigo moverla. Me ha metido la mano por el pelo y me sujeta la cabeza para que no la mueva.
—Por favor, Kara, cariño —me susurra con los labios muy cerca de los míos.
Respira entrecortadamente y su aliento es demasiado dulzón. Huele a margarita y a cerveza. Empieza a recorrer la mandíbula con los labios, acercándose a la comisura de mi boca. Estoy muy nerviosa, borracha y fuera de control. Me siento agobiada.
—Nia, no —le suplico—No quiero. Eres mi amiga y creo que voy a vomitar—
—Creo que la señorita ha dicho que no —dice una voz tranquila en la oscuridad. ¡Dios mío! Lena Luthor. Está aquí. ¿Cómo? Nia me suelta—
—Luthor—dice Nia lacónicamente.
Miro angustiada a Lena, que observa furiosa a Nia. Mierda. Siento una arcada y me inclino hacia delante. Mi cuerpo no puede seguir tolerando el alcohol y vomito en el suelo aparatosamente.
—¡Uf, Dios mío, Kara!—
Nia se aparta de un salto con asco. Lena me sujeta el pelo, me lo aparta de la cara y suavemente me lleva hacia un parterre al fondo del aparcamiento. Observo agradecida que está relativamente oscuro.
—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro—
Ha pasado un brazo por encima de mis hombros, y con la otra mano me sujeta el pelo, como si quisiera hacerme una coleta, para que no se me vaya a la cara. Intento apartarlo torpemente, pero vuelvo a vomitar... y otra vez. Oh, mierda... ¿Cuánto va a durar esto? Aunque tengo el estómago vacío y no sale nada, espantosas arcadas me sacuden el cuerpo. Me prometo a mí misma que jamás volveré a beber. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por fin dejo de sentir arcadas.
He apoyado las manos en el parterre, pero apenas me sujetan. Vomitar tanto es agotador. Lena me suelta y me ofrece un pañuelo. Solo ella podría tener un pañuelo de lino recién lavado y con sus iniciales bordadas. LKL. No sabía que todavía podían comprarse estas cosas. Por un instante, mientras me limpio la boca. No me atrevo a mirarla. Estoy muerta de vergüenza. Me doy asco. Quiero que las azaleas del parterre me engullan y desaparecer de aquí.
Nia sigue merodeando junto a la puerta del bar, mirándonos. Me lamento y apoyo la cabeza en las manos. Debe de ser el peor momento de mi vida. La cabeza sigue dándome vueltas mientras intento recordar un momento peor, y solo se me ocurre el del rechazo de Lena, pero este es cincuenta veces más humillante. Me arriesgo a lanzarle una rápida mirada. Me observa fijamente con semblante sereno, inexpresiva. Me giro y miro a Nia, que también parece bastante avergonzada e intimidada por Lena Luthor, como yo. La fulmino con la mirada. Se me ocurren unas cuantas palabras para calificar a mi supuesta amiga, pero no puedo decirlas delante de la CEO más famosa del país, Lena Luthor. Kara, ¿a quién pretendes engañar? Acaba de verte vomitando en el suelo y en la flora local. Tu conducta poco refinada ha sido más que evidente.
—Bueno... Nos vemos dentro —masculla Nia
Pero no le hacemos caso, así que vuelve a entrar en el bar. Estoy sola con Lena. Mierda, mierda. ¿Qué puedo decirle? Puedo disculparme por haberla llamado.
—Lo siento —susurro mirando fijamente el pañuelo, que no dejo de retorcer entre los dedos.
Qué suave es.
—¿Qué sientes, Kara?—
Maldita sea, quiere su recompensa.
—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmuro sintiendo que me pongo roja.
Por favor, por favor, que me muera ahora mismo.
—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti —me contesta secamente—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, Kara. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?—
Me zumba la cabeza por el exceso de alcohol y el enfado. ¿Qué narices le importa? No la he invitado a venir. Parece una señora riñéndome como si fuera una cría descarriada. A una parte de mí le apetece decirle que si quiero emborracharme cada noche es cosa mía y que a ella no le importa, pero no tengo valor. No ahora, cuando acabo de vomitar delante de ella. ¿Por qué sigue aquí?
—No —le digo arrepentida—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se repita—
De verdad que no entiendo por qué está aquí. Empiezo a marearme. Se da cuenta, me agarra antes de que me caiga, me levanta y me apoya contra su pecho, como si fuera una niña.
—Vamos, te llevaré a casa —murmura.
—Tengo que decírselo a Alex—
Vuelvo a estar en sus brazos.
—Puede decírselo mi hermana—
—¿Qué?—
—Mi hermano Sam está hablando con la señorita Danvers—
—¿Cómo?—
No lo entiendo.
—Estaba conmigo cuando me has llamado—
—¿En Ciudad Nacional? —le pregunto confundida.
—No. Estoy en el Heathman—
¿Todavía? ¿Por qué?
—¿Cómo me has encontrado?—
—He rastreado la localización de tu móvil, Kara.—
Claro. ¿Cómo es posible? ¿Es legal? Acosadora, me susurra mi subconsciente entre la nube de tequila que sigue flotándome en el cerebro, pero por alguna razón, porque es ella, no me importa.
—¿Has traído chaqueta o bolso?—
—Sí, las dos cosas. Lena, por favor, tengo que decírselo a Alex. Se preocupará—
Aprieta los labios y suspira ruidosamente.
—Si no hay más remedio—
Me suelta, me coge de la mano y se dirige hacia el bar. Me siento débil, todavía borracha, incómoda, agotada, avergonzada y, por extraño que parezca, encantada de la vida. Me lleva de la mano. Es un confuso abanico de emociones. Necesitaré al menos una semana para procesarlas.
En el bar hay mucho ruido, está lleno de gente y ha empezado a sonar la música, así que la pista de baile está llena. Alex no está en nuestra mesa, y Nia ha desaparecido. Winn que está solo, parece perdido y desamparado.
—¿Dónde está Alex? —grito a Winn
La cabeza empieza a martillearme al ritmo del potente bajo de la música.
—Bailando —me contesta Winn
Me doy cuenta de que está enfadado y de que mira a Lena con recelo. Busco mi chaqueta negra y me cuelgo el pequeño bolso cruzado, que me queda a la altura de la cadera. Estoy lista para marcharme en cuanto haya hablado con Alex.
Toco el brazo de Lena, me inclino hacia él y le grito al oído que Alex está en la pista. Le rozo el pelo con la nariz y respiro su aroma limpio y fresco. Todas las sensaciones prohibidas y desconocidas que he intentado negarme salen a la superficie y recorren mi cuerpo agotado. Me ruborizo, y en lo más profundo de mi cuerpo los músculos se tensan agradablemente.
Pone los ojos en blanco, vuelve a cogerme de la mano y se dirige a la barra. La atienden inmediatamente.La señora Luthor, la obsesa del control, no tiene que esperar. ¿Todo le resulta tan fácil? No oigo lo que pide. Me ofrece un vaso grande de agua con hielo.
—Bebe —me ordena.
Los focos giran al ritmo de la música creando extrañas luces y sombras de colores por el bar y sobre los clientes. Luthor pasa del verde al azul, el blanco y el rojo demoníaco. Me mira fijamente. Doy un pequeño sorbo.
—Bébetela toda —me grita.
Qué autoritaria. Se pasa la mano por el cabello perfectamente recogido en una coleta. Parece nerviosa, enfadada. ¿Qué le pasa aparte de que una estúpida chica borracha la haya llamado en plena noche y haya pensado que tenía que ir a rescatarla? Y ha resultado que sí tenía que rescatarla de su excesivamente cariñosa amiga. Y luego ha tenido que ver cómo la chica se mareaba. Oh, Kara...
¿conseguirás olvidar esto algún día? Mi subconsciente chasquea la lengua y me observa por encima de sus gafas de media luna. Me tambaleo un poco, y Lena apoya la mano en mi hombro para sujetarme. Le hago caso y me bebo el vaso entero. Hace que me maree. Me quita el vaso y lo deja en la barra. Observo a través de una especie de nebulosa cómo va vestida: una ajustada camisa de lino, una falda aún más ajustada, tacones negros altos. Lleva el cuello de la camisa desabrochado, y veo asomar el principio de sus pechos. Aún en mi aturdido estado, me parece que es guapísima.
Vuelve a cogerme de la mano y me lleva hacia la pista. Mierda. Yo no bailo. Se da cuenta de que no quiero, y bajo las luces de colores veo su sonrisa divertida y burlona. Tira fuerte de mi mano y vuelvo a caer entre sus brazos. Empieza a moverse y me arrastra en su movimiento. Vaya, sabe bailar, y no puedo creerme que esté siguiendo sus pasos. Quizá sigo el ritmo porque estoy borracha. Me aprieta contra su cuerpo... Si no me sujetaba con tanta fuerza, seguro que me desplomaría a sus pies. Desde el fondo de mi mente resuena lo que suele advertirme mi madre: «Nunca te fíes de alguien que baila bien».
Atravesamos la multitud de gente que baila hasta el otro extremo de la pista y encontramos a Alex y a Sam, la hermana de Lena. La música retumba a todo volumen fuera y dentro de mi cabeza. Oh, no. Alex está moviendo ficha. Baila sacando el culo, y eso solo lo hace cuando alguien le gusta. Cuando alguien le gusta mucho. Eso quiere decir que mañana seremos tres a la hora del desayuno. ¡Alex!
Lena se inclina y grita a Sam al oído. No oigo lo que le dice. Sam es alta, de cabello castaño con puntas rubias. Sam se ríe, tira de Alex y la arrastra hasta sus brazos, donde ella parece estar encantada de la vida... ¡Alex! Aun en mi etílico estado, me escandalizo. Acaba de conocerla. Asiente a lo que Sam le dice, me sonríe y se despide de mí con la mano. Lena nos saca de la pista moviéndose con presteza.
Pero no he hablado con Alex. ¿Está bien? Ya veo cómo van a acabar las cosas entre esas dos. Tengo que darle una charla sobre sexo seguro. Espero que lea el póster de la puerta de los lavabos. Los pensamientos me estallan en el cerebro, luchan contra la confusa sensación de borrachera. Aquí hace mucho calor, hay mucho ruido, demasiados colores... demasiadas luces. Me da vueltas la cabeza. Oh, no... Siento que el suelo sube al encuentro de mi cara, o eso parece. Lo último que oigo antes de desmayarme en los brazos de Lena Luthor es la palabrota que suelta:
—¡Joder!
Espero que les esté gustando esta versión de la historia, me encantaría saber qué piensan, en Wattpad tengo más capítulos terminados: https://www.wattpad.com/story/281096524-las-sombras-de-lena-supercorp-au