Las sexoaventuras de Sergio (I)
Introducimos a Sergio, que no dejará indiferente a nadie en su primer día como entrenador de un equipo
Hace relativamente poco el instituto organizó un viaje de fin de curso a Mallorca. Lo típico, fiesta, alcohol, porros... y algo de sexo. En principio, más de lo mismo. Pero en ese viaje descubrí cosas que jamás habría imaginado y que, aunque en un principio me desagradaron (tengo que deciros que soy heterosexual, aunque con ciertas dudas) terminé por admirar.
Sergio no es el chico más guapo del curso, pero tal vez el que tiene mejor cuerpo. Ha pasado media vida en la cancha practicando deportes, y el resto de sus días de cama en cama cual abeja en primavera. Su fama de mujeriego y casanova le precede, así como su soberbia y su prepotencia vomitiva. Es endiabladamente atractivo, incluso para los hombres, lo que le da cierta ventaja, pues intimida con sus enormes y expresivos ojos marrones como dos cañones apuntándote a bocajarro y su despeinado cabello rubio oscuro. Nunca nadie ha oído una palabra amable de él ni ha podido cruzar dos palabras de más. Su grupo de amigos lo sigue babeante gracias a su increíble capacidad de liderazgo, y, aunque nunca ha golpeado a nadie más que en lo más hondo del corazón, hay quien le tiene miedo y no se atreve a mirarlo a los ojos.
No me extenderé en contaros cómo, pero en ese viaje llegó a mis manos una extraña libreta de color azul. Al principio había apuntes técnicos relacionados con un equipo de baloncesto, lo que no me extrañó, pues sabía que, a pesar de su corta edad, Sergio era entrenador de un equipo; pero, más adelante, se escondía un secreto oscuro. Podéis imaginaros lo que era, en definitiva, esa libreta: el diario de Sergio, o algo parecido, pues allí contaba su historia personal. Pero lo más increíble no era lo que contaba, que también, sino cómo.
En esas páginas se me reveló un Sergio diferente a como su imagen pública lo pinta. No pretendo adelantaros acontecimientos, así que os dejo con los fragmentos más reveladores de esa libreta azul:
21 de Septiembre
Hoy me han presentado a los niños de mi nuevo equipo. Seré el segundo entrenador, pero mi compañero va a faltar tanto que tal vez acabe teniendo yo más confianza con ellos que él, que es el headcoach. La primera impresión no debe de haber sido muy buena, porque he llegado quinze minutos tarde. La razón es inexcusable, pero en fin, no es la primera vez... Mi novia María tenía la casa libre y yo duro mucho follando. Me gusta dar fuerte, que se derritan con mi tacto y mis envestidas, que giman y que me supliquen más hasta explotar en tantos orgasmos como sea posible... se me pasó la hora, y de su casa a la pista hay un buen trecho. Además, me encontré con el rollo del último finde, Raul, ese morenazo de ojos verdes que la chupaba como un dios.
En definitiva, que tuvieron que esperarme. Al llegar, no pude evitar fijarme en el culo de mi compañero, el cual he deseado que algún día pueda probar. Tenía una expresión enojada en el rostro, pero una de mis miradas fulminantes ha borrado su mueca y la ha cambiado por una sonrisa forzada y un “no pasa nada” muy poco natural.
-Ah... me llamo Sergio, espero que podamos llevarnos bien y que aprendáis mucho de lo que yo os puedo enseñar.
Los chavales eran encantadores en su mayoría. Había dos gorditos y el resto parecía ser aceptable a nivel físico. Con trece años tampoco vamos a trabajar físico, son demasiado pequeños, pero hay que tener en cuenta cómo son. Como me ocurre a menudo, les presté muy poca atención a nivel individual y me limité a hacer de escudero de Javier, mi compañero.
El entreno fue pasando y me fui fijando en la técnica de los chavales. No me iba a fijar en nada más, son demasiado pequeños tal vez, con trece años... aunque con trece yo tuve mi primera experiencia con un hombre (con una mujer la tuve a los 12, aunque parezca mentira, con la hermana de 22 años de mi mejor amigo). El caso es que fui estudiándolos y analizando con atención. Estaba Angel, el más alto, bastante guapito y con una buena muñeca zurda; Miguel, un ojazos azules cuya mirada asustaba y un bote muy bueno; y así, hasta que me centré en los gemelos. Siento debilidad por los rubios, y más aún si llevan el pelo largo. Uno de ellos lucía una media melena y el otro lo llevaba más corto. Son muy chulillos y tienen bastante buena técnica además de que se mueven bien por la pista. El tiro era el fuerte de Alejandro, el del pelo corto, y la defensa el de Gerardo, el de la melena. En fín, cuando crezcan serán buenas piezas.
Al terminar el entreno, he puesto una norma inquebrable: todos a la ducha. Tras las protestas, han desaparecido y Javier y yo nos hemos ido a un vestuario vacío para hacer lo propio (Intento predicar con el ejemplo y no con el “haz lo que yo diga pero no lo que yo haga”).
Nos hemos quitado la ropa mientras charlábamos despreocupadamente sobre el entreno y los chavales. La conversación ha derivado hacia términos más generales de la temporada y su planificación cuando nos hemos metido en la ducha y, al salir, después de un intercambio de miradas furtivas que he sabido muy bien corresponder, la charla ha dado un giro repentino y, por qué no decirlo, aburrido hacia la temporada pasada que realizó el equipo. Entonces, se ha detenido de súbito. En verdad hubiera tenido un final análogo si no lo hubiese interrumpido y le hubiese dado un morreo de campeones cuando nos estábamos secando.
¡Menudo cuerpazo! Todo fibrado, moreno del sol, con los pectorales marcadísimos y con unos brazos... ¡los mejores que he visto nunca, lo juro! Sus brazos y su culo serían lo mejor de su cuerpo si no fuera por esa polla que me ha transformado al acto en un pedazo de pasivo, guarro y babeante como el que más. No ha tenido que indicarme nada, con una sola mirada y después de un buen chupetón, he dirigido mi boca a su tranca durísima y le he dado el regalo con el que todos los adolescentes del mundo sueñan y por el que se pajean miles de veces como posesos.
La mamada ha durado lo justo para que no se corriese y ha sido tan intensa que al final incluso me dolían los labios. Entonces le he dado la espalda, he apoyado mis manos a la pared y he dejado que ese cabronazo me metiera la polla y me partiera el culo como a una puta barata. Solamente sentir ese pedazo de carne ya he soltado un grito alargado que él ha tenido que sofocar con una mano en mi boca, cuyos dedos he saboreado como si fueran un manjar.
Las envestidas han ido a la par en fuerza que mis gemidos ahogados. Al cabo de cinco minutos Javier me daba tan fuerte, con una velocidad tal y un brío que me temblaban las piernas. Pocos me han follado, y éste ha sido el mejor sin duda.
Al final los gritos eran tan intensos que ha parado y todo.
-No grites joder, que te van a oír.
-Gritaré si me apetece, limítate a follarme como a una cerda.
Como si el pasivo fuera él, ha obedecido aunque su castigo me ha venido en forma de crescendo en el polvo. Al final él ha comenzado a gemir por lo bajo, y como la polla me dolía mucho por lo dura que estaba, me la he jalado con tanta intensidad como he podido, y he terminado por correrme justo antes de que Javier hiciera lo propio dentro de mí. Mi corrida no ha sido gran cosa (venía de correrme dos veces en casa de mi novia) pero no importa. Nos hemos apartado y no nos hemos ni besado; después de correrme, no tengo por qué besarme con alguien que no amo.
[El resto del fragmento relata su vuelta a casa]