Las perversiones de Héctor: La perrita Ruth

Ruth quiere explorar su sumisión, y hace dogging en la playa. Sexo con maduros, con maduras, lésbico, anal, voyerismo... Muchas temáticas en un sólo relato. Espero que os guste Como siempre espero vuestras valoraciones y comentarios, y vuestras sugerencias en el mail lalenguavoraz@hotmail.com Besos!

Aunque es el cuarto capítulo de la serie, este es un relato muy especial. Mis fantasías se han unido a las de otra lectora escritora de esta página, Alicia, que me las ha cedido para ponerlas en la piel de mi personaje Ruth. Espero que te guste, y que esas fantasías se vean representadas aquí. Un beso.

La perrita Ruth

Aunque parecía que hubiesen pasado horas, apenas era la una cuando nos incorporamos a la calle, escondidos en nuestras gafas de sol. Lo hicimos con naturalidad, dejando en el cine un aroma a sexo salvaje. Bea iba francamente mal. El vestido tenía algunos manchurrones de semen, amén de no llevar medias, el pelo alborotado, el cuerpo con restos de fluidos diversos de varias personas… Nos subimos al coche, y al arrancar le pregunté.

-          ¿Quieres que vayamos a tu casa? Deberías darte una ducha y adecentarte. Además, al final es pronto. Venga, si tienes condimentos te puedo hacer la comida.

-          Bieeeeeeeeen!!! – Se puso a dar saltitos de alegría. – Vamos a casa de Ruth y Laura. Tengo allí más ropa y está aquí al lado. Tengo llaves, Laura está fuera, y Ruth no estará hasta esta tarde, que está en la Uni. – Se calló, me miró, y se sonrió enigmáticamente. – Tengo que contarte una cosa. – Me dijo.

-          A ver, que tienes mucho peligro…

-          Ruth está… digamos… decidida a cumplir sus fantasías. – Prosiguió. – Desde el día en que la dominaste en casa, se vino arriba, y me pide cosas increíbles. Si escucharas sus fantasías… tal vez te asustaras. El caso es que, con cuidado, estoy intentado cumplir las que no sean peligrosas.

-          Oh, vaya. – Mi excitación volvía a ir en aumento.

-          Bueno, ya te contaré más, que te pones malito. – Dijo mientras me echaba mano al paquete.

-          Jajajaja! Ok, zorra, que eres una zorra. – Se lo decía mientras le sonreía. – Vamos para allá.

Y conduje de nuevo hasta el centro. Hacía un día precioso. Aparcamos dónde pudimos, por suerte no demasiado lejos, y nos encaminamos a casa de las hermanas. Subimos por el ascensor. Cuando llegamos, Bea sacó el manojo de llaves, y abrió la puerta.

-          ¿Hola? ¿Hay alguien? – Nos quedamos escuchando, pero nadie contestó. – ¿Ves? Ya te dije que no habría nadie…

-          Hola. – La voz de Ruth sonó entre apagada y sorprendida desde el pasillo, desde donde nos miraba apoyada en la pared, ataviada únicamente con su preciosa camiseta ancha de NY. – Hola, Héctor. – Levanté la mano y le sonreí.

-          ¿Qué te pasa, cielo? – Le dijo Bea. Se acercó, la besó en la boca, y le acarició la cara.

-          Nada, no me encontraba muy bien, así que me vine pronto. – Agachaba la mirada ante la presencia de Bea… y ante la mía. – Además, sabía que habíais quedado… - Agachó aún más la mirada. – Y pensé que igual veníais a casa y os podía ver…

-          Ay, mi vida… - Bea se acercó y la abrazó. – ¿Porqué eres así? – Le dijo. – Sabes que con Héctor estoy bien, no me va a pasar nada. – Me miró mientras me sonreía. Soltó a Ruth y me tendió la mano. – Él me hace disfrutar muchísimo, ya lo sabes. – Se separó un poco de la rubia y se abrazó a mí.

-          Lo sé, Bea…. Pero… - Alzó la cara, me miró un instante, y la bajó antes de continuar. - ¿Y si un día te hace daño? Yo sé que tiene un lado perverso… - Sonó como un susurro, pero se le entendió a la perfección. Bea, casi como un resorte, me soltó y de un revés le giró la cara.

-          Ruth… mírame. – La pobre chica se llevó la mano a la cara, enrojecida por el guantazo, y levantó un poco la mirada. – Hemos hablado ya de esto. Me gusta estar con él. Y a ti también. No hay más que hablar. Has sido una perra mala. – Aunque parezca mentira, tras esas últimas palabras a Ruth le cambió la cara, juraría que se le iluminó. – Vete al sofá y quédate allí, yo voy a darme una ducha. Héctor, – se giró y se dirigió a mí. – haz lo que quieras de comer. O lo que puedas. Ya sabes dónde está todo. – Se acercó y me besó suavemente en los labios.

Bea se metió hacia las habitaciones, mientras Ruth se dirigía al sofá y se acurrucaba en una esquina.  La verdad es que me daba morbo la situación. Bea ejercía de Ama con Ruth con severidad, lo que me excitaba mucho. Dejé mis oscuros pensamientos en el comedor y me fui a la cocina. La verdad es que no había mucho que preparar. La compra semanal se hacía los sábados, y ahora la despensa estaba vacía. Preparé espagueti carbonara, con un ligero toque de kétchup, lo que los endulza y los colorea al tiempo, y quedan deliciosos. Mientras reposaban un poco me fui al comedor y me senté en sillón orejero. Encendí la tele, que permanecía apagada, me descalcé, y puse los pies encima de la mesa baja. Ruth me miraba, todavía completamente acurrucada. Se me ocurrió una idea al mismo tiempo que tenía un escalofrío en mi entrepierna.

-          Perrita, ¿quieres venir aquí a tumbarte al lado del Amo? – Se lo dije con una sonrisa, y con voz suave, como si se lo dijera de verdad a un perro faldero. Ante mi sorpresa, a Ruth se le iluminó la cara, sacó la lengua simulando un perrito, y vino gateando hasta mi lado, donde se acurrucó en el suelo junto a mí. – Buena perrita. – Le dije.

Comencé a acariciarle el pelo rubio, mientras miraba distraído la tele. Al poco, noté la lengua de Ruth lamiéndome la mano. Todos los deditos. Uno a uno. Primero fue con la lengua. Después se los llevaba a la boca, y los chupaba como si fueran micro penes. Me calenté al instante.

-          ¡Bea! – Grité, lo que asustó a Ruth. - ¿Te queda mucho?

-          ¡Diez minutos! – Respondió al tiempo que encendía el secador. Me sonreí, miré a Ruth, que me devolvió la sonrisa.

-          Perrita, has calentado al Amo. Eres una perra mala, y voy a tener que castigarte. – Me llevé mano al cinturón, lo que asustó un poco a Ruth, pero simplemente me lo desabroché, me quité los pantalones, y me quité los calzoncillos, y me senté al borde del sillón. – Hace calor, y estoy caliente, las dos cosas. Una de ellas es culpa tuya. Ven, perrita, quiero que me lamas el culo. Quiero que lo hagas despacio, sin prisas. Entretente. Hasta la bolsa, que también quiero que chupes, y vuelta hasta mí agujero. ¿Está claro? – Ruth sonrió, sacó la lengua como una perrita y asintió.

Arrastrándose por el suelo, buscó la mejor posición para cumplir su cometido, el encargo que yo, su Amo, le acababa de realizar. Aunque estaba duchado de esa misma mañana, seguro que el encuentro del cine, más el calor, habían dejado allí restos de sudor, semen, fluidos de Bea… Pero a Ruth nada de todo eso le importaba. Sacó la lengua y la paseó por mi agujero. Primero por fuera, luego intentando penetrar en él. Me estaba poniendo malísimo. Siguió lamiendo por el perineo hasta llegar a la bolsa testicular. Allí se dedicó a chupar, meterse uno y después otro de los testículos en la boca, volver a chupar… hasta que retrocedió hasta mi agujero oscuro. No sé cuanto rato estuvo así. Tenía una erección monumental otra vez. Con la excitación, ni me había dado cuenta de que el secador había dejado de sonar, ni de que Bea nos miraba con cara divertida desde el pasillo, enfundada en su albornoz.

-          ¡Anda que perdéis el tiempo! – Dijo divertida.

-          La perrita me está haciendo una limpieza de bajos, que me hacía falta. – Le contesté con una sonrisa.

-          Sí, es una perrita muy obediente. – Acercó la mano y acarició la melena de Ruth, que en ningún momento dejó de lamer y chupar. Llevó la mano a mi polla y comenzó a masturbarme. – Joder, Héctor, como estás. No vamos a desaprovechar esto, ¿verdad? – Se quitó el albornoz, agachó la cabeza, me la chupo y ensalivó bien, y en menos de un minuto se la ensartó hasta el fondo por su coño. – Ohhhhhhh…. Sí….

-          Joder, Bea, que bien lo haces. – Con la mano acaricié la melena de Ruth. – Perrita, levanta. – Ella lo hizo, mientras Bea saltaba encima de mí. – Quítate la camiseta, que quiero ver esos pezones pequeñitos y oscuros. – Así lo hizo. – Y ahora quiero que te dediques por igual a mi culo y al de Bea. Hoy lleva cuatro, así que si consigues que se corra por quinta vez… tendrás un premio. – Jadeaba por los brincos de Bea.

-          Cinco, cielo. – Dijo Bea. – Llevo cinco. Me masturbé esta noche. ¿Lo recuerdas? Si me corro ahora será el sexto. La bomba. – Y siguió saltando como una posesa. Ruth por su lado alternaba mis huevos con el culo de Bea, mientras yo le devoraba los pechos. Dios, que tetas.

-          Bea, bájate. Ya sabes lo que quiero. – Le sonreí, y me sonrió. Se bajó, me dio la espalda, y encaminó mi glande a su culo. – Dámelo, sí, calentito, Mmmmm…

-          Perrita, chúpasela al amo, que quede bien dura. – Lo hizo enseguida. Se la quitó de la boca a Ruth, la puso en la entrada de su ano y se dejó caer, hasta que se la enterró entera. – Mmmmm… joder, que dura, que buena, cabrón. Perra, ven aquí y cómeme el coño, que entre los dos lo vais a conseguir, cerdos.

Ruth lo hizo con gusto. Con la boca le comía el coño a Bea de una manera brutal, mientras con las manos me magreaba las pelotas, y me trabajaba el perineo y el ano. Bea comenzó a convulsionarse, y sus movimientos aceleraron mi orgasmo.

-          Oh sí, cerdos, me voy, seis, joder, seis, síiiiiiii…. – Y se dejó ir, corriéndose en la boca de la rubia.

-          Y yo, zorra, me cago en la puta. – Ruth seguía chupando y lamiendo. – Bea, esto me suena. Me voy a ir en tu culo. – Le dije. Se le escapó una carcajada. Y entonces hizo algo que no esperaba. – Espera Héctor, no te corras. – Y se levantó dejando mi polla latente, con un orgasmo en ciernes, completamente sorprendido. – Perrita, que el Amo no se corra, pero que no se enfríe. Si lo consigues, te daré un premio.

Ruth se sonrió, sacó la lengua, y comenzó a lamer mis huevos, recogiendo los restos de fluidos diversos que habían resbalado del interior de Bea. Me lamía el ano, lo que me daba escalofríos de placer y mantenía mi erección, pero no me provocaba el orgasmo.  Siguió así durante un minuto, que es lo que tardó en llegar Bea.

-          Ruth, ven amor. – Le dijo Bea. La besó en la boca, aún con restos de su propia corrida, cosa que evidentemente no le importó lo más mínimo. – Vamos a comer. ¿Quieres sentarte en la mesa, o te lo pongo en tu cuenco? – Ruth la miró, se lo pensó… y le respondió.

-          ¡Guau!

-          Muy bien perrita. Pues ahora te voy a dar tu primer premio del día. – Cogió un buen puñado de espagueti y los puso en el cuenco de perro. Lo acercó a la mesa baja. – Ahora, vas a sacarle a Héctor el extra de nata que te gusta para los carbonara, ¿a que sí? Ah, y te puedes correr en cuanto el Amo lo haga.

Oír aquello y ver la cara de felicidad de Ruth me encendió. Era cara de placer. Se puso a cuatro patas entre mis piernas, se metió mi polla en la boca y comenzó a mamarla como si fuera lo último que hacía en su vida. En apenas un minuto un orgasmo devastador me arrasó por completo

-          Oh, sí, oh, Dios, pero que zorras sois, me voy, me voy, me voy….

Y una ingente cantidad de semen comenzó a brotar de mi glande. La excitación era brutal, aparte de que el polvo había sido descomunal. Ruth dirigía mis chorros hacía su cuenco de comida, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras Bea le acariciaba el coñito por detrás, lo que le provocó el orgasmo que tanto deseaba. Apenas se mantenía de rodillas, con mi polla en una mano, y las piernas entre abiertas, con su coñito trabajado por mi viciosa morena. Un espectáculo.

Cuando parecía haber terminado de expulsar semen, Ruth se metió mi nardo en la boca y lo dejó bien limpio. Bea le acercó la mano con la que la había masturbado, húmeda de su corrida, y también la lamió con devoción. Al terminar, Bea le puso el cuenco en una manta en el suelo, junto a ella en la mesa, y nos sentamos comer. Ruth era feliz, allí tumbada, comiendo sin manos, comportándose como una perra, saboreando mis espaguetis aderezados con mi simiente. De verla, me estaba poniendo otra vez a cien. Aún me costaba entenderlo, pero no había duda de que aquello le gustaba, le excitaba. Estaba así porque ella quería. Punto.

Terminamos de comer, recogimos un poco y nos sentamos al sofá. Le retiramos el cuenco a Ruth, que no había dejado nada, pero ella se quedó allí tumbada, desnuda, en la manta, tan a gusto que se durmió. La miré, miré a Bea, y la besé.

-          ¿A esto te referías? – Le dije.

-           No… Esto no es nada. – Me contestó. – El comportarse como una perrita, en todos los sentidos, es de las fantasías más suaves. Posiblemente estará hasta mañana sin hablar, sólo ladrando, y comportándose como una perra. Sé que cuesta, Héctor, pero ella es feliz así. Y sólo lo hace en casa, con nosotras. Y ahora contigo, claro.

-          ¿Sabes una cosa? Después de lo que he vivido con vosotras, no me voy a meter jamás en que es lo que está bien y lo que no. – Lo dije convencido, mientras la miraba a los ojos. – No tengo valor para decirle a nadie lo que es correcto y lo que no. Que cada uno explore y encuentre lo que le verdad le gusta, lo que de verdad le da placer. Mientras no le haga daño a otro, sea consensuado, sensato y seguro… me parecerá bien.

-          Eso es cielo. – Afirmó Bea. – Eso es. – Se calló un instante, miró el reloj, soltó un gritito y se levantó corriendo. – Joder, Héctor, llego tarde, y estoy sin vestir. Escucha. – Salió corriendo mientras me hablaba. – ¿Por qué no te quedas a cenar? Quiero hacer algo con Ruth, pero sin un hombre… no me atrevo. Dime que sí… - Supongo que podía arreglarlo. Además, tal y como me lo pedía, no me iba a negar.

-          Vale, ahora lo arreglo. – Salió de la habitación con un mini pantalón de tela, una blusa, y unos zapatos de tacón, aunque no demasiado, y se abalanzó encima de mí en el sofá.

-          Gracias, sol. Buscaré una excusa, y en un par de horas o tres estoy en casa de vuelta. – Me dio un pico, se arrodilló y acarició a Ruth, y salió como una bala.

El resto de la tarde lo pasé haciendo llamadas. Me fui a la habitación de Laura, porque Ruth dormía en el comedor. Hice todo el trabajo que tenía pendiente por teléfono, llamé a casa para poner una excusa, que resultó creíble, y cuando hube terminado me di una ducha. Por desgracia, no me podía cambiar de ropa, pero al menos estaría limpio. Le di un agua a la ropa interior, salí al balcón y la tendí, y con la toalla enrollada me tumbé en el sofá. Enchufé mi móvil a un cargador, y me relajé.

No creo que tardara más de cinco minutos en dormirme. No sé cuánto tiempo pasó. Supongo que al menos una hora. Me desperté cuando ya estaba anocheciendo. Tenía una sensación muy placentera, había dormido a gusto. Abrí los ojos y Ruth ya no estaba en su manta. Alcé un poco la mirada, y la vi acurrucada junto a mis pies. Que delicia. Su piel blanca, su cabello rubio. Esos pezones tan pequeños, tan oscuros, como sus ojos, combinados con esos labios tan carnosos… Era un bombón de mujer. Allí, a mis pies, expuesta, decidida a hacer lo que nosotros le pidiéramos… Tuve otra erección. Sin embargo, me apetecía más acariciarla, que follarla. En aquella situación era dulce. Delicada. Me senté un poco, y la acaricié. Acrecentó su sonrisa. Le revolví un poco el pelo, le acaricié la espalda, el culo, y se puso a ronronear. Como si fuera una perrita, con su cara me buscó el contacto, para que siguiera acariciándola más. Seguí haciéndolo. Buscaba mi mano con su boca, como si un perro jugara a morderte. Mi excitación iba a más. Me mordía, me lamía. Era un juego delicioso. Siguió jugando hasta que se quedó boca arriba mordiendo mi mano, con las piernas encogidas en alto, como hacen los perros para que les acaricies la barriga. Y eso hice. Le acaricié los pechos, le pellizqué los pezones, le hice cosquillas, momento en que Ruth aprovechaba para mordisquearme el brazo… hasta que no pude resistirme y puse mi mano en su sexo. Tenía un coñito precioso, tan delineado, con unos labios tan gruesos… y por el que ya asomaban restos de humedad. Le metí un dedo, después otros, y enseguida otro, mientras ella chupaba y lamía mi otra mano. Así estuve un par de minutos, metiendo y sacando dedos. La veía disfrutar, pero no acababa de correrse. Entonces caí en la cuenta de algo.

-          Ruth, perrita… Puedes correrte cuando quieras.

No tardó ni diez segundos. Me lleno la mano de jugos, mientras que su cara tenía una expresión de felicidad increíble. Saqué mi otra mano de su boca, y le di está que ella limpió con fervor. Al terminar, sin decirle nada, se dirigió a mi sexo, pero yo la detuve.

-          Para, fiera, que tengo 40 tacos, y me vais a matar. – Se sonrió, y sacó la lengua. – Pero… Chúpame los pies. No me lo han hecho nunca, y hay mucha gente que dice que es genial. – Se desplazó de nuevo a mis pies, y comenzó a chuparlos. Los relamía, los chupaba, los masajeaba… La verdad es que estaba muy bien. No como para alcanzar el orgasmo, pero muy bien. Al menos en mi caso, era mucho mejor el morbo de ver como alguien hacía eso por gusto, que el propio placer.

Así estuvo Ruth un buen rato, hasta que le dije que era suficiente, momento en el que bajó, lamió un poco de agua que tenía en un cuenco en la pared, y volvió a acurrucarse a mis pies. Y así esperamos a Bea, viendo la tele, y aunque tardó algo más de lo esperado tampoco se nos hizo largo. Al llegar, y después de besarnos, nos dijo que nos relajáramos, que había tiempo, que íbamos a encargar cena, y que hasta las 23.30 no nos iríamos. Ruth le ladró, yo le sonreí, y así pasamos el resto de la tarde.

Comimos chino. Le pusimos a Ruth en su cuenco un poco de todo, y ella se lo comió desde el suelo, con mucha habilidad diría yo. Al terminar, yo me vestí de nuevo con mi ropa, Bea se puso una mini con medias, un top y un jersey apretado, con unas botas altas. A Ruth la vistió de negro con unas mallas, una camiseta muy ceñida, y todo sin ropa interior, lo que marcaba sus pezones con claridad. Después, Bea cogió las pelucas de la cam, un collar de perro y una correa. Miró a Ruth y le dijo.

-          Perrita, esto no te lo puedo poner ya. Ahora en el coche, ¿vale?

-          ¡Guau! – Respondió la rubia.

Y así, con una sonrisa, nos marchamos. Yo no tenía ni idea de a dónde íbamos. Pero la verdad, me daba igual. Me gustan las sorpresas, y hasta ahora siempre era yo el que las daba. Recibirlas también está bien. Nos subimos al coche de Ruth. Era una monovolumen de Peugeot, con los asientos giratorios. Se lo habían cedido sus padres al sacarse el carnet. Tenía ya unos años, pero estaba muy bien. Yo conducía, Bea iba a mi lado, y Ruth detrás. Al subirnos al coche, Bea le ordenó a Ruth que se pusiera la peluca, le puso el collar de perro con pinchos, y le enganchó una cadena metálica. Por el retrovisor la vi. Estaba preciosa. Deliciosamente perversa. Me excité de inmediato. Le eché mano a Bea, que iba espectacular. Ella me miró, se acercó y me lamió el lóbulo de la oreja. Estuvo allí un rato, hasta que mi erección casi me molestaba. Pareció notarlo, lo dejó, y me dijo.

-          Ves hacia El Saler.

Fue guiándome, mientras ella se arreglaba la peluca y se maquillaba. Llegamos a un lugar oscuro, junto a una valla de madera. Se podía ver el mar a un centenar de metros. Había una farola como a 30 metros, lo que iluminaba un poco el coche. Lo suficiente para ver, pero tal vez no para distinguir. Bea se giró y se dirigió a Ruth.

-          Cielo. Esto es para ti. – Sacó de su bolso un pedazo de tela negra de seda, envuelto en papel. Lo extendió, lo dobló sobre si mismo, hasta que lo convirtió… en una venda. Se la puso a Ruth, y la apretó bien. – Con esto sentirás el doble las sensaciones de gusto, tacto y olfato. No salgas del coche. Hoy no. Si te gusta y me gusta… ya veremos la próxima vez. Hoy vamos poco a poco. Y por supuesto, recuerda la palabra de seguridad. – Ruth asintió. – Voy a bajar la ventanilla, perrita. – Cerró los pestillos del coche, y bajó la ventanilla de detrás. Debajo de la farola se veía movimiento. Al menos cuatro o cinco personas se movían inquietas. – Todos esos están aquí por ti. Sácales la lechita. Héctor, haz una ráfaga de luces y pásate detrás.

Mientras lo hice, Ruth giró los dos asientos hacia delante a tope, estiró los respaldos y se pasó detrás, encima de mí. Fuera, dos de ellos se acercaron. Ruth estaba arrodillada en el asiento, apoyada en la ventanilla, con medio cuerpo fuera. Ambos hombres se arrimaron y sacaron sus pollas, de un tamaño medio. Estos dos parecían jóvenes. No tendrían mucho más de los 30. Uno de ellos tenía un sobrepeso evidente. Comenzaron a masturbarse, hasta que Ruth les cogió ambas pollas y lo hizo ella. Se acercó una y comenzó a mamarla con fuerza, mientras seguía masturbando al oriundo desconocido. El primero no tardó demasiado, así que enseguida se vino. Ni avisó a Ruth, aunque ésta se lo sacó, dejó que se corriera en su cara y que chorreara de su boca el resto del semen. Apenas un segundo después engulló el otro pene. Por su parte, Bea me sobaba, y yo a ella. Se pasó al asiento del conductor, ahora cara a mí, se guitó el tanga, y comenzó a masturbarse. Lo hacía con la mano derecha, mientras con la izquierda le sacaba fotos a Ruth chupando las pollas. Yo me desabroché el pantalón, me lo bajé un poco y mi polla salió como un resorte. Aquello era demasiado. Ruth se afanaba en hacerlo bien. Me incorporé un poco, me senté mejor, y acerqué mi boca al coñito de Bea. Ésta apartó su mano, y se dedicó a grabar a su novia, mientras yo le hacía un trabajo fino.

-          Mmmmmm, Héctor, eres el mejor ahí abajo, joder. – Ronroneaba. - ¿Has visto que novia más puta tengo? Se está comiendo un montón de pollas ahí afuera. – Cámara en mano, no perdía detalle. En un momento dado, estiró del collar, lo que hizo que Ruth soltara la polla que tenía en la boca, aunque no soltó la de la mano. Bea le comió la boca un momento, y le habló despacito. – Disfruta, perrita. Te voy a hacer feliz. – Le dio otro beso y Ruth se reincorporó donde lo había dejado, guiada por las manos.

Un segundo desconocido se había acercado, y había estado masturbándose mientras Ruth besaba a Bea, y nada más notar los labios de la Rubia en su miembro comenzó a correrse. Ruth tragó lo que pudo, pero aquel animal iba bien cargado. Se separó un poco, y el último de los chorros fue a parar a la peluca y a la venda, lo que le daba un aspecto aún más guarro, más perverso. En cuanto se apartó, otro se acercó a ocupar su sitio. Cuando lo iba a hacer, el primero que se había acercado, el más gordo, comenzó a correrse en uno de los carrillos de la preciosa rubia. La lefa le chorreaba por la cara, empapando la sonrisa que se dibujaba en su cara, dándole color y sabor a su felicidad. Las sensaciones de Ruth eran máximas, ya que no podía ver de dónde le llegaban. Solo tocar, oír y saborear. El último extraño que se veía era un armatoste de casi dos metros. Parecía mayor, por las arrugas, pero era difícil de concretar. Cuando se sacó la polla, y el desconocido le llevó la mano a Ruth a ella, ésta no pudo más que soltar un grito. Esto alertó a Bea, sumida en su gozo bajo las atenciones de mi lengua. Llevaba un rato grabando en el suelo, sumergida en su placer, pero al oír a su novia levantó la cámara y exclamó.

-          ¡Me cago en todo lo que se menea! Ruth, eso te va a ahogar. – Ruth se sonrió, abrió la boca todo lo que pudo y comenzó a meterse carne en la boca. – Perrita… eso no cabe ni de coña. Madre de Dios que miembro.

Me levanté y lo vi. Bufffff… Aquello era descomunal. No solo mediría veinte centímetros largos, es que además tenía el grosor de un bote de refresco. Pero Ruth estaba decidida. Abría la boca como una serpiente que se va a comer otro animal. Se iba a desencajar. Apretó lo que pudo, pero apenas conseguía que entrara la mitad. Y ya le venían arcadas. No obstante, acercó al tipo con la otra mano, lo agarró del culo, y empujó hacia ella, lo que hizo que entrara otro poco. Yo estaba padeciendo. No podría respirar. Bea me cogió de la cabeza y la encaminó a su coño, mientras grababa sin parar. Ruth se la sacó y comenzó a soltar saliva. Respiraba con dificultad, pero sonreía. Siguió pajeando al desconocido, y de vez en cuando paraba y se la volvía a meter hasta el fondo. Una de las veces, sacó la lengua por debajo, intentando llegar a los huevos, pero era físicamente imposible. Así estuvimos largo rato, hasta que el desconocido se vino. Cogió a Ruth el pelo y se la clavó hasta el final. Aunque Bea estiró un poco de la cadena, Ruth le hizo un gesto con una mano para que no se preocupara, y siguió chupando, hasta que el enorme extraño dejó de convulsionarse. Le sacó la polla de la boca a Ruth, de la que salían hilillos de saliva y semen, y se marchó. Oímos el sonido de un coche arrancando, y nos quedamos a oscuras. Bea me apartó, le quitó la venda a Ruth y la besó. Tenía los ojos llenos de lágrimas, del esfuerzo, aunque la cara de felicidad no se la quitaba de encima. Esa visión de felicidad, y mi trabajo manual, hizo que a Bea le viniera el séptimo entre estertores.

-          Pero que hijos de puta sois, cabrones. Joder, que bueno, que bueno, siete, sí, joder… – Y  se corrió como una salvaje. Me cogió la cabeza y me beso, compartiendo parte de sus restos. Me sonrió y se dirigió a su novia. – ¿Te ha gustado, cielo? – La preciosa rubia asintió. – ¿Te has corrido? – Ruth negó con la cabeza. – Mmmmm… eso no está bien. Héctor, sal y fóllatela. – Joder con Bea. Cuando se ponía así me excitaba mucho. Salí fuera, y di la vuelta. Bea abrió la puerta, Ruth se quitó las mallas negras, Bea le subió la camiseta para dejar sus preciosas tetitas al aire, y se apoyó agachada contra el asiento, momento en que Bea aprovechó para ofrecerle su coñito. Se la ensarté del tirón. Ahí se vino por primera vez. Sus gemidos la delataron. Me dejó la polla empapada. Seguí dándole, aunque como siempre la visión de ese culito respingón, blanco como la nieve me podía, me enervaba. La saqué de su cueva, y chorreando como estaba se la clavé en el culo. Apenas si protestó. Bea lo grababa todo. – Sí cielo, dale a la puta de mi novia por culo. Mira que perrita más puta hemos descubierto. Entre los dos vais a hacer que me venga el séptimo, cabrones.

Mientras le daba fuerte, un coche aparcó a nuestro lado. De él bajaron una pareja mayor, al menos sexagenarios diría yo, aunque mi posición no era la mejor para verlo. Cuando pasaron por debajo de la farola los vi mejor. Ninguno de los dos llegaría al metro setenta. Él delgado, con barba de varios días y un mostacho abundante. Ella gruesa, sin pasarse, con dos tetas como dos carretas a las que la gravedad le había ganado la batalla.  Se acercaron, y sin preguntar se pusieron a sobarle las tetas a Ruth, al tiempo que la vieja me tocaba el culo.

-          Creí que hacíamos tarde. – Dijo el abuelo. – Menos mal que aún estáis. Llevo queriendo hacer esto años.

Tenía la voz entrecortada por la excitación. Se sacó la polla, que aunque era más bien pequeña, estaba dura como un mástil, y comenzó a masturbarse, mientras le estiraba de los pezones a Ruth. Ahí noté que la perrita se iba. Diría que varías veces. Mi taladro en su culo, las manos del viejete, el coño de su novia en la boca…. Le situación daba para ello. Mientras, la abuela me sobaba el culo, metiéndome mano hasta las pelotas por detrás. La verdad es que me estaba excitando. Entre el culo de Ruth, la imagen comiéndole el coño a Bea, y la madura sobándome las pelotas y restregándome las tetorras por la espalda, noté como un orgasmo devastador se apoderaba de mí.

-          Joder, que puta pasada, me voy a ir. – Grité.

-          Espera. – Dijo Bea. – En su coño, quiero que te vayas en su coño. – No lo entendía muy bien, pero me daba igual. A punto de correrme la saqué del culito y se la clavé en el coño, dejándome ir en segundos. Me descargué bien, con la visión de Ruth desmadejada por al menos tres orgasmos, y los maduros presenciándolo todo.

-          Joder, me cago en la puta, pero que zorras sois... – Les dije. Las dos se sonrieron. Saqué mi miembro, y restos de semen salían del coñito de Ruth. Me aparté y antes de que pudiera abrir la boca la señora estaba arrodillada comiéndome la polla, limpiando los restos de mi semen y de los fluidos de Ruth. Apenas fueron unos segundos, pero la dejó reluciente. – Mmmmm… Lo hace usted muy bien. – Le dije.

-          Gracias, guapo. – Me respondió. Y antes de poder decir nada más, se giró agachada como estaba y comenzó a comerle el coño a Ruth, recogiendo los restos de mi corrida, degustando nuestros fluidos, saboreando nuestra simiente. – Mmmmm, que rico. – Soltó. – La verdad que a mí me hizo gracia, y Ruth… no sé si no se corrió otra vez más.

-          Quiero follármela, mientras le come el coño a mi mujer. – Soltó el viejete del tirón, como si lo hubiera ensayado. Estaba casi seguro de que esa pareja no lo había hecho algo así jamás. Bea miró a Ruth, que sonrió y asintió.

-          Está bien. – Dijo Bea. – Os la podéis follar. – Bea se levantó y la señora ocupó su sitio. Se levantó el vestido y dejó a la vista una mata de pelo importante. Además, un penetrante olor a orín, sudor y excitación se mezclaba con el vello púbico. Bea miró a Ruth, pero esta volvió a sonreír, y a asentir.

Agachó la cabeza, apartó el vello y encontró una vulva enorme. Le pasó la lengua por los labios mayores, y después jugó con el clítoris. Le metió dos dedos, pero quedaban holgados. Menuda cueva. Metió tres, después cuatro, y al poco se dio cuenta de que le cabría el puño. Se puso a empujar, despacio, intentando no hacerle daño, mientras la vieja gritaba como una loca. Por su parte, en apenas unos segundos el abuelete estaba en su sitio también y se la metió. – Mira que pareja de guarretes. – Dijo Bea. – Seguro que llevan años decidiéndose, queriendo venir a ver si alguna putilla como la mía se los quiere follar. – El desconocido sudaba la gota gorda. Bea se acercó y le susurró al oído. – ¿Está caliente el agujerito, a que sí? Pues es porque está lleno de semen del cerdo de mi macho. Estás metiendo la polla entre su leche, guarro. – Le hablaba como una víbora. – Y además eso te gusta, ¿verdad? Mira que guarro el viejete…

Y el hombre comenzó a gritar mientras se corría. Se convulsionaba, se movía, tenía espasmos… Estoy seguro de que había sido la mejor corrida de su vida. Bea lo grababa todo con la cámara, sin perder detalle. En ese momento la señora comenzó a gritar.

-          ¡Oh, Dios de mi vida y de mi corazón! Sí, joder, sí. Qué bien. Qué gozo. Me corro, me corro, me corro……

Menos mal que habíamos tenido la precaución de poner unas toallas en el asiento, porque la señora se meo encima, mientras Ruth la miraba a escasos centímetros y sonreía triunfal. Ésta se reincorporó, y al hacerlo una cantidad importante de fluidos diversos corrió por sus piernas abajo. La señora se incorporó, entre aturdida y un poco avergonzada, se acercó a Ruth y le dio un casto beso. Se bajó el vestido, y como si lo hubiera visto, metió la mano entre las piernas de Ruth, recogió todo lo que había caído por entre sus muslos, y con los dedos se lo llevó a la boca en dos o tres veces. Le hizo un mohín a Ruth, y se fue hacia su coche. El abuelo hizo lo mismo de forma apresurada, y desaparecieron.

Bea abrazó a Ruth, y yo las abracé a ambas. Comenzaron a besarse con pasión, con lujuria, hasta que Bea se tumbó en el coche, me dio la cámara y dirigió la cabeza de Ruth a su coño. Yo me puse a grabar, mientras me volvía a excitar de nuevo. La rubia la conocía bien. En apenas tres minutos conseguía el octavo del día, que Bea celebró con vítores y exabruptos varios.

Nos vestimos y nos subimos al coche. Bea se sentó detrás, con Ruth, que apoyaba la cabeza en las piernas de la morena, mientras esta la acariciaba. Ella fue quien rompió el silencio.

-          Perrita, hoy habrá sido uno de los mejores días de tu vida, pero que sepas que para mí también. Entre esta mañana y esta noche… Bufffff… Ha sido alucinante. – Se dirigió a mí. – Y la culpa es tuya. Tú sacas lo peor de mí. De nosotras.

-          Bueno. – Rebatí. – Vosotras también sacáis lo peor de mí. – Me lo pensé un poco. – No. – Sonreí mientras las miraba por el retrovisor. – Sacáis lo mejor.