Las reglas del juego
Al principio le dejó hacer, pero poco a poco se fue haciendo dueña de la situación, dejando pistas de placer a su amante, cada vez que sus labios subían hasta su clítoris y se cerraban a su alrededor chupándolo con fuerza, pero con delicadeza, a la vez que usaba la punta de su...
– No habrá culos mejores que ver aquí como para perder el tiempo con el mío.
– Estás muy buena, nada que desmerecer respecto al resto de culos del local. Y repito, se ha quedado mirando para tu culo.
José Manuel sonrió antes de dar un trago a su gintonic, a veces se preguntaba por qué lo pedía si, en el fondo, no le gustaban demasiado. Desde que se habían puesto de moda, no pedir uno significaba que te quedabas fuera de la conversación, al menos durante la primera media hora.
– Por cierto, ¿Quién es?
– Un amigo de Luisa y Miguel, y al parecer ha probado más de cien tipos diferentes de gintonics, lo más cojonudo es que se acuerda de lo que llevaban cada uno de ellos. ¡Ah!, y el que se quedó mirando para tu culo.
– Si quieres le doy otro pase
Dijo Amparo en tono desafiante, y con su media sonrisa, mientras machacaba el hielo de su caipiriña con la pajita. Su marido se quedó viendo para ella, no sin cierta envidia, de aquel vaso relleno de hielo picado con la lima, y el borde espolvoreado con una generosa corona de azúcar. Amparo no se dejaba llevar por las modas, siempre le recordaba que él era un bebedor social, y que por eso nunca disfrutaba de la consumición.
– No hace falta, creo que ya le da para paja.
– ¿Y tú? ¿Te conformas con una pajita o hoy aspiras a algo?
Tras veinte tantos años de matrimonio, y bien entrados los cuarenta seguían teniendo chispa, habían perdido algo de aquella fogosidad inicial, pero no la buena costumbre de follar, y lo que era más importante, excitar al otro para follar con ganas, y no por rutina.
El ligero sabor amargo que de la cachaza mezclado con el de la dulce acidez la lima, la hizo sentirse bien, estaba disfrutando de aquella última noche. Además, el cálido y húmedo clima caribeño la estaba estimulando de más, en veinticuatro horas volverían a su pequeño piso donde tenían que follar con el silenciador puesto, y esa noche sería el último polvo en libertad sin ningún tipo de restricciones.
Aquella era su última noche en el resort, al día siguiente tomarían un avión rumbo Madrid, dejando atrás el sonido y aroma del mar del Caribe y sus últimos días de vacaciones de este año. Era la cena de despedida del grupo de amigos que se había formado en el viaje, todos matrimonios que rondaban la cuarentena, y que pasaban esa semana en aquel hotel del Caribe dominicano. Posiblemente, nunca se volvería a ver, pero se llevaban un buen recuerdo de los días que habían pasado juntos compartiendo sol, playas y alguna excursión en catamarán.
La noche transcurrió como se esperaba pasando de la alegría inicial, el compendio de anécdotas de la semana, hasta llegar a esa sensación de tristeza en el estómago a medida que iba llegando el final.
Después de un par de copas y algún baile en la discoteca del complejo, Amparo y José Manuel decidieron que era un buen momento para retirarse, y aprovechar lo que quedaba de noche para ellos solos. Tras los besos y abrazos de despedida, se perdieron entre la frondosa vegetación bajo la cual se ocultaba en gran parte del camino que llevaba a su apartamento.
El sendero que llevaba a su cabaña estaba embaldosado trozos de pizarra gris cuidadosamente desordenados, entre rectas y curvas que transcurrían entre rincones oscuros, y otros semi oscuros levemente iluminados por farolas que desprendían tenue luz amarilla. La primera noche, como no podía ser de otra forma, se perdieron en el laberíntico sendero, pero aquella noche, como salido de la nada, apareció uno de los vigilantes nocturnos que amablemente los acompañó hasta su cabaña.
La mano de José Manuel intentaba colarse bajo la falda de su mujer, pero ella se deshacía con facilidad de sus intentos, no porque no le gustase, sino porque quería ponerle aún más cachondo, era la última noche y su avión no saldría hasta bien entrada la tarde, así que no tenían que madrugar.
– Ahora sé que miraba el amigo de Luisa y Miguel. A trasluz se te ve toda la braga. Por cierto, ¿Son nuevas?
– No me jodas, ¿Y me lo dices ahora?
– Ya sabes que de lejos no veo una mierda, me acabo de dar cuenta.
Esta vez el intento de José Manuel tuvo éxito, su mano alcanzó la fina tela de encaje sobre el sexo de Amparo, y sintió la humedad de su sexo trás ella, por un momento pensó en hacerlo allí mismo, pero recordó al guardia de la primera noche, y prefirió parar. Además, el rostro entre vicioso y contenido de Amparo, daba a entender que estaba pensando lo mismo.
Siguieron caminando, recordando los días pasados y la cena, se habían adaptado muy bien a aquel grupo y los echarían de menos una temporada, después posiblemente serían un mero recuerdo.
– Durante la cena vi un par de cosas, pero no sé, creo que estoy demasiado cachonda, y eso me hace ver cosas que no son ciertas.
– ¿El pico entre Luisa y tu mirón?
– ¿Tú también lo viste?
– Bueno, como sabes no veo una mierda de lejos.
Ambos se quedaron callados, y durante unos minutos solo se oía los murmullos lejanos de bar mezclados con los de algún pájaro tropical, al que los huéspedes del hotel habían acostumbrado a trasnochar.
– Y una mierda, los viste igual que yo.
– Bueno, yo realmente los vi dos veces, una cuando salían del cuarto de baño él y Luisa, y otra fue en la pista de baile. Estaban los cuatro Miguel, Luisa, él y su acompañante. El resto estabais de espaldas, yo estaba en la barra y juraría que los cuatro se estaban morreando, pero con la supuesta pareja del otro.
— Te estás quedando conmigo.
Aquel fue el primer viaje que realizaban, tras muchos años fuera de España, habían encontrado el típico paquete de vuelo y estancia en un hotel de Samaná. Buffet y sol no era su tipo de vacaciones preferido, pero el bolsillo y las ganas de perder de vista a sus hijos por una temporada, hizo el resto.
Nada más entrar en la cabaña, su marido la agarró por la cintura y le pidió que se quitase la blusa, la habitación estaba casi a oscuras, únicamente un leve haz de luz que se colaba por las cortinas entreabiertas, que se proyectaba sobre su pechos una vez despojada de blusa y sujetador, mientras José Manuel bajaba lentamente sus bragas y se perdía entre sus muslos. Amparo cerró los ojos dejándose llevar, sentía su piel pegajosa producto de la humedad del ambiente, pero lejos de hacerla sentir incómoda la excitaba más, casi podía oler su propio aroma mezclado con el de José Manuel.
Amparo recordó aquella última noche en Punta Cana mientras el taxi se perdió por la bocacalle continua de donde los había dejado. instintivamente, sin pronunciar palabra, cruzaron sus miradas en busca de alguna duda que les hiciese echarse para atrás, un simple whatsapp con una disculpa habría bastado, ese era el trato. Una sonrisa nerviosa, sin palabras, fue la señal para subir la empinada y empedrada cuesta que llevaba al restaurante donde habían quedado.
Conocían perfectamente el establecimiento, no era la primera vez que iban, siempre habían comentado que era un lugar idóneo para tener una cita, su ambiente acogedor, su multitud de estancias con mesas en las que podías cenar a solas, hacían honor a su nombre “El Amante”. Una camarera los acompañó a la segunda planta, donde los esperaban.
— Hemos pedido un rosal, a nosotros nos gusta mucho, espero no habernos precipitado. Tomad asiento, por favor
Esas fueron las primeras palabras de Jaime, mientras separaba una de las sillas de la mesa para que Amparo se sentase, a la vez, Lydia con una señal le pidió a José Manuel que se sentase a su lado.
— Un rosal está bien, es agradable al paladar, fresco y afrutado en su justa medida. — Nada más terminar la frase, se percató que tremenda soplapollez que acaba de decir estaba a la altura del tipo de los mil gintonics. — Si lo hubiese dejado en afrutado, no hubiese resultado tan pedante, ¿Verdad?
— Siempre me ha gustado esa tonalidad de azul de su botella, — dijo Lydia a la vez que Jaime llenaba las copas de la pareja. — Y su espumante ola rompiéndose en ella, pero lo que importa es que maride con lo que nos vamos a comer. Brindemos por ello.
Aquel brindis ayudó a romper el hielo, y tras él, la noche no fue muy diferente a otra de tantas, entre un variado de tapas de productos de la Ría, y dos botellas de vino dorado, fluían conversaciones intrascendentes sobre viajes, gustos gastronómicos. Salvo cuando cruzaba su mirada con la de su marido, en esos instantes dudas y morbo formaban una mezcla explosiva, que Lydia y Jaime manejaban con destreza.
— Me habías dicho que fumabas, ¿Te apetece salir a fumar?
José Manuel asintió, echando una última mirada a Amparo que charlaba entretenida con Jaime sobre los conciertos que habían visto en su juventud. El Siguió a Lydia hacia la puerta fijándose por primera vez en su culo, no sin cierto sentimiento de culpa, llego a la conclusión que era un culazo, y los ceñidos vaqueros blancos que llevaba puestos Lydia, lo realzaba todavía más.
La noche no era demasiado fría, para ser un fin de semana de mediados de octubre, hasta se podría decir que hacía calor. El asa de la blusa se deslizó con suavidad por su hombro desnudo, cuando Lydia acercó el cigarro a la llama de su mechero.
— ¿Te gustan mis hombros?
— Los hombros de una mujer siempre me han parecido que tienen una carga erótica especial.
— Sigues algo nervioso, tranquilo la primera vez siempre es así.
Lydia se acercó a él, otra vez apareció ese sentimiento de culpa, pero aderezado con un punto de morbo. Unos escasos centímetros le separaban de sus labios con ligeramente perfilados de un tentador rosa claro. En su sonrisa noto que ella se sentía cómoda en aquella situación. Él, en cambio, se sentía como cuando perdió la virginidad a los 19 con una amiga de estudios de su madre, nervioso, con sentimiento de culpabilidad, pero tremendamente salido.
— ¿Quieres que te diga lo que está pasando dentro?
En cualquier momento, o quizás ya ha pasado, mi marido pondrá su mano sobre la pierna de tu mujer, discretamente para que nadie se dé cuenta. Amparo juntará las piernas aprisionando su mano, él la mantendrá, y seguirá charlando con ella como si nada pasase bajo la mesa. A medida que tu mujer se vaya relajando, su mano volverá a gozar de movilidad, y la deslice entre ambos muslos acercándose cada vez más a su entrepierna.
Seguirá hablándole hasta que su incomodidad se vuelva poco a poco en excitación, seguirá avanzado hasta que apenas una simple capa de tela separe sus dedos de su ya ardiente sexo. Ella solo sonreirá, beberá un poco de agua y a la vez que levanta lentamente su vestido hasta dejarle acceso completo a su sexo. Un tímido gemido saldrá de sus labios cuando los dedos de mi marido separen mis labios vaginales e inicie unas suaves caricias en ellos.
Amparo disimulará, haciendo como si no pasase nada, pero separará un poco sus piernas para dejarle más libertad de seguir hurgando en mi intimidad. Morderá los labios conteniendo los suspiros a duras penas.
José Manuel hizo un leve amago de hablar, pero notó como la mano de Lydia recorría su miembro sobre el pantalón, a la vez que le invitaba a entrar de nuevo en el restaurante. En uno de esos momentos de lucidez, abrió la puerta del local con su brazo derecho para dejarla pasar, mientras que con su mano izquierda recorrió el trasero de Lydia.
— Gracias, eres todo un caballero. – dijo ella – A la vez que se aseguraba que José Manuel se diese cuenta, de que su mirada se dirigía hacia su prominente bulto.
Entre codazos la gente intentaba abrirse paso en busca de la primera copa del fin de semana, Amparo sujetaba con fuerza su consumición para que no se derramase a cada codazo que recibía.
— ¿Me permites? — dijo, estrechando con fuerza su cintura con el brazo. — ¿Vamos? Ella asintió. puso su brazo sobre sus hombros, dejándose guiar hacia el frente, hasta llegar a un rincón al lado de una figura a tamaño real del más rellenito de los Blues Brothers.
— No te preocupes por tu marido, está con Lydia.
Por primera vez se percató que José Manuel estaba con la mujer de Jaime. En ese instante algo cambió, no era como en otras ocasiones que habían salido con parejas amigas, sintió como un escalofrío recorriendo su espalda, pero no era por miedo o por celos, estaba excitada, muy excitada. Tras la actitud caballerosa de Jaime, de gestos lentos pero deliberados, detrás de su voz pausada, a ratos casi inaudible, se intuían las reglas del juego al que había venido a jugar aquella noche.
—¿Quieres saber lo que está pasando?
Sin esperar su respuesta, Jaime fue describiendo paso a paso lo que estaba ocurriendo entre sus respectivas parejas.
— Allí están, ¿Los ves? — ella va delante de tu marido abriéndose paso entre la gente, como nosotros buscando un sitio donde seguramente estarán más cómodos. Los labios de Jaime rozaban el lóbulo de su oreja, podía sentir su respiración acariciándole la mejilla. —¿Te has fijado? Se ha parado de golpe, ahora estará dando golpecitos con su culo en la polla de tu marido, siempre que hace eso consigue volverme loco —. Instintivamente, Amparo rozó con el suyo la entrepierna de Jaime, y él con naturalidad la agarró por la cintura arrimándose más a su cuerpo, y pudo sentir como se endurecía su miembro entre sus nalgas.
Volvió a buscar a su marido y su acompañante entre la multitud, a unos escasos veinte metros parecía que habían encontrado un rincón a su gusto. Los observó, no podía apartar la mirada, y otra vez se sorprendió de no sentir celos. Jaime seguía describiendo lo que estaba haciendo su mujer para calentar a su marido. Le dijo que era una mujer pasional, impaciente y posesiva en el sexo que disfrutaba excitando a los hombres, y por lo que estaba viendo no se equivocaba. Se movía de forma insinuante, pero sin llegar a ser lasciva, ante un José Manuel que ya se había dejado hipnotizar por sus pechos que daban a su blusa de seda casi transparente.
— Esa blusa es un imán para la mirada de cualquier hombre, la atrae y la captura. Ella lo sabe, y busca esa mirada de sexo en sus ojos cuando la encuentra se excitas más todavía, sus pezones se endurecen y se están clavando en el pecho de tu marido. Si finalmente va pasar algo esta noche, ella ya estaba a punto de comenzar.
Antes de terminar la frase las manos de Jaime agarraron su cintura, a la vez que, la mirada de las dos mujeres se cruzó en la distancia, en ese breve espacio de tiempo, en un instante imperceptible ambas se dieron el consentimiento. Amparo se dio la vuelta, acercó sus labios a su copa dejando que el frío de los cubitos de hielo los humedeciera, pensó en besarle, pero desechó la idea, aquella no era una cita romántica, no buscaba ni el calor y ni el recuerdo de un primer beso, buscaba lo prohibido, lo perverso, lo morboso y alocado de sus deseos recién descubiertos. En su adolescencia había imaginado mil veces cómo sería su primer beso, había imaginado otras tantas primeras veces, pero nunca esta primera vez.
Sus pezones estaban duros como piedras, por si esto fuera poco sentía como la humedad de su copa iba traspasando la tela de su blusa, las gotas no encontraban resistencia en la fina tela para pasar del cristal a la piel de su pecho. Sentir aquella fría humedad entres sus pechos, la excitaba aún más a la vez reprimía sus deseos de ver que estaba sucediendo en la otra esquina del local.
— ¿Habéis reservado la habitación en el hotel que acordamos?
— Si, contiguas
— Esta es la llave de nuestra habitación, dásela a mi marido, creo que la necesitará. Yo te espero fuera.