Las primas

Dos primas adolescentes descubren el deseo, el placer...

LAS PRIMAS

Los ruidos y el bullicio amainan.

Ha sido un día muy caluroso, y con la llegada de la noche se percibe un frescor reconfortante. Los vecinos de la tranquila calle recogen sus sillas y se despiden de los demás miembros de la habitual tertulia a la fresca.

Las voces en la casa de los abuelos se aquietan, las luces se apagan, el silencio y la penumbra lo envuelven todo, cuando la última mecedora detiene su columpiar. Es la hora de dormir.

Y es la hora ansiada y secreta en que las primas se abrazan desnudas en la enorme cama, desatando el deseo retenido.

Porque son primas. Dos ninfas adolescentes, núbiles, con corazones repletos de sensaciones tormentosas, con pieles que huelen a hierba y galleta recién horneada. Y dos volcanes, dos cuerpos ardientes que se descubren y que necesitan descubrir otro cuerpo. Bajo la sutil cubierta de las sábanas se acarician, tantean los rincones y las formas de la otra, formas y volúmenes tan parecidos a los suyos propios, pero que les transmiten vibraciones indescriptibles.

Empiezan acariciándose las caras, los hombros, los costados, el pelo. Cabelleras largas, generosas.

Por la ventana penetra un levísimo resplandor proveniente de la calle, atenuado por las cortinas, que les permite entrever los ojos, el perfil, la boca entreabierta de la prima deseada y temblorosa por el ansia.

Se besan, les encanta besarse, es algo nuevo para ellas. Nunca han besado a un chico y quieren experimentar esa sensación, quieren descubrir el placer de juntar boca con boca, ensayar nuevas emociones.

Llevan todo el verano realizando estos ocultos escarceos, entre lo infantil y lo morboso; saben de sobra que no hacen bien, que está prohibido, pero... es tan tentador, tan atrayente. Irresistible.

Se debaten entre la inevitable pérdida de la inocencia y la curiosidad insaciable de su pubertad. Entre lo que no deben hacer y lo que les piden sus cuerpos henchidos de avidez sensual.

El riesgo de ser sorprendidas aún les excita más, les gusta jugar con el peligro. Durante el día, se lanzan veladas insinuaciones en público, se esconden juntas en el cuarto de baño, se rozan provocándose con cualquier excusa.

Un deseo impaciente las consume por dentro, las tortura toda la jornada, ansiosas de que llegue el momento de acariciar con deleite la suave piel de la prima. El calor de otro cuerpo encendido, el vientre convulso y palpitante. A veces, durante la siesta, mantienen un breve y clandestino devaneo, apresurado, intenso, sin palabras.

Una a la otra se muerden los labios con los labios y enredan las lenguas juguetonas y golosas, con besos ingenuos al principio, pero más sensuales y profundos al poco. Los besos aún resultan inexpertos, casi torpes, pero cargados de entrega, apasionados y sinceros. Prueban las mil y una forma de lamer lengua contra lengua, de mezclar salivas y alientos. Besos, besos, son avariciosas para los besos.

Por la noche, no tienen prisa, disponen de mucho tiempo, se regodean con la excitante situación.

Se susurran palabras de amor, como en un cortejo, sin ser conscientes de decírselas en concreto la una para la otra. Son arrullos dirigidos a un imaginario y futuro amante masculino, aún por aparecer en sus vidas. Para ellas, es casi un romance de cuento de hadas.

--Cariño, cariño...

--¿Me quieres?

--Te querré siempre.

Las primas se besan, sellan su pacto con ese novio desconocido.

Se chupan las tetitas incipientes, pero apreciables, ya prominentes y densas; tiernas cómo un bollo tierno. Les maravilla lo duros y puntiagudos que se les ponen los pezones, esas moras salvajes y sonrosadas. Los lamen, los maman, se amamantan alternativamente. Aprenden a dar vibrante placer a la prima, reflejando el placer que la prima les da.

Las mejillas les arden de rubor, de rojo fuego. Los ojos se les entrecierran, se dejan llevar, perdidas en una nube de gozo. Arreboladas, se llenan las bocas con los pechos de la otra, luego, las bajan por el vientre, la lengua resbala húmeda justo hasta el vello púbico, juega con el ombligo. Quisieran... quisieran... pero no se atreven, no se atreven a probar lo más íntimo, a saborear lo más recóndito de sus cuerpos. Y lo más anhelado.

Deslizan sus dedos por la mojada hendidura, estrecha y tórrida de la prima, los mueven en círculo y se los introducen mutuamente, asomándolos a un abismo de orgasmos inminentes.

Abrazadas, besándose entre llamaradas, su flujo, miel transparente, dibuja arabescos en los muslos, dónde frotan una contra otra con remedo de movimiento sexual sus cálidos coñitos.

Gimen, resoplan, se relamen los labios, se los muerden para no gritar de placer. Aprietan las manos sobre el cuerpo de la prima, hasta dejar marcados los dedos en la piel tensa y translúcida.

Todas las noches se duermen, enredadas la una con la otra, exhaustas, rendidas, con la más feliz de las sonrisas en la boca. Pero nadie sospecha nada: son primas.

¡Ay, las primas!

¡Cuánto lamentan que se acaben las vacaciones en la casa de los abuelos del pueblo!

FIN