Las ratas
El lobo seguía sin quitar ojo al rebaño, le rugían las tripas y se le hacia la boca agua pensando en hincarle el diente a una de ellas.
Estaba una pareja de ratas, subida en un montículo de tierra y desde su oteadero, observaban un rebaño de ovejas.
-Estas malditas ovejas si que viven bien. Decía una de las ratas. Ahí tienen la hierba, justo debajo de sus hocicos, no tienen más que agacharse y comer, no hacen nada en todo el día; comer, dormir y cagar. Estas si que viven bien.
Al otro lado del rebaño se encontraba un lobo agazapado entre la maleza. Las ovejas, que ya lo habían visto, seguían comiendo inquietas.
-Esto no es vida. Decía una de ellas. Tenemos que comer durante todo el día para poder alimentarnos, estamos tiranizadas bajo el cruel mandato del mastín y aquel lobo nos acecha para comernos al menor descuido. Esto no es vida, el lobo sí que sabe vivir.
El lobo seguía sin quitar ojo al rebaño, le rugían las tripas y se le hacia la boca agua pensando en hincarle el diente a una de ellas. Pero tenía pavor al mastín que mantenía a todas las ovejas reunidas sin darle opción de llevarse ninguna. Se percato de la presencia de las ratas y las envidio, allí, tranquilamente tomando el sol, con la tripa llena, pues comían de todo, sin hacerle ascos a nada. Roedores infectos... gruñó envidiándolas.
El pesado mastín de casi cien kilos miraba con ojos tristones al pastor que, estaba tirado debajo de un árbol, medio dormido. Unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Pensó mientras jadeaba bajo el tórrido sol.
El pastor miraba a los animales y pensaba; que felices viven, eso sí es vida y no la mía.