Las reglas del juego

Cuando Marta me propuso formar parte de un trío con Carlos y ella, me excitó la idea. Al explicarme sus reglas del juego, acepté sin pensarlo.

LAS REGLAS DEL JUEGO

Entre los labios de Marta y los míos, la polla de Carlos, altiva, erguida, las venas intensamente marcadas en la piel lubricada por nuestras lenguas moviéndose al unísono, el capullo al descubierto, ancho y rosado, deliciosamente suave en el roce con el paladar cuando, a turnos, nos los intercambiábamos para apropiarnos de él en exclusiva, chupándolo y haciéndolo desaparecer en el interior de las bocas hambrientas. Carlos de pié, las piernas ligeramente abiertas, las manos en nuestras nucas, acariciándonos el pelo, empujando nuestras cabezas contra la verga ardiente, jadeando al ritmo de nuestros labios chupadores, de nuestras propias manos cerradas sobre el tranco, agarrándolo, meneándolo hacia arriba cuando la boca bajaba, hacia abajo cuando la boca subía. Marta y yo, de rodillas, magreando con la otra mano las nalgas de Carlos, hurgando entre ellas para buscar el aro de su orificio anal, para horadarlo con nuestros dedos que dilataban el estrecho agujero, el músculo cerrado del culo que parecía atrapar como una ventosa el dedo que penetraba en sus entrañas.

De rodillas nos sentíamos sometidos. Nos excitaba esa sensación de dominio que Carlos imponía al empujar con sus manos nuestras cabezas contra su polla, al tensar los músculos de sus robustas piernas cuando nuestras lenguas la recorrían, al decidir a quién correspondía tragársela, hasta que él considerara oportuno el cambio, sabedor de que otra boca ansiosa esperaba su turno. A Marta y a mí nos encantó el momento en que Carlos se agarró la verga y la levantó para obligarnos a que nuestros labios se juntaran, se besaran, se mordieran, se chuparan, impregnados de sus primeros jugos. Los labios de Marta y los míos sabían a polla de Carlos, a semen de Carlos, a huevos de Carlos. Marta y yo nos besamos ardorosamente, sin poder separarnos porque Carlos apretaba nuestras nucas para que el beso se eternizara mientras frotaba su polla contra nuestras mejillas y nuestras frentes, como queriéndonos recordar que, tras el beso, volveríamos a ella, cuando él lo decidiera.

Carlos y Marta son pareja. O algo parecido. Viven bajo el mismo techo y comparten tiempo libre y aficiones. También comparten cama, para dormir y para follar. Y a veces se comparten ellos mismos con otros y con otras, sin más ataduras que las que imponen las reglas de un juego que ellos mismos inventan. Esta vez, a tres bandas, dos hombres para Marta. Pero no sería ella únicamente la penetrada. Le tocaba a ella definir las reglas. Y en sus reglas pactaron expresamente que ella podría chupar las pollas de los dos pero que Carlos solo podría penetrar al otro hombre. Su coño y su culo le estarían vedados, prohibidos, quedando tan solo a disposición del macho invitado que tendría que ser forzosamente sodomizado por Carlos.

Yo era el invitado. Amigo de los dos, me había acostado con Marta en varias ocasiones pero siempre a solas. Me gustaba follar con ella, pequeña y sensual, ardiente y desinhibida en la cama. Cuando me propuso formar parte de un trío con Carlos y ella, me excitó la idea. Al explicarme sus reglas del juego, acepté sin pensarlo. Me resultaba realmente morboso follar con Marta delante de su compañero pero aún más si este no iba a ser un simple testigo. Me gustaba ese rol de macho pasivo penetrado por otro macho, poder chupar su polla y poder sentirla en el interior de mi culo.

Carlos sería el macho activo y asumió su papel desde el primer momento. Dominante, obligó que nuestras lenguas recorrieran su torso desnudo, se detuvieran en sus tetillas endurecidas antes de bajar hasta su vientre, su pubis y su verga empalmada. Marta y yo nos dejábamos hacer, sin tocarnos, salvo los besos profundos a los que Carlos nos invitaba cuando retiraba su polla para que nuestras bocas se encontraran y que interrumpía con un leve tirón de nuestros cabellos para separar nuestras cabezas y volver a colocar su verga al alcance de nuestros labios.

Bastó una leve indicación de Carlos para que yo me recostara sobre la moqueta y Marta se subiera a horcajadas sobre mí, agarrara mi polla erecta con una de sus manos para situarla en el mismo centro de su coño que lentamente fue descendiendo hasta engullirla. Sentí caliente el roce de sus nalgas, levemente posadas sobre mis huevos antes de volver a elevarse para iniciar la rítmica subida y bajada de su sexo empapando la prieta carne de mi verga. Mientras Marta la cabalgaba, apretando sus pechos con sus manos y moviendo su menudo y sensual cuerpo al compás que marcaban sus jadeos, Carlos, arrodillado junto a mi cabeza, me ofrecía su polla para que volviera a mamarla. La chupé con la misma cadencia que me imponía el galope de Marta sobre mi polla, deteniéndome a veces en su glande para liberar algunos de mis propios jadeos y sin dejar de meneársela con mi mano aprisionando la parte baja del tallo. A veces Marta adelantaba sus manos y vencía su torso para que fuera yo quien la empujara y marcara el ritmo de la penetración. La cercanía de los labios de la chica provocaba en Carlos el inmediato impulso de apartar su polla de mi boca para que fuera su compañera quien continuara la mamada. Era excitante tenerla allí encima, sentir como frotaba su clítoris contra mi vientre cuando mi polla retrocedía antes de volver a embestirla, poder amasar sus tetas y juguetear con sus pequeños y durísimos pezones, oírla gemir en los breves segundos en que Carlos sacaba su tranco chorreando saliva para que Marta tomara aire antes de volver a engullirlo delante de mis ojos.

Como siempre, fue Carlos quien ordenó el cambio de postura. Con Marta a cuatro patas, yo me arrodillé tras ella para estimular su ano con mi lengua y con mis dedos. Y en idéntica posición, Carlos se situó a mis espaldas para hacer lo propio con mi culo. Sentía su lengua humedeciendo el pequeño agujero de entrada que después era ensanchado por sus dedos impregnados de saliva, primero uno, después dos, más tarde tres hurgando, abriendo, dilatando el estrecho orificio. Casi miméticamente, el culo ofrecido de Marta era dilatado por mis dedos que entraban y salían tratando de agrandar el hueco para la inmediata penetración. Me acerqué para atrapar mi polla entre sus nalgas mientras mis manos agarraban sus pechos colgantes por la postura. Detrás mía, Carlos acariciaba mi espalda y apretaba su verga contra mi piel, frotándola en la hendidura que separa mis nalgas. Yo ansiaba penetrar a Marta y sentir como Carlos me penetraba, por lo que agarré mi polla para situar el capullo en la entrada del culo de la chica que tensó sus brazos para apoyar firmemente sus manos en el suelo y separó un poco más sus rodillas, facilitándome la introducción de la verga que, pausadamente, palmo a palmo, fue haciendo ceder la natural resistencia de su esfínter, con suaves movimientos de entrada y salida que acabaron por dilatar su culo.

Recostado sobre Marta, cabalgando su grupa cada vez con mayor fuerza, separé un poco más sus piernas con las mías para ofrecer mejor mi culo a Carlos que ya había empezado las primeras maniobras para penetrarlo. Con más impaciencia y menos delicadeza que la que yo había usado para encular a Marta, Carlos empujó su polla, forzando la entrada en mi agujero. Protesté con un leve quejido, penetrando un poco más a mi amiga para tratar de separar mi culo del duro ariete que trataba de conquistarlo, lo que me valió un par de secos azotes y la orden tajante de Carlos para que no opusiera resistencia. Con mi polla clavada en el interior de Marta, detuve mi movimiento para favorecer la penetración de Carlos que había vuelto a lubricar mi entrada con abundante saliva y al que bastó empujar dos o tres veces para atravesarme las entrañas, empalándome con su grueso carajo y haciéndome gritar por un dolor incipiente que se fue mitigando a medida que mi amigo fue moviendo su polla en el interior de mi culo abierto y sometido.

La doble sodomización de Marta y mía nos provocó temblores y gemidos de placer. Mis embestidas hicieron que la chica se desplomara, dejando caer sus brazos hacia delante y doblando el tronco hasta apoyar el rostro sobre el suelo, los pechos rozando la moqueta, el vientre levantado y sujeto por mi brazo izquierdo, flexionado para que mis dedos alcanzaran a estimular y penetrar su coño licuado y palpitante. Cuando detenía mi empuje, era Carlos el que sujetaba mis caderas para penetrarme con fuerza. Sentía entrar y salir su polla de mi culo, clavándomela hasta notar su vientre en mi espalda, logrando que a su vez mi cuerpo se fusionara con el de Marta, como si su polla pudiera atravesarnos a los dos de un solo golpe. Pude sentir en mis dedos el torrente de flujo del coño de Marta en el justo momento en que su cuerpo convulsionaba en un intenso orgasmo. A punto de correrme yo también, la descabalgué para evitar eyacular, liberándola de mi cuerpo y de mi brazo, lo que ella aprovechó para darse la vuelta y tumbarse boca arriba, con su cabeza a la altura de mis piernas, jadeando aún por el inacabado placer.

El empuje de Carlos hizo que yo también inclinase mi torso para quedar mi culo levantado y a su merced. Sobre el vientre de Marta ahogué mis inevitables gemidos por el gozo que me causaba la frenética embestida de Carlos y el rápido meneo de las dos manos de Marta ordeñando mi polla. Un ronco grito y un entrecortado jadeo acompañaron la corrida de Carlos en el interior de mi culo, anegando mis entrañas de leche caliente. Sin sacar su polla, esperó a que su chica acabara su trabajo, la obra maestra de sus manos estrujando el tallo y la cabeza de mi verga, tensando y destensado la piel en rápidas acometidas desde los huevos al capullo que me hicieron estremecer, resoplar, gemir y, finalmente, explotar de placer al correrme sobre el rostro y los pechos de Marta que no dejó de sacudir y menear mi polla a su antojo hasta verter la última gota de leche.

Era el final de un juego que acabó por dejarnos exhaustos. Todos habíamos respetados las reglas impuestas por Marta. Tras la reconfortante ducha, me despedí de aquella singular pareja de amigos. Ya en la puerta, a punto de marcharme, Marta se acercó para darme un último beso y mordisqueando el lóbulo de mi oreja, me susurró al oído: “La próxima vez, tú serás quien ponga las reglas del juego” .

Bisslave