Las prisas
Dejaste deslizar tus manos, hasta llegar a mi espalda, para poco a poco ir subiendo por ella, hasta llegar a mi cuello, tomarlo con mimo, hasta conseguir calmarlo, para con suavidad, pero con decisión, llevar de nuevo mis labios hasta tus labios. Esos labios de nuevo fundidos, de nuevo dialogando entre ellos ajenos a todo lo que no fuéramos tu y yo.
Con frecuencia nos encontrábamos en las escaleras, en ocasiones nos cruzábamos en la piscina, a veces incluso nos saludábamos en el garaje, ya fuera por la mañana todavía con algo de sueño, mi pelo enmarañado mostrando así que estaba en desacuerdo con haber abandonado la cama, con haber dejado a horas tan tempranas el calor de la almohada, con sentir el agua fría de la ducha, con la excusa de "A Quien Madruga, Alguien le Ayuda", mientras que tu pelo, sí, no puede ser que no te hayas fijado cuantas veces me he quedado prendado de tu pelo, desde la única vez que coincidimos en el ascensor.
He visto que en ocasiones llevas el pelo algo recogido, de forma que siga teniendo algo de movilidad; en ocasiones lo luces después de haberlo alisado un poco, en ocasiones lo guardas bajo un pañuelo lleno de colorido, dejando que asome parte de esa melena que llevas; también lo acostumbras llevar recogido en la frente, dejando al descubierto todavía más ese par de ojitos lindos, que en ocasiones he sorprendido mirándome.
Recuerdas esa mañana que al parecer nos levantamos tarde los dos?
Fue la única vez que coincidimos en el ascensor, y por lo menos yo fue también la última vez que lo utilicé.
Recuerdo que con las prisas, con algo de sueño, por llevar más cosas en la cabeza de las que podía, iba ya pensando en llegar al garaje, antes de llegar quitar con el mando la alarma al coche, mientras daba una vuelta alrededor del coche, para colocar bien los espejos retrovisores, mirar que las gomas estuvieran bien de aire, que no hubiera obstáculos, ni pelotas, ni bicicletas, ni monopatines, al fin y al cabo, en el garaje solían jugar l@s niñ@s que hay en la comunidad.
Iba pensando también en pasar el material que llevaba en la mano izquierda a la mano derecha, entrar al coche, poner con la mano derecha ese material en el asiento del acompañante, cerrar la puerta del coche, poner la llave . .. ...
En este momento, cuando ya había 'visualizado' el momento de poner la llave en el contacto, quitar la velocidad, pisar el embrague, mientras giro la llave, en este momento ajeno por completo a lo que ocurría a escasos dos metros de mí, todavía en el pasillo que desde los apartamentos conducía hasta el ascensor, en ese momento, tu, salías de tu apartamento, casi diría que con algo más de prisa que yo, que ya es decir.
Cuando me di cuenta de que las cosas no iban a salir como yo esperaba, cuando intentaba situarme donde realmente estaba, en ese momento vi que ya estabas fuera de tu apartamento, con un bolso en banderola, con las gafas de sol adornando tu pelo, de espaldas a mi, con las llaves en la mano derecha, mientras con la mano izquierda mantenías la puerta hacia ti, para poder cerrar.
En ese momento, con el cuerpo rebosando de adrenalina por el retraso que ya llevaba, con la respiración agitada, me olvide por un instante de todo lo que tenía pendiente por hacer, y mi campo de visión se limito a tu melena todavía algo húmeda, seguramente por la ducha matutina, a tu espalda al descubierto gracias a ese vestido de tirantes que llevabas, a tu cintura, tan marcada por el cinturón, que además de elemento decorativo, era necesario también para que la brisa matutina no hiciera de las suyas y jugando con la falda del vestido, te hiciera pasar un mal trago, como el que pasó Marilyn Monroe en la conocida escena donde se encuentra casi de casualidad sobre la rejilla del metro, tratando de mantener la falda en su sitio, mientras el rostro se debatía entre mostrar un poco de pudor, o la satisfacción de sentirse observada, casi deseada por tod@s los que la miraban.
Nunca le había prestado demasiada atención a las plantas que adornaban el pasillo, algunas directamente en la barandilla, otras en el suelo. Hasta ese momento, que busque una vía alternativa, para no terminar como casi terminé. En un segundo, que digo, en centésimas de segundo, vi las plantas que estaban en la barandilla, y calcule que si me giraba demasiado, para evitar que mi cuerpo que todavía llevaba la prisa que por quedarme dormido necesitaba terminara sobre el tuyo, esas plantas que tanto adornaban el pasillo iban a terminar en el patio interior.
Si solo fuera por las plantas, por las macetas, por la tierra que se iba a derramar, hubiera sido lo más lógico, lo más adecuado, girarme, evitar el contacto de tu cuerpo con el mío, y seguir con lo que todavía me urgía. Pero recordé que a esa hora, tempranito, el patio interior estaba lleno de quien como tu y yo iba al trabajo, de quien estaba esperando la guagua escolar, incluso de ese grupo de jubilad@s, que además del entusiasmo mantenían la costumbre de madrugar.
Cuando ya estaba pensando que la única posibilidad era la tele transportación, terminaste de cerrar la puerta y te incorporaste. !! Ya está ¡¡ pensé, pero que vá, mi gozo en un pozo.
Seguramente tu también estabas ensimismada en tus ideas, en tus proyectos, o vete tu a saber en que estarías pensando a esas horas de la mañana, lo cierto es que al cerrar la puerta, al retirar la llave e incorporarte para dirigirte a los ascensores, sin darte cuenta, ocupaste el único sitio por el que podía intentar pasar yo sin terminar entre tus brazos.
Al darte cuenta de la situación, al notar que sin ser mi intención, estaba a punto de pasar por donde estabas tú. Como acto reflejo, tus brazos extendidos con la palma de las manos vueltas hacía mi, se apoyaron en mi pecho, para intentar amortiguar un poco el impacto. Tus llaves, que hasta ese momento tenías en la mano, cayeron al suelo y la carpeta que llevaba yo en la mano, fueron al encuentro de tus llaves y ahí se quedaron. Extender tus brazos fue útil, pero no lo suficiente, seguramente por el impulso que llevaba yo todavía.
Mis manos siguieron el mismo camino que las tuyas, solo que al llegar a tus pechos, al notar su suavidad, al ser consciente de lo incómodo de la situación, en vez de extender la palma de las manos y apoyarlas en tus pechos, como habías hecho tu, yo separe un poco los brazos de forma que se deslizaron a ambos lados de tu cuerpo hasta encontrar algo sólido que me sirviera para amortiguar parte del impulso que amenazaba con dejarme entre tus brazos.
Con las palmas de tus manos casi tocándome el cuello, los codos flexionados, los antebrazos descansando en mi pecho, mi pecho demasiado agitado al sentir el olor de tu pelo, mis manos, algo doloridas por el impacto que sufrieron al llegar a la pared que estaba detrás de ti, y que evitaron que estuviéramos apenitas mas cerca del cielo.
Aunque no me atreví a preguntarte, supe en ese instante, que por lo menos ese día, te habías duchado con algún producto propio de peques, por el olor inconfundible que tienen todas las colonias de bebés.
Ese olor tan suave, tan penetrante, tan de mi infancia, que tantos recuerdos me trajeron, termino por dejarme fuera de mi, todavía con los músculos tensos por la adrenalina, por la certeza de llegar tarde, por la impresión que sentí cuando por un instante sentí que igual alguna maceta se caía, con el riesgo para quien estaba en el patio interior.
Igual que después una carrera no esperada, de un esfuerzo físico inusual, nos quedamos por un momento casi sin respiración, casi en trance, así me quedé yo, hasta que sentí como intentabas acomodar un poco mejor las manos sobre mi. Me di cuenta en ese momento de que el bolso que llevabas en bandolera en la espalda, había propiciado que estuviéramos tan cerca, al impedir que tu espalda llegara hasta la pared. También me di cuenta, de que estando con el bolso entre tu espalda y la pared demasiado cómoda no podías estar.
Que ojitos mas lindos pude ver en ese momento, todavía no soy capaz de interpretar lo que sin hablar, solo con la mirada me intentabas decir. De nuevo ese olor que casi sin querer me transporta a mi infancia, puede que incluso a mi niñez. Ese olor, me hace recordar que si hace 5 minutos iba con poco tiempo, con más prisa de la habitual, ahora voy de mal en peor.
Nos incorporamos como podemos, evitando en lo posible más contacto físico del necesario, recogemos las cosas que han estado mirándonos desde el suelo, mi carpeta, tus llaves, las mías también, te colocas bien el bolso en la espalda, las gafas de sol de nuevo en el pelo, y casi sin querer estamos a punto de tropezar otra vez, cuando llevados por las prisas, intentamos andar de nuevo los dos a la vez por el pasillo.
Tienes el detalle dejarme pasar primero, y aunque los dos sabemos que en otras circunstancias hubiéramos estado con un tira y afloja del tipo "No, pasa tu,", "Que vá, tu primero, por favor", con las prisas, con el retraso que llevamos tanto tu como yo, la poquita sensatez que nos queda después de haber sentido nuestras respiraciones casi acompasadas, esa poquita sensatez nos dice a los dos que mejor ponernos a andar de una vez y dejar esa 'muestra de educación' para la siguiente vez.
Nos dirigimos a las escaleras, porque sabemos de utilizarlas día si y día también, que cuando vas con prisas, lo más rápido es bajar por tu propio pié, sin tener que esperar por el ascensor, evitando que alguien sin ser consciente de las prisas que llevamos, en vez de pulsar la planta del garaje, pulse la planta baja, causándonos algo más de retraso del que ya acumulamos.
Antes de llegar a las escaleras, ya he visto, imagino que tu también, el balde con agua en el primer escalón señal inequívoca de que están limpiando las escaleras, y eso sí que no, intentar bajar unas escaleras con el suelo todavía húmedo por el agua del lavado, sumado a las prisas que llevamos no es como para intentarlo hoy, ahora.
Con los dedos cruzados para que el ascensor esté en esta planta; para que esté vacío a estas horas; para que no llegue nadie corriendo a coger el ascensor mientras entramos nosotros; para que nadie lo llame y lo haga parar en otra planta mientras llegamos hasta el garaje.
La suerte parece que sigue estando de nuestra parte. El ascensor está en esta planta, entramos con la misma rapidez con la que llegamos, y sin mirar al exterior, para no tener remordimientos si alguien nos hace señas de que esperemos, porque tenemos claro, que ahora no pararemos.
Con las prisas, con la falta de coordinación, hacemos los dos por poner la llave que permite que el ascensor baje hasta el garaje. Ahora si he sentido tu piel mientras retiro mi mano, para que puedas poner la llave que nos llevará a la vida diaria, a la rutina, al saludo ocasional en las escaleras, en la piscina, incluso puede que volvamos a coincidir en el pasillo, ya sea por la mañana, al atardecer.
Fue en ese instante, cuando nos dimos cuenta de que nos encontrábamos en la misma parte del ascensor, hecho poco habitual, pero ahí estábamos, casi de casualidad, sin apenas conocernos.
Como si fuera algo premeditado, como si lo hubiéramos ensayado, solo fué necesario girar un poco, tu hasta sentir tu espalda apoyada en una de las esquinas del ascensor, para evitar que el bolso, que seguía en bandolera te volviera a molestar. Yo me giré hasta estar tan cerca como habíamos estado hace unos minutos, tan cerca como me permitían tus brazos que de nuevo volviste a descansar en mi pecho, no se si como elemento separador, o como medio de unión, con esa presión que hacían tus antebrazos en mi.
Volviste a mirarme con los mismo ojos, algo más de brillo en la mirada, la misma sonrisa en la boca, pero ahora con el labio inferior apenas mordido, los ojos un poco entrecerrados, los hombros apenas encogidos, como diciendo "Estoy aquí, venga anímate", dejándome ver que si querías, podías llegar a ser un poco más ruín de lo que aparentabas en esos saludos éticos, correctos, demasiado educados, cuando el azar hacía que nos cruzáramos.
La breve pausa que estábamos disfrutando desde que subimos al ascensor, al ser consciente de que por mucha prisa que lleváramos no podíamos hacer nada hasta llegar al garaje, esa pausa desapareció en el mismo instante que nuestros labios dejaron de ser dos para ser uno solo.
En ese instante, volvimos a correr, a sentir que debíamos apurar ese instante antes de que el sonido que avisa de que el ascensor se ha detenido, sonido que casi siempre agradecemos, porque nos permite salir de ese habitáculo donde las evitamos que se crucen las miradas, donde evitamos el contacto físico, donde las conversaciones son de lo más absurdas. Ese sonido ahora es lo que menos deseábamos.
Al fundirse nuestros labios en un solo beso, se fundieron también nuestros cuerpos, mientras retirabas tus brazos de mi pecho, pasándolos con exquisita lentitud, con algo de presión en las costillas, como si tu único propósito fuera cerciorarte si me faltaba alguna, si las tenía todas, o tal vez intentabas jugar a tocar el arpa, deslizando tus dedos sobre mi camisa, hasta notar el tacto un poco más duro de las costillas.
Cuanto tiempo se puede emplear en recorrer con unas manos de mujer unas costillas como las mías?. No lo sé, pero a mi me pareció una eternidad.
Sé que notaste que al ponerte a jugar, al acariciar mis costillas, notaste como en un acto reflejo separé mis labios de los tuyos, aunque no era esa mi intención, pero al sentir la presión de tus manos, las caricias de tus dedos, mis hombros se encogieron, mi cuello tomo vida propia, y mi respiración hasta ese momento agitada, se desboco, provocando que ese beso tierno, apenas de labio a labio, se interrumpiera.
Vaya que lo notaste. Me miraste un poco sorprendida, queriendo preguntarme talvez si algo me había molestado, si me encontraba bien, si me apetecía seguir. Pero no hizo falta que me preguntaras. La respuesta estaba en la expresión de mi cara.
La boca entreabierta, para poder respirar, buscando el aire que me faltaba desde que empezaste a jugar; los hombros todavía encogidos; el cuello, girando despacio, como si quisiera encontrar una posición en la que estuviera a salvo de esas manos que amenazaban con apoderarse de mi; mi mirada, retándote a seguir.
Que bien supiste leer, lo que mi cuerpo te quería decir.
Tuviste el detalle de no decir nada, de no interrumpir ese momento en que el resto del mundo ya no existía, en que la única realidad de la que era consciente eran tus labios, tus manos, tus ojos y poco más.
Dejaste deslizar tus manos, hasta llegar a mi espalda, para poco a poco ir subiendo por ella, hasta llegar a mi cuello, tomarlo con mimo, hasta conseguir calmarlo, para con suavidad, pero con decisión, llevar de nuevo mis labios hasta tus labios.
Esos labios de nuevo fundidos, de nuevo dialogando entre ellos ajenos a todo lo que no fuéramos tu y yo.
Para poder apreciar mejor el sabor de tus labios, flexione un poco los brazos, que desde que nos unimos en esa esquina del ascensor, estaban extendidos.
Tus manos jugaban ahora con mi cuello, con mi pelo, incluso llegaste a presionarme las orejas, hasta que notaste, que si jugabas demasiado con ellas, volvería a encoger los hombros, en ese acto reflejo de protegerme un poco de quien estaba demostrando que ponía interés en conseguir lo que quería.
Al estar tan cerca de ti, al notar como jugabas con mi pelo, ese beso tierno, poco a poco se fue transformando en algo más sensual, casi en lucha por ver quien besaba a quien, quien retenía el labio 'del rival' aprisionado entre los propios labios.
Solo quería jugar contigo de igual forma que hacías tú conmigo. Solo quería tomar tu cuello entre mis manos, para compensarte por lo me estabas haciendo sentir. Solo quería que si me quedaba sin fuerzas, tú estuvieras como yo, rendida, cargada de emociones, deseando que ese trayecto en el ascensor fuera eterno.
Al acercarme un poco a más ti, note tus pechos contra mi pecho. Hiciste una breve pausa, un movimiento apenas perceptible, de forma que tus pechos no quedaran mal colocados, de forma que mi cuerpo quedara casi centrado con respecto a tu cuerpo, para que tus pechos, estuvieran igual de cómodos que hasta el momento.
Al tomar tu pelo entre mis manos, para apartarlo, para poder jugar con tu cuello, tuve la sensación de que seguramente trabajabas en alguna agencia de publicidad, de que ese pelo que ahora se deslizaba entre mis manos, es muy probable que estuviera asegurado.
Notar la suavidad de tu pelo, como me costaba retenerlo entre mis dedos, la sensación de estar jugando con una suave tela de seda de importación en vez de con tu pelo. Esa sensación fue más de lo que podía imaginar.
Notar como no solo yo era maleable, sino que tu también te dejabas llevar por las sensaciones que desde tu cuello empezaban a recorrer tu cuerpo. Darme cuenta de que mientras tu cuerpo intentaba no estar a mi merced, tus manos en mi cuello me retenían, apenas me permitían alejarme de ti.
Sentir que por momentos tus piernas tuvieron un ligero estremecimiento, pero ni así dejaste de estar colgada de mi con tus manos por el cuello.
Al atraerme más todavía hacía ti, tuve que dejar tus labios, tuvimos que interrumpir ese beso, hasta darme cuenta de que me estabas ofreciendo tu cuello. Si antes había notado el olor de tu gel, de tu champú, de tu colonia, o de lo que fuera impregnaba tu pelo, al volver a olerlo, ahora estando casi con mi cara por entero dentro de tu pelo, volví a perder el poquito sentido común que todavía me quedaba.
Con el mismo mimo que hace un momento eras tu quien tomaba mi cuello, con la misma determinación que mostraste para atraerme hacía ti, hasta tener mis labios al alcance de tus dientes, porque no lo negarás, verdad? entre beso y beso, ponías empeño en darme un ligero mordisco, cuidando de no hacerme daño, pero marcando tu territorio, dejando claro, que si te lo proponías, me ibas a tener a tu entera disposición.
Por fin conseguí sujetar tu pelo de forma que debido a su suavidad no se escapará entre mis dedos. Fui bajando la mano sin dejar de mirarte a los ojos con una doble intención, ver si me decías que te estaba haciendo daño, pero también para que vieras que si de jugar se trataba, no sería yo quien se quedara a un lado.
Mientras notaba como tu cabeza se inclinaba hacía atrás, siguiendo al pelo, notaste tu también que tu cuerpo hasta ese momento unido en tu espalda al ascensor, empezaba a arquearse, uniéndose más todavía a mi cuerpo.
Notar tu cuello, empezar a besarlo, con besos chiquitos, desde la parte de atrás hasta la garganta; por momentos hacer una pausa, y ofrecerte un beso un poco mas intenso, como cuando estamos bebiendo y quieres apurar todo el contenido, que empiezas a absorber, de esa forma estaba intentando aplacar mi sed por ti.
Seguir con mis labios los movimientos erráticos con los que tu cuello intentaba librarse de mis labios, de mi lengua, de mis dientes. Notar que por momentos, intentabas jugar conmigo, cuando en un vano intento de recuperar el control, tomabas el pelo de mi nuca, tirabas de él, buscando que dejara de estar sobre ti, hasta que te dabas cuenta, de que tenías muy pocas probabilidades de separarme de tu cuello, de tu pelo, de ese olor que me tenía perdido entre tus labios de mujer.
Al tiempo que descubrí lo sensible que eres a los estímulos en tu cuello, noté también que habías vuelto a dejarte llevar, que las sensaciones habían podido mas que tu voluntad, y al centrar toda tu atención en mi cuerpo, en tu cuello, tus piernas volvieron a flaquear.
Si antes no me preocupé, porque estabas apoyada en la pared del ascensor, ahora, al tener el cuerpo arqueado, debido a que en un impulso de lo más natural tomé y tire de tu suave pelo, haciendo que tanto tu cara como tu cuerpo se curvaran hacía atrás, como cuando ponemos el cordel a un arco, que queda tenso, preparado para descargar toda la tensión acumulada.
Para evitar que te cayeras; para evitar que en tu caída me llevaras contigo, ya que todavía tenías tus manos alrededor de mi cuello; para evitar sentir mi cuerpo sobre tu cuerpo, bajé mi mano derecha, que hasta ese momento estaba jugando con tu pelo, hasta tu cintura, en un desesperado intento de evitar que siguieras cayendo.
Y lo conseguí.
En ese mismo instante en que noté que te estaba sujetando con el brazo, mientras tu colgabas de mi cuello, mientras tu cuerpo arqueado casi casi se fundía con el mío, en ese mismo instante me di cuenta de que no podría mantener demasiado tiempo esa situación, con la espalda doblada, sosteniendo mi propio peso y además el tuyo solo con la espalda flexionada, porque para nada había dejado de sujetar tu pelo, de besar tu cuello, de notar tus pechos contra mi pecho.
Al incorporarme, me di cuenta, de que mi mano derecha, al descender desde tu pelo, para sujetarte, debido a un error de cálculo, en vez de sujetarte por la cintura, había bajado un poco más, y en realidad te estaba sujetando en la parte superior de los muslos, o lo que es lo mismo, en la parte inferior de tus prietas nalgas.
Quise detener el movimiento, no incorporarme todavía, pero tanto la espalda como la cintura me recordaron que ya no podía volver atrás, salvo que quisiera terminar en el suelo sobre ti y eso si que no.
Mientras me incorporaba noté que mi mano derecha empezaba a resbalar, que desde donde había llegado por equivocación, a esa parte donde se unen las nalgas con los muslos, poco a poco iba ascendiendo y que casi con toda probabilidad no se detendría hasta llegar a tu cintura, que es donde desde un principio debería estar.
Si hubieras llevado pantalón ese día, no habría tenido mas repercusión que el aumento de presión que ibas a notar en esa parte tan íntima de ti. Al llevar ese vestido tan ligero, imaginaba lo peor, que al ir ascendiendo mi brazo, al encontrarte tu colgada de mi cuello, y solo sujeta por mi brazo en tu muslos, al tiempo que subía mi brazo, tu vestido le seguiría, pero no tenía remedio.
Afortunadamente el vestido, largo, elegante, ligero, evito que además de esos muslos morenos, bien torneados quedara expuesto ninguna otra parte de ti.
Lo que no me esperaba de ti, es que al notar que me estaba incorporando, que mi brazo había recorrido toda la parte superior de tu muslo, había hecho presión en tus nalgas, hasta llegar a la cintura, desde donde ahora te sujetaba, te retenía, casi casi te apretaba contra mi. Lo que no esperaba de ti es que tomaras impulso con tus pies, que te colgaras un poco más de mi, que recogieras esos muslos bronceados pasándolos por mi cintura, y que tus pies se cruzaran a mi espalda, apretando mis caderas entre tu pelvis.
Sorprendido por tu reacción, por sentir como te apretabas contra mi, como me retenías con toda la fuerza de tus piernas enlazadas en mi espalda, como en esta ocasión no te importaba que mi cuerpo quedara centrado con tu cuerpo, para que tus pechos estuvieran sin recibir demasiada presión, más bien parecía al revés, que por momentos te movías, buscando sentir una mayor presión, que los estrujara, de un lado a otro, de arriba a abajo, con un movimiento casi circular, como si en vez de mi pecho, fueran mis manos las que jugaran con tus pechos.
No falto nada para que perdiéramos el sentido del equilibrio, porque el sentido común hace tiempo que lo habíamos perdido los dos.
Sentir tu espalda contra el ascensor, darme cuenta de que yo estaba un poco inclinado hacía delante, que lo único que te mantenía a ti en esa posición, era la presión que hacía mi cuerpo contra el tuyo, contra el ascensor, notar que de nuevo volvías a jugar con mi pelo, que tus labios habían vuelto a encontrar los míos y estaban en ese diálogo sin sonido, donde todo vale, donde todo es consentido.
Saber que esos mordiscos en mis labios, son apenas el preludio de lo que me quieres hacer, que cada uno de estos regalos que me estás haciendo, en cuanto puedas, me vas a exigir te los devuelva con mucho interés, como debe ser.
Para poder sujetar mejor tu cuerpo, para no depender solo de tus manos engarzadas en mi cuello, de tus pies alrededor de mis caderas, pasé mis manos bajo tus muslos, en tus nalgas, sin recordar, que debido a la posición en la que nos encontramos, el vestido se ha terminado de subir, que se encuentra ovillado a la altura de tu cintura, atrapado entre tu cinturón y el ascensor.
Al notar mis manos en parte sobre tu piel desnuda, en parte sobre las braguitas que imagino llevas, confundir la suavidad de la seda, con la suavidad de tu piel, notar donde termina la braguita y donde me puedo perder, notar como ese escalofrió que se ha apoderado de mi, te está recorriendo también a ti.
Notar que esa suave brisa que nos está acariciando es debido a que el ascensor, al terminar su recorrido, está abriendo las puertas de par en par, pensando que este trayecto ha sido como los que realizan l@s demás inquilinos durante el día a día.
Al darnos cuenta de la situación, de que ya estamos en el garaje, de que por mucho que nos apetezca continuar, pulsar de uno en uno todos los botones del ascensor, para de esa forma, seguir entrelazados, besándonos, buscando yo en ti y tu en mi motivos para por un día dejar de lado el resto de las ocupaciones, y centrarnos solo en nosotros, a pesar de que sabemos qué es lo que necesitamos, recuperamos la compostura, influenciados por el hecho de que el ascensor está cerrando las puertas, seguramente para atender alguna llamada.
Salimos del ascensor al garaje, y estamos de nuevo en la realidad que tan bien conocemos, volvemos a ser dos vecinos que llevan prisa, que ya van con algo de retraso, que se saludan hoy de una forma diferente, porque en vez del habitual "Buenos días vecin@, que tenga un buen día", hoy, mientras nos dirigimos a nuestros coches, el saludo es en sin silencio, sin palabras, solo con la mirada.