Las Reglas de Ana

Ana puede ser muy persuasiva cuando quiere.

Ana vivía en una casa que daba al fondo de la mía, un largo muro de ladrillo separaba los jardines, en el que había un hueco en el muro por donde se podía pasar por ejemplo para recuperar la pelota cuando jugábamos al fútbol. Su jardín, a diferencia del de mi casa era inmaculado, el pasto siempre corto, los canteros cuidados y además una gran piscina, cuando eso, incluso en el barrio pudiente en el que vivíamos era una rareza.

A diferencia de mi familia que éramos cinco hermanos varones y siempre estaba llena de primos, ella era la única hija en la suya y sus parientes vivían en provincia, así que el jardín estaba vacío la mayor parte del tiempo.

Pero claro, en verano se llenaba de sus amigas que jugaban desde la mañana hasta la noche en la piscina. El padre de Ana ganaba muy bien y como era hija única todo era para ella.

A mi me tocaba siempre ir a buscar la pelota, al principio por obligación y después por el gusto de ver a Ana y sus amigas a cada cual más linda. De esa manera me empecé a hacer amigo de Ana.

Un día de mucho viento, un colchón inflable de la piscina de Ana llegó hasta nuestro jardín y yo enseguida quise devolvérselo, como no pasaba por el hueco lo desinflé, me deslicé por el hueco del muro y una vez al lado de la piscina comencé a inflarlo de vuelta. Cuando ya estaba por terminar apareció Ana.

  • ¿Qué haces Ernesto?

Casi sin aire le conté una historia resumida

  • se voló..., lo desinflé..., lo pase por el agujero..., ahora lo inflé de vuelta.

  • Vení, te ganaste un jugo

Así que entré a su casa por primera vez, en la cocina la sirvienta me dio un vaso de jugo. No podía haber más contraste entre su casa y la mía. Con cinco varones, mi madre que se encargaba de toda la casa sola y además pasaba mucho tiempo ayudando en la iglesia. Sin embargo en la casa de Ana ví dos sirvientas uniforme dedicándose a limpiar una casa donde solo había una muchacha. Me pareció un palacio. Se ve que Ana vio mis ojos como platos y me preguntó

  • ¿Querés conocer la casa?

Y dije que si claro, me llevó por todas las habitaciones, que no era mucho más grande que la mía, pero claro en la mía eran todos dormitorios y acá tenían nombres mágicos: “play room”, “bureau”, “dressing room”, hasta que al final llegamos a su cuarto que tenía por un lado un montón de muñecas y peluches y por otro varios posters de cantantes, en especial recuerdo uno inmenso de Bruce Springteen.

Ana y su casa me habían hechizado, quería quedarme para siempre ahí, yo tenía  trece años y no sabía nada de la vida, ella por el contrario tenía casi dieciséis y había viajado a Europa y había estado en Disney. Tenía además un montón de juguetes, a pila, con movimientos ingeniosos, los cuales yo quería investigar.

Así fue como comencé a pasar mucho tiempo en la casa de Ana, mientras ella me “instruía” sobre el mundo. En casa la verdad no se preocupaban mucho, era un varón menos que molestaba

Un día mientras yo jugaba con su auto de Barbie a que Ken era policía, ella hablaba por teléfono con una amiga y escuché que Ana decía,

  • No, no y no, eso te pasa por creer que hombres y mujeres pueden ser amigos, ellos fingen ser tus amigos porque quieren robarte un beso o peor meterte mano

No seguí escuchando porque quedé shockeado por esa frase, yo pensaba que era amigo de Ana, y quedé muy triste, cuando ella cortó le dije

  • Eso es mentira, yo soy tu amigo - dije casi en un puchero

  • Tu eres mi amiguito, porque eres un niño - dijo peleadora

  • Soy grande, ya empecé el secundario

  • Entonces no puedes ser mi amigo,

  • Si soy tu amigo

  • Si eres chiquito si, si no, solo puedo tener amigas, por que la amistad entre el hombre y la mujer no existe

  • Entonces seré tu amiga - dije, triunfante

  • Pero tu eres un chico, si quieres ser mi amiga, tienes que hacer cosas de amiga - dijo

Vique me había metido en un problema y temeroso pregunte

  • ¿como qué?

  • jugar a las muñecas como lo hacen las amigas y no pegándole a todo el mundo con Ken

Eso era aceptable y fue el principio de jugar a las amigas con Ana o como lo llamó ella, jugar según las “Reglas de Ana”. Se terminó el verano y las visitas se hicieron más distanciadas, pero teníamos una visita fija, la de la siesta del sábado. Esos días después de almorzar, éramos obligados a permanecer en el cuarto acostados y sin hacer ruido desde las dos a las cinco. Como yo tenía un cuarto para mio solo el escaparme un día  por la ventana fue fácil, me fui a la casa de Ana y volví puntualmente a las cinco y nadie se dio cuenta de nada. Había sábados que Ana no estaba o que estaba con sus amigas, pero en invierno casi todos los sábados en ese horario estábamos juntos.

Un sábado la encontré llorando, su padre se había ido, no entendí mucho por qué pero sí que estaba triste. La vida cambió en la casa a partir de ese día, las dos sirvientas con cama desaparecieron, y apenas venía una algunas horas por día, la madre de Ana empezó a trabajar y Ana mismo tuvo que salir del colegio de monjas femenino y entrar un público. Lo bueno fue que teníamos más tiempo para nosotros y un día me dijo

  • Ahora eres mi única amiga - y lo repitió varias veces en los siguientes días. Sin embargo Ana había perdido su continua alegría y los juegos ahora eran más crueles, y había policías y robos y cárcel. El cambio de colegio también trajo historia de los muchachos más grandes que le gustaban y no le daban corte o de los que no le gustaban pero eran unos pesados que no la dejaban tranquila

El día que cumplí catorce años, mi casa se llenó de todos los compañeros varones de mi clase, y terminamos llenos de tierra por haber jugado al futbol y de merengue por la guerrilla de torta. O sea un perfecto varoncito.

Al otro día Ana me esperó con un “te de amigas” para festejar mis catorce años, y como era de amigas me puso horquillas en el pelo, un par de anillos en la mano  y tomamos el te como señoritas. Durante el mismo me contó que Ramiro, un pelirrojo del último año le había dado su primer beso, a las corridas en el descanso de la escalera.

Mi pito se puso duro con su cuento, por más que me daba muchos celos ese Ramiro, porque yo quería ser el que le daba darle un beso a Ana, lo que Ana me contó de Ramiro también me gusto, por ejemplo, como sus dedos tocaron cara afeitada o como sintió la fuierza de Ramiro cuando la abrazó. Esa noche en el cuarto de baño, cuando todos se habían dormido me masturbé con el cuento de Ana.

La próxima vez que la ví le pedí que me contara más de Ramiro, y ella dijo que esos cuentos eran para amigas grandes, a lo que yo dije que era su amiga y además ya había cumplido catorce a lo que ella contestó que las niñas grandes se pintaban las uñas. Así  que me pintó las uñas y además sin que yo protestara me maquilló también. Y luego me contó como fue el segundo beso y el tercero, está vez a la salida del colegio, escondidos atrás de un árbol a unos pasos de la madre de Ana.

Cada vez los cuentos eran más atrevidos y yo cada vez tenía una prueba más que cumplir para demostrar que era su amiga. Cuando ya no hubo más que ponerme, porque habitualmente me ponía su viejo uniforme del colegio de señoritas, con un sostén relleno de algodón  y unos tacos altos de su madre. Entonces me enseñó a bailar y a caminar y a cantar y a volver loco a los varones según las “Reglas de Ana”

Sus cuentos eran cada vez más atrevidos, y yo dudaba de que fueran verdad, porque según ella Ramiro le tocaba las lolas y además le ponía la mano adentro de la bombacha. Pero escuchar sus cuentos y las pajas que me mandaba después me tenían enviciado.

Una tarde de sábado, en vez del uniforme de colegio me dio un short de jean, no muy corto, unas ojotas blancas con florcitas rosadas, una musculosa rosada también, sujetó mi pelo no con horquillas sino con clips con flores  y en vez del habitual maquillaje recargado, apenas unos toquecitos acá y allá y me pintó las uñas de las manos y los pies. Era bien distinto a lo de todos los días, más que a las mujeres que salían en televisión, me parecía más a mis compañeras de clase que se animaban a ir maquilladas al liceo. Ella estaba muy parecida, pero su short era más ajustado y su maquillaje un poco más fuerte.

Cuando terminó me llevó al living a tomar un jugo y estábamos en eso cuando sonó el timbre. Me tomó de la mano y fuimos a atender la puerta, ella tomo una carterita de al lado de la puerta, salió cerró y fuimos hasta la calle donde había un muchacho alto y pelirrojo que no podía ser otro que Ramiro

  • Hola divino - dijo Ana - ella es Ernestina, pero dile Tina, es una vecina y viene con nosotros.

Ramiro se contrarió, pero no dijo nada, y Ana mirándome

  • Tina, Ramiro está estrenando libreta de conducir, no lo pongas nervioso

Nervioso estaba yo, que no lograba articular palabra. Me subí al Fiat Uno de Ramiro en el asiento de atrás. Por suerte Ramiro no me daba corte y permanecí callado todo el viaje, pero no podía despegar mis ojos de las manos de Ramiro que iban y venían del volante y la palanca de cambios a la rodilla de Ana.

Nos bajamos en un centro comercial próximo a casa, al caminar tres pasos sentí en un susurro el reto de Ana

  • Amiga, así no te enseñé a caminar

Hice el clic, enderecé la espalda, deslicé los pies como tantas veces lo había hecho en la casa de Ana y como decían las Reglas de Ana, sonreí apenas, mirando al frente pero muy pendiente de lo que sucedía alrededor. De esa manera me percaté que Ramiro me miró de manera diferente, lo recompense con una sonrisa más amplia, mirándolo apenas a los ojos antes de mirar el suelo y luego al frente.

Lo estaba haciendo muy bien dijo Ana, pero ella siguió dándome instrucciones

Fuimos a la plaza de comidas del shopping y pedimos un helado cada uno, Ana me instruyó en susurros como lo debía comer según las "Reglas de Ana". Estábamos en eso cuando apareció un muchacho que saludó efusivamente a Ramiro, y el nos presentó a Ana y a mi. Gonzalo era su nombre.

Me empezó dar charla y todas las horas de práctica con Ana salieron a flote automáticamente, me reí de sus chistes, lo rocé como sin querer, cuando terminé el helado le pedí colocando mi  mano en su antebrazo que me trajera una servilleta y cuando cumplió el favor, limpié delicadamente las comisuras de mis labios sin mirarlo pero sabiendo que él no se perdía detalle.

  • ¿Que edad tienes?

  • Quince - mentí

  • Pareces mucho mayor - dijo sorprendido y yo me sonroje

El paraíso se vino abajo cuando me di cuenta de que eran cinco y cuarto, le dije a Ana, pero Ana no quería volver a su casa, Gonzalo se ofreció a llevarme y Ana me dio las llaves de su casa.

Yo estaba muy preocupado, y apenas le di pelota al BMW de Gonzalo, mucho más ostentoso que el Fiat de Ramiro. Seis menos cuarto estábamos en la puerta de la casa de Ana, Me estaba bajando a las apuradas, tirando por la borda todas las Reglas de Ana cuando Gonzalo me tomó la mano antes de nada y me dijo

  • me gustó mucho este rato contigo

Eso hizo que volvieran las “Reglas de Ana”, así que sonreí, bajé la mirada y dije a mi también. Y en vez de salir corriendo fui caminando lentamente, balanceando las caderas, sabiendo que Gonzalo todavía no había arrancado el auto.

Una vez adentro me fui a las apuradas al cuarto de Ana, me cambie en un santiamén y bajé a toda velocidad la escalera para toparme con la madre de mi amiga.

  • Hola - dijo recuperando la respiración luego del encontronazo - ¿estás bien?

  • Si pero se me pasó la hora  - y cuando iba a retomar la carrera me dijo

  • Espera, sacó un pañuelo del bolsillo y me lo pasó por los ojos, se te había quedado un poco de maquillaje.

  • !Uy gracias!

No pensé hasta mucho más tarde de que capaz la mamá de Ana estaba al tanto de todos los juegos que hacíamos, en ese momento estaba a las corridas yendo a casa donde nadie se había dado cuenta de mi falta. Esa noche cuando me tocaba masturbarme el que la madre supiera o no, no fue importante y las imágenes de Ana y Gonzalo se entreveraban y eyaculé como pocas veces.

Ana formalizó con Ramiro esa misma semana y a partir de ahí tuvo muy poco tiempo para Tina, así que no volví a ver Gonzalo ni tampoco a ser Tina. Con las hormonas a flor de piel, estaba como enfermo, iba a todas horas a casa de Ana y ella siempre que estaba, estaba con Ramiro. Me quedaba a espiarlos, tenía envidia de Ramiro que estaba con Ana y de Ana porque Ramiro la trataba con mucha ternura. En mis pajas nocturnas alternaba entre ser Ramiro abrazando a Ana y ser Tina abrazada por Gonzalo.

Una noche vi como primero Ramiro ponía su cabeza entre las piernas de Ana y luego como Ana chupaba el pito de Ramiro. Esto fue hace muchos años cuando no había Internet así que se pueden imaginar como a mis catorce años eso explotó adentro de mi cabeza.

Un viernes de primavera Ana llamó a casa y me pidió que fuera el sábado como siempre. Así que al otro día de tarde fui con ganas de refrescar toda nuestra amistad.

  • Que alto que estás - dijo - me parece que no vamos a poder jugar más a ser amigas, cada vez estás más hombrecito.

Se ve que la desilusión en mi cara fue enorme, ya que agregó

  • bueno, por hoy, la última vez - y a continuación agregó entrecortada - además no nos vamos a ver más, me mudó para la provincia

Ella se puso a llorar y me puse a llorar yo todavía sin saber por qué. Me contó que su padre estaba preso por haber robado a un cliente de la empresa, que según su padre era mentira, pero no había forma de demostrarlo y que la última apelación había fracasado, que por eso la habían cambiado de colegio porque no lo podían pagar, que a sus amigas les habían prohibido verla y que tenían que vender la casa e irse con la familia de su madre a la provincia y un montón de dramas más

  • Hoy voy a hacer una fiesta de despedida ¿querés quedarte?

Claro que si y por primera vez y última llame a casa avisar que me quedaba a la fiesta despedida de Ana.

  • Pero me quedo como Tina, tu amiga del alma - dije tragándome las lágrimas

Ella se puso un vestido negro corto, y sandalias altísimas, para mi eligió un enterito de jean sin mangas, con unas sandalias bastante altas marrones y un cinto ancho a juego. De verdad que yo estaba dando el estirón y para minimizar todo el efecto puso mucho más relleno que la vez de la heladería.

  • Ayudame a arreglar todo - bajamos a eso, estaba su madre ya ordenando y ella con la mayor  naturalidad dijo,- Ma, ¿te acordás de Tina?

Ella me miró intensamente y dijo - si claro nuestra vecinita y mirándola a Ana dijo - que no haga locuras en nuestro último día

  • No te preocupes Ma, Tina es bastante tímida, no creo que haga nada de lo que nos podamos arrepentir.

Todo el rato de trabajar con Tina y la madre ayudó para que me acostumbrara a las sandalias, cuando todo estaba listo pusimos música y Ana me enseñó el paso de moda. Primero que todo llegaron un par de viejas amigas del colegio que habían logrado que las autorizaran a venir por la despedida, Lucía y Carolina, ellas conocían a Ernesto de las veces que iban a buscar la pelota, pero no me reconocieron. Me quedé con ellas mientras iban llegando los demás invitados y si bien no tenían mala intención se divertían sacándole el cuero al resto de los invitados ya que la mayoría de ellos eran más de pueblo que ellas.

Finalmente llegó Ramiro y Ana se le tiró al cuello primero y después se lo llevó al centro del living a bailar. Recién separé la vista de ellos dos cuando escuché que Lucía y Carolina se morían con un muchacho. Si claro, se morían por Gonzalo. Las dos se estaban derritiendo con el. Y Gonzalo era mío, así que antes de que alguna de estas se le ocurriera hacer algo tenía que marcar mi territorio.

No me pregunten de dónde saqué fuerzas, pero me dirigí hacia él y llegué dominando mis miedos y mis tacos. Y como me había enseñado Ana lo volví loco. Pronto tuve su mano en mi cintura y su boca en mi oreja aunque el volumen de la música no lo justificaba. Yo trataba de zafarme de su mano, apenas un poco.

Nos pusimos a bailar y él presionaba con su mano justo donde nacía mi cadera, y yo que no quería estar muy cerca de él me aleja y entonces sentía más fuerte su mano. Finalmente me abrazo, venciendo mi resitencia

  • Me volvés loco - dijo

  • vos también a mí - respondí, y empezamos a besarnos. Yo era inocente en muchos sentidos, y deje que sus manos recorrieran mi cuerpo y sólo reaccioné cuando tocaron el relleno de algodón del sostén. Me miró  los ojos sorprendido

  • es que tengo muy poco - aclaré sintiendo como los colores se me subían a la cara. Y ahí comencé una guerra de guerrillas para que no me tocara los pechos o metiera la mano en la entrepierna.

Pero que rico tocaba, y que ganas de entregarme, pero logré mantener la cordura.

  • ¿Vamos al dormitorio de Ana?

  • ¿A que?

  • A estar más tranquilos

  • Acá nadie nos molesta – resistí y volví a bailar

Cedí al final y fuimos al cuarto de Ana, una vez ahí me di cuenta de que todo iba a terminar mal si no hacía algo. Entonces tomé la iniciativa y le comencé a acariciar por arriba del pantalón. Cuando trató de tocarme le advertí

  • Si me tocás, bajo la escalera gritando que me querés violar

Eso funcionó, se dejó hacer, finalmente le saqué la verga para afuera del pantalón y lo chupe como ví hacer a Ana, pero no pude hacer mucho, el se fue casi en seguida. El enchastre fue mayúsculo, solucionado a duras penas con kleenex

  • Dejame hacer a mi ahora - dijo Gonzalo

  • De acuerdo pero primero voy al baño, espera aquí - salí del cuarto y en vez de ir al baño me fui escaleras abajo, le hice señas a Ana a través de la sala de que me iba. Entré a mi cuarto por la ventana, me puse el piyama y escondí la ropa de Tina en el fondo del armario, me bañé y me masturbé hasta el cansancio.

Al otro día me desperté asustado y con sentimiento de culpa, Ana llamó por teléfono pero no la atendí y cuando una semana más tarde dejó la casa yo no la fui a despedir. Unos días después de que Ana se fuera, tocaron timbre en casa, por más que estaba jugando al fútbol en el fondo mi madre me hizo ir a atender. Casi me caigo del susto, era Gonzalo,

  • Disculpa, ¿aquí vive Tina?

  • No - dije en un hilo de voz - no vive ninguna Tina aquí

  • Una muchacha de quince años - insistió

  • Somos cinco hermanos varones - respondí

Me miró unos segundos a los ojos, las rodillas se doblaban,

  • ¿y no conoces ninguna Tina por aquí?

  • No ninguna

Finalmente se fue.

Me costó unas semanas deshacerme de la ropa de Tina, sobre todo por miedo a que me vieran. Y ese fue el fin de Tina, cuando cumplí 15 ya había perdido toda la delicadeza de la infancia y además tratando de huir de todo este episodio hice gimnasia y deporte convirtiéndome en todo un machote.

No volví a pensar en todo esto hasta que cumplí los dieciocho pero eso es otra historia.