Las reeducación de Areana (19)

Mientras prepara a madre e hija para las visitas de esa tarde, Milena descubre en ella un nuevo e irresistible deseo que Amalia le autoriza a satisfacer, pero en su presencia.

Eran las dos de la tarde y Eva y Areana aún dormían, empastilladas, cuando Milena consultaba la agenda de visitas de ese día. A las 16, Lorena, 27 años; a las 18, Amelia, 53 años.

-¿Alguna de éstas querrá al perro en acción? –se preguntó sintiendo que ardía de deseo de ver a Capitán cogiéndose a madre e hija. De pronto se dijo: -¿Por qué no llamar a la señora y pedirle permiso para que el perro se las coja sin esperar a que alguna visita lo pida?...

Meditó un momento tomándose la barbilla entre el pulgar y el índice de su mano derecha y finalmente dijo, decidida:

-Sí, la voy a llamar.

-Me calienta eso que tenés de puta servil, de consultarme todo. –le dijo Amalia luego de escuchar su pedido.

-Y a mí me calienta consultarla, señora. Ya lo sabe…

-Sí, y a propósito, hace  mucho que no cogemos. Ya vamos a arreglar eso.

-Ay, sí, señora… ¡Sí!...

-Bueno, pero volviendo a lo del perro, te autorizo, puta.

-¡Gracias, señora, gracias! Hoy mismo lo hago, después de las visitas. –decidió y en cuanto ambas cortaron la comunicación fue en busca del frasco con la esencia del flujo de perra en celo y luego de Capitán, que reposaba echado en la cocina.

Mientras se acercaba al perro destapó el frasco obedeciendo a un oscura pulsión y después de acariciar en la cabeza a Capitán se lo acercó al hocico. El perro lo olió y después de unos segundos se irguió agitado, alborotado por su instinto. Ante el azoramiento de Milena se sostuvo sobre sus patas traseras y ciño las delanteras en torno del talle de la asistente. Milena estuvo a punto de soltar el frasco por la sorpresa no exenta de susto, pero logró controlarse y casi de inmediato sintió que algo muy parecida a una morbosa excitación la ganaba cuando el gran danés empezó a moverse como si quisiera aplastarse contra ella.

-No… No, Capitán, soltame… Soltame… -pedía sin ninguna convicción hasta que pudo controlar la situación y con firmeza apartó de ella al animal, tapó el frasco y se dijo que había que aprovechar con las esclavas esa calentura de Capitán, aunque algo en ella le decía que tal vez… pero su autocensura dejó el asunto ahí y el frasco en el botiquín del baño. Después volvió a la cocina y le dio de comer a Capitán, que parecía haber olvidado el episodio.

Poco más tarde despertó a Eva y a Areana como le gustaba hacerlo, a rebencazos y cuando ambas esclavas emergieron algo dificultosamente de las brumas del sueño las llevó al baño, las hizo duchar juntas, que se enjabonaran y enjuagaran una a la otra, para excitarlas con vista a las visitas de esa tarde y luego de que se hubieron secado, también una a la otra con un gran toallón celeste, decidió que era tiempo de hacerles probar el alimento para perros.

-A desayunar, putas. –les dijo y no hizo falta que les ordenara seguirla en cuatro patas a la cocina, porque bien sabían ambas que ésa era la forma en que debían desplazarse siempre.

El gran danés había dado buena cuenta de su desayuno y yacía echado, indiferente a la presencia humana. Ahora les tocaba a las perras. Milena sacó de una de las alacenas los cuencos de las dos y los dispuso en el suelo. Leche y alimento para perros. Al ver de qué se trataba, madre e hija se miraron algo inquietas pero decididas a ingerir esa cosa sin chistar, sabiendo que les costaría muy caro rebelarse ante Milena, de cuya muñeca derecha pendía el temible rebenque. Las miradas de ambas iban de los cuencos a Capitán y otra vez a los cuencos. Por fin Milena dio la orden:

-A comer, perras. No quiero ni el mínimo resto de comida ni de la leche. ¡Vamos! –las apremió y madre e hija se aplicaron sumisamente a cumplir con la orden. El primer bocado les costó, ante la incertidumbre de cómo sabrían esas cosas con forma de croqueta y color indefinible, pero con el primer mordisco y la masticación posterior advirtieron que el sabor no era feo. “Tiene como gusto a pollo”, pensó Eva y Areana lo mismo mientras Milena las observaba morbosamente complacida. Sin embargo, ninguna de las dos esclavas podía evitar una cierta sensación dolorosa ante la conciencia de que estaban desayunando alimento para perros. Tal vez experimentaban la última nostalgia de esa condición humana que les había sido quitada por Amalia para convertirlas en lo que ahora eran: perras emputecidas, meros animales, carne de placer para quienes quisieran gozar de ellas, y como animales domésticos que eran obedecieron a Milena y tragaron todo el alimento y la leche.

-Muy bien, putas, muy bien, ahora a descansar hasta que llegue la primera visita. –dijo la asistente y las tomó de los pelos para llevarlas en cuatro patas a la habitación, donde las dejó esposadas; a Eva en el piso sujeta a una de las patas de la cama, a Areana sobre el lecho ligada a uno de los parantes de la cabecera.

Al abandonar la habitación quiso ver dónde estaba Capitán y lo encontró desplazándose por el living, olfateando muebles, alfombra, sillones. Entonces ese deseo hecho de curiosidad y morbo volvió a apoderarse de ella y esta vez con fuerza inusitada. Avanzó hacia el perro y le acarició largamente el lomo, para después dejar que Capitán la lamiera las manos una y otra vez, excitándola con su lengua áspera y ágil. Se quitó las ropas mientras respiraba fuerte y por la boca, con los ojos clavados en el perro que había comenzado a lamerle los pies descalzos para enseguida ir ascendiendo por sus piernas hasta detenerse, vaya uno a saber por qué, en las rodillas, que lamía con fruición. Milena sintió que sus piernas le flaqueban y simultáneamente recobró la conciencia de su condición de sumisa propiedad de Amalia. Apartó entonces a Capitán y corrió jadeante hacia el teléfono.

-Ho… hola, señora…

-¿Qué te pasa? ¿estás bien? –se alarmó el Ama.

-Sí… si, estoy bien, es que… estoy muy caliente, señora, quiero… quiero coger con el perro, me vuelve… me vuelve loca esto… Le pido permiso…

-¡Qué degenerada sos y me encanta que lo seas, pedazo de puta!, pero no hagas nada hasta que yo llegue, ¿oíste?

-Estoy desnuda y el perro me… aaahhhhh, me está… me está lamiendo las nalgas…

-¡Como no pares ya mismo te voy a despellejar esas nalgas a rebencazos! –la apremió Amalia.

-Esta bien, señora… Esta bien, pero venga pronto porque no doy más, estoy empapada…

-Voy para allá, puta, encerrate en la habitación y esperame ahí. –y apenas terminada la comunicación Milena corrió hacia el cuarto con el perro detrás, pero se las arregló para impedirle que entrara.

El Ama llegó poco después acompañada por Elena, a quien había invitado a participar de la sesión zoofílica, y encontró en el living a Capitán, que al verla avanzó hacia ella moviendo la cola.

-Hola, perrito hermoso. Ya vas a ver qué linda fiesta te espera. –le dijo mientras la acariciaba la cabeza.

Milena oyó la voz de su dueña y salió del cuarto, ya vestida.

-Bueno, Milena querida, vamos a darte el gusto. Sos lesbiana desde siempre y nunca te tragaste una pija, ¿cierto?

-De hombre nunca, señora, pero ahora, no sé qué me pasa que… que quiero gozar la pija de este perro… Hola, señora Elena.

-Hola, Milena, me da mucho morbo verte deseosa de una pija perruna.

-Y la vas a gozar, putita. Yo voy a dirigir todo, vos andá a buscar ese frasco. –dispuso Amalia y Milena corrió hacia el baño mientras el Ama tanteaba el pene de Capitán.

Cuando volvió al living, Amalia le preguntó por la esclavas.

-Las tengo descansando a la espera de las visitas, señora. Están esposadas, por si acaso, ya sabe cómo son.

-Hiciste bien. Bueno, ahora sigamos con lo nuestro. Dame el frasco. –y Milena se lo extendió con mano temblorosa. El Ama tomó el frasco, lo pensó mejor y en lugar de aplicarle la sustancia allí mismo llevó a la joven al baño, para poder trabajar con tranquilidad.

-Desnudate y echate en el piso de espaldas. Ordenó mientras destapaba el frasco. –Tenés que ser una perra, una muy buena perra para nuestro amigo Capitán.

-Sí… Sí, señora, sí… Soy una perra… ¡Una perra! –y Milena hablaba entre jadeos mientras respiraba agitadamente por la boca y movía sus caderas de un lado al otro, presa de la más violenta calentura.

Cada vez más excitada a su vez, Amalia hundió dos de sus dedos en el frasco, los extrajo embebidos de la esencia de flujo de perra en celo y huntó con esa pócima la concha y el ano de Milena. Le temperatura se caldeaba cada vez más, en Milena por el contacto de los dedos de Amalia, y en Amalia, por el placer morboso que le daba el estar preparando a su asistente para ese acto zoofílico que ella había descubierto y valorado en la quinta de Zelmira.

Mientras tanto, en el living, Elena jugaba con la pija canina hasta que ésta se puso dura provocando en la mujer una morbosa expectativa. Fue en ese momento que Amalia entró al living conduciendo por el pelo a Milena, que se desplazaba en cuatro patas y miraba a Capitán con ojos brillantes de calentura y hasta quiso apurarse para ir al encuentro del perro. Amalia lanzó una carcajada entre divertida y excitada al advertir la intención de la joven, pero la retuvo tirando de su pelo. El Ama miró al gran danés, que se iba acercando a Milena con la lengua afuera y la pija dura. La joven, Elena y Capitán jadeaban de excitación y sólo Amalia parecía conservar la calma, aunque en realidad la procesión iba por dentro y estaba tan caliente como las demás.

-¿Ves cómo tiene la pija?. –preguntó Amalia dirigiéndose a Milena mientras el perro daba una vuelta en torno de ellas acariciado en el lomo por Elena.

-Sí… Sí, señora… La tiene… la tiene parada… ¡Quiero comérmela! –casí aulló la joven. Amalia rió apartándose y se le hizo agua la boca cuando Capitán comenzó a oler primero el culo de la asistente y luego metió el hocico entre los muslos para después, erguido en sus patas traseras, echarse sobre la espalda de Milena, que lanzó un prolongado gemido mientras un temblor la sacudía entera.

-Elena, ocupate. –pidió el Ama en tanto el gran danés movía furiosamente sus caderas en busca del objetivo.

-¿Por la concha o por el culo? –preguntó Elena al momento de aferrar con su mano izquierda la pija enhiesta de Capitán.

Amalia meditó un instante y dijo:

-Por el culo. No quiero que la preñe. –y lanzó una carcajada que fue correspondida por Elena con una acotación:

-¿Te imaginás que esta puta nos regalara una perra con cabeza de mujer o una mujer con cabeza de perra? –y profirió una risotada mientras dirigía la pija del gran danés hacia el objetivo. Para facilitar el asunto Amalia separó las nalgas de Milena y entonces quedó a la vista el diminuto y rosado orificio anal. A esa altura de los acontecimientos se percibía en el ambiente un elevadísimo voltage erótico. Con Amalia mirando fijamente el ano de Milena y la pija del perro, que empezaba a entrar mientras chorreana gotas de líquido preseminal; con Elena sosteniendo ese ariete rosáceo y surcado por una red de delgadas venas azules, con los embates de Capitán que jadeaba con la lengua afuera y con los gemidos de Milena, temblorosa de placer al sentir la penetración y, simultaneamente, esos dedos hábiles, experimentados, los de la mano derecha de Elena, que estimulaban sabiamente su clítoris.

-No dejes que le meta el bulbo. –alertó Amalia.

-Despreocupate. –fue la tranquilizadora respuesta de Elena, cuya mano derecha seguía jugando con la concha de Milena, alternando la estimulación clitoriana con la penetración de sus dedos índice y medio en esa concha que era una catarata de flujo.

Instantes después el perro lanzó varios chorros de semen en el interior del culo de Milena al tiempo que, con una diferencia de escasos segundos, la asistente estalló en un orgasmo violentísimo e interminable en medio de rugidos animales que brotaban de su boca para beneplácito de Amalia y de Elena, ambas con sus bombachas empapadas y jadeantes de excitación.

-Vení… -pidió Elena echada de espaldas en el piso dirigiéndose a Amalia.

Amalia se echó junto a ella, ambas se besaron apasionadamente en la boca y el Ama dijo:

-Que nos coja la puta ésta, que nos pague el placer que le permitimos… -y de inmediato comenzó a desnudarse instando a Elena a hacer lo mismo. Una vez sin ropas, ambas se tendieron de espaldas en el piso.

-Vení, perra, vení y dame lengua y a Elena le das dedos, ¿oíste?

-Sí… Sí, señora, sí… Sí… -murmuró Milena y fue en cuatro patas al encuentro de esas conchas ya muy mojadas que se ofrecían hambrientas. Llegó a destino y se incinó sin vacilar sobre el vientre de Amalia, para de inmediato poner en acción su lengua mientras a ciegas buscaba con su mano derecha la otra vagina y el aire se iba poblando de suspiros, gemidos, jadeos y frases obscenas. De pronto Milena, que se estaba aplicando apasionadamente a satisfacer a Amalia y a Elena, dio un respingo, sobresaltada, al sentir sobre su grupa y sus caderas el peso de Capitán, que esta vez no necesitó de guía alguna para meter su pene otra vez erecto en la concha de la joven, de un envión y hasta el fondo.

-Se la está cogiendo otra vez… -le advirtió Amalia a Elena al darse cuenta de lo que ocurría. Después de la sorpresa inicial, Milena había reanudado su trabajo mientras gozaba intensamente del ir y venir de la pija del perro en su concha, sin espacio en su conciencia para pensar en el bulbo y la posibilidad de quedar abotonada. Aquello era ya un verdadero aquelarre sexual y tras varios minutos Amalia y Elena acabaron casi al unísono entre gritos y convulsiones merced a la lengua y los dedos de Milena, quien a su vez recibía en su concha, segundos más tarde, varios chorros de semen caliente del gran danés, que quiso retirar su pija de esa vagina de hembra humana, pero el bulbo lo impedía. Al fracasar en varios intentos se dejó caer sobre la espalda de Milena y permaneció así durante varios minutos, con la joven entre asustada y gozoza y Amalia y Elena riéndose sádicamente divertidas ante el abotonamiento. Finalmente el Ama se apiadó de su asistente y decidió aliviarle la espera masturbándola. Había sido oportunamente instruida por Zelmira respecto de que un eventual

abotonamiento no implicaba un problema grave, porque debido a la flexibilidad de la vagina el bulbo terminaba por salir tarde o temprano, al término de un tiempo que podía ser, salvo excepciones, de cuatro o cinco minutos. Entonces, mientras Capitán seguía echado sobre la espalda de Milena, el Ama tranquilizó a su asistente transmitiéndole la información de Zelmira y enseguida comenzó a estimular el clítoris de la joven con el pulgar, arrancándole gemidos de goce que se incrementaron cuando Elena no quiso permanecer ociosa y empezó a ocuparse de las tetas de Milena, sobándolas en una alternancia de suavidad y cierta presión, más la captura de los pezones entre sus dedos. Milena, sudorosa y jadeante, se sentía ocupada, invadida, violada por esa cosa canina metida en su concha y que se le antojaba enorme. Nunca había sentido algo así, algo tan pleno y potente llenando todo su ser a partir de su concha; jamás había imaginado el goce intenso que disfrutó cuando los varios chorros de semen espero y caliente del perro -en una sucesión que se le había antojado interminable- parecieron inundarla y ahora sentía que ella era su concha totalmente invadida tanto como su mente. Amalia y Elena se miraban con ojos cargados de lascivia mientras iban aproximando a Milena a ese orgasmo que todo su ser reclamaba y que alcanzó por fin, entre gritos y un violento temblor que la sacudía entera, justo cuando el bulbo canino salía de su concha y los dedos de Elena le estiraban y retorcían los pezones sometiéndola a un dulce y voluptuoso suplicio.

Media hora más tarde, las tres se habían duchado y vestido y Amalia se retiraba con Elena, no sin antes haberse interesado en las visitas de esa tarde.

-Son dos, señora, una de veintisiete y la otra una madurona de cincuenta y tres.

-Bueno, después me llamás para informarme cómo anduvo todo.

Luego, mientras Amalia llevaba en su auto a Elena hacia su casa, recordó que faltaban apenas unos días para el comienzo de las clases y el regreso de Areana a la escuela. Lo comentó y Elena dijo:

-Me da mucho morbo eso de Areanita dominada por tres compañeras.

-Y si las otras dos son bravas como Lucía se las va a ver mal la putita. –acotó el Ama.

-¿Sabés lo que piensan hacerle? –preguntó Elena mordisqueando un poco la uña del pulgar de su mano derecha

-No, no quise preguntarle a Lucía, prefiero que me sorprendan. –fue la respuesta de Amalia, que inmediatamente emitió una risita malévola coreada por Elena.

(continuará)