Las pruebas de Vanessa (4, final)
Mis aventuras con mi vecina se terminan y me espera una grandiosa despedida.
El sábado a mediodía, Vanessa picó a mi puerta, al abrir pude notar que estaba bastante disgustada. Ella se sentó en una silla, diciendo que tenía algo que decirme.
Al parecer, le habían llamado del trabajo, ofreciéndole una oportunidad increíble de ascenso, pero para eso debía irse a Madrid por lo menos seis meses. Me alegré por ella, pensando egoístamente que la volvería a ver. Pero rápidamente y antes de que me hiciera más ilusiones, me dejó claro que aquello no sería así.
Me contó también que las pruebas, más allá de algo puramente sexual era para ella algo místico, por lo que entendía aquella nueva situación como una señal del destino.
Por mi parte, yo entendía aquello como la manera más barata de darme plantón y Vanessa notó mi enfado. Como premio de consolación, me dijo de pasar la noche juntos a modo de despedida, enfadado, le dije que ya vería, mientras le abría la puerta de casa.
Lo de Vanessa había sido un golpe en mi autoestima y realmente estaba molesto, por despecho escribí a Marissa para poder quedar, pero en todo el día no me respondió, así que por la noche decidí subir a vengarme.
Piqué a la puerta y vestida con un picardías negro Vanessa me abrió la puerta, se había preparado sabiendo que subiría. Pasé directamente al salón, negándole un beso y al darme la vuelta pude notar como todo había cambiado; la actitud de Vanessa ya no era la de una mujer madura que dominaba la situación, ahora era más bien una sumisa esperando a hacer lo que yo quisiera, sin pensármelo dos veces, aproveché la situación pensando únicamente en mi venganza.
Me desabroché el cinturón e hice que Vanessa se acercara a mi, puse la correa alrededor de su cabeza y, negándole otro beso, ella se arrodilló. Sus manos quitaban con suma delicadeza mis pantalones, como si no buscase hacerme daño. Una vez su cara quedó ante mi polla desnuda, podía notar su respiración en mi miembro. Llevaba una semana de juegos con ella y no podía esperar más. Sin avisar, tiré del cinturón, haciendo que mi pene golpease su cara.
Vanessa abrió la boca mientras me miraba a los ojos. Haciendo uso del cinturón marqué el ritmo de la mamada. Sus manos estaban sobre sus rodillas, así que la única resistencia que encontraba era la de su garganta, que poco a poco cedía a mis penetraciones. Podía notar como su respiración se cortaba y como pequeñas arcadas salían del cuello de mi vecina, pero no escuchaba ninguna queja por parte de ella, quién seguía mirándome fijamente a los ojos. En el interior de su boca su lengua jugaba con mi tronco también de manera muy suave. Sin decir nada, tiré el cinturón sobre el sofá y acabé haciéndome una paja que acabó en su cara. La semana de abstinencia se notaba por la cantidad de esperma que dejé sobre su rostro, que caía poco a poco manchando su lencería.
Su gesto seguía siendo el mismo; inmóvil, esperando mis órdenes, por lo que dándole una mano le hice levantarse. Hice que se apoyara en el respaldo del sofá y esa vez fui yo el que se arrodilló tras ella. Aparté sus braguitas y abrí bien sus nalgas, mostrándome un agujero que yo ya conocía.
Escupí un par de veces sobre su ano, incando mi lengua dentro de él. Vanessa no decía nada más que pequeños suspiros cada vez que mi lengua se movía dentro de ella. Bajé sus bragas por los tobillos y empecé a bajar mi lengua hasta encontrar su coño encharcado. Di un par de lametones a los que respondió con dos nuevos suspiros. Entendiendo eso como una provocación me puse de pie e introduje dos dedos en su coño, recibiendo por fin un gemido leve. Metí también mi dedo pulgar y, una vez empapado en sus flujos, lo introduje por su ano, sonando esta vez un gemido más fuerte. Con la mano izquierda agarré su pelo para con la derecha masturbarla de forma efusiva. Dos de mis dedos entraban y salían del coño de Vanessa mientras mi pulgar hacía lo mismo con su culo. Los gritos ya no parecían interrumpirse hasta que logré hacer que se corriera. Me sonreí, pero no era suficiente.
Azoté su culo un par de veces, la cogí de la mano y la llevé al pequeño balcón. Noté la duda en sus pasos antes de cruzar la puerta, pero tiré de ella sin pensarlo dos veces. La noche cubría el cielo y todo estaba en silencio. Miré a nuestro alrededor y vi que a simple vista no había nadie. Al ser el piso más alto, solo tenía un vecino a cada lado, pero los separadores ocultaban toda la visión.
Volví a hacer que Vanessa se apoyara dándome la espalda, esta vez sobre la barandilla del balcón. Incluso la manera en que me la iba a follar era un castigo para ella, que siempre buscaba el contacto visual entre nosotros.
Sin más, agarré mi miembro con una mano y me apoyé en los hombros de mi vecina con la otra. Empecé a restregar mi polla por su coño, quedando mojada por sus jugos. De nuevo, ella solo suspiraba.
Introduje mi pene en ella muy poco a poco, quedando sumergido en su calor. Llevé una mano a su pecho y la otra a su cadera. Mis movimientos eran bruscos al principio, descontrolados golpes que impactaban en sus nalgas. Vanessa no pudo aguantar y entonces sí soltó un gemido. No era el más fuerte que había escuchado de ella, pero dadas las circunstancias sonó más de la cuenta. Fue entonces cuando bajé el ritmo, apoyándome yo también en la barandilla, exhausto, pero sin parar. Mi cabeza quedó sobre su cuello.
-Julio...
-¡Calla! -Mi grito fue más que nada un exceso de dominación, por lo que instantáneamente me sentí mal por ello y aún más al ver que me hizo caso.
Aproveché mi posición para besar y mordisquear su cuello, algo así como una tregua. Vanessa entonces si empezó a gemir suavemente.
Apreté fuerte sus nalgas cuando estaba a punto de correrme, ella lo entendió y se puso de nuevo de rodillas. En su cara todavía estaba mi semen cubriendo gran parte de la superficie. Aquello me calentó más cuando creía que era imposible y acabé derramado mi esperma sobre las partes que todavía no lo habían recibido.
Ambos entramos a la casa agotados, Vanessa se dirigió a la ducha mientras que yo empecé a hacer la cena. Cuando acabó, volvió al salón con una de sus batas puestas y el pelo mojado. No hicieron falta palabras, ella me besó y nos cambiamos los papeles.
Durante la cena, la conversación fue de lo más normal, parecía que lo anterior no había pasado.
Cuando nos acostamos, Vanessa se deshizo de su bata y se tumbó sobre mi, pero todo era distinto de lo que había pasado unas horas antes. Ahora todo eran besos apasionados y caricias. Se deslizó hacia abajo, a la altura de mi miembro. Lo acarició con ambas manos y se lo pasó por los labios.
-¿Sabes que alguien nos ha visto?
-¿Cuándo?
Empezó a masturbarme mientras mi pene crecía entre sus manos.
-Cuando me has mandado callar
-¿Y quién ha sido?
-Yo soy una buena chica y me callo cuando me lo ordenan, además... Con la boca llena no se habla
Introdujo mi capullo en su boca y empezó a acariciarlo con su lengua mientras me miraba a los ojos y masajeaba mis testículos. Crucé mis brazos tras mi cuello para disfrutar de aquella última noche.
Vanessa inició una mamada sin prisa alguna, se introducía mi polla en su boca y la sacaba mientras continuaba con la paja.
Yo solo suspiraba y decía joder cada vez que salía de su boca, lo que le provocaba una sonrisa. Mi vecina agarró mi polla con las dos manos, jugando con su saliva mientras caía sobre mi mástil. Continuó con la paja mientras devoraba mis testículos.
Aquella noche Vanessa era pura pasión. Soltó sus manos, usando únicamente su boca y buscando que todo mi pene entrase en su garganta. Con los dos primeros intentos no pudo, pero al tercero mi miembro desapareció entre sus labios. Lo sacó con una gran sonrisa y volvió a jugar con su saliva, haciendo que mi capullo golpease su lengua fuera de su boca.
Volvió a la primera fase de su mamada, maltratando de nuevo mi capullo con su lengua en el interior de su boca. Le avisé que me corría y, con la punta de mi pene encerrada en su boca, siguió con una paja increíble hasta que derramé toda mi leche en su boca. Siguió chupando unos segundos hasta cerciorarse que no se le escapaba ni una gota.
De nuevo, con una sonrisa, me enseño como mantenía el semen en su boca, jugando con él, hasta que finalmente se lo tragó y me enseñó como en su boca no quedaba nada. Me besó y me dió las buenas noches.