Las putas del huésped
(Milagros y su nuera son emputecidas por el huésped que vive en casa, y todo ante los ojos de su marido y su hijo)
(Milagros y su nuera son emputecidas por el huésped que vive en casa, y todo ante los ojos de su marido y su hijo)
Milagros vivía míseramente con su marido enfermo y su hijo de veinte años en un diminuto ático de un viejo edificio, un piso pequeño por el que pagaba una hipoteca, compuesto por tres pequeñas habitaciones, una cocina, un baño y una sala de estar, sin apenas pasillos, con las paredes llenas de humedad, el suelo con numerosos desperfectos y unos muebles muy viejos y deslucidos. Milagros tenía 45 años y su vida entrañaba un suplicio diario. Vicente, su marido, de 60 años, quince más que ella, llevaba enfermo varios años, había engordado en exceso, precisaba de oxígeno, tenía diabetes, las piernas inflamadas por las dolorosas varices, había tenido dos anginas de pecho y sufría de depresión. Pasaba mucho tiempo en la cama, la inmovilidad le impedía salir de casa. Cobraba una pensión irrisoria de cuatrocientos euros.
Milagros le dedicaba todo el tiempo que podía, porque el resto se lo pasaba trabajando, fregando escaleras y limpiezas por las casas para poder pagar los numerosos gastos y saldar las deudas que se les acumulaba. Su hijo Toño trabajaba como camarero y les ayudaba como podía, había tenido que abandonar los estudios y ponerse a trabajar por culpa de la enfermedad de su padre y para evitar el desahucio. Era un chico lleno de complejos, era gordito, con voz afeminada, tímido, y salía con una chica brasileña de su misma edad, con permiso de residencia por trabajo, que trabajaba en un locutorio. Se llamaba Noemí. Era una chica mulata típica brasileña, muy exuberante, con rasgos muy marcados. No era muy guapa, boca ancha y labios grandes, destacaba más su cuerpazo. Era alta, culo respingón muy redondeado, pechos lacios, caídos y alargados, y el pelo largo y liso, negro. Solía vestir de manera muy estrambótica, con ropa ajustada y muy colorida, con tonos fuertes de maquillaje. Tenían previsto casarse en un futuro para que ella pudiera adquirir la residencia permanente.
Pero atravesaban serios problemas económicos, con apuros para pagar los recibos de la luz y el agua, la cuota de la hipoteca y los demás gastos. Milagros le propuso a su marido y a su hijo alquilar una de las habitaciones y les pareció buena idea, al menos temporalmente sería un ingreso extra para los gastos. Repartieron carteles y anuncios, pero dadas las malas condiciones del piso, la gente desistía cuando se presentaba en casa. Al final, un chico rumano de treinta años, repartidor de pescado, aceptó el alquiler de la habitación por cien euros mensuales más otros cien por la comida, la limpieza y por tenerle lista la ropa. También les entregó trescientos euros de fianza. Era un inmigrante que llevaba ya varios años en España y tenía sus papeles en regla, estaba casado y tenía tres hijos, pero estaban en Rumanía y sólo iba a verles una vez cada dos años, hasta que pudiera reunir el dinero para traérselos a España.
Se llamaba Dinu y poseía los típicos rasgos caucásicos en su rostro, rasgos muy huesudos, con la cabeza pequeña y cuadrada, ojos verdes, piel rosada, pelo rubio y corto. Era alto y flaco, con piernas largas. Se instaló un domingo por la mañana en uno de los cuartos. El de Milagros y Vicente quedaba en medio y el contiguo era el de Toño. Era un chico muy callado que iba a lo suyo y hablaba educadamente. Almorzaron todos juntos y les enseñó fotografías de sus hijos y de su mujer. Toño se sintió celoso de cómo miraba a Noemí, ciertamente llevaba unos tejanos que definían las curvaturas de su culo y le botaba como si bailara samba. Noemí no tenía familia en España y pasaba mucho tiempo con ellos, incluso alguna noche que otra dormía con Toño.
Dinu paraba poco en casa, se levantaba temprano y regresaba por la noche, ya bastante tarde, pocas veces iba a comer, sólo los domingo libraba y se pasaba toda la mañana acostado, luego por la tarde se iba con otros colegas rumanos. Milagros se levantaba un ratito antes que él para prepararle el desayuno y por la noche, tras acostar a su marido, solía esperarle para ponerle la cena. Le lavaba la ropa, usaba slip tipo tangas y en los más oscuros descubría manchas de semen reseco. Por las tardes le limpiaba la habitación. A veces, por curiosidad, le registraba los cajones, guardaba multitud de fotografías, y descubrió unas cuantas películas pornográficas y una caja de preservativos medio vacía.
El chico era tan reservado que cuando Milagros le servía el desayuno o la cena apenas conversaban. Milagros también era una mujer muy retraída, como su hijo y su marido. Era una mujer jaquetona, ligeramente rellenita, con un culo amplio de nalgas redondeadas y blandas, de mediana estatura, piel blanquecina, tetas gordas, muy flácidas y caídas, ojos azules muy vistosos, labios finos y una melena voluminosa a lo afro, muy redondeada y rizada. Solía vestir con ropa anticuada, no tenía dinero para renovar el vestuario, y usaba poco maquillaje.
A veces se mostraba muy servicial y la ayudaba con Vicente, a colocar la bombona de oxígeno en la habitación o llevarle a la cama. También algunas veces jugaba con él a las cartas. De las pocas veces que paraba en casa, a veces se ofrecía para ir al supermercado. Pero Milagros y el joven rumano pasaban mucho tiempo a solas porque Vicente estaba acostado con sus achaques y Toño trabajando en el bar. A veces, mientras él cenaba y ella fregaba los platos, se giraba y le pillaba mirándola. Se ruborizaba y desviaba la mirada, cortada por los incómodos y largos silencios entre los dos, como si mantuvieran las distancias. También le había pillado varias veces mirándole el culo a su nuera, completamente embobado. Una vez que llegó acompañado de un amigo rumano, les escuchó hablar.
- ¿Has visto el culazo que tiene la muy cabrona? – le preguntó Dinu.
- Ufff, me la ha puesto dura – le dijo el amigo.
- Y encima el novio parece medio maricón – añadió Dinu refiriéndose a Toño.
- Seguro que no sabe ni follarla.
- Seguro que ella se folla a él. Parece una puta.
Otra vez, incluso se lo comentó a su propio hijo y su hijo actuó como un idiota. Ella estaba en la cocina y ellos en la sala de estar. Noemí acababa de irse.
- Tu novia tiene un polvazo, ¿eh? Seguro que te pones las botas.
- Lo normal – contestó serio.
- ¿Le has follado el culo?
- No, no…
- ¿Y no te gustaría follárselo?
- Perdona, Dinu, pero no quiero hablar así de mi novia, ¿vale?
- Está bien, tío, como quieras.
También su marido se había percatado de cómo miraba a Noemí.
- Parece buena gente, pero es un poco baboso. ¿No has visto cómo la mira?
- Sí, es que Noemí destaca mucho con esas ropas.
Antes estas conversaciones, antes sus miradas, su presencia la inquietaba, los silencios entre ambos se volvían mucho más incómodos, y Milagros pasaba tiempo pensando en ello.
Una noche le puso de cenar y apenas se dirigieron una palabra. Milagros procuraba evitar sus ojos. Se comió el postre, se fumó un cigarrillo, estuvo hablando en rumano por el móvil mientras ella fregaba los platos y después se levantó para irse a su cuarto.
- Hasta mañana, Milagros.
- Buenas noches.
Milagros terminó de preparar la cocina, planchó unas prendas y se sirvió una copa de whisky. Muchas noches solía tomársela para relajar las penas. Terminaba agotada de tanto trabajar, de tanto servir, la enfermedad de su marido resultaba abrumadora, a veces ni pegaba ojo en toda la noche. La copa de whisky era como un momento de relax. Salió al pequeño pasillo cuando oyó la televisión en el cuarto de Dinu y luz encendida. La puerta no encajaba bien. Enseguida diferenció el tono de la peli por los sonoros gemidos. Sigilosamente, se inclinó para asomarse por la ranura y vio en la pantalla una escena porno. Estaba viendo una de sus pelis. Él estaba sentado en una mecedora, de espaldas a ella, sólo veía su cabeza por encima del respaldo, sus pies y su brazo derecho agitándose de manera constante. Se estaba masturbando.
Enseguida dejó de mirar y entró en su cuarto. Vicente roncaba, tomaba pastillas para no dormir. Dormían en camas separadas dada la estrechez de la habitación y la obesidad de su marido. Se tumbó en la cama, oyendo el sonido del televisor e imaginándose cómo se masturbaba. Estaba casado, pero era un hombre joven y estaba solo, llevaba mucho tiempo solo. Casi era una cosa natural, como esa obsesión por su nuera. Dejó de oír la tele y oyó pasos. Se levantó en la oscuridad y entreabrió la puerta. Le vio salir hacia el baño. Iba completamente desnudo. Le vio de frente, con una verga larga y empinada hacia arriba, balanceándose como un péndulo, con un goterón de semen brillando en el capullo, una verga de piel rosadita, rodeada de un denso vello rubio, con unas pelotas redonditas y duritas. Tenía vello rubio en los pectorales raquíticos y una línea que le bajaba hasta el ombligo, con piernas largas y finas con vello cobrizo.
Siguió mirando refugiada en la oscuridad, espiándole, una situación novedosa para su desánimo, para su hastiada vida. Llevaba mucho tiempo sin mantener relaciones sexuales, desde que su marido cayó enfermo, y además había sido el único hombre. Y se le presentaba la oportunidad morbosa de ver a un chico joven desnudo. Se metió en el baño y abrió la tapa. Le vio de espaldas, tenía un culo huesudo y estrecho, con algunos pelillos sobresaliendo de la raja. Se agarró la verga y se puso a mear. Milagros le miraba el culo. Una mujer decente como ella, de 45 años, espiando a su joven huésped. Le vio sacudírsela y limpiársela con papel higiénico, luego se pasó al lavabo y se curvó para enjuagarse la cara. Entonces se le abrió un poco el culo y le vio el ano arrugadito entre una pequeña mata de pelillos rubios, con los cojones entre los muslos.
Volvió a erguirse limpiándose la cara con una toalla y al girarse para salir del baño, coincidió que Toño entraba por la puerta. Ya tenía la verga lacia y le colgaba hacia abajo como un rabo. Su hijo se quedó de piedra al verle desnudo y reparó en sus dotes, avergonzado y abochornado.
- ¿Qué pasa, machote? Qué tarde vuelves, ¿no?
- ¿Eh? Sí, hemos tenido tarea.
- Bueno, me voy a la cama, tengo que madrugar.
- Vale, hasta mañana.
Milagros cerró la puerta y regresó a la cama, rememorando lo que había visto, rememorando la cara de memo de su hijo al verle. Se calentó al recordar su polla y su culo, su total desnudez. Hacía muchos años que no sentía esa sensación. Se vio acechada por el morbo. Y en medio de la oscuridad, con los ronquidos de su marido, se metió la mano en las bragas y se empezó a acariciar lentamente, con los ojos cerrados, reproduciendo la escena, forjando fantasías hasta que resopló cerrando las piernas, vertiendo flujos vaginales sobre la mano. Se había corrido. Percibió una pizca de arrepentimiento, pero tampoco pasaba nada por darse un poco de gusto, nadie iba a enterarse.
Otra tarde, Dinu llegó temprano del trabajo. Toño y Noemí salían en ese momento. El rumano y Noemí se saludaron efusivamente y él le dijo lo guapa que iba delante de su novio, que mantuvo su cara de memo mientras la acechaba. Dinu le ofreció un cigarrillo a ella y lo compartieron en el descansillo mientras Toño esperaba. Después se marcharon.
El chico se dirigía a su habitación cuando pasó delante del baño. Se oía la ducha. La puerta estaba medio abierta y se paró mirando. Milagros estaba enjabonando a su marido, que con una mochila de oxígeno, se mantenía de pie en el plato de ducha, de cara a la pared, sujeto a unos barrotes para mantener el equilibrio. Era un cuerpo mantecoso y seboso. Milagros, a su costado, le pasaba la esponja por la ancha espalda, hasta que fue bajando hacia la cintura.
- Inclínate un momento, Vicente.
El gordo se curvó un poco hacia delante y empezó a lavarle el culo, pasándole la esponja por dentro, metiéndole la mano por la entrepierna para frotarle los testículos. Entonces miró hacia la puerta y vio a Dinu mirando. Se ruborizó de que la viera lavándole el culo a su marido. Empezó a enjuagarle con la ducha, abochornada, y cuando volvió a mirar ya no estaba.
Terminó de ducharle, le secó y le puso el slip. Le sentó en la silla de ruedas y le llevó al cuarto hasta tumbarlo en la cama. Le dio la medicación y le apagó la luz. Después se dirigió hacia la cocina, donde Dinu esperaba la cena sentado a la mesa. Vicente elevó un poco el tórax, con la mascarilla de oxígeno. Tenía una visión de la cocina y les vio a solas, a ella merodeando de un lado para otro en la encimera y al rumano mirando cómo contoneaba el culo. Su mujer llevaba unos tejanos ajustados. Agobiado por la impotencia, con dosis de celos corriendo por sus venas al dejar a su mujer al acecho de los ojos de aquel joven, dejó caer la cabeza en la almohada.
En la cocina, el silencio entre ambos resultaba abrumador para Milagros. Le daba vergüenza mirarle y dirigirle la palabra y sabía que era presa de sus ojos. La había visto lavando a su marido. Dinu miraba cómo movía el culo, cómo se le movían las tetazas bajo la tela negra de la camiseta, cómo se inclinaba y le veía la ranura de los pechos. Era una madurita de 45 años muy apetitosa, muy jaquetona, con aquella melena de rizos rubios tan voluminosa. Desde la habitación, intranquilo, Vicente volvió a elevar la cabeza y le vio tocarse el paquete bajo la mesa, embobado con los meneos de su mujer.
- Maldito cabrón – masculló celoso.
Muerto de rabia, volvía a asentar la cabeza en la almohada.
En la cocina, Milagros, cohibida, le sirvió el plato de filetes, inclinándose, con el escote bastante abierto.
- ¿Siempre tienes que lavarle el culo a tu marido?
- Es que está muy mal, se asfixia con cualquier movimiento.
- Es una lástima, el pobre hombre.
- Sí. ¿Te apetece algo más?
- No, no, tranquila.
Mientras comía, Milagros se puso a fregar los platos de espaldas a él mientras Dinu se estrujaba el paquete bajo la mesa, masturbándose, y Vicente observaba impotente desde la habitación. Cuando más tarde Milagros irrumpió en la habitación, Vicente, agobiado, encendió la lamparita de noche.
- ¿Todavía estás despierto?
- No me gusta cómo te mira, Milagros.
- No seas tonto, Vicente, el chico es muy educado.
- He visto cómo te mira, Milagros, y también cómo mira a Noemí. Es un pervertido.
- Estoy muy cansada, Vicente, no estoy para tonterías.
Y le apagó la luz, le dejó ahogado en sus celos.
Otra noche, Vicente se hallaba sentado en el borde de la cama, en slip. Milagros sacó de debajo una escupidera, se arrodilló ante él, le bajó la delantera del slip y le agarró un pequeño pene engurruñado entre el denso vello. Alzó la escupidera con la mano izquierda y con la derecha le bajó el pene. Vicente hacía fuerza. Su respiración resonaba como fatigosa. Se puso a mear. Y en ese momento irrumpió Dinu con la botella de oxígeno. Les vio, vio a Milagros sujetándole el pene, poniéndole a mear en la escupidera. Ella se ruborizó y Vicente se moría de vergüenza.
- Han traído ya la botella cargada.
- Ponla ahí, por favor – le dijo ella.
El chico la colocó junto a la cama justo cuando ella le sacudía la verga para que soltara las últimas gotas. El chico volvió a mirarles antes de salir.
- Joder, Milagros, no me gusta que me vea así, joder.
- Sólo ha traído la bombona, demasiado que el chico nos ayuda.
Le colocó la mascarilla, le preparó y le acostó. Salió de la habitación con la escupidera llena de pis en la mano y se dirigió al baño. Dinu se asomó justo cuando la vertía en la taza.
- ¿También tienes que ponerle a mear?
- Sí, así no tiene que levantarse, no puede.
Se puso a enjuagar la escupidera en la ducha, mientras él la miraba. Luego fueron juntos a la cocina. Milagros parecía renegada, seria.
- ¿Qué quieres cenar?
- No te preocupes, no tengo hambre. Voy a acostarme, tengo que madrugar.
- Muy bien.
Milagros se sirvió una copa de whisky. Necesitaba un trago para los nervios.
- Vaya coñazo, tener que ponerle a mear…
- Es mi marido y está enfermo – contestó secamente, dándole un sorbo a la copa.
- ¿Bebes mucho?
- No, a veces un trago cuando estoy estresada.
- Te sacrificas mucho por tu marido.
- Es lo que me ha tocado -. Apuró la copa y la soltó en el fregadero -. Hasta mañana.
- Buenas noches, Milagros.
Pasó delante de él, presa de su mirada, y apenas pudo pegar ojo. Percibía esa tensión sexual entre los dos, por cómo la miraba y por cómo ella le miraba a él. Pero no quería traicionar a Vicente, no se lo merecía.
La tensión y la frialdad entre ambos persistían, pero no iba a más. Milagros se esforzaba por evitar sus miradas. Con Toño tampoco hacía buenas migas, por casi lo mismo, por cómo miraba a su novia, y a Vicente los celos le apabullaban y casi ni le dirigía la palabra. Sólo conversaba largamente con Noemí, compartía cigarros y a veces veían la tele juntos hasta que llegaba Toño del bar. Milagros se dedicaba a tenerle la comida lista, limpiarle la habitación y lavarle la ropa, y nunca conversaban, sólo lo justo. A veces llevaba amigos a casa y se hartaban de beber y de fumar porros, pero pagaba religiosamente. Milagros, cada vez más renegada, no había vuelto a espiarle, ni había vuelto a masturbarse, aunque muchas veces involuntariamente se forjaban fantasías en su mente, fantasías que trataba de contener. Se esforzaba en mantener las distancias. Era un huésped. Muchas noches, Milagros se acostaba oyendo los gemidos de las películas pornos. Una vez, Vicente, malhumorado, se levantó a pesar del esfuerzo y casi arrastrando fue a su habitación, abrió la puerta de repente y le pilló masturbándose mientras veía una porno a todo volumen. Dinu se tapó enseguida al verle.
- ¿Puedes bajar la televisión, por favor? – le preguntó con un tono alterado.
- Sí, no se preocupe.
- Un poco de respeto. Aquí vive mi familia.
- Perdone.
También Noemí lo comentó en una comida donde el rumano estaba ausente. Milagros no dijo nada.
- Siempre está viendo películas guarras, a todas horas, y no se corta, las pone a todo volumen, se oye en toda la casa.
- Es un obseso – subrayó Toño.
- Ojalá y se vaya, no me gusta ese tío – añadió Vicente.
Una mañana, Milagros se levantó temprano, sobre las seis de la madrugada. Tenía que prepararle a Dino la merienda. Sobre la siete fue a llevarle la merendera y el mono de trabajo y al entrar le pilló vistiéndose. Estaba en slip, un slip negro elástico donde se le notaba todo el paquete, los contornos de la larga polla doblada, con la forma de los huevos, con los pelillos rubios sobresaliéndole por todos lados. Se había puesto la camisa y la tenía abierta, exhibiendo su tórax raquítico, así como sus finas piernas. Milagros se sobresaltó un poco al verle y reparó en su slip, en su bulto, aunque ruborizada enseguida apartó la mirada.
- Lo siento… No sabía qué…
- No te preocupes, pasa, pasa, no encontraba el mono.
Sonrojada y nerviosa, avanzó por el otro lado de la cama evitando mirar hacia él. Vio carátulas de películas guarras por el suelo y clínex arrugados. Soltó la merendera y el mono y se giró hacia él. Estaba de espaldas y el slip era como un tanga, llevaba la tira por dentro del culo estrecho y huesudo. Se había inclinado para ponerse los calcetines y le vio la tira por dentro. Los cojones peludos asomaban entre las piernas. Milagros sintió un sofoco. El sonrojo le quemaba en los pómulos.
- Te he preparado dos bocadillos y te he metido una manzana. ¿Quieres algo más?
Se volvió hacia ella rascándose las pelotas, moviendo todo el paquete.
- No, es suficiente, gracias.
Salió de la habitación sin mirarle, sofocada de excitación. Aquel chico la ponía, quizás por su sequía sexual o por su juventud. Le estuvo preparando el desayuno bajo su atenta mirada y después se marchó. Le estuvo arreglando la habitación, le recogió las películas pornos y los clínex con semen reseco. Y le lavó los calzoncillos. Y no pudo aguantarse, se masturbó en el baño, se agitó el coño hasta correrse, hasta sofocar las fuertes sensaciones.
Vicente la notaba cada vez más fría y distante, como ensimismada en todo momento, y comprendía su actitud, debía estar muy resignada, hastiada de la vida. Hacía mucho tiempo que no dormían juntos, desde que engordó tanto y le vinieron los achaques, no mantenían relaciones sexuales, no había gestos de cariño, ella sólo estaba entregada a su cuidado y a trabajar. Y el rumano no dejaba de acosarla con sus miradas. Pero tampoco quería comportarse como un bobo celoso. Una noche le pidió que se echara con él un ratito, que tenía ganas de abrazarla, pero le dijo que estaba muy cansada y se tumbó en su cama sin hacerle mucho caso.
- ¿Ya no me quieres? – le preguntó en la oscuridad.
- ¿A qué viene esa tontería? Haz el favor de dormirte, tengo que madrugar.
- Hasta mañana, cariño. Te quiero.
Pero no obtuvo respuesta de su esposa. Su esposa, bajo las sábanas, permanecía concentrada, tocándose el coño, oyendo tras la pared la televisión, imaginándose al chico masturbándose.
La presencia del huésped le ocasionaba a Vicente agudos celos que le violentaban y le impedían dormir. El piso era pequeño y estrecho y a veces surgían imprevistos. Un domingo por la noche, el rumano se fue a la cama pronto y con la luz apagada. Había estado todo el día con los amigos y no había parado por casa. Milagros estaba muy cansada. Tras acostar a Vicente, se tomó un par de tragos en la cocina, se fumó un cigarrillo y se fue al baño.
Empujó la puerta, se enjuagó la cara, se lavó los dientes y se limó las uñas. Luego se quitó el vestido y lo metió en el cesto de la ropa sucia. Se quedó en bragas, unas braguitas color crema muy pequeñitas, muy embutidas en las carnes. No llevaba sostén, sus tetas gordas se balanceaban como dos ubres, rozándose una contra la otra, con amplias aureolas oscuras y ovaladas y empitonados pezones.
Había olvidado el camisón en el cuarto. Entonces la puerta se abrió de repente y apareció Dinu en slip, un slip negro, con el tórax desnudo, con la polla hinchada bajo la tela. Durante un par de segundos ambos se quedaron embobados, pero enseguida Milagros se cubrió los pechos con ambos brazos, tratando de encogerse.
- ¡Milagros! Iba a mear, no sabía que estabas aquí…
- Pasa, pasa – le dijo nerviosa y sonrojada -. Ya, ya he teminado…
Dinu le miró las bragas. La densa mata del chocho le sobresalía por encima de la tira superior, con algunos pelillos escapando por los laterales. Gran parte de la masa de las tetas rebasaba por los brazos. Tuvo que rozarle al pasar a su lado y salió precipitadamente hacia el cuarto. Dinu le miró el culo. Se meneaban las nalgas blandas y las bragas apenas cubrían la amplitud del culo, con gran parte de la raja sobresaliendo por la tira superior. Toño se asomó desde su habitación y la vio meterse aligeradamente en el dormitorio y también vio al rumano mirándole el culo a su madre.
Vicente elevó el tórax al verla entrar.
- ¿Qué haces así?
- Apaga la luz, duérmete – dijo metiéndose el camisón.
- ¿Te ha visto él? ¿Te ha visto en bragas?
- No sabía que estaba despierto. Ahora déjame, quiero dormir.
Ni Vicente ni Milagros pudieron pegar ojo, una excitada y otro celoso.
A Noemí, la novia brasileña de Toño, la despidieron del locutorio y tuvo que irse a vivir con ellos. Ya no podía pagar un alquiler y si quería renovar el permiso de residencia debía encontrar trabajo. Una tarde dieron a la puerta y fue Toño quien abrió. Era un tipo bajo y gordo, con una barriga muy redonda y el pelo canoso y largo, repeinado hacia atrás donde llevaba una pequeña coleta, de unos sesenta años. Su pinta de chulo la complementaba con un traje negro, camisa blanca y zapatos picudos. Su bigote curvado le daba un rostro taciturno.
- Buenas tardes, ¿qué quería? – le preguntó Toño amablemente.
- ¿Dónde cojones está tu novia? – preguntó bruscamente con voz mejicana.
Enseguida, Noemí salió del cuarto, ataviada con un pantaloncito corto de color amarillo brillante, luciendo sus piernas, y un top rojo muy escotado.
- ¿Don Pancho? ¿Qué hace aquí?
Apartó a Toño de un manotazo y avanzó hacia ella.
- ¿Dónde cojones te has metido, cabrona? Te has esfumado y me has dejado tres meses a deber de alquiler…
Milagro salió al pasillo sin intervenir y Dinu también se asomó desde su habitación. Toño les miró, avergonzado.
- Es que no le localicé, don Pancho, pero pensaba hablar con usted.
- ¿Qué no me localizaste, cabrona? Me debes seiscientos pavos.
- Se los voy a pagar, don Pancho, deme un poco de tiempo. Me han echado del locutorio.
Toño rebuscó en los bolsillos y sacó cincuenta euros.
- Tenga…
- ¿Esta mierda me das? ¿Me has visto cara de tonto?
- Prometo pagárselo, don Pancho – insistió la chica.
- Mueve el coño y paga lo que me debes o te denuncio, te montan en un avión y te largan para casa.
- No se preocupe, don Pancho.
- No me hagas esperar, mi paciencia tiene un límite.
El tipo se giró y abandonó la casa. Toño cerró la puerta. Noemí se metió en su habitación y Milagros fue hacia su hijo.
- No te preocupes, ya pensaremos cómo pagarle a ese hombre.
Más tarde, Milagros vio cómo su hijo se dirigía hacia la habitación de Dinu. Dio unos golpecitos y el chico le invitó a pasar. Estaba tirado encima de la cama, viendo la tele, en slip. Cortado, Toño se fijó en su paquete y en su cuerpo raquítico y rubio.
- ¿Qué quieres, chaval?
- ¿Puedes dejarme algo de dinero? A mi novia la han echado, no tiene trabajo, y le debe dinero a ese hombre. Era su casero.
- No sé cómo ando de pasta, pero algo podré dejaros. Mañana iré al cajero, ¿de acuerdo?
- No sé cómo agradecértelo, Dinu.
- Nada, no te preocupes, chaval.
- Gracias.
Se giró y salió de la habitación para contárselo a Noemí. Dinu iba a dejarles algo de dinero. También Milagros se lo contó a Vicente, para que no pensara tan mal del chico.
Al día siguiente por la tarde, Milagros estaba planchando en la cocina cuando vio pasar a Dinu hacia la habitación de Toño. Su hijo estaba trabajando. Dinu abrió la puerta de golpe y pilló a Noemí en bragas y tacones, de perfil ante el armario. Acababa de quitarse el vestido para ponerse ropa de estar por casa. Se giró hacia él, luciendo su cuerpazo mulato, con las tetas lacias y caídas moviéndose cómo péndulos. Al ver al rumano abrió los ojos y cruzó los brazos sobre los pechos. Dinu la miró unos segundos, agarrado al pomo de la puerta. Llevaba unas braguitas negras transparentes de finas tiras laterales y se le distinguía a la perfección el coñito depilado completamente, se le distinguía la rajita durita y cerradita.
- ¡Dinu! – exclamó mirando a su alrededor, buscando una prenda con la que taparse.
- Acompáñame, voy a darte el dinero.
- Dame un segundo que me vista, ¿vale?
- Venga, tengo prisa, me esperan abajo los amigos.
- Vale, vale…
Caminó hacia la puerta, con ambos brazos sobre los pechos, contoneando las caderas, con el coñito depilado transparentándose. Dinu la dejó pasar y Noemí caminó delante de él hacia la habitación. Era un tanga y llevaba la tira metida por dentro del culo respingón y redondeado, de nalgas morenitas, con la sensación de que iba desnuda. Milagros les vio pasar, vio cómo Dinu, vestido, le iba mirando el culo a Noemí, en bragas. Se acercó al pasillo y se mantuvo alerta. Su nuera en braguitas ante el chico, luciendo todo su cuerpo.
Irrumpieron en la habitación. Noemí, de brazos cruzados, sonrojada, aguardó de pie junto a la puerta. Dinu fue a la mesita de noche, cogió la cartera y se volvió hacia ella acercándose, mirándola.
- ¿Te vienen bien trescientos pavos? Ahora mismo no puedo dejarte más.
- Sí, sí, así puedo darle a don Pancho un adelanto.
- Toma.
Cogió los billetes sin separar los brazos de los pechos. Dinu le miró las bragas.
- Muchas gracias, Dinu.
- Veo que no llevas pelos en el coño, ¿no?
- ¿Qué? – preguntó con voz quebradiza.
- Que te afeitas el coño.
- Sí, bueno, tengo que irme. Gracias, Dinu.
Se volvió y se le cayó un billete, tuvo que inclinarse y empinarle el culo. Dinu le vio la fina tira del tanga metida por dentro, pudo verle los esfínteres del ano y la vulva hinchada del coño en la entrepierna. Recogió el billete y salió aligeradamente por el pasillo. Dinu se asomó para ver cómo meneaba el trasero. Estaba buena y tenía un polvazo. Y vio también a Milagros asomada. Se miraron a los ojos, Milagros se ruborizó y se escondió enseguida. Más tarde, Noemí le contó a Toño los apuros que había pasado, había tenido que ir en bragas a la habitación de Dinu para que le dejara el dinero. Toño no dijo nada, trató de contener los celos y la rabia con silencio.
El tiempo transcurría y el inquilino cada vez estaba más afincado en la casa. Se mantenía la tensión sexual entre Milagros y el joven rumano, pero con distancia y silencio. Vicente seguía inmerso entre la impotencia y la rabia y la frialdad de su mujer. También Toño tenía que soportar las miradas que el joven le echaba a su novia. También tuvo que rebajarse un par de veces más y pedirle el favor de que le prestara algo de dinero para que su novia pudiera ir saldando las deudas. El joven Dinu se lo prestaba sin pedirle nada a cambio. En otra ocasión en la que Milagros estaba ausente, tuvo que pagar el recibo de la luz para que no la cortaran y Vicente, como su hijo, tuvo que rebajarse y agradecerle el gesto, comerse la rabia por esas miradas sucias que le echaba a su mujer.
Otra mañana en la que Vicente estaba solo en casa, se levantó para ir al lavabo. Vio la puerta abierta del cuarto donde dormía Dinu y entonces entró a indagar. Vio en la mesilla una pila de películas pornográficas. Se acercó y se sentó en el borde de la cama. Cogió una y miró el dorso, donde aparecían fotografías de distintas escenas. Hacía años que no tenía sexo con su mujer, el colesterol, la obesidad y las continuas depresiones le habían originado impotencia, disfunción eréctil, aparte de que no podía con su peso. Se excitó viendo las fotografías. Condujo su mano bajo su inmensa barriga y se metió la mano en el calzoncillo, manoseándose el pene. No se le endurecía, pero sentía un gustillo al tocarse. Y cuando más concentrado estaba, Dinu irrumpió de repente y le pilló manoseándose con la mano en el calzoncillo y sosteniendo la carátula.
- ¡Vicente! ¿Qué haces en mi habitación?
Nervioso y con el rostro colorado como un tomate, se sacó la mano del calzoncillo y tiró la película a la mesilla, esforzándose por ponerse en pie.
- Perdona, es que…
- ¿Te estabas haciendo una paja?
- ¿Qué? No, yo, es que…
- No pasa nada, coño. ¿Quieres que te deje alguna?
- No, no, de verdad.
- Que yo te las dejo…
- Que no, de verdad. Por favor, no le digas nada a mi mujer que, bueno, que estaba mirando esto.
- ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?
- Porque, bueno, es que yo, bueno, yo tengo problemas con…
- ¿No follas con tu mujer?
- Bueno, Dinu, perdona. No, no, no, no le digas nada, por favor.
- Tranquilo, hombre, que yo no le digo nada.
Y abochornado, habiendo tenido que dejar entrever su impotencia, regresó a su habitación.
Una tarde, Dinu se presentó en casa con unos cuantos amigos entre chicos y chicas, casi todos de su país, se encerraron en su cuarto y montaron una buena juerga. El vocerío, las risas y la música a todo volumen resultaban ensordecedores. No paraban de entrar y salir para ir al baño, poniéndolo todo hecho un asco. Olía a porro y alcohol. Era más de medianoche y seguían con la fiesta. Milagros y Vicente ya estaban acostados. Vicente se levantó quedando sentado en el borde de la cama.
- No hay quien duerma. Maldita sea, no tienen respeto por nadie.
- Seguro que se irán pronto.
- Ojalá y se vaya de una maldita vez.
- Gracias a él estamos tirando para delante.
- No puedo aguantar más…
Milagros se levantó y encendió la lamparita.
- Ten paciencia.
Se puso una bata por encima y salió al pasillo. En ese momento, su hijo Toño y Noemí también se asomaban desde su habitación.
- Pero ese tío qué se cree, mamá. Aquí hay unas normas. Tengo que madrugar.
- Meteos dentro, hablaré con él.
Se acercó a su cuarto y dio unos golpecitos. A los pocos segundos, Dinu entreabrió la puerta. Estaba en slip, un slip negro, y se le notaba la verga hinchada bajo la tela. Llevaba un porro entre los labios. La humareda escapaba de la habitación. Por encima de su hombro, vio a una chica subiendo y bajando el tórax, haciéndole una mamada a uno de sus colegas. Vio a otros tirados por encima de la cama, fumando y bebiendo, y a otra chica en bragas, con las tetas al aire, liándose un porro.
Se ruborizó, reparando de pasada en su paquete y en sus raquíticos pectorales.
- ¿Qué pasa, Milagros?
- Vicente no se encuentra bien y no puede dormir con este ruido. Era para ver si podíais bajar la música.
- No te preocupes, ahora la bajamos.
Y le cerró la puerta en las narices. Oyó unos comentarios tras la puerta.
- ¿Quién era? ¿La tetona? ¿Ya te la has follado?
- Que va, la muy cabrona no las quiere.
- ¿Y te has tirado a la nuera?
- Me encantaría, tiene el coño afeitado la muy puta.
Al instante, notó que bajaba la música, aunque el vocerío seguía siendo bastante intenso. Regresó a la habitación. Vicente había vuelto a tumbarse. Se quitó la bata y apagó la luz. Se tendió en su colchón. La música sonaba más lejana, pero se empezaron a oír gemidos, jadeos secos e intermitentes, de hombre y de mujer, como si se hubiesen puesto a follar como locos.
Vicente, escandalizado, elevó el tórax.
- Pero, ¿esto qué es? ¿Qué diablos están haciendo?
- Duérmete de una vez – le soltó Milagros con tono indignado.
Milagros se concentró en los gemidos, en los constantes jadeos, era una sintonía, y empezó a excitarse. Bajó los dos brazos, se metió ambas manos dentro de las bragas y comenzó a masturbarse en la oscuridad, retorciéndose de placer, soltando resoplidos y bufidos, acezos que Vicente oía, observando cómo la silueta se removía en la cama.
- ¿Qué haces? ¿estás bien?
- Duérmete te he dicho.
Supo que se masturbaba al son de los gemidos. Se le escapaba algún suspiro y los brazos no paraban, la cama crujía. Impotente, cerró los ojos. Su mujer se había excitado y debía comprenderlo tras la eterna sequía sexual. Él no podía satisfacerla como es debido. Al cabo de un rato, cuando ya todos se marcharon, la vio levantarse y entreabrir la puerta para espiarle, vio en el fondo a Dinu meando, completamente desnudo, sujetándose la verga, y a su mujer, refugiada en la oscuridad, con la mano metida en las bragas removiéndose el coño mientras le espiaba por la ranura. Tuvo que guardarse la rabia para sí, dejar que se masturbara, ver cómo luego se metía en la cama, se arropaba y se dormía. Un chico de la edad de su hijo la excitaba.
Por la mañana temprano, Milagros estaba preparando el desayuno cuando apareció Dinu en slip, el mismo slip negro elástico donde se le notaban los contornos de la verga. Llevaba una camisa abierta luciendo su tórax raquítico. Iba bostezando y se dejó caer en una silla ante la mesa. Milagros vio cómo se rascaba bajo los huevos, cómo se le movía el paquete. Dio los buenos días como adormilado. Le sirvió el tazón de café y unas magdalenas volviendo a reparar en su paquete sin que él se diera cuenta, volviendo a fijarse en los contornos, en los pelillos rubios que escapaban de la tirilla superior.
- Perdona por el escándalo de ayer, es que a veces nos gusta juntarnos a los paisanos y…
- No pasa nada, es que Vicente no se encontraba bien.
Terminó de desayunar mientras ella fregaba algunos platos, luego se levantó para irse justo cuando entraban Toño y Noemí, ya vestidos. Ambos se le quedaron mirando al verle en calzoncillos. Cuando se quedaron los tres a solas, Toño se quejó.
- Deberíamos prohibirle que vaya así por la casa.
- Díselo tú – añadió su madre con seriedad.
- Se cree el dueño. No puede montar una fiesta con prostitutas como hizo anoche.
- ¿Y qué quieres que haga? ¿Quieres que se vaya? Adelante, díselo, pero si no fuera por él ni tendríamos luz en la casa. Necesitamos el dinero del alquiler.
- Sólo pido un poco de respeto.
Más tarde se puso a limpiarle la habitación. La habitación hedía a humo y alcohol. Recogió varios preservativos llenos de semen, revistas pornográficas, le colocó las películas, un consolador, unas bragas, botellas vacías, ceniceros atiborrados de colillas y finalmente unos slips suyos. Los olió, se excitó, pero al final se contuvo. Más tarde, en la comida, Toño volvió a quejarse en presencia de su novia y de su padre.
- Pero, mamá, tiene que respetar unas normas de convivencia. No tiene respeto por nada.
- Él hace su vida y nosotros la nuestra. Gracias a él vamos tirando, si algo te molesta vas y se lo dices.
Y luego, en la sala de estar, a solas con su marido, mientras le masajeaba los pies hinchados, tuvo que enfrentarse a los celos de su marido.
- Sé que anoche te masturbaste.
- ¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Por quién me tomas?
- No me gusta cómo te mira.
- Estás obsesionado, Vicente, y estoy muy cansada como para que también tenga que soportar tus absurdos celos.
- Dile que se vaya, saldremos adelante.
- Necesitamos el dinero.
Le limpió los pies y le dejó solo en la sala de estar, mostrando la misma indiferencia. Vicente era consciente de que, a pesar de la diferencia de edad, a su mujer le atraía sexualmente aquel chico, quizás por la ausencia de sexo, pero si no quería perderla, no podía agobiarla permanentemente y asimilar que a veces su mujer necesitaba autosatisfacerse.
Dos días más tarde, por la noche, volvió a suceder algo parecido. Dinu se presentó en casa con dos prostitutas, dos jovencitas rubias de unos veinte años, muy guapas, y se encerró con ellas casi tres horas sin parar de follar. Montaba auténticas orgías. En la oscuridad del cuarto, Vicente tuvo que escuchar la armonía de gemidos y jadeos y ver cómo la silueta de su mujer se revolvía en la cama. La escuchaba acezar y se percibía el movimiento de la mano agitándose dentro de las bragas. También la vio levantarse sigilosamente para asomarse. Las chicas, desnudas, entraban y salían de la habitación hacia el lavabo. También una de las veces salió Dinu a mear. A la mañana siguiente, Milagros tenía que recoger el rastro del sexo y escuchar las quejas de su familia, que lo tachaban de sinvergüenza, gastándose el dinero en prostitutas y vicio mientras su mujer y sus hijos pasaban penurias en su país. Ella les retaba a que le echaran de casa, pero ninguno se atrevía.
Un sábado después de la medianoche, Vicente y Milagros ya estaban acostados. Toño trabajaba esa noche hasta tarde y Noemí estaba acostada en su habitación. Dinu llevaba todo el día fuera. Milagros no paraba de dar vueltas en la cama, sin ser capaz de conciliar el sueño. Vicente dormía, se notaban sus ronquidos sosegados, aunque había tenido que tomarse un somnífero. Hacía calor. Milagros se había acostado en bragas, unas bragas viejas de color blanco que le quedaban pequeñas, pero no tenía dinero para ropa interior. Llevaba una camiseta blanca muy escotada, corta y ajustada, con la tela muy desgastada por los años.
Oyó entrar a Dinu acompañado de una mujer. Elevó el tórax y por la ranura de la puerta vio que se trataba de una prostituta de color, muy alta y estrambótica, con la cabeza rapada, con rasgos muy africanos. Oyó que se metían en el cuarto de Dinu y al cabo de un cuarto de hora les escuchó follar. La chica chillaba como una loca y de Dinu sólo escuchaba jadeos secos. Vicente seguía roncando. Milagros empezó a sofocarse y a excitarse. Se puso a sudar y poco a poco su cuerpo hervía. Tenía la almohada húmeda. El sudor le corría por todo el cuerpo, notaba las gotas entre los rizos.
Se levantó. Se seguían escuchando los gemidos al otro lado de la pared. Vicente dormía. Salió fuera y fue a la sala de estar. Encendió la lamparita. No paraba de sudar, con la camiseta pegada al cuerpo, donde se le transparentaban los pezones y las oscuras aureolas de las tetas. También le sudaban las bragas, con toda la delantera mojada y manchas de sudor por la parte trasera. Se echó una copa y se la bebió de un trago. Necesitaba aplacar su inquietud. Volvió a llenarse la copa y estaba bebiendo cuando Dinu apareció en la sala, ataviado con un tanga atigrado. La pilló de espaldas. Le vio las bragas remetidas en el culo ancho y blando, con manchas de sudor. Al volverse hacia él con la copa en la mano, vio cómo le brillaba el sudor por todos lados, cómo le caían goterones por las sienes y el cuello, cómo se le transparentaban las dos inmensas tetazas, que se balanceaban ligeramente bajo la desgastada tela de la camiseta.
Milagros se ruborizó, reparando de pasada en cómo le botaba el paquete al acercarse a ella. Milagros dio otro sorbo nervioso.
- ¿Qué haces levantada? – le preguntó deteniéndose muy cerca de ella, apoyándose en el saliente de un mueble.
Ella quedó de perfil a su derecha.
- No podía dormir. Necesitaba un trago. ¿Quieres? – le dijo ofreciéndole la copa.
Dinu la sostuvo dándole unos sorbos.
- Perdona si te estaba molestando, sé que es tarde y…
- No pasa nada. Me cuesta dormir. Estás con alguna, ¿no?
- Sí, es una puta. ¿Nos has oído?
- La verdad es que se oye bastante – le dijo tratando de sonreírle.
- Le he dado por culo y se ha puesto a chillar como una loca.
- ¿Por atrás? – preguntó haciéndose la ingenua.
- Sí, me gusta darle por el culo a las putas.
- ¿Y a tu mujer?
- También. ¿Nunca te han follado el culo?
- No, no, nunca.
- La primera vez duele.
- Imagino – sonrió -. Usarás protección, ¿no?
- Hoy ha tenido que ser a pelo, no me quedaba ninguno. ¿Tienes preservativos?
- ¿Yo? No, que va.
- ¿No follas con tu marido? – le preguntó dándole un sorbo.
- Lleva mucho tiempo enfermo.
- ¿Desde cuándo no te echan un polvo?
Bajó la cabeza algo ruborizada.
- No me acuerdo, pero hace mucho.
- ¿No te apetece follar?
- Sí, bueno, pero es que…
Dinu la sujetó de la barbilla y le levantó la cabeza obligándola a mirarle.
- Eres una mujer muy guapa y quiero follarte -. Se sostuvieron una mirada penetrante durante unos cuantos segundos -. Me apetece follarte.
- Pero mi marido…
Condujo la mano desde la barbilla hasta la nuca, bajo la melena rubia de rizos, y le acercó la cabeza para besarla y morrearla. Sus pechos sudados se aplastaron contra su tórax fuerte y raquítico. Le apretaba la cabeza para comerle la boca. Milagros le correspondía con la lengua y acercó la manita derecha a su paquete, comenzó a masajeárselo acariciadoramente con la palma, percibiendo la erección, los contornos. Dinu soltó la copa y se puso a sobarle las tetas por encima de la camiseta, sin abandonar la intensidad del morreo. No dejaba de darle pasadas de la mano por encima de la tela sedosa y atigrada del slip y él no paraba de sobarle los pechos con severos estrujamientos.
Sin dejar de besarse, le bajó la delantera del slip y le agarró la polla meneándosela despacio. Dinu le dejó una teta medio fuera del escote, con el pezón asomando por el borde, y bajó la mano hasta metérsela dentro de las bragas, escarbando en el chocho con los dedos. Milagros suspiró en su boca. La seguía agarrando por la nuca. Dejó de besarla y la miró a los ojos. Ella continuaba meneándole la verga por fuera del slip y él seguía palpándole el chocho.
- ¿Quieres que te folle el culo?
- No sé – dijo ella sin dejar de darle.
- Quiero follarte el culo.
- Sí, pero me va a doler y…
- Tú relájate.
- Vale.
- ¿Quieres chupármela un poco?
- Sí.
- Muy bien, bonita.
Con la verga por fuera, Dinu dio unos pasos laterales hacia el sillón, una plancha de espuma sobre un palet, muy bajo, teniendo la pared como respaldo. Milagros aguardaba de pie a que se colocara, con la delantera de las bragas medio bajadas y el pezón de una teta asomando por el escote de la camisa sudada. Miró hacia su cuarto, asegurándose que sonaban los ronquidos y esperó unos segundos que el rumano se acomodara. Se reclinó y separó las piernas con la verga empinada y las pelotas por fuera del slip. Milagros se la miró, acababa de penetrar analmente sin preservativo a una prostituta. La acosó una pizca de pánico, pero al final se acercó hacia sus piernas.
- Arrodíllate y chúpamela un poquito.
- ¿Y tu amiga?
- Esa cabrona se ha quedado dormida.
Se arrodilló ante él y entonces precipitadamente Dinu extendió el brazo derecho, la sujetó por la nuca y la obligó a curvarse, a colocarse a cuatro patas y a comerle la polla. Le supo a culo y le provocó una arcada. Pero le tenía una mano en la nuca y no le quedó más remedio que seguir mamándosela, subiendo y bajando la cabeza, recorriendo con los labios todo el tronco largo, hasta que los pelos rubios del vello se le metían en la nariz.
- Así, chupa, chupa, cabrona… -. Le apartaba la melena de rizos a un lado para verla lamer -. Mírame…
Dirigía la mirada sumisamente hacia él mientras le daba bocados a la verga, a cuatro patas, con el culo en pompa, con las tetas colgando hacia abajo, una por dentro y otra por fuera. Iba acostumbrándose al sabor a culo que desprendía la verga dura.
- Chúpame los cojones…
Tuvo que ladear la cabeza y lamerle los cojones sin dejar de mirarle, con la verga balanceándose al tirar del pellejo peludo de las pelotas. Le daba mordiscones con los labios y se los saboreaba con la lengua, ensalivándolos. Le metió la palma bajo la barbilla y le levantó la cabeza, con una baba uniendo su labio inferior con las pelotas.
- ¿Te gusta, bonita?
- Sí.
- ¿Estás cachonda?
- Sí.
- ¿Quieres que te folle el culo? -. Asintió con la cabeza, con la mano bajo la barbilla -. Pídemelo.
- Fóllame el culo.
- Muy bien, bonita. Ponte de pie, anda.
- Vale.
Milagros se apoyó en sus rodillas para ponerse en pie y le miró la verga impregnada de salivazos, así como los cojones. Con una teta por fuera de la camiseta, se apartó para que él se levantara.
- Ponte contra la mesa, guapetona, y bájate las braguitas un poco.
- De acuerdo.
Acató la orden y se colocó ante la mesa redonda donde solían comer al mediodía, adornada con numerosas fotografías familiares. Se bajó las braguitas hacia la mitad de los muslos, exhibiendo su culo ancho de nalgas blancas y blandas. Le miró por encima del hombro, con los pómulos enrojecidos.
- ¿Así?
- Inclínate hacia delante.
- De acuerdo.
Se curvó hacia delante, hasta apoyar las palmas en la superficie acristalada, con las tetas reposando y la cabeza erguida hacia una fotografía donde su marido aparecía vestido de soldado. Tras ella, acariciándose la verga, Dinu se deleitó mirándole el culazo. Se le distinguía el chocho en la entrepierna, una vagina hinchada y peluda. Se acuclilló ante ella, le abrió el culo con los pulgares y le escupió en el ano, le lanzó un par de escupitajos y después empezó a lamerle el culo pasándole la lengua por encima.
Milagros notaba cómo le chupaba el culo, notaba su aliento, el roce de los labios y de la lengua, el olisqueo de la nariz. Sentía un gustillo especial en la vagina y a veces lo meneaba sobre su cara. Aguantaba mirando al frente. A veces dirigía los ojos hacia la puerta, como si tuviera la impresión de que iban a pillarla. Tras chuparle el culo y lubricárselo con saliva, Dinu se puso en pie. Y con el índice y el pulgar de la mano izquierda, le abrió la raja y se sujetó la verga con la derecha.
- No hagas ruido si no quieres despertar a tu marido.
Le miró por encima del hombro.
- Vale.
Volvió a mirar al frente, apretó los dientes, sudando mucho más. El sudor le corría por los pechos y por las nalgas.
- Cómo te suda el culo, cabrona.
Sintió el roce de la verga y cómo empujaba, cómo poco a poco se la iba embutiendo en el ano, cómo la dilataba, cómo avanzaba. Empuñó las manos y resopló entre dientes para no gemir de dolor. Le metió la verga entera, percibió el roce de su pelvis raquítica. El sudor le cocía en todo el cuerpo. La camiseta se empapaba y las hileras le corrían por las tetas, en reposo sobre la superficie, con toda la cara caldeada y el chocho empapado en sudor.
- ¿Te duele?
- Un poco, pero estoy bien.
- Estás sudando como una cerda – le palpó el coño con las yemas -. Mira cómo tienes el chocho…
- Es que me da mucho calor…
La sujetó por las caderas y empezó a encularla, primero con penetraciones anales suaves y acelerando poco a poco, golpeándole las nalgas con las pelvis. Milagros cerraba los ojos sin dejar de apretar los dientes, conteniendo los gemidos, con su cuerpo recibiendo empujones cada vez que la penetraba. Sus tetas daban bruscos vaivenes en cada remetida.
- Tenías ganas, ¿eh, guarrona?
- Sí…
Aceleraba y paraba para removerse gustosamente sobre las nalgas.
- Tienes un buen culo, cabrona, da gusto follártelo. Y cómo te suda, cerda.
Volvía a penetrarla de forma aligerada, a parar, a removerse, a reiniciar las embestidas, a tocarle el chocho sudado, mientras Milagros trataba de concentrarse en las clavadas, más acostumbrada ya a la dilatación. Empezó a sentir un hormigueo en la vagina. Quería gemir, pero su marido o su nuera podrían despertarse.
- Au… Au… Au… - resoplaba en voz baja, elevando el tórax de la mesa, bajando la mano derecha para menearse el coño mientras mantenía apoyada la izquierda en la superficie, con el rumano aplastándole el culo, con su tórax pegado a la espalda.
Dinu la rodeó con sus brazos, bajándole más el escote, y empezó a masajearle las tetas sudadas mientras se removía sobre su culo, ahondando analmente con la verga. Ella se tocaba el chocho con la mano derecha y el chico le acezaba sobre su mejilla, sobre su melena, lamiéndole la oreja, pegando su mejilla a la suya. Milagros volvió la cabeza y se besaron mientras follaban, jadeándose silenciosamente el uno al otro. Ella sudaba como una descosida y él le exprimía los pechos mojados.
El chico aceleró y la obligó a curvarse un poco sobre la mesa. Volvió a apoyar las dos manos sobre la superficie, recibiendo duras y constantes embestidas, resonando los golpetazos de la pelvis contra el culo. Los pechos se balanceaban chocando el uno contra el otro. Notó que se corría, que la llenaba. Paró, con la verga dentro. Percibía cómo circulaba la leche. Volvió a darle tres o cuatro clavadas y volvió a parar. Seguía echando. Le dio un par de veces más y paró de nuevo, eyaculando aún más. Después le sacó la verga del ano lentamente y se subió la delantera del slip.
Milagros se subió las bragas y el escote antes del volverse, como tapándose avergonzada, y se pasó el dorso de la mano por la frente. Tenía la camiseta empapada en sudor, con la tela pegada a las tetas, y las bragas todas sudadas.
- ¿Te ha dolido?
- Un poco.
- Un buen polvo, ¿eh?
- Sí. No le digas nada de esto a mi marido, por favor.
- Tú tranquila.
- Gracias.
- Bueno, voy dentro.
- Hasta mañana, Dinu.
La había enculado bien, la dilatación le provocaba la sensación de que aún la tenía dentro. Fue al baño y se refrescó la cara en el lavabo. Se bajó las bragas y se las miró. El semen le manaba del culo y las tenía todas manchadas. Entró sigilosamente en la habitación sin encender la luz. Vicente se había despertado y la vio cambiarse de bragas y de camiseta.
- ¿Qué haces?
- Cambiarme.
- ¿Ahora?
- Tengo calor y estoy sudando. Duérmete.
Luego se acostó. Una hora más tarde oyó tacones. La prostituta se marchaba. Milagros trató de dormir un poco, pero no pudo. Y a Vicente la duda tampoco le dejaba dormir. Entre sueños, había oído ruidos, como jadeos. Igual habían follado, pero no estaba seguro.
A la mañana siguiente muy temprano, como todas las mañanas, Milagros se levantó para prepararle el desayuno al rumano. Su marido dormía. Ella no había pegado ojo. Su hijo Toño no hacía mucho que había llegado. Era domingo, Dinu no solía trabajar, pero ese día tenía que arreglar el camión para el día siguiente. Milagros llevaba unas braguitas marrones y una camiseta azul, pero se puso una bata larga de color blanco. Oyó pasos y al volver la cabeza vio al rumano ante la puerta, ataviado únicamente con el slip atigrado.
- Buenos días, Dinu. Enseguida te caliento el café.
Volvió a mirar al frente y notó cómo se acercaba. Le colocó una mano en la cintura, por encima de la bata, y se colocó a su derecha.
- ¿Qué tal? ¿Te duele?
- No, no, estoy bien.
- ¿En serio?
- Sí, sí, de verdad.
- Suele doler la primera vez que te dan por el culo.
- No, estoy bien.
- Me encantó follarte el culo.
Sonrió temblorosamente, sin mirarle.
- Sí, y a mí.
- ¿Quieres hacerme una mamadita? Me gusta que me la chupen por la mañana temprano.
- ¿Ahora? Mi hijo no hace mucho que ha llegado y Vicente…
La agarró de la mano tirando de ella.
- Vamos al baño, ahí nadie nos ve.
- Vale.
Toño había oído murmullos y se asomó desde su habitación. Vio pasar hacia el baño al rumano en slip tanga tirando de su madre, en bata. Y les vio encerrarse juntos, vio cómo encajaban la puerta y se oía el cerrojillo. Su madre estaba liada con el inquilino. Disgustado, se tendió en la cama.
En el baño, Dinu se colocó ante la taza, abrió la tapa, se bajó la delantera del slip y se puso a mear delante de ella. Milagros aguardaba cruzada de brazos, ruborizada, sin saber dónde mirar.
- ¿Por qué no te quitas la batita y la camiseta?
- Sí, sí…
Mientras meaba, la miraba, observó cómo se desprendía de la bata y se sacaba la camiseta, liberando sus dos tetas gordas. Se quedó en braguitas, unas braguitas muy oprimida sobre las carnes que apenas tapaban el chocho peludo. Cruzó los brazos sobre los pechos, esperando a que terminara de mear. Vio que se cortaba el chorro y se la sacudía. Con la verga goteando y medio tiesa, se dio la vuelta y se bajó el slip hasta quitárselo, después se sentó en la taza, con las piernas separadas, y se reclinó sobre la cisterna.
- Anda, bonita, chúpamela un poquito.
Cruzada de brazos, se acercó hacia él y se arrodilló entre sus piernas flacas. Le agarró la verga con la derecha y le atizó una serie de sacudidas para terminar de ponérsela tiesa. Aún le brotaban gotas de pis que le resbalaban por el dorso de la mano. Las tetas le vibraban al son del movimiento del brazo.
- Vamos, estoy deseando.
Tuvo que curvarse y empezar a mamar, probar el sabor agrio del pis que aún rezumaba, y comenzó a subir y bajar la cabeza, recorriendo el tallo, dándolo bocados. Dinu permanecía relajado y concentrado. Levantó los brazos y apoyó la cabeza sobre las palmas, dejándola mamar a su antojo. Aún le sabía la polla a culo, pero no paraba de mamar al mismo ritmo, recorriendo casi toda la verga. A veces le daba ligeros meneos con la mitad de la polla dentro de la boca. Le lamió un poco los cojones duros, como a él le gustaba. Ni siquiera la miraba, seguía reclinado y concentrado con la cabeza apoyada sobre las manos y los ojos cerrados. Le dio una serie de tirones a las pelotas y continuó mamando. El culo lo meneaba al mover el tórax y las tetas le colgaban hacia abajo.
Dinu cada vez emitía una respiración más acelerada y empezó a contraerse follándole la boca.
- Dame… dame… - apremió.
Milagros se irguió, machacándosela aligeradamente, hasta que la verga comenzó a emitir chorreones de leche dispersa sobre sus tetas, gotas que se deslizaban en hileras hacia los pezones. Fue parando poco a poco hasta que dejó de brotar semen desde la punta, entonces el rumano se irguió.
- Levántate, voy a ducharme, se me hace tarde.
- Vale, te caliento el café.
Con todas las tetas salpicadas, diligentemente se metió la camiseta para taparse y se echó la bata por encima, abrochándosela rápidamente mientras él se metía en el plato de ducha. Y se fue a la cocina a prepararle el desayuno tras hacerle una mamada mañanera.
Después de que se marchara Dinu, Toño salió a hablar con su madre. Milagros acababa de salir de la ducha con una toalla liada a la cabeza y un albornoz. Tomaba un café apoyada en la encimera de la cocina.
- ¿Qué haces levantado tan temprano? Hace poco que has llegado.
- Mamá, te he visto.
- ¿Qué me has visto?
- He visto cómo te metías con él en el baño.
- No es asunto tuyo.
- ¿Cómo puedes hacerle a papá una cosa así?
Se bebió todo el tazón de café y lo soltó en el baño.
- Mira, hijo, no espero que lo comprendas, pero no es nada importante, ¿de acuerdo? Tu padre y yo hace mucho tiempo que, bueno, ya sabes. Estoy sacrificando mi vida por él, no puede tener quejas de mí. Entre Dinu y yo no hay nada, ¿de acuerdo? A veces pasamos un rato juntos, pero ya está, no hay nada más. No quiero que te preocupes y no le digas nada a tu padre.
- Pero, mamá…
- Hijo, no hay nada, ¿de acuerdo?
Se inclinó, le dio un beso en la mejilla congelando la indignación, una indignación que resarció más tarde contándoselo a su novia.
- ¿Tu madre se ha liado con Dinu? -. Toño asintió muy afectado -. Me da pena por tu padre.
- Espero que esto se acabe, mi padre no se lo merece – dijo lloriqueando.
Noemí se acuclilló ante él y le pasó un brazo por los hombros.
- Tranquilo, mi amor, tu madre está muy desesperada, pero recapacitará, ya lo verás, no te atormentes. Ha cometido un error, pero ella misma se dará cuenta.
También Milagros esa mañana tuvo que enfrentarse a las sospechas de su marido mientras le ayudaba a levantarse y a vestirse.
- ¿Qué hacías levantada tan tarde?
- Tenía calor y necesitaba un trago.
- ¿Te viste con él?
- Pero, ¿qué dices? Estaba con una prostituta en su habitación. No te obsesiones tanto.
- Sé que le viste, te oí hablar con él.
- ¿Y qué si hable con él? ¿Es que no puedo hablar con él?
- ¿Te has acostado con él?
- No.
- Dime la verdad, por favor.
- Vamos, date la vuelta que te ponga la inyección y deja tus celos para otro momento, tengo mucho que hacer.
No le había contestado con firmeza y no quiso insistir, tuvo la certeza de que se había acostado con el rumano, que cuando la vio cambiándose de bragas es porque habían echado un polvo. Pero no quería perderla, no quería agobiarla, y trató de tragarse los celos.
Después por la tarde llegó Dinu y Vicente estuvo atento a cómo se miraban, a los gestos, a los roces, a cómo conversaban. Todo parecía natural, pero aquel cabrón se estaba tirando a su mujer. Le daba un asco enorme y rezaba para que se fuera de la casa para siempre.
Por la noche, el constante malestar y la tensión le provocó algo de fiebre y Milagros le llevó a acostar alrededor de la medianoche. Toño estaba trabajando y Noemí ya se había ido a su habitación. El rumano se había quedado en la sala de estar viendo la tele.
Milagros le desnudó, le ayudó a ponerse el pijama, le dio las medicinas y le ayudó a tumbarse y a acostarse. No intercambiaron ni una sola palabra. La frialdad de su esposa resultaba cada vez más extrema. Después apagó la luz y en la oscuridad la vio desnudarse. Se puso un camisón azul celeste de tirantes, con escote de volantes y la base, por las rodillas, también con volantes, semitransparente, y la vio salir de la habitación. Estaba seguro que había quedado con él.
Se asomó a la sala de estar y Dinu no estaba. Oyó la ducha. Se fue a la cocina y estaba recogiendo los platos cuando apareció con una toalla liada a la cintura, recién duchado. Se acercó a ella. Se le transparentaban ligeramente las bragas blancas y los pechos, sobre todo las manchas oscuras de los pezones. Le pasó un brazo por la cintura.
- ¿Quieres venirte un ratito a mi habitación?
- Bueno.
Caminó delante de él hacia su cuarto. Irrumpieron, Dinu encendió la luz y cerró la puerta. Milagros esperaba, cohibida, con los brazos cruzados. Se deslió la toalla. Estaba desnudo, con la verga lacia colgándole hacia abajo como un rabo. Se sirvió una copa, dándole la espalda. Milagros le miró el culo estrecho y huesudo.
- ¿Quieres una copa?
- No, no, ahora no.
- ¿Quieres ver una peli porno?
- No sé, lo que tú quieras.
Con la copa en la mano y un cigarro en los labios, metió un cd y empezó a reproducirse una de las películas pornográficas. Se metió en la cama, sentado sobre el cabecero, con las piernas estiradas, bebiendo y fumando, con la verga doblada hacia un muslo.
- Quítate las bragas y échate a mi lado.
Sin decir nada, ruborizada, se metió las manos bajo el camisón y se bajó las bragas. La mancha del chocho se le transparentaba a través de la fina tela. Se metió en la cama, sentándose a su derecha, mirando hacia él. Dinu permanecía atento a la película.
- ¿Te masturbo? – le preguntó ella.
- Sí.
Sentada de lado, tendió el brazo derecho y le agarró la verga, que se doblaba hacia los lados por encima de su puño. Se la empezó a menear mientras él miraba hacia la pantalla, dándole caladas al cigarrillo y pequeños sorbos a la copa. A veces deslizaba la palma y le masajeaba suavemente los huevos. Sabía que le gustaba. Regresaba a la verga para seguir cascándosela, poniéndosela cada vez más hinchada y tiesa. Apagó el cigarrillo y sostuvo la copa con la izquierda.
- Chúpamela.
Se curvó de lado sobre su regazo, reposando las tetas sobre su muslo raquítico, manteniéndosela erguida con la derecha, y empezó a comérsela subiendo y bajando lentamente la cabeza. Dinu le tiró del camisón hacia la cintura y empezó a acariciarle todo el culo con la palma, pasando de una nalga a otra, pasando por encima de la raja, dándole suaves pellizcos, a veces hurgándole en el chocho con los dedos. Ella se la mamaba despacio. Cuando más concentrada estaba, le asestó un azote con toda la palma. Milagros se contrajo y elevó la cabeza.
- Sigue, mamona…
- Sí…
Continuó mamándosela mientras le manoseaba el culo y le atizaba una guantada en la nalga de vez en cuando. A veces le daba palmaditas en el chocho húmedo y ella se removía con la verga en la boca. Las palmadas resonaban en toda la casa y Vicente las oía desde su cama. Dinu permanecía concentrado en la peli y los manoseos por aquel culazo maduro. Le metió un dedo en el coño, con la mano bajo el culo, masturbándola. Milagros elevó el tórax, acezando, con el ceño fruncido, percibiendo mucho gusto. Con la mano izquierda, le acercó la cara a una de las tetillas y Milagros se puso a mamársela mientras le cascaba la verga y recibía pinchazos en el chocho con el dedo. Le mamaba la tetilla exprimiendo las mejillas, lengüeteando, mordisqueándosela, sorbiendo, sin descuidar los meneos a la verga, con las tetas bajo la gasa rozándose por su barriga delgada. Se tiró mamándole la tetilla y masturbándole cerca de un cuarto de hora. Ya no le quedaba saliva en la boca y tenía el brazo entumido. Tuvo que hacer un descanso para tragar saliva y chasquear la lengua, agarrada a la verga, apartando la boca de la tetilla.
- ¿Quieres que te folle el culo?
- ¿El culo?
- ¿No te gustó?
- Sí, pero, ¿lo hacemos normal?
- Me gusta follarte el culo -. Dijo irguiéndose y poniéndose de rodillas -. Anda, colócate como una perrita.
- Bueno, como a ti te guste.
Se volvió boca abajo, arrodillada, sentada sobre los talones, y se echó hacia delante, asentada como una perrita en los antebrazos, con las tetas apretujadas entre los brazos y el colchón, la cabeza erguida y estirada casi a la altura de la almohada. Dinu se colocó tras ella, subiéndole más el camisón hacia la mitad de la espalda. Le abrió la raja con los pulgares, le acercó la polla y empezó a hundirla en su ano. Milagros arrugó con fuerza las sábanas y apretó fuerte los dientes a medida que notaba la penetración anal. Unas gotas de sudor aparecieron repentinamente en su frente y en sus sienes y el camisón de gasa comenzó a humedecerse adhiriéndose a su cuerpo.
- Sudas como una guarra. Ya te está sudando el culo, cerda.
- Lo siento – gimió.
Empezó a follarla duramente, asestándole clavadas secas en el ano. Irremediablemente a Milagros se le escapaba algún gemido y fue tal la intensidad con la que la follaba que ya era incapaz de controlarse y se puso a gemir como una perra malherida.
Vicente podía oírla de su cama.
- Ah… Ah… Ah…
Eran gemidos secos que coincidían con unos golpetazos. El muy cerdo la estaba follando. Él se mantenía arropado, vuelto hacia la pared, oyéndola gemir sin parar, oyendo los crujidos de la cama.
- ¿Te gusta, verdad, guarra?
Y se oía una palmada. Los gemidos a veces se transformaban en chillos agudos. Los golpetazos cada vez eran más intensos y la cama parecía que iba a reventar.
- ¡Muévete, cabrona!
- ¡Ah! ¡Ah!
- Muy bien, culona, no te muevas…
- Me duele, Dinu, más despacio, por favor…
- ¡Ábrete el culo, coño! Así, culona, no te muevas. Agacha la cabeza…
Se oyó un golpeteo muy rápido, chasquidos y un crujir intenso, con jadeos del rumano mezclados con gemidos de ella, hasta que todo paró de repente tras un largo suspiro de Dinu. Vicente, acongojado, elevó el tórax. Todo estaba oscuro. Se oía un ligero murmullo al otro lado de la pared y pasos. Oyó que se abría la puerta y vio a su mujer de espalda ir hacia el baño. Le vio la gasa pegada al cuerpo sudado, con toda la melena revuelta. Al inclinarse para coger un trozo de papel higiénico, le vio las marcas rojas de las nalgas. La había azotado. Se le abrió la raja del culo y observó cómo le manaba leche del ano y resbalaba hacia el chocho, desde donde goteaba. Al erguirse y volverse, le vio el camisón pegado a las tetas, con toda la cara envuelta en sudor y el coño salpicado de leche. Aligeradamente volvió a meterse en el cuarto y cerrar la puerta. Esa noche le folló el culo tres veces más y Vicente escuchó cada polvo refugiado bajo las sábanas. Una de las veces vio salir a él, con la verga tiesa y empinada hacia arriba, con una baba de semen balanceándose hacia los lados, y se puso a mear. El muy cabrón estaba harto de follársela. Cuatro enculadas en una noche.
Cerca de las cuatro de la mañana, Milagros salía del cuarto de Dinu. Le había dejado dormido. Le dolía el ano, ya se lo tenía muy dilatado y no paraba de manarle semen. Salió desnuda y toda sudada, con toda la melena descolocada, y se topó frente a frente con su hijo, que llegaba en ese momento. Se contrajo tapándose el chocho con una mano y las tetas con la otra.
- ¡Toño! ¿Qué haces ahí?
- Mamá, por favor, no puedes hacerle esto a papá, tienes que parar…
- No pasa nada, hijo, tú tranquilo, vete a dormir.
Y contraída, tratando de taparse sus partes, pasó delante de él hacia su dormitorio. Toño la miró por detrás. El culo le botaba y llevaba las nalgas señaladas por los azotes. Vicente la oyó entrar, la vio secarse todo el cuerpo con una toalla, la vio limpiándose el chocho, frotándose bien, una y otra vez, y la vio ponerse unas bragas limpias. Luego se tumbó en su cama y se arropó, recién folladita, con el culo bien dilatado.
Aquella relación entre Milagros y el joven inquilino de la casa se convirtió en una rutina diaria y en un tormento para Vicente y Toño, que se vieron sumidos en un mar de impotencia y rabia. Su mujer, aunque seguía cuidándole con el mismo esmero, seguía tan fría y sin apenas dirigirle la palabra y Vicente tenía miedo de que le abandonara, de que se marchara con su amante, de ahí que se hubiera refugiado en el silencio y no le reprochara para nada su actitud. Les oía follar todas las noches, luego regresaba al cuarto de madrugada y se acostaba en su cama como si tal cosa. También Toño oía los gemidos de su madre, así como su novia, perpleja ante la situación insólita que se respiraba en la casa. Cada noche, Dinu le pedía que se fuera con él a la habitación y a diario le follaba el culo, entre dos y tres veces cada vez, hasta hartarse. Le tenía el músculo anal completamente dilatado. Y por las mañanas, recién levantado, solía hacerle una mamada o una paja. Era una rutina y a veces se originaban embarazosos momentos.
Una vez Toño se levantó muy temprano, tenía turno de mañana, y al ir al baño oyó ruidos dentro. Se asomó ligeramente y vio a su madre sentada en la taza, desnuda, agarrándose las tetas mientras Dinu, de pie ante ella, se las follaba.
- Mírame, puta, y apriétalas…
- Sí…
Su madre se apretujaba más los pechos para aprisionar mejor la verga, que entraba y salía entre las dos. Ella le miraba sumisamente y él la sujetaba por los hombros masturbándose con sus tetas.
- Así, cabrona, aprieta, aprieta…
Aceleró, con el capullo golpeando la barbilla de su madre, hasta que frenó y la polla comenzó a derramar leche hacia los lados, leche espesa que resbalaba por la curvatura de los pechos, cubriendo las aureolas, goteando desde los pezones hasta los muslos. Toño se retiró antes de que le vieran. Otra vez les pilló cuando le hacía una mamada, de noche, en la sala de estar. Entró sin saber nada y se encontró el culo de su madre, con toda la chocha en la entrepierna y un goterón de semen bajándole del ano. Permanecía arrodillada y echada a cuatro patas hacia delante, subiendo y bajando la cabeza, mientras Dinu permanecía reclinado en el sofá abierto de piernas.
Milagros elevó el tórax y volvió la cabeza por encima del hombro.
- ¡Toño! Déjanos solos, por favor.
Abatido, cerró la puerta.
También Noemí una de las veces entró en el baño sin avisar y pilló a Dinu lamiéndole el culo. Milagros se hallaba arrodillada encima de la taza, con las piernas juntas y los antebrazos sobre la cisterna, empañando el azulejo, mientras tras ella, arrodillado, Dinu le abría el culo con ambas manos y le chupaba el coño y el ano. Dinu apartó la cabeza y Milagros la volvió hacia ella.
- ¡Perdón! – se disculpó Noemí.
Y cerró la puerta dejándoles encerrado. Más tarde se lo contó a Toño.
Vicente no había tenido ningún encuentro doloroso y directo con los amantes, les oía follar, les veía entrar y salir desnudos de la habitación para ir al baño, pero ese dolor se lo guardaba para él. Cuando su mujer regresaba a la cama, él se hacía el dormido. Y así iba pasando el tiempo, a su mujer la enculaba a diario y no paraba de mamarle la polla, y así un día y otro, como dos amantes consentidos. En el fondo, Vicente albergaba la esperanza de que el rumano terminara marchándose, era el único modo de recuperarla. Prefería aguantar aquella rabia antes que perderla, antes de que decidiera marcharse con él.
Una mañana de un día de diario, Toño tenía turno de mañana y Milagros se había ido a trabajar. Era temprano, ni siquiera eran las ocho y media. Ese día Dinu había librado, tenían menos trabajo en la empresa, y permanecía en su cuarto aperreado, viendo la tele. Vicente se encontraba también en su habitación, vestido y sentado en el borde de la cama, con el oxígeno puesto. Y Noemí se hallaba en la suya, dormida.
Dieron a la puerta y Vicente, trabajosamente, se levantó a abrir. Dinu se asomó desde su habitación para ver quién era a esas horas. Al abrir la puerta, se encontró a don Pancho, el chulo con bigote y coleta canosa, bajo y barrigudo, al que Noemí le debía dinero. Iba con su traje negro y camisa blanca. Venía acompañado de un tipo alto y musculoso con camiseta negra, como si fuera su guardaespaldas.
- ¿Qué desea?
- Hablar con tu nuera.
- Yo le diré que ha venido, pero ahora no puede…
- Avísala, coño…
En ese momento, Noemí salió de la habitación de forma precipitada. Lucía un pijamita de seda muy ligero, de color negro, compuesto por un pantaloncito muy sexy, cortito, con encajes por los bordes, y un top muy suelto de tirantes finos, corto, con el ombliguito a la vista, con el escote redondeado y muy flojo donde se apreciaba el movimiento de los pechos. Llevaba la melena negra revuelta, como si acabara de levantarse de la cama.
- No se preocupe, Vicente, yo les atiendo -. Los dos hombres la miraron y Vicente sufrió mucho bochorno de que aquellos canallas la viera con aquel pijama -. Pase, don Pancho, y hablamos en mi cuarto.
- Muy bien, pasemos a tu cuarto.
Les hizo pasar al cuarto y sujetó a Vicente del brazo para conducirle a su cama.
- No se preocupe, Vicente, aún le debo dinero a ese hombre, pero usted quédese tranquilo.
- Hija, no tienen por qué molestarte…
- Todo está resuelto, no se preocupe.
Dinu la vio salir de la habitación de Vicente y dirigirse al cuarto donde estaba el chulo. Se metió dentro. Estaba en slip, un slip rojo tipo tanga, con una camisa de cuadros abierta. Al instante, dieron a la puerta.
- Dinu, ¿puedo pasar? Soy Noemí.
- Adelante, pasa.
Noemí empujó la puerta y le pilló de pie, de espaldas. Le miró el culo huesudo y estrecho con la tira roja del slip metida por dentro. Dinu se volvió, con su paquete muy abultado tras la tela roja. Noemí avanzó hacia él, contoneando su figura mulata, con aquel pijamita negro tan sexy. Los pechos se le movían bajo la sedosa tela.
- Tengo que pagarle, Dinu, ¿puedes prestarme algo de dinero? Yo te prometo que en unos días…
Se acercó a ella. El paquete le botaba. Frente a frente, ella con el pijamita de seda y él en slip.
- ¿Cuánto le debes?
- Quinientos.
- Puedo dejarte doscientos.
- Vale, hablo con él. Gracias, Dinu.
Se sacó la cartera del bolsillo de la camisa y le entregó la pasta. Nerviosa, Noemí se volvió y salió de la habitación. Dinu se asomó al pasillo. Transcurrían los minutos y los hombres no salían del cuarto. Se veía un resplandor de luz hacia el pasillo, como si estuviera la puerta entreabierta. Se acercó despacio y se asomó descubriendo la escena.
Noemí le estaba haciendo una mamada a don Pancho, mientras el otro tipo se masturbaba con la escena sentado en una butaca. El viejo se encontraba de pie junto a la cama. Se había quitado la chaqueta y estaba terminando de desabrocharse la camisa blanca. Se la abrió y apareció su abultada y picuda barriga, una barriga peluda de piel muy blanca, con el vello muy negro, y con tetillas lacias y fofas. Tenía los pantalones y el calzoncillos bajados hasta las rodillas. Noemí se hallaba acuclillada ante él y movía la cabeza hacia delante y hacia atrás, comiéndole un pollón grueso y carnoso. Se oían los chasquidos de saliva.
- Muy bien, zorra, sigue chupando… Vamos… Así… Así…
Dinu se metió la mano dentro del slip para tocarse. Noemí se esmeraba en lamérsela bien. A veces ladeaba la cabeza para chuparle el tronco y darle mordiscones al capullo. Le acariciaba los cojones gordos y blandos con la palma derecha y la izquierda la mantenía apoyada en su muslo. El viejo le acariciaba el pelo como si fuera una perrita y a veces le empujaba la cabeza para que le diera bocados a la verga. Las babas le corrían por la comisura de los labios y le goteaban dentro del escote. Dado el constante movimiento, una teta se le salía por el lado de la axila, ya con el pezón por fuera. El otro tipo sólo se masturbaba con la verga sobresaliendo de la bragueta.
Noemí apartó la cara, agarrándole la verga con la derecha, carraspeó y escupió saliva sobre el suelo. El viejo le levantó la cara colocándole la palma bajo la barbilla mientras ella le meneaba el vergón.
- ¿Quieres chuparme el culo, zorrita?
- Si a usted le apetece…
- Muy bien…
Noemí se levantó limpiándose la boca con el dorso de la mano, a esperas que don Pancho se colocara. Miró hacia el guardaespaldas, que cada vez se sacudía la verga más deprisa. Tenía una teta completamente por fuera. El viejo se bajó más la ropa hasta los tobillos y se curvó hacia la cama empinando el culo. Era un culo de nalgas blandas y muy peludas, en contraste con la piel blanca, con una raja velluda. Los cojones le colgaban entre los muslos.
Noemí se arrodilló ante el culo y con la mano derecha empezó a acariciarle una nalga mientras le estampaba besitos por la otra, besitos suaves, hasta que sacó la lengua y empezó a lamerle las nalgas. La arrastraba por toda la piel peluda, primero por una nalga y después por la otra. El viejo respiraba fatigosamente y se daba tirones a la verga al sentir los besos y la lengua por las nalgas.
- Huele, cabrona, huele… - apremió.
Y diligentemente, le abrió la raja con ambas manitas y pegó la nariz al ano peludo, respirando profundamente y soltando el aliento sobre los cojones. El viejo acezaba desesperado mientras ella le olía el culo. A veces apartaba unos centímetros la cara, fruncía los labios y los pegaba al ano sorbiendo, estampándole besitos, rozándoselo con la nariz, olisqueándolo.
Don Pancho se irguió y se volvió meneándose la verga. Noemí continuaba arrodillada ante él.
- Colócate -. Noemí se puso en pie -. Venga, coño, que me corro…
- Sí, sí…
Noemí se volvió hacia la cama y ella misma se bajó el pantaloncito negro de seda, hasta las rodillas, luciendo su culo redondeado y morenito, con una raja profunda. Se echó hacia delante hasta apoyar las palmas en el colchón. Dinu le vio la almejita depilada entre las piernas, un coñito cerradito y durito. El viejo se posicionó agarrándose el vergón y se lo metió bajo el culo, clavándoselo en el chocho. La sujetó por las caderas y se puso a asestarle clavadas secas, haciendo una pausa de dos segundos antes de la siguiente embestida. Dinu les veía de espaldas, veía al viejo contraer el culo. Las tetas se balanceaban bajo la seda y le sobresalían por los lados. El viejo la follaba apretando los dientes con rabia y a ella se le escapaba un suspiro en cada penetración.
Noemí miró hacia el viejo por encima del hombro. La follaba haciendo pausas con los ojos cerrados, con goterones de sudor cayéndole por la barriga peluda. Entonces vio a Dinu asomado, con la mano dentro del slip. El viejo aceleró y Noemí volvió a mirar al frente. Don Pancho se puso a jadear cabeceando, hasta que frenó con el culo contraído. Vicente también había oído los jadeos del viejo y enseguida supo que se había follado a su nuera.
En ese momento, Dinu regresó a su cuarto. Se quitó la camisa y se tendió en la cama. Puso la tele. Transcurrió cerca de un cuarto de hora cuando oyó el murmullo de los hombres y el portazo. Luego oyó un grifo abierto en el baño y el sonido de la cadena. Y dos minutos más tarde se abrió la puerta y apareció Noemí con su pijamita negro.
- ¿Puedo pasar, Dinu?
- Adelante. ¿Ya se han ido?
- Sí, sí, ya se han ido -. Volvió a fijarse en su bulto rojizo con los contornos de la verga. Permanecía reclinado sobre el cabecero con las piernas extendidas. Se sentó en el borde de la cama, a su derecha, mirando hacia él -. Gracias por lo del dinero, es que don Pancho es muy severo.
- ¿Estás bien?
- Sí, sí…
- Son unos cabrones, ¿eh?
- Sí, me ha dado más plazo gracias a ti.
- Aquí estamos para ayudar.
- ¿Qué estás viendo? – le preguntó nerviosa.
- Nada interesante.
- Oye, Dinu, lo que has visto, yo…
- Perdona, sólo quería asegurarme de que estabas bien.
- Don Pancho es muy exigente y por eso, bueno. No le digas nada a mi novio, por favor, Toño es muy sensible y no lo entendería.
- Imagino, pero no te preocupes, no le diré nada.
- Tengo que hacerlo porque don Pancho se pone nervioso.
- El muy cabrón te ha follado bien el coño, ¿eh?
- Sí, él…
- ¿Te ha follado más veces?
- Sí, me lo hace desde que le debo dinero.
- ¿Te gusta follar con él?
- No, pero, la verdad es que don Pancho me ha ayudado mucho desde que llegué y a él le gusta hacerlo conmigo.
- Se la has mamado.
- Siempre me lo pide.
- Y le has chupado el culo.
- Le gusta y…
- ¿No te da asco?
- Sí, pero tengo que hacérselo.
- ¿Cuántas veces le has chupado el culo?
- Muchas veces. No digas nada, ¿vale?
- Por mí puedes estar tranquila.
- Igual mi suegro nos ha oído…
- No te preocupes por él, es un memo. Sabe que me estoy tirando a su mujer y no dice ni mu.
- ¿Te gusta mi suegra?
- Follamos de vez en cuando, pero no hay nada más.
- Toño está muy disgustado.
- Es un bobo. ¿Estás enamorada de él?
- Queremos casarnos pronto. Es buena persona.
- ¿Sabe que eres una puta?
- No, no, él no sabe que don Pancho y yo…
- ¿No sabe que te folla ese viejo?
- No.
- Seguro que te folla mejor que tu novio, ¿o no?
Noemí sonrió como una tonta.
- No, es que a don Pancho le gusta que le haga ese favor. Te has masturbado, ¿no?
- Perdona si te ha molestado…
- No, no pasa nada, lo entiendo…
- Fui a ver qué pasaba y después te folló el coño y, bueno, entiéndelo, me puse cachondo.
Tragó saliva y le miró el paquete. Tendió el brazo y con la manita derecha empezó a acariciarle muy suavemente por encima de la tela, recorriendo la silueta del pene y de los testículos.
- ¿Quieres que te la chupe? No me importa.
- ¿Te apetece chupar más pollas? ¿No has quedado satisfecha?
- Es que, bueno, te portas muy bien conmigo – le dijo sin dejar de manosearle por encima del paquete.
Y entonces le tiró hacia debajo de la delantera del slip rojo, liberando su verga larga y sus pelotas duritas. Y se curvó sobre su regazo, de lado, dándole la espalda, y se la empezó a mamar muy despacio, sujetándosela por la base y comiéndosela pausadamente con su boca ancha, con los pechos apretujados sobre los bajos de la barriga.
Dinu se relajó. Posó la mano izquierda encima de su melena negra y tendió el brazo derecho, metiéndole la mano por dentro del pantaloncito, sobándole el culo, palpándole el coñito depilado con los dedos.
Noemí se volvió y se colocó de rodillas ante su pierna derecha, de perfil a él, y se curvó para continuar mamándosela. Ahora Dinu la observaba, observaba cómo le comía la verga, cómo la lamía por los lados, cómo lengüeteaba sobre el capullo, cómo le lamía los huevos. El top del pijama, dada la tela ligera, se le caía hacia las axilas y sus tetas asomaban, con los pezones pegados a la pierna del rumano. A veces hacía un descanso y se la sacudía rozándose los labios con la punta, para volver a babear sobre la verga. Le achuchaba las pelotas con la manita. Dinu le bajó el pantaloncito de un tirón, dejándole medio culo al aire, y le asestó un azote en la nalga.
- ¡Au! – exclamó elevando un poco la cabeza, con babas uniendo los labios y la verga.
- Sigue, puta, no pares, vamos, ¡guarra!
Noemí se afano en mamar con intensidad mientras recibía azotes en el culo, uno tras otro, con el pantalón medio bajado y las tetas aprisionadas contra la pierna.
- Así, guarra, no pares de chupar… -. Le comía los cojones unos segundos para regresar con la lengua a la polla, ya con las nalgas enrojecidas -. Dame con las tetas, guarra, quítate la camiseta.
Elevó el tórax y se sacó el top por la cabeza. Aparecieron sus tetas alargadas y anchas en la base, como dos péndulos, dos tetas de piel muy morena. Se las agarró e inclinó un poco el tórax, atrapando la verga, y empezó a moverse masturbándole.
- ¿Así? ¿Te gusta así?
- Aprieta más, guarra…
- Vale…
Se apretujaba más las tetas para ejercer más presión sobre la verga, que sobresalía por la ranura.
- Muévete, muévete… -. Noemí se esforzaba en mover el tórax más deprisa -. Más… Más… Vamos, guarra.
Se movía las tetas muy deprisa para masturbarle, con el pantaloncito medio bajado, afanándose en hacérselo bien. Dinu cabeceaba muerto de placer y empezó a elevar y bajar la cadera, follándole él los pechos, mientras ella se mantenía inmóvil, sujetándoselos para que la verga entrara y saliera entre las dos. El joven emitió un escandaloso jadeo y al instante la verga derramó leche hacia los lados. Inmediatamente, Noemí se curvó del todo y se la empezó mamar nerviosamente, sorbiendo como si fuera un biberón, como si quisiera tragarse todo lo que echaba. Dinu la veía tragar. Le veía algún goterón resbalándole por una teta. Se la dejó bien lamida y limpia, después se irguió limpiándose los labios con la mano y arrodillada se giró hacia él, quien permanecía reclinado sobre el cabecero.
- ¿Te ha gustado?
- Lo has hecho muy bien -. Noemí se subió el pantalón y, con las tetas al aire, se sentó a su lado, reclinada como él -. Te gusta mamar pollas, ¿eh?
- Tú nos has hecho muchos favores y no me importa hacértelo.
Dinu se encendió un cigarrillo y le ofreció una calada.
- Hoy te estás hartando de mamar pollas, ¿eh? -. Ella sonrió -. Si tu novio supiera que eres tan puta.
- Yo no quiero que se entere, sufriría mucho. Toño es muy buena persona.
- ¿Te folla bien?
- Siempre está muy deprimido y le entran pocas ganas.
- Prefieres que te folle el viejo, ¿eh? – le preguntó mientras se pasaban el cigarrillo -. El cabrón te ha echado un buen polvo en el coño.
- Es muy bruto y muy marrano.
- Ya he visto cómo le gusta al muy cabrón que le chupes el culo.
- Sí – sonrió -. Le encanta. Siempre me lo pide.
- ¿Cuántas veces se lo has mamado?
- He perdido la cuenta – sonrió.
- Qué cabrón el viejo.
- ¿A ti te lo han chupado alguna vez? – le preguntó mirándole, entregándole la colilla para que él la apurara.
- Alguna puta sí me lo ha mamado.
- ¿Y tu mujer?
- No, ella no.
- ¿Quieres que te lo chupe?
- Me encantaría.
- No me importa, de verdad, eres muy bueno con nosotros.
- ¿Quieres mamarme el culo?
- Sí. ¿Te colocas?
- Claro, bonita. Quítate el pantalón, quiero verte el coño.
- Como tú quieras.
Mientras Noemí se apeaba de la cama y se quitaba el pantaloncito para quedarse desnuda del todo, luciendo su coñito depiladito y sus tetas caídas y alargadas, Dinu se quitó el slip y se tendió boca arriba en perpendicular a la cama, con el trasero en el borde. Elevó las piernas flexionadas y las separó, como un bebé al que le van a cambiar el pañal. Tenía la verga flácida, doblada hacia un lado.
Noemí se arrodilló ante la cama y le abrió más las piernas colocando sus manitas en las ingles. Asentó las nalgas sobre los talones y se curvó ligeramente. Le aplastó los huevos con la frente y le pegó los orificios de la nariz al ano, un ano durito y pequeño con algunos pelillos. Aspiró oliéndoselo. La verga empezaba a endurecerse y Dinu se la palpaba. Tras olerle el culo, comenzó a estamparle besitos sobre el orificio, frunciendo y pegando los labios, hasta que sacó la lengua y empezó a lamérselo despacio, pasándosela por encima una y otra vez, a modo de perrita, rozándole las pelotas con la nariz. Dinu se agitaba la verga gimiendo temblorosamente con cada chupada.
- ¿Te gusta? – le preguntó ella mirándole por encima de la cadera.
- Me encanta… Sigue, guarra.
Bajó de nuevo la cabeza y le manoseó el orificio con la yema del dedo índice, después con las uñas trató de abrírselo para meterle la puntita de la lengua y agitarla. Dinu se moría de gusto cascándosela, emitiendo jadeos temblorosos que Vicente oía desde su cama.
- ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! – gemía como si le estuvieran azotando.
Noemí se esforzaba en comerle el culo, clavándole la lengua, besándoselo, tratando de mordérselo con los labios. La saliva le corría hacia la rabadilla. Se lo tenía completamente cubierto de babas. Se lanzó a chuparle los huevos mientras él se la sacudía, mirándole, y Dinu bajó las piernas. Elevó la cabeza para mirarla sin dejar de cascársela. Le comía las pelotas con ansia, a mordiscones, saboreándolas. Se irguió quedando sentado y ella apartó la cara elevando el tórax entre sus raquíticas piernas, rozándole las pelotas ensalivadas con las tetas.
- ¿Quieres follarme?
- Sí, cabrona, deja que te folle el coño.
Noemí se puso en pie, arqueó las piernas mientras Dinu posicionaba la verga, y lentamente se fue sentando, clavándose la verga en el coño que previamente le había follado el viejo. Quedaron cara a cara. Las tetas le rozaban los pectorales. Se abrazaron. Dinu la agarró por el culo y empezó a movérselo para follarla. Ambos se pusieron a jadear secamente.
Milagros había vuelto y les estaba viendo desde el pasillo, a los dos sentados en el borde de la cama. Veía a su nuera de perfil cabalgando como una loca encima de él, quien le tenía las manos sobre el culo para movérselo. Podía verle hasta el ano tierno y ennegrecido, podía ver cómo la verga dilataba el chocho y entraba y salía vertiginosamente, podía ver cómo las tetas botaban contra sus pectorales, podía ver cómo se morreaban mientras se besaban. Entonces Dinu apoyó la barbilla en el hombro de Noemí, sin dejar de follarla, sin dejar de abrirle el culo, y descubrió a Milagros en el pasillo. Pero no paró. Se miraron a los ojos.
- Muévete, guarra, muévete…
Era Noemí la que saltaba clavándosela. Milagros, seria, celosa, indignada, se retiró y se dirigió hacia su habitación. Su marido se hallaba sentado en la cama, con un semblante deprimente y los ojos enrojecidos por unas lágrimas brillantes. Milagros se puso a abrir y cerrar unos cajones. Se oían los gemidos al otro lado de la pared. Su nuera y su amante follando y ella junto a su marido escuchándoles.
- Estás contenta, ¿verdad? -. Milagros mantuvo silencio, dándole la espalda, enredando entre la ropa -. Seguro que te habías enamorado de él, ¿verdad?
- Sólo follamos, Vicente, si es lo que querías saber.
- ¿Por qué me haces esto? Tú sabes lo que yo te quiero.
Se volvió hacia él.
- Sólo me folla, Vicente, no estoy enamorada de él. Tú no puedes, hace mucho tiempo y surgió… No puedo dar marcha atrás. Nunca te abandonaría. Estaba muy cansada y él me hacía compañía, me sentía sola, y surgió, lo hicimos. Lo siento.
- Él sólo te quiere para eso, amor, para él eres una puta más. Y tú no te lo mereces. Imagina el daño que le está haciendo a nuestro hijo y aquí estamos, de brazos cruzados. Debes acabar con esto. Tienes que recapacitar, mi amor. Yo entiendo que, bueno, yo lo entiendo, te sacrificas por mí, pero no puedo soportar verte con él. ¿Quieres ser la puta de ese niñato? ¿Es eso lo que quieres? Toño va a sufrir mucho cuando se entere de esto. Ese tío es un miserable que nos va a hacer mucho daño. Vamos a lamentarlo para el resto de nuestros días. Haz que se vaya, por favor.
Milagros cerró el cajón y salió del cuarto. Vicente confiaba en que sus palabras la hicieran recapacitar.
En el cuarto, Dinu y Noemí seguían follando de la misma manera, sentados en el borde de la cama. Dinu paró de moverle el culo, con la verga embutida en el coño, haciendo una pausa. Se miraron a los ojos.
- Bájate, voy a follarte el culo.
- ¿El culo?
- Sí, ¿nunca te lo han follado?
- No.
- Venga, baja.
- Está bien.
Noemí se puso en pie dando un paso atrás. Tenía el coño enrojecido tras quince minutos follando. Dinu se levantó, la sujetó del brazo, colocándola contra la cama.
- Sube -. Acató la orden, subió de rodillas en la cama y se echó hacia delante quedando a cuatro patas, con el culo en pompa y las tetas alargadas colgando hacia abajo -. Junta las piernas.
Las juntó. Dinu se colocó detrás empuñándose la verga con la derecha. Utilizó el pulgar y el índice izquierdos para abrirle el culo a la altura del ano. El tierno orificio palpitaba. La rajita del coño le brillaba por la babilla vaginal. Le pegó la punta de la verga y empezó a empujar trabajosamente, dilatándole el orificio. Noemí resoplaba desesperadamente con el cuello estirado a medida que avanzaba y cuando comenzó a encularla se puso a gemir de manera muy aguda.
Milagros se hallaba en la cocina cuando volvió a oír los escandalosos gemidos de su nuera. Salió al pasillo mirando hacia la puerta de Dinu. Ese día, Milagros llevaba unas mallas negras ajustadas y una blusa roja de seda, abotonada por delante. En el cuarto, Dinu apretó la marcha y le llenó el culo de leche. Al sacarle la polla, Noemí, sofocada, acezando como una perrita, se tiró unos pedos y la leche brotó del ano resbalando hacia el coño, desde donde empezaba a gotear.
- Bájate… -. Obedeció retrocediendo con las rodillas hasta bajarse de la cama -. Sal fuera.
- Sí, sí.
Y la agarró del brazo para sacarla fuera. Milagros vio que se abría la puerta y aparecía Dinu, con la verga tiesa y empinada, tirando del brazo de su nuera, sacándola desnuda al pasillo. Vio cómo se le balanceaban las tetas y le vio el coño brillante, con una babilla blanca y fina colgándole entre las piernas. Al ver a su suegra, se tapó el coño con ambas palmas. Dinu miró a Milagros.
- Pasa.
Obediente, Milagros avanzó hacia ellos, pasó junto a su nuera desnuda y recién follada, y pasó delante de Dinu hacia el interior de la habitación. Después Dinu la siguió empujando la puerta tras de sí, dejando a Noemí desnuda en el pasillo. Nada más entrar, Milagros se volvió hacia él y entonces Dinu le abrió la camisa bruscamente liberándole las tetazas, que se balancearon rozándose una contra la otra. Le rasgó la camisa de un lado.
- Vuélvete.
Como una sumisa, Milagros se volvió hacia la cómoda y apoyó las manos en la superficie inclinándose hacia delante. Le bajó las mallas y las bragas a tirones, dejándole las prendas enrolladas hacia mitad de los muslos. Se pegó a su culo, removiéndose. Ya le tenía muy dilatado el ano y fue fácil encularla. Con la verga apretadita dentro de su culo, le agarró la melena con ambas manos, haciéndole una cola para sujetarse, y empezó a embestirla golpeándole las nalgas con la pelvis, provocando que sus tetas gordas se columpiaran alocadas.
Enseguida Milagros se puso a gemir. Ya estaba acostumbrada a las penetraciones anales y le provocaba mucho placer. Le tiraba de la coleta echándole la cabeza hacia atrás. Milagros, emitiendo jadeos, miró de reojo hacia la puerta y vio a Noemí en el pasillo, presenciando la escena. Las follaba por turnos.
Vicente, desfallecido, derrumbado, les oía follar. Su mujer gemía como una perra y de él oía jadeos secos. Vio pasar a su nuera, desnuda, tapándose el coño, hasta encerrarse en su habitación. Al menos veinte minutos más tarde, cesaron los gemidos. Seguía sentado en el borde de la cama. Oyó que se abría la puerta y vio a su mujer de espaldas, hacia el baño, con las bragas y las mallas en los tobillos, caminando a pasitos cortos, con las nalgas enrojecidas. La vio curvarse hacia la taza para cortar un trozo de papel. La luz de la mañana iluminaba todo el piso y al abrírsele el culo vio cómo le manaba leche del ano, un riachuelo de semen muy aguado que anegaba la raja del coño. Le había dado por el culo. Se irguió y se dio la vuelta. Le vio todo el chocho salpicado, gotitas blancas atrapadas por los pelillos. Le vio las tetas columpiándose al caminar. Y sus miradas se cruzaron, pero ella agachó la cabeza y siguió su camino hacia el cuarto del rumano. Vicente se acostó y se arropó. No se levantaría en todo el día, no sería capaz de mirarla a los ojos.
Vicente no volvió a ver a su mujer en todo el día. No entró para nada en la habitación y él no tuvo fuerza para salir. La oyó merodear por la casa, oyó murmullos, pero no tuvo la decencia de ni siquiera interesarse por su estado de salud. Era la una de la madrugada y aún no había vuelto. Sabía que estaba con él en su cuarto, aunque no les oía.
Toño llegó sobre la una y media. Llevaba trabajando todo el día, había tenido que hacer doble turno por un favor a un compañero enfermo. Al entrar vio todas las luces apagadas, sólo un resplandor de luz escapaba del cuarto del rumano. Había silencio, aunque se escuchaba un ligero murmullo. Quizás su madre estaba con él. Entró en su cuarto y se encontró la cama vacía. Se extrañó que no estuviera Noemí. Salió al pasillo y sigilosamente caminó hasta el cuarto del rumano. Había una ranura por la que mirar. Se oían besos y chasquidos de saliva. Se inclinó y se quedó petrificado con la escena.
Como dos prostitutas, su madre y su novia, cada una ataviada con unos sugerentes picardías rojos, transparentes, cortitos, con medias y ligueros, con tacones, permanecían echadas, cada una a un lado, sobre los costados de Dinu, desnudo, tendido boca arriba, con la cabeza apoyada en el cabecero. Su novia estaba a la derecha del rumano y la veía de espaldas. En ese momento se morreaba apasionadamente con él, echada casi encima de su costado, mientras le acariciaba suavemente los cojones con la palma derecha. El rumano le tenía metido un dedo en el culo y se lo entraba y sacaba lentamente. Al mismo tiempo, en el otro costado, viéndola de frente, su madre picoteaba y lamía la tetilla izquierda de Dinu a la vez que le tiraba despacio de la verga. Dinu volvió la cabeza para besarse con su madre y entonces Noemí se lanzó a comerle la tetilla de su lado. Le seguía metiendo y sacando el dedo del ano, el dedo corazón, muy despacio. Podía verle la rajita del coño apretujada entre los muslos. A veces contraía las nalgas en alguna clavada profunda, pero sin dejar de lamerle el pectoral, sin dejar de acariciarle las pelotas. Dinu miraba al frente y las dos se lanzaban a morrearle, besándose los tres a la vez, rozando unas lenguas con otras, una tirándole de la verga y otra achuchándole los cojones. Dinu le sacó el dedo del culo y lo ofreció para que lo lamieran. Ambas se pusieron a chupar el dedo como si fuera un diminuto pene, degustando el sabor anal de Noemí.
Con escalofríos por todo el cuerpo, Toño retrocedió con las manos en la cabeza, con los celos transformándose en pánico. Él no tenía espíritu para enfrentarse a una situación así. La vida le jugaba una mala pasada, un desenlace fatídico para una persona tan débil y acoquinada como él. Se fue a la sala de estar, refugiado en la soledad y oscuridad, hasta que unos minutos más tarde comenzó a oír los gemidos de su novia. Se levantó desfallecido y avanzó por el pasillo para asomarse y martirizarse con otra escena.
En el cuarto, su novia se encontraba tendida boca abajo con las piernas juntas y las tetas apretujadas contra el colchón, mientras el rumano encima de sus muslos, le arremetía clavadas secas por la entrepierna, follándole el coñito. Las nalgas del culo vibraban como dos flanes con cada acometida que recibía. Y acezaba y gemía sobre el coño peludo de su madre, que se encontraba abierta de piernas, sentada sobre el cabecero, de cara a Dinu, relamiéndose los labios y sobándose las tetas ella misma.
- Mueve el coño, puta… -. Y su madre meneaba la cadera para refregar el coño por la cara de Noemí -. Chúpaselo, chúpaselo, guarra…
Noemí sacó la lengua, lamiendo el coño de su suegra mientras recibía empujones con cada clavada, gimiendo y lamiendo, con la cara estrellándose contra el chocho peludo. Dinu paró y se irguió sacándole la verga, que reposó tiesa a lo largo de la raja del culo de Noemí.
- Apártate.
Su novia se echó a un lado y bajó de la cama. Toño la veía de espaldas, le veía el culo enrojecido. Vio que su madre se ponía de rodillas, se giraba hacia el cabecero, se colocaba a cuatro patas como una perrita, con las tetazas reposando sobre el colchón, y ella misma echó los brazos hacia atrás para abrirse la raja del culo y ofrecerle el ano. Dinu se agarró la verga y la enculó fácilmente, comenzando a follarla. Su madre frunció el entrecejo soltando gemidos y volvió la cabeza hacia su nuera, que en ese momento, se arrodillaba en el borde de la cama y se echaba hacia delante para besarla mientras recibía aquellas duras clavadas anales. Veía el culo abierto de su novia y el coño enrojecido entre los muslos, con semen aguado manando de la rajita.
Con la sintonía de gemidos, retrocedió por el pasillo y vio luz encendida en el cuarto de su padre. Abrió la puerta y se lo encontró sentado en el borde de la cama, escuchando cómo se follaban a su mujer al otro lado de la pared. Toño abrió el armario y bajó una maleta, luego se acercó a su padre.
- Vamos, papá, te ayudo a vestirte.
- Sí, hijo.
Cuando prepararon el equipaje y abandonaron la casa, aún seguían follando como perros. Sus mujeres habían sido emputecidas por aquel huésped. Fin. Joul Negro.
Mil gracias a todo por vuestros comentarios en anteriores relatos y espero que éste os guste. Muy agradecido por vuestros ánimos.
joulnegro@hotmail.com, chat en Skype y también en Facebook.