Las profesoras no somos santas
Con pocos años me encuentro casada, con la supuesta rectitud que me exige mi trabajo como profesora y con un deseo sexual del que a veces me pregunto si es normal.
Dejad que me presente, mi nombre es Natalia y soy de Málaga. Tengo 26 años, pelo castaño y ojos verdes. Soy más bien delgada y mido 1,74. Para que os hagáis una idea, gasto una talla S-M y una 95 de pecho. Tengo la espalda relativamente ancha, por mi pasado como nadadora y me machaco bien el vientre y las piernas en el gimnasio. Me gusta mantenerme en forma.
Dicho esto, os contaré la historia de cómo mi trabajo cambió por completo mi vida y la percepción que tenía de mi misma.
De siempre he sido una chica bastante estudiosa. No por ello, dejaba de lado las relaciones sociales. Siempre he mantenido relaciones duraderas con los chicos del instituto y de la universidad. Perdí la virginidad con 16 años. El chico con el que salía, por aquel entonces, cumplía 18 años y decidí regalarle la mejor mamada que jamás hubiera tenido, cosa que no fue difícil porque resultó ser virgen.
Pero no me remontaré tan lejos en el tiempo. Os pongo en situación. Hace 3 años, acabé la carrera de telecomunicaciones. Circunstancias de la vida, me llevaron a presentarme a unas plazas de profesor de matemáticas para un colegio de Madrid y resulta que me cogieron. Por aquel entonces ya me encontraba con Lorenzo, mi actual pareja, un chico de 28 años, que conocía de mi época de instituto.
Mi relación como pareja era maravillosa, o eso creía. Lorenzo y yo siempre hemos compartido gustos y no hemos tenido tapujos para contarnos nuestras fantasías sexuales, nuestros sueños eróticos y nuestras aventuras de jóvenes. Desde el principio, Lorenzo siempre ha sabido lo fogosa que puedo llegar a ser, lo correcta que resulto delante de los demás y lo zorra que me gusta ser en la cama. Siempre he pensado que eso es lo que más le gusta de mí, aunque no lo reconozca.
Me entenderéis mejor si os cuento cómo empezó nuestra relación. Habitualmente, en la universidad siempre estábamos en el mismo grupo de amigos. Quedábamos mucho para estudiar en pisos de amigos o en la biblioteca. Un día, nuestros amigos no pudieron venir y nos encontramos él y yo solos en la biblioteca de la facultad. Sería noviembre, cuando aún no había exámenes y la biblioteca estaba clarita de gente. Por aquel entonces, ya notaba cierta tensión sexual entre ese chico tímido y yo. Aquel día nos habíamos sentado en una zona un tanto solitaria, rodeada de estanterías. Recuerdo que estuvimos desde las 4 hasta las 7 sin ver aparecer a nadie.
En un determinado momento, entre tonteo y tonteo, fui a decirle una cosa al oído y le rocé sin querer el cuello con los labios. Inmediatamente noté cómo se le erizaba todo el bello de la piel. Mi sorpresa vino cuando miro hacia abajo y en su pantalón se dejó notar un bulto de considerables dimensiones que hizo maravillas en mi mente. Aquello fue el detonante que necesitaba para lanzarme. Sin pensarlo dos veces le besé muy despacio todo el cuello, bajando hacia su hombro. En ese momento, parece que ya había pillado la más que directa y se lanzó a mi boca. Aquel fue uno de los morreos más intensos que recuerdo, y había muchos con los que comparar. Su boca se deslizaba por mis labios. Nuestras lenguas entraban y salían, recorriendo toda la comisura de los labios. Le hice algo que sabía que le iba a poner a cien. Algo que me encanta hacer y que aprendí en una relación pasada que otro día os contaré. Succioné su lengua, haciéndola entrar y salir, simulando lo que le haría más adelante en esa polla que cada vez se hacía notar más. Lorenzo respondió a esta provocación metiendo la mano en mi jersey por la espalda. Poco a poco notaba como subía y con una habilidad pasmosa me desabrochó el sujetador. Como os he dicho, me gusta mantenerme en forma y mucho más aun vestir bien. Ese día, y reconozco que un poco a conciencia por mis perturbados pensamientos, me había puesto un tanguita negro a juego con un sujetador precioso con un poquito de encaje.
Acabé de provocarlo, sacándome el sujetador por debajo del jersey y metiéndoselo en su mochila. Años después me confirmo que aquello por poco no le hace correrse.
Sin sujetador, en una biblioteca de la universidad y con un maromo al lado que había copado mis sueños eróticos más mojados me encontraba. No me lo pensé dos veces y con el morbo de que alguien apareciera por los pasillos de libros, desabroché su correa y metí mi mano en su bragueta. Aquello que desde fuera parecía un bulto, era una polla de 18 centímetros y otros tantos, que no pocos, de grosor. Desde fuera ya se notaba la parte del glande bastante húmeda, pero no más que lo mojado que estaba mi chochito en aquel momento.
No os he hablado de la forma de mi vagina. Siempre voy depilada. Por higiene y porque me parece mucho más bonito, un coño sin pelitos que molesten a la vista ni al paladar. Tengo unos labios marcaditos, pero sin mucha piel suelta. Considero que es bastante bonito. El hecho de hacer yoga, me hace mantener un suelo pélvico y unos músculos vaginales en forma para hacer las delicias del que considere entrar.
Tocando aquel rabo enorme mientras me comía sus labios, sus mejillas y su cuello me estaban dando unas ganas enormes de follármelo allí mismo. Era un chico al que ya le tenía echado el ojo desde hacía tiempo, pero con lo tímido que siempre parecía, no me había atrevido nunca a entrarle. ¡¡Tímido pensaba!! Será tímido pero sabía manejar la situación y calzaba un buen miembro, que estaba segura de que sabía utilizar.
Poniendo mi abrigo encima por si aparecía alguien le estuve pajeando por lo menos 15 minutos, hasta que un líquido caliente se derramo por mis dedos, mojando sus calzoncillos, el pantalón y mi abrigo. No podía dejar pasar la oportunidad de acabar de ponerlo cachondo y no dudé en chupar y tragarme todo el semen que había chorreado por mis manos.
La cosa se repitió en los días posteriores. Ya buscábamos excusas para quedarnos solos sin nuestros amigos y que se repitiera la situación día sí día también. Al terminar aquellas sesiones de estudio mutuo, Lorenzo me bombardeaba enviándome whatsapps. Cada día la tensión era mayor, las conversaciones por la noche acababan conmigo acariciándome el clítoris y estoy segura de que él descargando su semen dos o tres veces al día.
Así lo tuve más de dos semanas. Me daba pena el pobre, intentaba más, pero siempre acababa cortándole. Quería asegurarme de que quería llegar a algo más y de que no le gustaba solamente por mis dos tetas y mi culo. Porque a mí me tenía loca.
Un día como los anteriores, estábamos besándonos en nuestro ya rinconcito amoroso de la biblioteca, cuando noto como Lorenzo intenta meter la mano en mi tanguita y comienza a darme el mejor masaje de clítoris que jamás me habían dado. Mi libido, que por aquel entonces ya era bastante alto, no cabía en mi cuerpo. El chico me hizo correrme varias veces. Con deciros que tuve que salir tapándome el pantalón de lo mojado que se había puesto… Mientras me masturbaba le demostraba mi goce al oído. En un arrebato decidí preguntarle si tenía condones. Me dijo que sí, que los había comprado al segundo día de nuestros encuentros amorosos.
Sin pensármelo le dije que me siguiera. Recogimos rápido nuestras cosas y nos apresuramos a los baños de la biblioteca. Por suerte no había nadie dentro. Era un baño pequeño que había en la segunda planta, al que casi nunca subía nadie. Con la mente en blanco y solo pensando en que no nos pillaran, le fui quitando la ropa, al ritmo que él me mordía y besaba todo mi cuerpo. Desnudos y de pie al lado del váter, lo senté sobre la tapa y empecé el trayecto desde sus labios hasta su polla, pasando por sus pezones. Era un chico fuerte y en mi atrevido viaje pude sentir la dureza de sus pectorales y abdominales. Al llegar al pene, ya lo tenía extremadamente duro y mojadito. Comencé a bajarle el prepucio con la mano, mientras que le metía los dedos de la otra en su boca. Él me los chupaba, como enseñándome lo que quería que le hiciera. A cada succión, yo le correspondía en su polla. Me quedé sin saliva de tanto mamar. Me encantaba el sabor de su semen, y a él parecía encantarle verme gozar de aquella forma. Antes de que se corriera de nuevo, le pedí que me abriese el condón y con una habilidad que creo que no había visto nunca, se lo puse con la boca mientras seguía chupándosela. No tardé en sentarme encima y cabalgarlo como si no hubiera un mañana. Lorenzo estaba aguantando bastante tiempo, a pesar de haberme reconocido llevar mucho sin follar.
En una de aquellas embestidas, alguien llamó a la puerta. Dudando de si nos habían pillado exclamé un sutil “Está ocupado”. Me extraña que no nos hubiesen oído porque mi chico estaba haciendo bastante ruido cada vez que sus huevos chocaban contra mi culo.
Cuando estuvo a punto de correrse, noté como su polla pegaba unos respingos hacia arriba y sin avisarle, me la saqué, quité el condón y dirigí toda la corrida a mi garganta. Creo que aquello le puso tan cachondo, que hubiera podido follármelo otra vez sin parar. Después de enseñarle como el semen corría por mi lengua, me lo tragué y le di un beso en esos labios carnosos que sin duda recordaría toda la noche.
Aquel día me acompañó hasta mi piso y sin planearlo ni hablarlo, los dos supimos que habíamos comenzado una relación.
Continuará….