Las Ramblas
¿Como poder explicarlo? Una calurosa mañana en las Ramblas de Barcelona..., mi chica inspirada y provocativa...,una mezcla a la cual no puedo ni quiero resistirme.
Era una tarde calurosa del mes de julio, el aire había decidido tomarse las vacaciones anticipadas por lo que no se movía ni una sola hoja de los árboles de las Ramblas. Caminábamos cogidos de la mano, me gustaba hacerlo, y disfrutaba mucho mirarte cuando no eras consciente de que lo hacía, cuando prestabas atención a unos zapatos o algún vestido de los muchos escaparates que habíamos visitado.
Decidimos comer algo y mientras nos preparaban unas tapas bebimos unas cervezas del tirón, estábamos sedientos. Nos encontramos cómodos en aquella terraza, las palomas por el suelo, el murmullo de las Ramblas, la gente que pasaba. Unos italianos se sentaron a nuestro lado.
Estabas radiante, creo que nunca has dejado de estarlo. Te quedaban muy bien aquellos piratas blancos que tanto realzaban tus caderas, las sandalias que dejaban totalmente al descubierto los pies y la camisa rosa de media manga ajustada de cintura, ajustada de hombros, ajustada de pecho, bueno, . la rosa ajustada. Tenías el morbo subido y lo sabías, te dabas cuenta que me excitabas y te aprovechabas de ello.
Habíamos pedido gambas, unas almejas, patatas con all i oli y boquerones en vinagre, regado todo con dos jarras enormes de cerveza. Me pillaste dos veces mirándote el escote pero en vez de contraerte desplazabas los hombros para atrás mientras dibujabas una sonrisa lasciva en la boca. Hacía rato que el botón había sucumbido a la tensión de la escasa tela y el escote permitía contemplar descaradamente la redondez de unos pechos contentos por no estar, ese día, cautivos en el sujetador. Cada bocado o sorbo de cerveza que dabas dejaba un rastro intencionado en tus labios que la lengua, guiada por esa sonrisa malévola, se encargaba de retirar. La temperatura ascendía, la ambiente y la corporal, tu cuello lo notaba y se quejaba generando minúsculas gotas en los poros que se convertían casi en un arrollo al atravesar el acantilado más seductor que he contemplado nunca. Tu cuerpo desprendía sexo por todos sus poros, te chupabas los dedos con descaro y te burlabas de mí sabiendo que eras capaz de hacerme perder el control. Dejaste caer la sandalia y te colocaste una máscara de falso asombro al notar, con el pie, lo que tu actitud estaba provocando. Mi mirada fue de cariñoso reproche indicándote que los italianos nos controlaban. Tú giraste la cabeza cruzando tu mirada con la del más joven de los extranjeros y sonreíste con un mohín pícaro, apuraste la cerveza y levantándote diste por terminada la comida.
Yo te imité mientras dejaba el dinero de la cuenta sobre la mesa, tu me abrazaste y mientras me mordías el lóbulo de la oreja me susurraste un"te quiero" cargado de malicia. Luego, apoyando un codo sobre la mesa contigua, depositaste un beso suave, dulce, incluso maternal sobre los labios del joven italiano mientras describías con el dedo un arco desde su rodilla hasta su ingle. Acompañaste el gesto con una sonrisa y un guiño de complicidad. El joven quedó estupefacto, con el rostro caliente por la sangre acumulada, sus labios temblorosos por el roce sufrido y la vista nublada al contemplar la generosidad de tu escote. Aplaudí el atrevimiento, eras genial cuando te desinhibías, sabías perfectamente provocar en mí esa rabia lujuriosa que me sumía directamente a tus pies. Doblamos la esquina y aprovechando el cambio de dirección te ataque por la espalda agarrándote con fuerza el seno derecho y apretando mis caderas contra tu muslo, tu te quejaste riendo mientras escuchabas una de las obscenidades más fuertes que en ese momento se me ocurrieron. Deslizaste la mano en el interior del pantalón encontrando al causante de la presión, valoraste el instrumento y comentaste de una forma tranquila y ocurrente que aquello no era suficiente para calmar tu sed, que necesitabas tres o cuatro como aquello. Quedé rendido y abochornado, habías ganado la segunda mano y aprovechaste mi contrariedad para colarte en el corte ingles , no sin antes susurrarme al oído un dulce "es broma tonto".
La elección fue muy acertada, necesitábamos el aire acondicionado del local para refrescar un poco el ambiente. Después de ojear la sección de discos nos dirigimos a la planta joven. Tú descolgaste lo que yo creí un bikini, a juzgar por la poca tela con la que estaba confeccionado, aseguraste que se trataba de un vestido. No me quedó más remedio que asentir, nunca había visto un bikini de una pieza. Te metiste en los probadores, yo quedé observando a las clientas que rebuscaban entre los expositores. Al rato, viendo que tardabas fui en tu búsqueda. Noté movimiento en el cuarto compartimiento y me dirigí había allí cauteloso por no sorprender a ninguna mujer en situación comprometida. Te encontré apoyada en el espejo, esperándome, con pose interrogante por conocer mi opinión. El vestido, por llamarlo de alguna manera, hacía esfuerzos imposibles por tapar lo justo, pero no lo conseguía. Tu cuerpo bronceado quedaba prácticamente al descubierto y con tan solo un roce de tus dedos sobre el hombro quedaste desnuda ante mí, provocativa, lasciva, seductora, irresistible. Perplejo y sonrojado, más que por la vergüenza del lugar, por la excitación me vi estrellando las rodillas en el suelo y mi cara sobre tus pechos mientras me agarrabas con locura desenfrenada por el pelo haciendo que mis dientes arañasen tu piel. Dirigías mi cabeza duramente por tu cuerpo disfrutando del doloroso roce, por los pezones, por el vientre y la anclaste en tu sexo con intención de fundir mi boca en él. Deseaba comerte, clavé mis uñas con fuerza en tus muslos y aprovechando la presión que ejercías en mi cabeza apreté con furia consiguiendo que abrieses más las piernas. No podías aguantar más, me separaste bruscamente mientras te dabas la vuelta. Tu cara quedó enfrentada al espejo y en él vi a tus ojos que me obligaban a penetrarte y tus labios suplicando que lo hiciera. Me liberé de la presión ejercida por los pantalones, tú arqueaste la espalda facilitando el camino, te poseí sin miramientos, mordiste tu mano para ahogar un gemido. Llegué hasta el fondo de tu vientre al mismo tiempo que estallábamos a la vez en el orgasmo.
Rodeé tu cintura sin salir de ti, quería permanecer dentro hasta estar liberado por completo. Tu cara había perdido parte de la lascivia que poseía minutos antes. Me miraste con una ternura épica. Sonreíste. Una lágrima rodó por tus mejillas. Una gota del brillante elixir semen, saliva y sudor recorrió el interior de tu muslo.