Las practicas en el hospital
Una joven estudiante de enfermeria en su primera guardia en el hospital.
Son las 8 de la mañana, acabo de llegar a la cuarta planta del hospital General. Estoy muy nerviosa, no conozco a nadie y nadie me mira. Soy invisible.
Aquel año era el primero que tenía la opción de ir a hacer prácticas al hospital, después de todo un año de teoría ahora podría ponerla en práctica. Sólo necesitaba que alguien me dijera algo.
¡Hola! ¿Eres la nueva estudiante de enfermería? Una voz me despertó de mi sueño, sonaba en mi espalda.
Me giré muerta de la vergüenza y roja como una amapola, sin valor para alzar la vista asentí con la cabeza.
¡Por fin! Una señora de unos cuarenta años con aspecto desaliñado apareció en escena. gracias a Dios que ya has llegado. Soy Ana, la enfermera adjunta que te guiará en estos tres meses de trabajo.
Ana me contó todo lo que debía saber de la planta y que durante estos tres meses sería su "sombra".
Todo pasó tranquilo, comencé a tratar a los pacientes y me encantó. Un día Ana me dijo que estaría bien que hiciera una guardia por la noche, que me vendría bien saber como era el hospital por la noche. Estuve de acuerdo con ella, asi que decidí que ese viernes por la noche.
Aunque no era el plan perfecto para un vienes noche, me preparé lo mejor que pude.
Ana no tenía guardia, así que no tendría que seguirla todo el turno. Eso me daba libertad para ver lo que hacían otros enfermeros.
No había mucho trabajo esa noche, así que después de tomarme un café y de charlar un poco con los demás, en la salita de enfermeros, salí a dar una vuelta por los pasillos. Estaba todo en silencio y eso me hizo comenzar a meterme en mis pensamientos cuando de pronto, alguien me agarró del brazo, no me dio tiempo a reaccionar. Me taparon la boca y aunque yo intentaba gritar, no salió más que un pequeño lamento. Estaba muy nerviosa, con la oscuridad y la fuerza con que me agarraba mi agresor no conseguía ver quien era.
Consiguió meterme en el baño para familiares que había en el pasillo y cerró con el pestillo la puerta. Estaba tan oscuro que sólo veía sus ojos, brillantes y penetrantes. No dejaba de mirarme.
Se acercó a mí, noté su respiración cerca de mi cuello, era agitada. Su olor me invadió, era denso y penetrante. Todo su cuerpo cada vez estaba más pegado al mío, lo notaba tenso, todos sus músculos estaban duros. Acercó sus labios a mi y me susurró:
Princesa, voy a quitar mi mano de tu boca.
Era una voz dura, penetrante. Nada mas oírla supe que no me haría daño.
Apartó la mano, no me sentía capaz de mantenerme en pie, así que gritar ya era un imposible.
Nuestros ojos se buscaron y al encontrarse, todo se quedó claro. Como un impulso eléctrico, mi boca se fue dirección a la suya. Esos labios eran los más dulces que yo había probado, fuertes y gruesos. Su mano comenzó a moverse por mi cuerpo, cada parte que tocaba era como si la despertase de un largo letargo. Estaba entrando en éxtasis. No sé porque, pero cuando metió la mano por mi pantalón, lo aparté de golpe.
Me miró extrañado y antes de que pudiera decir nada le puse un dedo en la boca, y le negué con la cara. Comencé a quitarme la parte de arriba del pijama, llevaba un sujetador blanco, para que no se transparentara, con un poco de encaje, con las braguitas a conjunto.
Le quité su camisa, tenía las abdominales marcadas. Su piel era tersa y suave. Comencé a lamerle los pezones, en un momento se pusieron duros, me entretuve en uno y luego en el otro, primero en círculos y luego mordisqueándolos. Lo miraba y él a mi, sabía que estaba disfrutando, su cara era el espejo de su entrepierna.
Le bajé los pantalones y comprendí que esa guardia iba a disfrutar más que nadie. Comencé a chupar su polla, no era demasiado larga, pero su grosor me asustó. Empecé por la base, lamiendo poco a poco. Quería disfrutar de todo ese pene para mí, no quería que acabara nunca. Iba besando, dando lametones pequeños y otros más grandes, estaba disfrutando como nunca. Cuando llegué al glande lo lamí con la punta de mi lengua y de su boca oí un suspiro. Levanté la mirada y entrecortado me dijo que parara, que ya no aguantaba más. Así que aumenté la succión y la velocidad, queria tener toda su leche en mi boca. Él no me paró, lo quería tanto como yo. Noté como se engrosaba su polla y tragué hasta la última gota de ese suculento manjar.
Me cogió por la cintura y me levantó. Con su dedo pulgar recorrió mis labios y luego me besó. Mientras soltó mi sujetador y dejó mis pechos al aire. Tenía unas manos grandes. Comenzó a pellizcar los pezones, al principio suavemente, pero luego con más fuerza, primero uno y luego el otro, estuvo lamiendolos hasta que decidió bajar mis braguitas. Posó una mano en mi concha y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. El me sonrió y comenzó a jugar con mi clítoris, estaba muy mojada. Empezó a introducir un dedo tras otro hasta que con tres dentro decidió que ya era el momento de algo más.
Asi que, me apoyó contra la pared y se inclinó hacia mí. Colocó la punta de polla, otra vez dura, en mi entrada, y cuando yo ya creía que me iba a penetrar se retiró. Di un quejido de desagrado y me susurró:
no te preocupes princesa, que hay tiempo para todo.
Yo estaba que no podía más, mis jugos chorreaban por las piernas. Puso mano en mi culo. Lo apretaba con fuerza y luego lo soltaba. Yo no aguantaba más, lo miraba con cara de pena, con deseos de que se apiadara de mí, pero él seguía con su cometido. Me pilló desprevenida, noté como introducía un dedo por mi culo. Nunca nadie me había hecho eso, sólo notaba placer, me sentía en una nube. Empezó a dilatar mi agujerito y metió un segundo dedo. Me sentí morir de gusto y comencé a tener mi orgasmo. Yo me movía suavemente para que los dedos entraran más y más.
Sin tener tiempo para reaccionar me penetró con su hinchada polla. Comenzó un movimiento rítmico entre sus dedos y su cadera, que iba aumentado poco a poco la velocidad, sus dedos por detrás y su polla por delante, era el paraiso. Consiguió que tuviera dos orgasmos seguidos, y cuando noté que su pene se preparaba para una nueva expulsión del néctar blanco, otra sacudida me estremeció. Como pude, desmonté de su verga y me arrodille para volver a disfrutar del inmenso placer de comérmela toda. No tardó nada en manar el delicioso oro blanco, no dejé que nada escapara. Como una nena golosa lamí y relamí hasta no dejar nada.
Con las pocas fuerzas que me quedaban me levanté. Él encendió la luz y cuando mis ojos se acostumbraron, pude ver que aquel hombre que me había conquistado con su voz y su mirada, también lo habría podido hacer con su cuerpo. Era todo lo que una chica como yo podía soñar; era moreno, con unos labios carnosos y rosados que casi eclipsaban a sus intensos ojos azules.
Desde aquel momento las prácticas en el hospital fueron más entretenidas y no sólo aprendí a tratar con pacientes, sino también a disfrutar del sexo con mi médico particular. Desde aquel encuentro todo ha sido diferente en mi vida, ahora él está conmigo y espero que por mucho tiempo.