Las rebeliones de Jocelyn (fragmento)

Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Torturada en público por primera vez

Las rebeliones de Jocelyn (fragmento)


Título original: JOCELYN'S REBELLIONS

Autora: Lizbeth Dusseau, (c) 1997

Traducido por GGG, septiembre de 1999

Un momento de sumisión inesperado . . .

Jocelyn estaba medio muerta, despertando de un sueño profundo para clavar la mirada en la cara de Ian. Sus ojos parecían como los del diablo, reluciendo con planes perversos. Y eso la inquietó. Su negrura la obligó a hacerse un ovillo sobre sí misma en una posición fetal infantil. Nunca la había trastornado tanto como ahora. Habían pasado varios días desde la noche en que la despertó a medianoche y le planteó  cuestiones sobre la sumisión. Al despertarla de nuevo, de nuevo le produjo temor.

"Arriba," insistió arrastrándola desde las sábanas calientes al frío húmedo de la habitación.

"¿Qué haces?"

"Vístete que nos vamos."

"¿De qué me hablas?" replicó al tono imperativo, y a la forma en que iba tirando sus ropas desde el armario y vistiéndola como una muñeca. Tenía su vestido de licra con cordones sobre la cabeza, deslizándolo por su torso.

Normalmente ella llevaba un body negro debajo, de forma que no se veía su piel.

"Me lo has puesto todo mal," saltó en tono de protesta.

"De día puede ser, pero ahora es de noche,"

"Y me vas a sacar con los pezones y el coño transparentándose." Mirando hacia sus bajos podía verse el vello púbico rojizo a su través.

"No te preocupes, no llevarás el vestido mucho tiempo," dijo.

En sus miembros había la vida justa para sostenerla, y ciertamente no la suficiente voluntad como para oponerse a lo que Ian se hubiera empeñado en hacer. Le metió los pies en un par de zapatos de tacón alto y le revolvió el cabello. Para cuando llegó al vestíbulo de la gran casa, no le llevó mucho tiempo imaginarse como pasaría la noche. Desnudada inmediatamente fue introducida en otra habitación y su cuello rodeado por un collar por un hombre rechoncho de pantalones de cuero. Sin Ian, tenía aún más miedo -aunque él la hubiera tranquilizado firmemente cuando estuvo a su lado. A su simple atuendo el hombre añadió unas esposas en sus muñecas e insistió en que se metiese en unas botas de tacón alto ceñidas. Pesadamente almohadilladas estas tenían anillos en forma de "O" en tres sitios que le hicieron preguntarse si la iban a colgar cabeza abajo antes de que rompiera el amanecer del nuevo día. El hombre vestido de cuero le deslizó las  manos enguantadas por el coño y se limpió sobre su pubis la humedad que las manchó -en suficiente cantidad para enmarañar su pelo. No habló una palabra y entendió por su expresión que sería un error que ella hablara. Con un látigo colgando del cinturón, debería extremar sus precauciones antes de cometer cualquier imprudencia. Suponía que era lo que Ian quiso decir cuando le dijo que se comportara.

Tras decirle que se sentara en una silla en el extremo más distante de la habitación, fue dejada sola para preguntarse qué le depararía el destino para esa noche. Pero ya totalmente despejada, cada tic del reloj se añadía a la expectación. Su mundo parecía moverse con lentitud. Y aún estaba sobrecogida cuando se abrió bruscamente la puerta y apareció otro hombre vestido de cuero. Llevaba chaleco, brazaletes de cuero alrededor de sus brazos, zahones y botas con espuelas. En muchos hombres este atuendo podía parecer estúpido pero en este potente arquetipo masculino, el verle hizo que su sexo se alborotara de modo que una conmoción de agitación en su vientre comunicó la excitación a su temeroso cerebro. Tuvo que retener su intenso deseo de caer de rodillas y meterse en la boca su desnuda y balanceante polla.

"¿Qué me va a ocurrir?" preguntó al hombre cuando la tomó de la mano.

"Vas a ser azotada," replicó sucintamente.

¿Y sería 'divertido'? se preguntaba ella en silencio.

No era una mera flagelación lo que tenía que afrontar. La bella americana pelirroja iba a ser el tercer acto de una larga noche de teatro de sexo absurdo, realizada en un escenario ante una audiencia viva de varias docenas de damas y caballeros. Algunos de los patrocinadores estaban ataviados con cazadoras de cuero y camisas, más zahones y correas, resaltando los músculos en los hombres. La mayoría de los asistentes llevaba vestidos de noche plateados y esmoquin, lo que hacía que pareciera como si acabaran de llegar de una imaginaria cena y que esto era el entretenimiento que daría fin a su extravagante noche de excesos.

El teatro estaba preparado en redondo, con un pequeño escenario en el centro que estaba listo para la aparición de una dócil víctima femenina.

La mujer de pelo ardiente bajó al pasillo, se dirigió al estrado, donde le colocaron ganchos sujetos al suelo en los tobillos de las botas. Sobre su cabeza unos aparejos con cantidad de cuerdas, cadenas y ganchos colgaban inocentemente, hasta que el hombre que guiaba a la sumisa víctima, hubo unido sus muñecas a ellos sobre su cabeza. Una pausa de un minuto, las cuerdas y cadenas se tensaron en el minuto siguiente. El cuerpo de Jocelyn Killian se estiró hasta sus límites.

Un hombre con esmoquin se dirige al centro del escenario a pocos metros de la mujer encadenada y golpea ligeramente el micrófono para reclamar la atención de la audiencia. Las voces susurrantes detienen sus conversaciones triviales, para escuchar la presentación. Un haz luminoso se enciende de repente en el centro del teatro, sobre el maestro de ceremonias (MC) y Jocelyn.

"Esta noche, amigos, disfrutarán de una visión poco usual, más propia de salones privados, dormitorios y calabozos." Hablaba con la autoridad y la energía de la excitación. "Aquí tenemos para ustedes una mujer de considerable destreza sexual con una decente necesidad masoquista que verán satisfecha ante sus ojos. Se me ha dicho que no es una vagabunda de la calle. En realidad es una mujer de cierta relevancia en el país, una mujer de negocios con reputación, dinero y prestigio en su comunidad. Aquí, en nuestro obsceno teatro, sin embargo, será nada más que carne para ser utilizada para nuestro placer."

"Su consentimiento en esto es mínimo, por ello podrán observar alguna resistencia por su parte a entrar en el juego de su tortura. Sin duda antes de que esto acabe gritará de dolor y miseria contra estas ligaduras. Pero puesto que está aquí para servir a nuestra necesidad colectiva, no conocerá la piedad. Estén seguros, sin embargo, que es sumisa sexual de buena fe, habiendo servido en multitud de ocasiones a un amo dominante. Me sorprendería si ella hubiera sido flagelada alguna vez en circunstancias comparables." El hombre casi se reía entre dientes de pensarlo.

"Porque, está aún caliente entre sus piernas, con rocío femenino," anunció el hombre. Colocándose de una zancada junto a Jocelyn, empujó sus dedos enguantados dentro de su coño y recogió el jugo húmedo que brilló bajo el haz luminoso. Dirigiéndose hacia la audiencia recorrió el perímetro circular mostrando los resultados de su exploración a la primera fila, para obtener sólo algunos grititos y suspiros de la aturdida concurrencia de hombres y mujeres.

Mientras Jocelyn escuchaba lo que le esperaba, recitado como si ella fuera un espectáculo de carnaval, la comezón en su vientre se amplificaba. Sin embargo cuando se retorcía, se retorcía ante tantos ojos, que la humillaba divulgar semejante deseo. Al mismo tiempo que obtenía un placer perverso de su situación, también estaba furiosa. Que Ian la hubiera forzado a esto sólo añadía elementos a la teoría de su locura. Cada palabra fácil de aquel meloso vendedor de obscenidad sólo incrementaba su furia. Y aún se balanceaba ante los ojos fijos en ella sin mostrar ninguna protesta. Esto podía haber sido la reunión del Alexandra. Su amigo y amante podía haber medrado en la fiesta de su esclava. Pero durante años, Jocelyn había estado en seria ventaja con respecto a su propia sumisión. Ciertamente era una parte de ella que podía aceptar la entrega y aún el dolor. Pero nunca se hubiera convertido en una dócil guarra. Esperaba que estos demonios que estaban delante de ella lo leyeran en sus ojos desafiantes.

"Así, damas y caballeros," bramó el MC con deleite, "les ofrezco ahora nuestra principal atracción de la noche. Disfruten del espectáculo. Asegúrense de presenciar los ojos de la víctima, y escuchar sus inútiles gritos. Asegúrense de ver como danza en su martirio, y como su cuerpo tendrá que soportar la tortura de esta noche durante algunos días. No se pierdan nada y disfruten. Será algo inolvidable." . . . El MC se retiró al lateral de la sala, y el haz luminoso se quedó sólo para Jocelyn ...

Sintiendo el fuego saltar sobre ella al primer golpe, Jocelyn soltó un alarido. No era todavía de dolor. Eso vendría más tarde. La sacudida a su sistema de ese primer latigazo trajo a la superficie la amenaza reprimida que la había estado conmocionando agitada por el discurso del MC. Estaba aliviada no en agonía. El dominante se hizo cargo de ella apuntando con cuidado y colocando cada golpe cortante de las correas exactamente donde deseaba. Hubiera pensado que las tres estaban en todas partes como un gato de muchas colas. Le sorprendió como su amo podía manejar el látigo con tanta precisión.

...

Jocelyn hizo lo mejor para mantener a la audiencia adivinando cuando perdería el control y farfullaría toda la vulgaridad que había en su corazón, y forzó su cuerpo de maneras que sólo le producirían más dolor. Se mantuvo sin embargo, gimiendo cuando el cuero la golpeaba. Su culo sentía los aguijones, y sus hombros recibían golpes que le hacían sentir como si fuera una esclava golpeada en el suelo por el único delito de ser menos humana que sus amos.

Pudo recibir todo ese castigo, y de alguna manera retorcida dentro de su alma de mujer sometida, le produjo satisfacción. Estaba segura de que su jugo no había dejado de manar y que se moría por una polla de hombre o un puño de mujer en su coño. Pero la audiencia no estaba satisfecha con una mujer que ejercía tanto control. Siguiendo las notas de un guión que el amo había memorizado obviamente, empezó a moverse alrededor de su cuerpo hasta su parte frontal.

Una vez cara a ella con su látigo, el amo se tomó un instante de descanso para admirar los pechos sin tocar de Jocelyn, su vientre blanco y la carne de sus muslos pegajosa de su propio jugo, que usaría como su próximo blanco.

Durante un segundo estuvieron cara a cara, sin comunicarse nada más que su común propósito de ver el acto finalizado. Entonces retrocediendo, el amo empezó de nuevo con el látigo, mientras Jocelyn vigilaba el primer golpe . . .