Las sombras de la ciudad: Sesión fotográfica
Tamara acude a su cita en la buhardilla de Martha, su amiga fotógrafa, quien le prometió una agradable sorpresa. La joven asiste al espectáculo de dos bellos modelos entregándose, sin embargo, ¿será capaz de mantener su frialdad ante ellos y su amiga Martha?
-¡Mmmm, sííííí, mi Goliat! ¡Sigue, siiiigue!
.¡Sí, sí, sí! ¡Toma, toma!
La cámara soltó dos cegedores fogonazos, y la multicolor melena corta de Martha emergió del escondite de las cortinas negras detrás de la enorme cámara montada sobre un trípode metálico y firme. La pareja de jóvenes situada sobre una cama de sábanas blancas y pétalos rojos de rosas se detuvo, y se giraron expectantes hacia ella.
La vigilante mirada de Tamara se desvió desde el esbelto cuerpo de Martha, que únicamente vestia un tanga azul que dejaba a la vista sus dos apretadas y duras caderas hacia la pareja recostada en la cama. La única luz que iluminaba la rectangular buhardilla donde se encontraban provenía de un foco de luz blanca que incidía desde la izquierda hasta la pareja de jóvenes. El resto del espacio se encontraba sumido en un sofocante calor, un espacio agobiante cuya sensación de pesadez se incrementaba por el humo de los cigarrillos.
Tamara aspiró una profunda calada, observando como una espectadora muda y sumida en el más absoluto y solemne silencio como su amiga volvía a introducir su cabeza dentro de las cortinas. La pareja debía de rondar la veintena de años, y poseían cuerpos lozanos, rebosantes de vitalidad y con proporciones armónicas y estéticas. La joven tenía la tez pálida, y unos hermosos ojos azules. Su cabellera, larga y dorada como un trigal, adornaba sus delicados hombros y enmarcaba su rostro angelical y de rasgos delicados. Una graciosa peca decoraba una de sus mejillas, y sus labios gruesos y rojos se curvaban en una sonrisa radiante. Sobre su cabellera rubia, reposaba una fina corona de hojas gruesas y plateadas.
La joven rubia se tendió boca arriba sobre el lecho, y apoyó sus graciosos pies en los anchos hombros del joven moreno, de cabellera azabache, que clavaba en su desnudez la mirada de sus ojos enigmáticos y verdes. Sus músculos bañados en una ligera capa de aceite se contrayeron levemente, al recoger en la cuenca de sus palmas la carnosidad de las nalgas de la joven, aproximando su sexo depilado hacia el suyo.
Era una postura complicada, y ambos jóvenes no podrían aguantarla mucho, pensó para sus adentros Tamara, dando otra profunda calada a su cigarrillo. Se sorprendió al notar como sus dedos se aferraban al brazo de la silla como si fuesen la garra extendida de un halcón sobre su desafortunada presa. Sus avispados ojos estaban clavados en ambos jóvenes, sintiéndose inquieta y tensa.
El joven moreno por fin consiguió penetrar a la joven, y empezó a someterla a un lento y agotador ritmo. Los músculos de sus brazos se contrayeron, apareciendo unas henchidas venas y tenía el rostro contraído en una mueca de esfuerzo. La rubia, por su parte, se mostraba relajada, y pronto empezó a animar a su compañero con sus gemidos.
-¡Síííí, mi Goliat, vamos, síííí, continúa, síííí!
El fogonazo no se producía y si Martha aguardaba más, el joven no podría seguir con aquella complicada postura, pensó Tamara, expectante. Incluso los gemidos y elogios de la rubia parecían totalmente artificales e ineficaces. Un destello blanco atravesó la oscuridad de la buhardilla, cegando a Tamara momentáneamente.
-¡Excelente!-comentó una voz jubilosa, dando unas cuantas palmadas.
-¡Ha sido fantástico, perfecto, chicos, genial actuación y aplicado esfuerzo!-siguió diciendo la voz de Martha. Tamara parpadeó varias veces, intentando discernir algo en la oscuridad de puntitos centelleantes que aparecía ante sus ojos. Martha accionó un botón y las persianas negras que tapaban los ventanales de la buhardilla se replegaron lentamente.
-¿Ha gustado?-preguntó la joven rubia, con un ligero acento francés.
-Sí, ha sido sensacional, unas excelentes fotografías, en cuanto...-su animada voz se vio interrumpida. Se escuchó una risa clara y limpia, como el susurro de un arroyo surcando la ladera de un monte.
-No me...esperaba esto, chicos-comentó Martha, risueña.
-Es...nuestgro...¿cómo se dice?, ¿aggadecimiento?-se preguntó la francesa.
-Sí, se dice así, ricura-asintió Martha.
Un ruido sordo proveniente del fondo del desván advirtió a los tres de la presencia de Tamara, que se había levantado y les contemplaba con cierta sorpresa.
-¿Tu...amiga también?-preguntó el hombre, observando sonriente el cuerpo de Tamara, que solo llevaba un conjunto de ropa interior negro. Tamara sintió el escrutinio de la mirada de la francesa y el joven sobre su cuerpo, observando como la sonrisa del joven se ensanchaba y los ojos de la chica resplandecían con una chispa divertida. Se sintió cohibida ante ellos y retrocedió un paso, notando como la vergüenza enrojecía sus mejillas e intentanto articular una respuesta de rechazo cortés en francés.
Su amiga Martha no acudió al rescate de la incómoda situación de Tamara ni parecía dispuesta a aliviar la situación incómoda de su amiga. Se encontraba entre ambos jóvenes, su mano derecha apresada por una mano del joven en su polla erecta, y un brazo de la francesa rodeando su cintura y luciendo en la mano como si se tratase de un trofeo su tanga azul. Martha ladeó su rostro, con una expresión pícara en su rostro ovalada, evaluando y analizando la expresión de su amiga.
-No, chicos, ella no quiere nada, es solo una... espectadora-contestó Martha, con un deje de tristeza en su voz. La sonrisa del joven se disipó levemente, y la francesa encogió sus hombros.
-Mais, te tenemos a ti-repuso ella, atrapando con su mano el cabello multicolor y liso de Martha, y atrayéndolo hacia su boca entreabierta. Martha respondió a aquel beso con muchas ganas, rodeando los hombros de la chica con sus brazos. El joven, por su parte, se situó detrás de Martha y besó sus huesudos hombros.
Tamara, sintiéndose consternada ante aquel indecente espectáculo, desvió sus ojos turbada de la escena del lecho y paseó su mirada por la amplia buhardilla de su amiga y confidente, Martha. Abandonó el cigarrillo encendido en el cenicero, permitiendo que el humo ascendiera y se enroscara en torno a su cuerpo semidesnudo, pegándose a su piel incandescente, como las manos de aquellos dos jóvenes en el cuerpo de su amiga desnudo, rendido ante ellos sobre el lecho, explorando cada centímetro de su piel, deleitándose con sus pequeñas curvas femeninas, jugueteando con la robustez de sus muslos. Tamara aún les observaba por el rabillo del ojo, entregándose a aquella lujuriosa degeneración, sedientos de sexo, placer y colmados de deseo. El aguijón del deseo es tentador, pensó para sus adentros, intentando apartar sus curiosos ojos de la boca entreabierta de su amiga, que acogía con agrado tanto los labios enrojecidos de la francesa, como los finos del joven.
Actuaban como si no fueran conscientes de la presencia de Tamara allí, pero ella sentía como sus encendidas miradas se clavaban en su pequeño y robusto cuerpo, desnudándola, incitándola a unirse. La erecta polla del joven daba suaves saltos de alegría al observar la curvatura de sus nalgas y su forma disimulada en sus braguitas negras, los ojos chispeantes de la francesa atravesaban la tela del sujetador negro, descubriendo sus níveos pechos, y deleitándose al observar como sus pezones se erguían y endurecían, desafiantes. Sin embargo, la mirada que más la turbaba e inquietaba era la de su amiga Martha. Sus labios entreabiertos, dibujando esa sonrisa divertida y sugerente en su rostro, no estaba dirigida a engatusar en su irresistible hechizo a aquellos dos jóvenes, sino a su remisa amiga, y temblaban de pasión ante la mera idea de danzar en torno a su cuello, adueñándose de él, hasta tomar su boca y apoderarse de ella y devorar cada uno de sus gemidos.
El corazón de Tamara se encogía, enzarzado en una lucha entre el deseo instintivo de aproximarse sinuosa hacia el lecho, desprendiéndose de sus molestas prendas de ropa, y unirse a ellos en una vorágine sexual, o mantener su cordura y su mente fría y serena, su mente de fotógrafa. La risa clara de Martha atravesó el denso aire como un fugaz relámpago, su cuerpo apenas se podía apreciar, oculto por los otros dos. La francesa tenía hundido su rostro en sus muslos, el inglés calmaba su sed bebiendo de sus pechos puntiagudos. Tamara tragó saliva, y con un soberano esfuerzo de voluntad, giró su cuerpo hacia el fondo de la buhardilla, alejándose de ellos. Sin embargo, Martha poseía muchos espejos alojados en rincones y sitios insospechados, y la mirada de Tamara se topaba con la visión de la escena del lecho sin poder resistirse a ella.
Percibía el fulgurante calor de la hoguera sexual que crepitaba en su interior, encogiendo su estómago, secándole la garganta. Un cosquilleo repentino surgió en la palma de sus manos, y los muslos le temblaban, como si estuvieran hechos de gelatina. Un primer gemido resonó en la buhardilla, un gemido que le era familiar y grato al oído. Se trataba de Martha. Sin volver su oscura melena, observó en uno de los espejos como la francesa había avanzado en su exploración, y su lengua roja y húmeda lamía ansiosa el sexo de su amiga, explorando sus labios, hallando su pequeño pero explosivo clítoris, comprobando la profundidad y el interior de su deseosa gruta con un dedo. El cuerpo de Martha se encogía y agitaba, presa en las garras y el dominio de los dos. Su boca buscaba desesperada el abrazo de los labios del joven inglés, mientras una de sus manos exploraba la entrepierna del joven, comprobando su tamaño y dureza, embriagada por su contacto.
Un conjunto de fotografías colgadas de una rugosa cuerda con pinzas capturó la atención de Tamara. En total, eran unas diez, las nueve primeras habían sido tomadas por Martha, inmortalizando diferentes escenas: la lluvia de hojas en la avenida de un prolongado parque, el delicado detalle de una flor amarilla rodeada de espinas y maleza, el rostro sonriente y pacífico de una anciana, una joven recostada en su cama, vestida con un pijama y concentrada en la lectura de un libro; la misma joven casi en la misma posición, cubierto su cuerpo por un fino y transparente camisón, mordiendo entre sus labios el borde superior de éste, mientras sus manos tiraban de él y descubrían la visión de sus muslos carnosos y separados, permitiendo la visión de su sexo depilado. El libro, en esta ocasión, se hallaba abierto y abandonado junto a la joven.
La mirada de Tamara se paseó hasta la última fotografía, la más reciente, la que había tomado la noche anterior, con Antonio. Sonrió con ternura al observar su rostro, y por un instante, pensó donde podía estar y que debía estar sintiendo. Arrugó el entrecejo, aturdida. ¿A que razón obedecía aquel irracional momento de nostalgia y flaqueza? ¿Acaso se estaba...?
Un agudo gemido la extrajo de sus perturbadoras cavilaciones. Martha se había liberado de la prisión de ambos, y ahora se encontraba con el rostro clavado en las nalgas de la francesa, que se encontraba a cuatro patas, y a juzgar por como se convulsionaba su cintura, restregando sus caderas por el rostro de Martha, y la plena expresión de placer de su rostro crispado y encendido, Martha debía estar lamiendo su coño depilado con sumo éxito. El joven, embriagado por la excitación y el placer del momento, corrió hacia la boca de la francesa, ofreciendo la punta de su polla a la boca entreabierta de la francesa.
Martha no le dijo nada cuando la sorprendió revelando aquella foto. No hacía falta que lo hiciera, ambas se conocían profundamente. Simplemente enarcó una ceja, y se colocó a su lado, codo con codo, trabajando juntas en la revelado de las fotografías. Ella sabía que pensaba, y se sentía herida en su orgullo profesional. El gesto de su amiga la ridiculizaba y la criticaba con dureza, por dejarse llevar por sus sentimientos y pasiones a la hora de tomar la foto. La fotografía no podía ser manipulada para mostrar lo que el fotógrafo quisiera, sino que el fotógrafo no era más que un peón que capturaba un espacio reducido de la enormidad cambiante que lo envolvía, ofreciendo al espectador la posibilidad de extraer su propia lectura del mensaje cifrado que se escondía allí.
Tamara estuvo a punto de replicarle, pero se contuvo, porque se dio cuenta de que, en realidad, su amiga llevaba razón. Ambas habían forjado y enlazado entre sí un amasijo de ideas y principios para establecer en aquella buhardilla su estudio profesional y aquella disputa dificultaría aquel gratificante proceso en el que ambas se hallaban inmersas.
Sin embargo, como tuvo que reconocerse a sí misma Tamara, la voluntad de Martha era caprichosa y desobedecía los principios cuando quería, ya que, uno de ellos, era la no intromisión del campo profesional y el personal. Al menos, pensó ella irónicamente, no encontraba ninguna justificación profesional a encontrarse chupando y lamiendo el pene de un modelo y dejando que otra modelo estuviera masturbándola con dos dedos, mientras deslizaba sus labios por su espalda, como si estuviera acariciando los pétalos de una rosa.
Martha vivía sola en aquel piso con buhardilla, y sólo podía costear el elevado alquiler mediante la participación en revistas eróticas y concursos de fotografía. Ella no había estudiado fotografía en su vida, pero su tío, un consumado fotógrafo, la había instruido en los misterios y el saber de aquel fascinante y sorprendente campo. También le había transmitido sus arcaicos y obsoletos conocimientos, como Tamara creía para sí misma, acerca del revelado y las técnicas de fotografía, sin embargo, Martha poseía un instinto y una facilidad natural para tomar las mejores fotografías. Ella decía que todo se lo debía a la cámara de su tío, la que había usado para fotografiar a los dos jóvenes, a la cual había añadido numerosas modificaciones e innovaciones. La trataba con tanto mimo y delicadeza como si fuese su propio hijo.
Llevaba conociendo a Martha desde hacía dos años. Su primer encuentro fue causal, quizá elección del propio destino, como diría cualquier supersticiosa e ingenua, en una exposición de pintura vanguardista. Se toparon observando fascinadas el mismo cuadro de Van Gogh, "Noche Estrellada", deleitándose con la luminosidad de aquel turbulento y caótico cielo nocturno, prendido sobre un sombrío pueblo.
Ambas iban radiantes, enfundados sus cuerpos en vestidos de honor, dejando al descubierto sus hombros, desplegando a su alrededor un aura de irresistible seducción. Regalaban coquetas sonrisas por doquier, sus miradas alegres saltaban de un cuadro a otro, de un observador a otro, analizando sus expresiones, intentando extraer sus sentimientos y sensaciones cuando contemplaban aquellas obras de arte. Charlaron largo y tendido sobre arte, y pronto descubrieron que poseían muchas ideas en común, aunque no dudaban ni un ápice en rebatir y cuestionar cualquier idea que considerasen errónea.
Martha la invitó a su casa, dispuesta a discutir con ella a la luz de una solitaria lámpara y el sabor dulce del vino en aquella radiante noche. Ella aceptó, candida, y siguió a aquella enigmática chica con una sonrisa cómplice y misteriosa hasta aquella buhardilla.
La velada continuó, Martha colocó un disco de música suave y baja, cuyas notas resbalaban por los cuerpos de ambas, hechizándolas poco a poco, disolviéndose entre sus pensamientos. "Make your own kind of music", escuchaban los oídos de Tamara, cuando ambas callaban, regando sus secas gargantas con el embriagador vino que Martha había descubierto.
Poco a poco, se fueron sintiendo animadas y espoleadas por una enigmática energía. Martha y ella intercambiaban miradas indiscretas y sonrisas cómplices, entendiéndose mutuamente, descubriendo sus pensamientos íntimos. La música seguía sonando, una y otra vez, suave y candente, enternecedora y cautivadora.
Martha la animó a bailar y, entre risas, Tamara aceptó, dejando que una mano de Martha se posara en su cintura y la otra acogiera y apretase entre sus largos y hábiles dedos su propia mano temblorosa. Bailaron muy juntas, sus miradas fusionadas en una extensa exploración, sus rostros aproximándose cada vez más...
Tamara inspiró el refrescante aroma a lilas que desprendía el cabello liso y de un azul eléctrico de su amiga y notó en sus labios el sabor veraniego y cálido de los labios de Martha, que le recordaban al de las cerezas maduras, oscuras y frescas. Estuvieron unidas en aquel beso inicial un largo tiempo, inmóviles, expectantes e indecisas, deseosas de que aquel contacto no cesase. Y, cuando el rostro de Martha se separó del de Tamara, supo que había encontrado a una nueva compañera, a su alma gemela.
Los gemidos que surgían de los labios anhelantes de Marta, sumida en un vórtice de placer gracias a la boca y los labios del joven inglés en su vagina, despertaban en el interior de la mente de Tamara los recuerdos lejanos de aquella noche de pasión, a la luz de las estrellas y la luna que se colaba a través de los ventanales de la buhardilla.
A decir verdad, nunca supo quien cautivó a quién. Es cierto que Martha fue ofreciéndole pistas y señuelos para que siguiera el sendero abruptado hacia su lecho, pero ella había fingido e ignorado aquel mensaje oculto que se escondía detrás de aquellas señales, o quizás las había seguido, atraída inconscientemente por aquella joven. En todo caso, superado aquel primer encuentro de sus labios, ambas se mostraron más abiertas y cómplices. Se entregaron mutuamente, se susurraban palabras cariñosas e incluso lascivas a los oídos de la otra, buscaban desesperadas la boca de la otra y se fundían sus labios, empapándose y embriagándose del sabor de los labios de la otra.
Las manos de Martha se aferraban a la espalda ancha de Tamara, sus propias manos cobraban vida y se clavaban en las nalgas estrechas de Martha, y sin pudor alguno, se lanzaban lascivas por debajo de su vestido de honor, sintiendo la caricia del tanga de Martha y el contacto agradable y frío de sus caderas expuestas.
Paso a paso, fueron abriéndose camino hacia el lecho, hasta que cayeron entre risas y besos sobre éste. Rodaron por él, dominando momentáneamente el cuerpo de la otra. Tamara se colocó sentada sobre el cuerpo tendido de Martha, observando como la larga melena de su amiga se desparramaba por la cama, y sonrió deleitada por el brillo de anhelo y deseo que refulgía en sus almendrados ojos. Una atrevida mano de Martha se alzó, escalando por su tembloroso brazo y se apoyó suavemente en el tirante de su vestido, apoderándose de él.
Tamara, mordiéndose el labio inferior, noto como por su piel se deslizaba aquel molesto tirante, y como los dedos de Martha resbalaron por su suculenta carne ardiente hasta aterrizar sobre el borde duro y frío de la copa de su sujetador negro. Las miradas de ambas se encontraron, expectantes, incitándose, deseándose en silencio.
Los labios rojizos y entreabiertos de Martha la sedujeron, inclinó su rostro hacia ellos, buscándolos, dejándose acoger en su interior, permitiendo que sus lenguas danzaran entre sí. Martha la rodeó con sus brazos, aferrándose a su cuerpo, y la tumbó debajo de ella, devorándole el cuello, extasiando a Tamara, cuyo cuerpo se agitaba ante el placer que los labios y la calidez de Martha despertaban en ella. Los labios de Martha descendieron hacia su canalillo, devorando y besando cada centímetro de su piel, bañándola con sus besos y su sabor.
Justo en el momento en el que los labios de Tamara dejaron escapar el primero de los muchos gemidos que soltaría en aquella apasionada noche, Martha accionó un botón y la luz cesó, sumiéndose la buhardilla en una oscuridad únicamente iluminada por la mortecina luz de las estrellas y la luna.
Los ojos anhelantes de Tamara tardaban en acostumbrarse a la oscuridad, y Martha se desplazaba en ella sin ninguna dificultad. Su cuerpo la rodeaba, la envolvía en su delicioso perfume, sus manos se movían por su cuerpo de forma caprichosa, sin que ella pudiera evitarlo. Notó sus dedos serpenteando por sus muslos, colándose por debajo de su vestido, aproximándose a su expectante coño, sus labios lamieron y besaron sus hombros, mientras sus hábiles dedos deslizaban la cremallera de su vestido.
Intentó atrapar su cabello cuando sus esponjosos labios se hincaron en su cuello, trazando un sendero invisible y placentero hacia el lóbulo de sus orejas, pero su cuerpo se escurrió entre sus dedos. Parecía que el cuerpo de Martha se había transformado en una tentadora sombra, refugiada en la cómplice oscuridad que las rodeaba y que nada podría hacer para atraer y someterla a su control. Sin embargo, una súbita llama de rebeldía ardió en su interior, e intentó revolverse y perseguir a Martha en la oscuridad, la cual había escapado del lecho.
Su misión fracasó y únicamente escuchó su risa traviesa, envolviéndola y aturdiendo sus sentidos. Extrañada, se dio cuenta que su vestido de honor se deslizaba por el tronco de su cuerpo, revelando su sujetador negro y se preguntó sorprendida en qué momento Martha había liberado sus brazos de aquellos tirantes.
Entonces, súbitamente, la sombra regresó y tendió sus tenebrosos brazos hacia su cuerpo, rodeándolo, tumbándolo hacia el lecho. Tamara se resistió, pero no pudo hacer nada. Martha la había inmovilizado con su cuerpo, y se había sentado muy próxima a su rostro, permitiendo que la nariz afilada de la joven se estremeciera con el olor excitante que procedía de las tinieblas entre los muslos desnudos de su amiga. La calidez que acariciaba el rostro de Tamara y los susurros embriagadores que le transmitían aquel agijonador olor la aturdieron, y no pudo resistirse a que su amiga le atase las muñecas al cabezal del lecho. Martha la observó, triunfal, con una amplia sonrisa, y acarició su mejilla derecha, antes de volver a asaltar su cuerpo con sus besos, sus caricias y sus susurros.
Había pasado bastante tiempo desde aquel mágico encuentro aunque los recuerdos siguieran fluyendo con nitides, dejando su efímera espuma blanca en las orillas de su mente. Observó la expresión sonriente de su rostro en aquella fotografía, posando tan próxima a Antonio, y se preguntó si finalmente también había incumplido su promesa de no volver a enamorarse.
-¡Aaaaah, sííííí, sííííí, síííí, siiigue!-los escandalosos gemidos de Martha la sacudieron, alejándola de sus sombrías reflexiones. Sus ojos negros se posaron en el cabezal de la cama, donde aún se encontraban aquellos dos lazos con los que Martha la había atado aquella fogosa noche. Estaba casi segura de que Martha había dejado aquellas prendas como un trofeo de haber poseído su cuerpo.
Aquella experiencia había sucedido cuando había empezado a salir con Antonio. Si realmente estaba enamorada, ¿no tendria que haberse sentido culpable de haberse acostado con aquella joven? ¿Acaso no podía comportarse simplemente como Martha? Tamara observaba con cierta envidia y reproche como su amiga cabalgaba sobre el cuerpo del joven, hincándose su polla una y otra vez en su mojado coño, silenciando sus gemidos en la boca apasionada de la francesa. Los dedos de ésta se deslizaban por la espalda de Martha, arañándola levemente, mientras su depilado sexo era lamido y asaltado por la boca y la lengua traviesa del joven.
Estaban sumidos en ellos mismos, centrada su atención totalmente en sentir como cada poro de su piel era estremecido por el torbellino de placer que ahogaba la serenidad de sus espíritus, y los arrojaba a las incandencendentes llamas del deseo carnal. Ella se había convertido en una intrusa, en una infame espía que no podía evitar como sus ojos se clavaban en sus cuerpos desnudos, envidiando su suerte.
La imagen de Antonio, su alegre e inocente sonrisa, sus sutiles caricias, su mirada comprensiva y sus cariñosas palabras la aturdían, y se sentía frágil ante los estruendosos truenos de la tormenta que se avecinaba, amenazando con destruir su serena calma. ¿Qué le impedía subirse en el bote que a duras penas continuaba amarrado en el puerto, subirse a él y encararse valerosa y audaz al encuentro de aquella esperada tormenta?
-¡Aaaah, sííííí!
-¡Mmmmm! ¡Más, más, más, más!
Los gemidos de la francesa y Martha se fundían entre los graves gruñidos que emitía el joven. Aquellos primitivos sonidos enardecían el cuerpo de Tamara, y se sorprendió dando un paso hacia ellos, y luego otro, y otro y otro... La tormenta de su interior resonó, iluminándose todo el horizonte con el refulgor blanco de un relámpago. Notaba como las embravecidas olas sacudían su vulnerable barca, arrojándola hacia las profundidades negras del enfurecido oleaje...Pero ella siguió hacia adelante, sin importarle el riesgo.
El humo del tabaco, cuyos alargados rizos suspendidos en el aire se observaban a través de los rayos solares que entraban desde las cristaleras, fue la primera caricia que recibieron sus puntiagudos pechos, erguidos, desafiantes, arrogantes.
La mente de Tamara se nublaba, dispersándose entre las brumas del humo del tabaco suspendido sobre aquellos jadeantes jóvenes. El cuerpo de Martha se convulsionó, clavándose hasta sus más profundas entrañas el mástil sobre el que saltaba jocosa. En su boca, paralizada por el inevitable orgasmo al que se veía abocada, la francesa sepultó sus labios, uniéndose a sus labios como si pretendiera absorber su lozana vitalidad. Su espalda se arqueó, quedándose su cuerpo inmóvil, mientras de sus cavernidades excitadas manaban nuevos líquidos, que bañaron los testículos y los muslos del joven.
Mientras el cuerpo de Martha seguía agitándose por las sacudidas de su glorioso orgasmo, los inquisitivos ojos de la francesa se clavaron en Tamara, brillando pícaramente. Las rodillas de Tamara se posaron con suavidad en el borde del lecho, rodeando con sus brazos el cuerpo de su amiga íntima. La joven se apretó contra su espalda, clavándole sus pezones en su ardiente piel y notó la palpitación de su poderosa aorta cuando enterró sus labios en el cuello de su amiga.
Tamara observó por el rabillo del ojo el brillo dorado de la melena de la francesa y se sorprendió al sentir como su cuerpo era izado por los musculosos brazos del joven moreno, el cual depositó su excitado cuerpo delante de ellos.
Tamara les sonrió, y separó sus muslos provocándoles mientras una de sus manos jugueteaba con sus muslos hasta aterrizar sobre las braguitas negras que llevaba. Martha y los otros dos intercambiaron una mirada y se lanzaron sobre Tamara, con la velocidad de un lobo saltando sobre una moribunda oveja. La joven cerró sus ojos, extasiada con las suaves manos de Martha que ascendieron por sus muslos hacia sus braguitas mojadas.
Unos labios suaves y carnosos, que desprendían un ligero y refrescante aroma a fresas se posaron sobre los de la joven. Tamara ahogó un gemido en la boca de la francesa, mientras enredaba sus dedos entre el dorado cabello de la joven. La francesa separó sus labios y ambas se entregaron entre gemidos y jadeos. La modelo separó su rostro del de ella, y Tamara intentó protestar pero sus palabras se ahogaron en su garganta y profirió un placentero gemido, al sentir como la lengua de Martha se paseaba por su coño. El inglés, que aguardaba con impaciencia su turno, se aproximó a los labios de Tamara, dispuesto a probarlos.
-¡Mmm!-gimió Tamara, mientras su cintura se veía sacudida por la lengua de Martha, que había hallado su clítoris, y por los dos dedos que su amiga le estaba introduciendo en sus entrañas. Tamara sentía como su humedad se precipitaba hacia sus nalgas, y sus gemidos empezaron a aumentar de intensidad cuando la yema del dedo gordo acarició su hinchado clítoris.
Tamara cerró los ojos y apretó la cabeza del inglés contra su hombro, estallando en gemidos y jadeos. Su interior explotó y arqueó su espalda, remarcando la curvatura de sus pechos níveos.
-¡Aaaah, aaaah, sííííí!
La presión de sus dedos se aflojó y el inglés se irguió, con el rostro encendido. Sus ojos brillaban, confundidos por la sorprendente fuerza que la chica había exhibido y una alegre sonrisa iluminó su rostro al ver la expresión de paz y felicidad que emanaba del rostro de Tamara. Sin embargo, la tregua fue escasa. En esta ocasión, la francesa se situó encima de ella, apoyando sus manos en sus hombros, ocultando con una cascada dorada el resto de la buhardilla.
Los ojos azules de la francesa se cruzaron con los negros y astutos de Tamara, intercambiándose un mensaje cómplice. Las manos de Tamara se asentaron sobre los pechos de la joven, hundiéndose en ellos, disfrutando de su esponjoso contacto y suavidad. Los ojos de la chica se iluminaron y descendió poco a poco su rostro.
Cuando sus labios se encontraron, Tamara supo que, desde el primer segundo en el que las miradas de ambas se habían cruzado, había deseado probar las mieles de aquel bello cuerpo. Fue un beso tierno y delicado, lento, disfrutando del roce de los labios, del tímido contacto entre ambas, como si nadie más existiría en aquel espacio y el tiempo fuese eterno.
-Me llamo Mina-le susurró ella en el oído.
-Yo soy Tamara-le respondió ella, y besó su cuello con gentileza.
Mina se separó de ella, y le indicó que se pusiera a cuatro patas. El joven inglés asintió, satisfecho, y su polla dio un leve respingo, excitándose ante la visión de aquellas dos redondas y suaves nalgas, cuyos muslos se separaron para él, ofreciéndole descaradamente el sendero que debía seguir para hallar su ansiado tesoro. Mientras Tamara obedecía, moviendo sus caderas de forma provocativa, se extrañó de no encontrar cerca a su amiga Martha, aunque en el fondo lo agradecía, así no tendría que soportar su cara de superioridad cuando le tuviera que reconocer que había incumplido otra de las reglas: dar su verdadero nombre a los modelos.
Mina estaba junto a ella, trazando con sus dedos círculos en su espalda, mientras el inglés aproximaba su rostro hacia sus nalgas. Una expresión de sorpresa resplandeció en el rostro de Tamara cuando sintió los labios del joven en los bordes de su ano. Un fogonazo la aturdió y la cegó, forzándola a parpadear sorprendida, incrédula.
¡Martha había decidido convertirla en la nueva modelo de sus fotografías! Un relámpago de ira brilló en sus ojos, clavándose en el objetivo negro de la cámara. Casi podía apreciar la sonrisa pícara que su amiga debía estar esbozando.
-¡Mmm!-gimió Tamara, alzando su rostro y mordiéndose un labio. El inglés se encontraba paseando un dedo por su ano, presionándolo levemente, mientras Mina le introducía un dedo en su interior. Tamara separó sus muslos, facilitándole el acceso, y sonrió al notar como los rizos de su vello acariciaban la mano de Mina.
-¡Mmm!-volvió a profirir, mirando a la cámara. Su enfado se había disipado, dispersado por las placenteras sensaciones que iban expandiéndose desde su cintura, nublando su juicio y provocando que Gata se desespezara de su pesado sueño.
El dedo del inglés fue más osado, y empezó a hundirse en su interior mientras los traviesos dedos de la francesa seguían explorando su cueva. Mina giraba sus dedos, curvándolos hacia arriba y pasándolos por una zona rugosa y desconocida para ella misma. La joven abrió los ojos, sorprendida y profirió un mayor gemido. Hubo otro fogonazo.
Sus mejillas enrojecieron, de su boca fluyó una retahíla imparable de gemidos y su interior se estremecía y vibraba con la excitación que recorría su cuerpo. Mina le dio un pequeño azote en sus nalgas que resonó en toda la habitación, provocando que Tamara exclamara sorprendida y se mordiera instintivamente un labio, intentando reprimir el placer que la hacía estremecerse. Sus ojos volvieron a cegarse.
-¡Más, máas, máááás!-chillaba, mientras los dedos de Mina entraban y salían con más rapidez. La chica jadeaba, sintiendo como su interior crepitaba con las llamas de la ardiente pasión que consumían su característica impasibilidad.
-¡Tu polla, lo que necesi...to...es...aaaaah...tuu...polla!-exclamó ella, arqueando la espalda.
El inglés no se hizo de rogar, encontró su entrada con suma facilidad y hundió en ella su duro y poderoso miembro, ansioso por perforar su coño.
-¡Sí, sí, sí, síi, aaasíííí!-gimió ella, mientras su cuerpo se veía sacudido por las furiosas embestidas del inglés.
-¡Mááááás, no pares, sí, sí, siigue!-le rogaba ella. Hubo otro fogonazo.
Sorprendentemente, el inglés se retiró de su interior. Ella se volvió hacia él, furiosa, con un gesto hostil y amenazante, que hizo que el propio inglés se estremeciera. Como un cachorrillo asustado y huidizo, se tumbó boca arriba al lado de Tamara y ella sonrió satisfecha. Mina la observaba con un brillo divertido en sus ojos, que la hizo sonreír plenamente.
Tamara se colocó la polla del joven entre sus labios y se dejó caer sobre ella. Pronto, inició un rapido vaivén, retorciendo su cintura, adaptando la forma de la polla a su capricho y deseo. Notaba como sus nalgas chocaban con los testículos del joven mientras profiría fuertes gemidos. Sus manos se posaron sobre el pecho del joven, y éste no hizo ni el amago de atrapar sus nalgas.
Tamara sonreía, extasiada. Se sentía embargada por una salvaje euforia. Había pasado de ser una testigo indiferente y tentada, a ser una inocente víctima y presa de aquellos modelos, para convertirse en dueña absoluta de la situación y de sus cuerpos. Mina se aproximó a ella, abrazándola y compartieron un húmedo y apasionado beso, mientras la cintura de Tamara giraba en círculos, retorciendo la dura polla del inglés.
Un nuevo fogonazo atravesó sus párpados cerrados, pero no le importó. Su interior volvía a rugir, oprimiendo la polla del inglés y extrayéndole su semilla, mientras sus gemidos se venían silenciados y contenidos por la hambrienta boca de Mina.
-¡Gracias! ¡Excelentes fotografías! ¡Brillantes!-exclamó jubilosa Martha, aplaudiendo. Tamara, extasiada, se dejó caer hacia detrás, despatarrada en aquel lecho. Su mente se dispersaba, quedándose en blanco, sumida en una complaciente paz y tranquilidad.
-Antonio...-susurró ella, en un tono casi ininteligible, observando el oscuro bulto que se cernía sobre ella. Luchó contra los párpados que se le cerraban inexorablemente, sumiéndola en una infinita oscuridad. ¿Había visto a Antonio realmente o había sido una proyeccción fantasmagórica de su débil mente? La caricia de unos labios carnosos rozaron los suyos, y unas dulces palabras la hicieron sonreír débilmente.
-Descansa, Tamara.