Las relaciones las carga el diablo

¿Cómo se afronta una traición?, y ¿cómo se sobrelleva una ruptura cuando hay mucho más involucrado?...

En primer lugar quiero aclarar que, pese a cómo pueda empezar el relato en cuanto a acción, se trata más bien de un texto que pretende meter a la gente en situación, familiarizándolos con los personajes y la trama, de manera que se dejen llevar de una manera mas sencilla, de manera que quien busque algo rápido tal vez no se encuentre a gusto con él. De hecho, inicialmente la historia iba a continuar bastante más centrándose también en otros personajes, pero, de momento, la continuación se quedara en mi cabeza, que ésto parece ser ya suficientemente largo para una "primera vez".

Respecto a otros aspectos del relato, es la primera vez que he intentado escribir algo así, y, no siendo un escritor, es probable que sea muy mejorable.

De hecho, ni tan siquiera lo he repasado, no queriendo enfrascarme en un ciclo continuo de cambios, al no satisfacerme comparándolo con muchos otros relatos que he leído aquí y, he de admitirlo, algunos eran tremendamente buenos, con lo que me gustaría disculparme de antemano por los posibles fallos que tenga, aunque me gustaría que, sea cual sea, me comentarais vuestra opinión.

Sin más, espero que lo disfrutéis.


Giró la llave con cuidado, y abrió lentamente la puerta, tratando de no hacer ruido. Con la misma cautela, la cerró y, andando de puntillas, fue hacia el salón, donde se escuchaba la televisión. Extremando el cuidado trató de acercarse por detrás al sofá, donde podía ver sentado a su presa. O, mas bien, la parte posterior de la cabeza de su presa, un cabello castaño oscuro apoyado en el respaldo. Se acercó sigilosamente.

  • ¿Que andas haciendo andando a hurtadillas, Laura? - dijo él, girando levemente la cabeza para verle de reojo mientras sonreía.
  • Pfffff, le quitas la gracia si te enteras. - dijo ella pasando sobre el respaldo del sofá y dejándose caer sobre su regazo mientras le rodeaba con los brazos, observándole con una mirada pícara adornada con una sonrisa traviesa en una cara de tez clara que se mostraba un cierto tono rojo, que él no supo si era por excitación de ella o por simple rubor. - ¿Cómo sabías que era yo?.
  • Cierto, fue arriesgado, podía ser cualquiera de mis otras novias a las que les he dado las llaves de mi piso. - añadió con una sonrisa irónica gesticulando de manera divertida, haciendo una parodia de como si tratara de hablar en serio. Ella sabía que era la única persona que había recibido una copia de las llaves.
  • ¿Y si hubiera sido un ladrón?, ... - dijo ella mientras reía, sin querer dar el brazo a torcer, mientras su gesto se tornaba aún mas pícaro.
  • En ese caso les hubiera dicho que volvieran en otro momento, que estaba esperando visita. Son gente comprensiva, y creo que lo entenderían. - contestó riendo.
  • ¿Y si hubiera sido un asesino?, ... - insistió ella, tratando de ganar la batalla dialéctica.
  • Le hubiera dicho que después de la visita probablemente estaría mas débil y fácil de matar – replico mientras hacía un gesto cómico, tratando de hacer ver la lógica del argumento, como si fuera obvio.
  • ...¿y si hubiera sido un violador?... - añadió ella con mirada ya decididamente provocadora y confiada, pensando que ya le había vencido -, no estarías en el mejor estado después de la visita. - termino mientras reía por lo bajo, y movía la cabeza sensualmente, haciendo que su rubio cabello se balanceara acompañando el movimiento..
  • Hmmm, depende. Si fuera un violador o una violadora que no me gustara, entonces estaría en un problema, pero siempre podría lanzarles todo lo que me encontrara por ahí, hasta conseguir salir huyendo despavorido, ... – Ahora reía él, divertido, dejando sin contestar la otra posibilidad, esperando la pregunta que sabía que ella le haría.
  • ...¿y si fuera una violadora que te gustara? - Sus ojos verdes entrecerrados brillaban provocadores y traviesos.
  • Si fuera una violadora que me gustara atrancaría la puerta a cal y canto y cambiaría yo las tornas inmediatamente. - Dijo él, tratando de poner cara de peligroso mientras reía, y haciéndola caer totalmente sobre el sofá para, a continuación, lanzarse sobre ella a hacerle cosquillas.

Aún estaba ella retorciéndose por las cosquillas cuando la tomó por la cintura, echándosela sobre el hombro, cayendo las piernas de ella sobre el pechó de el, y el pecho y la cabeza de ella sobre su espalda, como si fuera un saco, y echó a andar hacia su habitación.

Ella, tras un momento de alarma al verse en el aire, siguió riendo y golpeándole suavemente, como si quisiera evitar su "rapto".

Viendo que sus acciones no tenían tanta respuesta como ella quería, le agarro el culo con fuerza con las dos manos, y lamentó no llegar para poder mordérselo. Él pego un leve respingo y rió, golpeándole suavemente con las palmas de la mano en las nalgas a ella, mientras tardaba un instante cada vez en quitarla, mientras se las acariciaba por encima del pantalón vaquero. "Indignada" por el tratamiento, decidió hacer un movimiento mas atrevido y, metiendo la mano entre las piernas de él, procedió a atrapar y apretarle suavemente el paquete. Ahora el respingo fue bastante más considerable, y por un momento temió que se cayeran ambos, hasta que notó como él le agarra con fuerza las piernas, para evitar que ella resbalara, y se detenía un momento para estabilizarse.

  • Ten cuidado, que si te sueltas y te caes acabaras estropeada y ya no tendrás valor para tu "secuestrador" - rió él mientras le daba un beso tierno en la cintura, que ella tenía desnuda después de que la camiseta se hubiera deslizado hacia sus pechos debido a la gravedad, y los pantalones se le hubieran deslizado un poco hacia abajo producto del trayecto.

Ella, sin responderle, le levantó la camiseta y trató de introducir su mano dentro de su pantalón.

  • ¡¡Espera, espera, loca, que nos la vamos a dar!! – rió aún mas él mientras corría hacia la cama para soltarla, no fuera a ser que su siguiente travesura acabara con los dos en el suelo y con algún traumatismo considerable.

Una vez hubo llegado, la soltó con suavidad sobre la cama, dejándola boca arriba, apoyando ella los codos tras de su espalda, mientras le miraba con una expresión de inmensa lujuria. Por un momento él pensó que venía muy caliente ya de antemano, pero no le dio importancia y se lanzo encima de ella. Su metro y noventa centímetros sobre casi un metro y setenta centímetros de una preciosa mujer que le había conquistado hace tanto tiempo y que le seguía volviendo loco.

Se inclinó sobre ella, simulando acercarse para besarla para luego alejarse, mientras le iba quitando la camiseta y el sujetador, viendo sus pechos asomar de su prisión y reclamar atención, mostrando sus rosados pezones enhiestos, pidiendo caricias tras la tela del sujetador semitransparente. A continuación paso a acariciarle sutilmente con las yemas de los dedos, desde sus hombros hasta su vientre en un lento trayecto que pareció recorrer todos los rincones del camino, para llegar a la cintura y empezar a quitarle los zapatos y el pantalón.

Ella se dejaba hacer, controlando sus ansias por lanzarse sobre él.

Terminando de desnudarla, tras haberle quitado el tanga y el sujetador, mostrando un sexo completamente afeitado y unos pechos generosos, volvió a lanzarse sobre ella.

Ella, al verle lanzarse, se terminó de dejar caer de espaldas sobre la cama, echando los brazos a los lados y esperándole. Iba a lanzarse a la boca de él cuando la sujetó por las muñecas y puso cara de travieso. Ella puso un gesto de sorpresa, y permaneció quieta. Sabía que no iba a poder moverse si él no quería, así que continuó expectante.

Él se incorporó un poco, poniéndose de rodillas sobre ella, sujetando las piernas de ella poniendo las suyas propias encima con cuidado para no hacerle daño, pero sin permitirle escapar, mientras mantenía las muñecas de su presa sujetas en la misma posición que antes tenía.

Hecho esto, se inclino despacio hacia ella, mirándole con sus ojos marrones, como dirigiéndose a sus labios para besarlos. Ella reaccionó incorporándose ligeramente, tanto como le era posible teniendo los brazos en esa posición, tratando de alcanzarle, y, cuando estaban a punto de besarse y ya sentían sus alientos entrecortados, él corrigió el rumbo y le sopló suavemente en el cuello, dejándola a medias entre sorprendida y enormemente excitada.

Ella se retorció un poco, sintiendo un ligero cosquilleo y espasmo de placer, y trató de buscar su boca con la propia, pero él, besando suavemente el cuello, empezó a bajar a partir de ahí, primero soplando ligeramente cada zona, antes de irle rozando suavemente con los labios por cada punto que había pasado previamente. Ella sentía el corazón desbocado, latiendo frenéticamente, mientras temblaba por las caricias que recibía y la tensión que se acumulaba en su cuerpo, deseoso de lanzarse y apropiarse de el de él, acentuándose mas esa sensación al no poder moverse, al estar a su merced. Y la placentera tortura se prolongaba más y más.

Él jugaba con el deseo de ella, y regularmente la miraba. La veía disfrutar con esa mezcla de enorme placer, deseo y ansiedad. Cuando ella le veía levantar la cabeza veía la expresión de él, traviesa, pero en la que se translucía todo lo que sentía por ella. Pensó en esa mirada. Él era capaz de expresar en ella más que lo que se podría expresar con palabras, y ella sabía leer en sus ojos. Fue precisamente la sensación de sentir lo que él con esa mirada lo que se le unió al cúmulo de sensaciones que ya tenía y le hizo empezar a temblar levemente. Sorprendida, cerró los ojos, y echó la cabeza hacia atrás, curvando la espalda. Estaba a punto de correrse sin que le hubiera tocado apenas, simplemente por todo lo que él estaba haciendo que fluyera en su cabeza.

Cuando él llego a los pechos y le besó un pezón el temblor aumentó de nivel. Se retorcía como podía, presas sus piernas y sus brazos, mientras él proseguía con el otro pecho, y bajando por su abdomen, aumentando las sensaciones de ella. Y todo a una velocidad deliciosa y exasperantemente lenta.

Cuando llegó a su entrepierna y ella creía que iba a aplicarle el mismo tratamiento, se desvió y comenzó a aplicárselo a sus muslos, una zona próxima a donde ella le anhelaba, pero que se le hacía a la vez tan distante. Sea como fuera, ella estaba tremendamente encendida, porque el dulce "castigo" recibido, si bien no culminaba, no había parado, y su cabeza no había podido ni querido desconectar.

Por fin, después de unos minutos en los que estuvo él recreándose en las proximidades, comenzó a soplar ligeramente en su entrepierna. Ella estaba en una tensión tremenda, moviendo sus caderas inconscientemente, como si buscara llegar a la fuente de ese cálido aliento que le martirizaba. En un gesto lento, él acerco su boca a su clítoris, le dio un ligero beso que duró unos instantes. Abriendo la boca, lo aferro con los labios y, usando su lengua, lo acarició, para pasar a dedicar su boca a toda la entrepierna.

Echándose para atrás, le libero brazos y piernas a ella, volviendo a los labios que húmedamente le llamaban entre sus piernas, y retomando la estimulación de la zona, mientras estiraba sus manos hacia delante y le acariciaba y apretaba ligeramente los pezones duros como rocas desde hace ya mucho rato, estimulándolos,.

Ella se sorprendió un instante al verse libre, instante que él aprovechó para ponerse en la mencionada posición, pero una vez que ella reaccionó, y notando de nuevo la estimulación en su sexo, le puso las manos en ambos lados de la cabeza, lo que provocó que él abriera los ojos y le mirara a los suyos, trasladando de nuevo una marea de sensaciones y emociones en una mirada mezcla de ternura, amor, lujuria y travesura. Ella deslizó las manos acariciándole la cara, enredándose con su cabello y tomándolo para apretarle con mas fuerza contra su sexo, mientras volvía a echar la cabeza hacia atrás, curvando las espalda y temblando de nuevo ante el trato recibido.

El orgasmo no tardó, atrapando la cabeza de él entre sus muslos con fuerza, mientras sus manos agarraban las de él, que seguían sobre sus pechos, y así permanecieron mientras el orgasmo duró y varios minutos mas.

Una vez que ella terminó de notar los últimos síntomas, él se irguió, situándose sobre ella y mirándole fijamente a los ojos. Le encantaba ver su cara de satisfacción, su cara de lascivia y lujuria. Él era del tipo de personas que dan la imagen de absoluta seguridad en si mismos, pensando mucha gente que él se creía mejor que los demás. La realidad era que él era su mayor crítico, conociendo perfectamente sus defectos, y ni le gustaba ni confiaba en la gente, mucho menos en los halagos que le hicieran, por lo que solía buscar las expresiones más básicas de pensamiento y agradecimiento en los demás. Aquellas que se mostraban inconscientemente, con pequeños gestos de expresión. Aquellas que veía en la cara de ella en ese momento. La miraba fijamente y se perdían ambos en los ojos del otro, hablando sin palabras.

Ella le miraba, viendo su rostro bien definido, con esos ojos marrones que tanto hablaban lo que su boca no. Esos labios que invitaban a perderse en ellos y que ahora brillaban, como buen parte de su rostro. Sonriendo, le pasó las manos por la cara, limpiándola de los jugos de su sexo, y, agarrándole con las dos manos por la nuca, le atrajo para besarle con ansiedad mientras le rodeaba también con los piernas.

Tras unos instantes, ella le empujó suavemente para que él se incorporara un poco, y, mientras éste lo hacía, ella comenzó a subirle la camiseta, a lo que él le ayudó en cuanto lo notó. Aparecía su cuerpo, ese torso moreno donde se le marcaban todos los músculos, sin llegar a ser tan exagerado como los que se machacan en el gimnasio, pero presentando una estampa realmente excitante y erótica. Él no necesitaba gimnasio, simplemente era así, y el deporte lo mantenía en ese estado. Con la camiseta volando en alguna dirección que a ninguno de los dos le importó, ella comenzó a acariciarle el pecho, marcando la silueta de cada músculo del abdomen y del pecho, de cada dorsal, para pasar a repasar los de los brazos, volver al tronco, e ir bajando hasta la cintura, para quitarle el pantalón con su ayuda.

Jugó un poco con el bóxer elástico que se pegaba a la piel como si su piel fuera, dejando ver que él también estaba muy excitado. Tan solo ocultaba de la visión directa, dicha prenda, pero marcaba perfectamente la silueta, que ella recorrió sensual y lentamente con los dedos antes de quitarle esos últimos retazos de tela.

Tomo con la mano el trozo de carne pulsante, notando las pulsaciones en sus venas, sintiéndolo vibrar con las caricias. No había estado con más hombres, pero, por lo que había escuchado acerca de las medias de tamaños, era bastante mas largo y sensiblemente mas grueso que dicha cantidad.

  • Hoy no puedo aguantar mas juegos – dijo ella sonriendo traviesa mientras lo dirigía a sus labios vaginales, rozando el capullo contra ellos, fascinada en la expresión profunda de los ojos de él, que le absorbían – lo quiero dentro ya.

Tirando del falo hacia ella, él acompañó el movimiento, realizando una lenta penetración, hasta que éste estuvo totalmente en su interior. Una vez hecho esto, permanecieron quietos por un instante, hasta que ella hizo fuerzas, girando ambos, quedando esta vez él tumbado boca arriba en la cama, con ella encima sentada sobre las rodillas dobladas, sin haber dejado él de estar totalmente dentro de ella en ningún momento.

  • Sabía que lo harías – dijo él sonriendo -, te conozco demasiado bien ya.
  • ¿Ah, si? - contestó ella, mirándole traviesa, mientras comenzaba a moverse en círculos sobre el, sin sacar ni un centímetro de él de su interior.

Las respiraciones iban ganando en intensidad, dirigiendo el una mano al clítoris y otra a los pechos de ellas, estimulándolos con toda la intensidad que podía, mientras que ella dirigió una de sus manos a los testículos, usando la otra para acariciarle el pecho y, de cuando en cuando, apoyarse en él, cuando el equilibrio le fallaba.

Se mantuvieron así durante varios minutos, mirándose fijamente, estudiando cada expresión de la cara del otro, viendo cada mueca de placer, cada jadeo, cada temblor, cada sensación del otro que podían sentir con su propio cuerpo.

En ello aplicaban todo su ser y su concentración, cuando, de pronto, comenzó a sonar una melodía de teléfono móvil para cortarse al momento.

Por un instante, se detuvieron ambos, mirándose confusos.

  • ¿Tu madre te ha dado un toque en el móvil? - pregunto Daniel extrañado, puesto que a Laura le encantaba ponerle a cada persona una melodía, para poder saber quien le llamaba sin tener que mirarlo en la pantalla. De repente sus ojos se abrieron como platos - ...no le habrías dicho a tu madre que te viniera a recoger para ir a la fiesta, y que te diera un toque al llegar, ¿no?...

  • ¡¡Ahí va, la fiesta!!, ¡¡pues va a ser eso!! - dijo ella, irguiéndose, más sorprendida aún. - ¿Me perdonas si te dejo así? - le dijo simulando una cara de niña buena y atribulada.

  • Pues no se si te perdonare, la verdad, me has dejado a medias, y eso esta muy feo – contestó el, con un gesto que imitaba ser serio, pero dejando claro que era cómico.

  • Te prometo que te lo compensaré, cariño, y con creces. Y, no creas, que yo también me voy bien encendida, así que también tendré que fastidiarme. Además, eres tú el que no quiere acompañarme al cumpleaños de mi tía – dijo ella remoloneando.

  • No puedo, Laura, que mañana tengo que trabajar, y tengo que acostarme temprano. No todos estamos de vacaciones jugando a dejar a los novios subiéndose por las paredes para irnos a fiestas sin preocuparse de despertadores al día siguiente. Y, sí, mas te vale compensarme, que hay que ver lo que tengo que aguantar... – Sonreía mientras lo decía, dejando claro que el reproche era tan solo una broma, y que entendía que tuviera que irse.

Ella, que estaba ya a medio vestir, se acercó a él y le dio un beso corto pero apasionado, apretando su cabeza contra la suya.

  • Te quiero – dijo ella dirigiéndose a su pene y besándolo en el capullo, que dio un respingo, tras lo cual le dio una palmada en el trasero a Daniel, y se fue para la puerta mientras se terminaba de poner la camiseta.
  • Encima cachondeito – dijo él, mirando como salía.
  • Mañana nos vemos y te compenso, te lo prometo. Adiós, cariño. - se le escuchó a Laura mas lejos, mientras se escuchaba la puerta abierta.
  • Adiós, anda, adiós, que me tienes contento... - dijo él con una sonrisa en los labios, aunque con un toque de resignación.

Aún no había cambiado un ápice su posición, y así se quedó, mirándose a si mismo por un instante, hasta que echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en la almohada, dando un profundo suspiro, perdiendo su mirada en el techo, mientras su cabeza se perdía en una maraña de pensamientos.

Si al menos ella volviera de noche para estar con él... ...pero ella aun vivía con sus padres y siempre dormía allí.


Laura se levantó a las 10 de la mañana, aún con excitación. Había pasado la mayor parte del tiempo en la fiesta pensando en cómo compensar a Daniel, y eso, naturalmente, la había mantenido encendida, puesto que las ideas que le surgían eran todas de contenido erótico y sexual. Seguía planteándose la gratificación cuando se acostó, manteniendo su calentura, pero estaba bastante cansada para aliviarse, así que trató de dormir. En su estado, el sueño acabó siendo sexual, haciendo que, al levantarse, su estado fuera el mismo o tal vez peor del que tenía al acostarse.

Estaba pensando en liberar un poco su tensión por si misma cuando sonó el tono del móvil que indicaba que acababa de entrar un mensaje. Con lentitud perezosa, mientras se estiraba tratando de despejarse, lo tomó y leyó el contenido del SMS. Era Arturo, y quería quedar para tomar algo dentro de un rato. Lo pensó durante un momento y le contestó aceptando la invitación, quedando a las 11:30 en una cafetería que les gustaba bastante a ambos.

Arturo era el tipo de chico que siempre esta diciendo halagos a las mujeres, muy distinto a Daniel, que era mas bien callado para esas cosas y le costaba mucho decir nada, aun cuando ella pudiera ver en sus ojos lo que él no decía. Laura ya había quedado con Arturo el día anterior por la mañana, y el flujo constante de halagos le había henchido. De hecho, ese fue el motivo de que llegara tan encendida a casa de Daniel. Era sorprendente la diferencia tan notable entre Arturo y Daniel, siendo ellos tan buenos amigos. Daniel tenía una mirada penetrante y muy expresiva en sus ojos marrones, con unos rasgos muy marcados, y sus pocas palabras con quienes no tenía confianza le solían revestir de un halo de misterio que solía levantar una curiosidad que no se solía disipar, porque era muy reservado. Además, su altura y su buena forma física hacía que, de cierta forma, impusiera. Arturo era bastante diferente. No tenía esa mirada penetrante, aunque tenía unos ojos azules bastante llamativos. Ciertamente su cara no le acompañaba tanto, y su físico era mas común, pero eran los ojos lo que centraba la atención y atraían. Mediría en torno al metro y setenta y ocho o setenta y nueve, y su cuerpo era muy normalito, reflejando su sedentarismo, sin llegara estar rellenito. Su carácter era también un autentico contraste con respecto al de Daniel. Solía regalar halagos constantemente, regalando el ego de las mujeres, y ésto era lo que Laura deseaba hoy, que la adularan. No es que otro día no le gustara, porque le encantaba, era que ese día su cuerpo parecía pedírselo a gritos. Quería sentirse guapa y sexy.

Y, para ello, se vistió apropiadamente, insinuando sus curvas, generosas sin ser excesivamente grandes, con un vestido que se le pegaba a la piel, provocando la imaginación de con quienes se cruzaba, acentuando los contrastes entre su piel clara y sus labios rosados, resaltando sus ojos verdes, buscando que Arturo le dedicara tantos halagos como pudieran ocurrírsele. Y, conociéndole, serian muchos.

Efectivamente, en cuanto Arturo le vio llegar no tardó en comenzar a decirle lo preciosa que estaba, lo guapa que era, las miradas que atraía. Una lluvia de palabras que le henchía.

Poco a poco él fue subiendo el tono de los halagos, y ella se dejó hacer, sin protestar. Atacaba a su vanidad, y ella sucumbía al envite.

Sólo le surgieron tenues dudas cuando él le propuso ir a su casa a tomarse unas copas de un ron que acababa de comprar y que decía que era soberbio, pero igualmente aceptó, teniendo la cabeza llena de sus halagos y deseosa de continuar escuchándolos.

Fue entrando ya en su casa cuando Arturo retomó su ataque. La tomó de los hombros y la giró despacio y con cuidado, alabando las formas que iba viendo. Ella comenzó a enlazar cabos, pero no se le dio importancia. Se sentía imponente, y quería que los halagos siguieran llegando.

Poco a poco fue pasando de tocarle en los hombros a suaves caricias en los brazos, en el cuello, haciendo que la excitación en ella aumentara, hasta que él finalmente se lanzó a sus labios.

Ella hizo un leve gesto de apartarse, pero al comenzar a besarle y escuchar las palabras de él, alabando mas intensamente toda su figura y sus facciones, terminaron de llevarse las pocas reticencias que quedaban. Se agarró a su cuello y a su cintura y le besó con frenesí, mientras el le respondía con un beso igualmente ansioso y unas manos que le acariciaban toda su anatomía. El ego le dominaba a a ella en esos instantes.

Lentamente, sin que ella se diera cuenta, fueron subiendo las escaleras, enfrascados en una lucha de lenguas que solo se interrumpía para continuar con más palabras de elogio sobre el cuerpo de ella.

De repente ya estaban en la cama, cayendo el sobre ella y quitándole la ropa con premura, con ansiedad, tras lo cual comenzó a quitarse su ropa. Hecho esto, mostrando una cara que demostraba a las claras el inmenso grado de excitación que tenía, Arturo tomo su miembro y lo dirigió a la entrada del sexo de Laura. Sin demasiados preámbulos, comenzó a insertarlo y a bombear con fuerza y rapidez mientras se lanzaba a devorarle los pechos.

Ella, un tanto sorprendida por la velocidad y la ansiedad de él, le agarró y, haciendo fuerza, le hizo girar, hasta quedar ella sobre él, comenzando a cabalgarle tratando de imponer su ritmo echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y las manos sobre el pecho de él, aunque Arturo parecía no conformarse, y trataba de acelerar el ritmo de penetraciones moviendo sus caderas hacia arriba y abajo mientras tomaba sus pechos con sus manos y se recreaba en ellos, con una mirada repleta de lujuria que la enfocaba a ella mientras continuaba con el torrente de halagos, esta vez repleto de connotaciones sexuales.


Daniel estaba frente al ordenador, revisando unos planos esquemáticos, cuando la corriente se fue. Al momento se escuchó por todo el piso de la oficina una ola de imprecaciones y maldiciones varias, al haberse perdido varias horas de trabajo por el inesperado incidente.

Se levantó y se dirigió a hablar con algunos compañeros, que, con visible cara de pocos amigos, se acordaban de los familiares de los trabajadores de la empresa de electricidad en tono poco amistoso.

Estaba hablando con ellos cuando llegó la noticia de que el corte era debido a que, en unas obras próximas, los albañiles habían cortado unos cables de la luz. Ésto solo cambio el objeto de las iras de los empleados, aunque ya iban asumiendo la pérdida.

Al poco rato llegaron los encargados de los departamentos comunicando que, visto que la avería no estaría resuelta hasta por la tarde, como muy temprano, y todos necesitaban los ordenadores para trabajar, la empresa les dejaba irse a casa, y ya al día siguiente continuarían con el trabajo.

El gesto de la mayor parte de la gente cambió notablemente. Era cierto que habían perdido el trabajo de varias horas, pero tener el resto de la mañana libre era un buen paso para mejorar su humor.

Daniel, tras pensar unos instantes en qué hacer, llamó a Laura para quedar y ser compensado por el día anterior, pero el teléfono móvil parecía estar apagado. Imaginó que debía estar aún acostada, descansando de la fiesta del día anterior, y pensó, sonriendo, que eso sí que era buena vida. Visto el resultado, repasó mentalmente quién de sus amigos podía estar libre para quedar y hacer algo, cosa difícil al estar casi todos trabajando o en la universidad. Y de repente se acordó de Arturo, que le había comentado que estaba de vacaciones. Además, le había dicho que tenía una botella de ron que tenía que probar.

Sin pensarlo mas, cogió el teléfono y le llamó. También apagado. Pero con Arturo eso generalmente quería decir que estaba aún durmiendo como un lirón. Sonrió mientras se le ocurría como devolverle una broma que años atrás Arturo le gastó a él. Se dirigió al coche sonriendo travieso, mientras se despedía de sus compañeros, pensando en los pasos de su plan. Hace años Arturo le despertó a gritos y lanzándole un vaso de agua a la cara, tan solo para reírse viendo la cara que ponía. Bien, como se suele decir, la venganza de sirve fría, pensó Daniel.

Una vez en la casa de Arturo, busco la llave que solía dejar enterrada en una maceta en el jardín, para emergencias. No era algo que supiera mucha gente, solo unos pocos, pero ellos estaban muy unidos desde su infancia, y tenían pocos secretos entre ellos.

Giró lentamente la llave, y mas lentamente aún abrió la puerta, tratando de minimizar el ruido. Se dirigió con cuidado a la cocina, tomando un vaso y llenándolo de agua, para dirigirse con paso sigiloso hacia la planta de arriba, a su cuarto. Escuchó algunos sonidos, y se extrañó un tanto, pero prosiguió su marcha, hasta llegar a la puerta que estaba ligeramente entornada.

La abrió un poco, lo suficiente para echar un vistazo sin molestar y la situación le conmocionó.

  • Eres una diosa, Laura, joder, como te mueves, y que tetas, dios, que tetas - escuchó a Arturo, que yacía tumbado boca arriba hablando con respiración pesada, mientras se aferraba con fuerza a los pechos de Laura, mientras ella le cabalgaba soltando quedos jadeos, dando la espalda a la puerta desde donde Daniel les había descubierto.

El golpe fue bastante fuerte, infinidad de imágenes, ideas y emociones pasaron como un huracán por la cabeza de Daniel, que se tambaleó, como si estuviera mareado. Se sentía principalmente aturdido. Su mundo se le había desplomado repentinamente, y su interior bullía de tal manera que sólo pudo quedarse quieto, petrificado, durante unos instantes a la que había sido su amor de toda la vida con otro, que además, era de las pocas personas que él consideraba como verdaderos amigos.

Estuvo tentado de irse, pero en su interior el dolor se alió con el orgullo, dirigiendo sus pasos en otra dirección. Abriendo la puerta, entró en la habitación, dirigiéndose hacia ellos.

Laura no podía verle acercarse, al estar de espaldas, pero Arturo sí. Se quedo helado. Daniel era su amigo, y eran casi como hermanos, pero principalmente lo que le hizo quedarse completamente tenso y quieto fue el miedo. Daniel era más alto, más fuerte, más rápido, y se dirigía hacia el con gesto serio y un mirada terriblemente dura. No era un gesto de locura ni de agresividad extrema, pero Daniel no era de los que dejaban ver mucho en la cara. Vio el vaso en la mano y temió que se lo lanzara antes de ir a por él. Arturo comenzó incluso a temblar.

  • ¡No!, ¡dentro no! - dijo Laura, malinterpretando la tensión y el temblor de Arturo, puesto que Daniel aún estaba a su espalda. Entonces fue cuando vio pasar a una figura a su lado.

Primero reaccionó con sorpresa. No podía imaginarse que una persona entrara en la habitación, pero cuando pudo ver que era Daniel el que pasaba a su lado dirigiéndose a la mesilla que estaba al lado de la cabecera de la cama, se quedo petrificada. En su caso no era el miedo a una agresión, era entender, de repente, lo que ella había hecho, que la había visto, y lo que podía significar. Era la angustia lo que la inundó e impidió reaccionar por unos instantes.

Daniel continuó su camino, dejando el vaso sobre la mesilla.

  • Por si tenéis sed cuando terminéis – dijo con un gesto duro, mirando a ambos, antes de volver a caminar saliendo de la habitación.

Laura fue la única que reaccionó, descabalgando a Arturo y tratando de sujetar a Daniel mientras pasaba a su lado, reaccionando éste apartándose violentamente, aunque sin tocarle a ella, dirigiéndole una gélida mirada que la detuvo por unos instantes.

  • Déjame – Su voz sonó ronca, seca y extremadamente dura. Ella nunca le había escuchado hablar así.

Arturo había conseguido reaccionar, pero tan sólo para bajar de la cama y dirigirse a la esquina de la habitación mas apartada de la puerta. Aún temía que se volviera Daniel y le atacara, y cuando Laura le intentó sujetar y Daniel le contestó de esa manera sólo pudo aumentar su miedo. Luego se permitiría tener vergüenza, pero en ese momento no podía dejar de temblar mirando a Laura desencajado, temiendo que las acciones de ella provocaran que Daniel finalmente explotara.

Daniel cerró la puerta de la habitación y se le escuchó alejarse, bajando las escaleras. Laura, tras recuperarse un poco, la abrió para salir corriendo tras él.

El miedo de Arturo fue decreciendo poco a poco, al mismo tiempo que la vergüenza, arrepentimiento y otras desagradables emociones lo sustituían.

Laura llegó a la puerta de la casa cuando Daniel ya salia, dirigiéndose a su coche. Estuvo muy cerca de salir a la calle desnuda y agarrarle, pero el pudor y la vergüenza a airear aún más el escándalo le pudo. Volvió corriendo a la habitación para vestirse, donde vio a Arturo en un rincón, sentado en un rincón casi en posición fetal, tapándose la cara con las manos.


Daniel subió al coche, arrancó y se puso en marcha. No pensaba en ninguna dirección, ni tan siquiera en estar moviéndose, su cabeza estaba inundada por otro tipo de pensamientos que le destrozaban y absorbían.

Sólo consiguió centrarse un poco en la conducción cuando vio que, subconscientemente, había conducido hasta su piso. En un repentino momento de lucidez, decidió su siguiente paso.


Una vez vestida, Laura se dirigió al piso de Daniel. A ella Arturo le había llevado allí, así que no tenía vehículo, y él no parecía que fuera a reaccionar, y menos aún para llevarla allí. Además, no quería estar ni un segundo más con él. El precio hasta ahora probablemente sería enorme, y no sería menor si iban los dos juntos. Incluso comenzaba a sentir una fuerte animosidad contra él, en un intento de justificarse a sí misma y tratar de engañarse, pensando que su participación había sido menor.

Tuvo que recurrir al transporte urbano, nerviosa, desaliñada, desesperada ante la espera a que llegara un autobús a la parada, a que hiciera el trayecto, a subir al piso de Daniel.

Cuando por fin lo logró saco las llaves del piso y entró. Iba completamente desencajada y tratando de encontrarle, pero no pudo dejar de observar que todos los objetos de ella, los que ella le había regalado, e incluso los de ambos, habían desaparecido. Le buscó por todo el piso, hasta darse cuenta de que no estaba.

Se sentó en el sofá, y, echándose las manos a la cara, rompió a llorar desconsoladamente.


Daniel estaba en el coche, ya aparcado, tratando de serenarse un poco, intentando respirar de manera regular y controlada. Cuando decidió que no iba a poder relajarse más, salió del coche, con una decisión más ficticia que real.


María estaba en el sofá, leyendo algunas revistas y periódicos, mientras tenía la televisión encendida y sonando, aunque sin mirarla apenas, cuando el timbre sonó.

Miró el reloj mientras se levantaba. Las doce y pico, no llegaba a la una. No podía ser su marido, que estaría trabajando, y su hija Marta estaba en la universidad, así que debía ser Laura, que estaba de vacaciones, aunque ésta le dijo que llegaría tarde.

Sin embargo, cuando abrió la puerta se encontró, sorprendida, con Daniel, el novio de Laura. Le saludo con una cálida y alegre sonrisa, mientras observaba el gesto serio del chico, y las cajas que traía.

  • Hola, Daniel, que sorpresa, ¿como tú por aquí a estas horas?, pasa, pasa, pero Laura no está, ha salido, y dijo que vendría tarde.

El gesto de Daniel se contrajo con una mueca de dolor, como si le acabaran de clavar un cuchillo. Ella le observó, sorprendida y desconcertada.

  • Hola, María, gracias, pero no, solo vengo a dejar estas cosas aquí y ya me voy.

Al momento, comenzó a dejar las cajas en la entrada, sin cruzar la mirada con ella y ocultando, en la medida de lo posible, el rostro para que no le viera el gesto.

  • Daniel, ¿qué te pasa?, ¿qué ha pasado?, ¿estás bien?

Ella estaba ya preocupada, y se avanzó hacia él mientras veía como terminaba de dejar la última caja. El la rehuyó, dirigiéndose a la salida.

  • Lo siento, María, realmente lo siento, pero ahora mismo no quiero hablar. Sencillamente no puedo. Espero que lo entiendas y me disculpes. Si ella quiere, que hable. - terminó mientras se giraba para caminar hacia el coche – Adiós.

María estaba tremendamente desconcertada. Era obvio que algo había pasado entre su hija y él, una discusión muy seria, y a él se le veía terriblemente abatido. ¿Le habría dejado ella?. Pero, ¿por qué?.

Con una curiosidad motivada por la angustia y la preocupación abrió una de las cajas, y vio lo que esperaba, las cosas que tenían relación con su hija que estaban en el piso de Daniel.

La dejó abierta y fue a por el teléfono, para llamar a Laura. "Apagado o fuera de cobertura", decía la respuesta automática. Con cada vez más nervios, se sentó en el sofá y esperó con tensión a que llegara.


Daniel llegó a su piso, tras dejar las cajas, sintiéndose prácticamente igual que antes de hacerlo. No le había supuesto, al menos de momento, ningún alivio el hecho de llevar todo lo que le relacionaba con Laura a casa sus padres. Pero, pensó, era algo que había que hacer, y mejor hacer las cosas cuanto antes.

Entrando en el piso, caminó hacia el salón con la intención de dejarse caer en el sofá y tratar de procesar todo, de intentar arrancarse o, al menos, mitigar todo lo que le devoraba por dentro. Pero los deseos rara vez se cumplen, así que todas las emociones interiores se acentuaron dolorosamente al ver a Laura, que levantaba la cabeza, llorosa, de sus manos y le miraba.

Por unos instantes permanecieron callados y quietos, observándose.

  • Daniel, cariño – la última palabra se le clavó a él como si fuera un puñal, solo aumentando el dolor y el recuerdo de la traición -, por favor, dejame explicarte, perdoname, fue un estúpido error, lo siento, me deje llevar... - Laura disparaba una tras otra toda serie de palabras con intención de apaciguarle para tratar de llegar hasta él.
  • Laura, o te vas tu o me voy yo. - Fue seco y duro. Lo reforzó con una mirada que, por primera vez, Laura no pudo leer. O tal vez él no quiso que la leyera.
  • Pero, cariño, por favor, por favor... - ella se fue acercando, tratando de llegar a abrazarle para llorar en su hombro y suplicarle que le perdonase.
  • Vale, pues me voy yo.

Laura se quedo quieta, mirándole descompuesta. Daniel se había girado y había salido en dirección a la puerta. Reaccionando, salió corriendo tras él, incrementando sus lágrimas y súplicas. Sólo llego a tiempo para ver como la puerta del ascensor se cerraba y él comenzaba a bajar.

Desencajada, corrió hacia las escaleras, odiando su vestido y sus zapatos, que no le permitían ir todo lo rápido que ella necesitaba.

Y también llegó tarde en esa ocasión, viendo alejarse en coche a Daniel.


María escuchó unas llaves en la puerta, y el inequívoco sonido de ésta al abrirse, por lo que se levantó rápidamente y fue hacia la entrada, donde Laura pasaba con los ojos rojos del llanto que aún persistía. Al ver las cajas, el llanto se acentuó de nuevo, mientras de su garganta ronca salían palabras que su madre no lograba entender, pero que sospechaba. Iba a lanzarse a abrazar a su hija para tratar de consolarla y que lo contara todo cuando Laura salió corriendo hacia su habitación y se encerró en ella.

Estaba completamente desconcertada, era evidente que ella estaba sufriendo mucho, por lo que no parecía haber cortado ella. Sin embargo, conocía a Daniel, y era un buen chico, además de que él mismo parecía muy afectado también. Fue a la puerta del cuarto de su hija y llamó con suavidad, escuchando los lloros al otro lado.

  • Laura, cariño, ¿estás bien?, ¿qué ha pasado, cielo? - María puso el oído al lado de la puerta, esperando escuchar a su hija caminar para abrirla, o, al menos, esperar una explicación, pero sólo consiguió que el llanto volviera a aumentar. - Por favor, cariño, que me tienes muy preocupada y solo quiero ayudarte, ábrele a mama...

Los llantos continuaron, y las súplicas de la madre para hablar, con nulo resultado, por lo que, al cabo de casi media hora, desistió y volvió al sofá, mas desconcertada y preocupada que nunca. Trató de llamar a Daniel, pero debía haber apagado el móvil. Se desesperaba y no sabía que hacer.


Marta llego jovial y alegre, como siempre, con un torrente de vitalidad que solía inundar todo. Y tropezó con una de las cajas, haciendo que trastabillara.

  • ¡Bonito sitio para dejar unas cajas, si señor, para que alguien se vaya de cabeza al suelo! - dijo en un tono de alegre reproche. Pasó rápidamente por la puerta del salón, sin fijarse en la expresión de su madre, a la que saludo con un "Hola, mamá, ya estoy aquí", para ir al cuarto de su hermana.

No llamó. La verdad es que tampoco solía hacerlo, siempre se dejaba arrastrar por su impulsividad. Pero la puerta estaba cerrada. Frunciendo el ceño, se echó las manos a las caderas, mirando la puerta.

  • Dile a tu señor novio que tiene el móvil apagado o sin batería, que le he llamado y no me lo coge, y no habíamos dicho a que hora quedábamos. - Su tono era de un divertido reproche, por eso la sorprendió escuchar, de repente, como empezaba un llanto al otro lado de la puerta.

Marta abrió los ojos, muy sorprendida.

  • ¿Laura?, ¿estas bien?

No hubo respuesta. Intentó repetidamente hablar con ella, pero no tuvo respuesta mas allá del llanto.

Entonces, su madre la tomó de los hombros y se la llevó al salón, mientras le explicaba lo que ella había visto, y lo que ella había deducido. Que no era otra cosa que pensaba que se habían peleado, pero de manera bastante seria, y Daniel había llevado todas las cosas de ella a la casa, pero que él parecía estar también afectado.

Ahora la desconcertada era Marta, que miraba con cara de sorpresa a su madre.


Marta era una joven muy vital y alegre. Y buena parte de la culpa la tenía Daniel.

Se conocieron cuando él empezó a salir con Laura, e hicieron inmediatamente buenas migas. A Daniel le encantaba enseñarle a Marta, y jugar con ella, y ella adoraba estar con él y admiraba cuánto sabía. Por aquella época Marta tenía 11 años y Daniel 16, teniendo Laura 15.

Para los padres, la amistad de Daniel con Marta era una bendición. El chico le tenía mucho cariño a la pequeña, y ésta, en base a estar siempre queriendo que Daniel le enseñara, aprendía a velocidades pasmosas, y sus calificaciones se dispararon rápidamente.

Además, como Daniel jugaba al fútbol y hacía deporte, ella decidió hacerlo también, por lo que, si bien la madre hubiera preferido aficiones algo mas "femeninas", el padre y la madre estaban encantados. El novio de su hija mayor, además de mostrar quererla mucho y parecer muy buen chaval, estaba siendo una buena influencia en su pequeña.

Con el tiempo, Marta pasaba casi tanto tiempo con Daniel como Laura. Solían ir a jugar al fútbol juntos, montar y desmontar aparatejos para darles otros usos o por simple curiosidad, discutían de infinidad de temas, o veían alguna película, para comentarla luego entre ellos.

No era algo que a Laura le entusiasmara, pero ella sabía que su hermana y su novio eran únicamente muy buenos amigos, y que él a quien quería era a ella, así que lo aceptaba.

Marta sí se molestaba a veces, cuando Laura acaparaba en exceso a Daniel, pero él solía poner paz, entre bromas, haciendo que nunca llegara la sangre al río.

De hecho, a nadie extrañó que Marta acabara entrando en un equipo de fútbol femenino, ni que eligiera la misma carrera que Daniel. Y a sus 20 años así se encontraba, siguiendo los pasos del que era su mejor amigo, y, hasta ese momento, novio de su hermana.


Víctor llegó cansado del trabajo y le impactó el silencio que había en la mesa, mientras todos comían. No es que no le gustara el silencio. De hecho, le encantaba, especialmente después de llegar de trabajar. Era tan sólo que no era normal.

Su mujer solía comentar anécdotas, igual que Laura, pero especialmente Marta. Y todas callaban, mirando a Laura disimuladamente y con caras de preocupación, mientras ésta tenía la cabeza casi hundida en el plato mientras comía.

Dejó el tenedor en el plato y las miró detenidamente.

  • ¿A alguien le importaría decirme qué pasa? - dijo con un cierto tono de reproche.

Marta y su esposa miraron a Laura, que levantó la cara levemente, mostrando unos ojos rojos y un gesto triste, para volver a bajarla en cuanto volvieron a brillarle sus ojos, preludio de las lagrimas.

Víctor se mostró aún mas serio y desconcertado, mirando de nuevo a todas ellas.

  • ¿Y bien?

Su mujer se levantó y se puso a su lado, para decirle al oído lo que ella sabía y sospechaba.

Laura hizo un ademán de levantarse, pero su padre la detuvo.

  • Laura, si no quieres hablar aún – dijo, resaltando el "aún", como manera de mostrarle que esperaba una explicación, aunque esperaría a que ella estuviera mas desahogada -, de acuerdo, pero terminemos de comer todos tranquilos. Luego te dejaremos que te tomes tu tiempo y nos lo cuentes.

Laura no tenía ninguna intención de contarles nada, no sólo por el dolor de pensar en lo que había pasado, sino por la vergüenza que sentiría al ver como la mirarían sus padres al saber lo que había hecho. La apoyarían, al fin y al cabo la querían, pero seguro que les decepcionaba.

De todas maneras, las palabras de su padre le permitían un cierto tiempo de tranquilidad sin que nadie tratara de arrancarle las respuestas. En ese momento ella no podía mirar mas allá.


Marta no estaba muy de acuerdo con lo que había dicho su padre. Al fin y al cabo lo que hubiera pasado le estaba afectando a ella también. Había llamado varias veces a Daniel, pero seguía teniendo el móvil desconectado. Ella estaba siendo un daño colateral en una guerra en la que tenía poco que ver.

Ese día pasó sin poder ponerse en contacto con Daniel, así como el siguiente. Pasó por el piso de él, pero nadie abrió la puerta. No sabía si estaba ahí, ni tan siquiera. Llamo a los padres de él, pero ellos no sabían nada. Ella no les quiso intranquilizar y les dijo, simulando una risa, que "otra vez el despistado este se ha vuelto a dejar el móvil apagado...". Como no era raro que eso ocurrieran, no le dieron mas importancia y se despidieron sin mas.

Al tercer día, siendo impulsiva como era, se hartó, falto a unas clases de la universidad y fue a buscarlo al trabajo. Al parecer él había estado allí el día anterior trabajando, pero pidió una semana de vacaciones y ese día era el primero.

Volvía a casa frustrada, cuando se acordó de las llaves de su hermana. Laura tenía las llaves del piso de Daniel, así que sólo tenía que coger esa llave del llavero de su hermana e ir hacia allá. Tal vez no estuviera, pero, al menos, descartaría algo para centrarse en otra cosa. Pero tendría que hacerlo después de comer. Se acercaba la hora y no quería que supieran lo que iba a hacer.

Tomar la llave fue muy sencillo. Bastó con esperar a que su hermana fuera al salón a comer, para tranquilamente quitar esa del llavero, dejando el resto. No creía que lo mirara, así que por ahí no debía haber problema. La comida fue un tramite.

Al poco de terminar de comer ya se había ido, y, tras un rato de viaje en autobús, estaba frente a la puerta del piso.

Abrió la puerta con nerviosismo, y entró. En el escurridor se veía vajilla húmeda, por lo que debía haber comido ahí al menos. Toda la casa estaba un tanto oscura. Pensó que tal vez se había ido después de comer y se maldijo por no haber pasado ella antes de comer.


Daniel estaba sentado en el sofá, pensando, cuando vio la silueta femenina en la puerta del salón. No quiso mirarla, y giro la cabeza, cerrando los ojos.

  • Te dije que o estabas tu o estaba yo, pero que no quiero estar en el mismo sitio contigo.

  • ¿Queeeé? - el quejido lastimero de Marta hizo que Daniel ahora si se fijara en la figura de la puerta. No era la voz de la Laura.

Se fijó en las sutiles diferencias. Marta era un poco mas alta que Laura, y mas delgada, con un cabello muy parecido al de su hermana, pero con unos ojos marrones que, en esa oscuridad, no se veían bien. También se diferenciaba en las redondeces. Marta tenía unos senos y un trasero mas pequeño que su hermana, pero muy redondos y duros, así como unas piernas, cintura y espaldas muy bonitas. El deporte había mejorado lo que, ya de por si, era una buena materia prima. Pero era su cara lo que más llamaba la atención. No tenía los ojos verdes de su hermana, pero sus ojos marrones claros encajaban de manera excepcional en su cara y con sus expresiones, haciendo una cara simplemente preciosa, con un toque ligeramente infantil.

A Marta le había dolido lo que Daniel le acababa de decir, estaba quieta, con los ojos abiertos y una expresión triste en el rostro, mirándole fijamente.

  • ¿Marta? - preguntó aún un poco confuso -, ¿eres tú?, ¿qué haces aquí?

No había ningún tono negativo en su voz esta vez, sólo confusión. Marta entendió la confusión, pero le sorprendió con que dureza había hablado al confundirla con su hermana. Lentamente se acercó a él, sentándose a su lado.

Ella trató de mirarle, pero él miró al suelo, tratando de ocultar su rostro. Aún así, no era difícil ver que no lo estaba pasando bien.

Marta pasó un brazo por la espalda de él acariciándosela.

  • He venido porque me habías dado plantón y me tenías abandonada – dijo ella con un tono de reproche cómico, en un intento de animarle un poco.

  • Lo siento, Marta, se me olvidó. Tenía demasiadas cosas en la cabeza y no me acordé. De todas maneras, mi humor ahora mismo no es el más adecuado para estar conmigo. Pero te prometo que cuando esté mejor te aviso, ¿vale?

  • No. – La respuesta le sorprendió a Daniel, que la miró interrogativamente. - Mira, me da igual que estés peleado con mi hermana, pero somos amigos, ¿no?, y no quiero irme.

  • Marta, es tu hermana y no quiero que vayas a tener problemas – dijo mirándola por primera vez a los ojos.

  • No creo que tuviera problemas, yo soy libre de hacer lo que quiera. Además, Laura no quiere hablar con nadie y no dice nada de nada de lo que os haya pasado.

  • Qué sorpresa – dijo Daniel con tono marcadamente sarcástico girando la cabeza y volviendo a quedarse mirando al suelo.

  • ¿Por qué?, ¿qué os ha pasado?, ¿por qué no te sorprende que ella no quiera decírnoslo? - Laura estaba intrigada y desconcertada, mirándole fijamente.

  • Si ella se atreve ya lo dirá. De verdad, Marta, no quiero hablar de ello.

Esa respuesta inundó de preguntas la cabeza de Marta. ¿Atreverse?, ¿pero qué demonios podía haber pasado?.

Daniel se recostó en el sofá, y Marta se quedó junto a él. No quería presionarle. Sabía que lo estaba pasando mal, y por algún motivo no quería decírselo a ella, aun cuando ellos solían contárselo prácticamente todo.

Como ya no podía acariciarle la espalda, al tenerla apoyada en el respaldo del sofá, comenzó a acariciarle el pelo, abrazándole con el otro brazo y poniendo su cabeza en el hombro de él. Quería ayudarle y consolarle, pero, visto que él no quería hablar, optó por estar ahí, ofrecerle su presencia como apoyo. Él le abrazó con un brazo, acariciándole el costado y el brazo, mientras le daba un beso en la cabeza.

  • Gracias.

No hacían falta mas palabras. Ella sonrió con ternura y le abrazó con más fuerza.


Marta se despertó en la misma posición, oyendo el timbre de la puerta. Hizo el gesto de levantarse, pero Daniel la retuvo, negando con la cabeza. No quería ver a nadie. Volvió a colocarse en la misma posición, notando como ahora Daniel estaba más tenso. Bastante más.

El timbre sonó varias veces más, así como golpes en la puerta. Marta se extrañó de la insistencia, y, por un momento, temió que fuera su hermana, y que acabara de descubrir que le faltaban las llaves.

Pero, entonces, sonó una voz masculina.

  • Dani, tío, ¿estas ahí?. - A Marta le sonaba la nerviosa y dubitativa voz, pero distorsionada tras la puerta no terminaba de ubicarla. Sin embargo, notó como Daniel se tensaba aún más, cerraba los puños con fuerza y su respiración se aceleraba. Le miró y le vio una expresión dura. Su cabeza parecía querer atar cabos, pero ella se negaba a creerlo.

  • Dani, soy Arturo, abre por favor. Tío, de veras que lo siento, de verdad, no sé qué nos pasó, por favor, abre para que hablemos.

La expresión en la cara de Marta cambió abismalmente, su mente empezaba a aceptar lo que empezaba a ser evidente, y su expresión de sorpresa era absoluta. Mas bien era una cara de shock.

  • Bueno, Dani, me voy, vale, pero te llamaré dentro de unos días, ¿vale?. Y lo siento, de verdad, te lo juro por lo que quieras que lo siento. Adiós.

Marta escuchó, aun en estado de shock y abrazada a Daniel, como los pasos se alejaban de la puerta.

Entonces, repentinamente, se puso de pié, hecha una furia.

-¡¡Será zorra!! - Marta tenía caminaba de un lado a otro del salón, echándose las manos a la cabeza y con una cara difícilmente descriptible – ¡¡Y encima con Arturo!!, ¡¡pero qué zorra!!...

Se detuvo y observó a Daniel. Estaba en la misma posición en que ella le dejó respirando forzadamente y tratando de relajarse. Marta contuvo su ira. Estaba tremendamente furiosa, pero soltarlo todo ahí no iba a ayudar en absoluto a Daniel, sino todo lo contrario. Y ya parecía estar bastante afectado, por mas que se esforzara en no exteriorizarlo.

Esta vez ella se sentó en su regazo y, tomándole la cabeza, le abrazó con los dos brazos, apretándole contra si misma.

  • Dani, lo siento - dijo, interrumpiendo el abrazo para darle un dulce beso en la frente y continuar abrazándole.

Él no dijo nada. Ella notó como temblaba, no sabía si de rabia o de dolor, aunque él quisiera ocultarlo. Le apretó más fuerte en el abrazo, notando cómo su enfado con su hermana iba aumentando.


Cuando Marta llegó a su casa ya estaban todos sentados a la mesa. Entró gesto serio y enfadado y se sentó, sin articular palabra. El padre se le quedó mirando, extrañado, esperando que dijera algo, pero no lo hizo. Laura no levantó la cabeza del plato. Marta la miraba de cuando en cuando, pensando que eso era lo mejor que podía hacer, no dignarse a levantar la vista.

  • Marta, llegas tarde, ¿donde has estado? - dijo la madre con naturalidad, dado que estaba apartando y no se había percatado de las miradas ni expresiones.
  • En el piso de Daniel. - dijo ella mirando a Laura, para ver su expresión al enterarse.

Como si hubiera sido una bomba, todos miraron a Marta sorprendidos. Los padres, interrogantes, Laura, con temor. Laura y Marta se miraron, y la primera se dio cuenta de que su hermana sabía la verdad. La expresión en la cara de Marta mostraba su opinión hacia su hermana en ese momento.

Laura no tardó en bajar la cabeza hacia el plato, mientras sus ojos se le inundaban en lágrimas y se intuía la llorera aproximándose.

  • Estoy harto de todo esto, ¿Marta, me puedes decir qué esta pasando aquí?
  • Dijo el padre.

Su tono era duro, y la voz dejaba claro que quería respuestas ya. La madre permaneció callada y quieta, expectante, pero asintiendo. Ella también quería saber de una vez qué era lo que pasaba.

Sin embargo, la cara de Laura era un poema. Había levantado de nuevo la vista, mirando a Marta con terror ante lo que pudiera contar. Esa mirada no pasó desapercibida para sus padres, y a ninguno les gustó en absoluto.

  • Lo siento, pero Daniel no me lo dijo, me dijo que si Laura quería que lo contara. Yo me enteré de manera fortuita y por otros medios, y respetaré lo que él quería. Que lo diga ella. - Ésto último lo dijo en tono de reto, mirando con desprecio y rencor a su hermana, que lloraba ya totalmente nerviosa sin saber hacia donde mirar.

El padre la miró severamente, pero vio determinación en los ojos de su hija pequeña, por lo que se dirigió a la mayor.

  • Laura, habla de una santa vez. - El tono era ya notablemente duro.

Laura se encogía, como queriendo esconderse de las miradas que la acechaban, evitar tener que responder. Pero esta vez no podía encontrar la salida. Balbuceó unas palabras sin sentido, que nadie pudo entender.

  • Laura, habla claro. - Recalcó el padre.

  • Daniel me ha dicho que no quiere volver a verme. - Laura tuvo la esperanza de librarse del interrogatorio y de decir todo diciendo eso. Era un recurso a la desesperada, buscando que sus padres empatizaran con ella y se olvidasen de preguntar mas. Sólo para ganar tiempo.

Sus padres en cierta forma respondieron a sus expectativas, puesto que sus impulsos se dirigieron a consolar a su hija antes de proseguir preguntando.

  • ¿Y por qué diría el eso? - Preguntó Marta socarronamente. Ella había adivinado la intención de su hermana y se había enfadado aún más.

Sus padres hicieron un amago de reprender a Marta, pero entonces fueron conscientes de la treta de Laura. Mas bien, vieron en la expresión de Marta que Laura ocultaba algo. El verdadero motivo de todo.

Su padre, por un momento, temió preguntar.

  • Laura, ¿qué paso para que Daniel te dijera eso? - preguntó su madre, viendo la incomodidad del padre.

Laura farfulló otra serie de palabras ininteligibles.

  • Laura, tu padre te ha pedido que hables y que hables claro. - Su madre comenzaba a enfadarse. Sin embargo, su padre se había colocado en un segundo plano. No estaba seguro de querer escuchar lo que su hija iba a decir.

Laura comenzó a llorar con más fuerza, tapándose la cara con las manos.

  • ¿Y bien?

La voz de su madre sonaba seria.

Nadie miraba ya a Marta. Ella no disfrutaba viendo así a su hermana, pero tampoco había disfrutado viendo así a Daniel, ni mucho menos cuando dedujo lo que ella había hecho.

  • Me vio acostándome con Arturo. - la voz de Laura fue débil, pero en ese ambiente de tenso silencio la escucharon todos.

Las reacciones fueron muy dispares. Laura bajó la cabeza, sin atreverse a mirar a nadie a la cara. El padre cerró los ojos con fuerza y se apretaba la frente con una mano, como tratando de borrar lo que acababa de oír. Suponía que, tras 9 años de noviazgo y con ya 24 años que tenía ella, era probable que su hija se hubiera acostado con Daniel, pero escuchar que se había acostado con el mejor amigo de su novio ponía a su hija en un escalafón que no quería asumir. La madre la miró con decepción, y muy sorprendida, tratando de asimilar todo. Marta, aún sabiendo que Laura había engañado a Daniel, no esperaba que el les hubiera pillado. Pensó en lo duro que debía haber sido presenciar eso.

María puso su mano suavemente en el hombro de su hija y, con una voz suave, aunque su rostro no la acompañara, le pidió que se levantara para que pudieran hablar en su cuarto.

Salieron del salón sin que hubiera ninguna otra palabra.

  • Sabía que no quería escucharlo, joder, lo sabía en cuanto dijo que Daniel no quería volver a verla... - El padre había hablado entre dientes, pero Marta llegó a entenderlo.

Se levantó y se dirigió a su cuarto. No le gustaba que hubiera tenido que pasar eso, pero antes no estaban mejor, con los lloros. Y, encima, antes todo eran buenos ojos al no saber qué pasaba.

Ahora la consolarían, claro, pero sabiendo la verdad. Que no era la "pobrecita" que aparentaba.


Los días siguientes sirvieron para ir normalizando las situaciones. Por un lado intentaban estar al lado de Laura, guardándose el momento de censurarla para cuando estuviera mejor.

Por su parte, Marta pasaba casi todas las tardes con Daniel, y en unos días, si bien no estaba animado, ya no tenía esa tensión atenazándole, y se sentía mas libre para hablar. Sólo con eso Marta se sentía muy orgullosa de si misma.

Habrían pasado un par de días desde el incidente de la cena, cuando María se le acercó a su hija pequeña cuando la vio entrar por la noche.

La tomó del brazo suavemente y la llevó hasta su cuarto para hablar.

  • Tu hermana esta bastante mal, y echa mucho de menos a Daniel.
  • ¡Pues yo no voy a dejar de verle por su culpa!, ¡eso lo puedes tener claro! - respondió con energía Marta, pensando que su madre trataba de decirle eso.
  • Marta, no me refiero a eso, sino a que, tu que pasas tiempo con Daniel, ¿crees que él podría volver con tu hermana? - dijo su madre con un tono muy suave y comprensivo, tratando de calmar a su hija menor.

Marta se sorprendió bastante por la pregunta.

  • Lo dudo muchísimo. Si le conozco un poco se sentirá enormemente traicionado, y no creo ni que quiera volver a hablarle. - Marta mostró incluso un cierto desagrado ante la idea que mencionaba su madre.

  • Si, pero soy vuestra madre, y tengo que intentar procurar lo mejor para vosotras. ¿Crees que él querría hablar conmigo?

Marta meditó durante unos segundos su respuesta.

  • Creo que podrías hablar con él, porque el sólo culpa a Laura y Arturo, pero si no tienes cuidado es probable que le hagas daño y no quiera volver a hacerlo. De todas maneras, no creo que debas aprovechar que te tenga aprecio para intentar manipularlo. - Había estado animándole durante varios días y no quería que su madre deshiciera todos los progresos.

  • Pues dile que me pasaré mañana a hablar con él por la mañana, ¿vale?.

Marta la miro son suspicacia a su madre "¿por la mañana?, ¿justo cuando yo no puedo?...". Sin embargo, cedió.

Su madre salió de su cuarto y ella empezó a marcar el número de Daniel.


Daniel abrió la puerta y se apartó, para dejar pasar a María, mientras le saludaba con un escueto "Pasa, por favor". María le saludó y entró mientras le observaba. Era evidente que él estaba en tensión, bastante a la defensiva, bastante incómodo. Ella se dirigió al salón y se sentó en el sofá, y esperó a que él hiciera lo propio antes de hablar.

  • Supongo que habrás hablado con Marta, y sabrás a qué he venido.

Daniel se movió incómodo.

  • Sí, María, y no quiero que te lo tomes a mal, pero no hay marcha atrás.

Ella no pudo dejar de notar una mueca de dolor que puso Daniel.

  • Daniel, ella te quiere mucho, y esta muy mal, y creo que tú le quieres también.

Trató de usar un tono suave, pero veía como él se incomodaba más y más.

  • No se cuánto me querrá, pero ya no será tanto si estaba dispuesta a hacer algo que sabía que me haría mucho daño. Y, sienta lo que sienta, no voy a volver con ella. Puedes decir que ella no lo hará de nuevo, pero es muy probable que, en cuanto olvidara lo mal que lo está pasando ahora, pasara de nuevo. De hecho, yo tampoco creo que pueda mirarle igual que antes.

Había sido muy honesto y, pese a que ella no iba a admitirlo, también era de la opinión de que quien hace algo así una vez, suele repetir en cuanto las cosas vuelven a la normalidad.

  • Daniel, eso no lo sabes, ella ha aprendido la lección y ha visto el daño que te ha hecho, y no lo volverá a hacer.

Repentinamente Daniel se volvió hacia ella con el gesto serio y firme.

  • ¿Ha visto el daño que me ha hecho a mi o sólo se ha preocupado del daño que pueda tener ella al haberle dicho que no quería volver a verla?

María se quedó sin palabras. Le hubiera gustado decirle que su hija realmente lo sentía por él, pero Daniel intuía perfectamente como debía estar pensando su hija, y su mirada le impidió mentirle.

Bajó la cabeza, pensativa, y un tanto avergonzada.

  • Ya veo.

Daniel suavizó su gesto.

  • Mira, María, no quiero llevarme mal con tu familia, especialmente porque Marta es una amiga de verdad y no querría que ella sufriera las consecuencias. Pero para mi Laura quedó en el pasado.

María le observo detenidamente.

  • Tienes que entender que Laura es mi hija y es normal que trate de ayudarle, pero que no trato de enfadarme contigo. Puede que Laura guarde rencor por lo que ha pasado, pero creo que el resto te entendemos, aun a pesar de que tenemos que apoyarle a ella para que se anime.

La conversación fue suavizándose y desviándose del tema. Habían medido las posturas del otro, habían entendido la situación y la habían aceptado, respetando la del otro. Estuvieron bastante tiempo, hasta que ella tuvo que volver a su casa.


El paso de los días contribuyó a terminar de normalizar la situación. Daniel volvió a trabajar tras la semana de vacaciones, tras lo cual solía pasar las tardes y días libres con Marta, ya fuera ayudándole con alguna materia de la universidad, jugando al fútbol con ella, viendo alguna película o haciendo cualquier otra cosa.

Laura fue aceptando el cambio en su vida, cosa que su familia le facilitó, no mencionando nada acerca del incidente con Arturo.

Los padres aceptaron la nueva situación, no especialmente gustosos, pero lo hicieron.

Todo parecía seguir un curso de normalización.

Al cabo de un par de semanas, le propusieron a Daniel salir por la noche con un grupo de amigos, en plan botellón. Él, tras dudarlo un poco y comentarlo con Marta, se dejó animar por ésta y acepto.

Era un grupo de amigos ajeno a Arturo, y que no conocía muy bien los detalles del asunto. Sabían que había dejado a su novia y poco más.

No eran demasiados, tan sólo 8, 5 chicos y 3 chicas, contando a Marta y Daniel. Sus edades oscilaban entre los 20 años de Marta y los 26 de Ramón, por lo que no había diferencias notables.

El grupo lo componían Ramón, Violeta, Luis, Carlos, Paco, Miriam, Daniel y Marta.

Ramón era compañero de trabajo de Daniel, un chico muy hablador y extrovertido, con un físico normalito, pero una personalidad muy divertida y alegre. Marta observó que, a pesar de no tener gestos afeminados, si observaba con miradas pícaras y fugaces cuando algún hombre atractivo pasaba cerca. Él se percató de las miradas de Marta y rió.

  • Sí, y si no fuera porque él no quiere yo le pondría las pilas a Dani... – dijo susurrándole en el oído a Marta. Ésta respondió con risas.

Violeta era también compañera de Daniel y Ramón. Era, ademas, novia de Paco. Era una chica que, inicialmente, parecía tímida, pero una vez con confianza era sorprendente lo mucho que se soltaba y la cantidad de burradas que podía decir sin sentir la más mínima vergüenza. A Marta también le cayó bastante bien, gustándole ver que iba muy de cara. Físicamente tenía algún quilo de más, pero con unas redondeces y curvas muy prominentes que su novio solía acariciar de cuando en cuando, provocando las sonrisas de ella.

Luis era amigo de toda la vida de Ramón. Se habían criado juntos y habían hecho toda clase de trastadas. A diferencia de Ramón, el era heterosexual, y juntos se reían diciendo que lo que era para uno era para el otro. Era un chico mono, de estatura media y delgado, no tan extrovertido y divertido como Ramón, pero no demasiado lejos. Tras unos instantes de dudas, al ver llegar a Daniel con Marta y pensar que eran pareja, se acercó a ella melosamente al ser informado de que no lo eran. A Marta le sorprendió que, al insinuarle sutilmente que no estaba interesada, Luis sonrió, dejo su coquetería, y pasó a tratarla como una más del grupo, sin rencores.

Paco era un tipo callado y de pocas palabras. Era más del tipo de personas que se quedan un poco aparte, observando. A Marta le recordó a Daniel en ese aspecto. Paco no solía andar muy lejos de su novia. Se les notaba bastante pillados al uno por el otro, y eran constantes los jugueteos entre ellos, por los que Ramón les llamaba la atención en tono jocoso, provocando que Violeta sonriera provocativa y metiera mano descaradamente a Luis, que se ruborizaba ligeramente, aunque luego no dudara en devolver las caricias discretamente, cuando creía que nadie les veía.

Carlos era amigo de Paco, un tipo de estatura media y cuerpo de gimnasio con una cara seria, que trataba siempre de mantener poses de foto frente a los demás. No era mal tipo, pero esa actitud le restaba muchos puntos. Por lo demás era bastante normalito.

Miriam era un caso aparte. Era un imán de miradas, especialmente masculinas. Tan alta como Marta, delgada, con un tono de piel tostado, un pelo y ojos negros que adornaban una preciosa cara que ponía la guinda a un cuerpo de infarto, con curvas, si bien no tan grandes como las de Violeta, bastante grandes y redondeadas. Además, su forma sexy de vestir acentuaba su belleza natural.

Era una mujer que era preciosa, tenía un cuerpo de infarto, atraía las miradas constantemente, era inteligente y, encima de todo eso, lo sabía, mostrando una enorme seguridad en si misma. Era normal verla atendida por varios chicos, en este caso Carlos y Luis, que parecían encandilados. Daniel la había visto, pero no le gustaban mucho las personas que trataban de llamar la atención, así que no le echaba demasiada cuenta. Paco, por su parte, estaba demasiado absorto con su novia como para ver a otras mujeres. Y Ramón, bueno, a él simplemente no le interesaba ese "equipamiento".

La noche estaba siendo muy divertida. Marta había hecho buenas migas con Ramón, y, junto con Daniel y la pareja inseparable, estuvieron hablando de multitud de cosas, desde asuntos de trabajo a lo pícaro que era Paco cuando nadie le veía, provocando el sonrojo en él, mientras que su novia le achuchaba y besaba tiernamente. Pero eso tampoco evitó que, momentos mas tarde, la parejita siguiera con sus caricias furtivas.

Miriam, Carlos y Luis hablaban con los demás a cada rato, pero, aun estando al lado del resto, solían hablar entre ellos.

Fue entonces cuando Miriam, tal vez por despecho de no haber conseguido atraer la atención de Daniel, se metió en la conversación de los otros para contestarle de mala manera a él, con un cierto aire de prepotencia, a pesar de que ellos apenas habían cruzado mas que el saludo inicial.

Todos callaron por un instante, incluso Ramón, visiblemente incómodo por la inesperada reacción de la mujer.

  • ¿Pero tu quién coño te crees para meterte en una conversación ajena y venir con chulerías, niñata pija demasiado creída de si misma?, si quieres llamar la atención vas y te tiras de un puente, y deja de tocar las narices a los demás. A ver si aprendes a tener educación. Si crees que voy a babear por ti y no responderte vas lista, vete a buscar a otro que te lama el culo para henchir tu ego. - La respuesta de Daniel fue dura y seca, y su mirada lo era aún más.

Todos estaban sorprendidos por la reacción, aunque no la desaprobaban. Marta, particularmente, se sintió orgullosa. Miriam había ido a por lana, pretendiendo que Daniel no le contestara, embelesado con sus encantos, y había salido trasquilada.

Más sorprendente aún fue la reacción de Miriam. Tras la sorpresa inicial su cara pasó a la vergüenza, y se alejó un poco. No sólo sus encantos no habían funcionado, sino que le habían dicho una sarta de cosas que, para más inri, eran ciertas. Se sentía avergonzada y humillada, y lo peor era que sabía que la culpa era solo suya.

Luis y Carlos hicieron un ademán de ir detrás de ella, pero optaron por quedarse con el grupo, mientras volvían a hablar, arrastrados por Ramón, y las cosas se iban normalizando.

Ya habían olvidado el asunto y estaban charlando con absoluta naturalidad, cuando Daniel se alejó, para irse a sentar a un banco a descansar. No era raro que hiciera cosas así, y como él andaba en un segundo plano en las ultimas conversaciones del grupo, no se dieron cuenta de su falta, salvo Marta, pero en ese momento charlaba animadamente con Ramón, y decidió terminar la discusión antes de acompañar a su amigo.

Se recostó en el banco y se relajó, levantando la vista al cielo, como si mirara las estrellas, pero sin mirar nada en concreto.

  • Perdona por lo de antes, Daniel – La voz, extrañamente suave, de Miriam le sacó de su ensoñación. Él la miró con un gesto serio.

  • Lo siento, sé que no hice bien, y de verdad que me arrepiento. - Ella le miró avergonzada. Era extraño, pero ese gesto parecía desentonar con esa cara y ese cuerpo. O sería que a Daniel ese gesto le resultaba imposible asociarlo con un carácter como el de ella.

Él suspiró, encogiéndose de hombros.

  • No pasa, simplemente no gusta que me falten al respeto, y mucho menos que me chuleen.

La expresión de vergüenza aumentó en el rostro de Miriam.

  • Lo siento, no fue algo premeditado... - comenzó ella.

  • Pues fijate que yo diría que sí, yo diría que querías ganar más atención, que todos los tíos heterosexuales disponibles te observaran.

Si la luz lo hubiera permitido, se habría podido observar el rubor en las mejillas de la joven.

  • Tienes una tendencia a despreciar a los hombres, tratando de jugar con ellos. Deberías meditar acerca de esa actitud.

Miriam se encogió un poco.

  • Supongo que tienes razón.

  • ¿Supones? - inquirió Daniel.

  • ¿Qué quieres que te diga?, ¿que juego con los hombres para sentirme mejor, como dijiste tú antes?. Pues sí, pero porque ellos suelen prestarse a ello mirándome y pensando en mí como lo hacen. - Dijo ella en un alarde de orgullo.

  • Claro, y tu te vistes así para evitar todo eso, ¿no?

  • Supongo que yo también busco eso... - admitió ella, con un tono de resignación avergonzada.

  • No te critico por la forma de vestirte, ni por querer atrapar miradas. Te critico por no respetar a los demás, especialmente a los hombres. Sabes que eres guapa y llamas mucho la atención, y te vistes para acentuarlo, hasta ahí bien, pero por más que te sepas también inteligente no deberías infravalorar a los demás. Te expones a desagradables sorpresas, peores que mi contestación.

Miriam le miro a Daniel con una cara bastante mas alegre, incluso inocentemente ruborizada. Le acababa de decir que pensaba que ella era guapa e inteligente. Cierto que había criticado su forma de ser, pero viniendo de un hombre que ella no había sido capaz de anular con sus encantos, para ella significó bastante.

  • ¿De verdad crees que soy guapa e inteligente? - preguntó ella, melosa.

Daniel la observó. Por un momento estuvo a punto de contestarle duramente, preguntándole si no había aprendido nada, pero la cara de ella reflejaba genuino rubor inocente. ¿Era posible que le hubieran afectado de verdad sus palabras a ella?

  • Miriam, tu ya sabes que eres guapa e inteligente, como te dije. El problema es que te crees más guapa y más inteligente que el resto del mundo, y que puedes manipularlos a tu antojo. - Su tono fue neutro. Por un momento no sabía a qué atenerse con esa mujer.

Una sonrisa de alegre inocencia se dibujó en el rostro de ella, mientras se sentaba al lado de Daniel, y permanecía acompañándole en silencio.

Daniel se relajó periódicamente. Parecía que ella empezaba a comportarse como una persona.

Al cabo de un rato, ella comenzó a preguntarle cosas, interesándose por él. Al principio Daniel seguía suspicaz, pero veía en ella verdadero interés, así que se relajó y comenzaron a hablar distendidamente, como un par de amigos.


Marta se entretuvo más de lo que ella esperaba hablando con Ramón, porque era difícil dejar de hablar con él.

Cuando se acercaba al banco donde estaba Daniel y le vio con Miriam, hablando con normalidad, se molestó un poco, y se les acercó seria.

La expresión le duró poco. Cuando Daniel la vio acercarse le dedico una sonrisa que la derrotó. En ella, le invitaba a sentarse junto a él, en el lado del banco que quedaba libre, mientras le pasaba un brazo por los hombros.

Miriam la miró sin decir nada, con una expresión carente de la altivez con la que hasta ahora la había visto. De hecho, comenzaron a hablar los tres y fueron periódicamente cogiendo confianza.

Para sorpresa de Marta, Miriam se interesó por ella y manifestaba respeto por como era. Miriam demostró ser una persona bastante decente, admitió para sí Marta, aunque antes hubiera que hacerle poner los pies en el suelo.

El resto de la noche se pasó volando. El resto de la gente había ido despidiéndose poco a poco, y ellos tres decidieron dar la noche por concluida cuando faltaban pocas horas para la mañana.

Por cuestiones de quién vivía más cerca y menos, primero acompañarían a Marta a su casa, y luego Daniel acompañaría a Miriam, ya que él era el que más lejos vivía.

No es que a Marta le encantara la idea de dejar a Miriam con Daniel. Miriam ya le caía bien, pero le miraba demasiado para su gusto. Se sorprendió al notarse tan posesiva con su amigo.

El paseo hasta casa de Marta fue bastante normal, al menos hasta que la casa fue quedando a la vista, momento en el que Daniel cayó en un completo silencio. Marta, sabiendo los motivos, no quiso molestarle y calló también. Miriam no sabía que pasaba, pero sabía cuando había que mantener la boca cerrada.

Marta se despidió cariñosamente de Daniel, y de forma amistosa de Miriam, lo que ésta le agradeció con una sonrisa sincera. Una vez en su cuarto, Marta les vio alejarse. No pudo evitar sentirse incómoda.

  • ¿Quieres pasar? - dijo Miriam, ya en la puerta de su piso. Era una persona muy diferente una vez perdida toda la soberbia. Parecía ruborizarse e incluso estar nerviosa.
  • No me malinterpretes, Miriam, me caes bien y eres muy guapa y demás, pero... - Daniel se incomodó un poco. El comportamiento de ella era un tanto caótico, y no sabía si, de repente, ella pretendía tal o cual cosa, y no quería tener que explicar a posteriori que no quería meterse en una relación.
  • Daniel, no te digo que pases para empezar un romance, solo para divertirnos. Me lo he pasado muy bien esta noche, y me apetece terminarlo aun mejor, y no quiere decir que ninguno tenga ninguna responsabilidad. Amigos con derecho a roce, ¿que te parece?

Ella había recuperado aplomo, o tal vez nunca lo hubiera perdido. Lo que era seguro es que, antes de la discusión, si ella hubiera querido no lo hubiera planteado como si la otra persona tuviera alguna decisión en el asunto. Y, generalmente, una propuesta así hubiera sido difícilmente rechazada.

Daniel permaneció en silencio unos instantes, pensativo. Parte de sí mismo le empujaba a rechazarlo, pero otra parte le decía que por qué no. Tras unos momentos de duda, aceptó.

Le guió hasta su cuarto cogido de la mano y, una vez dentro, cerró la puerta y se lanzó sobre el con ansia, tratando de quitarle la camiseta. Inicialmente Daniel se sorprendió de la reacción de ella, pero, una vez repuesto, y aprovechando que, tras quitarle la camiseta a él ella se quitaba el top y tenía los brazos estirados hacia arriba, tratando de sacárselo, agarró la pieza de tela impidiéndolo a la vez que le impedía sacar los brazos de ella, inmovilizándolos.

A Daniel no le había gustado tanta velocidad. A él le apetecía lanzarse tanto como a ella, pero a las cosas, para que salgan bien, hay que dedicarles el tiempo preciso.

Miriam miró primero con sorpresa, para luego pasar a mostrar una expresión de orgullo rebelde, tratando de soltarse.

  • ¿Sabes cuál es la diferencia entre un polvo y un gran polvo? - la frase de Daniel, dicha con un tono suave en su oído, hizo que se detuviera unos segundos, expectante, sin hablar, pero pidiendo saber la respuesta con la mirada. Por un momento volvía la Miriam orgullosa.

  • Te he hecho una pregunta, así que, si quieres saber la diferencia, ahora tendrás que responder y preguntar tú.

Miriam tal vez fuera una mujer tremendamente orgullosa, pero Daniel no lo era menos, y decidió que, ya que ella quería jugar, él pondría las normas, no ella. No lo había hecho antes, pero se sentía impulsado a hacerlo por el carácter de su compañera de juegos.

Permanecieron inmóviles por un rato. Ella esperaba que él desistiera, cansado de la espera, y él no estaba dispuesto a ceder.

  • ¿Cuál es la diferencia? - Preguntó ella.

No era que hubiera cedido, ni mucho menos. El orgullo y la soberbia estaba ahí, simplemente pensó que con esa pregunta podrían avanzar, llegando a una situación a partir de la cual ella pudiera tomar el control.

  • Una de las diferencias es el tiempo y el esfuerzo que hay que dedicarle. Otra es lo que sentirás cuando terminemos. - Esta vez Daniel fue el que le dedicó una sonrisa socarrona.

Él había estado solo con una mujer, pero, a diferencia de muchas personas, se había preocupado de aprender cada vez, y había buscado ir aplicando cada cosa. Como en otras facetas de su vida, en el sexo él también buscaba constantemente aprender más, y mejorar.

Miriam le devolvió una sonrisa, con un cierto aire de superioridad.

  • ¿Tan seguro estás de que puedes complacerme?

Daniel comenzó a desabrocharse el cinturón con una mano, mirando fijamente a Miriam, que le dejaba hacer, estando a la expectativa, devolviéndole la mirada. Tal vez por ello no se fijo en que se quitaba totalmente el cinturón, y no adivinó sus intenciones hasta que él la hizo caer de espaldas sobre la cama para ponerse de rodillas sobre su pecho, manteniéndola presa, y usando el cinturón para atarle las manos al cabecero.

Ella reaccionó con sorpresa e incluso indignación, tratando de revolverse.

  • ¿Pero qué coño crees que haces? - El tono no era demasiado amigable.

Una vez atada, usando el top para que las muñecas no hicieran contacto directo con el cinturón, para no hacerle daño, le puso una mano en cada lado de la cara, haciendo fuerza para mantenerla fija.

  • Voy a hacer que aprendas lo que es un buen polvo, pero para eso tienes que aprender a dejarte llevar. - Dijo con su boca casi en contacto con la de ella, notando sus alientos. Ella quiso agarrarle de la cabeza, arrastrándole hacia sus labios para besarle con lujuria, pero sus ataduras se lo impidieron.

  • ¿Confías en mí? - Preguntó Daniel, en la misma posición.

  • Ahora mismo no mucho. - Dijo ella, aunque se encontraba excitada.

  • Pues vas a tener que confiar. Es más, vas a tener que aprender a hacer lo que te diga. - Ésto último lo dijo con un deje burlón. Ella intentó rebelarse, sacudir la cabeza, pero las manos de él la tenían firmemente sujeta.

  • Y una mierda – Dijo ella, orgullosa.

  • Ya lo verás - dijo él incorporándose, mientras se echaba hacia atrás para sentarse sobre las piernas de ella, inmovilizándola.

El orgullo la impelía a rebelarse. Trató de mover las piernas para poder golpear la entrepierna de su captor, únicamente por el deseo de mostrar que ella no se rendía, pero el peso de él se lo impedía.

Para reforzar la situación, vistas las intenciones de Miriam, Daniel usó también sus brazos para sujetarla. Pensó durante unos segundos y se le ocurrió el siguiente paso.

Comenzó a desabotonar el pantalón, cosa que no revistió ninguna dificultad. Tras eso, se dispuso a quitárselo. Primero se lo bajo hasta medio muslo, la altura sobre la que él estaba sentado.

Pudo ver un precioso tanga negro con transparencias, a juego con el sostén. Ambos hacían juegos de dibujos usando las transparencias, y sólo tapaban las zonas críticas, dejando el resto a la vista. Una vista muy sugerente.

Miriam le observó mirar su ropa interior, asintiendo de satisfacción con una sonrisa traviesa en su cara. Esa expresión hizo que, temporalmente, se sintiera algo más dueña de la situación, aunque fuera algo relativamente ficticio, en esa situación. Además, le excitó bastante.

Le hubiera encantado que él se lanzara sobre ella, incluso arrancándole sus prendas íntimas, pero, sorprendiéndola de nuevo, se levantó y terminó de quitarle los pantalones.

Por unos instantes ella decidió colaborar, cosa que agradeció Daniel. Costaba trabajo pensar que ella hubiera sido capaz de meterse en esos pantalones tan ajustados, y no era fácil sacarlos.

Dejándolos a los pies de la cama, Daniel puso una mano en cada pie de ella, por la parte del empeine, y fue subiendo, acariciándole suavemente pasando las yemas de los dedos por la cara interior de sus piernas, con un contacto extremadamente ligero, en un movimiento exasperantemente lento, para lo que Miriam hubiera deseado.

Primero notó excitación, que no tardó en ser sustituida por ansiedad, y que, conforme se fue acercando por sus muslos a su sexo, terminó convirtiéndose en un temblor de placer. Se forzó a no dar muestras de ello, orgullosa, pero cuando estaba a punto de llegar a su sexo no pudo contenerse y se retorció, nerviosa, a las puertas de un orgasmo que le sorprendía a ella misma. Llegaban los dedos de Daniel a la tela del tanga, con el sexo de Miriam palpitando, esperando su contacto para terminar, para soltar todo su placer, con ésta observando con los ojos abiertos como platos en una cara de lujuria extrema, cuando él se detuvo.

A Miriam le faltó el aliento por unos instantes, totalmente desconcertada.

  • ¡¡Pero, cabrón, ¿qué haces?!!, ¡¡¡ahora no te pares, joder, ni se te ocurra!!! - La cara de Miriam era un poema.

  • Espera, mujer, confía en mí. - Dijo mientras sonreía y acariciaba las líneas del tanga, sobre la clavícula.

Miriam le miraba con cara desencajada, estupefacta. Estaba seguro de que, de no haber estado tan al límite como estaba, le hubiera dicho de todo menos bonito.

Con suavidad, Daniel le levantó el trasero, para ir bajándole el tanga, dejando un sexo depilado completamente. Ella seguía aún ligeramente conmocionada, como esperando que terminara la broma de Daniel y la hiciera correrse de una vez.

Una vez desprendida la prenda, la colocó junto con los pantalones de ella, mientras ella seguía absorta, tratando de adivinar qué venía a continuación.

Daniel comenzó a quitarse el pantalón, lentamente. Los ojos de Miriam se le clavaban con la ansiedad, queriendo apremiarle. Quería ir hacia él, arrancárselos ella misma y desnudarle con prisas para sentirlo dentro, pero sus manos atadas le recordaron su estado.

Con la misma parsimonia, fue quitándose los bóxer, quedando desnudo. Ella intentó estirar su pie derecho, tratando de llegar a la entrepierna de él. Nunca se había sentido tan ansiosa. Claro que nunca otra persona había impuesto la velocidad de sus juegos. Su miembro, de medidas generosas, le hipnotizaba en ese momento, sin estar en una completa erección, pero bastante alegre.

Él se agachó, como para dejar los bóxer junto a los pantalones, cuando le sujetó la pierna derecha a ella, enrollándole la prenda interior en el tobillo. Ella estaba sorprendida, desconcertada. Pero se dejó hacer.

Vio que sus manos desaparecían bajo la cama. Hubo sonido de tela, pero no imaginó qué podía ser. De repente, él se levantó y, girándose, se sentó sobre su pierna. Ella notó los testículos y la ansiada barra de carne, ardiente, en su espinilla. Miriam dobló la otra pierna de manera un tanto forzada, tratando de llegar a tocarle el sexo el pie, ante la imposibilidad de usar las manos.

Escuchó las risas de él mientras se echaba hacia un lado, impidiéndole la maniobra. Ella, pensó que él estaba intentando simplemente martirizarla esa noche, y bufó contrariada. Un instante después notó como él aferraba el tobillo de la pierna sobre la que estaba y estiraba la pierna en una dirección para ella a sentir el tacto algo áspero de una tela vaquera levemente. Eso le desconcertó. De repente notó algo de presión en el tobillo, donde tenía enrollado el bóxer. Cuando Daniel se levantó Miriam pudo ver que le había atado la pierna a una pata de la cama usando su pantalón vaquero.

En ese momento se revolvió aún más, mirándole con un cierto grado de ira. Él, aferrándole la pierna libre que, a la sazón era lo único que podía mover en ese momento, usó los pantalones de ella para atarla, usando en este caso su camiseta para que el roce no le hiciera dañó.

  • ¿Te estás pasando ya bastante, no te parece? - dijo ella, parcialmente enfadada, parcialmente excitada.

Daniel se tumbo sobre ella, dejando si miembro aprisionado entre el vientre de ambos, quedándose mirándola a los ojos. Ella no pudo evitarlo, y empezó a mover las caderas, como queriendo atraparle e introducirle dentro de ella. Daniel sonrió, tomándola de nuevo de la cabeza y volviendo a acercarse hasta casi rozarse los labios de ambos, mezclando sus alientos, sujetándola para que no llegara a poder besarle.

  • Tienes que estar así hasta que confíes en mí. - Dijo Daniel, cerrando los ojos y simulando ir a besarla, lo que hizo que ella hiciera lo propio, retirándose Daniel y mirando la expresión de ella. La expresión era de desconcierto y rabia.
  • Pídemelo. - Dijo él, susurrándole en sus labios.
  • ¿Que te pida qué? - Dijo ella, tratando de permanecer orgullosa.
  • Tu sabrás, lo que quieras tendrás que pedírmelo. - Sus labios se rozaban mientras sus miradas se enfrentaban. Orgullosa la de ella, divertida y juguetona aunque decidida la de él.

  • ¡Bésame!. - Dijo finalmente ella tras unos instantes de tenso silencio, tragando parte de su orgullo.

  • Te dije que me lo pidieras, no que me lo ordenaras. - Dijo Daniel, sonriendo.

Miriam le fulminó con la mirada. En ese momento le odiaba. Tenía su miembro palpitando a poca distancia de la entrada de su sexo, palpitando sobre su vientre, y los labios de él rozando los suyos. Le odiaba por hacerle tener que pedir lo que quería.

  • ¡Por favor, bésame y métemela de una vez! - dijo ella, con un deje de rabia.

Al instante, sus bocas se fundieron, buscándose con pasión. Ella, frenética buscando su lengua, y aumentando el movimiento pélvico, mientras él trataba de mantener una cierta calma.

Daniel se separó del beso, viendo brillar un fino hilo de saliva entre sus labios y los de ella, aún abiertos y sorprendidos de su fuga.

  • Para metértela aún tendrás que esperar. - dijo él sonriendo, haciéndose de rogar.

Incorporándose un poco, comenzó a acariciar con las yemas de los dedos, como hiciera con las piernas, el tronco de ella, pasando por sus costados, su vientre, subiendo hacia sus pechos, aun cubiertos por el sujetador, rodeándolos. Ella volvía a agitarse nerviosa, excitada, ansiosa, moviendo las caderas sobre las que notaba él duro cálido hierro de el.

Pasando las manos por la espalda de ella, quitó el cierre del sostén y libero sus pechos, arrastrando la prenda interior hacia las manos de ella, con su ayuda gustosa al pasar por su cabeza, y dejarlo enrollado en el cinturón que le sujetaba las manos.

Hecho esto, miró los pequeños y oscuros pezones, duros como rocas, orgullosos. Comenzó a acariciarle con las yemas de los dedos las proximidades de los senos, yendo poco a poco acercándose, tardando una eternidad.

  • Eres un cabrón, ¿lo sabes? - dijo ella mirándole con la cara desencajada, desesperada por poder terminar. Daniel sonrió y continuó su trabajo.

Daniel había comenzado a acariciarle y agarrarle suavemente los pezones, masajeándolos, cuando la vio agitarse, encorvándose, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás mientras agitaba frenéticamente las caderas. Al instante dejó de hacerlo, levantándose y quedándose de rodillas a su lado, mientras ella levantaba la cabeza, con mirándole fijamente con los ojos llameantes.

  • ¡¡Joder, joder, joder!!, ¡¡no puedes hacerme esto de nuevo!! - en su voz había un cierto tono de desesperación.

  • No me has pedido que te deje correrte. - dijo Daniel mientras sonreía.

  • ¡¿COMO?!, ¡¿PEDIRTE PERMISO PARA CORRERME?! - exclamó Miriam, casi desquiciada.

Daniel sólo pudo tener la esperanza de que ningún vecino hubiera escuchado el alarido que ella había soltado.

  • ¿Quieres correrte? - preguntó el.

Miriam le miró, desafiante.

  • ¿Tu que crees?

  • Creo que tienes que pedirme lo que quieras, para poder tenerlo. - dijo sonriendo – Confía en mí. - le dijo acercándose al oído, tras lo cual se lo besó, apartándose cuando ella se giró para besarle.

Ella se le quedó mirando fijamente durante un rato, enfrentándose de nuevo en las miradas.

  • ¿Puedes ayudarme a correrme? - dijo finalmente ella, bajando la vista.

  • ¿Cómo se piden las cosas?... - inquirió él, insistente.

  • ¿Puedes ayudarme a correrme, por favor, cabrón? - dijo ella, mirándole con una cierta rabia a los ojos por obligarle a decir eso.

  • Bueno, hay que pulir algunas cosas, pero te lo voy a pasar por esta vez.

  • dijo él mientras sonreía y rodeaba la cama hasta quedar a los pies de la misma.

Miriam le miraba expectante, mientras le veía gatear, subiendo por la cama hasta estar sobre ella, viendo como colgaba el falo que tanto ansiaba, mientras él seguía con una mirada traviesa, observándola.

Daniel comenzó a repasar su cuerpo, echando suavemente su aliento sobre sus antebrazos e ir besando muy ligeramente cada zona por la que pasaba, a la misma torturadora velocidad que había usado en las caricias. Mientras realizaba esta operación hubo un breve momento donde su pene permaneció al alcance de la boca de Miriam. Ésta dudó, orgullosa, sobre qué hacer. Por un lado podría atraparlo y chuparlo, tratando de rebelarse contra el tiempo impuesto por Daniel, aunque complaciendo a éste, o bien podía no hacer nada, para no darle placer y vengarse. Tardó solo un momento en darse cuenta que en la segunda opción, a pesar de no darle placer, si la hacía no cambiarían en absoluto los planes de él. Todo seguiría conforme él quisiera, así que única opción de "rebeldía" era la primera. Desgraciadamente, para cuando lo decidió y trató de alcanzarlo ya se encontraba fuera de su alcance.

  • Niña traviesa – rió Daniel, percatándose de la intención de ella, para volver a su tratamiento.

No lo consiguió, pero ese simple comentario de Daniel pareció hacerle sonreír.

Daniel proseguía su lenta y placentera tortura, llegando ya al cuello desde los hombros. Sintió el impulso de girar la cabeza y tratar de besarle, pero, sin saber cómo, se decidió a confiar en él.

Continuó la lenta procesión, recorriendo su torso, para, tras ir acercándose en espiral, lentamente, dedicarse por uno instantes a sus pechos, especialmente a sus pezones. El efecto fue inmediato, y Miriam comenzó a temblar de excitación.

Transcurrido el tiempo que él juzgó oportuno, continuó bajando por su vientre, desviándose cuando parecía llegar a su sexo, y recorriendo sus muslos, primero bajando por uno, para subir, pasar por la parte baja del vientre, bajar por el otro muslo, y subir de nuevo.

El temblor que sacudía a Miriam era increíblemente intenso. Ella luchaba por no retorcerse, tratando de no molestar a su torturador. Se dejaría hacer, resolvió. Confiaba en él.

Daniel comenzó a aplicar su aliento sobre el sexo de Miriam, viendo ésta, sin poder remediarlo, encorvaba la espalda, irguiendo aún mas esos precioso y firmes senos, cerrando los ojos y puños con fuerza, echando la cabeza hacia atrás, al límite de la explosión. Él acercó sus labios al clítoris, aplicando su aliento, viendo como se le erizaba la piel de toda la zona, increíblemente húmeda hacía ya mucho, y ella se retorcía completamente en el límite del orgasmo, tras el tratamiento recibido y la tensión acumulada por los anteriores.

Simplemente lo besó, y ella estalló. Bastó con poner sus labios sobre su clítoris para que toda la tensión que ella almacenaba, que debía ser inmensa, se desbocara. Ella trataba de retorcerse inconscientemente, guiada por la marea de emociones que le embriagaban.

Daniel abrió la boca y se dedicó a chupar su clítoris, mientras comenzaba a penetrar su vagina con un par de dedos. Miriam puso los ojos en blanco y aumentó brutalmente la fuerza de sus espasmos, de tal manera que Daniel tuvo que usar la mano libre para apretar desde atrás las caderas de ella, de manera que su sexo no se separara de su boca.

Miriam emitía un único gemido que se dilataba en tiempo, enormemente intenso y sensual, que le levantaría el animo a un muerto, inmersa en un estado de placer que la mantenía semiinconsciente.

Llevaba así varios minutos, entre oleadas de placer que se sucedían mientras Daniel continuaba con las estimulaciones, cuando por fin logró retomar algo de control. Orgasmo prolongado durante varios minutos o encadenamiento de orgasmos, fuera lo que fuera, Miriam estaba extasiada.

  • ¡¡Oh, joder, joder, joder!!, ¡¡creía que me moría!!, ¡¡dios, que gusto!!
  • exclamó ella con fuerza.
  • ¿Ves como era bueno confiar en mí? - dijo el, incorporándose y mirándola a los ojos, mientras ella le devolvía la mirada con ojos vidriosos y un gesto de inmensa gratitud. - Y te has corrido con solo un beso – rió él.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y, por un momento, incluso se asustó de tener otro orgasmo. No se veía con fuerzas para aguantarlo.

  • Quítame las ataduras, quiero besarte, abrazarte, compensarte. - dijo ella, con nerviosismo, cuando, repentinamente, fijó sus ojos en Daniel y, puso gesto de niña buena – Por favor, desatarme. Necesito besarte y abrazarte.

Daniel le miró con una expresión mezcla de ternura y diversión.

  • ¿Te portarás bien, confiarás en mí y harás lo que te diga?

  • Sí, sí, sí y cien veces sí, por favor, por favor... - conforme le iban volviendo las energías las ansias crecían.

Daniel primero le desató las piernas, mientras ella trataba de permanecer quieta. Cuando fue a quitarle la atadura del cinturón en las muñecas, su pene estaba a escasa distancia de la boca de Miriam. Con las piernas libres, ahora tenía mas libertad de movimientos, e hizo el amago de aferrarla entre sus labios.

Dándose cuenta de sus intenciones, Daniel alejó su sexo del alcance de su compañera.

  • Aún no, pórtate bien. - dijo él.

Quiso probarla y volvió a situarse en la misma posición, mientras terminaba de quitar el cinturón, el top y el sostén que le tenían atados los brazos. Miriam luchó consigo misma para no volver a hacer el ataque, pero se controló. No quería defraudar ahora a quien le había dado tanto placer.

Una vez liberada Miriam, Daniel se sentó en un lado de la cama, para ver como al instante, sin casi darle tiempo a acomodar sus posaderas, Miriam se le lanzaba encima, haciéndole caer al suelo con ella encima, rodeando su cuello con sus brazos y besándole con una enorme pasión. La abrazó con fuerza, devolviéndole el beso y dejándose llevar por unos instantes.

Permanecieron así varios minutos. Miriam iba recuperando fuerzas, aunque vistas las energías que dedicaba desde el primer momento no parecía haberlas perdido en ningún instante. El falo se encontraba aprisionado entre ambos, pulsante, cuando Miriam, separándose de los labios de Daniel le miró a los ojos, dirigiendo una de sus manos a su pene.

  • ¿Puedo, por favor? - A Daniel le impactó su mirada. Era increíblemente tierna y dulce.

  • Claro que sí – dijo Daniel acariciándole con una mano el cuelo para subir hasta la mejilla y el pelo, besándole de nuevo. No sabía para qué le había pedido permiso, pero no quería estropear el momento pidiendo explicaciones.

Miriam sonrió dulcemente, casi con inocencia, antes de fundirse de nuevo en el beso. El asombro de Daniel se incrementaba exponencialmente. No esperaba esas expresiones. No en esa mujer.

Miriam tomó el miembro de Daniel y lo dirigió a su vagina, levantándose ligeramente sobre sus rodillas para luego ir bajando y empalándose lentamente, con los ojos cerrados y suspirando a cada centímetro que entraba, hasta que estuvo al completo dentro, permaneciendo quieta, apretando el abrazo que le unía a Daniel.

Era un momento bastante tierno y dulce, así que Daniel la dejó hacer, abrazándola mientras le acariciaba la espalda, con mejilla contra mejilla.

Pasaron así varios minutos, tantos que Daniel, si bien se encontraba cómodo, se encontraba un tanto desconcertado, pero sin querer despertar a Miriam de la ensoñación en la que se había sumido. Quería que ella marcara el tiempo de incremento de actividad.

Aún pasaron un par de minutos hasta que Miriam comenzó a moverse lentamente, incrementando muy lentamente el ritmo, mientras se iba incorporando despacio para facilitar sus movimientos, mientras acariciaba el torso de Daniel con devoción, mientras mantenía la cabeza agachada, con su largo pelo cayendo sobre el pecho de él, y sus ojos negros cerrados. Él aprovechó para estimularle el clítoris con una mano y los senos con la otra, mirando extasiado los movimientos de ella.

Cuando el ritmo comenzaba a ser más elevado, finalmente ella abrió los ojos, perdiéndose en los de él. Daniel, notándola muy excitada y cerca del límite, quiso probar una cosa que tenía en mente desde hacía mucho tiempo y no se había atrevido. Pasando los brazos bajo las rodillas de ella y cerrándolos en su espalda, se sentó primero en el suelo para, posteriormente, ponerse de pie con Miriam aferrada a su cuello y sujeta por las rodillas, en el aire, aún empalada por el.

La primera sensación de ella fue de alarma, pero miró a los ojos a Daniel y se tranquilizó. Asintió con suavidad. Confiaba en el.

Daniel la llevo contra la pared, más por miedo a caerse y a hacerle daño que por falta de fuerzas, y ahí comenzó a bombear, interrogando con la mirada a Miriam hasta encontrar el ritmo que ella prefería.

Ella confiaba en él, pero esa postura le provocaba un cierto temor, lo que, unido a la excitación que también le provocaba esa postura, a la constante invasión de sus entrañas que la atacaba como las mareas, haciéndola subir y bajar, y la penetrante mirada de Daniel, todo junto se mezclaba en un cóctel extraño y excitante, diferente a todo lo que había experimentado antes. Igual que diferente de todo lo que había conocido había sido lo que Daniel le había hecho antes, pero había disfrutado de una manera jamás imaginada. Lentamente comenzó a sentir que un ligero temblor la invadía. Por un momento se alarmó, pensando en lo peligroso de esa postura si en el orgasmo se sacudía como en el anterior. Y la simple idea del peligro, sorprendentemente para ella misma, le excitó aún mas, acercándole al clímax.

Daniel lo comprendió. Notó el temblor, y lo confirmo en los ojos de ella. Aumento la velocidad de las embestidas y comenzó a besarle los brazos, los hombros, el cuello, el oído, y todas las zonas que pudieran excitarla. Tenía las manos inhabilitadas sujetándola, y quiso compensarlo con la boca.

Y lo hacía. Miriam sentía deslizarse su masculinidad dentro de ella, y como sus duros pezones se frotaban contra el pecho de Daniel, y como los besos de él la recorrían provocándole escalofríos. Se abrazó con fuerza a él mientras estallaba, escapándosele un fuerte y continuo gemido que duró casi treinta segundos.

Comparado al orgasmo anterior, éste había sido mucho más débil. Sin embargo, interiormente le había llenado más. Le había encantado estar abrazada a Daniel, pudiendo confiarse a él, sintiendo el abrazo devuelto. Daniel la sacó de su ensoñación envolviéndola en un tierno beso, mientras la dejaba caer con suavidad en la cama, quedando sobre ella.

  • ¿Qué postura prefieres? - preguntó él, con ternura.

Miriam meditó. Si bien no había estado con demasiados hombres, había hecho una cantidad de posturas bastante elevada, que revisaba buscando la que más le apeteciera. De repente el rostro se le iluminó. Había una postura que, pese a haber leído que era muy placentera para las mujeres, y ser bastante común, no la había practicado por su orgullo, al ser considerada por algunas personas como "degradante" para la mujer. Pero con él ella no se sentía degradada. La había atado, "torturado" e incluso humillado, pero en cuanto ella había dejado de lado el orgullo y la soberbia la había tratado muy bien. De hecho, mejor que el resto.

  • En plan perrito – dijo ella con un cierto tono de rubor.

Daniel se extraño, inclinando ligeramente la cabeza, al ver arreboladas sus mejillas con ese tono rojo por una petición tan mundana, pero sonrió, asintiendo y le besó.

Daniel se separó, poniéndose de pie en el borde de la cama, permitiendo que ella se colocara donde prefiriera, mientras la observaba.

Miriam se colocó lentamente mirando al cabecero, y giró la cabeza, sonriendo con cierta vergüenza en sus mejillas, invitando a Daniel a ir.

Daniel se colocó detrás de ella, acariciándole la espalda, bajando lentamente hasta sus senos y estimulándolos, dejando allí una de sus manos en esa función mientras con la otra bajaba, acariciando el vientre, para pasar a los muslos y, finalmente centrarse en el clítoris mientras comenzaba a penetrarla, dedicándose a recorrerle cuello y espalda besándosela..

En ese momento Miriam entendió el por qué muchas mujeres adoraban esa posición. Una infinidad de estímulos le inundaban de todas las zonas, haciéndole perder todo sentido de la realidad.

Permanecieron así varios minutos, cuando comenzó a sentirse otra vez inundada por el temblor. Se aferró con fuerza a la colcha de la cama, encorvándose de tal manera que Daniel la penetró incluso más profundo, desatando el clímax, haciendo que sus brazos y piernas fallaran, cayendo sobre la cama entre espasmos, con el miembro de él dentro suya, que presionó aun más su vagina al caer el cuerpo de él sobre ella, haciendo que los espasmos incrementaran su intensidad.

Daniel permaneció quieto, masajeando su clítoris y sus pechos, y besando su espalda, pero sin moverse en su interior, dejándola disfrutar.

Tras unos instantes de descanso, Miriam levantó la cabeza, tratando de mirar a Daniel. Para facilitarle la labor, éste salio de dentro de ella y se quedó de rodillas, mientras ella inclinaba el tronco para observarle, con una mirada de infinito agradecimiento.

Daniel sonrió, mientras le acariciaba la espalda, mientras le miraba ese precioso trasero.

  • Dios, ¡aún no te has corrido!

  • Me cuesta, me lleva su tiempo, mi cabeza esta algo estropeada – comentó jocosamente Daniel.

Ella le vio mirarle fijamente el culo, mientras sentía como lo acariciaba la espalda. Él parecía querer entrar también ahí. Miriam se puso a pensar, con la mirada en el vacío. Por una parte, ella era virgen por ahí, le daba un cierto miedo, y a algunas les dolía mucho. Por otra parte, a quienes le gustaban parecían disfrutar mucho, y si tenía que probarlo con alguien, Daniel era probablemente el que mejor la iba a tratar. Además ya sólo por cómo le había tratado hasta ahora y cómo le hacía sentir se había ganado ser el que lo estrenara. Meditó unos instantes, insegura.

  • ¿Quieres hacerlo por ahí? - preguntó finalmente Miriam.

  • Perdón, ¿por donde? - preguntó Daniel, confuso y algo distraído.

  • Por donde no has dejado de mirar – dijo sonriendo ella, pero, donde antes hubiera habido una sonrisa de una creída que se pensara superior, ahora estaba la de una mujer halagada, mezclada de una cierta ternura.

Daniel no pudo dejar de apreciar el cambio que se había efectuado en ella.

  • ¿Lo has hecho alguna vez por ahí? - preguntó un tanto azorado.

Miriam le vio la expresión, que le llegó al alma. Era todo un hombre y un tierno muchachito a la vez, y cada cosa cuando debía, no como muchos otros.

  • No, pero quiero intentarlo contigo, ¿lo has hecho así tu antes con alguien? – dijo ella en un tono dulce, y algo azorada también.

Daniel abrió los ojos, con asombro, mirándola fijamente.

  • Ufff, Miriam... ...no, no lo he hecho así con nadie. Y me da miedo hacerte daño, creo que es mejor dejar eso, no quiero que lo pases mal.

Le impactó no ya solo lo que le había dicho, sino que era totalmente sincero. De verdad que no quería hacerle daño, solo quería hacerla disfrutar. Eso y el hecho de que él tampoco hubiera hecho eso antes le hizo tomar una resolución.

  • Daniel, quiero hacerlo, y quiero que seas tu, ahora. - dijo con seguridad. - Si me duele demasiado siempre podemos parar. Y esto ya ha sido lo suficientemente bueno como para recordarlo toda mi vida como un polvo brutal. - Se detuvo unos instantes, observando a Daniel, que se retorcía nervioso, inseguro. Cada vez le tenía más cariño, sin poder evitarlo. - Empiezo a entender ya la diferencia entre un polvo y un gran polvo. - añadió sonriendo, esperando arrancar una sonrisa a su compañero de juegos, para tranquilizarlo.

Sus palabras tuvieron el efecto deseado, iluminándole el rostro. Miriam no podía creer que hubieran personas así, acostumbrada a tratar con otro tipo de hombres.

Daniel se inclinó y le besó las nalgas con dulzura.

  • Si te duele me avisas, ¿vale?

  • Confío en ti – dijo ella mirándole fijamente a los ojos, esperando su reacción.

El semblante de Daniel se iluminó, con otra cautivadora sonrisa que cautivó a Miriam. Daniel se acercó, tumbándose sobre ella, besándola con ternura en los labios, mientras le acariciaba la mejilla con una mano. Ella le devolvió el beso. Si antes tenía alguna duda, ahora estaba convencida. Él debía ser el primero en invadir su otra intimidad.

  • Espera, toma – dijo Miriam, tras rebuscar en un cajón de la mesilla sin moverse de donde estaba, tomando aceite para masajes y un par de condones. - A falta de lubricante... ...y, bueno, lo otro es evidente, para que no acabes manchado. Uno para los dedos y otro para mi instrumento favorito tuyo – terminó mientras reía.

Daniel tomó ambos objetos y se puso manos a la obra con el aceite, untándole las nalgas con generosidad, mientras metía un dedo en un preservativo y comenzaba a estimular la prieta abertura.

Miriam estaba disfrutando del masaje, tanto del recibido por las nalgas como el circular que acechaba su virgen ano, pero vio a Daniel sin estar del todo erecto, por tanta charla, así que le pidió que se tumbara para hacer un 69.

  • Así podemos hacer otra postura – rió ella.

Daniel se colocó debajo, poniendo la almohada doblada bajo su cuello, dejando caer Miriam su pelvis sobre el cuello de quien le iba a quitar su segunda virginidad, y dedicando a animarle a base de besos en el capullo y pases de lengua por las zonas más sensibles, mientras ella recibía estimulación en sus dos agujeros. Tal vez hubiera cosas que ella no había probado, pero definitivamente las mamadas sí, vista su maestría.

La postura era algo incómoda, pero Daniel iba haciendo progresos lentamente, sin forzar lo más mínimo, mientras Miriam comenzaba a intentar alojar su falo en su garganta. Al cabo de un rato Daniel consiguió insertar un dedo completo. A Miriam se le escapaban jadeos intermitentes. Cierto era que, en determinados momentos, y a pesar de la suavidad de Daniel, había sentido un leve dolor, pero él no había forzado en ningún momento, y ella estaba dispuesta a asumir un grado bastante más elevado de dolor por él. Además, mentiría si negara que, en realidad, le estaba gustando. Ya fuera por la excitación de lo nuevo, o por que fuera él quien lo hiciera, el caso es que se le unía a las nuevas sensaciones que percibía y, diferentes de las que conocía, trataba de aprenderlas, disfrutándolas.

Miriam se sorprendió lo poco que tardo en entrar el segundo dedo, comparándolo con el primero. Tardo algunos minutos, pero bastante menos que el explorador inicial. Sentía los dedos de Daniel dentro de sus intimidades, frotándolos, presionando entre ellos, haciéndole sentir toda una nueva serie de sensaciones.

Tras unos minutos más de masajes acompañados de nuevas lubricaciones con aceite, Miriam giró su cabeza, mirándole, y le dijo que empezara.

Ella permanecía en la misma posición mientras Daniel se colocaba detrás de ella, sin prisas, como lo hacía todo. Se puso el condón mientras le besaba la parte baja de la espalda. Miriam sintió un cierto temor, pero no quiso echarse atrás.

Sintió el glande de Daniel en su virgen agujero, sin presionar, como llamando a la puerta. Se sorprendió a si misma al notar como le palpitaba el ano. Daniel le acarició el costado con la mano derecha, mientras que, con la izquierda, estimulaba de nuevo su clítoris. Así permaneció por unos instantes, hasta que sintió como le abandonaban las manos, para fijarse una en su cadera. Al girarse, observó a Daniel, con su miembro en la mano y cara de concentración y algo de preocupación. Sonrió y se dejó hacer.

Daniel avanzó muy poco, apenas insertando la punta del glande, y se detuvo. Había entrado con facilidad, gracias a la dilatación que había ido dedicándole, pero quería ir poco a poco, dándole tiempo a ella a habituarse. No dejaba de inundarla de caricias, mientras buscaba signos de dolor, para salir si se producían. Tras unos instantes, insertó otra pequeña porción y se detuvo de nuevo.

Miriam se sentía extraña. Era una sensación rara. Si bien era cierto que, a pesar del cuidado de Daniel había sentido un leve dolor, era tan tenue que no le daba importancia. Además, sentía un extraño placer que no reconocía. Daniel siguió el lento proceso, mientras ella estudiaba las sensaciones. Cuando ya hubo algunos centímetros, empezó a notar más la presión en sus tripas. Era una extraña sensación, como de querer ir a evacuar, pero unida a otra serie de placenteros estímulos.

Tras bastantes minutos, muchos más de los que ambos creían, Miriam sintió las caderas de Daniel en sus nalgas, y sus testículos golpeando suavemente su sexo.

  • ¡Joder! - exclamó ella, girándose sorprendida para observarle, sin moverse, con todo él enterrado en su interior - ¿ha entrado todo?

Daniel asintió suavemente con la cabeza en silencio, mientras se inclinaba sobre ella, besándola, y, dejándose caer sobre su espalda, tomo sus senos con una mano, y, metiendo dos dedos en su vagina, uso la palma para estimularle el clítoris, todo en lentos movimientos, mientras permanecían sus caderas unidas y quietas.

  • Dejame a mi llevar el ritmo – dijo Miriam, dejando de besarle por un momento.

Daniel simplemente sonrió de manera dulce y asintió con la cabeza. A pesar de la postura tan forzada que tenía que hacer para besarle, ella no pudo evitar lanzarse a sus labios con pasión.

Instantes después, dejando de besarle y echando la cabeza al frente, mientras seguía notando las manos de Daniel enloqueciéndola en sus pezones y sexo, y su boca besando y recorriendo su cuello y espalda, comenzó a moverse, despacio, de atrás a adelante. Seguía abrumada por esa diferente sensación, que se mezclaba a las otras conocidas, formando entre todas una nueva fuente de placer.

Poco a poco fue acelerando el ritmo, mientras notaba como él también aceleraba la mano que tenía enterrada en su entrepierna, y notando como volvía el ligero temblor que tantas veces le había visitado esa noche.

Daniel sentía también unas sensaciones completamente nuevas. Era impresionante lo cerrado y prieto que sentía su miembro, presionado de manera brutal, aumentando una excitación que, tras todo lo vivido hasta ahora, con la suma de estar haciendo una de sus fantasías, perforar un culo perfecto, le hacían temblar a él también. Cuando notó que los movimientos de cadera de Miriam eran lo suficientemente fuertes y rápidos, comenzó él a bombear con fuerza, apoyándolos para aumentar la cadencia, viendo como las firmes carnes de sus nalgas botaban a cada envite, mientras entre ella se deslizaba con fuerza, entrando donde, hasta ahora, nadie había entrado antes.

Ambos comenzaron a notar los avisos del orgasmo en el otro, lo que contribuyó a acelerar el propio. Ésta vez fue Daniel quien terminó primero, agarrándole con fuerza de los senos y tirando hacia él, mientras le empujaba con sus caderas, tratando de dejar su falo hasta el último milímetro en su interior, permaneciendo en esa postura casi un minuto para, una vez más relajado, seguir bombeando su miembro casi completamente erecto con más fuerza, intentando provocar que terminara ella, mientras volvía a repartir sus manos entre sus senos y su sexo, y sus labios volvían a su cuello.

Tras unos minutos, ella estalló, moviéndose como una culebra, ensartada, hasta que, fallándole los brazos, cayó rendida en la cama, con él encima, dejando aprisionadas las manos que habían estado dando placer, aunque los dedos traviesos que tenía incrustados en su sexo seguían moviéndose ligeramente, mientras ella seguía moviendo su inaugurado trasero, con su preciado visitante aún en su interior.

El miembro de Daniel fue perdiendo su tamaño poco a poco, mientras el terreno invadido iba cerrándose de nuevo, rodeándolo aún. Sacándolo, para evitar que el condón se le soltara en su interior, permaneció sobre Miriam, sacando sus manos de debajo de ella para abrazarla y acariciarle.

Ésta, se giró sobre si misma, haciendo que Daniel cayera a su lado, boca arriba, y se tumbó sobre él, mirándole a los ojos.

  • ¿Te ha gustado? - preguntó él, con curiosa inocencia.

Miriam abrió los ojos, riendo mientras echaba la cabeza hacia atrás.

  • Me ha encantado, y por muchas razones – le respondió, con una mirada tierna.

Sin moverse de su posición, estiró un brazo hacia atrás, hasta aferrar el pene de Daniel, para quitarle el preservativo, que arrojó a un lado de la cama. Sin mirarse la mano, para no romper el momento, se limpió en la colcha, y, con los brazos apoyados sobre los codos, tumbada sobre él, notando sus latidos en los pezones que, duros, apretaba contra su pecho, le acariciaba la cara, mientras él la abrazaba acariciando la espalda, hipnotizados ambos en los ojos del otro, tratando de ver en su interior.

Permanecieron varios minutos así, quietos, hasta que ella notó una dureza que, creciendo, comenzaba a tocar su sexo, haciendo que la inundara una ola de calor, haciéndole mostrar una sonrisa traviesa.

  • Así que todavía tienes ganas de guerra, ¿eh?

Daniel sonrió, encogiéndose de hombros, pero no contestó.

Miriam deslizó una de sus manos hacia el hasta entonces durmiente intruso, para dirigirlo a su intimidad. Deslizándose un poco hacia atrás, lo hizo entrar dentro de sí.

  • Te voy a ayudar a relajarte, pero después de esto nos dormimos, que me vas a matar, casi no puedo moverme – dijo ella entre risas, mientras, aún echada sobre él, comenzaba a mover furiosamente las caderas, para ver como él le respondía moviendo las suyas. Cosa que agradeció, porque poco después, demasiado cansada, simplemente se dejo hacer, quedándose quieta mientras él continuaba.

Un rato después, comenzó a notar como la violencia de la penetración aumentaba, embobada observando los gestos y la cara él, hasta que sintió como la aferraba con fuerza, apretándola contra él, al tiempo que se sentía irrigada por un cálido fluido en su interior, todo sin dejar de mirarse a los ojos. Había sido jodidamente sensual, aunque no se hubiera corrido. Dudaba que hubiera podido, tan cansada como estaba.

Daniel hizo un amago de quitarla de encima para levantarse, pero ella se lo impidió. Aún tenía su miembro dentro, y seguían abrazados.

  • Tu no has terminado... - dijo él, tratando de justificar el tratar de levantarse.

  • ¡Y no creo que pueda! - rió ella. - Me tienes agotada, solo quiero quedarme así toda la noche. - dijo, mientras se acercaba a besarle.

Tener a una persona encima es algo incómodo para dormir, y más estando aún dentro de ella, pero lo más duro que se le clavaba a Daniel eran los pezones de ella. Podría dormir así.

  • ¿Sabes? - dijo ella de repente -, podría enamorarme de ti, si no fuera porque ya quieres a alguien – dijo, mientras se apretaba contra él.

Daniel se quedó bastante desconcertado, y no alcanzó a decir nada. Tanto por el hecho de que dijera que podría enamorarse de él como por que hubiera dicho que él ya quería a alguien. Sin embargo, trató de relajarse, tratando tomar únicamente como halago.

Sonrió y, abrazándola, poniendo sus cabezas juntas, mejilla con mejilla, se relajaron, tratando de dormirse, después de que ella estirará un brazo para apretar el interruptor y apagar la luz.

Decir que habían estado así toda la noche era tan solo un decir. Había llegado ya casi amaneciendo, y llevaban ya bastantes horas, por lo que, a pesar no poder ver la luz al estar la persiana completamente bajada, cuando terminaron era ya mediodía.


Se agradecerían comentarios, para tratar de mejorar en la medida de lo posible. De hecho, se aceptarían con mucho agrado, ya sea para realizar críticas como para saber cuales son los mejores puntos de cara a continuar hipotéticamente la historia.

Y lo pongo como interrogante porque he averiguado en mis carnes que escribir cosas así sin tener ahora mismo una pareja con quien desfogarse, después de estar un rato escribiendo e imaginando escenas, es algo que roza la tortura, jejeje.